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La autoridad en la famil1a
• Firmeza • Rigidez
• Constancia • Incongruencia
• Serenidad • Influencias ambientales
• Indecisión • Seguridad
• Dificultad para pensar • Falta de criterios en que apoyarse.
• Improvisación
Todo lo anterior afecta la decisión y, sobre todo, la exigencia posterior a la decisión
tomada. En consecuencia, es preciso reflexionar sobre estas dificultades y contestar a las
siguientes preguntas:
a) ¿En cuál o cuáles le conviene cambiar?
b) ¿Cómo afectan en el ejercicio de la autoridad?
c) ¿Dónde afecta más, en la toma de decisión o en la exigencia?
Es en el seno familiar donde se deben cultivar los valores del ser humano, enseñarlo a
pensar, a profundizar, a reflexionar, hacerle ver y sentir que el respeto es el guardián del
amor, así como la honradez, la generosidad, la responsabilidad, el amor al trabajo, la
gratitud, etc. Es ahí en la familia, donde nos invitan a ser creativos en el cultivo de la
inteligencia, la voluntad y el corazón, para poder contribuir y abrirnos a la sociedad
preparados e íntegros. El amor de la familia por tanto debe también trasmitirse a la
sociedad.
b) El amor les ayuda a cada uno de sus miembros, especialmente a los hijos, a que
desarrollen todas sus potencialidades para que logren alcanzar lo más cerca posible
sus objetivos en la vida:
Educar en disciplina
Los hijos crecerán con unas u otras convicciones dependiendo de cómo los padres se
comuniquen con ellos a diario, sobre todo en los momentos difíciles. De ahí, la importancia
de saber por qué conviene corregirlos y cómo y cuándo hay que hacerlo.
Muchas veces, la disciplina es un concepto que asociamos al castigo físico o mental, a
algo que nos obligan a hacer en contra de nuestra voluntad, a un deber que aborrecemos. En
realidad, la disciplina debería consistir simplemente en enseñar a los niños a comportarse
bien para ser felices en la vida. Para hacerlo es preciso informarles cuáles, según nuestra
experiencia, son las conductas aceptables.
Una norma para conseguir que el hijo sea disciplinado es ponerle limites pero sin
coartarle su libertad ni frenar el desarrollo de su autodeterminación. Para ello, es necesario
exigirle sólo los que sean realmente imprescindibles. Lo ideal es que la educación que se le
dé al hijo vaya dirigida a conseguir que él mismo se los imponga siguiendo el ejemplo de
los padres y apoyándose en la respectiva orientación, y no atemorizándolo con castigos ni
imposiciones por la fuerza. Con todo, se verá en la obligación de corregirle. Pues el padre
que ama a su hijo le corrige.
Para ello conviene que tenga muy clara la frontera entre lo que considera tolerante e
intolerable, que reflexione sobre el porqué de sus límites y que esté dispuesto a hacérselos
respetar sin enfados, pero también sin concesiones.
A veces le costará entender las razones por las que el hijo se porta mal, pero no se
deben tomar sus acciones como un ataque sino como parte de un proceso natural de
crecimiento y de una necesidad de comprobar los límites de su tolerancia. Muchos de los
comportamientos inadecuados de los niños son pruebas a las que ellos recurren par saber si
pueden seguir haciendo algo o no, son demandas de orientación. Por eso, debe estar atento
y corregirlo tantas veces sea necesario en lugar de pasar por alto sus malos
comportamientos.
Por ejemplo, si el niño le contesta mal y no le reprende, él irrespetará a los demás y a
los mismos padres creyendo que está bien hecho. Y, además, echará por tierra la idea y
sentido de la seguridad de los padres, ya que el pequeño desea que ellos sean alguien con
fortaleza y capacidad de guía, alguien en quien confiar. Si no lo corrige, le fallará como
padre.
Pero, ¿Cómo debe corregir las conductas negativas? Se debe tener en cuenta que el
castigo vengativo no es adecuado, como tampoco lo es el ignorar las conductas infantiles
erróneas. Lo mejor es educar mediante “el aprendizaje de las consecuencias”. Si advierte a
su hijo sobre las consecuencias de su mala conducta y deja que las experimente (siempre
que su seguridad no esté en peligro), no sólo evitará que le vea como a un “enemigo” que le
impone sus caprichos a la fuerza, sino que le ayudará a entender que es su propia conducta
inadecuada la que le ha privado de algo que deseaba.
Desde el punto de vista del hijo, un castigo es algo desagradable que los padres u otro
adulto le imponen, mientras que una consecuencia es algo que él se ha buscado. Siempre
que la ocasión lo permita, se debe premiar las conductas positivas; hacerle ver la
consecuencia negativa de sus actos inadecuados y corregirle cuando sea necesario
(mostrándole siempre afecto). No olvidar que el ejemplo es lo más importante. De nada
servirá exigirle que no grite y pida el favor, si todo lo que oye en casa son malos modales y
gritos. Una de las principales tareas para educar al hijo, consiste en advertirle sobre los
efectos de sus malas conductas y, una vez hecho esto, intentar no coartar su libertad de
elección y permitirle que lleve sus acciones hasta las últimas consecuencias. Equivocándose
y llevándose un pequeño susto, aprenderá las lecciones de la vida con información de
primera mano, no se le olvidará jamás y él mismo tomará la decisión de variar sus
conductas negativas por iniciativa propia, sin necesidad de forzarle.
Educar en la Libertad