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Con una mezcla de drama, fantasía, historias de samuráis y una lucha entre los valores
de amor y ambición (inherentes del hombre), Kenji Mizoguchi nos presenta una
verdadera historia, considerada una de las joyas del cine japones1. Con una atmosfera
de irrealidad y ensoñación, Kenji nos presenta un gran escenario para desarrollar la
historia, ayudados de una perfecta combinación de planos en los que tantos los actores
y el escenario sobresalen por sí mismos, sin quitar representatividad uno del otro, un
perfecto encaje de ambos. No olvidar la iluminación, que a pesar de ser blanco y negro,
juegan un rol fundamental para contar las historia en sombras que dan un aire de
misterio, el cual se denota más cuando esconden al personaje y solo se ve su silueta.
El trabajo del aspecto sonoro en el film, también es bueno a pesar de trabajar en dos
escenarios distintos, como son: el real y el irreal. En ambos momentos, los sonidos
marcan las diferencias de los dos mundos.
Una gran pluma para escribir una buena historia. Una especie de fábula con moraleja al
final, que lleva a la pantalla el tema de la avaricia del hombre, la ambición, y el amor
verdadero que siempre estará al final, y que, siempre será el que prevalecerá al final. La
presencia de fantasmas que habitan junto con los humanos, pero que, estos no son del
todo malos, y vemos los opuestos de estos, por un lado la presencia del amor que a
pesar de la muerte no los separa y por otro lado el fantasma del hombre que quiere
poseer todo a toda costa, mintiendo al resto y así mismo.
Un tema tan transparente pero complejo a la vez, Yasujiro Ozu, muestra una vez más la
realidad de la familia, (también lo hizo en la película Cuentos de Tokio). Pone en tela de
juicio la interrelación entre padres e hijos con el pasar de los tiempos. Si mantenerlos
juntos padres e hijos, o velar por la felicidad de estos con otras personas sin que estos
se olviden de los padres; esa es básicamente la historia de la película.
Los problemas y los dilemas de los personajes son los que sobre salen más. Los
diálogos de estos lo hacen una película fácil de entender y a la vez involucrarte en
dialogo.
Con respecto a los planos, abundan los planos fijos a lo largo de la película pero estos
con un encuadre por debajo, que en ocasiones agrandan al personaje pero en otras
aplastan al personaje y a su mundo, dando la impresión que el mundo está sobre él, su
mundo se le vienen encima al solo pensar que él puede quedarse solo y ser el vivo
reflejo de “Calabazas”. Es aquí donde aparece la disyuntiva de dejar ir a su hija o tenerla
junto a él asegurando de esta forma que alguien lo va a cuidar siempre.
También se plasma la buena obra con fondo musical que ayuda a acentuar la forma y la
estructura de las secuencias, que a pesar de ser simples, están cargadas de un alto
porcentaje de drama.
Los escenarios que se muestras no solo incluyen interiores, interiores que muestran el
interior de los personajes, su mundo, su avatar del día a día. Por una parte, vemos a un
profesor, en su especie de restaurant el cual esta decaído y sin transcendencia así
como lo está su vida. Por otro vemos una casa que soporta los caprichos de una joven
pareja de recién casados, el marido despilfarra el dinero y la esposa lo maneja. En los
escenarios externos vemos fugaces composiciones visuales, y en conjunto, mostrando
un poco el mundo en que conviven los personajes, una ciudad que se va levantado de la
segunda guerra, que no soporta haber perdido (lo vemos la escena donde
excombatientes se encuentran).