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LAS ARTES SOCIALES

Daniel Goleman

Como suele ocurrirles a los chicos de cinco años con sus hermanos menores, Len ha perdido la
paciencia con Jay, su hermano de dos años y medio, que está revolviendo todos los bloques lego
con los que han estado jugando. Impulsado por un arranque de ira, Len muerde a Jay, que se echa
a llorar. Al oír los gritos 1 de dolor de Jay, su madre se acerca a toda prisa, reprende a Len y le
ordena que guarde los objetos que son motivo de pelea, los bloques Lego. Ante esto –que
seguramente le parece una terrible injusticia- Len se echa a llorar. Todavía irritada, su madre se
niega a consolarlo.

Pero Len recibe consuelo de una fuente inesperada: Jay, que –aunque fue el que recibió el daño
originalmente- ahora está tan preocupado por las lágrimas de su hermano mayor que se embarca
en la tarea de consolarlo. La conversación es, aproximadamente, como sigue: 3

-Len, no- implora Jay-. No llores más. No llores más. Pero Len sigue llorando. Como su súplica
directa ha fracasado, Jan le implora y le da unos golpecitos a su hermano en la espalda mientras le
dice en tono tranquilizador:

-Mira, Len. Basta de llorar

Pero los sollozos de Len continúan, a pesar de las palabras de consuelo. Entonces Jay recurre a
otra táctica: le ofrece ayuda a su hermano para guardar los bloques de lego en bolsa mientras le
dice en tono amistoso:

-Ya está, Len. Yo los guardo para Lennie, ¿sí?

A pesar de todo, el llanto continúa. El ingenioso Jay prueba con otra táctica, de la
distracción. Mientras le muestra a su hermano un coche de juguete, Jay intenta distraerlo de la
tragedia menos que ha caído sobre él.

-Aquí está el hombre. ¿Qué es esto, Len? ¿Qué es esto, Len? A Len no le interesa. No tiene
consuelo; su llanto es irrefrenable. Su madre pierde la paciencia y recurre a la clásica amenaza:

-¿Quieres que te pegue?

13
La conversación entre Jan y Len fue mencionada por Judy Dunn y Jane Brown en “Relationships, Talk About Feelings,
and the Development of Regulation in Early Childhood”, Judy Gerber y Kenneth A. Dodge, eds., The Development of
Emotion Regulation and Dysregulation, Cambridge, Cambridge, Cambridge University Press, 1991. Los tanques
dramáticos me pertenecen.
Len responde con un tembloroso

-No.

-Entre cállate, por favor –dice la madre con firmeza, aunque un poco exasperada. Entre sollozos,
Len logra responder en toco jadeante:

-Trato de hacerlo.

Esto impulsa la última estratagema de Jay: imitando la firmeza y la voz autoritaria de su madre,
amenaza a su hermano:

-Basta de llorar Len. ¡Te pego en el trasero!

Este microdrama revela la notable sofisticación emocional que en un chico de sólo treinta meses
puede mostrar en su intento por manejar las emociones de otra persona. En su urgente intento
por calmar a su hermano, Jay es capaz de desarrollar un enorme repertorio de tácticas, desde la
sencilla súplica, hasta b0uscar la alianza con su madre (que no le sirve de nada), el consuelo físico,
el ofrecimiento de ayuda, hasta las distracciones, las amenazas y las órdenes directas. No cabe
duda de que Jay cuenta con un arsenal que ha sido aplicado con él en momentos de aflicción. No
importa. Lo que cuenta es que él puede utilizarlo rápidamente en un caso de apuro, a pesar de su
corta edad.

Por supuesto, como saben los padres que tienen hijos más pequeños, la muestra de
empatía y consuelo de Jay no es en modo alguno universal. Es probable que un chico de su edad
considere la aflicción de su hermano como una oportunidad de vengarse, y que haga todo lo
posible para que la aflicción sea aún peor. Esas mismas habilidades pueden utilizarse para
importunar o atormentar a un hermano. Pero incluso esa actitud mezquina expresa la aparición de
una aptitud emocional fundamental: la capacidad de conocer los sentimientos de otro y de actuar
de una manera que dé nueva forma a esos sentimientos. Ser capaz de manejar las emociones de
otro es la esencia del arte de mantener relaciones.

Para manifestar este poder interpersonal, los niños primero debes alcanzar parámetros de
autodominio, el comienzo de la capacidad de aliviar su propia ira y aflicción, sus impulsos y
excitación, aunque esa habilidad a menudo tambalea. La sintonía con otros exige un mínimo de
serenidad en uno mismo. Las señales tentativas de esta habilidad para manejar sus propias
emociones surgen aproximadamente en esta misma etapa: el niño que da los primeros pasos
comienza a ser capaz de esperar de quejarse, de discutir o engatusar para conseguir lo que quiere
en lugar de usar la fuerza… Aunque no siempre elige usar esta habilidad. La paciencia surge como
una alternativa a las rabietas, al menos de vez en cuando. Y las señales de empatía surgen
alrededor de los dos años; fue la empatía de Jay, la raíz de la compasión, lo que lo llevó a intentar
tan arduamente alegrar a su lloroso hermano, Len. Manejar así las emociones de otro –el arte
de las relaciones- exige la madurez de otras dos habilidades emocionales, autogobierno y
empatía.

Sobre esta base, las “habilidades de la persona” maduran. Estas son las capacidades que
contribuyen a la eficacia en el trato con los demás; aquí los déficits conducen a la ineptitud en el
mundo social o a los desastres interpersonales repetidos. En efecto, es precisamente la ausencia
de estas habilidades lo que puede hacer que incluso los más brillantes intelectuales fracasen en
sus relaciones, apareciendo como arrogantes, desagradables o insensibles. Estas habilidades
sociales le permiten a uno dar forma a un encuentro, movilizar o inspirar a otros, prosperar en las
relaciones íntimas, persuadir e influir, tranquilizar a los demás.

Mostrar alguna emoción

Una competencia social clave es lo bien o mal que la gente expresa sus propios
sentimientos. Paul Ekman utiliza la expresión reglas de demostración para el consenso social
acerca de qué sentimientos pueden mostrarse adecuadamente y cuándo. Las culturas a veces
varían enormemente en este sentido. Por ejemplo, Ekman y sus colegas de Japón estudiaron las
reacciones faciales de alumnos ante una horrenda película acerca de la circuncisión ritual de
adolescentes aborígenes. Cuando los estudiantes japoneses vieron la película en presencia de una
figura de autoridad, sus rostros mostraron sólo reacciones leves. Pero cuando creyeron que
estaban solos (aunque estaban siendo filmados por una cámara oculta) sus facciones se
contrajeron en vívidas mezclas de aflicción angustiada, temor y disgusto.

Existen varias clases básicas de reglas de demostración. 4 Una es minimizar las muestras de
emoción: esta es la norma japonesa para los sentimientos de aflicción en presencia de alguien con
autoridad, que los alumnos estaban siguiendo cuando ocultaron su perturbación con una
expresión inmutable. Otra es exagerar lo que uno siente magnificando la expresión emocional;
esta es la táctica utilizada por el niño de seis años que contorsiona la cara dramáticamente con el
seño fruncido, los labios temblorosos, mientras corre hacia su madre para quejarse del tormento
al que lo somete su hermano mayor. La tercera es reemplazar un sentimiento por otro; esto entra
en juego en algunas culturas asiáticas en las que es descortés decir que no, y en lugar de eso se
hacen promesas positivas (aunque falsas). Lo bien que uno emplee estas estrategias, y sepa
cuándo hacerlo, es un factor de la inteligencia emocional.
Aprendemos estas reglas de demostración muy pronto, en parte med 2iante la instrucción explícita.
Una educación en las reglas de demostración es impartida cuando le indicamos al niño que no se
muestre decepcionado y que en lugar de eso sonría y dé las gracias cuando su abuelo le ha hecho
un regalo de cumpleaños espantoso aunque bienintencionado. Esta educación en las reglas de
demostración, sin embargo, se realiza con mayor frecuencia dando el ejemplo: los chicos
aprenden a hacer lo que ven hacer. Al educar los sentimientos, las emociones son al mismo
tiempo el medio y el mensaje. Si un padre le dice a su hijo “sonríe y da las gracias” y lo hace en una
actitud dura, exigente y fría, mascullando el mensaje en lugar de susurrarlo cariñosamente, es más
probable que el niño aprenda una lección muy distinta, y en realidad responda a su abuelo con el
ceño fruncido y con un “gracias” lacónico e inexpresivo. El efecto que produce en el abuelo es muy
diferente: en el primer caso, se siente feliz (aunque engañado), y en el segundo queda
herido por el mensaje confuso.

Las demostraciones emocionales, por supuesto, tienen consecuencias inmediatas en el impacto


que producen en la persona que las recibe. La regla que aprende el niño es algo así como:
“Disfraza tus verdaderos sentimientos cuando pueden lastimar a alguien a quien amas; en lugar de
eso sustitúyelo por un sentimiento falso pero menos hiriente”. Estas reglas para expresar
emociones son algo más que una parte del léxico de los cánones sociales; dictan el impacto que
nuestros sentimientos producen a los demás. Seguir bien estas reglas es tener un impacto
óptimo; hacerlo deficientemente supone fomentar un desastre emocional.

Por supuesto, los actores son artistas de la demostración emocional; su expresividad es lo que
provoca respuesta en el público y, sin duda, algunos de nosotros entramos en la vida como actores
naturales. Pero en parte porque las lecciones que aprendemos sobre reglas de demostración
varían de acuerdo con los modelos que hemos conocido, la pericia difiere enormemente de una
persona a otra.

Expresividad y contagio emocional

Eran los comienzos de la guerra de Vietnam cuando los soldados de un pelotón norteamericano
estaban en cuclillas en medio de un arrozal, en pleno tiroteo con el Vietcong. De repente, una
fila de seis monjes empezó a caminar a lo largo de las pequeñas elevaciones que separaban
un arrozal de otro. Con serenidad y porte perfecto, los monjes caminaban directamente hacia la
línea de fuego.

“No miraban a la derecha ni a la izquierda. Caminaban en línea recta, recuerda David Busch, uno
de los soldados norteamericanos. “Fue realmente extraño, porque nadie les disparó. Y después
24
El tema de la exhibición de reglas aparece mencionado en Paul Ekman y Wallace Friesen, Unmasking the Face,
Englewood –Cliffs, NJ, Prrentice Hall, 1975
que terminaron de caminar por los montículos. De pronto el deseo de lucha me abandonó. Ya no
tenía ganas de seguir haciendo eso, al menos ese día. Debió de ser así todos, porque todos
abandonaron. Simplemente dejamos de combatir. 5

El poder del sereno coraje de los monjes para apaciguar a los soldados en el fragor de la batalla
ilustra un principio básico de la vida social: La mayor parte del contagio emocional es mucho más
sutil, parte de un intercambio tácito que se produce en cada encuentro. Trasmitimos y captamos
estados de ánimo unos de otros en lo que equivale a una economía subterránea de la psiquisen la
que algunos encuentros tóxicos y algunos nutritivos. Este intercambio emocional se produce
típicamente en un nivel sutil y casi imperceptible; la forma en que un vendedor le da a uno las
gracias puede hacer que se sienta pasado por alto, ofendido o verdaderamente bienvenido y
apreciado. Nos contagiamos mutuamente los sentimientos como si se tratara de una especie de
virus social.

Enviamos señales emocionales en cada encuentro, y esas señales afectan a aquellas personas con
las que estamos. Cuanto más hábiles somos socialmente, mejor controlamos las señales que
emitimos; la reserva de la sociedad cortés es, después de todo, sólo un medio de asegurar que
ninguna perturbadora filtración emocional alterara el encuentro (una regla social que, cuando
entra en la esfera de las relaciones íntimas, resulta sofocante). La inteligencia emocional incluye el
manejo de este intercambio “popular” y “encantadora” son términos que utilizamos para
referirnos a la persona con la que nos gusta estar porque sus habilidades emocionales nos ayudan
a sentirnos bien. La gente que es capaz de ayudar a otros a calmar sus sentimientos posee un
producto social especialmente valioso; son las almas a quienes otros recurren cuando padecen
alguna necesidad emocional. Todos formamos parte de la caja de herramientas del otro para el
cambio emocional, para bien o para mal.

Consideremos esta notable demostración de la sutileza con la que las emociones pasan de una
persona a otra. En un sencillo experimento, dos voluntarios llenaron una lista acerca de los
estados de ánimo que experimentaban en ese momento y luego sencillamente se sentaron uno
frente a otro, en silencio, mientras esperaban que la experimentadora regresara a la
habitación. Dos minutos más tarde volvió y les pidió que llenaran nuevamente una lista de estados
de ánimo. La pareja estaba expresamente formada por una persona que manifestaba muy
abiertamente sus emociones y otra que era inexpresiva. Invariablemente, el estado de ánimo de la
persona más expresiva había sido transferido a la más pasiva. 6
3

¿Cómo se produce esta transmisión mágica? La respuesta más verosímil es que inconscientemente
imitamos las emociones que vemos en otra persona, a través de una mímica motriz de su
expresión facial, sus gestos, su tono de voz y otras marcas no verbales de emoción. Mediante esta
imitación, las personas recrean en ellas mismas el humor del otro, una versión en tono menor del
36
El estudio de la transmisión del estado de ánimo y la sincronía fue realizado por Ellen Sullins en el número de abril de
1991 del Personality and Social Psychology Bulletin
método de Stanislavsky, en el que los actores recuerdan gestos, movimientos y otras expresiones
de una emoción que han experimentado intensamente en el pasado con el fin de evocar
nuevamente esos sentimientos.

La imitación cotidiana de los sentimientos es comúnmente bastante sutil. Ulf Dimberg, un


investigador sueco de la Universidad de Uppsala, descubrió que cuando la gente ve un rostro
sonriente o un rostro airado, el suyo da muestras de ese mismo estado de ánimo a través de
ligeros cambios en los músculos faciales. Los cambios son evidentes a través de sensores
electrónicos pero no pueden percibirse a simple vista.

Cuando dos personas interactúan, la dirección en que se transmite el estado de ánimo es del que
es más enérgico para expresar sus sentimientos al que es más pasivo. Pero algunas personas son
especialmente susceptibles al contagio emocional; su sensibilidad innata hace que su sistema
nervioso autónomo (una marca de actividad emocional) se dispare más fácilmente. Esta
característica parece hacerlos más impresionables; los anuncios comerciales sentimentales
pueden provocarles lágrimas, mientras una charla fugaz con alguien que se siente feliz puede
estimularlos (también puede hacerlos más empáticos, ya que se sienten más fácilmente
conmovidos por los sentimientos de los demás).

John Cacioppo, el psicofisiólogo de la Universidad Estatal de Ohio que ha estudiado este sutil
intercambio emocional, comenta: “el sólo hecho de ver que alguien expresa una emoción
puede provocar ese estado de ánimo, tanto si uno se da cuenta o no de que imita la expresión
facial. Esto nos ocurre constantemente, hay una danza, una sincronía, una transmisión de
emociones. Esta sincronía del estado de ánimo determina que uno sienta que una interacción
salió bien”.

El grado de compenetración emocional que las personas sienten en un encuentro queda reflejado
por la exactitud con que se combinan sus movimientos físicos mientras habla, un indicador de
cercanía del que típicamente no se tiene conciencia. Una persona asiente con la cabeza cuando
otra hace una observación, o ambas se mueven en su silla al mismo tiempo, o una se echa hacia
adelante mientras la otra se mueve hacia atrás. La combinación puede ser sutil hasta el
punto de que ambas personas se balanceen en sus sillas giratorias al mismo ritmo. Como
descubrió Daniel Stern al observar la sincronía entre madres con sintonía y sus hijos, la misma
reciprocidad une los movimientos que experimentan compenetración emocional.

Esta sincronía parece facilitar el envío y recepción de estados de ánimo, incluso si estos son
negativos. Por ejemplo, en un estudio de sincronía física, mujeres deprimidas se
presentaron en un laboratorio con sus parejas y discutieron un problema que se presentaba en su
relación. Cuánta mayor sincronía existía entre ambos a nivel no verbal, peor se sentían después
de la discusión las parejas de las mujeres deprimidas: ellos se habían contagiado el mal humor de
sus novias.4 En resumen, tanto si la persona se siente abatida como optimista, cuanto más
físicamente entonizado es su encuentro, más similares terminarán siendo sus estados de ánimo.

La sincronía entre profesores y alumnos indica en qué medida se sienten compenetrados; estudios
efectuados en aulas muestran que cuanto mayor es la coordinación de movimientos entre
profesor y alumno, más amigables, contentos, entusiasmados, interesados y sociables se muestran
mientras interactúan. En general, un elevado nivel de sincronía en la interacción significa que las
personas que participan se caen bien. Frank Bernieri, el psicólogo de la Universidad Estatal de
Oregón que llevó a cabo estos estudios me dijo: “la comodidad o incomodidad que uno siente con
alguien es en cierto modo física. Es necesario tener un ritmo compatible, coordinar los
movimientos, sentirse cómodo. La sincronía refleja la profundidad del compromiso entre los
miembros de la pareja; si uno está muy comprometido, los estados de ánimo empiezan a
confundirse, ya sea los positivos o los negativos”.

En resumen, la coordinación de los estados de ánimo es la esencia de la compenetración, la


versión adulta de la sintonía que una madre experimenta con su hijo. Un determinante de la
efectividad interpersonal, plantea Cacioppo, es la habilidad con que la gente desarrolla su
sincronía emocional. Si son hábiles para sintonizar con el estado de ánimo de otra persona, o
logran dominar fácilmente a otros, entonces sus interacciones serán más parejas a nivel
emocional. La marca de un líder o actor poderoso es ser capaz de influir en una audiencia de miles
de personas en ese sentido. Del mismo modo, Cacioppo, señala que las personas que no logran
percibir o transmitir emociones son propensas a tener problemas en sus relaciones, dado que los
demás suelen sentirse incómodos con ellas, aunque no pueden expresar por qué.

Fijar el tono emocional de una interacción es, en cierto sentido una señal de dominio en un nivel
íntimo y profundo: significa guiar el estado emocional de la otra persona. Este poder de
determinar la emoción está relacionado con lo que se conoce en biología como un zeitgeber
(literalmente, “tomador de tiempo”), un proceso (como el ciclo día-noche, o las fases mensuales
de la luna) que interviene en los ritmos biológicos. En el caso de una pareja que baila, la música es
un zeitgeber físico. En lo que se refiere a los encuentros personales, la persona que tiene la mayor
fuerza expresiva –o el mayor poder- es típicamente aquélla cuya emociones influyen en la otra.
Los miembros dominantes de la pareja hablan más, mientras el subordinado observa más el rostro
del otro, lo cual supone una disposición para la transmisión del afecto. De la misma forma, la
fuerza de un buen orador –un político o un evangelista, digamos- actúa para influir en la emoción
del público.
Los rudimientos de la inteligencia social

4
Los estudios sobre sincronía y transmisión del estado de ánimo fueron efectuados por Frank Bernieri, psicólogo de la
Universidad Estatal de Oregón; escribir acerca de su trabajo en The New York Times. Gran parte de esta investigación
aparece mencionada en Bernieri y Robert Rosenthal, “Interpersonal Coordination, Behavior Matching, and Interpersonal
Synchrony” en Robert Feldman y Bernard Rijme, eds., Fundamentals of Nonverbalo Behavior Cambridge University
Press, 1991.
Es el recreo en un preescolar, y un grupo de chicos corre por la hierba. Reggie tropieza, se lastima
la rodilla y empieza a llorar, pero los demás chicos siguen corriendo; todos salvo Roger, que se
detiene. Mientras los sollozos de Reggie se calman, Roger se agacha y se frota la rodilla mientras
dice: ¡Yo también me lastimé la rodilla!

Roger aparece mencionado como un niño de ejemplar inteligencia interpersonal por Thomas
Hatch, colega de Howard Gardner en Spectrum, la escuela basada en el concepto de las
inteligencias múltiples. Al parecer, Roger es inusualmente experto en reconocer los sentimientos
de sus compañeros y hacer rápidas y fáciles conexiones con ellos. Roger fue el único que reparó en
la situación y el dolor de Reggie, y el único que intentó proporcionarle cierto alivio, aunque lo
único que pudo hacer fue frotar su propia rodilla. Este pequeño gesto demuestra un talento para
la compenetración, una habilidad emocional esencial para la preservación de las relaciones
íntimas, ya sea en el matrimonio, en la amistad o en una sociedad comercial. Estas habilidades en
un niño que está en edad preescolar son el capullo de los talentos que madurarán a lo largo de la
vida.

El talento de Roger representa una de las cuatro capacidades que Hatch y Gardner identifican
como componentes de la inteligencia interpersonal:

• Organización de grupos: esencial en un líder, esta habilidad incluye esfuerzos iniciadores y


coordinadores de una red de personas. Es el talento que se ve en los directores y productores de
teatro, en los oficiales militares, y en los directores efectivos de organizaciones y unidades de todo
tipo. En el patio de juegos, este es el niño que toma la iniciativa y decide a qué jugarán todos, o se
convierte en el capitán del equipo.

• Negociación de soluciones: es el talento del mediador, que previene conflictos o resuelve


aquellos que han estallado. Las personas que tienen esta habilidad se destacan en la realización de
acuerdos, en arbitrar o mediar en disputas; podrían hacer carrera en la diplomacia, en el arbitraje
o en la ley, o como intermediarios o administradores de adquisiciones. Son lo niños que resuelven
las disputas en el patio de juegos.

• Conexión personal: es el talento de Roger, el de la empatía y la conexión. Hace que resulte fácil
participar en un encuentro o reconocer y responder adecuadamente a los sentimientos y las
preocupaciones de la gente… el arte de las relaciones. Estas personas son ideales para el “trabajo
en equipo”, son esposas confiables, buenos amigos o socios comerciales; en el mundo comercial
se desempeñan bien como vendedores o administradores, y pueden ser excelentes maestros. Los
chicos como Roger se llevan bien con casi todo el mundo, les resulta fácil jugar con los demás y se
sienten felices al hacerlo. Estos niños suelen ser excelentes para interpretar las emociones a
partir de las expresiones faciales, y son apreciados por sus compañeros.

• Análisis social: supone ser capaz de detectar y mostrar comprensión con respecto a los
sentimientos, los motivos y las preocupaciones de la gente. Este conocimiento de cómo se sienten
los demás puede conducir a una fácil intimidad o sentido de la compenetración. En su mayor
expresión, esta capacidad convierte a la persona en una competente terapeuta o consejero o,
combinado con algún talento literario, en un talentoso novelista o dramaturgo.

Tomadas en conjunto, estas habilidades son la materia del refinamiento interpersonal, los
ingredientes necesarios del encanto, el éxito social, incluso el carisma. Aquellos que son expertos
en la inteligencia socia pueden relacionarse con las demás personas bastante fácilmente, ser
sagaces en la interpretación de sus reacciones y sentimientos, dirigir y organizar y aclarar las
disputas que pueden desencadenarse en cualquier actividad humana. Son los líderes naturales, las
personas que pueden expresar los sentimientos colectivos tácitos y articularlos de tal manera que
guíen al grupo hacia sus objetivos. Son la clase de personas con las que los demás quieren estar
porque resultan emocionalmente enriquecedores: ponen a los demás de buen humor y provocan
comentarios como: “Qué placer estar con alguien así”.

Estas habilidades interpersonales se basan en otras inteligencias emocionales. Las personas


que causan una excelente impresión social, por ejemplo, son expertas en dominar su propia
expresión de las emociones, están finamente sintonizadas con las reacciones de los demás, y son
capaces de sintonizar continuamente su desempeño social, adaptándolo para asegurarse de que
logran el efecto deseado. En ese sentido, son como actores expertos.

Sin embargo, si estas habilidades interpersonales no están equilibradas por un astuto


sentido de las propias necesidades y sentimientos y cómo satisfacerlos, pueden conducir a un
éxito social vacío, una popularidad ganada a costa de la verdadera satisfacción propia. Tal es el
argumento de Mark Snyder, psicólogo de la Universidad de Minnesota que ha estudiado a las
personas cuyas habilidades sociales las convierten en camaleones sociales de primera línea,
campeones en causar una buena impresión. Su credo psicológico podría ser una observación de
“W.H. Auden, que dijo que la imagen íntima que tenía de sí mismo era “muy diferente de la
imagen que procuro crear en la mente de los demás con la intención de que me amen”. Ese
equilibrio puede existir si las habilidades sociales sobrepasan la capacidad de conocer y honrar los
propios sentimientos con el fin de ser amado –o al menos de caer bien- el camaleón social
parecerá ser lo que aquellos que están con él quieren que sea. La señal de que alguien entra
dentro de esta pauta, afirma Snyder, es que causa una excelente impresión, aunque tienen pocas
relaciones íntimas estables o satisfactorias. Una pauta más saludable, por supuesto, es encontrar
el equilibrio siendo fiel a uno mismo con las habilidades sociales, usándolas con integridad.

Sin embargo, a los camaleones sociales no les importa en lo más mínimo decir una cosas y hacer
otra, si eso les permite ganarse la aprobación social. Simplemente viven con la discrepancia
existente entre su rostro público y su realidad privada. Helena Deutsch, psicoanalista, se refirió a
estas personas como “la personalidad como-si”, que cambia con notable plasticidad a medida que
recibe señales de quienes la rodean. “Para alguna gente”, me comentó Snyder, “la persona pública
y la privada encajan perfectamente, mientras para otras parece haber sólo un caleidoscopio de
apariencias cambiantes. Son como Zelig, el personaje de Woody Allen intentan desesperadamente
encajar con cualquiera.”

Antes de dar una respuesta, estas personas intentan observar al otro buscando un indicio de lo
que se espera de ellos, en lugar de decir lo que sienten realmente. Para llevarse bien y gustar
están dispuestos a hacer que las personas que les desagradan piensen que son amistosos con
ellas. Y utilizan sus habilidades sociales para moldear sus acciones como exigen las dispares
situaciones sociales, de modo tal que pueden actuar como personas muy distintas según con
quién estén, pasando de la sociabilidad burbujeante, por ejemplo, al reservado aislamiento. Sin
duda, en la medida en que estas características conducen a un eficaz manejo de la impresión, son
muy valoradas en ciertas profesiones, sobre todo la actuación, la abogacía, las ventas, la
diplomacia y la política.

Otra clase de autocontrol, tal vez más importante, parece ser la diferencia entre aquellos que
acaban siendo camaleones sociales sin estabilidad, que intentan impresionar a todo el mundo, y
aquellos que puedan utilizar su refinamiento social en consonancia con sus verdaderos
sentimientos. Esa es la capacidad de ser fiel, como dice la frase, “a uno mismo”, lo que permite
actuar de acuerdo con los valores y los sentimientos más profundos de uno, al margen de cuáles
sean las consecuencias sociales. Esta integridad emocional podría conducir, digamos, a la
provocación deliberada de una confrontación con el fin de aclarar una duplicidad o una negativa,
aclaración que un camaleón social jamás intentaría.

Goleman, Daniel. (1998). La inteligencia emocional. Javier Vergara Editor. Séptima reimpresión,
1998. Págs. 139 – 149

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