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CARACTERÍSTICAS DE LAS UNIVERSIDADES

Desde que las universidades dan sus primeros pasos, quedan marcadas por
una serie de rasgos que van a definirlas durante los primeros siglos de su
experiencia. Dentro de dichos rasgos, podemos diferenciar entre aquellos que
determinan y explican su nacimiento y constitución, y aquellos otros que
delimitan y perfilan su ordenación y organización.

En el nacimiento y constitución de las universidades medievales hay dos


factores de primera importancia: como factor desencadenante, el movimiento
asociacionista que impulsa a profesores y alumnos a unirse, para luchar juntos
`por conseguir unos derechos que se les negaban, para defender unos
intereses comunes; pero también, y en segundo lugar, la intervención de
autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, que tuvieron la clarividencia de
apoyar a profesores y alumnos en aquella lucha por cambiar y mejorar su
situación.

Igualmente, la universidad medieval se caracteriza por poseer una organización


institucional interna específica, que se desarrolla sobre la base de dos grandes
modelos; el de la universidad de París, y el de la universidad de Bolonia. Dicha
organización se va a repetir con muy pocas variantes en la mayor parte de las
instituciones universitarias del Medievo.

El asociacionismo entre maestros y alumnos:

Las primeras universidades nacen como asociación de carácter profesional


entre alumnos y profesores, dentro de un contexto asociativo bastante
generalizado en la época, y que tiene su representación máxima en los
gremios: incluso se ha llegado a afirmar que si el siglo III contempló el
nacimiento de las primeras instituciones universitarias, fue porque trataba, al
mismo tiempo, del siglo en el que se desarrollaron los gremios.

Así , por tanto, puede afirmarse que la universidad es parte, y también, al


mismo tiempo, expresión de ambiente social en el que se produce su
nacimiento.

La universidad como corporación: lo gremios son una realidad circunstancial al


medio urbano, y responden al afán de salvaguardar unos intereses comunes, y
también al de consolidar la noción de pertenencia a un mismo cuerpo. Pero la
universidad no era un gremio como los demás, sino que presente evidencias
peculiaridades, que les son consustanciales, y que van a marcar, en gran
medida, su devenir a lo largo del Medievo.

La importancia que tiene el asociacionismo como fundamento de las primeras


universidades se refleja en la misma terminología utilizada entonces para aludir
a ellas; “ universitas” , “ consortium”, “ communitas”. El primer término es, sin
lugar a duda, el más empleado en los primeros momentos del SXIII; en
principio se utiliza para designar a cualquier corporación compuestas por
personas que ejercen el mismo oficio. Con el transcurso del tiempo ( a partir del
S. XV), pasará a aplicarse, en exclusividad, a la corporación de maestros y
estudiantes reunidos en una ciudad con el fin de transmitir el saber, función que
se garantiza y protege a través de unos estatutos jurados y apoyados por todo
un conjunto de privilegios.

Y es que, muchas universidades surgen espontáneamente, a raíz de la


formación de una de estas corporaciones de maestros y estudiantes, que se
coaligan para defender unos intereses comunes, para luchar por su autonomía,
en pugna con las autoridades civiles, pero también con las autoridades
eclesiásticas locales, representadas por el obispo.

La universidad y el oficio del intelectual: La semejanza con la organización


gremial se observa, también, en otros aspectos del mundo universitario; si los
gremios actuaban, en gran medida, a modo de mecanismo de control de los
diversos oficios manuales, la universidad, por su parte, va a suponer también la
posibilidad de controlar el oficio intelectual, de quella masa de maestros y
estudiantes que, al situarse al margen de las escuelas episcopales y
municipales, prácticamente escapaba al control de las autoridades civiles y
eclesiásticas.

Las primeras universidades eran, entre otras cosas, en mecanismo de auto-


control de la comunidad intelectual; es la propia corporación la que se dota de
unos reglamentos o estatutos, que se encarga de hacer respetar, tras exigir a
todos sus miembros, tantos maestros como estudiantes, que los juren y
cumplan. Paralelamente, se pone punto y final al sistema de enseñanza
superior que había predominado antes del nacimiento de las primeras
universidades, caracterizado por el desorden, la espontaneidad y, también al
menos hasta cierto `punto, la libertad de acción de profesores y alumnos,
haciendo evidente que el auto-control impulsado por la propia universidad es
mucho más eficaz que el control que sobre alumnos y profesores habían
tratado de imponer las autoridades civiles y eclesiásticas.

Así pues, maestros y estudiantes han de sujetarse a unas determinadas


normas de conducta, a una determinada disciplina. Al mismo tiempo, la
universidad controla el número de maestros que pueden ejercer como tales la
docencia, así como los procedimientos de acceso a dichos puestos docentes;
controla los planes de estudio, tanto en lo que se refiere a sus contenido, como
también en lo relativo a su desarrollo… Además, la universidad adquiere una
autonomía regulada en sus estatutos, quedando exenta tanto de la jurisdicción
civil como de la eclesiástica, aunque siempre bajo la protección dispensada por
el Papado, una protección que confirma y consolida, precisamente, la
autonomía universitaria.
LA INTERVENCIÓN DE LAS AUTORIDADES CIVILES Y ECLESIÁSTICAS;

Además de la incidencia que tuvo en el nacimiento de las primeras


universidades el asociacionismo entre profesores y estudiantes, hay que
valorar la influencia que tuvo en este proceso la intervención de las autoridades
civiles y eclesiásticas. Así como las primeras universidades surgieron de forma
totalmente espontánea, posteriormente las instituciones universitarias
empezaron a tomar carta de naturaleza precisamente gracias a la acción
fundadora de dichas autoridades.

El intervencionismo pontificio: EL intervencionismo pontificio fue uno de los


factores que más positivamente influyó en el nacimiento de las primeras
universidades. Las razones por las que el Papado apoyó a las nacientes
instituciones universitarias son de índole diversa. Para empezar, deseaba
contar con las armas adecuadas para combatir unos movimiento heréticos en
pleno crecimiento; igualmente, el Pontificado estaba deseoso de aumentar y
consolidar sus poderes frente a las reclamaciones y aspiraciones de las
autoridades civiles, en relación con la teocracia pontifica que llega a su
culminación con el Papa Inocencio III; finalmente el Papado pretendía reclutar
para sus oficinas personal altamente cualificado, capaz de llevar a cabo las
más delicadas misiones. Las recién nacidas universidades eran capaces de
ofrecer la respuesta adecuada a estas necesidades pontificias.

Así, la intervención papal sería esencial en relación con el nacimiento de las


primeras universidades; los Papas apoyan su lucha, las colocan bajo su
protección, las colman de privilegios y atenciones. Gracias a esta protección,
las instituciones universitarias adquieren un carácter internacional que no
habían tenido, hasta ese momento, los centros de enseñanza superior;
asimismo, el apoyo pontificio supone la extensión de la condición clerical a
todos los miembros del mundo universitario, maestros y estudiantes, aunque
éstos no siempre se comportaran como clérigos.

Bien es verdad, que el Pontificado exige, a modo de contrapartida, la lealtad del


mundo de la cultura y de las élites intelectuales. La relativa docilidad de los
intelectuales frente al Papado tiene razones muy claras: el estudio de la
teología y del derecho canónico abre ante ellos la posibilidad de protagonizar
brillantes carreras que culminan- en muchos casos- con el acceso a cargos de
obispo, o incluso al de cardenal. De todas formas, este panorama no debe
ocultarnos otra cara de aquella situación; a largo plazo, esta sumisión de las
universidades al Pontificado acarreó problemas y dificultades, a veces de
considerable importancia.

El Papado no se limitó a proteger a los centros universitarios que surgieron de


forma espontánea: también participó activamente en el nacimiento de otras
universidades, que se debieron a su iniciativa; en este aspecto, el Papado daba
ejemplo a las universidades civiles, que también impulsaron el nacimiento de
nuevos centros universitarios.

EL INTERVENCIONISMO DE LAS AUTORIDADES CIVILES

Efectivamente, emperadores, reyes, príncipes y municipalidades acometieron


la fundación de nuevas universidades, con el objetivo de formar buenos
colaboradores, y también con el de apuntalar y aumentar su prestigio. Su
intervención en el mundo universitario se incrementó considerablemente a lo
largo de los siglos XIV y XV; afectó por igual a todas las universidades, tanto a
las nuevas, como las antiguas, pues unas y otras empezaron a perder su
independencia frente a los poderes establecidos.

Este proceso supuso el fin de la autonomía corporativa de las universidades, y


fue provocado por las nuevas circunstancias políticas de los siglos XIV y XV.
Entre dichas circunstancias estuvo la actitud de unas monarquías y unas
municipalidades –en el caso de las ciudades-estado-empeñadas en una lucha
cuyo objetivo final es la afirmación de su autoridad. Para conseguirlo,
recortaron los privilegios obtenidos con anterioridad por las diversas
corporaciones, y se obstinaron en restringir la jurisdicción eclesiástica. Esto
supuso un doble peligro para las universidades, obligadas a plegarse ante las
autoridades civiles.

Esta intervención se proyectó, por ejemplo, en los nuevos sistemas de


financiación que se aplicaron en el mundo universitario durante estos dos
siglos. En general, las universidades fundadas por la iniciativa de autoridades
civiles, fueron financiadas por dichas autoridades; pero, además, durante los
momentos finales de la Edad Media también aquellas otras universidades que
no habían sido fundadas por autoridades civiles se vieron obligadas a acogerse
a su generosidad. Su intervencionismo se vio favorecido por las nuevas
condiciones del mundo universitario, determinadas por el aumento en el
número de universidades, muchas de ellas incapaces de hacer frente a los
gastos derivados de su funcionamiento.

EL PROFESORADO:

Las universidades hubieron de hacerse con un conjunto de profesores, capaz


de satisfacer las ansias de saber de un alumnado en continuo crecimiento. En
un primer momento cada universidad contaba con un profesorado bastante
reducido en su número, pero con el tiempo el profesorado fue aumentando,
según se ampliaron y consolidaron las necesidades docentes.

Perfil del profesor universitario: Los profesores univerLAsitarios tenían cuatro


rasgos comunes, que ayudan a establecer su perfil: practicaban un respeto
reverencial hacia las autoridades sobre las que se apoyaban para desempeñar
su actividad docente, pues las consideraban la fuente de todo el saber; tenían
un perfecto dominio del método dialéctico, lo que les llevaba- paralelamente- a
despreciar el método experimental; proclamaban la universalidad del saber y
del conocimiento y enseñaban desde una óptica cristiana.

Los profesores eran, todos ellos, eclesiásticos. Pero a pesar de su estatuto


clerical, muchas veces no habían recibido la ordenación sacerdotal, sino tan
sólo la tonsura. Sin embargo, su fuero eclesiástico pesó bastante en su vida
privada, pues raramente contraían matrimonio, permaneciendo solteros en su
gran mayoría, para llevar un modo de vida más acorde con su situación
jurídica. Por otra parte, los profesores no eran tan sólo docentes, sino que
también tenían responsabilidades morales y religiosas que cumplir.

En el profesorado universitario se incluían tanto miembros del clero secular,


como miembros del clero regular. Estos últimos empezaron a adquirir un
especial protagonismo desde el siglo XIII, sobre todo algunos miembros de las
Órdenes Mendicantes. Efectivamente, éstas mostraron un manifiesto interés
por integrar en el profesorado universitario a sus miembros mejor dotados
intelectualmente, obteniendo éxitos evidentes. Por esta vía, un nuevo tipo de
religioso letrado se unió a los ya numerosos clérigos cultivados.

Los dominicos, especialmente, mostraron pronto una fuerte inclinación cultural,


relacionada con la firma creencia de que únicamente una sólida formación
intelectual podía capacitar para el desempeño de las importantes tareas a las
que la Orden se sentía llamada. Los franciscanos, aunque en un primer
momento se mostraron reticentes, y a pesar de que nunca alcanzaron la misma
relevancia intelectual que llegaron a tener los dominicos, también se dedicaron
a la enseñanza universitaria.

Dentro del profesorado, el escalón superior estaba compuesto por los


catedráticos, divididos, a su vez, en diversas categorías; entre ellas, las más
destacadas son las cátedras de prima y cátedras de vísperas, determinadas
por el horario en el que el correspondiente catedrático ejercía la enseñanza. En
cuanto al escalafón inferior, estaba compuesto por los bachilleres, que,
integrados en la cátedra de su maestro, ejercían en ella labores de carácter
secundario.

La querella entre mendicantes y seculares. El éxito docente de dominicos y


franciscanos fue evidente; además, se trató de un éxito impulsado y celebrado
por el Papado, que valoraba especialmente su actitud universalista, así como
su condición de fieles auxiliares de sus iniciativas. Sin embargo, la presencia
de las universidades de profesorado perteneciente a las Órdenes Mendicantes
también tuvo sus inconvenientes y causó algunos problemas.

Al principio, los mendicantes se integraron en el profesorado sin dificultad, sin


que existiera ningún signo de rechazo de los profesores seculares. Pero los
problemas no tardaron en presentarse, relacionados con el papel destacado
que los mendicantes iban consiguiendo en el mundo universitario. En la
universidad de París, el conflicto estalló hacia mediados del S. XIII, cuando se
hizo patente el monopolio de franciscanos y dominicos sobre las cátedras de
teología, que eran entonces las más prestigiosas.

Los profesores seculares, guiados por Guillermo de Saint-Amour, acusaron a


los mendicantes de no ser auténticos universitarios, pues no defendían los
derechos de la universidad, sino los del Pontificado, incumpliendo, además,
unos estatutos que eran vinculantes. El Papa Inocencio IV dio la razón a los
profesores seculares mediante la bula Etsi animarum de 1254. Sin embargo,
tan sólo un año más tarde, Alejandro IV publicaba la bula Quasi Lignum Vitae,
por la que devolvía a los mendicantes a la universidad, convirtiendo el Papado
en su defensor. Pero la querella no terminó ahí; de hecho se estiró a lo largo de
años sucesivos, hasta que fue definitivamente resuelta en 1290, con la victoria
de franciscanos y dominicos.

Sistemas de contratación y honorarios: Los sistemas de contratación del


profesorado fueron muy diversos, y varían considerablemente de acuerdo con
las distintas universidades. En algunos casos, eran las autoridades que
financiaban a la universidad las que contrataban a los profesores: así sucedía
en Bolonia, donde la municipalidad se ocupaba de dicha gestión. En otros
casos, era la comunidad univesitaria la que se ocupaba del tema, como
sucedía en la universidad de Paris. A partir del siglo XV, empezó a implantarse
el sistema de oposiciones, por ejemplo en Salamanca.

En cuanto a los honorarios que percibían los profesores, al principio eran


directamente aportados por los estudiantes, en virtud de un contrato que se
ponía por escrito, la collecta.

Pero, con el paso del tiempo, en muchas universidades- como, por ejemplo, en
la de Paris- los maestros se vieron galardonados con beneficios, rentas y
prebendas eclesiásticas. Era un sistema lógico, si se tiene en cuenta el fuero
eclesiástico que afectaba a los profesores. Su uso evitaba las preocupaciones
morales que suscitaba el cobrar unos honorarios por la transmisión del saber,
que, debido a su carácter no material, se consideraba un don celestial; además
de esta forma se reconocía explícitamente el carácter eclesiástico de la
enseñanza. Por último, este procedimiento aseguraba la gratuidad de la
enseñanza a los estudiantes que no tenían recursos económicos.

EL ALUMNADO

Igual que el profesorado, el alumnado también fue aumentando gradualmente,


según se fue haciendo más habitual el acceso a los estudios universitarios. Así,
por ejemplo, la universidad de Paris contaba, hacia fines del S.XIV, con un
número de alumnos aproximado de unos 10.000 estudiantes, mientras que
durante sus primeros años de existencia apenas debía contar con unos pocos
centenares. Predominaban claramente los alumnos pertenecientes el
estamento eclesiástico, aunque, en muchos casos, tan sólo habían recibido la
tonsura; su presencia se veía, además, favorecida por la existencia de rentas y
beneficios eclesiásticos que les permitían financiar sus estudios, y era
estimulado por las posibilidades que ofrecían de conseguir una buena carrera
eclesiástica. Los alumnos laicos no eran excesivamente numerosos, aunque
esta tendencia empezó a invertirse a partir del siglo XV, y sobre todo en
relación con estudios de mayor orientación utilitarista, como los de medicina o
derecho.

Procedencia geográfica y socio-económica:

Los alumnos tenían una procedencia geográfica muy variada, de acuerdo con
el carácter internacional y cosmopolita que tenían las universidades a lo largo
del Medievo. Sobre todo en aquellas que jugaban un papel más destacado en
el panorama educativo y científico, era posible encontrar alumnos procedentes
de los más diversos rincones del continente europeo, alumnos que acudían a
ellas atraídos por su fama académica.

También era diversa su procedencia socio-económica, pues se puede decir


que todas las clases sociales aportaron alumnos al mundo universitario.
Destacan, especialmente, los alumnos procedentes de las clases medias,
sobre todo de las instaladas en las ciudades, pero tampoco se han de olvidar
los estudiantes procedentes de las clases más humildes, ni los pertenecientes
a la nobleza; concretamente, la presencia de miembros de la nobleza en la
aulas universitarias aumentó considerablemente a partir del siglo XV, debido al
creciente prestigio de la educación universitaria y a la conversión de la
titulación universitaria en una marca de distinción social.

Las diferencias socio-económicas se hacían muy patentes entre el alumnado.


Aquellos que disfrutaban de una posición económica más sólida acudían a las
universidades rodeados de familiares y criados; habitaban en alojamientos
cómodos, espaciosos y bien situados; podían acceder sin problemas a todos
los libros de texto que necesitaban utilizar a lo largo de sus estudios; contaban
con la ayuda de profesores particulares, y, por último, se integraban fácilmente
no sólo en la vida universitaria, sino también en la vida urbana de la ciudad
correspondiente, gracias a sus contactos e influencias.

Distinta era la situación de los estudiantes pobres, cuya presencia era


sumamente habitual. Tenían que hacer frente a graves problemas, derivados
de sus escasos recursos económicos, llevando una vida bastante precaria.
Aunque muchos de ellos-los más afortunados- lograban algún beneficio o renta
eclesiástica para ayudarse en sus gastos, o- en caso de pertenecer a las
Órdenes Mendicantes- conseguían la protección de sus hermanos de religión
en la ciudad en la que desarrollaban sus estudios, muchos otros ni tan siquiera
podían acogerse a estas facilidades.

Si tampoco les era posible lograr la protección o el mecenazgo de alguna


persona pudiente, dispuesta a pagar los gastos generados por sus estudios,
estos alumnos se veían obligados a desempeñar trabajos muy diversos, para
conseguir los medios económicos de que carecían. Muchas veces trabajaban
como criados, para estudiantes ricos o para otras personas; en otros casos,
trabajaban como copistas de libros, o bien recurrían a la venta y alquiler de sus
apuntes de clase; también podía convertirse en profesores particulares de otros
alumnos, más jóvenes o menos aventajados; finalmente, en muchos casos
incluso se dedicaban a al mendicidad.

Los colegios mayores: Uno de los más graves problemas a los que debían
enfrentarse estos alumnos carentes de medios era el de encontrar un techo
bajo el que cobijarse. Aunque las autoridades de las ciudades con carácter
universitario- Bolonia, Oxford…- solían dictar normas para abaratar el alquiler
de casas y habitaciones para estudiantes, estas normas no siempre se
cumplían, y algunos alumnos tuvieron grandes dificultades a la hora de
conseguir un alojamiento digno.

Para remediar este problema nacieron los colegios mayores que, dependientes
de las diversas universidades, permitían, además, un mejor control disciplinar
de los estudiantes. Directamente inspirados en las residencias mantenidas por
las Órdenes Mendicantes, acogían a los estudiantes pobres a cambio de la
realización de una serie de deberes, que se regulaban en los correspondientes
estatutos.

Los primeros colegios mayores surgieron en Paris, en los años de finales del
siglo XII. Se considera que el más antiguo es el Colegio de los Dieciocho,
fundado en fecha tan temprana como la de 1180; muy pronto le siguieron otros,
como el de Montmorency (hacia 1202) y el de San Honorato (1208), aunque el
más emblemático fue el fundado por Roberto de Sorbon en 1257.

Con el paso de los años, la presencia de estos colegios mayores no hizo más
que incrementarse, extendiéndose, como es lógico, a lo largo y ancho del mapa
universitario. En Bolonia el más destacado fue el de San Clemente, fundado
por el cardenal Gil de Albornoz, y destinado a la acogida de alumnos
españoles. En Oxford y Cambridge aparecieron colegios destinados a jugar un
papel muy destacado, como Queens, Oriel y Merton en la primera de ambas
ciudades, o en el Trinity en la segunda. En cuanto a las universidades
españolas, gozaron de especial fama los colegios salmantinos de San
Bartolomé y Anaya.

ESTRUCTURA INSTITUCIONAL
Las universidades gozaron de una completa estructura institucional, cuyas
bases se establecen en el mismo momento en que se produce su nacimiento.
Dicha estructura institucional se mantiene prácticamente inalterada a lo largo
de la Edad Media, y todavía sigue- al menos en gran medida- informando
nuestras instituciones universitarias.

La universidad, federación de escuelas: Cada universidad era una federación


de escuelas; cada una de éstas era, en su disciplina, completa: el estudiante,
cuando iniciaba sus estudios, tenía que integrarse en una de estas escuelas, y
en ella tenía que terminarlos. Por tanto, rivalizaban las unas con las otras:
precisamente los estatutos universitarios pretendían, entre otras cosas,
organizar lealmente la concurrencia de dichas escuelas. Cada una de ellas
estaba dirigida por un maestro que no sólo era docente, sino también director
de estudios y responsable de su escuela ante la universidad. Sobre esta bases
se procedía a la organización de las facultades.

Las facultades: Eran uno de los elementos básicos sobre los que se asentaba
la organización universitaria. Cada universidad estaba dividida internamente en
varias facultades, correspondiendo a cada una de ellas un ámbito concreto del
saber; a la facultad pertencecían, por tanto, todos los maestros y todos los
alumnos que estudiaban una misma materia dentro de una misma universidad,
aunque fuera en distintas escuelas. Para evitar las diferencias que podáin
darse entre éstas, cada facultad imponía unos programas de enseñanza, unos
textos e incluso unos exámenes, que eran idénticos en todas las escuelas.

Las universidades que presentaban un cuadro completo de facultades


contaban, concretamente, con cuatro; artes, derecho, teología y medicina. La
facultad de teología tenía reconocida una evidente primacía sobre las otras,
pues la teología era el saber más valorado. La facultad de artes tenía un
estatuto diferente al de las demás, pues se concebía como una facultad cuyos
estudio eran de carácter introductorio, necesarios para poder integrarse en
cada una de las tres restantes; además, era la que cuenta con un mayor
número de miembros, tanto alumnos como profesores.

Las facultades de derecho y medicina, caracterizadas por su orientación


práctica, eran, en ocasiones, objeto de reproches, pues muchos consideraban
que los alumnos que se integraban en su seno pretendían el éxito fácil que
podía proporcionarles un saber utilitario como el derecho o la medicina. Por
otro lado, la facultad de medicina era, realmente, un mundo aparte, no sólo por
sus contenidos específicos o por la presencia de métodos de enseñanza
peculiares, sino también porque abría ante sus titulados un mundo profesional
con características propias.

Las naciones: Dentro de las facultades- y específicamente en las de artes,


siempre la más numerosa- alumnos y profesores solían organizarse en
naciones, íntimamente relacionadas con el carácter supranacional y
cosmopolita de las primeras universidades, que hacía que en su seno se
integraran maestros y estudiantes de procedencia diversa; las naciones
suponían, precisamente, el reconocimiento explícito de este hecho. Eran
corporaciones de profesores y alumnos, determinador por sus orígenes
geográficos. Cada una de ellas era representada por un procurador, a través
del cual participaba en el gobierno de su universidad.

Por ejemplo, en la de París, en 1222, había cuatro naciones: la inglesa ( donde


se incluían, igualmente, los alemanes, escandinavos y centro-europeos);
francesa ( donde también se integraban españoles e italianos); normanda y
picarda ( con inclusión de los flamencos). Desde 1231, eran los procuradores
de las naciones los que escogían al rector, que tenía que ser, necesariamente,
maestro en artes.

La gestión de la universidad: La universidad contaba con toda una serie de


cargos que se ocupaban de su gestión, y que se escalonaban desde las
autoridades académicas hasta los bedeles. Todos ellos eran imprescindibles
para el buen funcionamiento de los engranajes universitarios.

El rector era la máxima autoridad universitaria; como tal, presidía el claustro


general de la universidad, a la que representaba en su conjunto. Tenía la
obligación de sostener y defender a los miembros de la universidad, también la
de vigilar el cumplimiento del estatuto y de los diversos privilegios universtarios,
y disponía de amplios poderes jurisdiccionales. Aunque habitualmente el rector
se escogía dentro del profesorado, en algunos casos se elegía a un alumno:
esto se sucedía en al universidad de Bolonia, así como en aquellos centros
universitarios que copiaron su sistema organizativo. La duración de su mandato
solía ser muy breve, frecuentemente se limitaba a un único año, aunque podía
optar a la reelección.

En cuanto a las facultades, cada una de ellas tenía a su frente un decano, bien
el profesor de más edad, bien el más antiguo. El decano se encargaba de
supervisar el funcionamiento de la facultad, ayudado por el claustro de
profesores en el cual se integran todos los que ejercían la enseñanza en dicha
facultad.

Entre los otros cargos que se fueron estableciendo en relación con la gestión y
organización interna de las primeras universidades, hay que mencionar uno
que, aunque modesto, pronto pasó a ser bastante característico del mundo
universitario: se trataba del bedel, entre cuyas funciones se contaban la de
cuidar del estado de las aulas y de las otras instalaciones universitarias, citar
para las juntas y claustros, informar a los alumnos de cuestiones diversas…

LA DOCENCIA:
En el marco de las universidades medievales, la docencia adquirió
características específicas, que la diferenciaban claramente de la ejercitada en
otros centros de enseñanza de le ápoca. Dos eran los elementos básicos sobre
los que aquélla se apoyaba: los métodos de enseñanza y los ciclos de estudio
que, a su vez, están íntimamente unidos a la colación de los grados.

Método de enseñanza: El método de enseñanza que se utilizó habitualmente


en las univesridades medievales deriva de la metodología docente desarrollada
y perfeccionada en las escuelas de enseñanza superior que inspiraron la vida
intelectual durante el siglo XII; es el método dialéctico o silogístico, que recibe
este último nombre porque se basa en un modelo de razonamiento conocido
con el nombre de silogismo. Se trata, por tanto, de un método preferentemente
oral, caracterizado por una fuerte inclinación retórica. La lengua en que se
expresa es el latín.

Como en el S.XII, el punto de partida era la “lectio”, lectura comentada y


glosada que se efectuaba en las llamadas horas lectivas. Estaba siempre
relacionada con las obras de aquellos autores a los que se reconocía autoridad
en una materia concreta. Se pretendía extraer su sentido último, la “sententia”.

Sobre su base se desarrollaba la “quaestio”, que se refería siempre a temas


complejos polémicos, y suponía un análisis pormenorizado del tema que se
trataba; habitualmente se realizaba sobre la base de las opiniones contrarias
de dos autoridades en ese tema, lo que implicaba un debate, durante el cual se
exponían toda una serie de razonamientos de acuerdo con el método
silogístico, configurándose así un trabajo intelectual de carácter especulativo y
doctrinal, que a veces, rayaba a gran altura.

También formaba parte de los métodos de enseñanza que se aplicaron en las


universidades medievales la “disputatio”, que era un ejercicio de carácter
público, referido igualmente a temas complicados y controvertidos. La
“disputatio ordinaria” se celebraba públicamente, habitualmente en días de
descanso o fiestas no solemnes, y en ella podían intervenir todos los miembros
de una facultad. Presidida por los doctores, era dirigida por un bachiller, que ,
apadrinado por un maestro regente, desarrollaba un tema que había sido
previamente objeto de una “quaestio”, debiendo responder a las preguntas y
objeciones que se le presentaban, Todos los presentes podía intervenir
activamente, exponiendo sus afirmaciones, formulando preguntas, fomentando
el debate en suma. El ejercicio terminaba con la presentación de unas
conclusiones, “determinatio”. Al día siguiente, el maestro que había presidido el
acto emitía la “determinatio magistri”, en la que resumía brevemente sus
contenidos, para acabar esbozando una conclusión personal.

La “disputatio extraordinaria” dio lugar a las llamadas “quaestiones


quodlibetales”, que se celebraban una o dos veces al año, y se desarrollaban
de modo similar a las disputas ordinarias, si bien estaban rodeadas de mayor
solemnidad; en ellas, los profesores se sometían a las preguntas de los
estudiantes sobre los más variados temas, en un ejercicio auténtico virtuosismo
intelectual, en el que los maestros derrochaban erudición e inteligencia a partes
iguales.

En muchos casos, el fruto de estos métodos de enseñanza, des la “lectio”


hasta las “quaestiones quodlibetales”, se perpetuaba por escrito, para que
pudiera ser conocido por alumnos de generaciones venideras; en sus páginas
se plasmaba, por tanto, el resultado de años de enseñanza en las aulas
universitarias. De modo que estos libor surgidos al calor del quehacer docente
nos permiten contemplar y valorar el avance del conocimiento. Asimismo, nos
dan a conocer los pensamientos y construcciones científicas de sus autores,
proporcionándonos un vívido cuadro de saber en el Medievo.

Los ciclos de estudio y la colación de los grados: El ciclo estudiantil presentaba


diferencias según las diversas universidades, aunque muchas de ellas se
acogieron al adoptado y desarrollado por la de París, que-una vez más- se
convirtió en modelo a seguir. En Paris los estudios se comenzaban en torno a
los 14 años de edad, edad que compartían la mayor parte de los alumnos que
se iniciaban en la facultad de artes. Estos alumnos provenían de centro de
enseñanza de carácter elemental, poco y mal conocidos.

Este primer ciclo estudiantil duraba seis cursos, que solían corresponderse con
otros tantos años; tras finalizarlo, cada estudiante debía examinarse ante un
tribunal formado por mientos de las distintas naciones, con objeto de obtener
así el título de bachiller, que le permitía iniciarse en la docencia, bajo la tutela
de uno de los maestros de la facultad. Además, tras obtener dio título tenía
unplazo de un año para sostener una disputa sobre un tema de su elección,
apoyado por su mentor. Tras dos preceptivos años de docencia, el bachiller a
accede al título de licenciado, después de obtener la correspondiente “ licentia
docendi”; el así licenciado está obligado a dar una lección inaugural ante los
otros licenciados y ante los bachilleres, seguida a veces de un pequeño
banquete.

Así, hacia los veintidós años, los estudiantes podía continuar- si lo deseaban-
sus estudios en otra facultad; bien en las de derecho o medicina, que suponían
habitualmente, otros seis años de estudio, bien en la facultad de teología, que
implicaba otros doce años de estudio.

En esta última el grado de bachiller bíblico se alcanzaba tras el quinto curso;


posteriormente, después de consagrar dos cursos de análisis y enseñanza de
las Sagradas Escrituras, se conseguía el título de bachiller sentenciario. A partir
de este momento, el estudiante debía centrarse en la enseñanza y el análisis
de las Sentencias de Pedro Lombardo, tarea que primero duraba dos años, y
tan sólo uno desde finales del S. XIII. Esto le permite convertirse en bachiller
formado.
Aún quedaban tres años más de estudios, dedicados ya a las enseñanza de la
teología, que culminaban con la obtención de la “lecentia docendi” y- por tanto-
con el acceso al título de licenciado, lo que implicaba realizar un examen ante
los maestros de teología, presididos por el canciller, que representaba al
obispo.

Posteriormente, podía doctorarse en el transcurso de una ceremonia solemne,


con carácter primordialmente protocolario. En la misma, el doctorando se
limitaba a impartir una lección magistral, tras la cual recibía los signos de su
titulación (cátedra, libro, birrete y anillo) y juraba los estatutos de la universidad.
Después, ofrecía un banquete a sus padres.

No todos los estudiantes que frecuentaban las aulas universitarias obtenían los
correspondientes títulos académicos; muchos de ellos abandonaban la
universidad antes de conseguir alguno, pues los estudios superiores eran muy
largos y muy caros. Tan sólo a partir del siglo XV comienza a invertirse esta
tendencia, en relación con una mejor valoración de los grados académicos.

Aspecto fundamental era la facultad que tenían algunas universidades para


conceder una titulación dotada de carácter internacional, que permitía así al
titulado ejercer en cualquier rincón de la cristiandad. Esta licencia, “licentia
ubique docendi”, era concedida, en un principio, tan sólo por los Papas, que
gratificaban con ella a las universidades que se encontraban bajo su
protección; posteriormente, y previo permiso pontificio, emperadores, e incluso
reyes, gozaron también de esta prerrogativa.

LOS MEDIOS DE APRENDIZAJE:

La enseñanza universitaria se basaba sobre la utilización de libros que servían


de texto. Estos libros eran los útiles indispensables para la vida intelectual,
auténticas herramientas de trabajo, capaces de crear necesidades nuevas, que
no tuvieron razón de ser hasta el siglo XIII; así, por tanto, el desarrollo de las
instituciones universitarias supone, paralelamente, el desarrollo del libro y su
mundo, que adquieren unas peculiares características, relacionadas con el fin
utilitario que se atribuye a los libros en el mundo universitario.

Efectivamente, el libro universitario presenta una serie de rasgos


característicos, que implican importantes novedades con respecto a los libros
de siglos preferentes, pero también con respecto al libro no universitario de la
época. Estas novedades van desde los propios sistemas de producción libraría
hasta los relativos a las características materiales; nos hablan de toda una
revolución en los usos escritorios, que va más allá del libro universitario, y que
viene determinada por la utilización creciente del escrito.
EL LIBRO UNIVERSITARIO: CARACTERÍSTICAS MATERIALES Y
PRODUCCIÓN; En cuanto a las características materiales, el formato se
redujo, haciéndose más manejable; igualmente, desde el mismo s. XIII empezó
a popularizarse el papel como materia escriptoria, lo que supuso un
considerable abaratamiento en el precio de los libros. Sea sobre pergamino,
sea sobre papel, el instrumento escriptorio más habitual era la pluma de ave,
que sustituyó al cálamo, imponiendo un ritmo más rápido en el cato de escribir.

Paralelamente, apareció la escritura gótica, que sustituyó a la carolina, El


nuevo ciclo escriptorio tenía indudables ventajas sobre el anterior; entre ellas,
la esencial era la rapidez de el trazado, fundamental en una etapa en la cual la
producción libraría tenía que acelerarse, para satisfacer una demanda cada vez
más abundante. Igualmente, la escritura gótica tenía una mayor presencia de
abreviaturas; éstas llegaron a hacerse tan numerosas y complejas, que
cavaron por ser objeto de auténticos repertorios. Finalmente, también hubo
diversos cambios en relación con la propia estructuración interna de los libros;
en efecto, surgieron títulos e índices que facilitaban considerablemente la
lectura y utilización de estos libros.

Las novedades en la producción libraría estaban determinadas por una


obligación que correspondía a todas las universidades: la de poner a
disposición de maestros y alumnos, en número suficiente y con características
idénticas, los textos de los autores que estaban incluidos en los programas
universitarios. Para atender a dicha obligación surgió un nuevo sistema de
producción de libros, la “pecia”, que se convirtió en el procedimiento
característico de edición universitaria. Los libros fabricados de acuerdo con
este procedimiento eran manuscritos formados por cuadernos copiados en
cadena, sobre la base de un original, “exemplar”; cada uno de estos cuadernos
era reproducido por un copista, que no podía incluir ningún tipo de cambio o
modificación. Una vez terminados y reunidos, esos cuadernos daban lugar a
libros auténticos.

Así, por tanto, la necesidad de disponer de libros de texto fue satisfecha a


través de la actividad de toda una serie de copistas, que se encargaban de la
reproducción de aquellas obras que eran imprescindibles para seguir los
cursos. Los copistas formaban parte de la propia estructura universitaria,
siendo la universidad la que determinaba su estatuto laboral, así como también
el salario que debían de cobrar por su trabajo.

LIBRERÍAS Y BIBLIOTECAS: una vez terminados, los libros eran depositados


en librerías, donde maestros y estudiantes podían comprarlos; en muchos
casos, eran las mismas universidades las que estabelcían un precio de venta
que tenía carácter oficial. Pese al abaratamiento que supuso la introducción de
la “pecia”, el precio de estos libros solía ser bastante alto; para remediar los
inconvenientes que esto suponía, surgieron diversos procedimientos, que
permitían a los alumnos con menos medios económicos acceder a los libros
que necesitaban consultar para realizar sus estudios.

Así, por ejemplo, las órdenes mendicantes utilizaron habitualmente uno de


estos procedimientos. Cuando sus miembros realizaban estudios universitarios,
las mismas órdenes les daban varios de los libros que iban a necesitar, así
como la suma de dinero para que pudieran adquirir otros libros; todos ellos
acababan integrándose, antes o después, en las bibliotecas de la orden.

Pero la mejor solución, y también la que acabó teniendo mayor importancia y


difusión, fue la creación de bibliotecas en las diversas universidades.
Habitualmente, las bibliotecas no tenían un carácter general, sino que se
constituían en relación con facultades y colegios. Estaban pensadas ya como
un lugar de estudio; por esa razón, se facilitaba la estancia en ellas de los
usuarios, que tenían a su disposición aquellos libros de consulta más habitual,
los cuales solían estar asegurados a las estanterías mediante cadenas, para
evitar su robo. En estas primeras bibliotecas universitarias existía también un
sistema de préstamo, que afectaba a aquellos libros de los que había varios
ejemplares.

Estas bibliotecas no solían tener unos fondos muy abundantes, limitándose-en


los mejores casos-a apenas una par de miles de ejemplares. Aunque parte de
sus fondos se conseguía a través de compras, empleando unas rentas que a
ello estaban destinadas, otra parte procedía de donativos o legados de
particulares, fundamentalmente de profesores y antiguos alumnos. Por
ejemplo, tras la muerte de Roberto de Sorbon, uno de los más grandes
protectores de la universidad de París en el Medievo, su biblioteca privada,
compuesta sobre todo por Sagradas Escrituras y obras de Patrísitca, pasó a
integrarse en los fondos de la biblioteca universitaria.

En relación con las bibliotecas se desarrollaron los primeros puestos de


bibliotecarios universitarios. Estos bibliotecarios gozaban de escasa
consideración; por lo general, desempeñaban este oficio profesores que
estaban iniciando su carrera profesional, incluso a veces, simples estudiantes.
Entre sus funciones estaba la de hacer catálogos de la bibliotecas en la
realizaban su trabajo. También surgen una serie de normas, que trataban de
regular el comportamiento tanto de los bibliotecarios como de los usuarios, En
ellas se incluían reglas destinadas a evitar situaciones de riesgo-los tan
temidos incendios- y a facilitar el trabajo de los bibliotecarios y usuarios, pero
también se intentaba proteger los Iibros conservados en estas bibliotecas.

LA VIDA COTIDIANDA:
Como toda corporación, la universidad fue capaz de crear un determinado
estilo de vida, en el que debían integrarse todos sus miembros, tanto
estudiantes como profesores; un estilo de vida que impregna toda una serie de
detalles relativos a la vida cotidiana.

El calendario escolar:

Dentro de esta vida cotidiana universitaria ocupaba un lugar destacado el


calendario escolar. Muchas veces, este calendario no contemplaba la
existencia de unas vacaciones escolares en el sentido estricto, aunque sí un
período de menor actividad académica. Éste se correspondía con el verano,
incluyendo habitualmente los mese de julio y agosto, aunque con variaciones,
según los diversos centros universitarios; a lo largo de este período, los
maestros cesarían en su actividad docente, pero los bachilleres y estudiantes
continuarían con sus respectivas tareas, aunque trabajando a un ritmo más
lento que el resto del curso.

Como es lógico, dentro de unos centros de enseñanza determinados por su


carácter eclesiástico, se guardaba el domingo, y así como las fiestas de
carácter universitario. Entre los domingos, unas festividades y otras, el
calendario escolar se aligeraba considerablemente: prácticamente no existían
más de 130/140 días lectivos completos a lo largo del año. Las actividades
lectivas se iniciaban al amanecer, cuando se celebraba la clase de prima, y
terminaban con la clase de vísperas, la última de todas, que tenía lugar hacia
las cinco de la tarde. Las clases solían durar de dos a tres horas cada una.

Las religiosidad de los universitarios: La piedad religiosa ocupaba un lugar


destacado dentro de la vida universitaria; por una parte, porque la comunidad
como tal estaba marcada por la orientación de los eclesiásticos, pero también
porque, como todas las demás corporaciones urbanas, tenía una vertiente
religiosa que se manifestaba de una forma propia y característica.

Los actos religiosos de carácter colectivo se regulaban en los estatutos, y era


obligada la asistencia a ellos; incluían las misas dominicales, y las festividades
de los santos patronos- entre ellos ocupaba un lugar destacado San Nicolás-,
así como algunas festividades que estaban muy arraigadas en la piedad
popular de la época, como las de carácter mariano o el Corpus Christi.
Igualmente, se consideraba obligada la asistencia a los funerales ofrecidos por
los distintos de la corporación.
También se consideraba una obligación la predicación ante los miembros de la
propia comunidad universitaria, incluso aunque tan sólo se hubiera recibido la
tonsura. Estas predicaciones se realizaban siempre en latín, utilizando muchos
recursos retóricos, y usando también muchas citas bíblicas.

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