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María Victoria Atencia Ana Murgui

Placeta de San Marcos

Amárrate, alma mía; sujétate a este mármol,


Sebastián de tu tronco, con cuantas cintas pueda
ofrecerte en Venecia la lluvia que te empapa.

Amárrate a este palo, alma Ulises, y escucha


-desde donde la plaza proclama su equilibrio-
el rugido de bronce que la piedra sostiene.

El poema Placeta de San Marcos, expresa una gran emoción que nace de una
manifestación de Ulises y San Sebastián. El poema se anuncia en la veneciana
Placeta de san Marcos.
Ante el sentimiento inexplicable que surge a través de la contemplación de la plaza,
la poeta se dirige a su alma para pedirle que no se separe de su cuerpo, que no lo
abandone.
La aparición de San Sebastián, atado a un tronco mientras es aseteado (se observa
también un contraste entre lo corporal y lo espiritual, propio de todo martirio) se
relacionarse con la referencia del verso cuarto a Ulises. De este modo, se combina
el sufrimiento con algún tipo de placer vinculado a la elevación espiritual, y en
ambos casos los personajes permanecen atados a un poste de madera en posición
vertical.
Le pide que escuche (desde donde la plaza proclama su equilibrio) el rugido de
bronce que la piedra sostiene. Este rugido de bronce funciona como metonimia del
león alado de bronce la voz que se expresa en el poema siente que su espíritu se
eleva ante el placer de la contemplación estética, que de algún modo sus
aspiraciones espirituales la llevan a un estado de éxtasis, es decir, de abandono.
Este sentir es asociado con la imagen final del poema, el león alado de cobre cuyo
rugido evoca la tensión carnal-espiritual, ilustrada en este caso por el contraste
entre las alas (que permitirían la elevación) y las limitaciones de una figura detenida,
inseparable de la columna de mármol que la sostiene.

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