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La Mona Lisa

(Apuntes y comentarios)

Por Marco Carlos Avalos

E
ntrar a jugar solo, en un billar que respira humo de cigarros, a las nueve de
la noche, es el primer síntoma de un próximo periodo depresivo. Puede
haber mas: fumar excesivamente, alejarse de los amigos, refugiarse en la
televisión hasta bien entrada la noche, asistir, también solo, a la primera función
del cine, no usar el autobús para trasladarse, dejar de comer lo acostumbrado y,
sobre todo, recordar, obsesivamente, la sonrisa de la Mona Lisa.

¿De qué se está riendo? ¿Por qué? o peor aún ¿en realidad se está riendo? Estas
preguntas son comunes, todo el mundo se las ha hecho desde el día que tuvieron
oportunidad de verla, mirándolos, hurgando en sus rostros con esa ¿sonrisa?
Claro, sé que hay quienes no se han preguntado nada del retrato de la hermosa
dama napolitana que da Vinci pintó entre 1502 y 1506, pero ellos no importan por
el momento, porque se encuentran en el estadio superior de la simpleza.

Mientras miro las bolas de billar, bajo la luz adormilada que está sobre el paño
verde de la mesa, pienso que las preguntas sobre nuestra señora en cuestión no
han podido ser contestadas, pero mi condición auto impuesta de solitario (algunas
personas prefieren utilizar el adjetivo de paria) me obliga a buscar esas
respuestas. Esta búsqueda es peligrosa, no tanto porque el tipo de la chaqueta de
cuero, que está en la mesa contigua ha comenzado a molestarse porque le
estorbo para jugar, sino porque las incógnitas de la Mona Lisa se han vuelto el eje
de mi existencia, y cuando encuentre una explicación a ellas me voy a morir.

Lo dramático del asunto es que puedo morirme sin saber las respuestas, y si no
las llego a saber, voy a vivir muy triste, mientras ella, le mujer inmortal de da Vinci,
seguirá ¿sonriendo? Eternamente…

“Con permiso” ha dicho el tipo de la mesa de al lado, y lo ha dicho con molestia. Al


dejarle pasar he visto que dos tipos sonríen exageradamente mientras beben
cerveza frente a un televisor que está en el mostrador. Entonces he pensado que
sería bueno encontrar un paliativo antes de morir. Otras personas lo han
encontrado ante el reto que plantea el rostro de la Mona Lisa: reír o aparentar que
lo hacen, aunque nadie tenga una idea clara (esto subrayado) de por qué se ríen.

Al pensar esto, recorro el salón de billar con la mirada y alcanzo a ver, en medio
del aire gris y espeso, los rostros de las otras personas, sonriendo por algo, a
excepción de un hombre, sentado en un banco, que sostenía un taco 1 en una
1
En este caso se refiere a la vara de madera dura con que se impelen las bolas en el juego de billar, y no a la
comida tradicional mexicana llamada con el mismo nombre.

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mano y una cerveza en la otra y que no dejaba de llorar sin que nadie, salvo yo, al
otro extremo del salón, se percatara de ello.

Yo he querido ser como los otros que están ahora a mí alrededor. He querido
sonreír y bailar con desenfado mientras mi casa y el mundo mismo se incendian.
Lo he intentado. Me han dicho que es fácil. “¿Si todo el mundo lo hace por qué tú
no? Me han preguntado y ésa también es una pregunta de la Mona Lisa.

En el fondo del salón se ha desatado una pelea. Uno de los tipos ha sacado una
navaja. El hombre de la chaqueta de cuero les ha dicho a sus compinches que la
trifulca es a causa de una mujer. Todos los que están en el lugar miran con morbo
y algunos hasta sonríen con burla. Por fin, tres hombres han detenido por la
espalda al tipo de la navaja y ahora lo han puesto contra el piso y lo golpean con
vehemencia con los tacos de billar. Empiezo a dudar que la pelea sea por una
mujer, aunque ¿por qué otra cosa valdría la pena pelear en este mundo?

Todo se ha calmado. Han sacado al hombre de la navaja cargado como una res,
mientras su cara chorreaba sangre hasta el piso. Al ver la escena, he pensado que
la Mona Lisa debería ser como la muerte.

La muerte va a ocurrir. Es un lugar común, lo sé, pero todos sabemos que es


verdad. Todos hemos perdido a alguien y todos sabemos que vamos a morir, por
eso la cuestión ha dejado de atormentarnos. Pero la sonrisa de la Mona Lisa…
eso si que es inexplicable…

Después de la pelea hay comentarios divertidos de todos los que se encuentran


en el lugar. La tragedia del hombre ensangrentado y echado a la calle como un
animal se ha convertido en comedia. Esa costumbre tan humana podría ser la
solución a la sonrisa misteriosa de la bella dama italiana. Reírnos de la tragedia,
burlarnos de lo fácil que es perder el equilibrio.

Tres hombres se han detenido ante la puerta del lugar. Todos se ponen tensos.
Uno de ellos saca una pistola que brilla de manera siniestra en medio del humo
gris que espira todo el local y dispara a uno de los hombres que momentos antes
había tundido a palos al tipo de la navaja. Todos huimos hacia la puerta de salida
que está junto a los baños, a excepción del hombre sentado en el banco que sigue
llorando. En medio del desorden y la histeria normal en estos casos, he visto una
mujer que corre hacia el cuerpo del hombre baleado. Grita y llora. Antes de salir
he visto cómo los tres pistoleros se acercan a ella. Desde afuera he oído otro
disparo. Los gritos de la mujer ya no se escuchan.

Camino a mitad de la calle, mientras algunas personas se asoman


precavidamente por las ventanas de los edificios. Entonces se me ha ocurrido que
reírse de la tragedia no es una solución a la ansiedad que me provocan la Mona
Lisa y sus preguntas, porque, en realidad, esa sonrisa es de tristeza.

2
A mi lado he visto pasar a toda prisa un Oldsmobile negro. Van los tres pistoleros.
El que conduce es el tipo de la navaja. Ríen a carcajadas. Entonces he visto una
banca en un parque y me he sentado.

Reflexiono unos momentos con la vista metida en las agujetas desabrochadas de


uno de mis zapatos. Entonces, una sonrisa tímida se comienza a formar en mi
rostro. Una pareja de jóvenes novios, al verme, ha dejado de besarse. Se han
levantado de la banca que ocupaban frente a mí, y se han dirigido hacia un
sendero flanqueado por árboles y arbustos que se pierde al fondo del parque.
“¿Por qué se ríe de esa forma tan extraña?” se habrán preguntado el par de
amantes.

Y en mi mente, les he contestado que, antes de ir otra vez al billar a jugar yo solo,
antes de comprar una nueva cajetilla de cigarros, antes de caminar por la calle x
porque en la y corro el riesgo de encontrarme con la persona k que no quiero ver;
antes de entrar a la primera función de una película que no me va a gustar, antes
de caminar desde mi casa hasta una oficina a diez kilómetros de distancia, antes
de evitar la taza de café con leche y de ver el acostumbrado noticiero de las dos
de la madrugada, he descubierto que la Mona Lisa sonríe porque no puede
explicarse la sonrisa de todos nosotros. La Mona Lisa es un espejo. La Mona Lisa
eres tú… la Mona Lisa soy yo…

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