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Palabras que se

lleva el viento y
otras cosas
Escrito por mi 48 cumpleaños

A mis amigos, como de costumbre.

Juan Carlos Rois


08/03/2009
I
PALABRAS QUE SE LLEVA EL
VIENTO

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Introducción:

Desde hace ya tiempo abandoné la metafísica y ciertas preguntas


que solo regresan cuando se trata de rellenar páginas en un
nuevo cumpleaños.

La metafísica es un engaño, una pregunta inadecuada sobre una


preocupación insensata o irrelevante.

Y de eso va este intento de novela. De mostrar lugares comunes,


trampas, caminos de ida y vuelta, vericuetos, mentiras
disfrazadas de razón, habladurías y supersticiones.

Pero por desgracia el mundo nuestro vive en las alturas


abstractas de una cosa que llamamos ideas, que son pura
verborrea, pero que gobierna nuestras cabezas y las tiraniza en
supersticiones. Y, lo que es peor, que ellas, por su cuenta, o
escindidas de nuestras necesidades personales o comunes, se
vuelven tiranas y gobiernan también el mundo, los pueblos, las
relaciones sociales, y un largo etcétera, en beneficio de unos
cuantos intereses que, a su vez, lo son solo de unos cuantos
individuos.

Una característica principal de nuestro mundo es que está


transido por la maldad, por la dominación y por otra serie de
principios negativos que, además, actúan como objetivos, como
fines, como leyes “naturales”, como prácticas consolidadas (y
podríamos decir que convertidas en tecnologías sofisticadas
gracias a un proceso de evolución cultural que las ha
desarrollado hasta convertirlas en algo cualitativo de nuestra
“esencia humana”), desde las que nos relacionamos de manera
principal con el resto del planeta y de esa, perdónese la idea,

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gaia terra que tal vez somos el conjunto de lo vivo. No quiero
desconocer que existe el anverso: el amor, la ternura, la
cooperación, la creatividad y otra serie de lindas palabras que,
en algunas ocasiones, son algo más y ejemplifican algo mejor de
lo que podemos llegar a ser. Pero nuestro mundo tiene el fuste
torcido y este fuste torcido es su propia ánima, lo que nos hace
estar en cierto modo condenados a repetir o empeorar tantas de
las maldades que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra
propia evolución.

Asombrosamente, los hombres y mujeres de nuestro mundo,


cada vez más perfectamente, vivimos desalojados de nosotros
mismos. En las puras ideas, en la pura abstracción. Tantas y
tantas veces, y en contra de nuestro propio bienestar, vivimos
fugados de nuestra materialidad, de nuestro cuerpo, y habitados
por una cárcel inmoral y, lo que es peor, poco contrastada, de
ideas, prejuicios y principios que dicta no sabemos bien qué
maldito órgano colectivo y que nos desaloja de nosotros
mismos, del tiempo vivido como instante, como plenitud y
felicidad, y, en suma, de la tensión de seres efímeros pero
llamados al asombro que, creo yo, es nuestra mejor virtud.

De modo que estamos condenados. Condenados a vivir en la


apariencia. Condenados a crear mundos que son meros
espejismos de nuestra razón (una razón que crea monstruos
como plasmó un gran y clarividente pintor) o de la razón de
otros que acaba haciéndose pasar por la nuestra.

Condenados a vivir un mundo que, en realidad, es una mala idea


de alguien a la que bien vale la pena negarle nuestra adhesión.

La tecnología ha venido a darnos alas a esta fatua omnipotencia


constitutiva y nos desliga más de la vida, pero a la vez que lo
hace, produce otros efectos secundarios en términos de
agotamiento de nuestro mundo y de resistencia de nuestro
planeta.

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Condenados, por último a no conformarnos con nada de esto.
Hoy estamos a punto, dicen los que saben, del colapso de
nuestra civilización y de la destrucción casi irreversible del
mundo natural tal como lo conocemos.

Tal vez sería justo que el dicho mundo nos desalojara. O al


menos, piensa uno intentando justificarse, que desaloje a unos
cuantos (yo podría dar una lista personal bastante completa y
acertada de candidatos de primer orden y no creo que fallara
mucho al menos en los principales).

Y así las cosas, con estos mimbres de pensamientos, es que en


unos días y para este cumpleaños he ideado algo que no sabré
muy bien cómo catalogar, que es un relato simplón en el que me
supongo un escenario donde no hay cosas, materia, movimiento,
ambiente, acción. Donde no sucede nada. Nada sino el continuo
ir i venir de ideas y preguntas que se hacen ingenuamente, como
si las ideas, escindidas del mundo, permaneciesen e intentasen
crear un mundo nuevo una vez destruido este.

Y este relato, para su mejor sazón, habría que leerlo con una
música de fondo que lo ambiente y encierre en el sonido preciso.
Yo propongo nada menos que el réquiem para soprano,
mezzosoprano, dos coros mixtos y orquesta de György Ligeti.
No preguntéis por qué, ya lo intuiréis cuando lo hagáis sonar.
Por si acaso mando un archivo también con la música, aunque se
me ocurre que también podría valer (pero menos) la Noche
transfigurada, opus 4 de Amoldm Schönberg, que no pongo en
archivo alguno.

Supongamos que el mundo, ya sea por cansancio de nosotros o


por otra causa, se acaba liberado de nuestra pesada carga y
desaparece. Y supongamos que en el ansia de seguir siendo,
nosotros, evanescidos o evaporados o convertidos en mera
sombra de lo que fuimos, reaparecemos como palabra y nada

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más que palabra. Palabra que, por ser nuestra, se vuelve luego
idea y quiere construir un mundo.

Y resulta que es imposible porque ese mundo ideal, amén de


volverse tan fatal como el que ya hemos creado a golpe de más
de lo mismo, sería un mundo insustancial.

Pero supongamos que ese mundo es pensado por otro, que a su


vez es pensado por otro y así sucesivamente. Y que unos y otros,
a base de pensar y darle al caletre, crean mundos, y dado que son
mundos a nuestra medida, porque surgen de nuestro
pensamiento, se acaban creyendo dioses y así sucesivamente.

Al final de lo cual se anuncia que este mundo nuestro ya muestra


su fracaso pasado, presente y futuro y que, aún cuando en el
mundo de la física uno no sepa si puede o no transitarse el
tiempo hacia atrás y hacia adelante, en el mundo de las ideas,
dada su especialidad, resulta que perfectamente podemos ser el
producto del pensamiento de un cabrón cualquiera que nos juega
una mala pasada en el siglo tres antes de cristo, o en el
veinticinco después de nuestra era.

Total, que tras esta pesadilla, que insisto escribo de forma


ingenua y simplona, uno acaba animado a no pensar demasiado
o demasiadas tontadas y, sobre todo, a no pensar las que parecen
producir más consenso, que esas, en general, no son sino ideas
importadas que alguien se está preocupando en hacernos creer
nuestras.

Y con eso acabo. Acabo este chisme de cumpleaños, que me


costó doce días, una vez que entendí, como siempre, que el toro
me pillaba de nuevo y me era imposible culminar y presentar
una novela de verdad, con su trama, sus escenarios, sus
personajes completos, sus complejidades y trampas literarias y
toda esa serie de requerimientos que, prometo, pondré negro

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sobre blanco (y no a viceversa) en la próxima entrega o en otra
posterior.

Posterior que no se sabe si, con la edad que ya va acumulándose,


no será también artrítica.

Felicidades gente.

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I
AL FINAL DE LOS TIEMPOS

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0.- Inventarium finis

Todo acabó.

Acabó al menos en tres momentos sucesivos.

Primero, lentamente, fue acabando; agotándose. Estaba anun-


ciado. Perfectamente calculado. Incluso los levantamientos y las
sublevaciones. Era irreversible. Duró más de la cuenta y agotó
tantos esfuerzos y dolores para nada.

Luego vino el colapso. Un colapso completo. De todo. El


gran fracaso. Sencillamente, un buen día, o en muy pocos, el
mundo entero se paralizó. Por aquel entonces enjambres de
gente iban de uno a otro lado deambulando desconcertados.
Huían sin saberse de qué. Nueva peregrinación. Nueva hégira.
Y el mundo se petrificó, sencillamente, por deserción
generalizada y por agotamiento. Nada funcionaba y nadie
podía hacer ya funcionar nada.

Luego el otro final, el inesperado. En un momento


determinado se suspendió el tiempo y todo desapareció. El Sol,
no sabemos por qué, cambió su caprichosa emanación y lanzó su
gas mortífero, su bocanada de temperatura, poniendo la tierra a
más de quinientos grados. Una fritura oportuna. Unos segundos
y, ahí sí, todo acabó.

Ese es mi recuerdo. Mi recuerdo final. ¿Qué hago, entonces,


aquí, no se dónde, sin cuerpo y sin mundo, revoloteando en
medio del caos, en mitad de la nada?

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1.- Dulce bellum inexpertis
Mi nombre es Edemérito Pisán. Nombre, dicho sea, que me
pusieron en mi propia vida de vivo, cuando nací. No sé por qué
el supuesto nombre o de donde lo sacaría mi familia. No lo he
encontrado en personas de mi vida de vivo ni ahora que estoy a
la otra orilla y tengo todo el tiempo para escuchar los susurros
de la nada.

Yo, ya de difunto, he visto el fin del mundo. Luego de ello he


intentado manifestarme por si hay alguien ahí fuera, pero no he
tenido suerte. Soy tal vez el último soplo humano que queda,
qué ironía, revoloteando las aguas revueltas de este mundo que
parece extinto.

Cuando morí era aún pequeño; muy niño para darme cuenta
de la verdadera muerte mía. De modo que seguí como si nada,
siendo uno más. Hasta llegó el momento en que me olvidé, la
costumbre, de la propia muerte mía.

Mucho más tarde vino lo del fin del mundo. Sin darme
cuenta del tremendo lío que se nos venia encima, el mundo se
fue deslizando, sumidero abajo, por su desagüe definitivo hasta
que se derritió. Pero esto pasó muchos años después de mi vida
de vivo, ya digo, y todo fue tan rápido como la propia agonía de
los moribundos. Visto y no visto. Algo inesperado.

Entonces, ya lo dije antes, vino la terrible zozobra, el


naufragio colectivo, el paren esto que me bajo, las huidas en
masa, los suicidios de los esperanzados y así hasta el más allá.
Todo fue miedo y el miedo fue todo. Luego el silencio, la
desaparición y el fin ultimísimo del mundo, del que yo quedé
pendiendo de ningún lugar, aburrido de tanta soledad. Flotando
en el éter.

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Los otros, al parecer, ya no están ni siquiera
desmaterializados como yo.

Se han ido sin dejar rastro. Ni siquiera el olor a chamusquina.

A dije antes que soy un muerto que vivió de fantasma en el


mundo de los mismos. Por eso la muerte para mí no es una
novedad. Soy un muerto de solera. Pero esto es otra cosa. No
hay muerte porque tampoco hay vida, todo finó en el día D. Y
sin embargo, en mitad de la nada estoy de alguna manera
suspendido como una pura energía con recuerdos y voz. No soy
un muerto, no soy un vivo, y creo que estoy sólo colgado de no
se sabe qué estado físico.

Si ahora hablo por este micrófono es porque me queda la


ilusión de que no sea el único espectro habitante de la nada y en
algún otro lado haya alguien, aunque sea un espíritu autista, que
pueda recibir mi SOS de ayuda.

Escuchantes de las ondas, vivos o muertos, oíd el atrueno de


mi presencia. Llamad al control para contar vuestras penas.

Antes de que se haga más de noche...

Porque estoy solo y temo que suene la sirena.

Habla con desesperación Edemérito Pisán, uno que vivió en


el planeta tierra y que murió y siguió por allí enredando, ya
como fantasma, hasta los últimos días, cuando el fin del mundo.

Si alguien oye mi voz, póngase al habla por este cacharro.


Salvemos el mundo. Hagamos una sinfonía de ruidos y rumores,
nuestro único estado físico, para llenar el vacío con palabras.

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2.- Ut solis radium
Escuchad, ecos de la noche, mi desesperada llamada de
auxilio.

Tantos días sin fin, emitiendo por este canal que ni siquiera
sé si funciona.

Desde algún confín de este informe mundo, emitiendo el


atrueno de mi presencia, porque no sé si soy la única voz que
queda en pié, después de la catástrofe y estoy solo y condenado
a vivir de por vida.

Yo también debí acabarme en aquellos tiempos, pero no sé


por qué sigo aquí, plantado como un pasmarote, condenado y sin
descanso.

Ni en mi vida de muerto sentí tanto abandono y tanto


desespero. Entonces, aún muerto como estaba, no se notaba
tanto. La muerte era sólo una ausencia y una expulsión de la
vida. Pero ahora... ahora no hay nadie en esta especie de
ausencia monumental que me amenaza. No tengo nada que
hacer, nadie a quien dirigirme. Sólo dirigirme a un incierto e
imposible alguien que parece que no existe.

Condenado y olvidado en mitad de la nada desierta y


cenicienta.

Soy un desespero sin sentido y me aburro eternamente.

Ahora sólo estoy yo. Solo, solo, como un rayo de sol


despistado que no tiene donde lucir, porque no hay nadie.

Como un rayo de sol quebrado, abortado en su terrible hastío.

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De nada me vale imaginarme otros mundos, porque son
mundos vacíos. No me puedo engañar.

Ya no hay mundo. No lo había ya cuando aún existía pero se


veía venir su fracaso, cuando tenía anunciada su muerte en la
cara.

El recuerdo del pasado es como un aguijón que me escuece


horriblemente.

Estoy solo en el mundo. Clamo por no estar solo.


Escúchame, quienquiera que seas, y manifiéstate, escuchante de
la noche.

Antes que se apague la luz del sol.

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3.- Beatus ille qui procul negotiis
Edemérito, Edemérito, estoy escuchando tu pograma desde
hace unos días y me he decidío a conexionar.

Escucha mi triste historia.

Yo no soy propiamente dicha una espectra como tú. Soy una


ánima de las que quedaron sin rumbo cuando acabó el fin del
mundo y se hizo la calma. Y otras tantas andan por ahí como
oveja sin pastor, a torrevuelo.

De viva era yo mujer bien espabilá y mu correcta y


despuesta, que pa mujer una serviora, pero morí de un patatús y
no supe, como alma de cántaro que era, encontrar el camino
recto que llevaba a la senda del celeste júbilo, o sea, al cielo de
mis ansiedades, y por eso me he quedao colgada aquí, como tú,
sin salida ni comprensión.

La cosa es que un buen día, por decir algo, porque de bueno


tuvo pa mi bien poco, salí a muy temprana hora para poner unas
velas a la santa. Yo era mu creyente, y lo soy aún si es que estoy
en el tiempo y no suspendida en el mismísimo limbo de los
inocentes, y tenía unos afanes que no me se cumplían y que
necesitaban de la rogatoria y de la intercesión divina.

Salí, como digo, de mi casa, que hacía un frío que pa qué, y


ná, que allí que se estaban besando dos tíos guarros que daban
un escándalo monumental. Menos mal que no pasaba nadie pa
verlo. Por la hora, sabes, que, si no, había sido to aquello
Somalia y Gomorra.

Y ná, que los tíos no se daban por eludíos, y yo toa acalorá y


confundía que me fui pa la virgen sin perder tiempo en salvas.

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Y que me voy pal atobús, que ya lo voy perdiendo, y que me
echo a correr con toa mi encarnadura y que zas, que me caigo
rodando calle abajo, como una arbóndiga, que me partí un
tobillo del testerestazo, y, qué disgusto mas horrendo, que el
atobús tié un cartel la mar de provocativo que dice que si dios no
existe. Dios mío, que me dolía ya el alma mucho mas que la pata
quebrantá, y que, así por las buenas, que no era ilusión ni ná, que
el otobús sigue con su cartel del insulto y yo que me da un
soponcio de muerte y me queo tirá en mitá la calle hasta que
vino lambulancia porque una moza que pasaba pal trabajo me
vio tan desarreglá y quejicosa y la llamó pa que me auxiliase.

Y yo con la pata rota y con el alma por los pieses, metía en


lambulancia calle arriba y calle abajo, pita que te pita, que
asustaron hasta a los tios guarros, que me alegro por ello, que
me dio un vaído y ya no me acuerdo de ná hasta que esperté en
una cama rodeá de médicos y señores de bata tos quejicosos
conmigo.

Y to toa indigná por la ofensa del agravio, porque mira que


atreverse el tal a decir que dios no existe, que no puede ser
verdad, vigencita mía, porque verlo no lo he visto en mi vida,
pero que dios existe, que eso se siente en el corazón, que tié que
existir y yo aspiro a verlo cara a cara en la desconsolación.

Y dende allí en adelante con una despersión de esas, que me


desprimí y me desprimí hasta quedarme como una sílfide, medio
vegetaliana, hasta que me consumí del to y la palmé con mi
resignación en olor de santidá, confesa y pulcra como una
mácula.

Y que en vez de irme al cielo, como era cabal, que me quedo


colgada entre pinto y Valdemoro.

Ya de muerta medré por el otobús dando sustos y espantos a


los viajantes pa que creyeran a pulso de apariciones del otro

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mundo. Hasta que vinieron esos cabrones de los
paradeanormales con sus cachivaches y zas y zas, me adiñaron
tres corrientazas con esa máquina que llevaban y me cegaron del
tó, dejándome aquí en tierra sin encontrar ya el camino hacia lo
alto.

Y yo que pensaba que vería cara a cara a Dios y que nada,


que ni morí del tó.

De modo y manera Edemérito locutor, que aquí me quedé,


compuesta y sin novio, dando tumbos por el mundo y viendo
como se agotaba el tiempo, que ya no tenía salvación ni ná la
raza humana, y ni el santo padre pudo parar ya eso y se desertó y
to el tío dejando a los fieles en mayor desconsuleo, y las
desbandadas, y luego lo del agua que no había, y lo de los
alimentos que no había, y lo de to aquello del fin del dinero, que
eso sí que me pareció a mí un signo divino de los gordos, y lo
del desconsuelo y el abandono de las ciudades y de to su boato,
y la pillería y la dispersión y el fin del mundo que fue ya lo
último, cuando to se fue al carajo, alhaja, que quedó to dañao y
desbarajustao. Que parecía que se iba a arreglar to cuando se
escarallaron los bancos y las industrias y to eso, cuando expoltó
el sol o qué se yo con aquello de la actividad sistémica o como
coño se llame eso, que es cuando to acabó en un pis plas y ya no
se volvió a ver bicho viviente, menos esas ratas y cucarachas
que seguro que se salvaron porque ya leí yo que se salvarían del
fin del mundo por lo duras y asqueross que son, y toa la corte de
espectros que somos la última manifestación de la vida misma
que queda.

No te pases, Ana Rosa, que te conocí en vida y eras una beata


del carajo y una hipócrita. Que no moriste de soponcio místico,
como nos quieres hacer creer, sino de un desangrao porque te
habías quedao encintá y que era eso de lo que ibas acelerá a la
iglesia a pedir un milagro que disimulara la barriga que te había
hecho un catequista de esos. Beaturrona, maldita bruja, que nos

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estabas atormentando a todos los vecinos con tus rezos y
composturas y esas puñeteras procesiones con las otras locas, y
que del hospital volviste oronda y como si nada, con tu pata
escayolá, y bien que te chuleabas, y luego te fue delatando la
preñez y quisiste desprenderte de la bola extra haciéndote una
perrería con el curandero ese de las barbas y te fuiste por abajo
como una cascada y ahí que la palmaste, no deprimía, sino
exprimía y hueca por so burra.

Quién te dio vela en este entierro, pelandrusca, que vienes a


meter tus narices onde no debes, y a interrumpir el lamento de
una santa, que es lo que soy yo, aunque perdía en mitá de la
nada, que ya me gustaría a mí haber ío por lo menos al infierno a
cantarle las cuarenta a Satanás.

Espectros de la noche, no estoy solo en la nada. Habláis con


Edemérito Pisán. ¿Dónde estáis que os recibo en las ondas? No
os calléis amigas. No me dejéis sólo.

No estás solo, más quisieras tú, que seguro que somos


multitud los colgaos en este infierno de espectros y sombras. ¿O
es que has visto tú alguna vez algo realmente único y no meras
copias y más copias?

No seas tan entrometía, vecina, que parece que has comío ajo
picao.

No, no discutáis ahora. Sigamos al habla. Sigamos en paz.

Si, Edemérito, en paz que andemos pero que la beata no nos


fastidie con sus santurronerías ni finja penares que no penó. Que
tié gracia que hemos encontrao la manera de relacionarnos,
aunque sea como este chorro de voz que sale de tu radio, y que
la santina vaya a jorobarnos con sus rezos en esta ocasión única.

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Ya estás de nuevo tú ahí, la Paca, la señorita; ahí, como
cuando vivías y coleabas, entremetiéndote onde no te llaman,
faltona, abusada. Como que quedarte en sinsustancia no te ha
abajao el orgullo, que no eres más que una puñetera sombra,
como toas nosotras, condaná a la mendicidad y a la vida eterna
en este pulgtrorio de asco. Que te crees tu en tu altivez que
atormentarnos a las otras desgraciás que estemos aquí, alhajita,
te va a rentar: Que esa es tu condena, fastidiarte que solo puedes
cacarear como la gallina y sabes que mañana será más de lo
mismo. Y asín para siempre, que quiere decir que no hay
descanso ni fin, porque estás atrapada como todas nosotras.

Con que condená a atormentarte, maldita puñetera, sin


principio ni fin. Pues ahí tiés tu castigo que si no es divino es
como si el propio dios vengador te diera los tormentos. Por mi
mano de Santa los tienes. Maldita bruja, que en vida eras el
escándalo y el rencor y ahora, muertecita y to, no se te pasó el
mal humor y la mala fe. Que aún muerta eres como de viva, pura
pus del corazón

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4.- Pecunia non olet.
Espectros de la noche, vivos o muertos, mi nombre es
Edemérito Pisán, la voz de la ausencia, y emito desde las ondas
de una radio abandonada. Llamad a las ondas, salid en antena,
contad vuestras pláticas para que sea nuestra constante voz, lo
único que nos queda, el hilo que nos une al mundo que se fue.
Porque ahora la vida es solo esto, una voz que fluctúa sin parar
desde que descubrimos el modo de hablarnos por medio de este
desvencijado aparato de radio.

Ecos de la noche, seres sin forma, libres del cuerpo


propiamente dicho, mera ausencia fantasmagórica, somos la
única forma de ser. El eco sonoro, tal vez el último vestigio, de
un mundo que hubo en un lugar llamado tierra y que ahora
solamente es recuerdo de un caos y de nuestra desolación.

Solo seguimos nosotros, los ecos de la ultratumba, que nos


quedamos colgados en tierra de nadie, donde nadie nos espera ni
nos busca ni nos puede buscar, merodeándonos como antaño se
olían el culo los perros, en busca de señales positivas.

Guardáis silencio hoy, espectros de la noche y llevo horas


llamando y llamando.

Guardáis silencio. ¿No comprendéis que si nos acabamos se


acabará todo, que tenemos que seguir rumiando nuestro relato,
como si fuera una oración eterna, como la monodia de los
monjes, para que no desaparezca todo y del todo? ¿No
comprendéis que únicamente somos una voz que vive en
ninguna parte?

Habladme, habladnos, habladle al mundo, que sepan que


seguimos fulgiendo. Espectros. Que si fuera no hay nadie,
nuestra voz pueble el universo vacío.

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Que el día en que ya nada se oiga de nosotros, habremos
desaparecido del todo.

Que al menos estamos vivos de este modo. Que es esta


nuestra suerte. Que tenemos suerte, porque somos ecos aún
vibrando. Que los que ya no están aunque sea así, perdieron toda
su suerte y su esperanza y ya son nada.

Ana Rosa, Maria Eugenia, Paca. Ya os habéis manifestado


antes. Ya estáis delatadas. Volved a la antena. Tal vez seamos
los últimos supervivientes de un mundo que se acabó.

Oigo en antena murmullos lejanos. ¿Quién eres, amigo,


amiga?

No tengo nombre, Edemérito o al menos no un nombre


personal como el tuyo y tampoco interesa. Por decirlo así, soy
un mero reflejo, una fuerza mental, una ideación sin más, nada
de nada. Pero una nada densa, con más realidad que vosotros
mismos, es un decir, mientras exististeis, qué se yo. Soy más
viejo que tú y estoy más acostumbrado que tú a este estado
vaporoso y sin forma.

Te estoy escuchando desde hace dos días. Me divierte oír el


grito de tu fragilidad. Me asombra que a esta orilla vengas
cargado con todas vuestras filosofías y afanes ¿Cómo se te
ocurrió hablar por ese tubo?. Ahora eres tú quien guarda
silencio. ¿Qué esperas oír con tan lastimero reclamo?.

No espero nada. ¿Qué crees que podemos esperar después de


lo visto?. Sólo hablé porque sentía necesidad. Porque se me
hacía insoportable la sospecha de estar sólo en ninguna parte.
Porque creí mi deber dar fe de que no todo estaba perdido.

¿Estar solo?, ¿Perdido? ¿Qué es lo que se ha perdido,


Edemérito? Tal vez salimos ganando. Mira, te voy a dar una

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sorpresa. Yo no soy como tú una sombra, un espectro, una voz
colgada que ha perdido su cuerpo y su figura tras esa catástrofe
que te da tanto miedo. Yo soy anterior a todo eso, y aún no he
nacido. Ya existía antes y nunca he sido de verdad. Tal vez me
fabricó la mente vuestra o yo la fabriqué a ella. Este estadio en
que te encuentras no es un drama y siempre estuvo aquí, al otro
lado de tu orilla. Este mundo es otro mundo, porque tu mundo
de antes, el mundo poblado de vuestros ruidos, solo era uno más
entre muchos posibles. Tu mundo tal vez siga vivo y sólo ocurra
que tú ya no estás en él. O tal vez tal vez era solo una partícula
dentro de un mundo más grande que la abarcaba. Tal vez un
mundo entre otros tantos, no quiero ahora hablar de esto, todo
llegará a su momento.

Yo goberné tu mundo, digámoslo así, como tantas otras cosas


que éramos y no éramos. Luego renací aquí, como una mera
semilla y como un nonato que espera de ti el nacimiento. Tal vez
te parezca misterioso esto que te digo. Poco a poco. Pero yo no
soy, por así decirlo, un ser humano como tu y como esas
cotorras que vocinglaban tanto ayer.

No lo dirás por nosotras. Merecemos un respeto y una


resputación que somos señoras con todas las palabras.

Me divierte vuestro miedo. El miedo que os hizo. La palanca


que movía todo, que construyó imperios y que hizo crecer tantas
cosas bellas. Que impulsó negocios y lucros y evitó la mesura y
el cuidado de la tierra. Lo mejor y lo peor. Por vuestro miedo
fabricasteis un mundo a vuestra medida, un mundo inhabitable,
plagado de ruidos y que se os reveló. Un mundo que murió de
miedo, que colapsó por el miedo, que fracasó por vuestro miedo,
que se hizo inhóspito de miedo. Que fundó por miedo la guerra y
la hizo patrón de los afanes humanos. Un miedo que ahora os
tiene aquí, dispuestos a crear otro mundo más, un holograma de
temores sobre el que vuestros fantasmas construirán nuevas

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realidades, nuevas materias, nuevas falsedades con tanta realidad
o más que vosotros mismos, nuevas apariencias.

Pero ¿qué dice este?. No entiendo ni jota. Debe tratarse de un


loco, Edemèrito, córtale el grifo del chisme ese que es puro
escándalo y abrasión.

Escándalo el tuyo, Ana Rosa, que eres puro ruido.

Oye tu, espabilao, no te metas con mi vecina.

No pierdo el tiempo con vosotras dos. Me divierte. Seguiré el


relato por si puedo guiaros a este nuevo mundo dónde habéis
venido a parar y en el que tendréis que usarme como vuestro
lazarillo. Tranquilas, no es el infierno. Ni el cielo. Ni ninguna
otra idea de esas que pueblan vuestras cabezas. Nada de eso
existe. O mejor, sí existen, pero no son como los creéis. Mundos
en ninguna parte, mundos falsos, pero mundos que os
condicionan y ordenan vuestra vida.

Vuestro mundo ha desaparecido ya varias veces. Es algo


poco menos que corriente. De buenas a primera, colapsa. Ploft.
En parte por vuestro febril empeño de hacerlo colapsar, que es
algo que ayuda mucho. Otra gran parte, porque es el modo que
tiene el universo de librarse de su enloquecimiento. En parte por
caprichos de la naturaleza, a la que vuestra cultura nada puede
oponer, que de vez en cuando se sacude la pesada vuestra y os
manda a la extinción y vuelta a empezar.

Pero ¿de qué habla este tipo? Este tío es un ateo de esos. A
ver si vas a ser uno de esos chalaos de los autobuses.

Sí, Ana rosa, yo soy una cosa, por decirlo fácil, similar a los
dioses en los que crees, más grande que todos ellos, el último y
principal de los dioses, algo que es y no es. ¿cómo voy a negar
que dios existe? Existe más que si existiese. Incluso aquí que no

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puede asegurar salvación alguna, incluso aquí existe para
vosotros, ya lo veréis, como promesa, como futuro, otra realidad
virtual, y os prescribirá la nueva vida y una ética que poco a
poco irá convirtiendo en un nuevo peligro. Y ese dios ausente,
desde su nada silenciosa pero eficaz como un cuchillo, mandará
en vosotros y será dador de vida para vosotros. Hasta hacerla
insoportable.

Algo que nació en vuestras cabezas, una vez el cerebro que


las habitaba se independizó del cuerpo, y que ahora las manda y
las ordena. Algo que existía antes y esperaba un pensamiento
que le diera existencia. El gran terror de la discordia que os
degenera y convierte en peligrosos seres de la muerte. Porque la
muerte es el atributo final de los dioses y el destino final de la
vida.

Yo soy, como dios, lo propiamente existente. Y aquí, en mi


propio campo, juego con ventaja sobre vosotros, os puedo
manejar a mi gusto y me puedo desvelar tal cual sin espantaros.
Estoy en todo, en todas partes, soy eterno, infinito, sin fin,
completo, perfecto. Único. Me puedo multiplicar sin perder mi
esencia. Puedo regir las vidas, darlas sentido, valor,
insignificancia. O aniquilarlas. Puedo ser persona y en mi se
deposita la fe. Soy la promesa, el futuro, el pasado. No se me
puede tener completamente. Soy absolutamente otro, distinto,
inabarcable. Soy material e inmaterial. Soy la realidad más real,
aún en este estado vahído...

No entiendo ni jota de estos sufismos.

Mirad, es sencillo, estáis ahora en mis dominios. Por poco


tiempo así, porque poblaréis este vacío de vuestros fantasmas y
lo llenaréis del mismo ruido que ya hacéis en un micrófono roto
y que no suena. Pero ahora aún esto no es nada. Estáis en
ninguna parte, no sois sino un suspiro y aquí yo nazco y vivo. Y
vosotros me inventaréis, me adoraréis y haréis otro mundo

23
donde me justificaréis y me haréis la realidad de realidades.
Como antes lo hicisteis, porque yo soy vuestra propia alma y
vosotros sois el miedo.

Vosotros tampoco existís. Es vuestra condena.

Sois puro fruto de una mala pasada. No sois nada, pero una
nada que piensa es un peligro. Un peligro y un espejismo.

Mira, sinnombre, no nos compliques la vida y dinos dónde


estamos y qué hacemos.

No estáis. Sois solo murmullo. Ruidos últimos que se han


quedado flotando en el éter una vez vuestro mundo desapareció,
y que por un capricho del azar ahora resuenan aparentando tener
algún sentido en el viejo y desvencijado transistor de lo que fue
una emisora de radio. Más aún, ni siquiera eso, sino la pura y
mera ausencia de lo que fue ese trasmisor. Y estáis concentrados
en menos de un milisegundo de tiempo. Por decirlo así, sois el
choque de fluctuaciones en un infinitamente pequeño momento
y en un infinito espacio, tendiendo al colapso y la desaparición.
Pero con comprensión de algún sentido.

Entonces el tiempo también se está acabando.

Si el tiempo llega a su fin, porque, como vosotros, no es


infinito ni tampoco eterno. Es un mero lapso que ahora se acaba
y se lleva consigo toda idea de sentido y toda la historia.

Pero eso no puede ser. Nosotros estamos entendiéndonos,


estamos dialogando, nos escuchamos. Es un mal sueño lo que
nos está pasando.

El mal sueño es el énfasis que ponéis en que esto que pasa


tiene algún sentido, lleva a algún lugar. Está colapsando,
lentamente, el universo que conocéis y también vosotros, los

24
humanos, diluyéndoos en vuestro último atributo, la palabra,
también pura vanidad.

25
5.- Rorate caeli et nubes pluant iustum
En el silencio de la noche, escuchad a Edemérito Pisán, una
sombra que se acuerda de su nombre, que se quedó congelado en
este no lugar cuando era aún joven, y que de muerto vivió un
tiempo entre los mismos, pero ahora, una vez la catástrofe
aniquiló todo lo demás, se encuentra desplazado a este limbo
inconcreto con otras sombras sin rumbo. Oíd el programa
radiado que nos comunica para que aún no nos acabemos de
morir.

Ayer habló un loco que nos dejó bien asombrados. Pero un


loco es un loco y sus afirmaciones pura locura que no hay que
atender. Amigos de la noche, dad señas, comuniquémonos para
ser, de algún modo, una comunidad, aunque sea de espectros
perdidos.

Yo sé que mientras mantengamos el empeño de permanecer,


siquiera sea con nuestros recuerdos de antaño, no
desapareceremos y no desaparecerá en la nada la materia.

Amigos de la noche, me llamo Jennifer. Necesito hablaros


porque estoy ciega y no sé en donde estamos. Tengo miedo.
Aquí no hay más que ruidos y ecos, pero nada tangible. No sé
orientarme. Paso miedo. Ya lo tenía antes en la otra orilla. Yo
morí porque me corté las venas. Me comí unas pastillas porque
la vida era puritita fatiga para mi y necesitaba descansar. Fue al
final de los tiempos, cuando todo se precipitó.

Pero no me maté por miedo de lo que pasaba, ni fui gaseada


por la ola de sed y de calor esa que exterminó tantos lugares,
sino por el desamor y por la ingratitud que aún tanto me pesan.
Mi niño murió de malformación, una desgracia sin remedio por
esa leche contaminada que nos vendieron a los pobres. Y cuando
mi dolor era tan grande, el perro de mi hombre estaba tirándose

26
a la vecina. Yo los pillé un día. Entonces me encontré sola,
totalmente sola. Ya no podía más.

Y me disparé en la cabeza con una pistola que él guardaba


por allí. Una pistola de gas. Una mierda. Me hice un tremendo
huevo en la cabeza. Pero una pistola de gas no mata. Sólo
ensordece. Me enloquecí. Salí con la pistola. Vi a la puta de la
vecina y la encañoné. La metí en mi casa. Yo estaba ya muy
bebida. La apunté y la dije que la iba a matar. Era lo suyo, me
había robao el amor en mitad de todo mi dolor por la muerte de
mi hijo. La metí el cañón en la boca. Ella temblaba de miedo y
se meó. La ordené que se tirara al suelo y me dio pena.
Temblaba ella y yo también. No sabía bien que hacer y con esa
puta pistola no podía matarla. La dije que se pusiera a hacer
flexiones. Era estúpido. No tenía salida. Entonces la dejé irse.
Estaba sola y angustiada. Sin respiro. Al otro lado vino la
policía. Daba golpes para que abriera. Entonces ya me había
comido no sé cuantas pastillas. Estaba muy mareá. Cogí un
cuchillo. Me lo clavé en el brazo y me arranqué las carnes.
Cuando ellos abrieron yo ya estaba muriéndome a grito pelao.
Fue una burrada, lo reconozco, y además puse perdida la
alfombra con tanto degüello. Esa sangre mía era como rocío del
cielo cuando se secó. Toda pisada y restregada por la casa. Un
desperdicio.

Ahora he despertao aquí y no sé ni donde estoy. Oigo esta


radio. ¿Una radio en el infierno?. ¿Es esto el infierno o qué?. La
radio era lo único que yo tenía cuando estaba viva. Allí oía las
penas de la gente en las noches, tal que ahora, y me consolaba
sintiéndome tan cerca de su dolor. Ruido, ruido. El ruido es
nuestra salvación. Impide que medremos y pensemos
barbaridades.

Tu historia es horrible, pero las hay peores.

27
Yo también morí por aquellas fechas. Lo hice en un
sufrimiento permanente. Sufrí toda la vida. Desde pequeño. Mis
hermanos se reían de mí. Yo era renco. De tanto escarnio me
volví zazo también. No tuve amigos. Todos se aprovecharon de
mí. No tuve amor. No tuve nada. Era el tonto del pueblo. Todos
se reían de mí. Risas, risas, susurros. Luego vinieron los palos,
el escarnio, los escupitajos. Y luego la pobreza. Y luego el frío y
el hambre. Y luego maté a un hombre. Sin quererlo. Y luego la
culpa y el miedo a la venganza. Y luego de la culpa me sentí
como un miserable desvalido. Y seguí a otros tantos y me metí
en aquella barcaza. Y me ahogue en el mar. Y aún conservo el
dolor en el pecho que ya no tengo, que comieron los peces
cuando morí y mis huesos se enterraron en el fondo del mar.

A mi me mataron con un palo. Me abrieron la cabeza. Me


rompieron en pedazos por dentro. Con un pico me hicieron
trozos. Lo hicieron unos locos por divertirse. Por ser negro. La
gente pasaba al lado pero nadie hizo nada. Morí mirándolos
pasar. Morí quemado en gasolina y atado a una rueda de camión.

Fui violada por mi tutor. Intenté huir. Me clavo un cuchillo


pero pude escapar. Fui al ascensor pero lo estaban arreglando.
Caí por el hueco del ascensor y allí acabó todo. Yo no merecía
aquello. Amaba la vida. Era joven. Tenía tantos proyectos.

A mí me dispararon en la guerra. Allí sentí el frío de la bala y


el calor de la muerte. Morí sin rechistar, sin saber por qué.
Acababa de llegar. Recién me habían reclutado y me metieron a
aquel avión. Sólo pude poner el pié en tierra y nos llevaron
detrás de una trinchera. Allí nos arengaron: Salid, soldados,
mostrad lo que valéis. Nos dieron droga. Salimos y no ví más
que la muerte. Me llegó en esa bala fría. Ni siquiera pude dar
dos pasos. Morimos todos sin remedio y mi familia siguió
esperando mi regreso porque nadie da cuenta de los inmigrantes
que se enganchan al ejército para saldar su hambre y ayudar a
sus familias.

28
Yo bebí un detergente. Era ácido y quemaba. Y sabía a
medicina. Morí entre retortijones. Morí creyendo que saciaba mi
sed. En un hotel donde trabajaba de sol a sol. Aún mi cuerpo
debe estar escondido en los bajos de aquel sitio, para evitar el
escándalo. A mi familia la dijeron que me vieron salir con un
tipo sospechoso. Que me debía haber ido para siempre. Les
dieron un puñado de billetes para callar sus bocas y todo acabó
sin más historia.

Yo morí sin más. No recuerdo el día ni la hora. Llevaba ya


años de sobra, sin sobresaltos. Sin ninguna ilusión... Entonces
me morí sin otro miramiento. Allí quedé, con mi perro aullando
durante diez o quince días hasta que abrieron la casa por el
hedor de todo aquello.

Yo tenía un hijo perdido. Un bala rasa. Tenía escrita en la


cara la desgracia. Desde que nació. Al poco de ello se quedó sin
padre, que nos abandonó. Yo era una estrella, o a punto, pero el
niño me ató. Nos dejó solos y tuve que renunciar a todo. Las
fotos, los escenarios, los viajes, los trajes caros. Todo echao a
perder. Ese tío era un cerdo. El niño nació con los pulmoncitos
flojos. Mucho sufrimiento. Todo el día en el hospital. Se comió
el ahorro. No sanaba. Me puse a trabajar de to. No quiero ni
pensarlo. Luego el niño curó, fue saliendo, sabe usté, y me lo
pude llevar a otra ciudad. Allí vivía mi madre. Me tendría
perdoná ya. Me reconcilié. Ella me ayudó mucho, pero mi niño
se torció. Hacia novillos. Iba con una panda mu mala. Me daba
disgustos... Un día lo llevó la policía y tuvimos que sacarlo. Yo
reventá de trabajar. Mi madre igual. El niño como un crápula.
Luego se metió en lo chats, a hablar por los chats. Y cometió un
estrépito. Unas menores. Droga.

To un sufrimiento. Estuvo preso y nosotras a visitarle.


Dando tumbos. EL salió, siguió con las drogas. Se fue poniendo
malito malito. Nos robó to. A mí me pegó muchas veces.

29
Siempre sufriendo y siempre tras del niño. Hasta que me cortó la
garganta. Desgraciao.

Yo fui ahorcado por sodomía. Antes me violaron mis viriles


verdugos, escandalizados por mi pecado y convencidos de
darme el merecido por algo que no supieron comprender. Yo
sñolo había escrito unos versos, luego me delataron, tenía toda la
vida por delante.

Yo, como tantos otros, caí en una huelga. Los policías


dispararon a quemarropa. Caímos muchos. Mi hijo, yo. Caímos
muchos. Luchábamos por lo mínimo: veinte años trabajando y
reventaos para acabar tirados como una colilla. Protestamos. Fue
cuando las protestas gordas. Ellos mandaban en todo. En la radio
y la tele, en el parlamento, en los bancos, en la policía. Los
mandaron disparar y dispararon.

Mi caso es pior. Salí de mi tierra a buscar la vida. En mi


pueblo nos marchamos muchos. Marchamos para mejorar. Yo
tenia ya mayores mis hijos. Mi niña de maestra. El mayor
trabajaba en una piscifactoría. El pequeño acababa de egresar en
sus estudios y se metió al ejército. Yo marché entonces. Era todo
un sufrimiento dejar a la familia y partir a otra tierra. Pero lo
hice ilusionada. A otros les había ido bien. Tenía una amiga en
la otra orilla y me acogió y me apoyó. Tuve que trabajar harto.
Duro trabajo. Y la nostalgia de mis niños y de mi tierra. Mira
que trabajé duro. Al principio bien difícil. Luego mejoré y ya
hacía algo de ahorro. Mi jefe trajo a mi niña para acá. Luego que
quiso traer al pequeño, porque yo no quería que siguiera por esas
selvas tan peligrosas. Pero él tenía vocación. Mira que te vengas,
que aquí hay seguridad. Deja ese empleo tan tenaz. Y un día me
llaman desde allá y me dicen que pisó una mina. Que perdió una
pierna. Que está grave. Mi jefe me pagó el regreso para cuidar a
mi hijo. Pasó por los pelos. Yo regresé de nuevo. Bien de dolor
y de angustia. El escribía que iba mejorando. Le trajeron una
prótesis, pero la rechazó. Se gangrenó de peste. Tuvieron que

30
cortar más. Yo lloraba y lloraba, pero él no quería venir
conmigo. Aquí lo tenía todo. Le podía haber curado. Le dejó la
mujer. Era lógico. Con un tullido. No quiso venirse. Acabó
suicidándose. Yo recibí la noticia de mi otro hijo. Qué desastre.
Aquí desperté y vi que no era un sueño.

Mi caso fue dramático. Vivía en una casa de cartones y


tablas, en un suburbio de la gran ciudad. Viví entre ratas. Las
teníamos miedo, sobre todo por los chinorris. Todos los
inviernos se nos inundaban las casas. Se mojaban las ropas, las
mantas, los cacharros. Todo estaba sucio y frío. Nos lavábamos
en un barreño y no teníamos aseo. Mi madre me vendió al hijo
de un vecino. Ese fue mi dueño. Yo tenía trece años. El me
trataba mal. Me enamoré de otro. Era amable y simpático. Lo
supo el dueño y lo dijo a mi madre. Me obligaron a vivir con él,
me dieron palizas, me hicieron perder el hijo que llevaba en el
vientre. El bebía y jugaba todo el rato. Me dio mala vida. Un día
no pude más. Me encontraron después en la vía del tren.

31
6.- Vivamus atque amemus
Amigo Edemérito ¿dónde estás que no acudes a tu programa
diario? Te esperamos con mucha impaciencia. ¿Te has
desvanecido por completo? En un mundo como este, donde nada
se ve ni se puede tocar, la falta de voz es la muerte total. Como
tú mismo decías, si dejamos de hablarnos, ya no seremos ni
siquiera el eco de nuestra metamorfosis en pura nada.

Amigo Edemérito, tus oyentes ahora te hablamos a ti. Tú


fuiste nuestro faro en la tormenta. ¿Dónde estás, Edemérito? No
te habrá deprimido el loco sin nombre.

No sigáis, amigos, no sigáis. El compañero Edemérito, por lo


que sea, ya no nos habla más. Tal vez está enfadado. Puede que
ya descanse en paz. Quién sabe si más tarde todos salgamos por
la puerta de atrás. Debemos seguir su estela y su ejemplo. Seguir
hablándonos para no desaparecer del todo. Un solo minuto de
silencio puede equivaler a nuestro último minuto, al último
minuto de nuestra trama, al último segundo de la vida. Sigamos
hablándonos y recordando sin parar. Tal vez seamos ecos en la
nada, un mero fósil de voz. La voz de unos que ya no están y
que se ha quedado prisionera en el éter. Pero el día que nuestra
memoria desaparezca, nosotros no seremos nada. Nadie podrá
dar testimonio nuestro. Habrá muerto nuestro último reducto: la
memoria y el recuerdo del futuro. Seremos como los locos del
manicomio de mi ciudad. Yo era juez del penitenciario. No
tenían recuerdos, no tenían memoria. Nadie los conocía. No
vivían. Eran también sombras evanescentes. Mero deshecho.

Yo propongo que hablemos del amor. Por amor tanto


hicimos.

El amor siempre fue una cortina de humo y un engaño. Y


ahora, dada nuestra situación, no sirve para nada. ¿O es que nos

32
vamos a enamorar de las sombras? Hablemos de cualquier otra
cosa. No por pasar el rato, sino para dar solución a nuestro
propio misterio.

Por amor hicimos mundos. Construimos culturas. Hicimos


proezas, locuras, barbaridades. Por amor fuimos felices y
sentimos los mejores de los placeres.

Mira, juez o lo que seas, por amor la Maria Rosa se jodió la


vida. Y eso que era una beatorra del carajo y tenía destinao el
cielo a poco que no la cagara. Pero se la jodió y bien de jodida
que quedó la pobrecilla, que hasta las vecinas, con to lo que nos
había amargao, la tuvimos una poca de pena y casi la
perdonamos y todo.

Me llamo Ángela. Me presento. Por amor lloré toda la vida,


amigos. No creo en el amor. Toda una vida de llantos, de
paciencia, de suspiros y desgracias. Toda una vida buscando un
sentido que nunca llegó. Toda una vida aspirando a una felicidad
que siempre se aplazaba. Toda una vida sin atreverme a amar.
Toda la vida esperando, enamorándome del imposible,
esperando ilusionada. Hasta que me fui ajando y el rencor se
hizo fuerte en mis entrañas. Entonces temí tanto... Y el temor me
hizo impenetrable y dura. Y el rencor se hizo mezquindad y me
volví el horror y la gente huía de mi. He sido odiada, lo sé. Por
amor fui mezquina, ruin, desconfiada. Amaba el amor, un amor
que soñaba sin saber ni tener noticias de él. Un amor que no
llegaba. Un amor que esperaba, que seguía esperando, que me
desarbolaba cada vez que sentía que podría ser el momento tan
ansiado. Y el momento no llegaba nunca. Y mis sentimientos se
agriaban más y más. Y odiaba. Y temía. Y temía el dolor y el
fracaso. Y seguía esperando hasta que morí esperando.
Olvidada, envuelta de mezquindad. Desesperada. Como una
miserable. Nunca he conocido el amor. Nunca rozó mi piel. No
me atreví a querer por el puro deslumbre del amor que siempre
creía más. Perdí la normalidad de la vida esperando un gran

33
amor que no llegó nunca. No saboreé el afán de cada día
esperando el futuro de un amor radiante que nunca llegó.

Ya te lo dije, amiga, el amor es pura mentira y pura mierda.


Caer en su veneno es condenarse a la muerte segura.

Mi historia de amor es más triste. Yo, de niña, ingresé en un


convento de clausura. Allí viví feliz confiando en Dios. Cuando
tenía quince años, Él mismo me visitó en alguna ocasión y lavó
mi vida de pureza inmaculada. Desde la aparición del misterio
en mi vida siempre tuve cuidado de no mancharme del mundo.
Esto me obsesionaba. Así resguardaba la pasión amorosa de un
dios visitador que me colmaba en todo mi ser. Tuve visiones.
Comencé a ver con una luz especial. Tenía éxtasis y hasta yagas
y signos. Sentía la obscura mancha del pecado de las hermanas y
sus murmuraciones. Ellas estaban contaminadas. También una
capa de pecado cayó sobre el convento ensuciándolo todo. Evité
tocarlas para no impregnarme. Luego dejé de hablarlas porque
notaba cómo su mezquindad rompía la armonía de mi amor y de
mi comunicación con el ser supremo. Luego me acusaron de
maniática, de rara, de alumbrada. De lavarme en exceso las
manos. De no querer tocar los muebles. Era mentira. Solamente
cuidaba mi limpieza para estar impoluta para el Señor. Ellas me
acusaron de lunática, de hipócrita. Me echaron del convento.
Luego me llevaron al pueblo donde mis padres vivían. Me
echaron como a una polilla. Mis padres creían que era una
traición. Mi fracaso me acompañaba. Mi fama estaba hundida.
Las hermanas me creían una loca. Yo misma estaba
desconcertada. Mis padres creían que estaba mal de la cabeza.
Cumplía con los ritos. El mundo era peor que el convento.
Quería volver, Me enamoré del sacristán. El era el vivo retrato
de un sacristán de pueblo. Enjuto, retraído, nervioso, maloliente.
Eso es lo que peor arreglo tenía. El era sucio y sus intenciones
sucias. Pero yo me enamoré de él porque estaba aburrida y
acosada. Me desconcertaba. Con solo mirarlo me arrobaba por
ese desgraciado. Me tenía confundida ese sacristán hecho de la

34
piel de satanás. Yo se lo dije un día: yo ya no sé si casarme
contigo o volverme al convento. El se reía mostrando la mella de
su boca y su lujuria. Nunca pasó a más la cosa. Llegué a odiarlo.
El sacristán se casó con otra. Yo perdí la fe. Mis padres me
odian, o peor, yo los odio porque me persiguen y me tratan
como una niña y no me dejan vivir. Nunca conocí el amor, me
inmolé por un amor imposible. Temí el posible. Ahora dicen que
soy una maniaca y me tienen en tratamiento rodeada de médicos
y citas. Solo me queda el odio, el odio es el verdadero rostro del
amor.

Pero qué estáis diciendo. Íbamos a hablar de amor y estamos


en el desamor y en el odio. Así no vamos a ninguna parte.

Porque es lo mismo. Porque su límite es más fino que un hilo


de bordar.

No compares. No siempre amor se vuelve odio. Hay muchos


ejemplos. Todos conocemos alguno. El de una madre que por
amor al hijo lo deja todo, el de unos amantes que se fugan del
mundo para hacer posible su amor, el que cantan los boleros y
cuentan las poesías románticas, el de Eloísa y Abelardo, el amor
abnegado de nuestros padres y abuelos, el amor pasional de
nuestros quince años... Yo mismo estoy enamorado del propio
amor.

El amor que es más fuerte que la muerte y por eso es eterno y


siempre vence.

¿Y vence?, ¿No somos el ejemplo de que no vence?, ¿No


somos el resto del fracaso?, ¿El eco de un mundo que se fue al
garete?. ¿Cuántos enamorados no palmarían el día equis cuando
esa nube de calor acabó con todo?. Quedarían evaporados en la
nada en mitad de su rictus amoroso. No venció el amor. Venció
la violencia. La física y la del desquicie del mundo nuestro.

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Nada queda, sino esta especie de sonidos que somos los aquí
presentes.
Sonidos ciegos que por tanto no podemos amarnos.

No me jodáis con considerandos. Tampoco se veían esos que


se ponían a escribir en sus ordenadores y se acababan
enamorando de la pura palabrería. Cuanta cursilería por la banda
ancha. Cuanto suspiro por cuatro palabritas embaucadoras.

Cuánto gilipollas.

Sí, cuánto gilipollas. Y seguro que de todos ellos al menos un


tercio están ahora flotando entre nosotros, dispuestos a repetir la
historia si tuvieran cuerpo para ello.

No hace falta el cuerpo. Ya ves lo de la maquinita. El ciber-


amor. Se enamoraban del engaño mutuo por escrito. Ahora
valdría con susurros y promesas vanas. Se jurarían amor eterno
en este infierno de eternidad aburrida. Luego se compondrían
para las infidelidades mutuas y el nuevo enamoramiento necio.
La ingenuidad y bobaliconería no tienen límite.

No los tiene salvo que el único modo de comunicarnos que


conocemos aquí está mediado por esta puñetera radio y que la
única manera de limitar el despropósito humano del amor ciego
son los testigos, y todos nos reiríamos de la payasada
retransmitida, porque todos somos testigos de todos.

En eso tienes razón. Lo único que nos limita son los testigos.
Testigos que evitan nuestra destrucción y nuestra degradación.
Testigos que pueden ser la medida de nuestro límite, nuestro
referente de lo que debe ser. La única coacción que existe a
nuestro desmedido egoísmo. ¿No os habéis dado cuenta que
nadie abusa de la confianza de otro delante de testigos?

Pero, amigos, qué es lo que estáis hablando en mi ausencia.

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Edemérito, tú de nuevo, qué grata sorpresa.

No tan deprisa, amigos, no tan deprisa. No vengo con los


ánimos tranquilos. La espina del dolor me atraviesa. Mi voz se
apaga. Hoy he sufrido una terrible descarga. Y el mordisco del
recuerdo. Un recuerdo doloroso. El recuerdo de una madre que
acariciaba mi pelo. Ahora estoy solo. Todos estamos solos. Ya
lo estábamos de vivos. En la soledad nos deshacemos aquí, sin
poder saber que estamos vivos sino porque este cacharro
reproduce nuestras voces y nos deja hablarnos. Nadie nos
espera. Aunque ese no es el desconsuelo, porque no somos nada
y este estado de no ser nos permite no aspirar a nada. Hemos
desenmascarado la falacia del futuro, nuestra antigua mordaza,
el hermano del miedo, de modo que nada debería asustarnos.
Pero el dolor me llega. Me llega de la memoria. El dolor de la
ausencia. Un recuerdo fue dulce un día. Hoy deslumbra su
mordisco. Duele la pérdida. O, mejor, el vacío de algo que un
día tuvimos y ya no tendremos más. Si no fuera por el pasado no
importaría nada el presente, sobre todo cuando el presente es
este nuestro tan ambiguo y siempre igual a sí mismo. Y sabemos
que no hay futuro, y que no lo hubo antes tampoco, cuando
éramos mortales, sino como una mera argucia para encadenarnos
y desertar de la intensidad de la vida. Pero hubo unas caricias
una vez. Y estas duelen con evidencia ahora y su ausencia hace
presente nuestra miseria.

La memoria es entonces nuestro referente y nos construye.


Una memoria de derribos, un reguero de fracasos.

Sí, una memoria que nada tiene que ver con el mero recuerdo
y que saca su impulso de la recuperación de aquello que nos
hurtamos en su día a vivir en el goce del instante. O de aquello
que se reveló con tanta densidad en el momento preciso y nos
dio noticia de nuestro profundo ser. Momentos fugaces,
incapaces de convertirse en sentido, ni en programa, ni en

37
destino, pero que nos definen como seres efímeros y en el
umbral, capaces de ensimismarnos y de enajenarnos, de crear y
de petrificar, de vivir y matar. En mitad de un azar que no
permite explicación sino como mera prisión. Seres del momento
y sin sentido ni fin, mera vida que se vive y que hay que
saborear intensamente. Fugaces como pompas de jabón.

Estamos condenados a buscarnos una explicación


satisfactoria. Incluso aquí, donde solo somos lo que sale de este
tubo radiofónico y ni nos vemos ni nos reconocemos ni somos
nada.

Pero no hay explicación. Solo peregrinaje. No es satisfactorio


saber nuestro sinsentido. Somos meras ideas. Seres que viven
fuera de sí, en la abstracción, preocupados de no reconocerse en
su efímero peregrinar.

Vivamos y amemos, pues el mundo se ha acabado y no hay


nada que temer ni ningún precepto que nos lo impida.

¿Nada que temer? El amor no es posible aquí, en el


acabamiento del mundo porque no hay futuro y si no hay futuro
no podemos proyectarnos. Estamos condenados de forma
irremediable.

Sí condenados como Sísifo a mentiros en la busca de un


sentido que no existe. A crear un mundo que sólo existen en
vuestras ideas, en ese pequeño monstruo abstracto que os llena
de sus ensoñaciones. Ya os lo dije: no soy ni existo, pero me
crearéis y una vez me deis vida yo os crearé a vosotros y luego
os daré unos mandamientos para regir vuestras vidas sin
destruiros. Y aún sin forma haremos nacer un mundo. Un mundo
de alcance humano. Una mera abstracción que cobrará cuerpo. Y
entonces naceré como un dios. Yo, el poder, el afán, el futuro, el
dinero, Dios, la guerra, el amor, la paz. Vuestro amo, vuestro
padre, vuestro engendro. El propio amor.

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De vosotros depende, pero estáis advertidos. Ante vuestra
elección de meras voces desvaneciéndose se encuentra el rebasar
la fatalidad de la disolución o conformaros con desaparecer
definitivamente en la nada. Una y otra opción valen poco,
porque el mundo se acaba de todas formas y ya está,
sencillamente, siendo invadido por la nada. Pero un instante, por
infinitamente minúsculo que sea, apostado al amor o a cualquier
otra idea crea un mundo nuevo en toda su eternidad. Un mundo
pleno. Vosotros podéis crearme y yo a vosotros. Lo podemos
hacer ahora, no tengáis miedo, antes que todo acabe. Y si lo
hacemos yo seré vuestro dios y vosotros seréis mi pueblo
elegido, el pueblo de los últimos residuos de un mundo
destruido. El inicio de un nuevo mundo recién nacido y
resistiéndose al vacío. Sólo me queda esperar, porque sé que el
material de vuestro pensamiento es ambicioso y nada podrá ya
salvaros del veneno del futuro. Y cuando me hayáis elegido, yo
os daré de nuevo la ley.

39
7.- Sic transit mundi
Amigos, os habla de nuevo Edemérito. Os habla desde este
insólito chisme que nos hace nacer y que hemos de mantener
abierto día y noche para seguir sintiéndonos vivos.

Otros espectros, otros recuerdos, pueblan esta emisora.


Durante días únicamente se oyen gritos y lamentos de
desgraciados que temen y que se quieren reivindicar. Historias
tristes y amables de quienes quieren perpetuarse o simplemente
sentirse aún en contacto con otros. Debemos seguir hablando,
parloteando sin más, porque solo somos ruido, ruido que nos
afirma. El día que callemos se acabó todo. El silencio es nuestro
pavor. El ruido nuestra verdad. Ruido acumulado, dispersado
por el éter. Ni siquiera otra cosa que ruidos.

El ruido poblaba nuestras cabezas. Antes del fin, la tierra era


un planeta azul rodeado de ruido. Circunvalado por un enjambre
de chatarra que fuimos lanzando al espacio para transmitirnos
nuestros ruidos y ensordecer a las propias nubes. Ruido como
argumento de nuestras vidas. Ruido como ciencia, como
historia. Ni por un instante logramos guardar silencio. Si
hubiéramos parado la polifonía de nuestros soliloquios por al
menos un minuto, tal vez habríamos recuperado la cordura.

Necesitamos la polifonía de todos los ruidos. Seguir


incesantes hablando sin fin. Hacer de la voz nuestro tesoro. Si
ahora dejamos de hablar quién sabe si no desesperaremos del
todo al ver nuestro drama.

Yo soy un desgraciao al que el fin del mundo espabiló de sus


sufrimientos. Doy gracias a la suerte de ese momento. En mi
vida de persona era puro dolor. De trumbo en trumbo,
durmiendo en la calle, oyendo voces y viendo visiones. El
alcohol, las pendencias y peleas, la calle y su maldad eran mis

40
sombras. Un día mi tío me echó de casa. Mi padre estaba
tretrapléjico. Mi madre vivía de fregar casas. Se quedó sin curro.
Mi padre murió atropellado. Le dieron a mi madre una pasta,
pero ella se deprimió y mi tío se hizo cargo de la situación. El
me echó de casa. Me echó porque decía que era raro, que estaba
loco. No me comprendía. Me fui lejos, con amigos. Aprendí a
vivir en la calle. Me prostituí. Me abandoné. Me volví
vagabundo y ya nunca pude regresar. Oía voces, siempre oí
voces, ahora todo son voces y nada más que voces. Un buen día
me llevaron a una fiesta. Allí me invitaron a todo lo que se
pueda imaginar. La corrupción. Allí me presentaron a unos
jueces. Estaban locos. Jugaron y jugaron a la ruleta. Me
invitaron a todo. Me llevaron a bañar, me vistieron de rico. Me
llevaron como si fuera uno de ellos. Me daban todos los
caprichos. Fue la corrupción durante dos días. Me compraron un
billete de lotería. Me tocó y todo. Entonces me volvieron a
llamar y me llevaron a un lugar secreto. Allí había una agente de
la CIA que me pusieron para vigilarme. Me robaron el billete.
Yo no les vi, pero aprovecharon el momento para robarme. Me
dieron el cebo de la rubia porque ellos sabían que me volvían
loco las agentes de la CIA, ella me robó todo. Luego nunca más
me abrieron la puerta. Me echaron como a un perro, como mi
tío. Yo los denuncié pero los jueces se habían repartido el dinero
entre todos ellos y se pusieron de acuerdo para no darme
justicia. Los denuncié y los denuncié. Un día mandaron a unos
chorizos a darme una paliza. Estaba durmiendo en la calle. Entre
cartones. Entonces llegó uno de ellos y me quiso quitar el sirio.
Era la excusa porque era claro que eran jueces disfrazados.
Tenían voz de jueces. Yo les amenacé para que se fueran. Ellos
me rodearon, me robaron todo. Me sacudieron fuerte. Casi me
matan. También me quitaron la radio. La radio me hacía
compañía en la noche, pero ellos me la robaron. Esos jueces me
persiguieron siempre, siempre. Yo los oía en cada momento. Oía
sus voces y sus risas. Los veía copular. Se escondían y se
disfrazaban de hombres normales. Ya estaba desesperado
cuando ocurrió el fin del mundo. Cuando desperté ya era libre.

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No estaban, sé que murieron de los primeros. Ahora la voz que
oigo es esta, no las voces de conspiradores. Ahora sé que estoy
libre de ellos. Seguro que mi tío también pagó sus culpas. Aquí
solo estamos los justos.

Amigos, me llamo Remedios. Yo soy la culpable de vuestra


salvación. Gracias a mi estamos salvados, aunque sea en este
estado. Yo inventé un microchip indetectable. Con su onda
especial radió sus poderes sobre las personas que estaban en
estado alfa cuando ocurrió todo aquello. Yo lo había inventado
rodeando con una tela negra impermeable un chip ordinario. Era
la manera de hacer rebotar todas las ondas. Hacía indetectable el
chip. Con ello conseguí pasar desapercibido. Mi invento era un
arma indetectable que me convertía en invisible. Luego, cuando
la explosión, se redoblaron sus poderes y por eso nos
desmaterializamos. Ahora estamos a salvo de ese mundo de
fingimiento y apariencia en que nos obligaban a sedaciones y
pastillas y nos tachaban de esquizofrénicos. Yo una vez tuve que
denunciar a un médico por intentar asesinarme. Me iba
envenenando poco a poco con las pastillas, subiéndome la dosis
hasta que mi corazón estuvo a punto de estallar. Me querían
matar. Entonces yo dejé de tomar las pastillas. Para salvarme.
Sufrí mucho. Tuve que luchar contra todos. Estaba perseguido.
Es por eso que inventé el chip. Para hacerme invisible y
esconderme de los psiquiatras. Ahora han acabado y tenemos la
suerte de habernos librado del mundo de locura en que vivíamos.

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8.- A deo rex a lege rex
Edemérito, amigos, se me ocurre que, tal que viviendo en la
pura nada, sin materia, sin olores, sin gusto, sin colores ni
claridad, viviendo como pura voz, realmente somos como
dioses. Hemos llegado al olimpo. Esto es el nirvana. La muerte
no tiene dominio sobre nosotros, dado que la hemos
sobrevivido.

¿ La hemos sobrevivido o estamos en el intermedio, a la


espera de que ella llegue?

Somos dioses, ubicuos y perfectos. Nos aburrimos en nuestra


eternidad absoluta, pero no tenemos fin.

¿De qué nos vale ser dioses si no hay creyentes? Sin


comunidad de adoradores cumpliendo ritos y leyes ser dios no es
ni chicha ni limoná.

No hay culto., no hay recogimiento, por no haber no hay ni


misterio. Solo voz, voz que se lleva el viento. nosotros
desenmascaramos el vacío del olimpo. Nadie los espera ya, nada
esperamos, nadie nos espera a nosotros.

Pero cómo puedes dudar de eso, dios es dios. Dios está en


todas partes. Dios es el don y el dador de vida. Dios es todo. Yo
lo siento en mi puro corazón.

Querrás decir cuando tenías esta víscera, porque ahora lo que


es sentir, no se puede decir que sientas y corazón no tienes,
quedó frito en el momento del fin del mundo.

Dios tenía muchos rostros en la otra vida, en la vida de antes.


Dios fue el norte y el límite. Fue la mordaza y la injusticia en la
vida. Fue la explicación y el misterio, el argumento y la norma.

43
Pero Dios fue cambiando su rostro hasta desvelar su propia
ausencia y vacuidad. Dios, Dinero, Poder, Guerra, Futuro,
Mentira, Verdad, Amor, grandes palabras, grandes nombres de
un politeísmo práctico que habitó la tierra. Dioses profanos que
mostraban la falacia de lo sacro. Dioses sacros que mostraban la
falacia de lo profano. Dioses nacidos del temor, de la angustia,
de la esperanza, de la mentira, del ansia de libertad, de la
creatividad del hombre... Dioses que eran pura falsedad, pero
falsedad con una tremenda realidad, capaces de ordenar aquel
mundo y de dotarlo de fines y objetivos.

Dioses como ley, ahora innecesarios porque la ley está


abolida allá donde el imperio es de la voz y no hay nada sobre lo
que ejercer poder. Somos rumor de una palabra que se lleva el
viento, de una palabra que es lo único que queda en un mundo
que no es mundo siquiera, que no tiene olores, ni es tangible, ni
tiene sabores, ni siquiera lugar, espacio, tiempo.

Cuando yo era niño creía en los dioses. Me impresionaban


las historias de esos dioses griegos llenos de rencillas y
pasiones, con su capacidad de transmutarse en cualquier cosa, de
trastocar el mundo humano por su puro antojo. Esos dioses que
se marcharon por la puerta chica cuando colapsó su mundo
decadente.

Nunca tuvieron vida. La religión, con su pretensión ética se


hizo política y poder. E Iglesia. Inventaron los dioses y con ellos
sus reglas. También inventaron las jerarquías y la comprensión
del mundo como orden. Todos son mimbres del mismo cesto.
Fijaos que para gobernar el mundo fabricaron un mundo de
ideas y abstracciones. Vivíamos en las abstracciones para ser
siervos en la materia. Y los dioses eran parte de la argamasa de
todo aquello.

Me estás recordando a los místicos, más nihilistas que nadie,


que proclamaban que nada de eso era el dios que ellos

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perseguían y al final se andaban persiguiendo siempre un dios
distinto.

Tal vez diferenciaban trascendencia y rebasamiento del


límite, de religión y de la propia idea de dios. No estoy seguro
de que hablemos de lo mismo.

Sí, es verdad. Aquí ha muerto todo eso.

¿Estás seguro que ha muerto? Si el demonio de los dioses es


la espiritualización y la conversión en alma de ideas que se
imponen, que ordenan un mundo de dominio y creencias,
entonces la palabra, aunque solo seamos eso, palabra, puede
convertirnos en siervos de un nuevo dios. De un dios que se nos
revele poco a poco su exigencia y que convierta existencia en
tránsito hacia el futuro, uno de los argumentos divinos, quizás el
más arraigado en la evolución de la cultura.

Nosotros no tenemos futuro, ni pasado, ni presente. Ese es


nuestro antídoto. No somos nadie.

Nuestro antídoto es más bien que no hay misterio, que no hay


trascendencia que vislumbrar aquí. Que solo somos longitud de
onda en mitad de la nada. Que el mundo de los dioses murió con
el último de ellos, la bomba esa que tuvo el señorío sobre la vida
y la muerte y ejerció este dominio.

Pero qué aspiración más absurda la nuestra. Parece como si


quisieseis recrear el mundo que murió. Recrearlo en esta
dimensión sin dimensiones, donde sólo somos voz. Recrearlo
creyendo que la voz es algo más que fluctuación de ruido sin
sentido. ¿Acaso creéis que todo esto tiene algún sentido? ¿qué
nuestra plática tiene alguna razón, algún argumento, algo más
que verborrea? ¿Tal vez el fin del mundo no os separó
definitivamente del mundo muerto y aspiráis a hacerlo de nuevo
realidad aquí?

45
Mira Edemérito, entre tú y el sinnombre nos estáis haciendo
un lío.

De lío nada. Lo que pasa es que no os acostumbráis a no ser.


A ser nada. A lo efímero. Y como ya en la tierra vivíais fuera de
vosotros, en un mundo de ideas que creaban vuestras cabezas,
pensáis que en realidad el fin del mundo no os ha traído ninguna
novedad. Que seguís siendo constructores de mundos. Que
seguís viviendo de algún modo. Y por eso intercambiáis no sólo
sonidos como mero ruido para soportar la eternidad de la nada,
sino con la intención de que todo esto tenga una razón de ser, de
revivir en ideas y más ideas. Pero las ideas no son nada. Son
ruido, palabras que el viento lleva a su antojo, permitidme la
metáfora.

Osea que ya no vivimos.

Sí, ya no vivís, porque aquí no hay vida y la rebelión a


novivir que mostráis no hace sino enfatizar el patetismo con que
queréis sobrevivir a la desgracia.

Pero no puede ser. Nos comunicamos. No somos nada, pero


una nada que se comunica... algo será.

Una nada que se comunica sin más, mera comunicación, el


único modo de estar en la nada, ruido y más ruido que no lleva a
ningún lado. Una fugaz chispa de voz que se apaga se enciende
por la voluntad de este trasto.

Yo me aferro a esto. Si no somos nada pero somos muchos


nada, algo más que nada seremos. Y una nada que pretende no
quedarse vacía del todo, que se aferra a su destello no es una
nadería, sino algo que busca trascenderse. Entonces, creo yo,
algo queda en nosotros por debajo de nosotros que nos invita a
trascender nuestra miserable condición de vapor.

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Pero bueno, otro que se ha descerebrado. ¿Qué galimatías es
este? Algo nos engaña y nos hace tender a anonadarnos. Pero es
pura mentira. Conformémonos con pensar que en el mundo de
antes, cuando éramos el ser supremo, nos excedimos en nuestro
afán de ser dioses y con ello desenmascaramos la mentira de los
atributos divinos y la proyección de nuestra ansia de poder que
ellos eran. Y que no vivíamos en el instante, en el gozo del
instante. Y que buscamos sentido donde no lo había. Y que nos
escindimos para instalar nuestra vida en las ideas y fabricamos
un mundo tan virtual que hizo innecesaria nuestra materialidad,
porque en realidad, a tope de nuestra vida, bien podíamos
prescindir del engorroso cuerpo. Y que este exceso, esta locura,
no tenía otro destino que la muerte porque nos abocó a morir de
hastío, a ser tan aburridamente eternos. Y que ahora, que hemos
perdido el cuerpo, nos damos cuenta de la desgracia, pero ya no
tiene remedio. Y por eso nos comunicamos, lo único que nos
queda por hacer.

No, amigo, ni eso: todo se acabó. A la mierda. Nada. Solo el


runrún de un habla que nos comunica, pero que se pierde en la
extensión del vacío y se queda en meros ecos sin posibilidad de
crear nada.

Pues eso, que somos como los dioses, y como ellos hemos
salido por la puerta de atrás. Ahora bien ¿nos hemos borrado del
mundo, pero hay otro mundo por ahí donde la vida, sin nosotros
continúe mostrando su rebeldía a la lógica de la nada imperante,
o es que ya no hay mundos de ningún tipo y todo acabó? Y si
acabó ¿por qué seguimos teniendo voz?

Estáis como un caracol perdido en un océano.

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9.- Quia non albor creavit

Amigos, desde esta radio de nuevo Edemérito Pisán. Hace


días que no consigo comunicar con nadie. El micrófono está
abierto todo el tiempo. ¿Por qué ya no habla nadie? ¿Hemos
fracasado en el intento de seguir vivos? De niño, antes de entrar
en el manicomio, soñaba con ser locutor de radio. Una vez radié
en mis sueños la conquista de la tierra por los mosquitos. Los
mosquitos usaban sus aguijones para infectar a los humanos. Les
infectaban con la ponzoña de un muerto que murió alcohólico
perdido y viendo la televisión. La sangre del muerto, en contacto
con una sustancia del mosquito, se volvía un terrible veneno que
infectaba a los hombres y los convertía en beodos. Perdían sus
recuerdos, perdían su voluntad y simplemente dormían y
deambulaban sin rumbo. Luego olvidaban su habla. Dejaban de
comer. Los mosquitos los controlaban y los mantenían vivos,
aunque inconscientes, para tener una buena fuente de alimento.
Eran como las vacas y los pollos estabulados, pero al servicio de
los nuevos dueños del planeta, unos seres infinitamente
superiores que construían un nuevo mundo al tamaño de sus
necesidades.

Ellos consiguieron abolir la guerra y acabar con la


explotación. Gracias a su dominio del planeta recuperamos la
cordura.

Si los mosquitos de mis sueños hubieran tenido realidad,


ahora al menos seríamos humanos de granja y no meros ruidos a
la busca de un tubo de radio que nos haga sonar para sabernos en
pié.

Amigos de la noche, espero aún vuestras palabras. No sea


que se acabe de eclipsar el mundo que una vez tuvimos, cuando
aún teníamos un cuerpo con el que podíamos abrazarnos o llegar
a las manos.

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Edemérito, yo te escucho y también recuerdo sueños que
soñé. Como todos. Sueños que no se cumplieron. Sueños de
felicidad, sueños de proyectos por hacer. Sueños e ideales. ¿Te
cuerdas de los ideales? ¿De las ideas que movían a la gente?
Todo eso se ha muerto también con nosotros.

Ideales sobre los que construisteis desolación. Siempre


inconformes, siempre criticando. Si no hubiera sido por vuestros
ideales tal vez hubiéramos podido salvar el planeta a tiempo.

Salvar el planeta? Quién habla?

Sí, salvarlo nosotros, los hombres sensatos y discretos que


intentamos gestionar con orden aquel mundo. Nosotros también
teníamos ideales. Ideales serenos, realistas, llenos de pudor. Si
no hubierais metido en la gente las absurdas ideas de la
revolución y del cambio total, tal vez ahora estaríamos todos
vivos, porque no fue un cataclismo solar lo que hizo desaparecer
el planeta, sino una explosión nuclear desencadenada por la
amenaza de la guerra y un pequeño error.

¿Vosotros hicisteis explotar el mundo... para salvarlo? Cómo


puede entenderse eso.

La situación se hizo insostenible, fracasaron todos los medios


dispuestos para controlar la situación. Se desencadenó un efecto
dominó de caos, falta de provisiones, colapso económico,
guerras y desordenes. El mundo se hundía a pasos acelerados. Se
rompió la cadena de mando. La gente huía de las ciudades y
provocaba más desorden e incluso hambrunas. Algo falló.
Alguna orden se dio mal y se provocó el miedo a un ataque.
Creímos que algún grupo extremista había conseguido controlar
los arsenales del Sur y supusimos que iban a atacar. Entonces
precipitamos una primera bomba para destruir sus arsenales. Al
detectar esta el ejército del este desplegó sus misiles creyendo
que los atacábamos. Se desencadenó el miedo y en unos minutos

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todos nos lanzamos cohetes mutuamente. No hubo modo de
pararlo. Todo acabó.

¿Un fallo? Cómo que un fallo.

Un fallo de cálculo. Un error en el protocolo. Una


precipitación que no tiene mayor trascendencia.

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10.- Solidum argumentum
Amigos escuchantes. Soy Sandra. Yo no tengo una historia
que contar. Yo no soy nadie. Siempre viví invisible, a espaldas
de los otros. Nunca tuve nada. Siempre estuve sola. Sola desde
bien pequeña. Desde pequeña me dejaron en un orfanato, mi
primer internado. Allí me dejaron y nunca más. Salí de allí para
un correccional y desde allí a una cárcel. De allí a una casa de
acogida y desde allí a un manicomio, mi primer manicomio.
Luego a otro y a otro. Estaba ya en el sexto manicomio cuando
acabó el mundo. Oyendo una radio donde un loco nos invitaba a
pensar un mundo sin manicomios y nos decía que nuestros
cuerpos eran cárceles que no nos dejaban soñar y salir de ese
mundo gris. Yo estaba escuchando cuando acabó todo.

Por lo que se ve también aquí los locos se prodigan. Me


divierte ese trajín vuestro. Siempre con prisas. Siempre con
ruidos de fondo. Siempre con algo que decir, aunque sea hablar
para no callar.

Tú de nuevo.

Sí tú, el libertino.

Sois enternecedores. Pura voz, pura palabrería. Palabras que


se lleva el viento, que quedan en nada. La radio es vuestra
conclusión. Ahora lo sois todo gracias a este tubo desde el que
se propaga vuestra voz. Sois un puro eco. El eco de ese centro
vuestro que sobrevive aquí, donde aún no hay mundo, donde se
hacen las ideas y se fabrican los mundos. Y crearéis otro nuevo,
ya lo he visto antes, desde la nada. Homo faber, hombres
creadores.

Yo prefiero homo ludens.

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Sí, sería buena idea, pero vuestra propia inclinación os hace
incompatibles con ello.

Hubo un tiempo en que los hombres competíais con los


árboles por el dominio del mundo. Fue al principio de la
humanidad. Los otros animales se dedicaban a medrar por allí
sin preocuparse mayor cosa por su entorno y su destino y sólo
los dos seres más poderosos disputabais el dominio del mundo.
Los árboles tenían muchas capacidades y un empeño incansable
de dar vida: eran capaces de crecer incluso donde los hombres
habían devastado todo con sus locuras. Eran soberbios en su
fortaleza, capaces de hacer subir el agua desde el subsuelo hasta
sus hojas más altas. Imperturbables. Tranquilos. No necesitaban
moverse para conseguir sobrevivir en todo tipo de inclemencias.
Y acogedores, con la facilidad de dar cabida en su copa y en su
tronco a tantos otros seres vivos.

Y vosotros también tan imponentes. Inquietos, ingeniosos,


gregarios, poblando el mundo entero.

Dos estilos distintos. Cada uno con su valor.

Vosotros os dedicasteis entonces a talar los árboles, porque


ambicionabais el mando y ellos os dificultaban ver el horizonte.
Pero los árboles, pacientemente, renacían a lo largo del tiempo y
mostraban con ello su astucia.

Entonces se buscó un árbitro. Un pobre incauto poco


juicioso.

Y el árbitro dictaminó a favor de los árboles.

Fue su perdición, porque los hombres tenían mal perder y se


encargaron de demonizarlo. Lo quisieron matar, pero luego
pensaron que tal vez sería mejor mantenerlo con vida para que
se retractara y jurara que había prevaricado en su juicio.

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El pobre loco deambuló sin hogar por el mundo. Como un
viejo buhonero que era apaleado en cada aldea y en cada lugar
por donde pasaba.

El pobre viejo, condenado al desprestigio y al desastre.

Los hombres acabaron con todos los árboles que pudieron.


Los malgastaron de todas las maneras, los serraron en todos los
momentos. Los árboles, pacientes, recrecían donde menos se
esperaba. Y daban sombra al buhonero.

Pero todo fue en vano. Al final no ganó nadie. No hay nada


que ganar. Sólo perdió el buhonero.

Y el orgullo de los hombres, que no se salieron con la suya.

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11.- Postquam mare transit
Hubo un día un visionario que calafateó un barco grande y
se lanzó a la mar con unos cuantos compañeros en busca de una
tierra prometida y paradisíaca. Arribaron a una isla poco
agraciada y despoblada. Allí los recibió un perro y durante tres
días encontraron comida preparada por alguien a quien no
consiguieron ver más. Luego se echaron de nuevo a la mar.
Dormidos en la noche toparon con una isla y bajaron de su nao.
Allí se quedaron, al reposo de la sombra de los árboles, pero la
isla navegaba por el mar sin amarras a tierra firme, cambiando
de rumbo a su placer. Más tarde aquella isla viviente empezó a
dar otros síntomas de vida. Todo un misterio. Hasta que encalló
en una playa de otra isla a barlovento. Una isla bellísima y
embaucadora. Allí vivieron siete años y partieron luego de ello
en la misma criatura marina que los llevó a tales parajes.
Llegaron a una nueva isla. Una isla esa llena de rumores de
pájaros que los embaucaron. No vieron animal alguno, pero los
oían maravillados y nunca pudieron olvidar su trino. Más tarde
arribaron a otra isla, esta habitada por hombres mudos que nada
decían y mucho trabajaban. De allí se fueron con viento fresco,
pues soñaban un paraíso más animado, y en su bogar sin rumbo
dieron con la boca del infierno, donde un marino monstruo se
comió a varios de los navegantes muy a su satisfacción, la del
monstruo, y para pesadumbre de los marinos. Después de tanto
afán, pero aún codiciosos del paraíso, encontraron una columna
de cristal de roca, toda ella pulida y esbelta, reluciente y
asombrosa, pero se pobló el mar de niebla y se acabó la visión
de todo lo visible, haciéndose los hombres como ciegos sin
rumbo que sólo en la fuerza del azar caprichoso podían confiar.
Y pasados los confines de la tierra, ya disipada la niebla, se
situaron al límite del mar ignoto, donde dicen las leyendas que
se encuentra la tierra de promisión, pero un tal preste Juan, o
algo parecido, les impidió el paso muy cristianamente,
desaconsejándoles la continuación del viaje, porque quien en

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este nuevo confín entraba había de perder la condición humana y
resignarse a ser mero rumor disipado en la nada, en la ausencia
de materia, en la misma presencia del innombrable que todo lo
es y abarca, y así cantar en el sordo coro de los arcángeles, que
dice el gloripatri día y noche en una aburridísima eternidad sin
fin.

Y tras este pesado errar por los mundos, el pobre


Borondón volvió al mundo de donde intentó huir, muriendo al
poco por no tener nada nuevo que ver, oír o decir, todo un
elocuente ejemplo de lo absurdo de los afanes de la pobre gente.

Un bonito cuento, amigo.

No un cuento, una leyenda. Una antigua leyenda.

Una leyenda que no habla del pasado, sino de nosotros


mismos. De ahora, de este afán nuestro de llegar al final de
camino y del peregrinar, solo que ahora ya no hay posibilidad de
vuelta atrás. Una leyenda premonitoria.

Y puñetera.

Si, puñetera como todas las explicaciones que nos muestran


el eterno retorno.

Dicen que en la Isla del tal Borondón divisó siete ciudades de


oro, y que en determinados días del año pueden verse sus
cúpulas desde las Islas Cíes.

Sí, así es, yo las ví siendo niño. Y oí cantar las sirenas. Y las
ciudades vivían en una isla flotante que cambia de lugar, o que
se encubre en la niebla y reaparece en uno u otro sitio según su
capricho.

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Y un rey de aquellas tierras se cubría con polvo de oro para
celebrar los baños rituales en su sagrado lago.

Yo divisé esa isla misteriosa, la oí sufrir por renacer del


fondo del mar donde fue anegada desde antiguo, donde
sobrevive con todo su misterio, donde los hombres antiguos
fueron enterrados antes por su orgullo. Donde se enterró otra
catástrofe de la tierra, cuando ésta fue diluviada por segunda
vez.

Siempre regresan las mismas leyendas.

Se conoce lo que se quiere conocer, no más.

Mas bien se desconoce lo que se quiere conocer y el resto de


las cosas se ignoran.

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12.- Radiante flagelo
Me fatiga este empeño nuestro de seguir hablando.

Me fatiga porque creo que ya no hay nada más que hacer,


que todo ha acabado. Amigos, cerremos este capítulo.

No podemos cerrarlo, Edemérito. Tenemos que seguir en pié,


como los viejos árboles. Mientras nos quede algún rumor que
componer debemos seguir.

Seguir. La palabra. Realmente somos palabras. Palabras que


nadie dice, que no son nada, que no son nadie.

Palabras que solo buscan ser dichas y que no significan nada.

Ellas crean las cosas. In principia erat verbum. ¿Estamos al


final o al principio? ¿O esa que no hubo intervalo, solo palabras
que nos hicimos la ilusión de que fabricaran mundos?

O tal vez las palabras crearon mundos materiales de la nada.

O la nada hizo surgir la palabra y la hizo volver a sí.

No, nada de eso sirve, todo es metafísica, todo apariencia,


todo falsedad.

La palabra es falsedad.

Pero sin embargo nos comunica, nos permite transmitir,


recordar, no fenecer del todo.

Somos un puro relato, un mero cuento constante e


inconsistente que no finaliza nunca.

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No tiene sentido, deberíamos callar definitivamente. Callar y
cerrar definitivamente este capitulo.

Pero no podemos. Seguimos parloteando, no podemos dejar


de hacerlo, no podemos renunciar a la palabra.

A la palabra que promete y crea mundos, mundos falsos,


mundos que no son más que palabra.

Solo el asombro nos hará callar, pero nuestro silencio es


también palabra suspendida.

La palabra no mata.

No mata pero invita, cuántas veces, en el mundo del que


salimos, la palabra enardeció pasiones desaforadas.

Debe continuar diciéndose nuestra condición y, si me


apuráis, diciéndose todas las infamias pasadas. Nombrarlas
todas, sin olvido. Gemir por todas, sin descanso, porque los
vencidos de siempre deben pasar factura, no pueden quedar sin
reparación.

Que nuestra palabra repare este desafuero. Que nuestro grito


sea el réquiem de todas las palabras ahogadas. Tal vez este
murmullo construya un mundo nuevo.

Concitemos los vencidos de la historia, los parias, las


mujeres agredidas, los asesinados por cualquier violencia, las
víctimas de todos los engaños, los hambrientos, quienes lo
perdieron todo, los despechados del amor, los deprimidos, los
que sufrieron y padecieron, los afligidos y agobiados por el peso
de la vida, los engañados, estafados y sufridos, los hombres de
bien, los prisioneros de cualquier prisión, la larga fila de todos
los hombres. Todos vencidos. Todos humillados.

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13.- Homo sampler

Ya no puedo resistir más este estado en que nos encontramos.


Constantemente oyéndonos contar todos los agravios, todas las
calamidades de nuestras vidas de ruinas y todas las calamidades
del mundo del que procedemos. Quiero acabar con todo.

Quieres pero no puedes, Edemérito. No podéis ninguno.


Aunque quisierais no podéis desertar de la voz. No podéis
desertar de vuestros pensamientos. Sois un órgano que no tiene
materia, que no la necesita. Vuestro pensamiento no está
radicado en un cerebro físico. Es un órgano incorpóreo que sigue
protestando por su cuenta. Por eso no se achicarró en el fin del
mundo y sigue ahí, anclado, esperando su reencarnación, si es
que encuentra materia en que realizarse, o juntándose con otros
pensamientos para hacer el gran órgano que os recrea: la cultura.
Una cultura que ha vencido a la naturaleza. Ya no sois ni
siquiera naturales. No teneís ya otro estado que pensamiento
flotando en medio de la nada.

Entonces, según creo, nuestro afán de librarnos de nuestra


condena está perdido. Cultura es poder pervertido y poder es
miseria y enmascaramiento y dominio. Volveremos a recaer en
todo lo que fuimos. Estamos condenados a convivir con tan mal
fuste. No podemos evitarlo.

No podeis evitarlo porque es el precio de vuestra apuesta por


el futuro y por la vida en las ideas. Las ideas son tiranas y
absolutas y quieren negar vuestra propia fragilidad. Por eso,
porque os negáis a ser frágiles la cultura os hace dominadores y
depredadores. Es vuestro objetivo, vuestra tendencia y vuestra
prisión. Pero ahora, abolido el tiempo, ya no tenéis futuro y tal
vez podáis volver a la frágil condición de meras partículas
fluctuando sin sentido, de forma indeterminada. Y desde esa
fragilidad combatir la cultura y desinventaros antes de

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evanesceros del todo. Antes de que sea ya irremediable. Tal vez
renazcáis en algún otro estado creando un mundo nuevo.

No queremos ningún mundo nuevo, estamos cansados.


Estamos perdidos. Estamos desapareciendo y queremos
desaparecer. Lo que empezó siendo una misión se ha vuelto una
locura y un afán vacuo. Déjanos morir en paz. Déjanos hacer
silencio definitivamente. Déjanos no crearte siquiera. Déjanos
disgregarnos en el solipsismo y la incomunicación para que el
firmamento vuelva a su ser inicial y podamos morir.

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14.- Noli me tangere

Hubo un tipo curioso, un pastor de cabras, que nada creía que


no pudiera palpar con sus manos groseras.

Era un gran escéptico y, por ello, poco dado a las


credulidades de la gente y además un perfecto socarrón.

Y como quiera que aquel pastor de cabras era de condición


indscreta, se dedicó a dar mala prensa del cura de su pueblo, un
hombre lleno de pájaros en la cabeza y de una tremenda falta de
sentido común.

Fue el caso que el dicho cura, como autoridad que era,


comenzó a hacer gran desprestigio del pastor insolente, usando
para ello citas de acá y de allá de la propia Escritura y algún
añadido en latín macarrónico, que es el que el preste entendía.

Y fue que un día el pastor, harto de ser nombrado en


sermones y conversaciones de taberna, se fue directamente al
cura a sacarle el alma del cuerpo por poderla palpar o desmentir
al sacerdote.

Y este, que se viera sorprendido por el interés científico del


cabrero, hisopo en mano, intentó sacarle los demonios de un
porrazo, con lo que padre e hijo estuvieron a punto de
descomunal y desigual pelea, dado que los poderosos siempre
suelen verse acompañados de las fuerzas del orden cuando
acometen alguna acción de las suyas.

El cabrero, acabado el conato, fue presumiendo durante


varios días de los resultados de la justa: El padre dijo la
buenaventura el día que le dí la ostia, no había más que olerle
los calzones para saber de qué sustancia es la ambrosía del cielo
que predica.

61
Pero como todo lenguaraz tiene su merecido, y como el
padre, amén de cura de almas, era a su vez imagen del Salvador,
hizo armar un grupo de beatas para que pidieran por la salvación
del bruto.

Las beatas, cuando se ponen a expurgar las culpas ajenas y a


solicitar la salvación de algún perdido suelen tener, amén de su
consustancial soniquete arrastrado en las letanías, una mala
leche que echa para atrás a los que se puedan poner por medio.

Y puestas como estaban a rezar hasta que el Santo de los


Santos manifestara por medio de un milagro conveniente la
aceptación de sus súplicas, se dio el caso de que el pastor
encontrara varias veces agriada la leche de las cabras, y
pensando que algo en ello tendrían que tener las puñeteras
plañideras, se fue un buen día recto a la capilla donde éstas
pasaban las tardes, y al encontrarlas en éxtasis contemplativo
agarró con la saña que pudo el fumigador de DDT que el Padre
tenía para acabar con los piojos y otras plagas y asperjó sobre la
cofradía toda la carga del tambor del aparato, dejándolas
malheridas y malhadadas a las suplicantes.

Pero como los malos actos nunca vienen solos, sino que
acontece que se encadenas unos a otros, ocurrió que el prelado
en aquel momento estaba volviendo de la capital, donde había
ido a conseguir no sé que bula que le faltaba a la parroquia. Y
fue así la cosa que al pasar el padre al lado del calvario plantado
en una encrucijada del camino, una de las finadas, ya en cuerpo
de aparecida, dado el desaguisado provocado por el pastor, se le
presentó al Padre, tirándolo del caballo y dejándolo tullido de
una pierna.

Y fue así que el cura, humillado, asustado y renco, se


propuso planear su venganza tan pronto supo por la fantasma del
sacrilegio cometido en la casa de Dios.

62
De este modo, planeó el cura, debería proponerse al cabrero
un trato para venderle un prado. Y para este trato se hizo valer
de disfraz el curita, convenciendo a un viejo del pueblo de que
se hiciera pasar por dueño del mismo, y que lo pusiera en venta
de forma tal que el cabrero considerase que la compra sería un
gran beneficio para su rehato.

Y como en estos tratos diabólicos suele medrar Satanás,


ocurrió que el cabrero picó en el anzuelo y desenterrando un
viejo tesoro que le entregó un enano ciego, compró el prado para
el solaz de sus rumiantes.

Y un buen día, mientras se encontraba tumbado a la bartola,


el curita, vestido de vieja peregrina, se le acercó para contarle
cómo la iglesia, según unos pliegos que para su escepticismo le
entregó a que leyese, mucho tiempo atrás había mandado
enterrar en cal viva en ese mismo terreno llamado del gólgota a
su abuelo por haber marrado en la fe con sus malas acciones.

Pero quiso el destino que el cabrero, que ya sabía la historia


por boca de su señor abuelo, agarró del pescuezo al arcipreste y
le hizo cavar un agujero en el sitio donde se abrió la zanja
justiciera. Y al abrirla encontró dentro no a su supuesto abuelo,
que había conseguido librarse con artimañas y algo del tesoro
que ahora tenía su nieto, sino una cabra vieja a la que habían
puesto una sotana del cura predecesor del ahora titular de aquel
pueblo.

Y dijo el cabrero, demostrando que aún queda justicia, al


cura malinformado que ahora le tocaría a él, al cabrero enojado,
desvestir al cura para repetir la azaña que los vecinos del pueblo
nunca le habían contado y por eso no constaba en los papeles,
que fue que lo amarró a un árbol desnudo y allí lo dejó hasta que
por sus propios méritos presidió la procesión de las vírgenes que
por allí pasaría al día siguiente.

63
A pesar de tal escándalo, el cabrero siguió en sus trece y
renegado como era, no permitió a sus cabras pasar por delante
de la Iglesia sin orinar sus pilares sagrados.

Y el padre, sufrido y bien astuto, usó la afrenta que a la


iglesia hiciera aquel desalmado para elevarse por encima de
otros padres y llegar al episcopado, cuyo cargo ocupó para que
un buen día la guardia civil se llevara a aquel cabrero preso y le
hiciera meter un báculo por el culo en señal de humillación.

Se sabe que el cura quedó de la noche a la mañana calvo y


decalvado de sus partes pudendas, porque apareció en la puerta
de la iglesia el plano del lugar donde alguien le había atado
como su madre lo trajo al mundo y colgado por los pies de un
árbol.

Nadie puede decir que el mal venza siempre al bien después


de oír esta edificante aventura.

Ocurrió un siglo después la misma historia, pero en vez de un


cabrero, el zafio era un pobre parado y, una vez los clérigos
dejaron de tener el poder que otrora ostentaron, el poderoso pasó
a ser un político incorruptible al uso de los de ahora.

64
II
LA CABEZA DEL LOCO

65
1.

Suena la sirena. Otro día más, ulula la sirena. Ahora vendrán a


buscarme. Temo esa sirena. Despierta siempre a la misma hora y
ellos vienen a buscarme. Sórdidos, desalmados. Vienen siempre a
buscarme. Ahora me llevarán a la sala blanca con olor a
desinfectante. Me llevarán a la fuerza a pesar de mis gritos. Gritaré
más alto que la sirena de la mañana. Me llevarán ante el hijo de
puta ese que manda. Me llevarán a rastras, como siempre. Solo me
quedará la rebeldía de cagarme en los pantalones. Me pondrán la
inyección. Edemérito, estás ya más calmado?. Siiii. Como siempre.
El dolor. La humillación. Hijos de puta.

Mi madre me dejó aquí abandonado. Tantos años aquí y no he


aprendido nada. Ni siquiera sé casi leer. Todo lo que sé lo he
aprendido hablando con los otros internos. Fingiendo idiotez para
que me dejen en paz. Me quieren envenenar con esas inyecciones.
Saben que mi cabeza está habitada por un dios y que daré a luz al
hijo del padre para crear un nuevo mundo. Por eso me hacen tomar
estas mierdas. Me quieren hacer abortar por la cabeza. No me dan
ni un cigarro. Cabrones. Ni me quitan la vista de encima. Ahora
han descubierto que las escupo. Que no las trago de verdad. Que
las vendo luego a los otros locos. Que con esos dineros compro el
amor de Marcelo, ese loco travesti que está solo. Ahora me quieren
castigar. Esos cerdos me van a llevar a la sala de aislamiento.

Siempre hacen recuento a esta hora. Verán que no me he


tomado las grajeas y me llevarán a rastras. No lograré engañarlos.
No lograré hacerlos creer que estoy muerto. Que he comido su
veneno. Que dormiré tranquilo. Que estoy compensado.

Saben que algo pasa por la noche. Me van a descubrir. Ya me


estoy meando en los pantalones. Me darán electroshocks y me
llevarán a la cuarentena. A dormir la mona hasta que crean que he
vuelto al estado de calma.

66
Me quieren matar el hijo que llevo en mi seno cefálico. El dios
que lo cambiará todo. Ellos saben que cuando suba al trono y me
pregunte será el juicio final y ellos no estarán justificados, serán
los primeros en arder en la hoguera del infierno. Pero antes les haré
sajar los ojos con una hoja de afeitar, para sacarles la vista y
hacerlos sufrir. Vivirán ciegos durante trescientas noches, como
ellos me han tenido a mí, y un ángel exterminador les atizará con
una daga cortándoles los dedos de las manos de uno en uno. Luego
serán arrojados a los leones para que los devoren en el fuego
purificador. Luego vendrá el fin del eón presente con todas sus
pomps y el reino de los inocentes que nunca nos manchamos de
pecado.

67
2.-

Aquí, desde mi guarida secreta del manicomio, transmite para


todos ustedes Edemérito Pisán, prisionero en una cabeza
amortajada por las pastillas que le dan los cuidadores. Prisionero
de una cabeza que está prisionera en un manicomio. Prisionero en
una ciudad caduca que tiene amordazada a su cabeza. Prisionero en
un mundo que es puro despropósito.

Transmite el atrueno de mi presencia para anunciar a todo el


universo que se está cambiando el mundo. Una metamorfosis
completa. Nos convertiremos en ondas puras y nada más que
ondas. En mera energía. Únicamente en voz telepática. En idea
pura. En abstracción de las abstracciones.

Ya se ven los primeros síntomas de la metempsicosis. Se


empieza a derretir la tierra. Los polos y las nieves se deshacen. Se
deshace la capa de ozono. Se deshacen las relaciones humanas.
Dejan de ser tangibles y se vuelven virtuales las relaciones
sexuales. Nuestro mundo se puebla de aparatos de voz, de sonido,
de imagen. Somos solo voz. El cuerpo ya nos sobra. Las
enfermedades principales son rechazo del cuerpo, malestar con
nosotros mismos. Nuestro pensamiento consigue mover los
aparatos sin usar de las manos. Pronto seremos solo voz. Pronto
nos libraremos de esta cárcel propia que nos amarra.

Amigos, preparaos para el día final, cuando el mundo se


desmaterialice. Cuando solo necesitemos alimentar nuestra
comunicación como los dioses.

Estamos preparándonos para esa emigración que nos libre de


esta cárcel que habitamos. La cárcel de un mundo sin sentido. La
cárcel de los demás. La cárcel de nuestros propios cuerpos. La
cárcel de nuestras cabezas. La cárcel de nuestras ideas. La cárcel
de los cuidadores.

68
Suenan las sirenas, lo que quiere decir que se acaba el tiempo
de esta transmisión. En diez minutos apagarán la luz y, como de
costumbre, vendrán a cerrar y me sacarán de aquí. Tenemos
únicamente diez minutos para decir todo lo que hay que decir, no
perdamos el tiempo, porque el mensaje es urgente.

El mundo está a punto de su transformación, de la implosión


que lo vuelva de nuevo vacío y se derrita como un helado. Aquí
seremos los testigos privilegiados del fin del mundo conocido y
radiaremos desde el primer toque de trompeta hasta la parusía
final.

Desde esta radio emitimos para acompañar vuestra


peregrinación liberadora. Primero será el fuego que nos ciegue,
luego el calor que nos derrita y por último la tiniebla y la ausencia
de toda forma, en la que viviremos telepáticamente en el éter,
como almas puras, como verdaderos dioses, libres ya de todo lo
que nos oprime y nos ata.

Cuando llegue el momento viviremos como meras oscilaciones,


comunicándonos de forma simple y directa, como mero
pensamiento y como pura comunión de pensamiento, porque el
pensamiento no tiene materia y será capaz de traspasar el agujero
negro que colapsará nuestro mundo.

Pero para pasar el tránsito en esa espesura tendremos que


transitarlo unidos, debemos seguir hablándonos para reconocernos
en la voz, para seguir juntos. No podremos parar porque si paramos
nos dispersaremos y nos perderemos sin saber encontrar el confín
del colapso. Debemos esforzarnos desde ya por la comunicación
telepática, para entablar nuestra comunicación sin que los
carceleros la detecten.

Como puro acto de pensamiento.

69
Hoy vivimos prisioneros de una cabeza, fuera de nuestros
propios cuerpos, enajenados de nuestra materialidad. Luego
viviremos en estado puro. Sin cárceles ni manicomios.

Edemérito Pisán, el vidente de las ondas, transmite este


momento para daros consuelo.

Llamad a esta cadena para compartir vuestras incertidumbres.

Llamad antes de que ellos vengan a por mi y me vuelvan a


poner la camisa de fuerza. Ya los oigo llegar. Ya vuelven porque
creen que estoy loco. Porque creen que con sus pastillas me pueden
acabar de envenenar. Me oiréis chillar y será la señal para salir de
nuestras cabezas y para rebelarnos a estos carceleros inmundos.

70
3.-
Edemérito, maldito. Yo te maldigo por tu mala fe. Ayer
prometiste un programa sobre la amistad y nos estás mortificando
con tus manías del fin del mundo. Nos has congregado para
timarnos con tus obsesiones. No quieras enloquecernos más con
tus bobadas. No asaltes nuestros pensamientos con tus miedos y
tus mentiras. ¿O es que quieres que te vuelvan a reducir a mierda
los cuidadores?

Edemérito, viejo cabrón, has vuelto a difamarme. Yo no te


sodomizo. Te voy a joder cuando te vea. Tú no compras mi amor y
yo no soy un travesti. Voy a partirte las piernas en cuanto te pille.

Salid de vuestras miserias, locos de atar. Aquí no somos nadie,


eso es lo que os estoy contando todo el día. Sólo somos unas
piltrafas que se mueven medio podridas en este maldito hospital.
La voz, la voz que sale por este tubo y que es lo más importante de
nosotros mismos y nuestra única verdad, es la que nos hará libres.
Solo somos voces que gritan su horror aquí. Voces que flotan en el
aire y que tal vez capten otras gentes en sus aparatos. Somos
capaces de salir de aquí por nuestra voz y la magia de esta radio es
que puede hacer reales nuestros sueños. Aquí tienen presos
nuestros cuerpos de locos, pero en la radio se hacen libres nuestras
ideas de seres nuevos. Por eso aspiramos a salir de este galpón de
heces.

Edemérito, estás mal de la cabeza y nos quieres enloquecer a


nosotros. Vete a la mierda de una vez y calla la boca.

Calla la boca tú, Porfirio López, y deja de jodernos la vida con


tu realismo y tu mortificación. Si mataste un hijo y no te lo
perdonas, jódete, no haberlo matado. Si te puso los cuernos tu
mujer y no haces sino hablar de la suciedad, es porque tu mente
está sucia, porque tu ex quedó limpia y como nueva desde que se
duchó, que hay manchas que las borra el agua y el jabón, capullo.

71
Te gusta hacer sufrir con tus manías, pero la verdad es que esto
es una prisión de locos, donde todos estamos atrapados. Yo, tú,
todos nosotros no somos sino pobres diablos obligados a pasar por
el aro. Somos capaces de destruirnos, todos lo sabemos, y por eso
nos han traído aquí, donde nos controlan hasta los cigarrillos que
fumamos. Al menos no nos mortifiques tú con más fantasmas.

Al menos somos un manicomio mixto y lleno de licencias,


porque yo vengo de otro que era el terror. Ahí gobernaba el palo y
las camisas de fuerza y nos comían las chinches y las misas.

No, amigos, aquí somos locos porque así nos llaman. Nos
comportamos como locos porque así se espera de nosotros.
Vivimos fuera de nosotros, en la pura idea, pensándonos como
locos, viviendo como si no tuviéramos cuerpo, en la nada, en la
ceguera, en la oscuridad. Por eso que la radio inventa otro mundo,
un mundo liberado de la materia, donde podemos volar como
pájaros porque solo somos nuestra voz.

¿Y piensas que inventándote el fin del mundo estás dándonos la


libertad de este manicomio?

El fin del mundo es el fin de este mundo que nos desgracia y el


principio de nuestra salvación.

Cuando te descubran los celadores estarás de nuevo perdido, te


llevarán a otro lugar y se acabará el experimento de la radio. ¿Por
qué no vuelves a las canciones de siempre?. Ellas también nos
sacaban de aquí y nos servían de bálsamo.

Edemérito, cabrón, me has difamado y te voy a matar. Yo no


soy un carnudo desorejao. Te has atrevido a enmierdarme en las
antenas y ante todo el mundo.

Yo no te he hecho nada, Cristóbal, es tu cabeza llena de rarezas


la que te vuelve loco. Tu oyes voces, pero no son las voces de la
radio las que escuchas, sino unas voces tuyas, llenas de ruido

72
vacío, que son las que te enferman. Para ti sí sería salvación que el
mundo se acabase y te dejase descansar. Aunque te murieras del
pasmo y no volvieras a despabilarte.

Yo no quiero el fin del mundo. Me hace mal pensar en ello. En


que todo se acabe y no logre salir de aquí nunca. Quiero salir y ver
a mi hija. Ya será mayor. Tiene dos hijos. Ella no me conoce, me
da vergüenza que sepa que tiene una madre loca. Pero tengo una
foto suya con los niños. Me la envió mi hermano. Yo no quiero el
fin del mundo, sino curarme. Y tú con tu radio no me ayudas. Solo
me llenas de rabia.

Si no aspiramos a salvarnos de este mundo no hay nada que


hacer, amigos. No vale con salir de este manicomio. ¿O es que
creéis que fuera las cosas son distintas?. Fuera también estamos
condenados a la locura. Sólo el fin del mundo, el nuevo eón, el
acabóse de todo, puede servirnos. Y solo en la cabeza de los locos
es posible que esto ocurra de una vez. Nuestra cabeza es como un
catalizador. Si todos, a la vez, pensamos en ello y lo queremos,
tendremos la energía para ordenar al mundo su fin. La realidad se
hace en las cabezas sumisas. Nuestras cabezas deben vencer a la
realidad y matarla.

Edemérito, no hay quien te entienda. Eres el loco menos loco


que conozco. ¿Tú qué haces aquí, aparte de tirarte a las locas
cuando quieres y de robarnos los cigarros?. Creo que eres uno de
esos chivatos que usan los celadores para saber a quién deben dar
sus pastillas adormidera.

Yo no quiero nada de vosotros. Locos de mierda. Solo os daba


una ilusión por la que apostar. Si no queréis, dejad de escuchar la
radio. O hacedla vosotros.

73
4.-

Amigos, os habla Edemérito Pisán emitiendo la voz de


nuestras voces, un programa de nuestra radio experimental en el
centro de internamiento psiquiátrico de Nueva Conformidad, la
ciudad de los locos.

Aquí abro el micro a vuestras alucinadas ideas, porque sólo


de la boca de los locos sale la razón y la verdad. Dejadlos venir a
mi, dijo uno de los más rematadamente chiflados, y por eso aquí
os abrimos el micro para que a la cara gritéis al mundo nuestra
verdad enloquecida.

Edemérito, Soy la Ana Rosa y quiero denunciar la farsa del


mundo. El mundo se acaba por culpa de los cuerdos. Ellos en su
cordura están destruyendo el planeta. Que si hambre, que si falta
de pretolio, que si encarestiamento de alimentos, que si aire
contaminao, que se tal y que si cual. Ellos, los cuerdos, rigen el
mundo y lo llevan a la pernición. La cordura es una mierda. Nos
van a matar a todos como a cucarachas. Ya va siendo hora de
comportarse como gente decente y desobedecer a los siesos.
Cuanto más cuerdos más cabrones. Empezando por los jefes y
así hasta le más jefe de los jefes y tos pa atrás. Todos sus
intereses tienen una explicación mu explicá, demasiao explicá,
llena de cifras y datos orjetivos. Hasta cuando hacen la guerra
todo es cabal. Todo justifica todo. Pero vamos de peor en peor y
nos van a acabar jodiendo.

Edemérito, yo me corté las venas por un desamor. Cuando


salí del bajón me habían abandonao mis hijos, mi pareja. Estaba
sola. Enloquecí. Quise rehacer mi vida pero caí en manos de un
pirado sádico. Sin medios, pobre, mis hijos me olvidaron porque
no los pude comprar como el cabrón de su padre. Todo eran
reproches. Caí en la locura y por eso estoy aquí. Por eso quiero
proclamar a los oyentes la impudicia del amor. Nada vale la

74
pena. Unos polvos y luego esos lodos. El dolor de una madre
nunca acaba. Pero yo sigo luchando por esos hijos robaos y pa
recuperarlos y recuperar mi vida y darme una oportunidad.
Cuando salga de aquí ya restablecía iré a decir a esos hijos
olvidados que nunca los he olvidao en mi vida y los llevo en mi
puro corazón y que es el momento de volver a empezar, de
darnos lo que la mala suerte nos quitó.

Cómo pretendes que esos hijos tuyos, ya a su edad, quieran


rehacer algo que nunca fue nada. Ellos no tienen ni tu interés ni
tu ilusión. No se puede recuperar el tiempo, que es lineal. Lo
pasado no regresa. Tú para ellos eres una mala madre y ellos
para ti un experimento. Los quieres usar, como siempre.

¿Quién eres tú para hablarme tan desalmao?

Soy un loco como tú, pero no por loco voy a dejar de tener
razón. No hay más que verte para verte venir.

Que te den.

Ya me dan. Como a todos aquí. Pero no cambia las cosas.

Por qué seguís parloteando vuestras miserias. Todas nos las


conocemos ya. Anda que no las habéis contao una y otra vez.
¿Sabéis lo que os digo? Que el recuerdo de vuestra mala vida es
la cadena que os ata a este sitio. Si pudiéramos olvidar...

Olvidar, precisamente es lo que no podemos.

Pero sabemos que podemos inventarnos nuestro pasado,


como hacen los cuerdos. ¿Por qué seguir sufriendo?

Por qué va a ser, Indalecio, porque nos hace felices.

75
¿Cómo vamos a ser felices aquí encerraos y trataos como
pura mierda? Todos sabemos que no pintamos nada. Que este
mundo nuestro del manicomio es como si no existiese para los
demás. Que somos un paréntesis en la sociedad. Ellos ni nos
tienen en cuenta. Somos el convento de los locos, donde
rezamos nuestros sufrimientos. Apartados del mundo.

Yo una vez sí que fui feliz. Fue un instante fugaz. Duró poco,
Pero me mantiene en pié, como los cigarrillos que le robo a
Aurelio. Fui feliz pero no recuerdo por qué. Me echaron mal de
ojo. Pusieron la pata del pollo atada a una cuerda y con eso me
emponzoñaron la vida. No pude tener hijos. Cada vez que lo
intentaba , miraba la pata de pollo y se acababa todo. Lo he
intentado tres o cuatro veces. Pero nada ha valido. Solo el último
intento estuvo a punto de salir bien, cuando tiré la pata de pollo
al váter. Allí casi sí. Me falto decisión pero casi sí. Luego sufrí
radiaciones. Alguien me daba radiaciones. Me perseguían y me
daban constantemente radiaciones. Por donde iba me perseguían.
Era insoportable. Se turnaban para perseguirme. Me perseguían
por toda la ciudad. Era un acoso. Yo notaba su agobio. Me
perseguían por manía. La puta de la vecina. Ella me deseaba
pero como no quise tener un hijo con ella me hizo el mal de ojo.
Y luego me embrujó para que todo me saliera bien. Toda la vida
me había ido bien, pero desde hace veinte años no me sale una a
derechas. Por la puta de la vecina. Me mandaba los espías y me
daban los calambres. Me daban chispazos que me dejaban en el
puro desgarro. La puta madre que la parió. Menos mal que
encontré el antídoto. Cuando cargué la pila en el pantalón.
Contrarrestaba los maleficios y les hacía cortocircuitos. Yo
notaba cómo se revertía el mal y ellos sufrían los calambres.
Pero cada día le daban más intensidad a las radiaciones y tuve
que cargar más pilas. Luego me tuve que aislar con papel de
aluminio. Era un sinvivir, porque ellos estaban dispuestos a
todo. Tuve que matar al gato de la vecina. Era una advertencia.
Era un gato embrujado. Al envenenarlo le salió el alma gatuna y
me poseyó. Entonces es cuando vine aquí, porque no podía

76
aguantar más. Aquí he sido muy feliz siempre. Gracias a los
cuidadores he dejado de maullar. Y como comida humana otra
vez. Y estoy a punto de tener un hijo. Todos los locos de este
manicomio serán sus padres. Se lo merecen porque son buenos y
me cuidan también.

Y tanto que te cuidan cuando te ponen a cuatro patas y te


abusan.

No seáis cerdos. Si se enteran los cuidadores nos traerá


problemas.

¿Qué problemas que no tengamos ya podemos tener?

Pues por ejemplo que os lleven a la sala blanca. O que os


reduzcan a observación.

Sólo conozco uno que haya estado allí. Edemérito, el locutor.

77
5.-
Amigos, retransmite Edemérito. Ya sabéis que hoy es el día
equis del fin del mundo anunciado. Preparaos para la salida. Nos
vamos y dejamos a estos cabrones aquí, penando y padeciendo.
Yo ya me voy, me voy antes a preparar el camino, porque para
llegar al destino tenemos que trasmigrar de nuestros cuerpos y
evanescernos. Me esfumo y quedo en el aire flotando para
esperaros. Este aparato de radio será nuestro comunicador. El
nos pondrá en contacto a vosotros y a mi. Me quedan cinco
minutos. Voy a radiaros los últimos cinco minutos, la despedida.
Ahora me he tomado un elixir de pastillas. He juntado todas las
que he ido ocultando en estos quince días. Ahora me las trago.
Ya digo que el mundo acaba en un poco de tiempo. Debemos
seguir hablando, hablando todo el rato. Lo primero que se nos
ocurra. Sin pensar. Solo la voz. La voz es el faro. Hay que
guiarse por la voz. No hace falta inteligencia. Salimos de este
mundo de solo tres dimensiones y por eso la inteligencia
desaparecerá en el camino. Pero no la voz. Sigamos hablando,
será nuestra forma de ser. El mundo se acaba, se muere, hoy es
el día anunciado. Seguid hablando. Seguid gritando, gritando
para guiarnos en un mundo de ciegos. Seguid gritando. Es
nuestra venganza. Nos vamos de aquí. Nos vamos a ser libres,
porque para ser libres debemos dejar de pensarnos. Debemos
dejar de vivir,. Debemos saltar la frontera del tiempo y del
espacio. La materia vuelve a sus cauces, se repliega,
desaparecerá, se hará mera fluctuación de onda, mera oscilación,
oscilación lenta, se frenará la gravitación. EL colapso. Se enfría
el universo. Se congela. Se llena de vacío. Se jodió todo.
Estamos en el otro lado. Seguid hablando, gritad. Gritad. Gritad
cabrones, no os oigo. Os espero al otro lado Os estoy esperando.

Transmite Edemérito Pisán desde el otro lado.

78
Mi nombre es Edemérito Pisán. Nombre, dicho sea, que me
pusieron en mi propia vida de vivo, cuando nací. No sé por qué
el supuesto nombre o de donde lo sacaría mi familia. No lo he
encontrado en personas de mi vida de vivo ni ahora que estoy a
la otra orilla y tengo todo el tiempo para escuchar los susurros
de la nada.

79
III
EL INVENTOR DEL HOMBRE DE PALO

80
testamentum

Me dicen Juanelo Turriano. Nacido en Roma. De condición y


nacimiento pobre pero ingenioso. Mucho corrí por las cañadas y
vías de este mundo. La inclemencia del viento y de la nieve me
curtieron el ánimo y me hicieron recia la alma. Luego, por
merced de un mi tio cura, pude estudiar algo y ahora, ya leído y
de no poco ingenio, he podido inventar algunas máquinas que,
espero, aliviarán la vida de los semejantes.

Tuve un sueño que es un sueño común a nuestra raza: el


sueño de volar con la firmeza de un pájaro. Y a fe mía que el
invento fue utilísimo y está destinado al asombro del género
humano. El Comandante Álvarez lo tiene custodiado en el
Alcázar, porque dice que es alto secreto militar. Bien que se
asombró cuando me lancé desde el altozano y surqué el cielo,
hasta más abajo del Tajo allá por las huertas de la Berzosa.

Ahora, muerto el rey Carlos y cumplido el encargo de


Gregorio XIII, me he vuelto a este Toledo desgraciado para
acabar aquí mis días.

Cuando inventé el cristalino pude entender el mundo que


vivimos y su fin probable, y que aquel mundo nuestro es sólo un
mundo entre otros muchos que a la vez existen. Y que unos y
otros se comunican por una energía secreta que los hace
comulgar en la armonía del cosmos.

Y que dichos mundos, al unísono, son obra de un mismo


relojero, o inventor, que no tiene forma ni causa ni es posible
nombrarlo, pues es más propiamente una ley de la naturaleza
que ordena y desordena cuanto es.

Y vide que dicho relojero, o dueño, en realidad es un


asombroso inventor que agora se llama y encarna en Juanelo

81
Turriano, aquí presente, que ha soñado dichos mundos y los ha
dotado, como buen relojero en que se precia, de sus propio
engranajes y muelles y esferas para que así compuestos
funcionen con toda cabalidad.

Y deste modo vide el fin del mundo, cuando el mundo sea


tan diferente al que agora videmos, que tales cambios y las
muchas máquinas que lo pueblen causará asombro, cuando un
tal Edemérito Pisano, descendiente de gentes de un país próximo
al de mi nacimiento, predique el fin del mundo y encuentre el
modo de transitar a otro mundo distinto, una vez este que agora
es nuestra morada se extinga en grave cataclismo.

Yo, Juanelo, lo vide y lo calculé con el método que me llevó


a construir el cristalino. Y como la dicha máquina permite ver
los movimientos celestes y comprobar el firmamento entero,
vide en el mismo cómo el mundo y los otros mundos ibánse
moviendo y de qué modo, y como es que se comunicaban unos y
otros.

Y pude ver que estos mundos eran todos fruto de un


pensamiento que se iba dando, y que en la misma porción que yo
iba pensando la historia del mundo, este iba sucediendo, sus
protagonistas iban naciendo y viviendo y muriendo y así que el
mundo era fruto de la mi cabeza, y que podía no ya observar,
como antaño los astrónomos, lo que iba a suceder o, como los
videntes, lo ya sucedido, sino también modificarlo, y crearlo, y
borrarlo de un plumazo.

Mas luego, observando mis cálculos sobre el tiempo, pude


ver que este es posible transirlo de arriba abajo, de su pasado a
su futuro, y que cualquier hombre que quisiere y supiere cómo,
podría arribar al momento en que Alejandro conquistó la Persia,
o retornar a su propio tiempo, o, puesto en ello, llegar al tiempo
en que el hombre pisará la luna con su propio pié.

82
Y vine a descubrir que es la voz el medio por que el hombre
viaja. Que es el pensamiento el vehiculo que usar puede para
irse y volver de uno a otro tiempo.

Y para mayor asombro conseguí ver que el nuestro mundo y


los otros que componen nuestra dimensión comprensible no son
sino una partícula de otro mundo más grande, del que son un
mero átomo, porque otros mundos mayores los abarcan, pero
estos son inaccesibles sino por la razón para nosotros, que no
podemos ni para ello tenemos vehiculo, ir a aquellos de los que
somos mera partícula.

Y así fue que inventé un aparato transmisor de la voz, con el


cual aparato pretendo agora ir por el futuro y el pasado haciendo
vibrar mi voz en el mismo para poner en vida propia a
Edemérito y a los otros personajes que han de protagonizar los
momentos y las acciones que la historia nos depara.

Yo, Edemérito, de quien los niños de este callejón se ríen


porque me hago acompañar por un autómata de palos que los
ahuyenta de mi cobijo, doy en este escrito fe de mi
descubrimiento, y narro los últimos tiempos que sucederán con
la precisión con que los vide cuando al futuro viajé y pude, con
asombro, observar cómo será el final de nuestros días.

Mas no quiero acabar este pliego sin advertir que otros tantos
hombres, cada uno con su propia ánima, están agora inventando
otros mundos con su pensamiento y creando con ello la fértil
comunicación de unos y otros, pues en realidad no somos sino el
pensamiento de otros que nos están pensando, la voz que nos
dice y otros dicen, la fragilidad de una brizna que puede ser o no
ser.

83
In principia erat vermbum

Yo, Trecenzonio, tras la conquista de los moros de toda la


Hispania, viajé angustiado hacia el noroeste y hallé que toda la
Galizia estaba despoblada.

Llegado al faro de Brigantium, ví por azar una isla flotando


en el mar y que lo atravesaba presurosa. Y no con poco esfuerzo,
pude arribar a ella, y allí, para mi sorpresa, encontré la mayor
abundancia y exhuberancia que podría caber en cabeza humana.

Y en el santuario que allí había, que de Santa Tecla era, pude


ver como el tiempo estaba suspendido y cancelado, y el rumor
de las fuentes y las aguas, y el piar de los pájaros y aves, me
hicieron embelesarme hasta casi perder por completo la noción
de mi propio cuerpo.

Y pasados unos minutos caí en la cuenta de la misión con


que había ido recorriendo el mundo y que era hora de partir. Y
así que salí de aquella isla quedé sorprendido por el gran número
de villas y del gentío que poblaba esa parte del mundo unos
minutos antes despoblada por completo. Y supe que los moros
habían abandonado la tierra y que esta parte del mundo la
gobernaba el emperador Felipe, muerto su padre Carlos, y
marché a contar el grave prodigio que acababa de sucederme, y
es que llegado a Toledo, donde se encontraba el rey, di con un
tal Turriano, inventor afamado, que había diseñado al parecer las
campanas del monasterio que en la sierra de Segovia estaba
haciendo el maestro Herrera, y éste Turriano me contó como es
que la palabra es el principio de todo, tal como lo acredita la
escritura, aunque a mi parecer este Turriano no fía mucho de la
doctrina y no dice verbum como alegoría del Supremo Ser, sino
que tiene excéntricas ideas sobre el mundo, del que cree creador
a su propio pensamiento, y es por esta razón que vengo a este
despacho a comunicar la heterodoxia del extranjero Juanello

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Tuninensi, aquí sobredicho Juan Turriano, que según me indicó
para mi perturbación, sabe que yo le iba a denunciar a su señoría
y dice que sabe el día que partirá al otro mundo y que
conservará la voz para guiarse en el tránsito a un estado del ser
más perfecto, y que viajará al futuro cuando quiera y se pondrá
de nombre Edemérito de Pisa y se vengará del mundo que agora
le niega la fama que merece haciendo finar el susodicho.

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Anima mea
Llegado al atrio de la Iglesia de San Román pude ver cómo
los vecinos de la villa pujaban y ponían en una mesa, que allí la
decían pedra das almas, trozos de carne y bollas de pan para que
las comiesen las almas del purgatorio, y dicen que algunos de
ellos susurran y hablan a los vivos, y que van en grupos unidas
precedidas de la niebla y murmurando sus lamentos y sus ciutas
y que alguna de las almas del purgatorio, una vez finado el
dueño, antes de irse para el otro barrio vuelven a la tierra para
despojarse de sus ropas humanas, y que entonces es cuando,
para guiarse, van cantando y parloteando y es por ello que si en
el camino se oyen murmullos sin que se vea a quién pertenecen,
es que topaste con un alma del purgatorio.

Y dicen por aquí que un día vino un forastero vestido con un


hábito negro, y que pidió a un vecino que le rasgase los ropajes,
pues le oprimía el corazón. Y el vecino accedió y le rasgó las
ropas y el forastero se esfumó como una exhalación, dejando un
horrible olor a azufre.

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Finis terrae

El hombre, amagado por la vida, perdió sus recuerdos. Los


perdió porque eran amargos. Fue su estrategia de superviviencia.

Entonces dejo de soñar. ¿Para qué soñar si los sueños traen


recuerdos?

Dejó de soñar y se olvidó de su pasado.

Y dejó de sufrir.

Y leyó que vivíamos en el mejor de los mundos, en el único


posible, y que se había realizado ya cuanto podía esperarse del
mundo.

Y dejó de preocuparse.

Pero curiosamente dejó también de sentir. Notó como sus


sentimientos se iban anquilosando. No le eran necesarios y,
además, los sentimientos podrían traer nuevos sufrimientos.

Y cuando dejó de recordar y dejó de soñar y dejó de sentir se


veía tranquilo.

Un buen día, al mirarse al espejo, cayó en la cuenta de que no


se acordaba de su nombre, ni de su edad, ni de su número de
movil. Ni de su cumpleaños, ni del nombre de sus padres.

No recordaba nada.

No vivía en su cuerpo.

No estaba en el mundo.

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No era nadie.

Entonces enchufo la televisión, porque aunque no recordaba


su nombre, ni lo bien que le hacía quedarse escuchando su
runrún sin ponerle cuidado, algo, el instinto tal vez, le impulsó a
encenderla.

La fuerza de la costumbre le hizo quedarse mirándola.

La pantalla estaba vacía. Pero él no se sorprendió, porque no


tenía recuerdos.

Sólo sonaba un ruido que ni siquiera era un argumento.

Y así se quedó tieso, mirando sin mirar, hasta que unos


policías lograron entrar en su casa y cerrarle los ojos.

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