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Una Aventura Imprevista

con la Hormiga Periodista - ( 7 Págs.)

Fabricio era muy estudioso y le encantaban los insectos. Pasaba horas observándolos
y leía con gran placer los libros que hablaban de ellos y sus costumbres. Se encariñaba tanto
con ellos al conocerlos mejor, que sufría si alguien les hacía daño. Cuando estaba de
vacaciones de la escuela, en verano, pasaba horas en el jardín y en el parque, localizando
insectos y consultando libros acerca de ellos. Cuando el jardinero quería matar hormigas,
tenía que avisarle con anticipación a los padres del niño, para que lo enviaran a la casa de
algún familiar a pasar unas horas, de modo que él ni se enterara de que tal trabajo había sido
realizado, porque hasta lloraba de pena.
Aparte de la máquina que el jardinero usaba para introducir profundamente el veneno
cuando descubría la boca de un hormiguero, también tenía un aerosol para atacar insectos
individuales.
Una tarde, Fabricio vio que el jardinero se preparaba para fumigar una hormiga que
descendía por el tronco del rosal que estaba junto a su ventana. Movido por un sentimiento
que era más fuerte que él, corrió y cubrió con ambas manos al insecto que descendía,
arrastrando un peso de hojas que era muy superior a su cuerpo.
El jardinero se echó a reír y comentó:_ Si dependiera de ti, tu madre nunca tendría
rosas. ¡Qué sentimentalismo exagerado!
Cuando el verdugo se alejó, Fabricio contempló a la pequeña obrera y le habló
cariñosamente: - Tal vez no te imagines que ese momento de oscuridad en que te viste
atrapada te salvó de una lluvia tóxica que hubiera enfermado tu cuerpo y hubiera apresurado
tu muerte. Si pudieras entender mi cariño y mi admiración, eso te haría sentir muy bien.
Para sorpresa suya, la hormiga lo enfrentó y extendió sus patitas, como hacen cuando se
acarician entre ellas. Una vocecita fina, como un hilo de plata, casi imperceptible, le
respondió:
- Estoy infinitamente agradecida por tu protección. Pocas veces encontramos un amigo
verdadero fuera de nuestra raza, y aún dentro de ella, tenemos que cuidarnos de nuestros
enemigos. Ese cariño de que me hablas es un aire cálido que me envuelve y me hace sentir
apreciada. Lo percibo y lo valoro grandemente. Me gustaría recompensarte por el bien que
me has hecho, haciéndote entender todo lo referente a mi pueblo, sus costumbres y sus
logros. Si quieres venir conmigo te haré conocer mi ciudad. Lo único que necesitas es un par
de pequeños prismáticos que magnifiquen las cosas insignificantes.
- Tengo unos que uso cuando voy con mis padres al teatro o a algún espectáculo
deportivo. Pero ¿cómo podría ver algo de lo que pasa en tu ciudad subterránea, si allí todo
está oscuro, y yo por mi tamaño no podré entrar?
- Yo te proporcionaré unos cristales que se adherirán a los lentes de tus prismáticos.
Es algo único en el mundo, que reaccionan en la oscuridad, revelando lo que existe donde la
luz no llega. Verás muchas cosas que la mayoría de los humanos ni siquiera imagina.

Fabricio corrió a su casa y volvió con los prismáticos. La hormiga lo esperó en el mismo
lugar, junto a su ventana. El verdugo jardinero había dado el día por terminado y no había
peligro en esperar allí. Fabricio no se demoró, emocionado por la invitación que acababa de
recibir.
- Hace menos de media hora que nos conocemos, pero ya somos grandes amigos,
aunque no hemos sido presentados. Yo me llamo Fabricio. Quiero saber tu nombre, porque
para mí es muy importante poder nombrar o que aprecio.
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- Mi nombre representa una de las cualidades más notables de mi raza. Me llamo


Clemencia. Tendrás que seguirme muy lentamente, porque hay mucha diferencia entre tu
paso y el mío.
- No importa, Clemencia. El privilegio que me has ofrecido vale la pena, aunque
tardemos horas en llegar a tu hormiguero.

Pero, no fueron horas. Pronto estaban al pie de un árbol grande en la plaza que estaba
frente a la casa de Fabricio. Entre las hojas secas que cubrían sus raíces salientes, estaba
oculta la entrada del hormiguero.

- Esta es la puerta de entrada a mi ciudad, Fabricio. Debo entrar y traerte esos lentes
especiales de que te hablé. Luego enfocarás los puntos que yo indique. Me quedaré a tu lado
para darte las explicaciones necesarias.
- ¡Gracias Clemencia! ¡Me siento tan feliz por haberte conocido! Hay algo especial en
ti. ¿Crees que cualquier hormiga podría enseñarme tanto como tú?
- Tal vez no. Entre nosotras hay muchas obreras fieles que se concentran en su
trabajo y obran sólo por instinto. Yo, en cambio, siempre tuve inclinaciones intelectuales. Me
gusta el periodismo. Pienso que es útil informarse y poder informar a los demás. La vida
tiene un sabor distinto cuando uno conoce el porqué de las cosas que suceden. Espérame
aquí por favor.

En breve tiempo Clemencia volvió cargando sobre sí algo que parecían dos
minúsculas hojuelas transparentes, como los lentes de contacto que usa la gente, pero
mucho más pequeños. Los lamió para que se adhirieran mejor y puso cada uno sobre el
lente de los prismáticos. Luego, le indicó a Fabricio que apartara la hojarasca que ocultaba la
entrada del hormiguero.
Estaba cayendo el sol, por lo tanto, su luz no interfería con el destello suave que
empezaron a emitir los misteriosos cristales que Clemencia aplicó a los prismáticos del niño.
Era algo parecido a la fosforescencia que tienen los números de algunos relojes en la
oscuridad.
- ¿Ves algo, Fabricio?
- Solamente contornos borrosos. Parece que hay paredes divisorias.
- Si, las hay. Tus ojos tienen que acostumbrarse a mirar a través de esos lentes, para
apreciar mejor los detalles. Coméntame todo lo que ves.
- Parece que no hemos elegido un buen día para investigar tu ciudad, Clemencia. Veo
un espacio amplio y una cantidad de habitantes luchando entre sí. Han formado un gran
montón. ¡Con seguridad que las que están más abajo no van a salir con vida! ¿Habrá
estallado una revolución?
- ¡Lejos de eso, Fabricio! El espacio grande es nuestra plaza de deportes. Lo que están
haciendo es un espectáculo deportivo para entretenimiento, y para estar en buena condición
física. Se suben unas sobre otras, enredan las patas y las antenas, se levantan, se revuelca
todo el grupo junto, pero jamás se hacen daño entre sí. No usan para nada el veneno que
usan contra los adversarios. Jamás queda una compañera muerta ni herida a causa de estas
formas de diversión. Ahora, mueve tus lentes de arriba hacia abajo para apreciar la
profundidad del complejo habitacional.
- ¡Es magnífico, Clemencia! ¡Tiene varios pisos!
- Ciertamente. Fíjate en la cantidad de corredores y pasillos que unen las
ramificaciones.
- Es un verdadero laberinto. Me asombra que ustedes no se pierdan al ir de un lado al
otro.
- No, Fabricio. Eso le pasaría solamente a una obrera muy cansada, como por ejemplo
las que vuelven de un largo viaje cargando pesos superiores a los de su propio cuerpo. Cada
tanto alguna se desmaya al llegar a la puerta del hormiguero, como si hubiera estado
controlando sus fuerzas para que le alcanzaran hasta el mismo momento de llegar y entregar
su carga. En esos casos, las guardianas que están a la puerta la limpian del polvo del
camino, la cepillan, la acaricia y ellas mismas la conducen a una de las habitaciones
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destinadas al descanso. Allí la dejan sola, durmiendo un profundo sueño para que se
recupere de la extenuación.
- ¡Le brindan el servicio de una clínica especializada, entonces! Ahora, permíteme
hacerte una pregunta. Antes de llegar a tu hormiguero con su entrada disimulada, pasamos
junto a varios cráteres que eran entradas a otros hormigueros. ¿Sabe cada hormiga cuál es
el que le pertenece y son independientes a pesar de estar tan cercanos unos de otros?
- Te explicaré, Fabricio. Son barrios de la ciudad, o aldeas con organización propia.
Cada habitante conoce su barrio, y es tratada por las demás como miembro de la comunidad.
La ciudad entera puede ser muy extensa. Un humano lo entendería mejor si dijéramos que
debería caminar de sol a sol para cruzarla. Los que prefieren hacer una cúpula en vez de
esconder la entrada, tienen un propósito práctico. Esos cráteres son incubadoras para las
larvas, porque conservan el calor del sol y tienen una temperatura más elevada que a que
hay al aire libre en el exterior. Pero, hay una desventaja en esto: los bebés están expuestos a
cualquier ataque enemigo por otras castas de hormigas delincuentes que toman por
sorpresa a las aldeas con el fin de llevarse a las larvas, terminar de criarlas, y convertirlas en
esclavas que trabajan hasta la muerte para enriquecer a sus raptores.
- No me imaginaba que las hormigas se tuvieran que enfrentar a tal piratería,
Clemencia.
- Sí, entre nosotras hay toda clase de dramas, violación de derechos, asaltos y crimen
organizado. Como sucede entre los hombres, tenemos aliados y enemigos. Sabemos en
quienes confiar y contra quienes estar en guardia. A veces se producen sitios y bloqueos y
podemos caer en emboscadas. La defensa puede ser pasiva, excepto cuando nos
encontramos ante un ataque en masa. Aunque produzca una retirada sorpresiva del
enemigo, es necesario seguir vigilando. De pronto, el peligro de invasión vuelve a aparecer y
la vigilancia se convierte en defensa heroica. No podemos tolerar que otras colonias, a las
cuales no hemos provocado, vengan a quitarnos la paz sorpresivamente. Lo que más nos
indigna son las razzias de las castas más fuertes que atacan a las comunidades más débiles
para llevarse a los bebés no nacidos, con el fin de tener esclavos que trabajes para ellas,
como ya te mencioné.
- Me has dejado asombrado, Clemencia. ¿Cómo preparan esos ataques los pueblos
más fuertes?
- Aprovechan la naturaleza hospitalaria de los demás. Nosotros rara vez nos
inquietamos si entran dos o tres extrañas en la aldea, pretendiendo ser turistas curiosas que
andan de vacaciones. Las tratamos bien y no las atacamos. Más tarde, nos enteramos de que
eran espías, cuando vemos varios escuadrones de la misma casta sitiando nuestro
hormiguero, listos para una invasión. Entonces, organizamos urgentemente el contraataque.
Sin pérdida de tiempo, juntamos los granitos de arena que haya adentro para tapiar la
entrada. Pero, las invasoras siempre logran su objetivo. Se amotinan por medio de señales y
atacan todas juntas, haciendo ceder las barricadas, y revolcando por el suelo a las
guardianas que defienden la puerta, con el fin de pasarles por encima.
- Por lo que veo, es el mismo procedimiento que se usaba antes, en la guerra cuerpo a
cuerpo, para hacer caer los castillos y las fortalezas.
- Lo que te puedo afirmar, Fabricio, es que los resultados son siempre desalentadores,
porque las que organizan invasiones con el fin de robar, son más fuertes y más astutas que
las colonias sosegadas, que están contentas con vivir en su lugar, cumpliendo con su
trabajo y cuidando de la nueva generación sin codiciar la tierra de las otras ni secuestrar
larvas para esclavizarlas desde el nacimiento.
- ¡Me imagino, Clemencia, como se preocuparán ustedes por esas larvas cuando se
acerca una invasión!
- Es verdad. Las que estamos en pie nos apresuramos a las habitaciones de las ninfas,
las hormigas no nacidas aún, que están envueltas en los pañales blancos que tejemos para
protegerlas. Las cargamos sobre nuestra espalda y tratamos de escapar con ellas para salvar
tantas como sea posible. Ingenuamente, tratamos de burlar la vigilancia del enemigo,
apostado en las sandalias del hormiguero. Pero es un vano intento. Dejan salir a las madres
fecundadas y a las que van sin carga, pero nunca a las que cargan ninfas para salvarlas de la
esclavitud. Es triste verlas alejarse con los bebés no nacidos envueltos en sus telas
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blancas. Valiosa carga de futuras esclavas que trabajarán para enriquecer a sus
secuestradoras, trayendo alimento a la tribu delincuente con gran esfuerzo, desde la cuna
hasta la tumba.
- ¿Qué sucede con las que quedan con vida, y con esas futuras mamás que dejan
pasar sin hacerles daño?
- Las dejan tranquilas para que preparen la futura cosecha de ninfas que las agresoras
se llevarán en una próxima invasión.
- ¿Saben ellas cuidar de las ninfas de otra casta cuando las raptan?
- Las que las cuidan amorosamente hasta que nacen, son las esclavas de la misma
casta, que fueron secuestradas en una razzia anterior, cuando ellas mismas eran ninfas en
pañales. Así siguen en ese humillante sometimiento, generación tras generación.
- ¿No se rebelan contra sus opresores ni forman conspiraciones cuando son tan
numerosas dentro de una aldea enemiga?
- No, no actúan de esa manera, porque no son maltratadas y tienen libertad para entrar
y salir. Se acostumbran y no tratan de cambiar su condición. Nacieron en la esclavitud y no
conocieron el hormiguero que es su verdadera patria.
- Entonces, ¿se puede decir que son esclavas voluntarias, o conformistas que no
tienen iniciativa?
- Yo diría que no es simple conformismo o resignación ante lo inevitable, Fabricio. Por
naturaleza, las hormigas amamos nuestro hogar, sea el que nos da la vida o el que nos
adopta antes del nacimiento. Amamos la congregación donde echamos raíces, sea uno reina,
madre o esclava. Si pertenecemos a una colonia pobre, saqueada por los más fuertes, la
reconstruimos y la cuidamos aunque sepamos que la historia va a volver a repetirse. A pesar
de vivir en peligro, las comunidades pequeñas tienen espíritu progresista, siempre
reconstruyen lo perdido.
- Cuéntame algo más de las dependencias de un hormiguero, Clemencia. Veo muchas
habitaciones al mover los prismáticos de un lado a otro.
- Es cierto. Tenemos almacenes, graneros, salas comunes, piezas para criar los bebés
y también instalaciones sanitarias. Según el tamaño de la colonia, se destinan varios
compartimientos para depositar residuos orgánicos. Se considera un pecado craso ensuciar
el hormiguero.
- Son fanáticas por la limpieza, igual que las abejas.
- También nos interesa mucho el arreglo personal. Es una forma de intercambiar
estímulo al acariciarnos cuando nos encontramos. Nos hacemos masajes y tratamientos de
belleza una a otra, varias veces por día. Todo esto nos ayuda a sobrellevar la carga del
trabajo rutinario, que no es poco. Continuamente lamemos los huevos, porque eso los
fortalece debido a las sustancias que contiene nuestra saliva. Cambiamos de lugar las larvas
para que no sufran frío y crezcan mejor. Tejemos los pañales para envolverlas cuando se
acerca el nacimiento. En cuanto a lo que viene de afuera, granos, fruta y legumbres, es
necesario prepararlo para conservarlo para el invierno. Algunas de estas provisiones las
convertimos en líquido, otras en pasta, otras en picadillo.
- Ahora, cuéntame algo sobre la preparación que hacen para la guerra, Clemencia.
¿Cuáles son las armas de tu pueblo?
- Usamos las mandíbulas para cortar el cuello de los enemigos. Tenemos un
aguijón para clavar y un saco lleno de veneno. Algunas castas tienen un bolsillo trasero lleno
de veneno mortal para lanzarlo al aire como vapor en los casos extremos, cuando les va mal
en un combate decisivo. Pero, no matamos por matar, o para jactarnos de las bajas. Si ese
veneno nos alcanza a nosotras mismas, también nos mata. Pero, preferimos no llegar a los
extremos. Nuestra solidaridad con nuestros congéneres siempre resurge. A veces, en medio
de un combate violento, si nos damos cuenta de que una enemiga está hambrienta y
desfalleciendo, detenemos la lucha y la alimentamos.
- Ahora entiendo mejor porqué, según dijiste, tu nombre, Clemencia, representa una de
las cualidades más notables de tu especie. Estaba pensando, ¿sucede entre ustedes como
entre las abejas, que al encontrarse dos reinas se desata un combate furioso en que una de
las dos tiene que morir?
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- Eso no existe entre nosotras, Fabricio. A veces, las reinas de hormigueros vecinos se
buscan para consultarse y hacer decisiones sobre problemas que afectan al pueblo obrero.
Puede que decidan abandonar la casa paterna, o emigrar en busca de alimento. Cualquier
circunstancia adversa puede afectar a varias comunidades y la decisión final va a surgir de
una consulta entre las reinas.

Me entusiasma mucho saber todo esto, Clemencia. Quisiera hacer una pregunta más,
si no estás cansada del interrogatorio. ¿Cómo aprendieron sus técnicas de defensa?
Ustedes tienen una sabiduría que a los militares humanos les lleva años abarcar en sus
estudios.
- Las hormigas tenemos dos desventajas notables. Una, es la vista deficiente, que es
cosa natural en nuestra especie, y la otra, es la edad limitada.
- Si, eso lo sabía. Las hormigas son casi ciegas, y algunas privilegiadas, como las
reinas, pueden alcanzar una edad de quince años como máximo. Sé que las hormigas, sean
machos o hembras, conservan las alas mientras son vírgenes. En el vuelo nupcial, como en
el caso de las abejas, los machos mueren al fecundar, cuando caen a tierra al perder las
alas. Por eso viven sólo cinco o seis semanas. De modo que, no pueden aprender por
observación ni por experiencia, como nosotros los humanos. Entonces, debe ser por
instinto.
- Si; creo que esa es la palabra con que ustedes defienden la conducta que Dios le
señaló a cada poblador del Reino Animal.
- A mí me enseñaron en la escuela que cada animal y cada insecto, tiene circuitos
mentales implantados que los hacen proceder de ciertas maneras para subsistir,
defenderse y procrear.
- Bueno, ustedes usan definiciones complicadas para lo que nosotros consideramos
simple rutina, Fabricio, está cayendo la noche. Tú ya deberías estar en tu casa. Ha sido un
placer conocerte y disfrutar de tu compañía.
- Lo mismo digo, Clemencia. Este será uno de mis días inolvidables, porque aprendí
tanto y de una manera tan grata.
Luego de la cordial despedida, Fabricio corrió la distancia que lo separaba de su hogar,
llevando los prismáticos a los cuales Clemencia había adherido los pequeños lentes que le
habían permitido ver el interior del hormiguero. Se sentía enriquecido mentalmente, y muy
privilegiado por aquella singular aventura.
Cuando iba llegando a su hogar, se encontró con sus padres que salían a buscarlo,
preocupados por su tardanza. Con entusiasmo burbujeante les contó todo lo que había
visto y oído. Cuando entraron en la casa quiso mostrarles los lentes que habían hecho
posible la minuciosa investigación. Pero con tristeza, comprobó que los había perdido al
cruzar la plaza corriendo.
Sus padres le dijeron: - Ahora es noche, y sería imposible encontrarlos. Mañana nos
levantaremos todos al amanecer y te ayudaremos a buscarlos cuidadosamente, recorriendo
de nuevo el camino hasta el hormiguero. A esa hora no hay gente en la plaza. Difícilmente
alguien nos ganará de mano en encontrarlos.
Así lo hicieron y toda la familia cooperó en la búsqueda, pero fue un intento inútil.
Aquellos minúsculos lentes, transparentes, cristalinos, no fueron hallados. ¡Y Clemencia le
había advertido que eran únicos en el mundo!

(Basado en el libro de Mauricio Maeterlinck


"La Vida De Las Hormigas")

Álef Guímel
La Edad de las Sombras Breves

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