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Guevara Pardo, Guillermo


Universo, ¿por diseño o por evolución?
Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia, Vol. IX, Núm. 18 y 19, 2008, pp. 107-
141
Universidad El Bosque
Colombia

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Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia


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Universidad El Bosque
Colombia

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Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia • Vol. IX - Nos. 18 y 19 • 2008 • Págs 107-141

Universo, ¿por diseño o por evolución?


Guillermo Guevara Pardo1

Resumen

2009 es el año de Darwin: hace 200 nació el renombrado científico inglés y en


1859 publicó El Origen de las Especies, su obra más importante. Charles Darwin
y Alfred Wallace descubrieron la ley de la selección natural que fue la llave
maestra para explicar el origen y evolución de todos los seres vivos y de esta
manera quedaba negada la declaración bíblica del Génesis. El gran diseñador es
ahora un mito. Últimamente la 'teoría' del diseño inteligente intenta revivir el
cadáver del creacionismo, hecho que se estrella contra los claros principios de la
ciencia de la evolución.

Palabras clave: materialismo, idealismo, evolución, creacionismo, diseño


inteligente, universo, vida.

Abstract

2009 is the Darwin's year: two hundreds years ago was born the renowned
English scientific and in 1859 he published his most important work, The Origin
of Species. Charles Robert Darwin and Alfred Russel Wallace discovered the
Natural Selection law, that it was the master key to explain the origin and
evolution of all live beings and in this way the Biblical declaration of Genesis
remains denied. The great designer is today a myth. Lately, 'theory' of
intelligent design attempt to re-live the creationism's cadaver, fact that collapses
against clear principles of evolution science.

Key Words: materialism, idealism, evolution, creationism, intelligent design,


universe, life.

1 Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad en Biología (Universidad Distrital Francisco José de


Caldas). Email: guillega28@hotmail.com

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Así como tenemos la certeza que un reloj ha sido diseñado conscientemente con
el objetivo de marcar el paso de las horas, a muchos les puede parecer que el ala
de un ave también ha sido diseñada para volar. Si bien es cierto que tras los
mecanismos de un objeto artificial está la intencionalidad del diseño, también
se piensa que hay intencionalidad tras el diseño de los objetos naturales.
Algunos científicos ven en la fina precisión que toman los valores de algunas de
las constantes cosmológicas (la velocidad de la luz, la constante de Planck, la
proporción entre la masa del protón y la del electrón, la intensidad de cada una
de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, etc.) la intencionalidad
para que surgiera un Universo que permitiera el desarrollo de la vida y de la
inteligencia, idea claramente expresada por el físico Paul Davies: “Las leyes que
permiten la aparición espontánea del Universo parecen ser el producto de un
diseño extraordinariamente ingenioso” (Davies, 1986, p.56)2.

De forma similar, en 1913 Lawrence Henderson afirmaba que la estructura


física del Universo parecía cuidadosamente 'adaptada' para permitir el
desarrollo de la vida. Para la filosofía idealista el surgimiento y desarrollo de
todas las cosas de la naturaleza no está determinado por leyes materiales, sino
por el objetivo al que sirven, por el fin al que están destinadas: el ojo para captar
imágenes, la aleta para nadar, el cerebro musical de Juan Sebastián Bach para
componer La Pasión según San Mateo, la mano de Picasso para plasmar todo el
horror del genocidio en Guernica, por lo tanto, ojo, aleta, cerebro y mano deben
ser el producto de un diseño consciente. La racionalidad que se aprecia en la
naturaleza se explica por la existencia de Dios. Para el idealismo, al observar
todos los fenómenos del Universo, en especial la estructura de los seres vivos, es
casi imposible no creer que haya podido surgir sin la participación de un
Creador. Pero la ciencia siempre ha demostrado que en la naturaleza no existe
ningún fin interno misterioso, ningún designio divino, ninguna fuerza
sobrenatural.

La idea del diseño consciente del Universo, de la vida, es muy antigua; hoy esta
tesis idealista ha tomado el nombre de diseño inteligente, una 'teoría' que

2 Paul Davis coloca a Dios actuando desde un platónico fuera del Universo: “Cualquier cosa y cualquier suceso
en el Universo físico debe explicarse a partir de algo fuera de sí mismo. Cuando se explica un fenómeno, se
explica en términos de otra cosa. Pero si se trata del fenómeno de la existencia del Universo físico entero, no
existe nada físico fuera del mismo (por la misma definición de Universo) que lo explique. De modo que
cualquier explicación debe darse en términos de algo no físico y sobrenatural; es decir, de Dios. El Universo es
como es porque Dios ha elegido que sea de este modo. La ciencia, que por definición se ocupa sólo del
Universo físico, puede explicar con éxito una cosa en términos de otra y ésta en términos de otra distinta y así
sucesivamente; pero la totalidad de las cosas físicas debe explicarse desde fuera” (Davies, 1986, p.56), una
declaración que le niega a la ciencia la posibilidad de explicar en cada momento histórico la totalidad de lo que
conoce y además un desconocimiento del carácter infinito del conocimiento científico. Los argumentos
esgrimidos por Davies y todos los creacionistas de nuevo cuño son reproducciones pulimentadas de los que en
su día salieron de las plumas de Platón, Aristóteles o Tomás de Aquino. La generosa dosis de ciencia
contemporánea con que Davies y sus compañeros de ruta barnizan sus trasnochadas ideas pretendiendo
convencer al lector no docto, confiere al conjunto un aire de verosimilitud que de otro modo no podría tener.

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pretende explicar la presencia de patrones en la naturaleza no por la acción de


fuerzas materiales ciegas, sino por la de una inteligencia diseñadora. Las
filosofías idealista y materialista se enfrentan en este campo con dos tesis
irreconciliables:

1) Tesis idealista (religiosa): existe una inteligencia sobrenatural y


sobrehumana que, deliberadamente, diseñó y creó el Universo y todo lo
que contiene, incluyéndonos a nosotros.
2) Tesis materialista (científica): todo lo que existe en el Universo,
incluyendo cualquier inteligencia creativa con suficiente complejidad
como para diseñar algo, es el producto de un prolongado proceso de
evolución.

La tesis del diseño inteligente supone la existencia de un ente sobrenatural que


primero estableció las leyes y constantes del Universo, sintonizándolas con
afinada precisión y sutileza, detonó lo que se conoce como el big bang y después
se dispuso a diseñar la elegante complejidad de los seres vivos. En el siglo XIII
Tomás de Aquino planteó cinco 'pruebas' a favor de la existencia de Dios,
pruebas que implican una regresión infinita: la respuesta a una pregunta origina
una pregunta anterior, y así ad infinitum. De las pruebas de Tomás, y para los
propósitos de este artículo, se destacan el argumento cosmológico (existió un
tiempo en el cual no existía nada físico; como ahora existen las cosas físicas
debe existir algo no-físico que las creara, y ese algo es Dios) y el argumento del
diseño (las cosas vivientes parecen que hubieran sido diseñadas; debe existir un
diseñador, y le llamamos Dios).

De manera semejante se expresó un científico como Isaac Newton: “El más


maravilloso sistema del Sol, planetas y cometas, solamente podría proceder de la
determinación y dominio de un ser inteligente y poderoso”, mientras que su
contemporáneo, el filósofo Henry More ferviente defensor del pensamiento
cartesiano, retrocedía ante las consecuencias materialistas y ateas de la
filosofía mecanicista, al considerar que el mundo natural no puede reducirse a
materia y movimiento pasivos: tiene que existir un agente inmaterial que sea
capaz de 'activar' la naturaleza. En Natural Theology; or Evidences of the
Existence and Attributes of the Deity, Collected from the Appearances of Nature
(Teología Natural; o Evidencias de la Existencia y Atributos de la Deidad,
Recogidos a través de los Aspectos de la Naturaleza) publicado en 1802, del
inglés William Paley (1743-1805) se sostiene que Dios manifiesta su poder
creador en el bello diseño que se observa en los organismos vivos para su
función inmediata; puesto que los seres vivos exhiben una complejidad aún
mayor y un diseño aún más exquisito que cualquier otro objeto material (una
bacteria es más compleja que una estrella), hay que concluir necesariamente
que han sido diseñados por una inteligencia aún mayor. Los teólogos naturales,

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como Palley, sostenían como premisa central que todas las obras de la
naturaleza no solamente demostraban la presencia de Dios sino que también
revelaban su carácter: la naturaleza nos persuade de la existencia del Creador y
además nos permite aprender sobre la deidad.

En la obra de Palley aparece el ejemplo paradigmático de la teoría del diseño


inteligente:

Supongamos que al pasear por el campo tropiezo con una piedra y que
me pregunto cómo llegó hasta allí: puedo responder que, dado que no
tengo razones para creer lo contrario, la piedra ha permanecido allí
desde siempre… Pero supongamos que encontrara un reloj en el suelo y
me preguntara cómo llegó hasta allí. Difícilmente se podría aceptar la
respuesta que he dado antes… Cuando inspeccionamos el reloj
percibimos algo que no descubrimos en la piedra: que sus diversas
partes están proyectadas y ensambladas con un propósito, en este caso
para producir movimiento, y un movimiento regulado para señalar la
hora del día… La deducción, pensamos, resulta inevitable: el reloj debe
haber tenido un hacedor; tiene que haber existido, en algún momento y
lugar, un artífice o artífices que le dieron forma con un propósito para el
que sirve; alguien que comprendió su proceso de construcción y
proyectó su modo de empleo. (Palley, citado por Davies, 1986, p.195
[Cursivas añadidas])

De aquí se concluye que la complejidad del reloj no pudo surgir por azar; pero
mucho más importante, está el concepto de diseño del reloj. La complejidad del
diseño implica la existencia de un diseñador: “No puede haber diseño sin
diseñador, invención sin inventor, organización sin algo capaz de ordenar”,
complementa el reverendo Palley y agrega: “Las señales de diseño planificado
son demasiado evidentes para ignorarse. Todo diseño debe tener un diseñador. Ese
diseñador tiene que haber sido una persona. Esa persona es Dios3”(Palley, citado
por Gould, 2004, pp. 290-291) . Louis Agassiz (1807-1873), uno de los más
importantes representantes de la biología norteamericana del siglo XIX,
escribió una colección de diez volúmenes sobre la historia natural
estadounidense. En su obra Essay on Clasification, Agassiz sostiene que la
taxonomía debe considerarse la más elevada de las ciencias porque las especies
biológicas son la encarnación de las ideas en la mente de Dios y porque

3 El argumento del diseño para demostrar la existencia de Dios es muy antiguo y puede estar sugerido en la
Epístola de Pablo de Tarso a los romanos: “Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen
claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo
que no tienen excusa”. Las 'novedosas' tesis del diseño inteligente no son más que un trasnochado refrito
histórico.

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[…] este plan de creación, tan grato a nuestra alta sabiduría, no fue
fruto de la acción necesaria de las leyes físicas, sino la libre concepción
del Intelecto Todopoderoso, madurada en su pensamiento antes de
manifestarse en formas externas tangibles;… si podemos probar la
premeditación previa al acto creativo, habremos dado cuenta de una vez
para siempre, de la desolada teoría que nos refiere a las leyes de la
materia como responsables de todas las maravillas del Universo, y que
nos deja sin guarda fuera de la monótona e invariable acción de las
fuerzas físicas, atando todas las cosas a su destino inevitable (Agassiz,
citado por Gould, 2004, p.301).

El creacionismo pudo prevalecer durante siglos hasta que apareciera una teoría
de la evolución que incorporara la dimensión histórica del tiempo y propusiera
un mecanismo de cambio que pudiera ser contrastado con la realidad. Su
derrumbe también dependía de que otras ramas de la biología lograran adquirir
algún desarrollo para aportar pruebas que respaldaran la teoría de la evolución.
Los pasos iniciales hacia la elaboración de una ciencia de la evolución fueron
dados por el francés Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero (título
nobiliario ostentado hasta antes de la Revolución; después, ciudadano) de
Lamarck (1744-1829), reelaborada posteriormente por el inglés Charles Robert
Darwin (1809-1882) y enriquecida actualmente por los aportes de diferentes
ramas de la biología (como la genética y la biología molecular), de la geología
(tectónica de placas) y por el cúmulo de fósiles desenterrados en diferentes
lugares del planeta, que han venido a probar que la evolución es un hecho
incuestionable y el evolucionismo una ciencia en continuo desarrollo. A pesar de
todo, algunos pretenden desconocer la historia y en su ignorancia se atreven a
declarar que “la teoría de Darwin no se puede mostrar como un hecho
científico. Eso sería una mentira”, como lo aseveró algún despistado pastor
evangélico.

Pero más lamentable es que algunos científicos hayan organizado una cruzada
contra la teoría de la evolución argumentando que el diseño inteligente debe ser
un fenómeno que merece tratamiento científico pues, según ellos, la ciencia
actual está atada a las interpretaciones materialistas de lo que es la naturaleza y
por lo tanto lo que buscan es “el derrocamiento del materialismo y sus legados
culturales”, y además favorecer “un amplio entendimiento teístico de la
naturaleza”, como lo expresa claramente el Discovery Institute en alguno de sus
documentos 4. A cada uno de esos científicos se les debería espetar: usted pone

4 El Centro de Investigaciones de la Ciencia de la Creación de San Diego (California) en uno de sus 'sesudos'
documentos advierte que la evolución fomenta “la decadencia moral de los valores espirituales, lo que
contribuye al deterioro de la salud mental y [al predominio del] divorcio, el aborto y las enfermedades
venéreas”. ¿Puede alguien realmente tomarse en serio estas ideas fuera de lugar?

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en duda la certidumbre de la ciencia; en todas estas circunstancias usted es en el


fondo un traidor de la ciencia, una especie de desertor. Además habría que
recordarles que ya en 1873 el biólogo alemán Ernst Haeckel había dicho que

“[A]tribuir el origen de los primeros organismos terrestres, padres de


todos los otros, a la actividad voluntaria y combinada de un creador
personal, es renunciar en absoluto a dar de ello una explicación
científica, es abandonar el terreno de la verdadera ciencia, para entrar
en el dominio de la creencia poética, que es absolutamente distinto de
aquél. Admitir un creador sobrenatural es sumergirse en lo ininteligible”
(Haeckel, citado por Lazcano, 2003, p.16).

Hoy en día, con la reaparición del creacionismo disfrazado con el ropaje


engañoso del diseño inteligente, la teoría de la evolución necesita de una
defensa y divulgación mucho mayores que otras verdades establecidas en otros
campos de la ciencia.

La lucha histórica del idealismo contra el materialismo ha sido particularmente


enconada en el campo de la explicación de la esencia de la vida, la cual ve el
idealista como algo de origen sobrenatural, eterno e inaccesible a la
experimentación, mientras que el materialista, basado en el conocimiento
científico, afirma que la vida, al igual que el resto de la naturaleza, es material, y
que para comprenderla no se necesita invocar la presencia de un ente espiritual,
pues éste no es sujeto de experimentación. La vida es una forma especial del
incesante movimiento de la materia, sometida a las leyes de la biología las
cuales no existían cuando en la Tierra aún no se habían desarrollado las
primeras formas vivas. Como organización específica, la vida es
cualitativamente diferente de otras formas de la materia, como lo son las
formas sociales del movimiento de la materia. Para lograr entender la
naturaleza de la vida es necesario conocer su origen y su desarrollo histórico, lo
cual fue posible únicamente a partir del siglo XIX cuando se empezaron a
plantear teorías de la evolución estructuradas que explicaban el cambio que
sufren los seres vivos a través del tiempo: “Sólo podemos entender la esencia de
las cosas cuando conocemos su origen y desarrollo”, había sentenciado siglos
atrás el gran materialista griego Heráclito de Éfeso.

Le corresponde a Lamarck el mérito de haber sido el primero en formular una


teoría de la evolución consistente y completa, fue el primero en alcanzar una
síntesis evolucionista en la moderna biología. Su teoría concebía el mundo de
los organismos vivos como una progresión que tiene a los seres humanos como
la forma más elevada. A partir de esta idea, a principios del siglo XIX, Lamarck
propuso la primera teoría coherente de la evolución basada en los mecanismos
del uso y del desuso, así como en la herencia de los caracteres adquiridos:

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No son los órganos, es decir, la naturaleza y forma de las partes del


cuerpo de un animal, lo que ha dado lugar a sus hábitos y facultades
especiales, sino que son, por el contrario, sus hábitos, su modo de vida y
su entorno lo que ha controlado en el curso del tiempo la forma de su
cuerpo, el número y estado de sus órganos y, finalmente, las facultades
que posee (Lamarck, citado por Gould, 2004, p.204).

La teoría de Lamarck, a pesar de lo equivocados que resultaron ser los


mecanismos por él propuestos, era de estirpe materialista pues se oponía al
concepto de que las partes de plantas y animales estuvieran diseñadas para
ejercer una función determinada, es decir, se oponía a la visión teleológica que
era favorecida por los seguidores de la teología natural. Los órganos no pueden
ser diseñados previamente por un ente superior, sino que se conforman gradual
y lentamente, como resultado de la interacción del ser vivo con sus condiciones
de existencia: “Es principalmente en los seres vivientes, y más notablemente en
los animales, donde algunos han pretendido vislumbrar un propósito en las
operaciones de la naturaleza. Incluso en este caso el propósito es mera
apariencia, no realidad” (Lamarck, citado por Gould, 2004, p.198). El
materialismo de Lamarck le valió el ataque de algunos teólogos naturales, como
el entomólogo británico William Kirby, quien escribió:

El gran error de Lamarck, y de muchos otros de sus compatriotas, es su


materialismo; parece no tener fe en nada aparte del cuerpo, y lo
atribuye todo a una causa física y apenas nada a una causa metafísica.
Aun cuando, en palabras, admite la existencia de un Dios, emplea toda
la fuerza de su intelecto para probar que éste no tiene nada que ver con
las obras de la Creación. De esta forma excluye la deidad del gobierno
del mundo que ha creado, colocando a la naturaleza en su lugar (Kirby,
citado por Gould, 2004, p.199).

Aunque los principios del uso y desuso y de la herencia de los caracteres


adquiridos se demostraron falsos, “la revolución de Lamarck, una de las
grandes intuiciones transformadoras en la historia del pensamiento humano,
reside en el principio del uso y desuso, que traduce este modo de herencia en una
teoría de la evolución: la inducción del cambio corporal por alteraciones previas
del comportamiento”, escribe el biólogo norteamericano Stephen Jay Gould.
Durante la década de finales del siglo XIX el lamarckismo se vio apoyado por
médicos, criadores de animales y horticultores que relataban experiencias que
aparentemente confirmaban la herencia de los caracteres adquiridos. La
cuestión era, ¿podría demostrarse alguna de esas experiencias en el
laboratorio? Todo intento por hacerlo ha fracasado estrepitosamente. Algunos
científicos recurrieron inclusive al fraude para tratar de dar credibilidad a la
tesis de la herencia de los caracteres adquiridos, como fue el caso del biólogo

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vienés Paul Kammerer quien sostuvo a partir de 1909 que sus experimentos con
un sapo terrestre apoyaban la veracidad de las tesis lamarckianas. En 1926 otro
científico demostró que Kammerer había inyectado tinta china en la pata del
animal y puso al descubierto la falsedad de los resultados obtenidos por el
biólogo vienés. Tras su puesta en evidencia, Kammerer se suicidó en septiembre
de ese año.

Las teorías evolutivas anteriores a Darwin, como la de su abuelo Erasmus


Darwin (éste escribió un mediocre poema titulado El templo de Natura donde
rendía tributo a los principios evolucionistas) y la de Lamarck, dependían en
mayor o menor grado de alguna propiedad metafísica (aspiraciones vitalistas,
impulsos hacia la perfección, etc.). La explicación darwinista desecha esos
lastres metafísicos, se basa exclusivamente en fenómenos empíricamente
fundados; filosóficamente es materialista; estrictamente hablando, es la
primera explicación completamente científica de la evolución. Darwin era
inicialmente un fijista, posición que abandonó cuando la confrontación entre la
teoría creacionista y el cúmulo de observaciones recabadas durante el periplo
realizado en el Beagle, entre 1831 y 1836 se hizo irreconciliable, mutación
ideológica que aconteció en algún momento del año 1837 y que allanó el
camino para que en 1859 publicara su monumental obra On the origin of species
by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle
for life o más sencillamente El origen de las especies. Según Federico Engels, la
obra de Darwin asestó “a la concepción metafísica de la naturaleza el más rudo
golpe”. El darwinismo era un desafío directo al creacionismo; el Génesis y su
contenido se veían cuestionados.

El idealismo filosófico y las explicaciones religiosas siempre se han refugiado en


los vacíos que, necesariamente, va generando el desarrollo del conocimiento
científico en cada momento histórico. En la historia de la ciencia, el idealismo,
cual ejército en retirada “rinde las armas, capitulan una fortaleza tras otra ante
los avances de la ciencia, hasta que por último, la ciencia conquista todo el
campo infinito de la naturaleza, sin que quede en ella lugar alguno para el
Creador” (Engels, 1961, p. 169), palabras de Engels que respaldan el significado
de la revolución darwiniana, revolución que constituía una amenaza directa al
poder ideológico que aún detentaba el cristianismo en las sociedades
occidentales. Un destacado físico del siglo XX, como lo fue John D. Bernal,
expresó palabras semejantes a las de Engels resaltando el espíritu materialista
de la teoría darwiniana:

Desde el momento en que fue propuesta, la teoría de la evolución se


convirtió en el centro de la batalla científica, ideológica y política.
Darwin había llevado a cabo casi inconscientemente un ataque a la
doctrina platónica de las formas ideales en el mundo animal casi tan

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peligroso como el de Galileo respecto del mundo inanimado. E hizo


mucho más que iniciar una revolución: suministró un mecanismo -la
selección natural- que destruía la última justificación de la doctrina
aristotélica de las causas finales. Los teólogos, cuya imagen del mundo
era finalista, se apresuraron a repudiarla. (Bernal, 1979, p. 428).

Lo que Darwin realmente demostró fue que la evolución es un hecho


contrastable. La mayoría de sus contemporáneos creía, como sucede con
muchos todavía hoy, que todos los seres vivos fueron el producto de un acto
deliberado de creación divina. Darwin dijo que no era así. Acumuló
convincentes pruebas circunstanciales para demostrar que todas las formas de
vida sobre la Tierra han evolucionado de otras que vivieron en tiempos
anteriores y que éstos, a su vez, descienden de otras formas de vida aún más
tempranas. El hombre es otra más de esas criaturas; él también ha evolucionado
a partir de animales más sencillos y primitivos.

Darwin propuso un mecanismo, la selección natural (las variaciones que se


observan en las especies en la naturaleza pueden heredarse; algunas de esas
variaciones conceden ventaja adaptativa y sus portadores sobrevivirán; se
produce, así, una selección natural), ley material que elimina la necesidad de
una 'mano invisible' directriz del Universo y por lo tanto “la teoría de la
evolución es completa en sí misma y no requiere la intervención de fuerzas
misteriosas ajenas a la comprensión científica” (Jastrow, 1993, p.18). Si a
Darwin el argumento de Palley del diseñador le pareció inicialmente
concluyente

[F]alla ahora que se ha descubierto la ley de la selección natural. No


podemos sostener por más tiempo que, por ejemplo, la hermosa
charnela de una concha bivalva tenga que haber sido creada por un ser
inteligente, al igual que la bisagra de una puerta ha de hacerla el hombre.
En la variabilidad de los seres orgánicos y en la acción de la selección
natural no puede haber más predestinación que en la dirección en la que
sopla el viento. (Darwin, citado por Jastrow, 1993).

El diseño inteligente desafía directamente al darwinismo y a otros enfoques


materialistas sobre el origen y la evolución de la vida, pretende revivir el cadáver
decimonónico del creacionismo, intenta anular uno de los fundamentos de la
ciencia moderna para sustituirlo por una teoría cuyo texto fundamental es la
Biblia cristiana.

La diferencia entre las teorías evolutivas de Lamarck y Darwin es que la primera


es una teoría instruccionista y la segunda es seleccionista. En la teoría
lamarckiana el medio ambiente instruye al organismo para que éste adquiera las

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estructuras necesarias para sobrevivir; en el darwinismo el ambiente no


instruye, el ambiente se encarga de seleccionar los organismos cuyas
estructuras les permite adaptarse mejor a par ticulares condiciones
ambientales. Como Lamarck, Darwin tampoco tenía una teoría correcta de la
herencia que explicara el origen de las variaciones entre los individuos de una
misma especie: “…nuestra ignorancia de las leyes de la variación es profunda”,
reconocía con sinceridad; el científico inglés apoyaba la teoría de la pangénesis
(una teoría sobre la herencia de los caracteres adquiridos), según la cual cada
parte del cuerpo es capaz de enviar una partícula que la representa en las
células sexuales (espermatozoides y óvulos) que son las que se fusionan para
formar un nuevo ser. A pesar de esto el mecanismo de la selección natural es
compatible con la pangénesis, aunque no existan las hipotéticas partículas
viajando por todo el cuerpo hacia los órganos sexuales. La estrategia de Darwin
frente a su desconocimiento de las leyes de la variación

[C]onsistió en considerar la variación como una “caja negra”. Ésta sólo


se abriría mucho más tarde, con el advenimiento de la genética y el
redescubrimiento de las leyes de Mendel. Más tarde, hacia mediados del
siglo XX, la identificación de la estructura del ADN permitió descifrar
poco a poco lo que conocemos hoy en día como código genético, que
contiene las instrucciones de la estructuración y desarrollo del
organismo en su interacción con el medio ambiente. (Continenza,
2008).

Dejando aparte el problema de la herencia, lamarckismo y darwinismo son


teorías opuestas: para la primera son los organismos y su comportamiento los
protagonistas del drama evolutivo; para Darwin la transformación de una
especie en otra corre a cargo de las fuerzas del medio ambiente, que es quien
tiene el papel de escoger entre la infinita diversidad que existe en el seno de las
especies, o para decirlo de una manera más coloquial, la variación propone y la
selección natural dispone. La génesis de la idea de la selección natural la tuvo
Darwin en la teoría de Thomas Robert Malthus plasmada en Ensayo sobre el
principio de la población y en la escuela de los economistas capitaneados por
Adam Smith, pero no se puede entender que al darwinismo se haya hecho un
transplante de las teorías económicas y de la población de Malthus y Smith;
según Engels,

[A] Darwin no se le ocurre ni por asomo decir que el origen de la idea de


la lucha por la existencia hay que buscarlo en Malthus. Lo que dice es
que su teoría de la lucha por la existencia es la teoría de Malthus
aplicada a los mundos animal y vegetal. Y por grande que fuese el
descuido de Darwin al aceptar, en su simpleza, tan a la ligera la teoría
malthusiana, cualquiera puede ver a primera vista que no hacen falta

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ningunas gafas malthusianas para percibir en la naturaleza la lucha por


la existencia, la contradicción entre el número infinito de gérmenes que
la naturaleza engendra tan pródigamente y la cantidad pequeñísima de
ellos que, en general, pueden madurar, contradicción que
efectivamente, se resuelve, en su mayor parte, en la lucha por la
existencia[…]. (Engels, 1948, p.87 [Cursivas añadidas]).

Estas palabras son secundadas por Gould para quien “la selección natural es, en
esencia, la economía de Adam Smith transferida a la naturaleza” (2004,
p.147)5. La teoría de la selección natural hizo añicos la ilusión de la existencia de
un diseñador en el campo de la biología y debería hacernos sospechar de las
teorías que preconizan el diseño en el origen del Universo. A propósito de esto el
físico Leonard Susskind escribió:

La cosmología moderna comienza realmente con Darwin y Wallace. Al


contrario que cualquier otro antes de ellos, propusieron explicaciones a
nuestra existencia que rechazaban completamente los agentes
sobrenaturales… Darwin y Wallace establecieron un estándar no solo
para las ciencias de la vida, sino también para la cosmología (Susskind,
citado por Dawkins, 2007, p.129).

Los físicos de los siglos XVI, XVII y XVIII concluyeron que el Universo es un
sistema material en movimiento gobernado por leyes naturales, el
funcionamiento del mundo no dependía de la voluntad inefable de un Creador.
Darwin extiende esa idea al mundo de los organismos vivos. En eso consistió su
gran revolución. Para el evolucionista español Francisco J. Ayala y su colega
mexicana Rosaura Ruiz, Charles Darwin

[D]ebe ser visto como un gran intelectual revolucionario que inaugura


una nueva era en la historia natural de la humanidad, una era que fue la
segunda etapa y final de la revolución copernicana, que había
empezado en los siglos XVI y XVII bajo el impulso de científicos tales
como Copérnico, Galileo y Newton. (Ruiz & Ayala, 2002, p.83).

La obra de Darwin fue apreciada de manera especial por los fundadores del
materialismo dialéctico, Carlos Marx y Federico Engels. Marx concibió la

5 Alfred R. Wallace llegó a la misma idea de Darwin también con el apoyo de la obra de Malthus. Wallace
plasmó sus ideas en el borrador de un artículo al que tituló Sobre la tendencia de las variedades a separarse
indefinidamente del tipo original, donde según Darwin, había frases que le recordaban su propia teoría. Esto
demuestra que una teoría es correcta cuando refleja de manera apropiada los fenómenos que ocurren en la
naturaleza; es por eso que diferentes investigadores pueden llegar de manera independiente a plantear la
misma teoría. De modo que una teoría no puede ser solamente una construcción de la mente humana, sin
ninguna relación con el mundo.

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historia de la humanidad como un proceso guiado por las contradicciones, de


origen económico, que se generan en el interior de la sociedad y

[V]io un vínculo estrecho entre su obra y la de Darwin, y le comunicó su


admiración por su obra trascendental. Para Marx, las implicaciones y la
significación de una teoría que sitúa al hombre como protagonista de la
historia, considerada como un proceso evolutivo, y a la especie humana
como una singular en tránsito sobre la superficie de la Tierra, con la
característica particular de haber adquirido conciencia, eran grandes.
(Yunis, 2001, p.31).

Tras la edición de El origen de las especies la confrontación con la Iglesia


Anglicana (en representación del pensamiento religioso) era inevitable. El 30 de
junio de 1860 en la reunión anual de la Asociación Británica para el Progreso de
la Ciencia se enfrentaron el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, y el
evolucionista Thomas Henry Huxley. La reunión se llevó a cabo en el recinto del
Museo Zoológico de Oxford donde se apretujaron más de mil personas,
quedando centenares por fuera. Según Yunis fue

[E]l punto culminante del debate apasionado y malintencionado en


contra de Darwin, suscitado desde la aparición de El origen en
noviembre del año anterior. Sus detractores rechazaban la hipótesis del
naturalista no porque las pruebas estuvieran en contra, sino por el lugar
adonde conducía, al parecer a un mundo en el que se degradaba al
hombre, se le negaba el alma, se despreciaba a Dios y a la moralidad, y se
elevaba la categoría de los monos; era un sistema que desamparaba al
hombre.(Yunis, 2001, p.65 [cursivas añadidas]).

Entre los detractores de Darwin había de todo: científicos como John Herschel,
Lord Kelvin, Adam Sedgwick, Santiago Ramón y Cajal; literatos como George
Bernard Shaw; filósofos como William Whewell6 y Federico Nietzche, quien de
manera reaccionaria veía a las ciencias naturales embrolladas

[C]on el darwinismo y su teoría increíble y superficial de la lucha por la


vida. La raíz de este fenómeno hay que buscarla en el origen de la
mayoría de los naturalistas: su pertenencia “al pueblo”. Sus
antepasados han sido gentes pobres y limitadas, acuciadas por la
necesidad de ganarse la vida. En el darwinismo inglés se respira con la

6 Este filósofo consideraba la teoría heliocéntrica de Copérnico una 'herejía'; hablaba con menosprecio de
Galileo, calificaba de arrogante a Giordano Bruno y juzgaba con indulgencia a la Inquisición por su actuación
contra Bruno y Galileo.

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atmósfera sofocante de la superpoblación inglesa, el tufo a vulgaridad y


pobreza, a miseria y estrecheces. (Yunis, 2001, p.66).

El obispo Wilberforce no podía aceptar que el hombre fuera un mono mejorado,


eso iba contra la noción de un ser humano creado a imagen y semejanza de Dios.
Para el Obispo y sus seguidores la teoría de la evolución tendía a “suprimir de la
mente la mayoría de los atributos peculiares del Todopoderoso”. Durante el
debate Wilberforce le preguntó con sorna a Huxley si desearía “tener a un mono
como antepasado por parte de padre o por parte de madre”; el biólogo
respondió con calma todas las objeciones del obispo de Oxford
desenmascarando la total ignorancia de éste en cuestiones de biología y
geología y remató su discurso diciéndole con contundencia que “prefería tener a
un mono por antepasado antes que a un hombre magníficamente dotado por la
naturaleza pero que utiliza esos dones para introducir el ridículo en una grave
discusión científica y confundir con vanos llamamientos al prejuicio religioso7”.
Ante la contundente respuesta se armó la batahola: los estudiantes saltaban,
pateaban y gritaban apoyando a Huxley, una dama oligarca allí presente se
desmayó, Fitz-Roy (Capitán del Beagle) vociferaba y blandía la Biblia; poco
después la reunión se disolvió.

Fue tal la derrota sufrida por la Iglesia Anglicana que ésta tuvo que ceder ante la
presión que sobre ella ejercieron diversas personalidades para que permitiera
que los restos de Darwin reposaran en la abadía de Westminster, cerca de la
tumba de Newton. El darwinismo fue finalmente aceptado “como punto de
partida para la investigación de las causas naturales del cambio orgánico. Al
eliminar la planificación divina, el darwinismo abrió la puerta a todo un mundo
nuevo de biología científica, que hasta entonces había sido calificado de
<<sobrenatural>>” (Bowler, 1985). El triunfo de esta teoría implicó la ruptura
definitiva entre ciencia y religión.

Darwin fue muy cuidadoso frente al tema de la religión y el creacionismo (no era
amigo de los debates, para eso estaba Huxley). Su formación era religiosa, en
concordancia con la época y el país que le tocó vivir. Su teoría necesariamente
tenía que chocar con el tema del creacionismo. En 1873 confesaba:

[P]uedo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y


maravilloso Universo, con estos seres conscientes que somos nosotros,
se origine por azar, me parece el principal argumento a favor de la

7 El reverendo obispo Samuel Wilberforce consideraba a Darwin como persona superficial y a su teoría la
calificaba de especulación y suposición gratuitas que degradaban las ciencias naturales. El prelado de Oxford,
en una muestra de su ignorancia en los asuntos de la biología, se había preguntado: “¿Cómo podemos llegar a
creer que variedades favorecidas de nabos tengan tendencia a hacerse hombres?”.

119
Universo, ¿por diseño o por evolución?

existencia de Dios; pero nunca he sido capaz de concluir si este


argumento es realmente válido. Me doy cuenta de que si admitimos una
causa primera, la mente aún anhela saber de dónde vino aquélla y cómo
se originó. (Darwin, 1992, p.637).

En su magna obra había consignado: “Cuando concibo a todos los seres no


como creaciones individuales, sino como descendientes directos de unos pocos
seres que vivieron mucho antes que se depositara la primera capa silúrica, me
parecen ennoblecerse…” (Darwin, 1992, p.637). Darwin alcanzó estas
conclusiones porque se dedicó a estudiar las causas y leyes verdaderas,
objetivas del desarrollo de los seres vivos a través del tiempo; su teoría de la
selección natural desmiente la posibilidad del diseño inteligente y por lo tanto la
existencia del propio diseñador. Es realmente lamentable y preocupante que la
teoría del diseño inteligente no provenga de los círculos religiosos, sino de un
pequeño pero ruidoso grupo de científicos, algunos de los cuales exhiben
importantes títulos académicos y que pertenecen a Universidades de innegable
prestigio, algunas de ellas cunas de premios Nobel. La idea del diseño, como ya
se ha podido ver es antigua, pero la expresión diseño inteligente se acuña en el
pasado siglo XX.

En la década de los años 1980 el químico Charles Thaxton publicó el libro El


misterio del origen de la vida donde al contrario del de Oparin, propone la
existencia de un diseñador. Los científicos adscritos a la teoría del diseño
inteligente emplean sus conocimientos especializados para defender el
argumento de la existencia del diseño en la naturaleza y pretenden hacer creer
que lo que se está descubriendo en biología y matemáticas está abriendo el
camino para encontrar un diseño y un diseñador. Esta concepción mantiene el
mismo espíritu de lo que pensaban los teólogos naturales del siglo XIX. Los
defensores del diseño inteligente rechazan la idea de que la evolución pueda
explicar la multitud de especies vivas que sobre la Tierra existen y han existido, y
por lo tanto consideran el darwinismo como una opción falsa. Si la teoría de la
selección natural fuera realmente falsa no se podría entender cómo es que es
capaz de explicar tantas clases de hechos: los lujuriosos colores, olores y formas
de las orquídeas para garantizar la visita de determinados insectos, la
capacidad de ecolocalización del alimento por parte de los murciélagos, la
naturaleza altruista de las abejas obreras que sacrifican su posibilidad
reproductora en aras de su reina, etc., (¡y que etcétera tan largo!).

Además, los defensores del diseño inteligente han pretendido, especialmente en


Estados Unidos, que su religiosa teoría sea incorporada al plan de estudios de
ciencias naturales en las escuelas a lo que se han opuesto con tenacidad amplios
sectores de la opinión pública estadounidense que han visto en el diseño
inteligente un movimiento contra la ciencia y especialmente contra la biología.

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Para la década de los años 1920 la enseñanza de la evolución estaba


expresamente prohibida en las escuelas públicas de Arkansas, Mississipi,
Oklahoma y Tennesse. El candidato demócrata William Jennings Bryan
prometía en 1922: “Nosotros expulsaremos el darwinismo de nuestras
escuelas”. Bryan participó en el juicio contra John T. Scopes, el maestro de
secundaria que en Tennessee se atrevió a enseñar en su escuela la teoría de
Darwin y por lo cual en su momento fue procesado. En diciembre de 2005 el
juez John Jones III ordenaba que en las escuelas de Dover se eliminara toda
referencia al diseño inteligente en las clases de ciencias.

Michael Behe, Ph.D. en bioquímica de la Universidad de Pennsylvania y profesor


de ciencias biológicas en el mismo centro académico, ha argumentado que la
vida, en lo más fundamental es, “irreductiblemente compleja”, expresión con la
cual se refiere a sistemas que deben funcionar sincronizadamente para que no
colapsen; hecho verdadero del cual concluye falsamente que el sistema debió
haber aparecido totalmente ensamblado. Por ejemplo, el conjunto de proteínas
que conforman la cascada bioquímica del proceso de coagulación de la sangre:
si alguna de esas moléculas no está presente o funciona de manera defectuosa,
el proceso se detiene y no se forma el coágulo, como sucede en las personas
afectadas por alguna de las formas de la hemofilia. Behe niega que ese
complicado sistema pueda ser producto de la evolución y lo considera una
prueba de diseño inteligente (creación); en sus propias palabras: “Los sistemas
irreductiblemente complejos no parecen ser buenos candidatos a haber sido
producidos por numerosos y sucesivos cambios pequeños de sistemas
predecesores, porque cualquier precursor al cual le faltara una pieza crucial no
habría podido funcionar”.

Para los compañeros de ruta de Behe “el diseñador podría ser Dios, seres
extraterrestres o biólogos celulares que navegan en el tiempo desde un lejano
futuro” hacen notar Glenn Branch y Eugenie Scott, directivos del Centro
Nacional para la enseñanza de la Ciencia en Oakland, California, organismo que
defiende la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas estadounidenses.
Se supone que una inteligencia superior tiene el poder suficiente para elaborar
un diseño elegante, impecable, perfecto como en el caso de la cascada
bioquímica de la coagulación de la sangre, entonces ¿cómo ha podido ser tan
chapucero con las personas hemofílicas?

El argumento de Behe es muy débil: si los sistemas irreductiblemente complejos


no pueden haber sido producidos por la evolución, entonces ellos han de ser
producidos por un diseñador. La pretensión de los propugnadores del diseño
inteligente de que todas y cada una de las partes de un sistema
irreductiblemente complejo deben estar ensambladas en su forma final antes de
funcionar, es falsa: “La evolución produce máquinas bioquímicas complejas

121
Universo, ¿por diseño o por evolución?

por medio de copiar, modificar y combinar proteínas previamente usadas para


otras funciones”, aclara Kenneth R. Miller, profesor de biología de la
Universidad de Brown. Por ejemplo, las mencionadas proteínas que hacen parte
del proceso de coagulación de la sangre son en realidad versiones modificadas
de proteínas empleadas en el sistema digestivo; fue la evolución (por su carácter
'oportunista') quien duplicó, modificó y reasignó esas moléculas para producir
el sistema de coagulación de la sangre de los vertebrados.

La posición de Behe no es científica, sino filosófica y en íntima comunión con el


idealismo. Los argumentos del diseño inteligente fracasan no porque la
comunidad científica los declare falsos “sino por la razón más básica de todas:
porque está abrumadoramente rechazada por la evidencia científica”, añade el
doctor Miller. Los creacionistas siempre han argumentado que órganos que
muestran una particular complejidad estructural y funcional no han podido
surgir por selección natural; este caballo de batalla lo han esgrimido para tratar
de probar que esa complejidad sólo puede provenir del diseño de un Creador
sabio y bondadoso. Darwin no fue ajeno a las implicaciones que para su teoría
tenía el origen evolutivo de esos órganos y en el Origen analizó este problema en
el capítulo titulado “Órganos de perfección y complicación extremas” que
empieza con estas palabras:

Parece totalmente absurdo, lo confieso espontáneamente, suponer que


el ojo, con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el foco a
diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la
corrección de las aberraciones esférica y cromática, pudo haberse
formado por selección natural. (Darwin, 1992, pp.222-223).

Es una cita tentadora para cualquier corifeo del diseño inteligente. Pero
renglones más adelante el sabio inglés precisa con maestría:

La razón me dice que sí se puede demostrar que existen muchas


gradaciones desde un ojo sencillo e imperfecto a un ojo completo y
perfecto, siendo cada grado útil al animal que lo posea, como ocurre
ciertamente; si además el ojo alguna vez varía y las variaciones son
heredadas, como ocurre también ciertamente, y si estas variaciones
son útiles a un animal en condiciones variables de vida, entonces la
dificultad de creer que un ojo perfecto y complejo pudo formarse por
selección natural, aun cuando insuperable para nuestra imaginación, no
tendría que considerarse como destructora de nuestra teoría. (Darwin,
1992, pp.222-223).

Es la necesidad funcional en interacción con el medio ambiente y no un diseño


intencionado lo que determina la pauta del origen de los órganos: por ejemplo,

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en especies diferentes de moluscos (almejas, caracoles y calamares) se


encuentran ojos sencillos, en los que sólo existen algunas partes (como una
retina bien desarrollada y ligada a un nervio óptico, pero sin lente, en el
Nautilius; o con una lente refractora, en el caracol marino Murex), mientras que
los pulpos tienen ojos de una complejidad semejante a la de los humanos. La
evolución explica el origen y diversidad de todos los ojos del reino animal: los
estudios de genética comparada han demostrado que los insectos y los
humanos “no sólo usan los mismos genes para indicar a las células alojadas en
sus embriones que se conviertan en fotorreceptores, sino que ambos tipos de
fotorreceptores [los fotorreceptores de los vertebrados se llaman ciliares; los de
los insectos y otros invertebrados se conocen como rabdoméricos] atrapan la luz
con moléculas conocidas como opsinas” ([cursivas añadidas]) a pesar de las
radicales diferencias anatómicas entre el ojo de una mosca y el de un humano,
como informa Carl Zimmer en la revista National Geographic.

Si el ojo fuera producto de un diseño inteligente debería ser perfecto, pero esto
está lejos de ser así: “En los seres humanos, la retina está unida tan laxamente a
la parte posterior del ojo, que basta un fuerte golpe en la cabeza para que se
desprenda. Sus células recolectoras de luz están orientadas hacia dentro, hacia
el cerebro, no hacia fuera, hacia la luz, y el nervio óptico comienza delante de la
retina, para atravesarla después y conectarse al cerebro. El lugar donde el nervio
óptico se hunde en la retina se convierte en el punto ciego del ojo”, añade
Zimmer. Los defensores del diseño inteligente también ponen como ejemplo de
sistema irreductiblemente complejo la estructura del flagelo que le permite a
una bacteria como Escherichia coli (habitante usual de nuestro intestino grueso)
moverse en su medio ambiente.

Aquellos que niegan la evolución sostienen que las proteínas que forman el
flagelo bacteriano debieron haberse creado en la forma presente. Pero
investigadores de la Universidad de Birmingham (Inglaterra) han encontrado
pruebas de cómo este órgano complejo evolucionó a partir de componentes
más sencillos. Las tesis del diseño inteligente son una falacia intelectual; sus
ejemplos buscan engañar a personas bien intencionadas pero indoctas en la
materia. En su artículo Zimmer concluye: “La evolución, despiadada y práctica,
tiene la capacidad para construir las estructuras más maravillosas o modificar
su función original o bien desecharlas cuando ya resultan innecesarias”
(Zimmer, 2006, pp. 14-39).

Otra figura representativa del movimiento del diseño inteligente es William A.


Dembski, quien ostenta un Ph.D. en matemáticas y otro en filosofía y además
asociado al conservador Discovery Institute. Dembski ha acuñado otra
pomposa expresión: complejidad especificada, la cual concibe como la marca o
señal que tras de sí deja la inteligencia. Para este matemático, un evento muestra

123
Universo, ¿por diseño o por evolución?

“complejidad especificada si es contingente y, por lo tanto, no necesario; si es


complejo y, por lo tanto, no fácilmente repetible al azar; y si es especificado en
el sentido de exhibir un patrón dado independientemente”. Dembski, declarado
creacionista, pretende demostrar que los mecanismos darwinianos de la
selección natural son incapaces de generar la complejidad especificada que
existe en los organismos vivos y que por lo tanto “las ciencias naturales deben
dejar algo de espacio para el diseño”.

Antes de Darwin, el origen de las especies era un hecho rodeado de misterio,


pero el viajero del Beagle siguió las pistas que le brindaba la naturaleza para
lograr resolver el enigma, demostrando que la infinita variedad de plantas,
animales, bacterias, hongos, virus con sus exquisitas y variadas adaptaciones
pueden explicarse a través del proceso de selección natural sin necesidad de
recurrir a la intencionalidad de ningún tipo de creador u otro agente diseñador.
La revolución darwiniana llevó el mundo de los seres vivos al reino de la ciencia
(algo que pretenden reversar los creacionistas de nuevo cuño), los fenómenos
biológicos se explican desde entonces por causas y leyes naturales. La religión y
el idealismo fueron expulsados del campo de la biología por el materialismo
inherente a la teoría darwiniana. Darwin demostró que los seres vivos son
diseñados por la acción prolongada de fuerzas materiales perfectamente
cognoscibles y no por intención de algún diseñador de naturaleza divina.

Eso determina el carácter materialista y ateo de su teoría, conclusión apoyada


por las siguientes palabras de la doctora en antropología física, Eugenie C.
Scott: “Darwin propuso una explicación científica, no religiosa: la forma en que
los organismos encajan con sus ambientes es el resultado de la selección natural.
Como todas las explicaciones científicas, él se basa en la causalidad natural”.
Aceptar que el diseño inteligente se enseñe en las clases de ciencias naturales es
aceptar la causalidad no natural: “En realidad, tenemos explicaciones sólidas
con las que trabajar, pero aún en el caso de que no las tuviéramos, la ciencia solo
tiene herramientas para explicar las cosas en términos de la causalidad natural.
Eso es lo que hizo Darwin y eso es lo que estamos tratando de hacer hoy”,
agrega Scott. Los áulicos del diseño inteligente no poseen un programa de
investigación empírica y en consecuencia no han aportado ningún dato que
apoye sus afirmaciones, como lo reconoció el propio Michael Behe al declarar
que en la literatura científica no existe ningún artículo que describa la forma
como el diseño inteligente dio origen a cualquier sistema biológico.

Lo que sí tienen “es un programa agresivo de relaciones públicas, el cual incluye


conferencias… libros o artículos a nivel popular, reclutamiento de estudiantes
universitarios a través de charlas auspiciadas por los grupos religiosos de las
universidades, y el cultivo de alianzas con cristianos conservadores y con
figuras políticas de influencia”, denuncia la filósofa Bárbara Forrest de la

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Universidad Southwestern. Jonathan Wells, doctor en biología de la Universidad


de California en Berkeley y doctor en estudios de la religión por la Universidad
de Yale, sostiene que ganó sus títulos universitarios “para dedicar mi vida a
destruir el darwinismo”; el citado Dembski dice que el diseño inteligente “es
simplemente los Logos del Evangelio de Lucas traducidos al lenguaje de la
información”.

Si aquí no estuvieran en juego preciosos intereses de la ciencia, se podría decir


que el movimiento del diseño inteligente tiene más de cómico que de tragedia.
Lo que realmente buscan los defensores de esa engañosa teoría no es mejorar la
ciencia sino simplemente “transformarla en una actividad teística que apoye a la
fe religiosa”, termina por concluir la filósofa Forrest.

Los creacionistas rechazan por completo la idea de la evolución, es decir, el


enfoque científico del estudio del pasado; ellos ven en el darwinismo un dogma
que ha arraigado profundamente y que simboliza la ideología materialista a la
que se ha entregado la ciencia. En 1874 el teólogo protestante norteamericano,
Charles Hodge, proclamaba que “la negación del diseño en la naturaleza,
realmente es la negación de Dios”; poco después de la publicación de El origen
de las especies el botánico de Harvard, Asa Gray, trató de conciliar la idea del
diseño divino y la idea darwiniana de la selección natural: Dios dirige el proceso
evolutivo mediante el control de la variación disponible; el papa Pío XII en la
encíclica de 1950, Humani Generis, declaraba la supuesta inexistencia de
contradicción entre la evolución y la fe cristiana, pero mantenía que la
intervención divina era necesaria para la creación del alma humana; aunque en
1996 Juan Pablo II reconocía ante la Academia Pontificia de Ciencias que “la
teoría de la evolución ya no es una mera hipótesis”.

Lo que realmente buscan las autoridades eclesiásticas es enterrar el


materialismo de la teoría de Darwin bajo una bóveda teológica de divina
inteligencia: si hay selección natural, debe haber un Selector Natural. En el
intento por reconciliar ciencia y religión, como también lo pretenden los
defensores del diseño inteligente, han terminado aliados el poder político de la
Casa Blanca y el poder religioso del Vaticano. El objetivo de su nueva cruzada es
derrotar la preeminencia de la ciencia sobre la fe, atacando a la teoría de la
evolución. Es así que se plantea que entre ciencia y fe no hay contradicción, sino
que ambas se complementan y que no se da la una sin la otra como lo ha
sustentado en su columna de prensa el sacerdote jesuita Alfonso Llano Escobar
(2008, marzo 2)8.

8 La inmensa mayoría de iglesias cristianas han adoptado la táctica de aceptar paulatinamente una
interpretación evolucionista de la actuación divina en el origen del hombre, recurriendo al viejo consejo de
unirse al enemigo que no es posible derrotar.

125
Universo, ¿por diseño o por evolución?

Llano Escobar supone que la exclusión entre ciencia y fe surge cuando


“aparecieron ciertas contradicciones entre los avances de la ciencia y algunas
narraciones de la Biblia”; toda concepción religiosa (no importa si es cristiana,
budista, mahometana, animista, etc.) es irreconciliable con la explicación
científica pues mientras ésta busca causas naturales para explicar el Universo,
es contrastable, se puede desechar o perfeccionar y está continuamente
avanzando, por el contrario, la tesis religiosa invoca siempre la existencia de un
ser superior, sobrenatural, que no puede ser demostrada ni por la ciencia ni por
sus creyentes, pues es un acto de fe, de creencia. La ciencia, especialmente a la
luz del darwinismo, ha desechado cualquier posibilidad de creer que puedan
existir dioses u otros seres sobrenaturales.

El articulista acepta que la Biblia es una narración de carácter mítico y que a


través de ese lenguaje es que Dios reveló, a sus intérpretes, el origen del
Universo y de los hombres, e invita al lector a no acabar con el mito de Adán y
Eva y a que “acepte que Dios viene creando adanes y evas valiéndose de la
evolución” (Llano Escobar, 2008)9. Esta es la esencia de la concepción teísta, la
cual no reconoce la acción directa de las fuerzas del medio ambiente: los seres
vivos evolucionan por acción de la voluntad divina y el fin último es la aparición
del ser humano al final de los tiempos geológicos10. Llano quiere contemplar
nuestro origen “como la cresta necesaria, o al menos predecible, de una ola
planetaria, no como el resultado azaroso de un evento irrepetible en un tiempo y
lugar únicos” (Gould, 2004, p.940). En el alegato del articulista no hay nada de
novedoso; ya antes de Darwin se invocaba a Dios como la causa remota, bien
como creador o bien como legislador y autor de las leyes de la naturaleza, o
como gran 'diseñador' y responsable de la 'perfección' del diseño que exhiben
los seres vivos, pero después de Darwin el diseñador es reemplazado por un
mecanismo material -la selección natural- lo que resultó chocante para muchos
que no aceptaban ver controvertido el mito del Génesis.

Llano sigue recurriendo al ya superado finalismo teísta, es decir, a la concepción


de que la evolución se despliega siguiendo un plan divino: “Dios es la última

9 Parece que Dios no ha querido distraer o alarmar al buen padre Llano dándole la noticia que Él con su infinito
poder y sabiduría ha creado, diseñado y luego extinguido, sin saberse las razones, especies de adanes y evas
que merecían también el calificativo de humanos. Hace 40.000 años había en la Tierra tres especies de seres
humanos: Homo neanderthalensis, Homo erectus y Homo sapiens. (¿Tenía Dios algo contra los hombres de
Neanderthal o contra los erectus?). Es probable que el padre Llano tampoco sepa que la ciencia de la
evolución ha demostrado que el antepasado de todos los vertebrados fue una pequeña criatura con aspecto de
gusano, que poseía una especie de espina dorsal primitiva y a la que los científicos han llamado técnicamente
Pikaia gracilens. Si eso es así, no es posible la creación continua de adanes y evas así sea valiéndose de los
procesos evolutivos.
10 Los creacionistas ante la teoría de la evolución de Darwin adoptan la actitud de horror que en su momento
asumió la esposa del obispo de Worcester, cuando se la explicaron: “¿Descendemos de los monos?
Esperemos, querido mío, que no sea verdad pero, si lo es, recemos para que no llegue a saberlo todo el
mundo”.

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causa, es el Señor poderoso que viene creando y moviendo el prodigio de la


evolución hacia horizontes todavía por explicar” (Llano, 2008). La posición del
jesuita es semejante a la que adoptó en su momento Teilhard de Chardin para
quien el registro fósil 'demostraba' que la evolución tenía como eje principal la
'antropogénesis'. Todo el proceso evolutivo es el preámbulo que anuncia la
aparición del fenómeno humano, en un proceso dirigido por un Dios que
provoca y dirige la evolución del mundo. El sacerdote francés representaba
gráficamente esta tendencia por medio de la 'curva de corpusculización del
Universo' donde había dos puntos críticos: el 'punto de vitalización' (origen de la
vida) y el 'punto de hominización' (origen del hombre), todo un proceso
creacionista por etapas.

Dado el origen divino del hombre, éste “es el más misterioso y el más
desconcertante de los objetos descubiertos por la Ciencia” la cual “no ha
encontrado todavía para él un lugar en sus representaciones del Universo” (De
Chardin, 1974, p.169). Teilhard de Chardin y sus seguidores “eran
evolucionistas, pero no darvinistas: el jesuita francés nunca pensó que la
selección natural nos hubiera hecho humanos” (Arsuaga, 2001, p.23); de
Chardin y Llano no pueden aceptar el darwinismo, que explica el origen y las
adaptaciones de los seres vivos a través de un proceso evolutivo natural; para
ellos la evolución obra por la intencionalidad del acto creador de una deidad. La
posición del jesuita Llano no es científica: es mera especulación o deseo
piadoso… o tal vez ambas cosas.

Esta visión de la evolución y la propuesta de reconciliar ciencia y religión, es un


intento por negar la validez de las concepciones materialistas en el campo de la
ciencia; para Llano el conocimiento científico “nos explica la representación de
este mundo” (2008) a nivel de la realidad inmediata, pero es necesario el
complemento de la fe para lograr la explicación en profundidad: “…la ciencia
explica 'en parte' porque no nos da la causa última de la evolución, del
movimiento de esta gigantesca máquina que llamamos Universo: la ciencia nos
dice que se mueve, la fe nos dice quién la mueve: Dios” (2008).

Conciliar ciencia y religión implica regresar al espíritu medieval, retornar a la


escolástica. Para el padre Llano la religión es una forma de conocer lo que no
está al alcance de la ciencia; pero lo que no sea posible aprehender a través del
conocimiento científico, sencillamente no existe: hay fenómenos naturales que
no conocemos o que no conocemos bien (¿cómo se comporta la materia en el
interior de un agujero negro?, ¿hay vida en otros planetas?, ¿de qué manera el
cerebro produce pensamientos?) pero eso no significa que no existan; la ciencia
en su debido momento tendrá que encontrarse con ellos para darles una
explicación con base en la razón. El articulista pretende que en la religión está la
respuesta a la pregunta: ¿tiene la existencia de seres humanos en este planeta,

127
Universo, ¿por diseño o por evolución?

algún sentido? Su respuesta es obvia: la causa última de nuestra presencia en la


Tierra es Dios, pero no hay posibilidad alguna para lograr saber las motivaciones
que tuvo esa entidad sobrenatural.

La ciencia nos responde sobre el por qué y el cómo de nuestra existencia, pero no
tiene que meterse a responder sobre el para qué. La religión sí lo hace y todas sus
respuestas terminan invocando una esencia sobrenatural, divina. Por eso
ciencia y religión no pueden ser compatibles, sus respuestas van en sentidos
opuestos, una encuentra sus respuestas en este mundo, la otra las busca en un
inexistente más allá. Aunque preguntarse por el sentido de nuestra existencia en
el Universo no es científico, el conocimiento de los mecanismos de la evolución
es lo único que podría ayudar a encontrar alguna respuesta, si es que ella existe
(yo creo que no), o como lo expresó Richard Dawkins:

La selección natural es la única explicación factible de la bella e


inevitable ilusión de 'diseño' que impregna todo cuerpo vivo y cada
órgano. El conocimiento de la evolución puede que no sea
estrictamente útil en la vida diaria. Usted puede vivir alguna forma de
vida sin haber escuchado nunca el nombre de Darwin. Pero si, antes de
morir, quiere entender por qué vivió en este lugar, el darwinismo es la
única forma que tiene de estudiarlo. (Dawkins, 2007).

Para terminar, el padre Llano pone como ejemplo de la complementariedad


entre ciencia y fe el caso del genetista Francis Collins, quien ha abandonado el
campo del ateísmo para hacerse creyente convencido. Pero también se puede
presentar el caso contrario para sustentar la tesis aquí defendida: Michael West,
eminente biólogo molecular, quien pasó de ser un creacionista ferviente a un
evolucionista sin fisuras; West confesó que “durante diez años de mi vida
diligentemente busqué la verdad, en particular en la religión cristiana” hasta
que este científico aceptó la teoría darwiniana de la evolución:

Gasté algún tiempo estudiando el movimiento creacionista cerca de


San Diego y tuve que admitir, a pesar de querer creer en el
creacionismo, que los hechos eran diferentes. Se tiene que sumergir uno
en esto, pero en realidad hay sólidos fundamentos para creer en la
evolución general, no solo en la microevolución sino en que todo, y toda
la vida en la Tierra, evolucionó a partir de una sola fuente. Y esa
evidencia es en realidad esto es un poco como un juego de palabras,
roca sólida. Está en las rocas, en los fósiles. Y el caso contra esto, la
existencia de una base científica para creer en el creacionismo es, tal
como lo creo, seudo ciencia […] Es ante todo una defensa de la Biblia
[…] es gente que ama la Biblia, que quieren que la Biblia sea
interpretada para decir que la Tierra tiene tan solo seis mil años y que

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todos los fósiles son productos de la historia del diluvio y de Noé y todas
esas cosas. Los registros fósiles son contundentes a favor del punto de
vista evolutivo. (Yunis, 2006, pp. 59-60).

El padre Llano y los defensores del diseño inteligente consideran que la


selección natural y la mutación son insuficientes para explicar la estructura de
los sistemas biológicos y por lo tanto concluyen que de hecho debe existir un
diseñador (Dios), que cual relojero newtoniano, está constantemente dirigiendo
y afinando la prodigiosa maquinaria de la evolución aunque resulta de verdad
paradójico que ese diseñador haya tenido la osadía de haber eliminado
(recurriendo a cuantos cataclismos apocalípticos se le ocurrieron) el 99,9 % de
todos sus diseños. ¡Un verdadero desperdicio de tiempo, que deja mucho que
desear de la inteligencia del diseñador!

Para los creacionistas la causalidad no es el diseñador más probable y eso es


cierto, pues la selección natural (domeñadora del azar) es la mejor alternativa a
la causalidad. La evolución de los organismos vivos resulta del juego dialéctico
de azar y necesidad, ambos son parte integral del proceso evolutivo, ambos
están intricados en el proceso de la vida, ambos han contribuido al origen de las
diversas formas de organismos vivos que habitan en la Tierra (y quizás en otros
planetas) incluyéndonos a nosotros mismos, los seres que somos capaces de
pensar sobre éste y otros asuntos. El creacionismo se vale de los vacíos que
existen en el conocimiento científico y asume que Dios, por defecto, debe
llenarlos; esta táctica lleva a que la religión inculque en sus seguidores el nocivo
sentimiento de satisfacción con lo desconocido. Con razón el neurobiólogo
Rodolfo Llinás reclama: “Hay que erradicar el creacionismo. Eso impide a la
gente pensar claramente”; una posición similar defiende el profesor Rafael
Alemañ:

Si los seres humanos han de per feccionarse individual y


colectivamente, no lo lograrán homenajeando dogmas carcomidos que
sólo deforman su mente y reprimen su intelecto. No hallarán tampoco
la senda para la plena comunión con el universo en la obediencia ciega a
las palabras escritas por hombres ignorantes hace miles de años […]
[L]a fe robusta del racionalista resultará siempre infinitamente superior
a la de quienes se sumergen en los consuelos ofuscados de épocas más
oscuras. (Alemañ, 1996, p.217).

Para el idealismo es motivo de regocijo permanecer en el misterio; para el


materialismo el misterio es un punto de partida hacia el conocimiento: “Si la
historia de la ciencia nos demuestra algo es que no vamos a ningún sitio
etiquetando nuestra ignorancia con la palabra 'Dios'”, comenta el genetista
norteamericano Jerry Coyne. Buscar ejemplos particulares de complejidad

129
Universo, ¿por diseño o por evolución?

irreducible es proceder de manera no científica, es un caso particular de


argumentar a partir de lo ignorado. Llenar los vacíos con la palabra 'Dios'
demuestra la validez de lo ya sentenciado por Engels: “Nadie trata peor a Dios
que los naturalistas que creen en él”. La ignorancia o el desconocimiento
malintencionado de la teoría de la evolución de los creacionistas es patética; la
'lógica' creacionista en todos los casos es la misma:

Algún fenómeno natural es demasiado improbable estadísticamente,


demasiado complejo, demasiado bello, inspira demasiado
sobrecogimiento como para existir por casualidad. El diseño es la única
alternativa a la causalidad que los autores pueden imaginar. Por lo tanto,
un diseñador tuvo que haberlo hecho. Y la respuesta de la ciencia a esta
defectuosa lógica es también siempre la misma. El diseño no es la única
alternativa a la casualidad. La selección natural es una alternativa
mejor. Efectivamente, el diseño no es una alternativa real para todo,
porque origina un problema aún mayor que el que resuelve: ¿quién
diseñó al diseñador? Tanto la casualidad como el diseño fracasan como
soluciones al problema de la improbabilidad estadística porque uno de
ellos es el problema y el otro regresa a él. La selección natural es una
solución real. Es la única solución factible que haya sido propuesta. Y no
es solo una solución factible, es una solución de un poder y una
elegancia impresionantes11. (Dawkins, 2007, p.133).

La Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia publica un libro titulado


La vida… ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución o por creación? plagado de
errores conceptuales que demuestra el total desconocimiento de la teoría de la
evolución por parte de los creacionistas; sus falaces argumentos pretenden
desvirtuar el proceso evolutivo y como el libro es de amplia y gratuita
divulgación popular, puede causar confusión en las mentes no preparadas. En el
citado texto los Estudiantes emplean la torcida lógica del creacionismo:

Considere órganos corporales como el ojo, el oído, el cerebro. Todos son


tremendamente complejos… Un problema para la evolución ha sido el hecho de
que todas las partes de tales órganos tienen que trabajar juntas para que haya
vista, oído y pensamiento. Tales órganos habrían sido inútiles hasta que todas
las partes individuales estuvieran completas. (IBSA, 1985, p.18)12.

Con supina ignorancia de los hechos concluyen que


11 La selección natural no entra a reemplazar al pretendido diseñador de suprema inteligencia: el mecanismo
selectivo no es algo semejante a algo externo o a una instancia superior, supramaterial que va decidiendo en
cada instante la suerte de todo organismo vivo. Su carácter material determina que ella no es la causa de que
sobrevivan los más aptos, sino el efecto de la supervivencia diferencial entre los organismos que conforman
una población.
12 Nótese que esta concepción es exactamente igual al argumento principal esgrimido por Michael Behe.

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Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia • Vol. IX - Nos. 18 y 19 • 2008 • Págs 107-141

[E]l relato de Génesis sobre la Creación es un documento de solidez


científica […] El registro fósil suministra confirmación de esto. De
hecho, indica que cada tipo o 'género' de vida apareció de súbito, sin
verdaderas formas de transición que conectaran a cada tipo de vida con
otro 'género' anterior, como lo requeriría la teoría de la evolución.
(IBSA, 1985, pp. 35-36).

Lo que los Estudiantes de la Biblia nos están recomendando es que en lugar de


consultar en el clásico Especies animales y evolución de Ernst Mayr el problema
de las propiedades biológicas de la especie, lo hagamos en Génesis, donde
además está la verdad revelada.

El movimiento creacionista en Estados Unidos ha llegado a extremos


verdaderamente absurdos. En Kentucky, estado sureño, se fundó el Museo de la
Creación con una inversión de 27 millones de dólares donde se puede ver a
dinosaurios conviviendo, en el arca de Noé, con humanos modernos.
Argumentos igual de absurdos se han esgrimido también en siglos anteriores:
en el siglo XVII algunos sostenían que los fósiles eran engaños colocados por el
diablo para alejar a los creyentes menos piadosos del camino de la religión; en
1857 el naturalista inglés Philip Henry Gosse, en su libro Omphalos, sostenía que
Dios había creado el mundo hacía 6000 años, pero con evidencias falsas de que
es mucho más antiguo13; que por voluntad divina las rocas contenían fósiles
para hacer creer que tenían un pasado geológico. En estas condiciones el mundo
sería solamente una broma de mal gusto por parte del Creador, con el único fin
de convencer a los humanos de que las cosas son en verdad lo que parecen. Esto
significa, ni más ni menos, el rechazo absoluto de toda la evidencia científica
acumulada por la paleontología, es el reemplazo total de la ciencia por la
religión. A propósito de este absurdo comentó el columnista del periódico El
Espectador, Juan Gabriel Vásquez: “El gran problema con el creacionismo y con
las demás creencias del fundamentalismo cristiano es precisamente su carácter
abiertamente absurdo” (2008); tan absurdo como lo sostenido por el cristiano
Mike Papantunio del estado de Kansas para quien George W. Bush “es un
hombre santo que ha sido ungido con la tarea de crear una comunidad cristiana
no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo” (Vásquez, 2008)14. En una

13 A propósito de las tesis creacionistas (como la de P. H. Gosse) Rafael Alemañ comenta: “El vigor de un
argumento no descansa en su invulnerabilidad a cualquier crítica imaginable, sino en su fertilidad para
generar nuevas hipótesis y conjeturas que puedan ponerse a prueba. Y es por ello que afirmaciones como las
anteriores [la de Gosse] tan sólo delatan una voluntad decidida de no doblegarse a la evidencia en contra, por
muy grande que sea su envergadura” (Alemañ, 1996).
14 El columnista de El Espectador, Juan Gabriel Vásquez (2008) brevemente muestra la innegable influencia de
las concepciones religiosas en la definición de políticas estadounidenses relacionadas con la salud, la
educación e Irak. La 'santidad' de Bush no impidió que su candidato presidencial, John MacCain, fuera
contundentemente derrotado por el demócrata Barack Obama durante las elecciones presidenciales de
Estados Unidos en noviembre de 2008.

131
Universo, ¿por diseño o por evolución?

nación donde la ideología del creacionismo gana constantemente adeptos, no es


raro que sus dirigentes se muestren abiertamente hostiles a la teoría de la
evolución y a las consecuencias filosóficas que de ella se derivan.

Es así que George W. Bush comentó que se debería enseñar el darwinismo y el


diseño inteligente en las escuelas de su país “para que la gente pueda entender
de qué se trata el debate… para exponer a la gente a diferentes escuelas de
pensamiento”; antes, Ronald Reagan, quien no descolló por sus contribuciones
al conocimiento humano, durante la campaña electoral de 1980, también había
respaldado la propuesta de incluir el creacionismo en la educación pública: “El
evolucionismo no es más que una teoría científica, tan falible a ojos de la
comunidad científica como cualquiera de las en otro tiempo sostenidas y hoy
abandonadas.

En cualquier caso, si se toma la decisión de enseñarla en las escuelas, creo que


también debería enseñarse allí el relato bíblico de la creación”. Posición
semejante fue expresada por monseñor Fabián Marulanda, importante jerarca
católico del Episcopado de Colombia: “Las dos teorías [darwinismo y diseño
inteligente] se deben enseñar, sin contradicciones. Él [Dios] es el principio de
donde viene todo”. Pero lo que no se puede perder de vista es que el argumento
del diseño inteligente es anticientífico y, aclara David Brooks en un artículo del
periódico La Jornada,

[E]l hecho de que gran parte del financiamiento y vínculos de los


promotores del diseño inteligente provienen de fundaciones y
organizaciones abier tamente identificadas como religiosas y
conservadoras, pone en duda cualquier aseveración de que se trata de
una búsqueda de la verdad y no de una agenda ideológica. (Brooks,
2005, agosto 23).

El propio Bush ha dicho que fue Dios quien le dijo que invadiera a Irak (¿no sabía
Dios que en ese país árabe no había armas de destrucción masiva?), mientras
que un General del ejército estadounidense tuvo la osadía de afirmar que
“George Bush no fue elegido por una mayoría de los votantes de Estados
Unidos, fue nombrado por Dios”, (¿no se fijó Dios en los antecedentes de
drogadicción, alcoholismo y pobreza intelectual de su candidato y no sabía de
su declarado apoyo del uso de la tortura contra otros seres humanos, antes de
ubicarlo en la Oficina Oval de la Casa Blanca?).

Tampoco George Bush padre se queda atrás en este ramillete de declaraciones


reaccionarias: “…creo que los ateos no deberían ser considerados ciudadanos,
ni deberían ser considerados patriotas. Esta es una nación que está bajo Dios”.

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Declaración de un contenido muy diferente a lo que pensaba uno de los


fundadores de la nación norteamericana, Thomas Jefferson: “Hablar de
existencias inmateriales es lo mismo que hablar de 'nadas'. Decir que el alma
humana, los ángeles, Dios, son inmateriales es decir que son nada, o que no hay
Dios, ni ángeles, ni almas. No puedo razonar de otra forma… sin caer en el
abismo impenetrable de los sueños y fantasmas”.

Cuando la burguesía era una clase revolucionaria luchó contra las ideas
religiosas durante sus revoluciones (francesa, independencia de Estados
Unidos) impulsada por la necesidad de atacar al feudalismo, al espíritu medieval
y a todas aquellas formas ideológicas que se opusieran a sus intereses por
instaurar en la sociedad y en la historia una nueva forma de producción, para la
cual se hacía necesario el desarrollo de la ciencia.

Hoy la burguesía ha perdido su empuje revolucionario, renovador y se ha


convertido en su opuesto: un estorbo para el impulso de las fuerzas productivas
y de la ciencia. Defiende con ahínco las más oscuras concepciones religiosas
atacando el avance del conocimiento científico; es así que en Estados Unidos
George W. Bush, se opuso al financiamiento estatal para la investigación con
células madre, recortó el presupuesto de la NASA, pretendió desconocer el
problema del calentamiento global y propugnó por imponer la enseñanza del
creacionismo.

Si para llegar a admitir la evolución de organismos vivos extremadamente


complejos a partir de otros más sencillos fue necesaria toda una revolución en el
pensamiento humano, aceptar la evolución del hombre, su origen animal, exigió
un ajuste todavía mayor de nuestras ideas, proceso donde se libró una
encarnizada lucha ideológica entre el idealismo y el materialismo, lucha que se
ha decantado hacia la concepción materialista gracias a los continuos
descubrimientos de fósiles que han venido aclarando el panorama de la
evolución del hombre, y de los aportes de la biología molecular que demuestran
nuestra cercanía evolutiva con los grandes antropoides, especialmente con el
chimpancé y el bonobo, con quienes compartimos un antecesor común que
existió hace unos seis a siete millones de años.

Los seres humanos actuales pertenecemos, desde el punto de vista taxonómico,


al grupo de los primates, es decir, al de los monos.

No hemos evolucionado a partir de ninguna especie actual de mono, sino desde


alguna ya desaparecida hace millones de años. Hemos desarrollado, por
evolución, caracteres particulares de nuestra especie: cerebro voluminoso,
capacidad única para fabricar instrumentos empleando diversos materiales,
lenguaje articulado, una infancia prolongada que implica un largo periodo de

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Universo, ¿por diseño o por evolución?

aprendizaje, un caminar bípedo, así como una sexualidad muy original15. El


mito edénico y todas las demás narraciones creacionistas han quedado
totalmente invalidados. Sin embargo el creacionismo se sigue aferrando al
origen divino del hombre o de su alma, así tenga que recurrir a tesis que a todas
luces resultan absurdas. Por ejemplo, la ya citada Asociación Internacional de
Estudiantes de la Biblia sostiene que puesto que “hay una enorme laguna entre
los humanos y todo animal existente hoy, incluso la familia de los monos
antropomorfos o antropoides…”, no existe “la prueba fósil de la conexión del
hombre con las bestias simiescas…” (IBSA, 1985, p.84)16, y por lo tanto “los
humanos tienen todas las señales de haber sido creados… separados y distintos
de todo animal”; la Asociación calcula que el acto de creación ocurrió hace
unos 6000 años. Para las tesis creacionistas las cualidades intelectuales del
hombre son un reflejo del Intelecto Supremo, pues la criatura humana fue
creada a imagen y semejanza de Dios.

El científico norteamericano Francis Collins sostiene que el conocimiento de la


biología molecular y el funcionamiento del cerebro permiten argumentar sobre
la existencia de un Dios personal, un Dios que utilizó el mecanismo de la
evolución para crear criaturas con las cuales pudiera relacionarse. Collins llega
al extremo de sostener que, puesto que los seres humanos tenemos un sentido
intuitivo de lo correcto y lo incorrecto, Dios implantó en la intimidad de
nuestros cerebros las leyes de la moral. La elegante complejidad de la biología
humana supuestamente indica un diseño artesanal predeterminado, lo que lleva
a la creencia en la existencia de algún tipo de deidad sobrenatural pero los
continuos avances de la ciencia hacen que la concepción materialista de la

15 “Los humanos no somos los únicos animales que utilizamos instrumentos. Los chimpancés también los
usan, pero se trata de objetos naturales que son adaptados para su función, como en el célebre ejemplo de las
ramitas que preparan eliminando las ramificaciones laterales y luego introducen en los orificios de los
termiteros para 'pescar' termitas. Sin embargo, en estos casos el instrumento está ya prefigurado en la
naturaleza y no es necesario hacer un gran esfuerzo para representarse mentalmente el objeto final a obtener.
Los humanos son los únicos primates que realmente producen instrumentos a partir de una forma que sólo
existe en su cabeza, y que ellos 'imponen' a la piedra. Se cuenta que el famoso escultor del Renacimiento
Miguel Ángel decía que sus esculturas, como el David o La Piedad, estaban ya encerradas en el bloque de
mármol y él se había limitado a eliminar lo que sobraba. Pues algo así, aunque más modestamente, hacían los
humanos al tallar” (Arsuaga & Martínez, 2004).
16 Tan ignorante aseveración surge del desconocimiento de que no todo organismo vivo, cuando deja de
existir, se convierte en un fósil: “Para convertirse en un fósil tienen que suceder varias cosas. Primero, tienes
que morir en el lugar adecuado. Sólo el 15 % de las rocas aproximadamente puede preservar fósiles, así que de
nada sirve desplomarse sobre un futuro emplazamiento de granito. En términos prácticos, el difunto debe
acabar enterrado en un sedimento en el que pueda dejar una impresión, como la de una hoja en el barro, o
descomponerse sin exposición al oxígeno, permitiendo que las moléculas de sus huesos y partes duras (y muy
de cuando en cuando partes más blandas) sean sustituidas por minerales disueltos, creándose una copia
petrificada del original. Luego, cuando los sedimentos en los que yace el fósil sean despreocupadamente
prensados, plegados y zarandeados de un lado a otro por los procesos de la Tierra, el fósil debe mantener de
algún modo una forma identificable. Finalmente, pero sobre todo, después de decenas de millones de años o
tal vez centenares de millones de años oculto, debe encontrarlo alguien e identificarlo como algo digno de
conservarse” (Bryson, 2004).

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naturaleza descanse hoy sobre fundamentos más firmes, que en los siglos
pasados. Los creacionistas no pueden olvidar la siguiente declaración de
Darwin: “[…] no puedo […] abrigar duda alguna de que la opinión que la mayor
parte de los naturalistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mantuve
anteriormente -o sea, que cada especie ha sido creada independientemente-, es
errónea” (1992), o lo que escribió rechazando la posibilidad de que Dios dirija el
proceso evolutivo mediante el control de la variación disponible:

[…] [N]ingún vestigio de razón puede asignarse a la creencia de que las


variaciones, de igual naturaleza y que resultan de las mismas leyes
generales, que han sentado las bases, a través de la selección natural, de
la formación de los animales más perfectamente adaptados del mundo,
incluido el hombre, fueron intencional y expresamente dirigidas.
(Darwin, 1992).

El materialismo dialéctico, basándose en los descubrimientos de la


paleoantropología, le ha dado otra visión a la evolución del hombre al destacar
en este proceso dos elementos: la dimensión de la historia y el papel del trabajo,
elementos negados completamente por las tesis creacionistas.

Con el hombre entramos en el campo de la historia. También los


animales tienen su historia, la historia de su origen, descendencia y
gradual desarrollo, hasta llegar a su estado actual. Pero esta historia no
la hacen ellos, sino que se hace para ellos y, en la medida en que de ella
participan, lo hacen sin saberlo y sin quererlo. En cambio, los hombres,
a medida que se alejan más y más del animal en sentido estricto, hacen
su historia en grado cada vez mayor por sí mismos, con conciencia de lo
que hacen, siendo cada vez menor la influencia que sobre esta historia
ejercen los efectos imprevistos y las fuerzas incontroladas y
respondiendo el resultado histórico cada vez con mayor precisión a
fines preestablecidos. (Engels, 1961, p.16 [cursivas añadidas]).

Estas son palabras de Engels que han sido confirmadas plenamente por los
hallazgos fósiles en la línea evolutiva humana: Australopithecus afarensis y A.
africanus estaban, cerebral y etológicamente, muy cerca de los chimpancés,
pero su caminar erguido y el medio ambiente que explotaban los condujeron
(especialmente afarensis) hacia las formas más primitivas del género Homo,
como es el caso de Homo habilis, el más antiguo representante de la humanidad
y el primer constructor de herramientas plenamente identificado. La
elaboración de los primeros instrumentos de piedra debió haber tenido un
impacto definitivo en la evolución del lenguaje y en el aumento del tamaño
cerebral: en la medida que éstos se iban perfeccionando, perfeccionaban la
estructura de aquéllos.

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Universo, ¿por diseño o por evolución?

Fue el trabajo lo que permitió la paulatina transformación del cerebro simiesco


en cerebro humano, afinó la relación anatómica entre cerebro, mano (ese
órgano maravilloso al que Kant consideraba un cerebro externo y del que
Anaxágoras llegó a afirmar que “el hombre es inteligente porque tiene manos”)
y ojo lo cual condujo a la elaboración de útiles cada vez más complejos, reflejo de
una inteligencia también de mayor complejidad. Desde el antiguo
Australopithecus anamensis (de hace unos cuatro millones de años), pasando
por los primeros representantes del género Homo (de hace unos dos millones de
años), hasta los primitivos Homo sapiens (de hace unos cien mil años) la
evolución nos ha hecho los animales con el cerebro más grande, si desechamos
las diferencias en el tamaño del cuerpo. El paleontólogo español Juan Luis
Arsuaga se pregunta y responde a propósito de la evolución cerebral:

¿Para qué sirve un cerebro? Para procesar información. ¿Qué hace que
un cerebro sea grande? La complejidad de la información a procesar. El
adjetivo complejo se aplica a los sistemas. ¿Qué hace que un sistema sea
complejo? El gran número de elementos diferentes que lo componen y la
gran variedad de relaciones posibles entre ellos. ¿Qué consecuencias
prácticas tienen los sistemas complejos? Que su comportamiento
futuro es difícilmente previsible. (Arsuaga, 2003, pp.81-82).

Nuestros primos evolutivos, los chimpancés, también gozan de un gran tamaño


cerebral y Arsuaga se vuelve a preguntar y responder

¿Cuál es el sistema complejo cuya evolución les resulta tan importante


predecir a los chimpancés? La respuesta está en los demás chimpancés
del mismo grupo. El sistema en cuestión es la sociedad, en la que se
producen continuamente cambios que afectan al bienestar de cada uno
de sus miembros… Como un chimpancé aislado no puede sobrevivir, el
medio social en el que se desarrolla la vida de los chimpancés genera
presiones de selección que favorecen a los que mejor se desenvuelven
en él. Hay también un medio ambiente al que los chimpancés necesitan
adaptarse, pero ésa es una envoltura que está por fuera de la burbuja
social. En la existencia de los chimpancés sólo es posible enfrentarse a
los problemas que plantea la selva a través de su pertenencia a un grupo.
(Arsuaga, 2003, p.82).

Lo que hoy es cierto para los chimpancés también debió ser para nuestros
ancestros evolutivos cuando aún estaban sometidos completamente a las
implacables leyes de la naturaleza. En los Australopithecus el tamaño cerebral
era algo semejante al simiesco, pero ese órgano estaba sometido a las presiones
de selección que lo llevarían a un explosivo aumento de su tamaño. Andando el
tiempo, en el futuro

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aparecerían individuos que serían: 1) cada vez más inteligentes


técnicamente, con más maña para fabricar utensilios (que se harían
más perfectos y más útiles); 2) también con más talento para formar
mapas mentales de un territorio cada vez más amplio y más complejo
(porque a los recursos vegetales se añadirían ahora los recursos
animales en forma de carroña); y 3) con más capacidad de cooperar con
otros individuos del mismo grupo. Esto último les permitiría sobrevivir
en campo abierto, un medio decididamente hostil para un primate.
(Arsuaga, 2003, p.95).

El trabajo fue lo que le permitió al hombre trascender la dictadura de las leyes


de la biología y crear un nuevo tipo de leyes que gobiernan una nueva forma del
movimiento de la materia: la sociedad.

Al repercutir sobre el trabajo y el lenguaje el desarrollo del cerebro y de


los sentidos puestos a su servicio, la conciencia más y más esclarecida,
la capacidad de abstracción y de deducción, sirven de nuevos y nuevos
incentivos para que ambos sigan desarrollándose, en un proceso que no
termina, ni mucho menos, en el momento en que el hombre se separa
definitivamente del mono, sino que desde entonces difiere en cuanto al
grado y a la dirección según los diferentes pueblos y las diferentes
épocas, que a veces se interrumpe, incluso, con retrocesos locales y
temporales, pero que, visto en su conjunto, ha avanzado en formidables
proporciones; poderosamente impulsado, de una parte, y de otra
encauzado en una dirección más definida por obra de un elemento que
viene a sumarse a los anteriores, al aparecer el hombre ya acabado: la
sociedad. (Engels, 1961, p.146 [cursivas añadidas]).

Certeras palabras que se leen en Dialéctica de la naturaleza. El hombre ya no


pertenece exclusivamente a la naturaleza, ahora vive en la sociedad humana la
cual posee su historia y su ciencia, como también las tiene la naturaleza. La
religión y la moral son productos sociales, concepción contraria a la que
sostienen algunos evolucionistas que consideran esos dos aspectos de origen
biológico, evolutivo.

Posición que defienden ante el temor que les inspira el hecho que el público
asocie la evolución con el ateísmo y la no-religiosidad y que por lo tanto resulte
perjudicando a la biología evolutiva, impidiéndose su consolidación o acogida.
Falso temor tras el cual se esconden concesiones gratuitas al idealismo; la
ciencia no puede supeditar su avance y validación a que el público lego acepte o
no sus resultados, ese no es su problema. Lo que se esconde aquí es la
inconsecuencia para aceptar que la religión, como el arte y la ciencia, tiene un
origen social y no biológico.

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Universo, ¿por diseño o por evolución?

La religión, como la moral, debió surgir en etapas evolutivas tempranas del


Homo sapiens, lo cual exigiría la presencia de alguna forma incipiente de
organización social y del lenguaje articulado. La religión sería la primera
respuesta a la que recurrió el ser humano al entrar en contacto con un mundo
lleno de enigmas y ante los cuales no podía encontrar respuestas racionales. Así
también la moral es un producto de la sociedad: “Las ideas de bien y de mal han
cambiado tanto de pueblo a pueblo, de siglo a siglo, que no pocas veces hasta se
contradicen abiertamente”, y allí mismo agregó: “[…] los hombres, sea
consciente o inconscientemente, derivan sus ideas morales, en última instancia,
de las condiciones prácticas en que se basa su situación de clase: de las
relaciones económicas en que producen y cambian lo producido” (Engels, 1948,
pp.115-116).

La ciencia ha demostrado palmariamente que la tesis del diseño inteligente no


es científica sino que resulta ser filosofía idealista barata al servicio de intereses
religiosos y políticos. La gran cantidad de especies vivas y extintas no fueron
creadas tal cual, no son el producto de un acto sobrenatural de creación sino el
resultado de un proceso material de evolución constante a partir de formas más
elementales. Tampoco el hombre es el producto de una creación especial, sino
otro resultado de la lotería evolutiva. La teoría de la evolución desmiente las
pretensiones creacionistas del diseño inteligente, pues ella no sólo desterró de
manera definitiva el elemento sobrenatural sino que vino a sustituir dicho
elemento por la noción de un proceso natural capaz de explicar racionalmente
la estructura y función del universo de la vida. En el debate de la ciencia con la
religión, advierte Lenin, quien milite del lado del conocimiento científico “debe
ser un materialista moderno, un partidario consciente del materialismo
representado por Marx, es decir, debe ser un materialista dialéctico” (Lenin,
1974)17.

Algunos evolucionistas rechazan la existencia de dioses, la vida después de la


muerte, la presencia de almas y otros espíritus incorpóreos, lo sobrenatural, en
fin, conceptos básicos de las creencias religiosas, pero terminan por sostener
que no hay incompatibilidad entre religión y evolución: su materialismo es
vergonzante; la sabia recomendación leninista permite además entender que la

17 Según el dirigente bolchevique: “La religión enseña resignación y paciencia en la vida terrenal a quienes
trabajan y pasan necesidades toda la vida consolándoles con la esperanza de recibir la recompensa en el cielo.
Y a quienes viven del trabajo ajeno, les enseña caridad en la vida terrenal, ofreciéndoles una absolución muy
barata de su existencia de explotadores y vendiéndoles a precios módicos pasajes al bienestar celestial”. La
enajenación ideológica que producen las ideas religiosas lleva a que 'los esclavos del capital' ahoguen 'su
figura humana' y terminen hundiendo 'sus reivindicaciones de una vida digna del hombre' con la esperanza de
encontrar una vida mejor en un inexistente 'más allá'. El ateísmo del materialismo dialéctico considera que un
camino hacia la reivindicación de la dignidad humana está en lograr la mayor comprensión de la naturaleza, a
través del conocimiento científico.

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lucha del materialismo contra las ideas religiosas no se puede quedar en la


“prédica ideológica abstracta”, olvidando que “la opresión religiosa sobre el
género humano no es más que producto y reflejo de la opresión económica en el
seno de la sociedad. No hay libros ni prédicas capaces de ilustrar al proletariado
si no le ilustra su propia lucha contra las tenebrosas fuerzas del capitalismo”. La
filosofía, la ciencia, deben ser armas que contribuyan a romper esa opresión
económica y las injusticias que de ella se derivan: ya no se trata solamente de
interpretar el mundo; la tarea ahora es transformarlo. Así como en su momento la
burguesía enterró al régimen feudal cuando las contradicciones entre éste y los
burgueses en ascenso se hicieron irreconciliables, en las condiciones históricas
actuales la transformación del mundo es una tarea que le corresponde llevar
adelante al proletariado, la clase social llamada a reemplazar a la decadente
burguesía: “Del mismo modo que la filosofía encuentra en el proletariado su
arma material, así también el proletariado encuentra en la filosofía su arma
espiritual”, señaló con claridad Carlos Marx.

Referencias

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