“La Vida es breve; la ciencia es eterna; la experimentación peligrosa; la ocasión fugaz;
la deducción difícil. Es deber del médico actuar adecuadamente no sólo en lo que a él le concierne sino en asegurar la cooperación de su enfermo, de los que lo atienden y de todos los agentes externos”. (HIPOCRATES: “Aforismos”)
En nuestro país son innumerables los hombres y mujeres que dieron
gloria a nuestra patria, pero hoy, es a Daniel Alcides Carrión a quien me refiero en estas líneas y a cuyo homenaje deseo unirme.
Un simple estudiante de medicina peruano, afloró a la fama
reproduciendo en su propio cuerpo aquello de lo fugaz que es la vida, de la permanente vigencia de los postulados científicos, de lo peligroso que es experimentar, de lo elusiva que es la ocasión y de la difícil deducción dentro de la incipiente ciencia de su tiempo. Quizás no exista en toda la historia de la medicina un ejemplo de tan clara identificación con ese evangélico postulado, de hace más de dos mil años supuestamente dictado por Hipócrates, de quien, como de Jesús, no se tiene sino en la fe la prueba de su real existencia.
Daniel Alcides Carrión García (1857-1885) - nacido en una población
minera, a un poco más de 4 mil metros de altitud sobre el nivel del mar, de rasgos culturales y genéticos nativos - Carrión, este joven provinciano, del corazón de nuestra sierra, viene a la capital ávido de conocimiento y consagra su vida al estudio de la medicina en la Facultad de San Fernando. Realizó un audaz experimento médico en su propio cuerpo, sucumbiendo como víctima de la inoculación con el producto sanioso extraído de un enfermo con “verruga peruana”. Su muerte, el experimento que le costó la vida y el significado de su audacia fueron, inmediatamente después de su muerte, objeto de aprovechamiento ventajista por dos grupos de médicos políticamente enfrentados. Hubo, entre esos dos bandos, un intercambio de denuestos y acusaciones que lo colocaron, post mortem, en el primer plano de la atención pública. Así este aprendiz de investigador científico adquirió fama que trascendió las fronteras. Sobre su cadáver se disputaron el derecho a protegerlo, después de haberlo ignorado cuando inició su experimento y durante la penosa enfermedad, y agonía, que padeció.
Hace 121 años, 5 de octubre de 1885, Hospital Francés, 11:30 de la
noche, volaba a la inmortalidad el ilustre cerreño, estudiante del 6º año de medicina de la Facultad de San Fernando, Daniel Alcides Carrión. Carrión vivió 28 años. Vaya si su vida fue breve. Falleció justamente cuando comenzó a hacer planes para ir a Europa, a Francia, a mejorar la escasa calidad de sus conocimientos académicos y cuando reflexionaba sobre la importancia de la superación para sobresalir del resto de la sociedad. La misma que lo marginó, por su fisonomía y manera de ser nativa. Murió cuando trataba de obtener la medalla de ganador en un concurso para el mejor trabajo científico sobre una enfermedad andina, la que sus paisanos, nativos de las inhóspitas alturas de su pueblo natal temían que los matara, cuando bajaban a las quebradas templadas; porque, ellos eran atacados por la bartonellosis andina. A esa enfermedad, por esos años, se le conocía con los confusos denominativos de “verruga peruana” y “fiebre de la Oroya”, nombres que reflejaban la completa ignorancia, que se tenía, sobre su real naturaleza.
"Cualquier tiempo pasado fue mejor", traigo a colación este verso,
pues si bien vivimos en el siglo XXI se ha producido enormes progresos en todo orden de cosas en el mundo y particularmente en la medicina que es nuestro quehacer cotidiano, no podemos dejar de mirar atrás y concluir que muchos de los avances de los que nos enorgullecemos, tuvieron su base en las generaciones de hombres y mujeres del siglo XIX que forjaron lo que sería el conocimiento maravilloso que se alcanzó en el siglo XX.
Carrión, con su sacrificio de enorme trascendencia nos ha dejado un
legado que los médicos peruanos hemos sabido continuar. Trascendencia como investigador, haciendo la investigación en su propio organismo, abriendo sendas para los innumerables estudios que vinieron después. Trascendencia como hombre por la firmeza de carácter y su entereza al enfrentarse ante un enemigo invisible.
Trascendencia como patriota al luchar en las batallas de San Juan y
Miraflores y al tratar de rebatir con su hazaña las afirmaciones del médico Izquierdo (de Chile) y culminando con ello sus estudios minuciosos, pacientes y prolongados en la búsqueda de la solución de la incógnita que representaba hasta entonces la Verruga Peruana y la Fiebre de La Oroya.
Y ahora, cuando ya el siglo XXI está con nosotros, nos preguntamos,
¿hemos sabido cumplir el legado de Carrión y apreciado la trascendencia de su hazaña?
La respuesta es positiva; continuamente se descubren nuevos
aspectos de una enfermedad que se creía ampliamente conocida. La aparición de nuevos lugares geográficos en el país donde se presenta la enfermedad, la biología molecular que indaga el interior mismo del germen, la serología, la inmunología, la terapéutica, la aparición o descubrimiento de nuevas bartonellas de las que no se conoce totalmente su papel patogénico . Daniel Alcides, cuando dijo en tu lecho de muerte “a vosotros os toca continuar la obra por mi comenzada siguiendo el camino que les he trazado”. . .nos enfrenta y hace el llamado a los médicos peruanos a poner nuestro esfuerzo, nuestra ciencia y experiencia en la búsqueda de respuestas a los múltiples males que a nuestra humanidad afecta.