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¿Cómo abordar el estudio de la tradición oral en Latinoamérica en

tiempos de globalización?

EDUARDO ANTONIO SILVA PEÑA

El uso del concepto de “tradición” ha sido mayormente tratado por los


antropólogos, folkloristas e interesados en historia oral, en donde el término
se convierte en la base de sus investigaciones. Ruth Finnegan indica que el
término se usa desde diversas perspectivas e intenciones. Algunas veces es
definida como “una manera establecida de hacer las cosas,
independientemente de la edad; el proceso de prácticas heredadas, ideas o
valores, algunas veces con la connotación de antigüedad o haber surgido de
una manera natural. (1992:7 Traducción mía). En otras ocasiones el término
“tradición” hace referencia a algo que pertenece a la comunidad entera, en
lugar de pertenecer a individuos específicos, se caracteriza por ser no-
escrita, valorable, no-fechada y ser parte de la identidad de un grupo El
problema al abordar la tradición oral desde esta perspectiva, es que su
intención descriptiva, (aunque útil) no permite visibilizar las relaciones de
poder que la constituyen

Según señala Vich-Zavala, “La recopilación y análisis de cuentos populares y


tradiciones orales han estado guiados por el afán de llegar a una especie de
inconsciente social que permite reconstruir las raíces simbólicas de una
comunidad.” (2004:73). La época del romanticismo europeo, coincidía con el
nacimiento de los Estados modernos. El ejercicio recopilatorio procuraba
hallar “orígenes comunes”, y por consiguiente “esencias nacionales” para
entender su historia y consolidar una cultura nacional única y diferente. El
movimiento romántico en Europa procuró cierto cambio en la concepción de
“cultura” que permitía verla no sólo como agente “externo” del pueblo, sino
como algo “interno”, a partir de una “afirmación de lo popular como espacio
de creatividad, de actividad y producción” (Barbero, 1991:24). Este enfoque,
evidentemente procuraba hallar la “esencia” de una comunidad mediante la
lógica mítica que subyace en el lenguaje.

En Latinoamérica la consolidación de los Estados-nación estuvo acompañada


del proyecto de implementación de la “palabra escrita”. Este proyecto
procuraba “fijar” y estandarizar leyes de todo tipo, con el objetivo de controlar
y “civilizar” a la población en nombre del progreso, tal como lo menciona
Beatriz González:

The written word would be the decisive civilizing activity upon which the
power to tame savagery and the softening of customs would rest. Words
(laws, norms, books, manuals, catechisms) would constrain passions
and contain violence” (González, 2004,386)

Dicho proyecto era llevado a cabo por una minoría de agentes “letrados” que
asumían la cultura occidental como el “modelo a seguir”, los cuales seguían
la fórmula liberal de nación, “la centralización del poder” generalmente, desde
las “ciudades letradas”, para traer a colación el término de Ángel Rama
(1984). Para los intelectuales letrados las minorías, y sus prácticas no
representaban ninguna relevancia en el contexto nacional, la idea era
entonces eliminar todos los rasgos de “atraso” tanto de los indígenas y afro
como mestizos, con el fin de construir unos símbolos únicos y homogéneos
que dieran cuenta de una sociedad unida por la causa progresista.

Vich-Zabala sostienen que, finalmente el canon literario pretendía ser


establecido en Latinoamérica a partir de contextos políticos, donde se
procuraba construir unidad donde nunca la hubo, dada la extrema
heterogeneidad que caracteriza nuestro continente. Para Bonfil Batalla este
pluralismo no estaba dado solamente por la diversidad cultural a escala
nacional, (es decir por la composición étnica) sino también por el pluralismo
“al interior” de las sociedades latinoamericanas (1992). Por lo tanto, la
multiplicidad de producciones discursivas provenientes desde la
heterogeneidad y sobre todo, tomados como “populares” como categoría que
aglutina, están supeditadas a las leyes estéticas de los letrados.
Por este motivo, han aparecido categorías como “etnoliteratura”, “literatura
afrocolombiana” o más general “literatura oral”, lo cual conlleva a un tipo de
denominación que, efectivamente legitima e incluye estos textos, desde una
perspectiva “democrática” hecha por autoridades literarias y casas editoriales
y en algunos casos motivado por apoyos gubernamentales.

El problema de esta inclusión, es que supedita los textos orales a una serie
de reglas preestablecidas por las instancias de poder, reglas que son tanto
artísticas como de mercado. En este sentido, refiriéndose a la producción
escrita en lenguas distintas a las hegemónicas, Luz María Lepe Lira
menciona:

En el caso de las lenguas indígenas, se convoca a los escritores para


participar en los géneros crónica y relato histórico, cuento y novela, guión
radiofónico, poesía y teatro. La delimitación institucional no solamente está
marcada en los géneros, sino también en el número de proyectos
aceptados; se elige anualmente un número menor, en contraste para los que
se aprueban para los escritores en castellano. (Lepe Lira, 2005, 35)

Otra de las problemáticas clásicas de los estudios de tradiciones orales es el


del término “literatura oral”, el cual ha sido uno de los más polémicos, en
tanto sus palabras aluden etimológicamente a la escritura (littera, letra del
alfabeto). Por esta razón algunos autores rechazan su uso, incluso
calificándolo como “monstruoso” (Ong, 1982,19). Remitiéndose al teórico
rumano Marino, María Dolores Abascal señala que “la letra es sólo la forma
gráfica de la oralidad”, y en este sentido, recalca que existen dos posturas
básicas con respecto a la oralidad literaria: la primera hace alusión a que
tanto la literatura oral como la escrita son simplemente dos variedades de
una cultura verbal universal, (en este sentido las diferencias son de segundo
orden) la segunda sostiene que ambos son dos “tipos de arte verbal
sustancialmente distintos”, postura en donde podemos encontrar los trabajos
de Parry y Lord, en los cuales se hace un intento de describir las
características específicas de la literatura oral (Abascal, 2004,122). En
términos generales la “literatura oral” ha sido caracterizada por diversas
posturas de carácter estructuralista en oposición a las cualidades de la
escritura.

Sostiene Abascal que los estudios más recientes de la literatura oral y escrita
apuntan hacia una complementariedad, y que más allá de las evidentes
diferencias pragmáticas, ambas son estilos de una cultura verbal, teniendo
como eje común su función estética. Citando a Dolozel: “crean las mismas
estructuras y producen la misma satisfacción en sus creadores y en su
audiencia. (Abascal, 2004, 122)

Lo que sí considero pertinente señalar, es que no es fácil determinar las


múltiples formas de oralidad que atraviesan un texto, sin desconocer los
aportes de algunos escritores, la idea es ofrecer un estudio de las tradiciones
orales que ofrezca nuevas posibilidades desde las características de sus
condiciones de producción, tratando de apartarse del carácter textualista que
ha marcado su estudio. En efecto, tal como lo ha señalado Bruce Mannheim,
refiriéndose a algunos mitos e historias tradicionales de contextos indígenas,
éstos relatos se convierten en textos prosaicos que responden a los cánones
literarios establecidos desde occidente, los cuales difieren radicalmente de
las características orales del contexto de las comunidades en donde fueron
extraídas las narraciones.

Aunque hoy en día no es fácil encontrar un sociedad totalmente letrada u oral


en Latinoamérica, el estudio de las tradiciones orales sí ofrece ciertas
características desde sus condiciones de producción, las cuales han
señalado autores como Walter Ong, Jack Goody y Bruce Mannheim; ellos
coinciden en el carácter anónimo de las narraciones, por lo cual es
sumamente difícil establecer un autor “original” o fuente. Por lo tanto se hace
alusión a que se trata de textos construidos por la comunidad, recreando
sumando o quitando a la historia, dependiendo del narrador, convirtiéndose
en algo evanescente, casi como un rumor.
Si tenemos en cuenta el papel de la tradición oral como memoria y hacemos
la equivalencia con el concepto de “rumor” de Gayatri Spivak, en donde se
convierte en el principal medio de comunicación del subalterno, el cual se
recrea en el tiempo y se caracteriza por ser un “relevo de algo asumido como
pre-existente”(Spivak,1997,269), el sentido, está dado en el hecho de que el
pasado “vuelve” para establecer una crítica al presente y escenificar una
“fantasía que persiste en su pertinencia”(Spivak,2004,78) donde lo que
realmente importa es el hecho mismo de que el sujeto que narra o canta se
apropie de una narración tradicional en un momento y lugar determinado, en
lugar de preguntarse por supuestos orígenes.

Como se ha venido recalcando, la oralidad no es un texto fijo, sino que se


trata de una interacción social, un evento o un performance. En este sentido
Richard Bauman, uno de los principales teóricos del performance, en su libro
Verbal Art as Performance (1977), define el término como:

(…) a mode of language use, a way of speaking. The implication of such a


concept for a theory of verbal art is this: it is no longer necessary to begin
with artful text, identified on indepent formal grounds and then reinjected
into situations of use, in order to conceptualize verbal art in
communicative terms. Rather… performance becomes constitutive of the
domain of verbal art as spoken communication” (Bauman,1977,11)

En este sentido, con el performance se busca focalizar la atención en el


contexto generador de éstas producciones dentro del marco de la oralidad,
que toma forma y vida en el acto creador lineal e inmediato que se da en una
situación concreta, y no es necesario comenzar con el texto como una
entidad independiente. De esta manera, los significados son construidos
socialmente mientras se “viven”.

Categorías como “Literatura oral”, se ponen en entredicho cuando se aborda


el estudio de las tradiciones orales desde esta perspectiva, por esta razón
algunos autores como Daniel Mato(1990,144) se deciden por categorías
como la de “arte de narrar”, ya que este último término permite abarcar la
expresividad de la narración, coincidiendo con Ruth Finnegan (1992, 83)
sobre la presencia de rasgos no verbales, tales como los rasgos gestuales,
corporeidad, vocales, entonación, musicales etc.

Contrario a lo que proponen algunos críticos sobre la “esencia” o “pureza” o


“fijación textual”, el estudio de las tradiciones orales implica un carácter
inestable, tanto espacial como temporalmente, las cuales son producto de un
complejo sistema de contacto, mezclas culturales, diásporas etc, muy
característico de Latinoamérica, donde la cultura popular, tal como lo señala
Vich-Zabala, “vive en las variantes, en los contactos, y opta por cultivarlas”
(2004,81)

Tal como lo señala Daniel Mato, las culturas populares en Latinoamérica se


han construido en complejas articulaciones entre tiempos y tradiciones sin
contar con los actores sociales en los tiempos de globalización1 lo cual ha
radicalizado el proceso. Por este motivo la cultura popular no puede
concebirse como algo aparte, aislado y resistente a las modernidades que se
han insertado en el continente. Mato considera entonces que las tradiciones
orales son una articulación entre tradiciones simbólicas, radicalmente
diferentes, construidas de manera tan o aun más compleja que la tradición
escrita europea. (Mato,1993,50)

                                                                                                               
1   Este concepto propuesto por Daniel Mato en Estudios Latinoamericanos sobre

cultura y transformaciones sociales, toma una postura de diferenciación frente al


término “globalización”, la cual radica en que éste último es considerado como un
proyecto mundial y “natural” independiente de los actores sociales. En este
sentido,cuando se habla de “globalización” en términos de sus consecuencias
negativas, se le daría cabida únicamente a sus efectos económicos o en medios de
comunicación. Por lo tanto, se vuelve necesario aceptar que las relaciones entre
lugares distantes no son en lo absoluto recientes, y son llevadas a cabo por actores
sociales mediante sus prácticas económicas, políticas, culturales, etc. De esta
manera globalización se define como “la tendencia histórica a la interconexión ,
como resultado de procesos sociales en los cuales los actores se forman,
transforman, colaboran, entran en conflicto” (Mato, 2001:131). Mato sostiene que la
globalización es inherente a la época actual, de ahí el término tiempos de
globalización.
La idea es entonces inscribirse en un estudio que ofrece múltiples
contradicciones, el estudio de las tradiciones orales también pertenece a la
cultura letrada y está también determinada por sus presupuestos, la paradoja
es entonces hacerle crítica a la cultura letrada en sus propios términos
escriturales, sin embargo, tal como los señala Mabel Moraña refiréndose a la
literatura: “(…) en el revés mismo de la operación canonizadora, su obra
crítica descubre y desencubre los juegos de poder y las negociaciones que
hacen posible esta centralidad (…)” (Moraña,2000,24)

Bibliografía

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