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UNIVERSIDAD INCA GARCILASO

DE LA VEGA
Nuevos Tiempos, Nuevas Ideas
MODALIDAD A DISTANCIA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA Y TRABAJO SOCIAL

CARRERA PROFESIONAL TRABAJO SOCIAL

ASIGNATURA FUNDAMENTOS
EPISTEMOLÓGICOS DE LAS
CIENCIAS SOCIALES

CICLO I

DOCENTE ORAZIO RAMUNNI DIAZ


LUIS ARIAS MARTÍNEZ
1 Pá gina

ALUMNA YRENE MALPARTIDA SÁNCHEZ

CODIGO FE13230128630

OPE

SEMESTRE 2011 – II

INDICE
Introducción………………………………………………………………………………..3

Capítulo 1

EPISTEMOLOGÍA

¿Qué entendemos por epistemología?.....................................................................8


Epistemología del psicoanálisis………………………………………………………...9
La tesis fisicalista………………………………………………………………………...11
El psicoanálisis como ciencia histórico-hermenéutica………………………………16

Capítulo 2

TEORÍA DEL PSICOANÁLISIS

Fundamentos teóricos…………………………………………………………………..23
Los instintos de la vida…………………………………………………………………..24
Teoría freudiana del determinismo psíquico………………………………………….25
Teoría de los sueños de Freud…………………………………………………………27
Etapas del desarrollo psicosexual……………………………………………………..28

Citas bibliográficas
Conclusiones
Recomendaciones
Bibliografía
2 Pá gina

FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS
DEL PSICOANALISIS FREUDIANO
INTRODUCCIÓN

Tomamos aquí epistemología en el sentido de una teoría del conocimiento. Sin


entrar a discutir si el Psicoanálisis es ciencia o no, podemos decir que claramente
pone en cuestión a la ciencia (entendida como ciencias duras, naturales, exactas).
Introduce la cuestión del que produce el conocimiento. La cuestión del
inconsciente. Epistemología pone el énfasis en una especie de génesis histórica, a
diferencia de la episteme.

Nos encontramos en este punto con una aparente mezcla de heterogeneidad,


tanto de recursos conceptuales como de experiencias. Sin embargo esto nos
conducirá a lo que podemos denominar el circunscribir un espacio de
subjetivación, de constitución de la subjetividad humana.

Los fundamentos freudianos se apoyan en tres pilares. Estos son: el Fundamento


Monista; Fundamento Fisicalista; y el Fundamento Agnosticista. Su interés e
ingreso a la psicología lo hace por medio de la psiquiatría. Y es siguiendo las
enseñanzas de Charcot, quien explica posibilidades de cura del histerismo, repite
siempre a sus alumnos: “C’est toujours la chose génitale, toujours, toujours!” Que
por cierto Freud adopta y calca fielmente.

El contexto social, político y religioso (por sus raíces culturales judías) influyeron
enorme y decisivamente en sus estudios y métodos de trabajo personal y en la
elaboración de su teoría.

Freud se atiene  al postulado fisicalista, entendiendo que "sólo las fuerzas físicas 


y químicas, excluyendo a cualquier otra, actúan en el organismo" y que es el
cometido de la ciencia  descubrir de qué modo operan y en todo caso  reducir
otras posibles fuerzas  a ellas.  Se le cierra el paso a todo vitalismo. A lo largo de
su vida Freud  sostiene que  su producción, el psicoanálisis se ubica dentro de las
3

ciencias de la naturaleza y rechaza cualquier injerencia de las llamadas ciencias


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del espíritu  de dudoso origen.  Incluso es más consistente que Wundt quien
termina por aceptar el dualismo  y sufre entonces   a manos de Haeckel la
acusación de haber  traicionado el monismo.  Por tanto  una sola fuerza operará
en el psiquismo: la naturaleza de dicha fuerza es físico-química. Habla repetidas
veces de  la química de las pulsiones afiliándose a  la química de Lavoisier, es
decir la química  mineral. Rechaza  con vehemencia  toda necesidad de una 
psicosíntesis como postulaba Janet, mostrando que lo fundamental es el análisis, 
ya que es lo que permite  descomponer y comprender.
Sostiene - de acuerdo con  lo  señalado por Du Bois Reymond cuando se hace 
cargo de la rectoría de la Universidad  de Berlín - el límite absoluto del
conocimiento.  Evoca la autoridad kantiana sosteniendo que el objeto del
psicoanálisis no es sino "la cosa en sí", la que a su vez es  "tan desconocida como
la realidad del mundo exterior".  Se afilia por tanto al agnosticismo otro de los
fundamentos de su pensamiento. Participa  junto con Mach de la generación que
sigue a los grandes pensadores; éste último estaba investigando  la continuidad
entre la física y  la psicología, es decir, cómo establecer esta relación entre las
sensaciones  (lo físico)  y lo psíquico. 

En el apartado sobre el fundamento agnosticista, Assoun vuelve a la tesis que


ha planteado al final de su libro anterior, "Freud, la pshilosophie et les
pshilosophes", según se enuncia: "Freud puede simultáneamente y sin
contradicción afirmar la cientificidad del saber analítico y profesar un
agnosticismo, o sea afirmar un límite absoluto al conocimiento". Es decir, plantea
que el Psicoanálisis es una ciencia de la naturaleza, y a la vez, que el objeto de
estudio del Psicoanalisis es el inconsciente, y que este es "la cosa en sí",
utilizando términos kantianos, o sea lo incognoscible. Dice que si esto se puede
sostener es porque ambas líneas convergen y se ajustan en un referente
epistemológico que debemos rastre.ar en los postulados del fisiólogo Emile Du
Bois-Reymond, quien desarrolla un agnosticismo apoyado en la teoría Kantiana
del límite del conocimiento, quien llega a Freud a través de su maestro Brücke.

Además en aquel momento surge "una psicología sin alma", o sea conforme a las
ciencias de la naturaleza, renunciando a las especulaciones metafísicas sobre al
alma. Por esto el agnosticismo es fundamental como postulado para una
psicología científica de este tipo. Cuando Freud plantea que el objeto de estudio
del Psicoanalisis es el inconsciente y que este es "la cosa en sí", utilizando
términos kantianos, reconociendo en ello a lo incognoscible entra en estos
parámetros, pero Freud no se va a conformar con ese aval agnosticista, sostiene
que esos procesos inconscientes se traducen en los fenómenos, constituyendo
una transobjetividad que requieren un procedimiento de conocimiento específico:
la metapsicología. Citando a Assoun, "Tomemos nota simplemente de que el
trabajo de construcción metapsicológico se requiere para superar en el fondo la
contradicción entre la exigencia fenomenal inherente al Psicoanálisis,
Naturwissenschoft, y la transobjetividad que trata. Esto significa que con la
metapsicología se nombró la identidad epistemológica freudiana".
4

La obra freudiana porta las huellas conceptuales de los modelos epistémicos de


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su época, siendo estos, la condición de posibilidad de su emergencia. En este


sentido, la adopción freudiana de parte de los modelos teóricos forjados por
Brücke, Herbart, Du Bois Reymond y Helmholtz, entre otros, resulta crucial para la
construcción de su obra (Assoun, 1982). En efecto, éstos modelos teóricos no solo
le permiten a Freud avanzar en la inteligibilidad de su práctica científica, sino
también, y al mismo tiempo, en la teorización sobre los fenómenos mentales.

Asimismo, cabe señalar que tal filiación epistemológica inscribe a Freud en un


determinado posicionamiento filosófico respecto de cómo concebir los fenómenos
mentales y su relación con el cuerpo. Precisamente, en la base de su teoría sobre
lo mental puede apreciarse un monismo fisicalista, tal como se cristalizó en
Alemania en el siglo XIX de la mano de los grandes maestros de la neurología.
Esto es, un monismo fisicalista riguroso fuertemente ligado a una concepción
reduccionista de los fenómenos mentales. Justamente, algunos autores (Assoun,
1982; Bercherie, 1988; Bruno, 2005) caracterizan a Freud como el “retoño tardío”
de una corriente materialista que buscaba, obstinadamente, el determinante físico,
y con ello, una explicación fisicalista de los fenómenos mentales. No obstante,
estos mismos autores señalan algo “inédito” en la epistemología freudiana que la
haría trascender el modelo epistémico de su época. Dicha originalidad, se
vincularía, con el salto conceptual efectuado por Freud, el cual se relacionaría con
su intento por no reducir el material psicológico a los puntos de vistas físico-
químicos (Bercherie, 1988). Más específicamente, señalan que lo inédito freudiano
se daría por la conquista de una autonomía conceptual propia. En este punto,
parecería un tanto ambiguo el grado de filiación freudiana a la tesis filosófica
fisicalista, tal como se la caracterizó anteriormente, al momento de concebir la
relación mente/cuerpo.

En virtud de tal ambigüedad, y en el marco de los debates filosóficos


contemporáneos respecto de la relación mente/cuerpo, el objetivo del presente
trabajo reside en precisar, a partir del análisis de una serie de observaciones que
Freud realiza en algunos de sus escritos, qué tipo de fisicalismo estaría en la base
de su conceptualización sobre la relación mente/cuerpo. Con este fin, se tomarán
como referencia los tipos de fisicalismo distinguidos por Chalmers (1996), a saber,
fisicalismo tipo A (a priori), tipo B (a posteriori) o tipo C. Así, se realizará, en primer
lugar, una breve introducción sobre los supuestos más relevantes que caracterizan
a la tesis fisicalista. En segundo lugar, se examinarán en detalle las tres
posiciones fisicalistas mencionadas por Chalmers.

En suma,  desde  su propia   perspectiva  Freud  construyó el psicoanálisis  como


una ciencia más dentro del territorio que definieron las ciencias de la naturaleza  a
partir de los postulados  y descubrimientos que sus  maestros y  compañeros de
generación  fueron generando. Está claro, Freud se atiene manifiestamente a los
principios de la ciencia de su época. Ahora bien, otra cosa es lo que produce, las
preguntas que formula explícita o tácitamente a la ciencia, los desafíos que
plantea al pensamiento y a la filosofía, que lo hicieron trascender  su propio
tiempo.
5 Pá gina

Sigmund Freud logró formular una teoría psicológica que abarcaba la personalidad
normal y anormal, y que incidía en todos los campos del saber: la sociología, la
historia, la educación, la antropología y las artes.

La primera preocupación de Freud, dentro del campo del psiquismo humano, fue
el estudio de la histeria, a través del cual llegó a la conclusión de que los síntomas
histéricos dependían de conflictos psíquicos internos reprimidos y el tratamiento
de los mismos debía centrarse en que el paciente reprodujera los sucesos
traumáticos que habían ocasionados tales conflictos. La técnica utilizada en
principio para ello fue la hipnosis.
Llegó a la convicción de que el origen de los trastornos mentales está en la vida
sexual y que la sexualidad comienza mucho antes de lo que en aquellos
momentos se pensaba, en la primera infancia. La afirmación de la existencia de la
sexualidad infantil produjo muchas críticas y oponentes a su teoría.

Más tarde introduce otra técnica de tratamiento: la asociación libre. Al principio era
paralela al uso de la hipnosis, pero esta última técnica la acaba desechando por
considerarla menos efectiva. En las asociaciones libres el paciente expresa sin
censuras todo aquello que le viene a la conciencia de forma espontánea.

Posteriormente, incorpora la interpretación de los sueños en el tratamiento


psicoanalítico, ya que entiende que el sueño expresa, de forma latente y a través
de un lenguaje de símbolos, el conflicto origen del trastorno psíquico. La
interpretación de los sueños es una ardua tarea en la que el terapeuta ha de
vencer las "resistencias" que le llevan al paciente a censurar su trauma, como
forma de defensa.

Otro aspecto a tener en cuenta en la terapia psicoanalítica es el análisis de la


transferencia, entendida como la actualización de sentimientos, deseos y
emociones primitivas e infantiles que el paciente tuvo hacia sus progenitores o
figuras más representativas y que ahora pone en el terapeuta. Su análisis
permitirá al paciente comprender a qué obedecen dichos sentimientos, deseos y
emociones, y reinterpretarlos sin que ocasionen angustia.

Freud hace una formulación topográfica del psiquismo e incluye en él tres


sistemas: uno consciente; otro preconsciente, cuyos contenidos pueden pasar al
anterior; y otro inconsciente, cuyos contenidos no tienen acceso a la conciencia.
La represión es el mecanismo que hace que los contenidos del inconsciente
permanezcan ocultos. Más tarde presenta una nueva formulación del aparato
psíquico que complementa a la anterior. En esta formulación estructural el aparato
psíquico está formado por tres instancias: el ello, instancia inconsciente que
contiene todas las pulsiones y se rige por el denominado principio de placer; el yo,
que tiene contenidos en su mayoría conscientes, pero puede contener también
aspectos inconscientes, se rige por el principio de realidad y actúa como
intermediario entre el ello y la otra instancia del aparato psíquico; y el superyó, que
6

representa las normas morales e ideales.


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Un concepto básico en la teoría freudiana es el de "impulso" o pulsión (triebe, en


alemán). Es la pieza básica de la motivación. Inicialmente diferencia dos tipos de
pulsiones: los impulsos del yo o de autoconservación y los impulsos sexuales. Los
impulsos sexuales se expresan dinámicamente por la libido, como manifestación
en la vida psíquica de la pulsión sexual, es la energía psíquica de la pulsión
sexual. Más tarde reformulará su teoría de los impulsos y distinguirá entre
impulsos de vida (Eros), en los que quedan incluidos los dos de la anterior
formulación, e impulsos de muerte (Thanatos), entendidos como la tendencia a la
reducción completa de tensiones. Freud tenía una concepción hedonista de la
conducta humana: comprendía que el placer venía dado por la ausencia de
tensión y el displacer por la presencia de la misma. El organismo, inicialmente, se
orienta hacia el placer (principio de placer) y evita las tensiones, el displacer y la
ansiedad.

Freud, además, aportó una visión evolutiva respecto a la formación de la


personalidad, al establecer una serie de etapas en el desarrollo sexual. En cada
una de la etapas, el fin es siempre común, la consecución de placer sexual, el
desarrollo de la libido. La diferencia entre cada una de ellas está en el "objeto"
elegido para conseguir ese placer. El niño recibe gratificación instintiva desde
diferentes zonas del cuerpo en función de la etapa en que se encuentra. A lo largo
del desarrollo, la actividad erótica del niño se centra en diferentes zonas erógenas.
La primera etapa de desarrollo es la etapa oral, en la que la boca es la zona
erógena por excelencia, comprende el primer año de la vida. A continuación se da
la etapa anal, que va hasta los tres años. Le sigue la etapa fálica, alrededor de los
cuatro años, en la que el niño pasa por el "complejo de Edipo". Después de este
período la sexualidad infantil llega a una etapa de latencia, de la que despierta al
llegar a la pubertad con la fase genital.

Paralelamente a esta evolución intrapsíquica del sujeto, se va dando un proceso


de socialización en el que se configuran las relaciones con los demás. Es de suma
importancia también el proceso de identificación, que permite al sujeto incorporar
las cualidades de otros en sí mismo, para la formación de su personalidad.
7Pá gina

Capítulo 1

EPISTEMOLOGÍA
¿QUÉ ENTENDEMOS POR EPISTEMOLOGÍA?

"Cuando enunciamos 'epistemología del psicoanálisis' apuntamos a la posibilidad


de una crítica exhaustiva y rigurosa de los fundamentos teóricos del psicoanálisis
que permita a la vez la afinación conceptual y la formalización conveniente de la
teoría psicoanalítica con vistas a su coherencia y consistencia teórica y a su
transmisión; por lo tanto, y en tanto crítica, se opone resueltamente a toda
pretensión de dogmatismo o de 'ortodoxia'".

Estamos aquí ante una de las concepciones más clásicas de epistemología en la


que, al decir de Reichenbach, se acentúa el análisis del "contexto de justificación"
dentro de un cuerpo de conceptos interrelacionados entre sí. Esta línea,
indudablemente significativa, ha sido sin embargo la única validada durante largas
décadas por todos los autores de la corriente del empirismo lógico, instaurados
como "filósofos de la ciencia". No en vano, cuando se habla de "epistemología" el
público no especializado suele evocar siglos de densas polémicas filosóficas
vinculadas a la llamada "Teoría del Conocimiento". Por ello no resulta extraño lo
que antes decíamos: la idea bastante difundida de que se trata de una labor para
"teóricos" del psicoanálisis, que en nada concerniría a nuestro quehacer clínico
cotidiano.

La epistemología del Psicoanálisis, supone un enfoque mucho más extensivo que


el antes mencionado, sin que por ello excluya esas necesarias preocupaciones
sobre el "contexto de justificación" de su cuerpo teórico, por las que se acentúa el
análisis lógico (coherencia de sus conceptos, validez de sus proposiciones,
explicatividad de sus teorizaciones, análisis de sus posibles condiciones lógicas,
etc.), en aras de su eventual formalización.

Por ello, además del estudio más tradicional del "contexto de justificación", de
indiscutible significación, es importancia agregar otras dimensiones al análisis
epistemológico, como la “epistemología histórica”. Destaquemos en primer lugar lo
que el mismo Reichenbach denominaba el "contexto de descubrimiento" y que,
8

por considerar poco pertinente, proponía excluir de todo estudio epistemológico.


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Vale decir, todo el análisis de las coyunturas socio-histórico-económico-político-


institucionales en las que se inscribe cualquier producción de conocimientos (sea
este "científico" o simplemente cualquier "saber").

Se destaca la importancia sin igual de toda una dimensión que ha recibido


interpretaciones muy diferentes y que es conocida tradicionalmente, pese a su
heterogeneidad constitutiva a nivel teórico, como "la sociología del conocimiento".
La misma suele verse como opuesta, o por lo menos muy diferente, de la lectura
epistemológica. Se llega a decir, a lo sumo, vagamente, que serían visiones
complementarias sin visualizarse la unidad profunda que debe establecerse entre
ambas lecturas ya que en realidad son dos facetas de un mismo proceso de
comprensión de dicha producción de conocimiento (o saber), como las dos caras
de una moneda: la moneda epistemológica. En una palabra, ambos aspectos
deberían conformar siempre toda lectura o abordaje epistemológico.

No se puede concebir un estudio epistemológico serio que no contemple la


dimensión de las condiciones histórico-sociales de producción de ese
conocimiento. No todo estudio histórico pretende ser, o se constituye en, un
análisis epistemológico; pero en cambio todo abordaje epistemológico que
pretenda dar cuenta en forma abarcativa del entramado que se juega en toda
producción de conocimientos, no puede nunca dejar de ser simultáneamente un
análisis de "lo social histórico", en el sentido más específico que este término
adquiere en la conceptualización de Castoriadis (en donde se unen en un
complejo entramado lo histórico y lo social; vale decir, al unísono las dimensiones
diacrónicas y sincrónicas de estudio).

EPISTEMOLOGÍA DEL PSICOANÁLISIS

Tendríamos así, en primer lugar, una lectura denominada la epistemología de


Freud, que implicaría acercarse críticamente a sus referentes epistémicos,
analizar lo que han sido sus modelos, sus maestros, su plataforma epistemológica,
etc. Todo lo que, en una palabra, constituiría su "identidad epistémica". A modo de
ejemplo, si se le hubiera preguntado en forma directa a Freud su opinión en torno
a lo que es hacer ciencia, es muy probable que su contestación nos hubiera
parecido muy positivista en su enfoque. Ello no es de extrañar en la medida que
desde dicha identidad epistémica, parcialmente consciente, él creía estar
respetando de modo cabal a sus maestros (cuando en realidad los había superado
en forma clara, socavando definitivamente sus fundamentos).

Ese segundo nivel, sería el de la epistemología freudiana, en el que tendríamos


que analizar cómo Freud, más allá de lo que pensaba estar haciendo, estaba
fundando una nueva concepción epistemológica. Ésta, que él produjo, conlleva un
modo sui generis de pensar la relación sujeto-objeto, tan cara a toda teoría del
conocimiento, que revolucionó definitivamente las epistemologías vigentes y nos
9

introdujo en una nueva dimensión, totalmente inédita hasta ese momento.


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Este sería el aspecto importante a encarar en esta complejísima interacción entre


todos estos niveles que antes mencionaba: entre esos saberes, entre esos planos
de análisis, teniendo en cuenta los efectos "reales" (sobre el "objeto empírico": el
analizando), en el plano específico de la clínica, de la dimensión tránsfero-
contratransferencial, de la interpretación (es decir, todo el aspecto hermenéutico
que allí se juega), así como en sus trascendentes "efectos" conceptuales.
Vale decir, todos estos niveles de articulación tan complejos con los que Freud fue
"descubriendo" el Psicoanálisis o, más precisamente, pudo ir creando, fundando el
Psicoanálisis, que fue el "encuentro" con su propio inconsciente, su "conquista" de
ese nuevo "territorio".
Las grandes producciones de Freud, así como sus conceptualizaciones originales,
pasaron previamente por verdaderos "descubrimientos" sobre sí mismo, en
relación a ese "saber inconsciente" (él, como paciente), en permanente interacción
con el registro de la teorización y el plano de la clínica con sus pacientes. Vale
decir, entonces, en forma de mutua fertilización de niveles totalmente
heterogéneos, "descubrimiento" de su propio inconsciente y "creación" del
concepto de inconsciente.

Desde luego, es casi innecesario explicitarlo, no estamos ante un proceso lineal


de causa-efecto sino ante una enmarañada red en la que es preciso jerarquizar la
acción conjunta de tres planos, los que se interpenetran e influyen en forma
compleja. Dichos planos, siempre en juego en la formación de todo psicoanalista,
que se interfecundaron en Freud a modo de una compleja teoría de la causalidad:
la "acción recíproca" fueron específicamente: la clínica, en la que trabajaba, la
teoría que iba construyendo y los descubrimientos efectuados en sí mismo, como
"conquistador" de su propio inconsciente, y como "el paciente que más le enseño",
como decía él mismo.

Intervinieron de este modo, en forma simultánea e imbricada, diferentes


modalidades de obstáculos. Desde "obstáculos técnicos" hasta "obstáculos
teóricos", todo lo que Freud pudo convertir rápidamente en "obstáculos
epistemológicos", y enfrentarlos en el plano conceptual, hasta quedar detenido, a
menudo, por otros obstáculos fundamentales: los "internos" (lo que alguna vez
Pichon-Rivière denominara "obstáculos epistemofílicos"). No pocas veces éstos
fueron los responsables de muchas de las contradicciones, incoherencias o
encrucijadas evidentes en su producción y su legado teórico.

Los tres planos que hemos mencionado se hallan pues, fuertemente imbricados
conformando una compleja red de articulaciones e interdependencias. Todos
tienen una importancia inusitada para el proceso de producción de conocimiento
psicoanalítico, en la medida que cualquiera de ellos puede, en forma alternativa,
convertirse en un momento en centro de la mirada del investigador y generar
reflexiones.
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Por esa vía podemos aproximarnos al segundo nivel antes mencionado: la


particularidad de la epistemología generada por Freud, la (o las) epistemología(s)
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freudiana(s), en la que resulta imposible separar al "objeto de conocimiento" del


"sujeto cognoscente". Ya no se trata entonces de intentar eliminar toda la
"subjetividad" del investigador (que, se supone, podría distorsionar la necesaria
"objetividad" de la ciencia), sino de incorporarla definitivamente, en una nueva
"forma de cientificidad", imprescindible en la especificidad de todas las ciencias
"humanas" o "sociales".
No sería posible abordar ahora las enormes repercusiones para todas las ciencias
y disciplinas, en suma para toda creación de conocimiento, (y desde luego toda
creación cultural, artística, etc.) de esta modalidad epistemológica, en la que es
preciso incorporar a la reflexión epistemológica al propio "sujeto de la
investigación" en su profunda escisión como sujeto cognoscente,
sobredeterminado por su propio inconsciente. Esta tarea esencial, para todas las
disciplinas, incluso para las "ciencias duras", está aún pendiente de realización y
constituye el gran aporte que el Psicoanálisis como disciplina, a partir de la
especificidad de su propia epistemología, puede aportar a las demás disciplinas y,
por tanto, a lo que se ha dado en llamar "epistemología general" de las ciencias.

Entonces, para sintetizar, este segundo nivel de análisis vinculado a la(s)


epistemología(s) freudiana(s) sería esencial, para acercarse a pensar la
epistemología del Psicoanálisis, que constituye el tercero de los niveles de análisis
necesario, a que antes hacía referencia. Para ser más precisos, deberíamos
hablar, también en este caso, de las epistemologías de los Psicoanálisis,
reconociendo así la diversidad de corrientes psicoanalíticas, que componen el
"mapa" del Psicoanálisis contemporáneo, cada una con su "praxis" clínica, con sus
propias conceptualizaciones y, especialmente, en su propia concepción
epistemológica, la que finalmente constituye, quiérase o no, el verdadero sustento
de dicha praxis clínica.

LA TESIS FISICALISTA

El origen del término “fisicalismo”, tal como se lo emplea en el debate actual de la


filosofía de la mente, posee una larga tradición filosófica. Dicha tradición, puede
remontarse hasta la filosofía neopositivista del Círculo de Viena. En términos más
precisos, la tesis fisicalista estaría vinculada con las discusiones al interior de
dicho Círculo respecto de cómo elaborar un lenguaje ideal común a todas las
ciencias. En este contexto, y debido, en parte, a que la ciencia física era la
disciplina que había logrado mayores avances, el lenguaje de ésta obtuvo el
privilegio respecto del lenguaje del resto de ciencias empíricas (Pineda, 2004). En
efecto, Carnap (1932/1965) sostenía que el lenguaje de la física debía
considerarse el lenguaje universal de la ciencia. De esta manera, el mencionado
autor, no sólo aseveraba que el lenguaje de la ciencia era uno, sino también, y
simultáneamente, que ese lenguaje era físico.
11

Según esta línea de pensamiento, la psicología que pretendiera ser científica


debería tomar como modelo el lenguaje físico (Carnap, 1932/1965). Como
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corolario, los conceptos psicológicos debían ser reducidos a través de definiciones


expresadas en términos físico-químicos. En este punto, se hace patente la
reducción definicional que guiaba el proyecto filosófico vienés de unificación de las
ciencias. Asimismo, debe destacarse que tal programa reductivo implicaba,
simultáneamente, un compromiso ontológico. Esto es así, en tanto que si los
conceptos físicos eran considerados básicos, las entidades denotadas por ellos
debían ser básicas también (Pineda, 2004). Conviene aclarar que, con entidades
básicas se hacía referencia a aquellas entidades de las que dependían
ontológicamente el resto de las entidades empíricas.
Por otra parte, es menester subrayar el reconocido fracaso del proyecto filosófico
vienés. Las evidencias de este fracaso pueden situarse, en gran medida, en la
década del 60 y partir de una serie de obras como las de Quine (1951) y Khun
(1962/1988). No obstante, la tesis fisicalista en su faceta ontológica subsistió.

En efecto, actualmente dicha tesis no se encuentra necesariamente vinculada con


algún tipo de reducción epistemológica. Justamente, su acento viró de una
afirmación sobre la preeminencia de los conceptos de la física a una afirmación
sobre la preeminencia ontológica de las entidades físicas (Pineda, 2004). Tanto es
así, que, contemporáneamente, la tesis fisicalista consiste en la afirmación
ontológica de que todo lo que hay es físico o está constituido, en última instancia,
por objetos o propiedades físicas (Pérez, 1995).

Diferentes Tipos de Posiciones Fisicalistas Según David Chalmers

Chalmers (1996) expone una distinción entre diferentes tipos de fisicalismo de


acuerdo al modo en que cada uno de éstos conciba la superveniencia de lo mental
sobre lo físico. Según el aludido autor, la noción superveniencia puede definirse
como un tipo de relación entre dos series de propiedades. La primera serie se
denomina base de superveniencia y la segunda propiedad superveniente.

El tipo de relación que se establezca entre dichas series será tal, que al fijar las
propiedades de la base de superveniencia se estará fijando, al mismo tiempo, las
propiedades de lo superveniente. En palabras de Chalmers:

“Las propiedades B supervienen a las propiedades A si ningún par de situaciones


posibles es idéntico respecto de sus propiedades A pero difiere en sus
propiedades B.” (Chalmers, 1996).

Sobre esta plataforma, Chalmers (1996) distingue tres tipos de fisicalismo. A


saber, un fisicalismo tipo “A” según el cual existiría una superveniencia lógica o
conceptual de lo mental sobre lo físico. En este sentido, se concibe la
superveniencia como una relación de carácter lógico entre predicados físicos, por
un lado, y mentales, por otro. Asimismo, las propiedades físicas al implicar
lógicamente a las mentales determinan que el concepto mismo de propiedad
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mental suponga que tal propiedad sea física también. En este estado de cosas, las
propiedades mentales serían reducibles a las físicas.
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En contraste, desde la perspectiva fisicalista tipo “B” se niega la superveniencia


lógica, en tanto se considera que la relación entre las propiedades físicas y las
mentales no es apriorística. Por el contrario, entre ambas propiedades habría una
relación fáctica enmarcada en un mundo empírico y con las leyes naturales que lo
rigen. De esta manera, la propiedad superveniente no incluye en su concepto la
propiedad de la que superviene, ya que es por un hecho contingente de este
mundo que supervenga de la propiedad base. En este sentido, Chalmers (1996)
señala que para un fisicalista tipo “B” los fenómenos mentales supervienen sobre
los fenómenos físicos, pero no son reducibles a éstos. No obstante, para dicha
perspectiva, el fisicalismo en tanto tesis ontológica, continúa siendo verdadero.

Finalmente, el fisicalismo tipo “C” abarca las perspectivas dualistas. Según éstas,
las propiedades mentales son propiedades naturales, y, consecuentemente, no se
podrían deducir lógicamente de las propiedades físicas. En efecto, se trata de una
tesis no reductiva de los fenómenos mentales. En este punto, se acuerda con el
fisicalismo tipo “B”. Su separación reside en que, a diferencia de aquel, el
fisicalismo tipo “C” concibe los estados mentales como hechos ontológicamente
diferentes de los físicos. En este sentido, la afirmación ontológica fisicalista es
considerada falsa.

Acerca de la Posible Adopción Freudiana de un Fisicalismo Tipo “B”

Freud en “Tratamiento Psíquico (Tratamiento del Alma)” (1890/2004) afirma que la


existencia de la relación entre lo anímico y lo corporal es innegable. Acto seguido,
expone que tal relación se da en términos de una acción recíproca. En este
sentido, señala que así como el cerebro enfermo puede alterar los estados
mentales, éstos últimos poseen, del mismo modo, la capacidad de influir sobre los
estados físicos. Esto es así, puesto que los estados mentales son, en gran
medida, estados afectivos. Y en tanto tales, la participación del cuerpo es crucial
para su manifestación. No obstante, subraya Freud, los estados afectivos no
consisten exclusivamente en sus manifestaciones corporales. Precisamente,
éstos, además de tener su lugar de anclaje en el cuerpo, pertenecen a la vida
mental. Debe destacarse, que en razón de tal afirmación, la perspectiva freudiana
sobre los fenómenos mentales, se aleja del enfoque médico moderno. Esto es así,
debido a que dicho enfoque había concentrado su interés exclusivamente en lo
corporal, descuidando, de esta manera, la vida mental. Al punto que ésta última se
vio expulsada del campo de las ciencias naturales e internada en el desacreditado
terreno de la filosofía. Como consecuencia, los estados mentales se consideraron
“meros” estados dependientes gobernados por los corporales. Contrariamente a la
concepción de su época, Freud, no sólo otorga un papel causal a lo mental, sino
también, y al mismo tiempo, reclama para éste un lugar autónomo en el terreno
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científico. De este modo, Freud se acercaría a un posicionamiento dualista


interaccionista respecto de la relación mente/cuerpo tal como surgió en el siglo
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XVII con Descartes (1649/2005). Coextensivamente, siguiendo la clasificación de


Chalmers (1996), su posicionamiento podría pensarse enmarcado dentro de las
perspectivas fisicalistas tipo “C”.

Un año después, en “La Afasia” (1891/2004) Freud insiste sobre la necesidad de


no confundir lo mental con lo físico. Es así, que se declara partidario de la “ley de
concomitancia” adoptada por H. Jackson (1835/1911). Con esto, abandona la idea
de una relación causal entre los estados mentales y los físicos tal como lo
sostenía en “Tratamiento Psíquico” (1890/2004). En efecto, Freud descarta la
existencia de una sucesión temporal entre los mismos, según la cual, un estado
podría ser la causa de otro. Contrariamente, para Freud los estados mentales y los
físicos poseerían una existencia en paralelo, por tanto, debían ser
categóricamente diferenciados. No obstante, tal diferenciación no implicaría, en
este contexto, una no-relación entre tales estados. En este punto, puede
apreciarse la necesaria diferenciación ontológica entre lo mental y lo físico que
mantendría a Freud dentro de las perspectivas fisicalistas tipo “C”. Asimismo, esta
categórica afirmación sobre una ontología mental diferente a la física quedaría, en
cierto modo, relativizada en el mismo texto. En efecto, Freud afirma que la vida
mental contiene al cuerpo, similarmente, a como un poema contiene al alfabeto. A
partir de esta afirmación, podría especularse que, para Freud, ese “plus” que
poseería la vida mental no estaría tanto dirigido a diferenciarla ontológicamente de
lo físico, puesto que Freud afirma que lo mental contiene lo físico, sino más
precisamente, apuntaría a señalar una especificidad conceptual propia de lo
mental. Dicha especificidad, sería imposible de ser capturada por los conceptos
físicos. Como consecuencia, lo mental, en términos conceptuales, no sería
reducible a lo físico. En este punto, podría leerse, también una aproximación
freudiana a las perspectivas fisicalistas tipo “B”.

Siguiendo con esta línea de pensamiento consonante con la perspectiva fisicalista


tipo “B”, hacia el final de su obra, Freud (1940/1998) afirma que la vida mental
tiene como asiento somático o teatro de acción al cerebro. Asimismo, indica que la
psicología no debe confundirse, por esto, con otras ciencias naturales, a saber, la
física o la química. En este sentido, si bien las mencionadas ciencias pretenden
comprender un determinado sector de los fenómenos naturales, cada una de ellas
poseería una autonomía conceptual propia. Precisamente, Freud señala que, la
psicología, análogamente a la física o química, se ve compelida a establecer
nuevas hipótesis y conceptos al momento de explicar los fenómenos de los que se
ocupa. Asimismo, remarca que, tales conceptos, poseen el mismo valor
aproximativo que las construcciones de dichas ciencias, quedando supeditado a la
experiencia, el modificarlos, corregirlos y precisarlos.

De modo que el psicoanálisis freudiano es ante todo un método, más


precisamente un método de investigación. El método consiste esencialmente en
dos cosas: libre asociación de ideas por parte del paciente analizado, atención en
igual suspenso por parte del analista. Cuando este método es aplicado
14

correctamente, permite acceder a contenidos del pensamiento que el paciente


normalmente no llega a representarse conscientemente. Pero el acceso a esos
Pá gina

contenidos también permite reconocer que dichos pensamientos inconscientes


responden a leyes de funcionamiento diferentes y que están sometidos a un
tratamiento, a una distribución en la mente que resulta de una dinámica particular.
Es así que el método dará lugar a una modelización del aparato psíquico, o sea
del aparato que distribuye los pensamientos de manera diferente, sometiéndolos a
tratamientos particulares. En efecto, a partir de fenómenos aparentemente
extraños como los nombres en la punta de la lengua, los lapsus, los actos fallidos,
los sueños y diversos síntomas neuróticos, hay que llegar a imaginar una
maquinaria psíquica que trata de forma específica a los datos de la percepción y
de la memoria. Percepción y memoria que, junto con el juicio, constituyen el
grueso de la actividad psíquica. Freud encargó a su metapsicología la concepción
de un tal aparato psíquico. Pero nunca tuvo ninguna duda de que ese aparato era
una ficción teórica, un modelo necesario para continuar la investigación, como los
que construyen todas las ciencias con el fin de poder representarse mejor los
sistemas complejos que escapan a la observación directa. Freud inaugura esta
estrategia de conocimiento, muy moderna, en ese texto de 1895 al que acabo de
referirme; luego la continúa al revisar y modificar periódicamente su modelo, en la
medida en que va tomando en cuenta nuevos fenómenos, nuevos problemas que
sus primeras versiones no permitían contemplar. Se entiende que al ser una
ficción teórica, como cualquier modelo científico, el aparato psíquico no es idéntico
al cerebro (que comienza a ser explorado científicamente), pero Freud nunca dudó
de que ese aparato solo pueda concebirse sobre la base bien concreta del
funcionamiento de las neuronas alojadas dentro de la bóveda craneana.

De modo que Freud fue un materialista de principio a fin. Incluso a veces pecó por
un exceso de entusiasmo en relación a las ciencias biológicas. Pero la puesta en
práctica del método analítico con sujetos humanos le había reservado algunas
sorpresas que, en un primer momento, lo desconcertaron. Una de esas sorpresas
fue encontrar, entre las asociaciones de los sujetos sometidos al método analítico,
una gran cantidad de pensamientos, organizados según temas y en series, que
pronto convirtieron al explorador del inconsciente en una suerte de etnólogo en
país extranjero. Entonces se hacía necesaria una generalización aún mayor que la
modelización metapsicológica, lo que dio lugar a aquello que podría designarse
como una antropología psicoanalítica. Pero la principal sorpresa fue, sin ninguna
duda, el fenómeno de la transferencia. Este fenómeno primero fue recibido por
Freud como algo indeseable, algo perjudicial para el desarrollo, que había creído
bien pautado, de los análisis. En un escenario típico -aunque bastante
simplificado- de transferencia, los pacientes, en lugar de atenerse a la persecución
de las metas que se habían fijado al venir a hacer un análisis, de pronto solo
muestran interés por la persona del analista. A través de sus producciones en
sesión intentan complacer al analista para ser queridos `por él. Enseguida vemos
por qué esta segunda sorpresa es la más importante: en lo sucesivo, los mismos
hallazgos que hace un momento nos hacían ver al analista como un etnólogo en
país extranjero, de pronto se vuelven sospechosos, como producto de la
complacencia del paciente con respecto al terapeuta. Lo que vengo de llamar
15

antropología psicoanalítica aparece desde entonces como algo muy distinto de


una colección de observaciones objetivas, en la medida en que el sujeto que relata
Pá gina

esos contenidos no puede ser considerado como imparcial. Así, con el


descubrimiento del fenómeno de la transferencia surgiría un serio problema
epistemológico. Al perfeccionar su método analítico, Freud intentaba deshacerse
del método por sugestión que utilizaba antes junto con la hipnosis y que lo condujo
a un impasse mayor. Pero he aquí que la fiabilidad de lo que era descubierto con
el nuevo método, virtualmente exento de sugestión, no estaba asegurada en
absoluto. La objetividad del conjunto de contenidos psíquicos en el marco del
análisis (o de cualquier otra relación entre humanos) ya no puede considerarse
evidente. Por lo demás, este hecho volverá sospechosos los descubrimientos de
verdades etnológicas que, mutatis mutandis, estarían expuestos a un similar
sesgo transferencial, en el sentido amplio.

La antropología psicoanalítica es lo que más ha inquietado la imaginación. Del


psicoanálisis se recordará sobre todo el complejo de Edipo – y ello en su versión
más simplificada, sino simplista- y la idea general, en lo sucesivo anticuada, de
«complejo», cuya incorporación al lenguaje cotidiano habrá desnaturalizado
totalmente. Mientras que en el origen el término «complejo» designaba una
convergencia de asociaciones de ideas alrededor de un mismo tema, lo único que
se ha conservado de la palabra es la noción, connotada negativamente, de
«problema» o «idea fija», noción que no pertenece a Freud sino a la tradición
psiquiátrica francesa del siglo XIX. Así, «tener complejos» pasó a significar «tener
cierta opinión sobre uno mismo connotada negativamente». Se dirá de alguien,
acusándolo (o culpándolo): «tiene un complejo de inferioridad (o de superioridad)».
De modo que las nociones metapsicológicas se han convertido esencialmente en
evaluaciones cualitativas, han sido asimiladas a la cultura en calidad de teorías
psicológicas ingenuas que ya no tienen nada de psicoanalíticas.

EL PSICOANÁLISIS COMO CIENCIA HISTÓRICO-HERMENÉUTICA

La crítica del neopositivismo apunta no solamente a cuestiones de método, sino a


la esencia del descubrimiento freudiano: la "existencia" misma de lo inconsciente.
El psicoanálisis vuelve a ponerse de moda en el mundo académico y no
académico a finales de los ‘60 y principios de los ‘70. Las ideas de Marx, Freud y
Nietzsche sirvieron como fundamento para una teoría crítica de la sociedad
centrada en un diagnóstico lapidario de las patologías de la modernidad (Adorno,
Horkheimer y en especial Herbert Marcuse). Simultáneamente, en Francia, Paul
Ricoeur reivindica a la tríada antes mencionada como "maestros de la sospecha" y
apuesta a una reinterpretación del psicoanálisis como una arqueología del sujeto y
una semántica del deseo. El psicoanálisis deja de estar arrinconado por la
exigencia de defenderse de la afirmación de que no es ciencia; estos autores lo
consideran un método nuevo para obtener conocimientos que la filosofía puede
llevar a su propio molino.
16

Ricoeur (1965) entiende al psicoanálisis como una disciplina interpretativa o


Pá gina

hermenéutica. Lo enunció así: "El psicoanálisis no es una ciencia de observación,


sino es una interpretación más comparable a la historia".

A) el carácter histórico del psicoanálisis


La teoría y la práctica psicoanalíticas están básicamente interesadas en la
consideración del conflicto intrapsíquico inconsciente, que se constituye por los
avatares de los deseos pulsionales procedentes del inconsciente en la interacción
con el objeto, sobre todo durante los primeros años de la infancia, lo que sirve
como fundamento, si no fueron adecuadamente resueltos, para ocasionar los
diversos desajustes que el sujeto tendrá a lo largo de su vida.

Tales hechos se elaboran de una u otra manera por el aparato psíquico, dejando
en la esfera de lo inconsciente las temáticas pulsionales rechazadas, más o
menos conectadas con experiencias de naturaleza psicotraumática ocurridas en
las primeras relaciones objetales. Ello conlleva la presencia de una cierta cantidad
de energía libre, que es invertida en la organización de determinados productos
caracteriales y conductuales, ya normales, ya patológicos, propiciando así la
adaptación o la desadaptación. En el momento del encuentro clínico
psicoanalítico, este conjunto de elementos psíquicos sufre una nueva y peculiar
reelaboración en la mente del sujeto, con la participación o no de ingredientes
objetivos procedentes de la interacción clínica, lo que lleva a su expresión en los
llamados fenómenos transferenciales, el campo genuino del trabajo psicoanalítico.
El psicoanalista, por ello, no sólo está interesado por la interacción real o
fantaseada que tuvo lugar entre el sujeto y sus padres en la infancia y por eventos
puntuales que pudieran haber traumatizado psíquicamente al individuo, así como
por el esclarecimiento de los deseos que en tales circunstancias pudieron
movilizarse y entraron en conflicto con los controles normativos superyoicos (que
en gran parte proceden del entorno cultural), sino sobre todo por lo que aparece
en la relación dada por el aquí y ahora del encuentro psicoanalítico.

En el encuadre clínico, con sus estrictas condiciones y reglas, y dentro de los


llamados fenómenos transferenciales, el analizado produce una serie de
contenidos (pensamientos, deseos, afectos, lapsus, sueños, actos motores, etc.) y
relata una gran variedad de vivencias que le problematizan, cuyo último origen y
sentido desconoce. Todo ello sirve al analista no sólo en tanto puede ser útil para
reconstruir el pasado real o fantaseado, sino sobre todo en cuanto es susceptible
de una interpretación profunda o dinámica, gracias a lo que podrá hacerse
consciente y dominable por el yo el último sentido de los motivos de los conflictos
17

que alteran al sujeto, de forma que el llamado proceso secundario podrá tomar el
dominio donde era el dueño el proceso primario.
Pá gina

Como es fácil inferir de lo expresado, la reconstrucción histórica psicoanalítica no


acoge sólo una recuperación de hechos objetivos del pasado y del presente, sino
sobre todo de cómo se vivieron y viven subjetivamente, así como un conjunto de
hechos fantaseados por el propio sujeto, siendo lo más importante tratar de darles
una oportuna interpretación capaz de poner en primer plano los significados
determinados por el inconsciente, recorriendo un camino que va desde el aquí y
ahora al ayer y entonces.
Pues bien, en tanto el psicoanalista se compromete en la tarea de reconstruir el
pasado personal en el sentido señalado, está poniendo en primer plano su
vocación de historiador, mientras que se convierte en hermeneuta de lo profundo
cuando efectúa una exégesis de tal pasado en el marco de su teoría y de los
fenómenos transferenciales, donde la pulsión y sus avatares y la interacción con el
objeto cobran la máxima importancia. En tanto historiador busca un determinado
tipo de explicación y en tanto hermeneuta otra, tratando de comprender y hacer
comprender la dinámica de la realidad psíquica vivida en función de los
determinantes inconscientes, lo que conduce a un tipo de explicación de
naturaleza ajena a la causal y a la funcional, yendo también más allá de la
comprensivo-fenomenológica, de la que la estricta explicación histórica estimamos
que es una forma. La explicación que maneja el psicoanalista es dinámico-
exegética o interpretativa, la cual busca poner en la esfera de lo consciente lo que
está oculto por la acción de los procesos inconscientes.

Concentrándonos en primer lugar en el psicoanálisis como ciencia histórica,


podemos intentar una mayor profundización a partir de las ideas que nos ha
aportado Gibson, cosa que puede facilitar el esclarecimiento de los puntos
comunes que existen entre historiador y psicoanalista. Gibson indica que ser
historiador quiere decir, sencillamente, que uno se interesa por lo que sucedió en
el pasado. Y, en tal sentido, añadimos nosotros, el psicoanalista lo es, pues
concentra parte de su trabajo en los eventos biográficos del analizado
(especialmente en cómo los vivenció desde su realidad subjetiva), tratando de
entresacar los claves más sobresalientes y significativas, para determinar así
algunos de los factores que crearon los conflictos del individuo, teniendo siempre
presente que es en las fallas del discurso verbal y no verbal del presunto recuerdo
donde se expresa con más precisión lo inconsciente.

En sus respectivas tareas, tanto historiador como psicoanalista tratan de encontrar


el mayor número de pistas, para, con el máximo rigor ético y científico posibles,
intentar dar una explicación de lo que aconteció en tiempos pretéritos, a la luz de
sus correspondientes sistemas teóricos: en uno y otro caso se manejan
explicaciones propiamente históricas, las cuales apuntan más a motivos, razones,
creencias, actitudes e intereses que a causas de naturaleza fisicalista. Ahora
bien, el psicoanalista supera este nivel al tratar de acceder a explicaciones de tipo
dinámico-exegética (explicaciones interpretativas), pues no se da por contento con
la mera comprensión de eventos de la realidad subjetiva, sino que quiere captar,
18

para transmitirlo después, el significado profundo que todo ello ha tenido y tiene
para el sujeto, significado que éste, por la acción de sus defensas inconscientes,
Pá gina

desconoce, gracias a lo que evita la angustia que el percatarse del mismo traería
aparejado.

Si profundizamos algo más en el examen de las peculiaridades de la investigación


histórica, pueden determinarse más similitudes entre historiador y psicoanalista:
así, en la investigación histórica destacan dos cuestiones centrales: ¿qué ocurrió?
y ¿por qué ocurrió? La respuesta a la primera pregunta nos enfrenta a la estricta
reconstrucción histórica, que en ocasiones puede ser conjeturada o hipotetizada,
lo que puede denominarse retrodicción, una forma invertida de predicción cuando
parte de un cuerpo de principios generales. La respuesta a la segunda de las
cuestiones nos conduce a la explicación histórica, no pudiendo ni debiendo
identificarse ésta con la explicación causal, por muchas semejanzas formales y
lógicas que ambas posean.

Cuando tales retrodicciones y explicaciones son genuinas exigen imprescindible-


mente de un soporte de principios generales y particulares bien establecidos.
Llamar leyes a tales principios es una cuestión secundaria, aunque sería
razonable reservar tal epígrafe sólo para las regularidades que subyacen tras los
fenómenos que acontecen de forma cerrada y determinista, como ocurre en el
terreno físico. Sea como fuere, lo que hay que resaltar es que si un quehacer
viene derivado de un cuerpo de principios (y por supuesto de leyes), ese quehacer
es científico: y ello tiene lugar tanto en la historia como en el psicoanálisis.

Es bien cierto, sin embargo, que en los hechos históricos, y en general en la


conducta humana individual, se da una circunstancia no buscada por sus
estudiosos: la irrepetibilidad. Esto torna muy dificultosa la contrastación de las
reconstrucciones y explicaciones en la historia y en la psicología. Es verdad que el
psicoanalista tiene en este asunto ciertas ventajas sobre el historiador clásico,
como es la posibilidad de comprobar más directamente si unas y otras son
adecuadas, por ser más factible conectar conjeturas con eventos más o menos
recientes e incluso actuales. Pero el psicoanalista también cuenta con limitaciones
que debilitan su discurso científico, ya que, dado que trabaja con hipótesis-dichas,
declarando a su analizado la reconstrucción que supone o la explicación histórica
y la explicación interpretativa que cree que mejor se atienen a lo registrado,
intervención que puede alterar la evolución espontánea de los datos que sirvan
para confirmar o refutar las conjeturas en juego, dándose el caso de que el sujeto
que las escucha se oponga aun siendo certeras, o las acepte incluso siendo
incorrectas, por la intervención de factores afectivos y cognitivos que lo mediaticen
en uno u otro sentido. Esto, sin duda, es una limitación epistemológica seria, que
sólo puede obviarse parcialmente cuando la experiencia muestra, en muchos
casos o reiteradamente en un mismo sujeto, la validez de las conjeturas que se
han manejado.

Historiador y psicoanalista, por otro lado, se valen de una amplia variedad de


vestigios para alcanzar sus objetivos científicos: sin tales vestigios, que en todo
19

caso han de ser reconstruidos y descritos a la luz de una teoría, la tarea de uno y
otro es inviable. La operatividad de esta labor se torna mayor, además, cuando se
Pá gina

da una evidencia acumulativa, que puede referirse tanto al caso individual como al
conjunto de objetos o sujetos que comparten la misma característica. Por esta vía
se facilita la superación de lo idiográfico, accediéndose a un escalón más alto de
la ciencia, lo nomotético.

Como se acaba de decir, el hallazgo y la descripción de los vestigios se realiza,


inevitablemente, en el contexto de una determinada teoría. Y, paralelamente, tales
vestigios pueden confirmar los supuestos teóricos, debilidad epistemológica propia
de las estrategias inductivas, de alguna manera presentes en la historia y en el
psicoanálisis. Igualmente es cierto, desde luego, que una y otra pueden trabajar al
modo deductivo, en cuyo instante se sitúan en un nivel epistemológico de superior
categoría, pero tampoco esta alternativa garantiza el encuentro con la verdad.
Ahora bien, debe tenerse muy presente que, tanto en la historia como en el
psicoanálisis, cualquiera que sea la estrategia investigadora (inductiva o
deductiva), las validaciones de conceptos, hipótesis o principios tienen un carácter
abierto y probabilístico, como corresponde a los eventos en que participa el
hombre, dado que sus actos se ponen en marcha y se sostienen por deseos,
propósitos, intereses, actitudes y otros elementos psicológicos, y no directamente
por causas físicas, que son las que ocasionan una determinación más cerrada,
más predecible. Y de aquí que sólo en este campo podamos hablar de genuinas
leyes.

Ahora bien, aunque lo histórico sea importante en el trabajo psicoanalítico, lo


esencial está en la tarea hermenéutica, terreno en el que los errores son más
factibles, por su propia naturaleza y por la metodología que manejamos al
respecto.

B) El carácter hermenéutico del psicoanálisis

Tal como afirma Suárez, Ricoeur ha llevado a cabo un trabajo lúcido, riguroso y
honesto para fundamentar epistemológicamente el psicoanálisis, contrastando el
valor del discurso freudiano a la luz de la hermenéutica. Para Ricoeur el avance
epistemológico central del psicoanálisis freudiano es que supera lo energético por
medio de lo hermenéutico, gracias a lo que lo físico se abre a lo psicológico. Este
hecho constituye, justamente, la razón de ser del psicoanálisis, en donde la
energética pasa por una hermenéutica y ésta describe una energética.

Ciertamente, la perspectiva metapsicológica de Freud, en especial el punto de


vista económico, se enraíza en lo biológico, en lo neurofisiológico, en lo
energético. Pero, sin duda, el psicoanálisis trata de ir más allá de lo somático,
buscando el sentido o significado personal del deseo pulsional y de los productos
más o menos ligados a él, como las temáticas que se establecen en las relaciones
con el objeto, entrando en ese instante en un terreno puramente psicológico. Aquí
la aportación metapsicológica dada por la perspectiva dinámica cumple un papel
definitivo, pues permite acceder a lo hermenéutico, lo que supera la reconstrucción
20

y la explicación históricas.
Pá gina

Las interrelaciones existentes entre lo histórico y lo hermenéutico no chocan en


absoluto, puesto que ambas tareas se complementan, particularmente en el
psicoanálisis. Lo que sí queda fuera de los intereses psicoanalíticos son los
estudios fisiológicos, aunque en ningún caso se abandone la idea de que lo
psíquico se funda en último término en un sustrato biológico: de aquí la inclusión
de construcciones económicas en la metapsicología. Pero, ¿cómo es posible ligar
la explicación económica, de carácter causalista, a la interpretación de
significados? Para Ricoeur el freudismo existe justamente porque supera este
dilema, yendo más allá de la dicotomización cuerpo-mente que subyace en la
fenomenología: gracias al modelo metapsicológico, la interpretación psicológica
puede surgir, en un momento dado, por encima de la explicación causalista o
económica. En efecto, el aparato mental conceptualizado por Freud, sobre la base
de sus características estructurales, económicas, dinámicas y genéticas permite
superar el dualismo inserto en el hecho de defender una explicación causalista-
fisicalista versus una explicación interpretativa psicológica, dado que tal aparato es
descrito como un escenario donde la pulsión fisiológica se transforma en
representación psíquica (fantasía, deseo), esto es, en pulsión psíquica, a partir de
cuyos conflictos se construyen los rasgos de carácter y el comportamiento
manifiesto, que esconden un significado o sentido de naturaleza inconsciente, que
puede trabajarse exegéticamente.

Es claro que, en tanto disciplina hermenéutica, el psicoanálisis se sitúa más allá


de los hechos manifiestos u objetivos, fisiológicos e incluso psicológicos,
extrañándose si se pretende una validación de sus presupuestos y hallazgos con
el metro empírico. Como ha escrito el citado Ricoeur, no es lo mismo prestarse a
una valoración empírica que hacer posible la contrastación empírica de una
interpretación que se centra en la semántica del deseo: en este caso, las
conjeturas psicoanalíticas han de considerarse bajo la condición de una
probabilidad semántica del deseo, lo que no es igual que la probabilidad de un
hecho observable por los órganos de los sentidos.

Tal planteamiento ha llevado a algunos a mantener que, al fin y a la postre, el


soporte epistemológico del psicoanálisis es semejante al de la fenomenología, de
modo que ambos enfoques serían similares. Ricoeur llama la atención sobre este
error, pues aunque psicoanálisis y fenomenología tengan algunos puntos comunes
(como el acto filosófico de la reducción, las implicaciones de los aspectos
dialécticos del lenguaje, la intersubjetividad que ambos comportan y los
componentes históricos que a los dos interesan), la fenomenología es
esencialmente una disciplina reflexiva, mientras que el psicoanálisis no lo es (si
acaso autorreflexiva); además, el desplazamiento metodológico que el
psicoanálisis efectúa difiere bastante de la estricta reducción fenomenológica,
persiguiendo asir con la interpretación el significado inconsciente del acto
conductual, a diferencia de la fenomenología que se detiene en la comprensión
vivencial, sin ir nunca más allá de la esfera de lo consciente.
21

Psicoanálisis y fenomenología, en todo caso, son dos quehaceres hermenéuticos,


Pá gina

pero con planteamientos, compromisos y metodologías bien distintos. La


hermenéutica psicoanalítica busca la traducción de un texto manifiesto, que ha
sido deformado, alterado, censurado y oscurecido, engañando al propio sujeto: el
encuentro con el último sentido lo hace el psicoanalista contando con los
determinantes inconscientes, que se consideran las principales claves del carácter
y de la conducta. Por ello, el eje central de su método y de su técnica es la
interpretación, superando la manifestación incompleta o distorsionada del texto
consciente.
Habermas, en una línea argumental semejante, nos dice que el psicoanálisis se
presenta aparentemente como una hermenéutica que se atiene al modelo
filológico que utiliza el fenomenólogo, pero si se mira atentamente el trabajo
interpretativo del analista se distingue bastante del que el fenomenólogo lleva a
cabo, no sólo por su particular objeto de interés, sino especialmente porque tiene
muy en cuenta la dimensión inconsciente, tratando de ir más allá del elemento
manifiesto asentado en la consciencia, que es donde se detiene el fenomenólogo.
El psicoanálisis, sigue diciendo Habermas, se consolida como una tecnología
particular porque Freud capta, en las acciones y expresiones aparentemente
discordantes del neurótico, una intención, un sentido, un significado, cuyo origen
se hunde en el inconsciente: la interpretación analítica se ocupa, así, de aquellos
contenidos deformados, alterados y mutilados a través de los que el sujeto se
engaña a sí mismo, con lo que la hermenéutica filológica de Dilthey se transforma
en el psicoanálisis en una hermenéutica de lo profundo.

La hermenéutica psicoanalítica, por otra parte, no tiene como objetivo final la mera
comprensión intelectual de contenidos simbólicos, como acontece en las
tradicionales ciencias del espíritu, sino que su meta principal está en lograr que el
sujeto alcance una autocomprensión saturada de afectos (insight): no basta, e
incluso desde el punto de vista terapéutico es inútil, que el psicoanalista proponga
un significado del acto o del contenido mental y que el analizado lo acepte
intelectualmente, puesto que es imprescindible que éste, superando las barreras
de las defensas/ resistencias, tenga ocasión de experimentar el ¡ah! cognitivo y
afectivo que indica que su yo ha alcanzado la total comunicación con contenidos
antes inaccesibles.

Finalmente, el psicoanálisis necesita de un complejo proceso de translaboración,


por medio del cual pueden superarse todas las resistencias y asumirse los
contenidos reprimidos: el psicoanálisis no busca, pues, un mero análisis seguido
de una síntesis, sino lo que Habermas bautizó como autorreflexión y Lorenzer ,
como tarea crítico-hermenéutica, que en lenguaje psicoanalítico sería hacer
consciente lo inconsciente, pasar lo que está regido por el proceso primario al
proceso secundario o cambiar el dominio del ello en dominio del yo, relacionando
lo expresado con los oportunos elementos inconscientes, transformando lo ignoto
en conocido y lo ingobernable en controlable. Semejante idea late en la fórmula
lacaniana que sitúa como meta pasar al orden simbólico lo que está en el orden
imaginario.
22

Cuestión aparte es que la hermenéutica aún está lejos de establecer un cuerpo de


Pá gina

principios bien asentados y contrastados, lo que aboca en una afirmación que


algunos se resisten a pronunciar: siendo el saber psicoanalítico científico, es
todavía muy inmaduro y provisional. Pero, en todo caso, no es en el terreno
empírico-experimental, ni en leyes deterministas que permitan una explicación
causal donde está su lugar, ni tampoco en el hallazgo de un cuerpo de principios
que justifiquen ciertas explicaciones funcionales o en reconstrucciones de la
esfera de lo consciente que aboquen en una explicación histórico-comprensiva de
los hechos, sino en una categoría distinta de saberes científicos.
Capítulo 2
TEORÍA DEL PSICOANÁLISIS

FUNDAMENTOS TEÓRICOS

El psicoanálisis es una tradición humana, nacida en las mentes, los corazones, los
conflictos personales y las luchas interpersonales de sus fundadores y
contribuyentes. Así pues el psicoanálisis es un conjunto de teorías y una disciplina
creada en principio para tratar, enfermedades mentales, basada en la revelación
del inconsciente. El psicoanálisis busca ser también:

 Un método de introspección y de exploración del inconsciente.


 Una técnica terapéutica para el tratamiento de las enfermedades mentales.
 Una técnica usada para formar psicoanalistas (es un requisito básico en la
formación psicoanalítica someterse a un tratamiento psicoanalítico).
 Un método de análisis crítico aplicable a la historia y la cultura.
 Un movimiento que busca defender y asegurar la aceptación de la teoría y
la técnica.

En cuanto al funcionamiento de los niveles de conciencia, los divide en tres


niveles:

Consciente. Comprende lo que percibe o se puede conocer en el momento, es el


que recibe las impresiones y experiencias internas y externas. Es todo aquello de
lo que nos damos cuenta en un momento particular: las percepciones presentes,
memorias, pensamientos, fantasías y sentimientos. Cuando trabajamos muy
centrados en estos apartados es lo que Freud llamó preconsciente, algo que hoy
llamaríamos “memoria disponible”: se refiere a todo aquello que somos capaces
de recordar; aquellos recuerdos que no están disponibles en el momento, pero
que somos capaces de traer a la consciencia. Actualmente, nadie tiene problemas
con estas dos capas de la mente, aunque Freud sugirió que las mismas
constituían solo pequeñas partes de la misma.
23

Preconsciente. Éste forma parte del inconsciente, aun cuando se trate de una
parte que fácilmente puede tornarse consciente. Contiene elementos que vienen
Pá gina

del inconsciente al consciente y viceversa, además de impresiones del mundo


exterior como representaciones fonéticas o verbales (memoria).

Inconsciente. La parte más grande estaba formada por el inconsciente e incluía


todas aquellas cosas que no son accesibles a nuestra consciencia, incluyendo
muchas que se habían originado allí, tales como nuestros impulsos o instintos, así
como otras que no podíamos tolerar en nuestra mente consciente, tales como las
emociones asociadas a los traumas.
De acuerdo con Freud, el inconsciente es la fuente de nuestras motivaciones, ya
sean simples deseos de comida o sexo, compulsiones neuróticas o los motivos de
un artista o científico. Además, tenemos una tendencia a negar o resistir estas
motivaciones de su percepción consciente, de manera que solo son observables
de forma disfrazada.

Está cargado de energía, se observa indirectamente por los sueños, actos fallidos
y asociación libre. Tiene un modo propio de actuar que se distingue por ausencia
de cronología, ausencia de contradicción, lenguaje simbólico, igualdad de valores
para la realidad interna y externa (con predominio de la interna) y por el
predominio del principio del placer. Son los fenómenos que se escapan a la
conciencia y difícilmente pueden penetrar en ella (representado por el mundo de
los símbolos). Cuando un pensamiento o sentimiento consciente no parece
guardar relación con los sentimientos y sentimientos que le preceden, hay
conexiones reales pero inconscientes. Dentro del inconsciente hay elementos
instintivos que nunca han sido conscientes y a los que la conciencia nunca podrá
acceder.

Según Freud, la superposición de estas tres áreas de la personalidad explica el


comportamiento humano, que es esencialmente complejo, y donde las
motivaciones permanecen en la mayoría de los casos ocultas e ignoradas incluso
por los mismos individuos. Cuando el individuo no mantiene un equilibrio entre los
tres componentes desarrolla tensión, la cual origina mecanismos de defensa que
son subconscientes, tales como la represión, la identificación, la proyección, la
sublimación, la racionalización, la negación, la formación reactiva y la regresión.
Estos protegen al aparato psíquico y permiten mantener cierta estabilidad. En la
teoría de Freud se manejan además conceptos fundamentales, los cuales son
premisas básicas para entender su propuesta teórica y psicoterapéutica, estos son
pulsiones y ansiedad.

Las fuerzas instintivas que rigen el comportamiento humano, Freud las distinguen
y las llama:

Los instintos de la vida

En la teoría freudiana de la personalidad, todos los instintos que intervienen en la


supervivencia del individuo y de la especie, entre ellos están, el ser humano, la
24

auto preservación y el sexo. La libido: es la energía del que disponen las


pulsiones de vida. Su producción, incremento o disminución, su distribución y su
Pá gina

desplazamiento deben representar ocasiones inmejorables para explicar los


fenómenos psicosexuales observados.
Los instintos de muerte

En la teoría freudiana, es el grupo de instintos que produce agresividad,


destrucción y muerte. La energía agresiva: o pulsión de muerte, carece de un
nombre especial. Se le han atribuido las mismas propiedades generales de la
libido, aunque Freud nunca fue específico en este sentido.
Teoría Freudiana del determinismo psíquico
Según Sigmund Freud, el ser individuo está bajo un determinismo psíquico,
afirmaba que nada ocurre al azar, regla a la que, tampoco se sustraían los
procesos mentales. Cada pensamiento, sensación, recuerdo, acto tiene una o
varias cosas. Su teoría plantea que la personalidad humana es el producto de la
lucha entre tres fuerzas en interacción, que determinan en comportamiento
humano:

Una parte del cuerpo lo constituye el sistema nervioso, del que una de sus
características más prevalentes es la sensibilidad que posee ante las necesidades
corporales. En el nacimiento, este sistema es poco más o menos como el de
cualquier animal, una “cosa”, o más bien, el Ello. El sistema nervioso como Ello,
traduce las necesidades del cuerpo a fuerzas motivacionales llamadas pulsiones
(en alemán “Triebe”). Freud también los llamó deseos. Esta traslación de
necesidad a deseo es lo que se ha dado a conocer como proceso primario.

El Ello es la función más antigua y original de la personalidad y la base de las


otras dos. Comprende todo lo que se hereda o está presente al nacer, se presenta
de forma pura en nuestro inconsciente. Representa nuestros impulsos o pulsiones
más primitivos. Constituye, según Freud, el motor del pensamiento y el
comportamiento humano. Opera de acuerdo con el principio del placer y
desconoce las demandas de la realidad. Allí existen las contradicciones, lo ilógico,
al igual que los sueños.

El yo surge a fin de cumplir de manera realista los deseos y demandas del ello de
acuerdo con el mundo exterior, a la vez que trata de conciliarse con las exigencias
del superyó. El yo evoluciona a partir del ello y actúa como un intermediario de
este y el mundo externo. El yo sigue al principio de realidad, satisfaciendo los
impulsos del ello de una manera apropiada en el mundo externo. Usa el
pensamiento realista característico de los procesos secundarios. Como ejecutor
de la personalidad, el yo tiene que medir entre las tres fuerzas que le exigen: las
del mundo de la realidad, las del ello, y las del superyó, el yo tiene que conservar
su propia autonomía por el mantenimiento de su organización integrada.

El Superyó es la parte que contrarresta al ello, representa los pensamientos


25

morales y éticos recibidos de la cultura. Consta de dos subsistemas: la conciencia


y el ideal del yo. La conciencia se refiere a la capacidad para la autoevaluación, la
Pá gina

crítica y el reproche. El ideal del yo es una autoimagen ideal que consta de


conductas aprobadas y recompensadas.

Lo describiremos en el siguiente cuadro:


Id (Ello): Las leyes lógicas del pensamiento no se aplican al ello.
Es la parte más propia del ser humano, de origen ontogenético y filogenético, que todos
traen al nacer en forma totalmente inconsciente. Es la fuente de impulsos primitivos,
deseos innatos, necesidades fisiológicas básicas tales como la sed, el hambre y el sexo,
hacia las cuales el individuo busca satisfacción inmediata sin preocuparse por los medios
específicos para conseguirla. Se rige por lo que denomina el principio del placer (energía
libidinal), evita las tensiones y tiende a funcionar a un nivel muy subjetivo e inconsciente,
sin que pueda afrontar debidamente la realidad objetiva, es decir, que la persona no
puede acceder al conocimiento de esta área por un mero ejercicio de introspección.

Por ejemplo: cuando hace calor y una persona tiene sed, su "ello" le impulsará a
tomar algo frío y beberlo. No le importará el modo de obtener la bebida, sólo saciar su
sed.
Ego (Yo): Cumple varias funciones en relación con los mundos exterior e interior.
Es la parte de la psique que mantiene contacto con la realidad externa. Coordina los
impulsos (ello) y hace que se puedan expresar en el mundo externo. Se rige por el
principio de la realidad. Se distingue entre:

o Yo Ideal (ideal para el ello, para el deseo)


o Ideal del Yo (base para el súper yo, lo que se debe ser).

El yo tiene dos funciones:

1. Función sintética del yo o función homeostática (coordinar entre ello y súper yo);
2. El examen y sentido de la realidad (comprobar la real existencia de los objetos).

El "yo", surge a causa de las limitaciones del "ello" en sus interacciones con el mundo
real. Con el aprendizaje y la experiencia, el individuo desarrolla las capacidades del
pensamiento realista y la capacidad de adaptarse al ambiente. Funciona a partir del
principio de la realidad.

El "ego" es donde se generan las acciones del individuo para dar respuesta a los
impulsos y motivos del subconsciente.

Por ejemplo: aunque el "ello" del hambriento le estimule a quitarle la comida a su amigo,
su "yo" razonará que, si se la pide, quizá se tarde más tiempo, pero a cambio obtendrá
una porción mayor.
26

Superego (Superyo): Hace las veces de juez o censor de las actividades y reflexiones
del Yo.
Pá gina

Se dedica a limitar, prohibir o juzgar la actividad consciente, aunque también puede


intervenir de manera inconsciente. Se introyectan las figuras paternas reales o
imaginarias de ambos progenitores (madre: represión por amor; padre: represión por
castigo).

Las funciones del súper yo son, entre otras:

 Autoobservación,
 Conciencia moral,
 Censura onírica,
 Represión, y
 Enaltecimiento de los ideales.

Es la expresión interna del individuo acerca de la moral de la sociedad y de los códigos


éticos de conducta. Es una especie de "freno" que restringe o inhibe las fuerzas
impulsivas del "Id (Ello)". Representa el ideal al definir lo bueno y lo malo, influyendo
además en la búsqueda de la perfección. Trata de dirigir los impulsos del subconsciente
hacia comportamientos socialmente admitidos.

Por ejemplo: no fumar en los hospitales, ceder el paso a las señoras o el asiento a los    
ancianos.

Teoría de los sueños de Freud

Su teoría que nuestras mentes guardan recuerdos y emociones en nuestro


subconsciente transformó la forma en la que los humanos estudiaban la mente
humana.

Freud decía que los sueños son una forma de realizar deseos y que muchos
deseos son el resultado de deseos sexuales reprimidos o frustrados. En su
opinión, la ansiedad que rodea dichos deseos hace que algunos sueños se
conviertan en pesadillas.

Freud mantiene que todos los sueños representan la realización de un deseo por
parte del soñador, incluso los sueños tipo pesadilla. Hay sueños negativos de
deseos, donde lo que aparece es el incumplimiento de un deseo.

A lo largo de su obra más conocida, la Interpretación de los sueños, Freud utiliza


sus propios sueños como ejemplos para demostrar su teoría sobre la psicología
de los sueños. Freud distingue entre el contenido del sueño "manifiesto" o el
sueño experimentado al nivel de la superficie, y los "pensamientos de sueño
latentes", no conscientes que se expresan a través del lenguaje especial de los
sueños.

La teoría de interpretación de los sueños de Freud representa las primeras teorías


27

de este con relación a la naturaleza de la psicología de sueños inconscientes, la


importancia de las experiencias de la infancia, el lenguaje "hieroglífico" de los
Pá gina

sueños y el método que él llama "psicoanálisis".

Freud considera que todo sueño es interpretable, es decir, puede encontrarse su


sentido. La labor de interpretar no recae sobre todo el sueño en su conjunto sino
sobre sus partes componentes basándose en una especie de libro de los sueños,
donde cada cosa soñada significa tal otra cosa en forma rígida, sin considerar la
peculiaridad de cada sujeto. Primero se descompone el relato en partes, y recién
al final surge la interpretación final o global, en la cual se nos revela el sueño como
una realización de deseos.
El psicoanálisis emplea el término de pulsión para el estudio del comportamiento
humano. Antes de seguir adelante convendría aclarar las diferencias que existen
entre la pulsión y el instinto. Los instintos tienden a una finalidad predominante
biológica, mientras que la relación entre la pulsión y el objeto que la promueve es
extremadamente variable.

La pulsión es un impulso que se inicia con una excitación corporal y cuya finalidad
última es precisamente la supresión de dicha tensión.

Hay dos tipos de pulsiones, la pulsión sexual o de la vida y la pulsión de la


muerte. Para el psicoanálisis el impulso sexual tiene unas acotaciones muy
superiores a lo que habitualmente se considera como sexualidad, al tiempo que
introduce la diferenciación entre sexualidad y genitalidad: si todo lo genital es
sexual, no todo lo sexual es genital. La libido es la energía que pone en marcha la
pulsión sexual, y puede presentar diferentes alternativas según esté dirigida a los
objetos (libido objetal), o bien se dirija al propio Yo (libido narcista).

ETAPAS DEL DESARROLLO PSICOSEXUAL

Para Freud la pulsión sexual es la fuerza motivacional más importante. Éste creía
que esta fuerza no era solo la más prevalente para los adultos, sino también en los
niños, e incluso en los infantes. Cuando Freud presentó sus ideas sobre
sexualidad infantil por primera vez, el público vienés al que se dirigió no estaba
preparado para hablar de sexo en los adultos, y desde luego menos aún en los
niños.

Es cierto que la capacidad orgásmica está presente desde el nacimiento, pero


Freud no solo hablaba de orgasmo. La sexualidad no comprende en exclusiva al
coito, sino todas aquellas sensaciones placenteras de la piel. Está claro que hasta
el más mojigato de nosotros, incluyendo bebés, niños y adultos, disfrutamos
de as experiencias táctiles como los besos, caricias y demás.

Freud observó que en distintas etapas de nuestra vida, diferentes partes de la piel
que nos daban mayor placer. Más tarde, los teóricos llamarían a estas
28

áreas zonas erógenas. Vio que los infantes obtenían un gran monto de placer a
través de chupar, especialmente del pecho. De hecho, los bebés presentan
Pá gina

una gran tendencia a llevarse a la boca todo lo que tienen a su alrededor. Un poco
más tarde en la vida, el niño concentra su atención al placer anal de
retener y expulsar. Alrededor de los tres o cuatro años, el niño descubre el placer
de tocarse sus genitales. Y solo más tarde, en nuestra madurez sexual,
experimentamos un gran placer en nuestras relaciones sexuales. Basándose en
estas observaciones, Freud postuló su teoría de los estadios psicosexuales.
El psicoanálisis establece una serie de fases a través de las cuales se verifica el
desarrollo del sujeto. Desde el punto de vista de dichas fases, los conflictos
psíquicos - y su posibilidad de resolución- dependerán del estancamiento de una
fase (fijación) o del retorno a una fase precedente (regresión). De ahí que esta
teoría implique un concepto dinámico sobre lo psíquico.

Etapa Oral: Comprende desde el nacimiento hasta alrededor de los 18 meses.


Esta primera fase libidinosa está relacionada con el placer del bebé en el
momento de la alimentación, en la que tanto labios como boca tienen un papel
preponderante. La satisfacción ligada en un primer momento son las actividades
favoritas del infante, chupar y morder, el comer, adquirirá pronto autonomía, como
en el caso del mero chupeteo, y se convertirá a su vez, en el prototipo inicial de
toda satisfacción.

Fase Oral-sádica: Es considerada una segunda etapa de la fase oral, coincidente


con la aparición de la dentición y, por tanto, ligada al acto de morder. Dado que la
nueva adquisición tiene un sentido destructivo (aunque sólo sea implícitamente),
da lugar a la aparición del concepto de ambivalencia (relación de amor-odio
respecto a un mismo objeto).

Etapa Anal: Se extiende, aproximadamente, entre los dieciocho meses y los


cuatro años. La actividad anal adquiere unas connotaciones libidinosas. El ano se
constituye en la zona erógena (fuente corporal de excitación) por excelencia. Otra
característica de esta fase es la aparición de la polaridad actividad- pasividad,
ligada a la posibilidad tanto de retener como expulsar los excrementos. El goce
surge de retener y expulsar.

Etapa Fálica: Comprende desde los tres o cuatro años hasta los cinco, seis o
siete años. El foco del placer se centra en los genitales. La masturbación  a estas
edades es bastante común. En este momento, las pulsiones parciales de fases
precedentes se concretan en una cierta primacía de lo genital. Es la primera
organización libidinal del niño respecto al caos de las pulsiones parciales
anteriores (orales-anales), que se completará en la pubertad.

Etapa de la Latencia: Dura desde los cinco, seis o siete años de edad hasta la
pubertad, más o menos a los 12 años. Durante este período, Freud supuso que
la pulsión sexual se suprimía al servicio del aprendizaje. Debo señalar aquí, que
aunque la mayoría de los niños de estas edades están bastante ocupados
29

con sus tareas escolares, y por tanto “sexualmente calmados”, cerca de un cuarto
de ellos están muy metidos en la masturbación y en jugar “a los médicos”.
Pá gina

En los tiempos represivos de la sociedad de Freud, los niños eran más tranquilos
en este período del desarrollo, desde luego, que los actuales.

Etapa Genital: En la teoría freudiana del desarrollo de la personalidad, esta es


fase final del desarrollo psicosexual normal del adulto que suele caracterizarse por
una sexualidad madura. Ocurre con el inicio de la pubertad y en ella renacen los
impulsos sexuales. Cuando hacen el amor, el adolescente y el adulto logran
satisfacer los deseos incumplidos de la infancia y la niñez. Ahora, los jóvenes de
uno y otro sexo conocen sus diferencias sexuales y buscan formas de colmar sus
necesidades eróticas y personales. Freud consideraba que la homosexualidad en
esta etapa se debía a la falta de un desarrollo adecuado y que la heterosexualidad
era características de una personalidad sana.

De la forma específica en que se afronten las distintas fases, dependerán las


características psíquicas del sujeto. Desde un punto de vista patológico, las
perturbaciones en las distintas fases darán lugar a fijaciones o regresiones, que se
traducirán en el adulto en estados de neurosis o psicosis.

En el desarrollo sexual, es esencial el complejo de Edipo, que termina en la fase


fálica, y en la que el niño ha de establecer por vez primera un vínculo afectivo con
su progenitor de sexo opuesto (el padre), que es considerado un rival frente a la
madre. El niño siente hacia ella un deseo incestuoso que tiene que reprimir por
miedo a la agresión paterna y a la castración, temor que le lleva a construir el
superego (superyó), una instancia encargada de controlar al consciente (yo) según
las pautas morales impuestas por los padres.

El complejo de Edipo conlleva la aceptación del principio de realidad y la


subordinación del principio del placer. El desajuste entre las demandas del
consciente, el inconsciente y las exigencias del superego puede convertirse en
conflictos denominados fijaciones y complejos, que pueden llevar a que el adulto
sufra regresiones o modos de satisfacción sexual infantiles. La mente consciente,
imposibilitada para funcionar normalmente perderá su control y desarrollará
neurosis como modos de expresar dicha tensión.

Freud no pudo explicar cómo se desarrollaba el superego en las niñas, debido a


que naturalmente éstas no pueden ser castradas. Sus prejuicios sociales le
llevaron a elaborar una teoría, llamada complejo de Electra, en la que la
vinculación de la niña con sus progenitores se establece en relación a una envidia
del pene "ausente" en ella. La mujer es un ser deficiente, castrado, por lo que,
según Freud, nunca podrá desarrollar un superego fuerte, lo que justifica su
debilidad moral y su mayor tendencia al sentimentalismo.

La explicación del escaso papel social de la mujer a lo largo de la historia


encuentra su respaldo en una base natural, científica, que constituye un factum del
desarrollo humano. Definidas por Freud como el continente oscuro, las mujeres
30

están condenadas al ámbito de lo privado, donde cohabitarán con hombres que


representarán simbólicamente al padre que no pudieron conquistar. La crítica
Pá gina

feminista sobre las ideas de género de Freud será, en este sentido, implacable.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS

Sánchez – Barranco, A. La condición científica del psicoanálisis. Apuntes de


psicología, 36, 1992, 57-76.

Schenqueman, C (2003). Freud y la cuestión del paradigma indiciario. En R.


Musicante, comentarios psicoanáliticos (pp. 215 – 234). Córdoba: Brujas (serie Nº
1).

Freud, Sigmund. Obras completas: volumen 8 (1901 – 05). Fragmento de un caso


de histeria. Tres ensayos de teoría sexual. Buenos Aires. Amorrortu; 1979. 313 p.

Menninger, Karl A. Teoría de la técnica psicoanalítica. México: Pax Asociación


psicoanalítica mexicana; 1960. 279 p.

CONCLUSIONES

Podemos concluir que los fundamentos epistemológicos del psicoanálisis


freudiano se apoyan en tres pilares: el Fundamento Monista; Fundamento
Fisicalista; y el Fundamento Agnosticista.

Que Sigmund Freud es influenciado por las enseñanzas de Charcot, quien explicó
las posibilidades de cura de la histeria.

Que el contexto social, político y religioso (por sus raíces culturales judías)
influyeron enorme y decisivamente en sus estudios y métodos de trabajo personal
y en la elaboración de su teoría.
31

Freud se atiene  al postulado fisicalista, entendiendo que "sólo las fuerzas físicas 


Pá gina

y químicas, excluyendo a cualquier otra, actúan en el organismo".

Freud  sostiene que  su producción, el psicoanálisis se ubica dentro de las


ciencias de la naturaleza y rechaza cualquier injerencia de las llamadas ciencias
del espíritu  de dudoso origen.

Se afilia al agnosticismo otro de los fundamentos de su pensamiento. "Freud


puede simultáneamente y sin contradicción afirmar la cientificidad del saber
analítico y profesar un agnosticismo, o sea afirmar un límite absoluto al
conocimiento".
Freud plantea que el Psicoanálisis es una ciencia de la naturaleza, y a la vez, que
el objeto de estudio del Psicoanalisis es el inconsciente, y que este es "la cosa en
sí", utilizando términos kantianos, o sea lo incognoscible.

Sigmund Freud logró formular una teoría psicológica que abarcaba la personalidad
normal y anormal, y que incidía en todos los campos del saber: la sociología, la
historia, la educación, la antropología y las artes.

La primera preocupación de Freud, dentro del campo del psiquismo humano, fue
el estudio de la histeria, a través del cual llegó a la conclusión de que los síntomas
histéricos dependían de conflictos psíquicos internos reprimidos y el tratamiento
de los mismos debía centrarse en que el paciente reprodujera los sucesos
traumáticos que habían ocasionados tales conflictos. La técnica utilizada en
principio para ello fue la hipnosis.

Llegó a la convicción de que el origen de los trastornos mentales está en la vida


sexual y que la sexualidad comienza mucho antes de lo que en aquellos
momentos se pensaba, en la primera infancia.

Freud introduce otra técnica de tratamiento: la asociación libre y rechaza la


hipnosis, por considerarla menos efectiva. En las asociaciones libres el paciente
expresa sin censuras todo aquello que le viene a la conciencia de forma
espontánea.

Incorpora la interpretación de los sueños en el tratamiento psicoanalítico, ya que el


sueño expresa, de forma latente y a través de un lenguaje de símbolos, el conflicto
origen del trastorno psíquico. El terapeuta ha de vencer las "resistencias" que le
llevan al paciente a censurar su trauma, como forma de defensa.

Otro aspecto es el análisis de la transferencia, entendida como la actualización de


sentimientos, deseos y emociones primitivas e infantiles que el paciente tuvo hacia
sus progenitores o figuras más representativas y que ahora pone en el terapeuta.

Freud hace una formulación topográfica del psiquismo e incluye en él tres


sistemas: uno consciente; otro preconsciente, cuyos contenidos pueden pasar al
32

anterior; y otro inconsciente, cuyos contenidos no tienen acceso a la conciencia.


Pá gina

Se rige por el principio de realidad y actúa como intermediario entre el ello y la otra
instancia del aparato psíquico; y el superyó, que representa las normas morales e
ideales.

Un concepto básico en la teoría freudiana es el de "impulso" o pulsión. Es la pieza


básica de la motivación.

Freud reformulará su teoría de los impulsos y distinguirá entre impulsos de vida


(Eros), en los que quedan incluidos los dos de la anterior formulación, e impulsos
de muerte (Thanatos), entendidos como la tendencia a la reducción completa de
tensiones.

Freud tenía una concepción hedonista de la conducta humana: comprendía que el


placer venía dado por la ausencia de tensión y el displacer por la presencia de la
misma. El organismo, inicialmente, se orienta hacia el placer (principio de placer) y
evita las tensiones, el displacer y la ansiedad.

Freud, además, aportó una visión evolutiva respecto a la formación de la


personalidad, al establecer una serie de etapas en el desarrollo sexual. En cada
una de las etapas, el fin es, la consecución de placer sexual, el desarrollo de la
libido.

A lo largo del desarrollo, la actividad erótica del niño se centra en diferentes zonas
erógenas. La primera etapa de desarrollo es la etapa oral, en la que la boca es la
zona erógena por excelencia, comprende el primer año de la vida. A continuación
se da la etapa anal, que va hasta los tres años. Le sigue la etapa fálica, alrededor
de los cuatro años, en la que el niño pasa por el "complejo de Edipo". Después de
este período la sexualidad infantil llega a una etapa de latencia, de la que
despierta al llegar a la pubertad con la fase genital.

RECOMENDACIONES

Que es importante versarse acerca de esta teoría del psicoanálisis, conocer sus
postulados que rigen su teoría, luego analizarlos y utilizar sus recursos
académicos que por mucho tiempo han y siguen influyendo en las personas que
se orientan por conocer dicha especialidad.

Nos brinda las pautas necesarias para conocer el desarrollo psicosexual del niño e
instruye no solo a los profesionales sino también a los padres de familia, que de
33

alguna manera nos recomienda qué es necesario para ayudarlos a desarrollar y


madurar en cada estadio y sobre todo a comprenderlos.
Pá gina

Solamente utilizar esta teoría del psicoanálisis como una herramienta académica
más y no centrarnos en ella, pues conocemos muchas teorías que también
interpretan la personalidad desde su propio punto de vista y cada uno de ellos con
sus propios postulados.
BIBLIOGRAFÍA

Bolognini, Stefano (2004), La empatia psicoanalitica, Lumen, Buenos Aires.


Bibliografía.

Sánchez-Barranco, A., Naturaleza histórico-hermenéutica del saber psicoanalítico,


Revista de Historia de la Psicología.

Sánchez-Barranco, A., Naturaleza de la investigación psicoanalítica: reflexiones


epistemológicas, III Jornadas de Psicoanálisis en la Universidad, Gerona,
noviembre 1992.   

Fenichel, Otto. Teoría psicoanalítica de la Neurosis. Planeta. Barcelona.     

Assoun, P. L. (1982). Introducción a la Epistemología Freudiana. Ciudad de


México: Siglo Veintiuno.

Bercherie, P. (1988). Génesis de los Conceptos Freudianos. Buenos Aires:


Paidós.

Ricoeur, P. (1969). Hermenéutica y psicoanálisis; Buenos Aires. Megolópolis,


1976.
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Pá gina

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