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No se puede negar que la tarea es difícil, pero allí donde las otras disciplinas han
fallado al tratar el pasado como algo ya superado o bien como una forma de
idealización y norma a la cual el presente ha de conducirse, Nietzsche por medio
de las figuras del Dios Apolo y de Dionisio se encarga de mostrar en qué conflictos
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y tensiones la cultura se sostenía. Unos conflictos que subsisten en el hombre
moderno, sólo que éste no los ha tenido en cuenta o no les ha prestado la suficiente
atención. Lo interesante del tratamiento filosófico que les da Nietzsche a estas
figuras es que las considera como fuerzas, como potencias que se escapan a
determinaciones y conceptos científicos, pues, se las asimila a fuerzas vitales, a
impulsos ya regulaciones. Estas fuerzas vitales son las que han posibilitado el
desarrollo cultural de la Grecia antigua de acuerdo a las relaciones de equilibrio o
desequilibrio a la vez que transforman la visión del mundo y los valores que se
consolidan como prioritarios y de más alta estima.
Esa visión de la vida es trágica, pero en sí mismo, o más bien desde la perspectiva
de Nietzsche, esta concepción trágica de la vida es una actividad compleja y
profunda y que ha de distinguirse –por decirlo de algún modo- de una visión
”lógica” de la vida. Con esto último se quiere decir simplemente que se trata de
una actitud que intenta aplacar y neutralizar las fuerzas que devienen en el mundo
tanto en la conducta como en el pensamiento. La lucha, la tensión entre este
aspecto creativo e instintivo de la vida que Nietzsche ve en Dionisio y del aspecto
ordenador, calmado y sereno de Apolo es el que define la cultura griega
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“Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos
llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición
de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo
dionisiaco: de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los
sexos, entre los cuales la lucha es contante y la reconciliación” (p. 41).
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El arte y la vida en este sentido, no se contraponen sino que constituyen una
compleja unidad: “Aquí hay que manifestar que esta armonía, más aún, unidad del
ser humano con la naturaleza, contemplada con tanta nostalgia por los hombres
modernos (…), no es de ninguna manera un estado tan sencillo, evidente de suyo,
inevitable, por así decirlo, con el que tuviéramos que tropezarnos en la puerta de
cada cultura cual si fuera un paraíso de la humanidad” (p. 56). Esto es, que esta
unidad del hombre con la naturaleza, de la razón y el instinto, de la bondad y la
injusticia, el destino y la libertad… nos es una unidad idílica sino trágica y esta es
su esencia. De allí que Nietzsche caracterice la cultura apolínea como una en la que
se expresa la muerte de figuras titánicas por medio del sufrimiento y el sacrificio,
por el contrario, la cultura o la expresión estética dionisiaca se caracteriza por la
desmesura y el goce de ello.
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la melodía y el mundo incomparable de la armonía. Este era impulso y expresión
de la esencia de la cultura griega.