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En el marco de la situación imperante en la educación, la estrategia antihegemónica

a nivel pedagógico descansa básicamente sobre dos pilares. Uno, que consiste en la
resistencia creativa al modelo educativo preponderante, especialmente en la
educación pública, que posibilita en un primer momento mayor capacidad de
acción; y el otro, que se sustenta en la construcción de una educación nueva en el
sector popular de la sociedad.

Para resistir y crear una educación alternativa a la que se ha analizado


críticamente, y por ende, coadyuve en el difícil proceso de desalienación de los
estudiantes, trabajadores y marginados, se requiere ir edificando socialmente una
nueva teoría educativa, en base a la lucha cotidiana. Ello es relevante, por cuanto
facilitaría una identificación de los hechos de la vida que aparecen a nivel
fenoménico como neutros, y, dentro de este proceso de demistificación, instaurar
un conocimiento que responda a las necesidades de los subordinados y así poder
crear sujetos que dispongan de la capacidad de crítica y acción para revertir el
actual orden regido por las corrientes más conservadoras del capital. El proceso de
elaboración de una teoría emancipadora de la educación debe realizarse con la
participación activa de profesores, alumnos, y los trabajadores de la producción
económica, política y cultural.

La teoría educativa de nuevo tipo que debe desarrollarse tiene que contener como
uno de sus objetivos centrales el desarrollo de una capacidad de crítica que
posibilite determinar los distintos mecanismos de poder que existen en el proceso
de producción capitalista de los conocimientos y en la formación de los estudiantes.
Para ello, hay que desentrañar como los currículos transmiten los valores
dominantes, en que consiste el proceso de trabajo de los profesores y la pedagogía
predominante, y formular un marco para las luchas políticas para cambiar las
instituciones educativas y la sociedad.

Dentro de la perspectiva teórica antes trazada, debe desvelarse el currículo que se


esconde detrás del currículo formal, puesto que, como ya se señaló, la producción
de conocimientos en los diversos centros educativos se edifica en base a
estructuras ocultas de significación que han sido moldeadas por la ideología y poder
dominante, el cual ha logrado imponerse temporalmente con respecto a las
posiciones culturales y políticas que defienden los grupos subordinados. Para ello se
requiere de un análisis riguroso de la relación entre el conocimiento imperante en
los entes educativos, y el poder de los grupos privilegiados en la sociedad[1].

En lo que se refiere a la pedagogía, ésta debe analizarse críticamente para


determinar como los conocimientos inculcados promueven ciertos valores, criterios
y prácticas compatibles con las clases y/o grupos que sustentan el poder. Lo
señalado posibilitará que las instituciones enseñen a los estudiantes a enfrentar a la
ideología dominante y a asumir riesgos en la lucha por establecer un sistema
educativo que posibilite emancipar a los hijos de los trabajadores de la alienación a
la cual están sujetos para que acepten la situación imperante. 

Para dar coherencia y capacidad de materialización a la teoría educativa propuesta,


se requiere de una racionalidad de nuevo tipo que propugne la emancipación, y no
una que mantiene el status quo, como ocurre con la racionalidad positivista y
tecnocrática que predomina. En el contexto emancipativo en el cual se enmarca la
construcción de la teoría educativa, la racionalidad de nuevo tipo debe sustentarse
en los principios de la crítica y la acción para el cambio. Es decir, tiene que
posibilitar el manejo creativo del conflicto y la contradicción en beneficio de las
causas populares, a diferencia de lo que sucede con la racionalidad instrumental
que pretende homogeneizar los intereses entre clases, razas y sexos, que
sustentan posiciones antitéticas. La teoría educativa liberadora debe facilitar a los
oprimidos la apropiación de sus propias historias culturales, y no como ahora que
son eliminadas, producto de la educación tecnocrática positivista. Para ello se debe
dotar a los estudiantes de los elementos teóricos para combatir las formas de
alienación y reificación a que están expuestos por los valores y prácticas de la
cultura dominante. Para alcanzar lo anterior, es fundamental que los estudiantes,
así como los profesores, participen activamente en el proceso de la producción de
conocimiento que, como vimos, se está centralizando. Dentro de esta perspectiva,
se tiene que mantener un diálogo estrecho y permanente con el sector popular de
la economía, para conocer su problemática, organización y funcionamiento, a fin de
poder coadyuvar decisivamente en la solución de los problemas que confrontan los
pobres.

Como se podrá apreciar, los entes educativos tienen que privilegiar los vínculos con
el sector popular de la sociedad, y, en el proceso, coadyuvar en la constitución de
grupos de reflexión y acción en la producción económica y política de este sector de
la sociedad. Este proceso dialéctico de análisis crítico y transformación de la
realidad social, política y cultural de los oprimidos debe tender progresivamente a
eliminar las fronteras entre la teoría y la práctica, y entre los entes educativos  y el
resto de la sociedad.

Dentro del proceso de ir borrando cada vez más las líneas divisorias entre las
entidades educativas y la sociedad, es primordial que los centros de enseñanza
propicien la ampliación y/o creación de espacios públicos para que los ciudadanos
puedan discutir la problemática social y política con el fin de que las personas
tengan una voz sobre sus vidas y en el diseño de las formas sociales y políticas a
través de la cual la sociedad debe ser gobernada. A través de este proceso de
diálogo democrático de la población, la pedagogía crítica tiene que nutrirse de los
problemas que enfrentan día a día los trabajadores, así como de la cultura popular,
con el fin de dar cabida en el proceso de creación de conocimiento a las voces de
los que siempre han sido marginados.

En el marco de esta lógica participativa y emancipadora, los profesores y


estudiantes deben dejar de limitar su papel al de simple emisores y receptores de
conocimientos, y convertirse en verdaderos movilizadores culturales que hagan
factible que se materialice un proceso de desalienación de los sectores populares, e
ir formando progresivamente sujetos de cambio. Como se podrá apreciar, la
pedagogía crítica necesita ir desarrollando una nueva forma de actuación tanto de
profesores y estudiantes, para que se conviertan en sujetos de transformación
política y social.

La pedagogía a fomentar tiene que tender a sustentarse en un currículo de nuevo


tipo que debe ser elaborado democráticamente. Para ello se deberá comenzar a
reconocer que existen "diferentes posiciones sociales y repertorios culturales en las
aulas y relaciones de poder entre ellas"[2].

 
Para desentrañar estas posiciones distintas, es primordial dilucidar la función
política de los entes educativos en términos de dominación de clase, raza y género,
para lo cual el estudio del currículo oculto que impera da un número importante de
luces de cómo se construye la hegemonía en la producción cultural. El currículo de
nuevo tipo que debe ir construyéndose de manera participativa, tiene que tener por
finalidad desarrollar en los estudiantes su capacidad de crítica, sensibilidad social y
de ligar la educación con los factores estructurales de la sociedad. Esta visión del
currículo permitirá que los alumnos sean capaces de poner en juego las categorías
que rigen el sentido común, y en base a ello, propiciar nuevas formas de ver la
realidad social y de proyectar acciones para transformar la situación existente [3].

La nueva pedagogía tendrá que transformar la división del trabajo académico


destinado a la producción de conocimientos. Se debe revisar la división del
conocimiento por disciplinas, que conlleva la concepción tayloriana, por cuanto
fragmenta el conocimiento para facilitar el proceso de control y, de esa manera,
asegurar la hegemonía de la clase dominante. Asimismo, a medida que los procesos
de producción de conocimientos tiendan a devenir cada vez más críticos, y por lo
tanto interroguen sus propios presuposiciones, se debe abandonar la búsqueda de
métodos únicos y más bien se tiene que incentivar la creatividad en la
determinación de teorías y métodos de enseñanza. Es decir, hay que luchar contra
la dictadura del método único, que pretende tener la exclusividad en la generación
de los verdaderos conocimientos.

El currículo de nuevo tipo debe incorporar la cultura popular para tomar en cuenta
los valores populares. La música popular, por ejemplo, introduce ciertos códigos
compartidos de significación musical que tienden a establecer una cierta unidad
entre el público que la escucha. Le da una forma cultural al "gusto público" y
contribuye a la definición de lo que esos gustos expresan en términos de identidad,
valores, entre otros[4].

En el sector popular de la sociedad, se tendría que ir edificando colectivamente y


progresivamente un sistema educativo propio, haciendo uso de los fondos de
acumulación que se vayan creando en base a las formas asociativas de producción
en la esfera económica. Se debe comenzar con escuelas que funcionen el domingo
para criticar y complementar la educación de los colegios públicos, con el objetivo
de enseñarles a los alumnos una nueva visión social donde se privilegie el trabajo
colectivo, la igualdad y solidaridad, en contraposición con los valores de la sociedad
capitalista que son motivados por el individualismo, la ganancia y el fetichismo de
la mercancía. En estos colegios del domingo [5], habría que educar a los hijos de los
trabajadores a desarrollar un sentido de comunidad, de crítica de los valores,
tradiciones y prácticas que están inmersas en la educación pública positivista y en
la "reforma" neoliberal – neoconservadora. Se debe también formarlos para que
puedan tener una participación activa en la solución colectiva de los problemas de
la comunidad en que viven.

Los profesores, que deben trabajar en los colegios del domingo, tienen que ser
aquellos que posean una gran predisposición en apoyar a los trabajadores y
marginados, y sean capaces de hacer participar a los alumnos en el proceso de
producción de los conocimientos, tomando en cuenta sus puntos de vista. Lo citado
es más importante que sus capacidades tecnocráticas y diplomas profesionales, que
son los criterios que priman en la educación formal [6]. El currículo debe contener un
conjunto articulado de conocimientos que sean alternativos a los utilizados en la
educación pública. Énfasis se debería proporcionar en el proceso participativo de la
construcción del currículo, el desarrollo de una actitud crítica hacia la educación
pública, desde la perspectiva de visualizar el proceso de producción de
conocimiento como un programa destinado a transformar la vida social imperante.
Además, en su proceso de formulación se tendrá que tomar en cuenta los serios
problemas que enfrenta la comunidad y la sociedad en su conjunto en lo relativo al
desempleo, condiciones de trabajo, trabajo de menores, destrucción de la
naturaleza, enfermedades propias de la pobreza, facilidades sanitarias, entre otros.
Debería propiciarse la difusión de conocimientos sobre formas colectivas de
organizar la producción económica, la salud, la justicia entre otros para responder
de manera creativa y cooperante a las necesidades tanto económicas como
culturales y políticas de la comunidad. Igualmente, los estudiantes deberán ser
educados de tal manera que tengan un enfoque crítico sobre la organización social
de la sociedad y del sector formal y de las relaciones internacionales de dominación
que se ejercen sobre el país. Especial énfasis tendrá que asignársele a la historia de
la clase trabajadora y la lógica de su vida cotidiana.

Estos colegios de los domingos deberán progresivamente constituirse en entes


educativos que dicten clases diarias y se conviertan en una alternativa real a la
educación pública para los pobres. Asimismo, bajo la misma perspectiva deberán
crearse centros de enseñanza superior que respondan mejor a la problemática de
los sectores populares que las universidades actuales, que se orientan
principalmente a responder a las necesidades de las grandes corporaciones y al
sector formal en general. Muchas veces sus currículos son una imitación de
Universidades foráneas de países centrales.  

H.A. Giroux. Ideology, Culture and the Process of Schooling.  Temple University Press.
[1]

Philadelphia. 1981.
[2]
Michael W: Apple. Cultural Politics and Education. Teachers College Press. New York. 1996
[3]
Henry A: Giroux. Theory and Resistance in Education. Bergen and Garvey. Westport. 2001

Cary Nelson and Lawrence Grossberg (eds). Marxism and the Interpretation of culture.
[4]

University of Illinois Press. Chicago. 1988


[5]
Una experiencia interesante de colegios del domingo se desarrolló a principios del siglo veinte
en Estados Unidos en ciertas agrupaciones de izquierda. Para mayor detalle, ver Kenneth
Teitelbaum. Socialism por "Good rebels". Temple Universitity Press. Philadelphia. 1993
[6]
Kenneth Teitelbaum. Schooling for "Good rebels": Op. cit.

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