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Fernando Aínsa
“El mejor cuento uruguayo es el Uruguay mismo”, afirmó entre irónico y
provocador el antólogo de una selección de Narradores uruguayos que
publicó la editorial Monte Ávila de Caracas en 1969. La verdad es que
detrás de esa boutade, el crítico Rubén Cotelo proponía una descarnada
visión del país cuya cuentística contemporánea presentaba: una nación que
había sido modelo —la llamada “suiza de América” donde se había acuñado
el inefable “como el Uruguay no hay”— estaba en crisis. Serios conflictos
sociales y políticos la sacudían; la juventud sólo pensaba en emigrar; los
uruguayos eran pesimistas; el futuro, incierto. Sin embargo, su literatura
existía.
En efecto, pese a la crisis rampante que desembocó en junio de 1973
en un golpe de estado, el Uruguay era un país con una sólida tradición
cultural y civilista, alfabetizado, orgulloso de sus generosas leyes sociales y
de la obra de los poetas y escritores del 900: José Enrique Rodó, Delmira
Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Horacio
Quiroga, Florencio Sánchez. Gracias a esta tradición fuertemente
implantada en el imaginario popular pudo resistir a una dictadura opaca y
gris de la que se emergería con heridas penosamente cicatrizadas al
restablecerse la vida democrática en 1985.
Tradición cultural sólida, pero reciente en el tiempo. Alberto
Lasplaces, compilador de una Antología del cuento uruguayo publicada en
1943 había recordado, a su vez, que durante el período colonial Uruguay, a
diferencia de otros países latinoamericanos, no había sido más que “una
inmensa estancia” donde se multiplicaban en libertad vacas y ovejas y que la
primera novela uruguaya —Caramurú de Alejandro Magariños Solsona—
se había publicado recién en 1848… ¡en Madrid!
Pese a que el cuento es un género que se confunde con los orígenes
de la humanidad y está presente en todas las civilizaciones, hubo que
esperar hasta fines del siglo XIX para leer cuentos uruguayos de auténtica
proyección literaria, más allá de una tradición oral presente en sus campos y
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del costumbrismo de sus cronistas decimonónicos. Entre ellos figuran los de
Eduardo Acevedo Díaz, autor de novelas históricas fundacionales de la
nacionalidad.
Con la eclosión de la Generación del 900, Julio Herrera y Reissig
(reconocido como poeta, pero autor de originales relatos), Roberto de las
Carreras, Ernesto Herrera, Javier de Viana, Carlos Reyles irrumpieron con
una intensa producción que afianzaría un género del que Horacio Quiroga
sería el mejor artífice y teórico. Su dimensión americana ha dado al
Uruguay un indiscutido lugar en la cuentística de lengua española. Sus
temas centrales —el amor, la locura y la muerte, que dieran título a uno de
sus volúmenes de cuentos— han marcado una literatura que le sigue siendo
tributaria.
Entre el crudo realismo de corte naturalista y el modernismo se
dividió la narrativa del período siguiente, poco a poco insertada en el
americanismo raigal que fue prevaleciendo en la obra de Enrique Amorim,
Francisco Espínola y los “gauchescos” Serafín J.García, Juan José Morosoli,
Santiago Dosetti y Julio Da Rosa. En forma paralela —y a partir de la
cuentística de tema urbano de José Pedro Bellán y, posteriormente, de Mario
Benedetti (Esta mañana, 1949; Montevideanos, 1959)— se abrieron las
fisuras en el realismo tradicional a través de las cuales el absurdo, lo
insólito, lo “raro” que puede descubrirse en la vida y los gestos cotidianos
penetró en la ficción de la que el Uruguay ha dado singulares ejemplos. La
mirada oblicua y sesgada, el ángulo inesperado para un punto de vista que
puede ser desconcertante, se instalan en una narrativa a la que no es ajena la
falsa indiferencia que apenas disimula la piedad en los relatos de Juan
Carlos Onetti o la lúcida intransigencia de Carlos Martínez Moreno.
Por su originalidad, al margen de la tradición literaria
latinoamericana realista o puramente fantástica, en esta Antología hemos
privilegiado esta línea de expresión de la que Felisberto Hernández es su
paradigma y en la que se inscriben los relatos seleccionados de Julio Ricci,
Mario Levrero, Cristina Peri Rossi, Hugo Burel, Leonardo Rossiello y que
trasciende en la alucinante alegoría de Alfredo Alzugarat, Exterminio. Todos
ellos saben descubrir el resquicio gracias al que la parodia nos da un atisbo
de grotesco o el toque de locura que puede insinuar la genialidad. En todo
caso, la ambigüedad garantiza la calidad.
Abierto a la modernidad literaria y a las numerosas influencias de la
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literatura universal, el cuento uruguayo si bien no se caracteriza por su
folklorismo, puede reflejar —como en el relato Una desgracia con suerte de
Milton Fornaro— la mejor tradición gauchesca releída por Mario Arregui
en los años sesenta y por Mario Delgado Aparaín en los noventa, reflejada
en el iluminado prisma del mejicano Juan Rulfo y que nos atreveríamos a
llamar narrativa “neogauchesca”. Del mismo modo, la fina observación con
que un reconocido poeta, Washington Benavides, traza un acerbo apunte —
Reality show— sobre la irrupción del mundo virtual y distorsionado de la
televisión en un hogar desquiciado, demuestran como la realidad supera la
ficción en el marco del cuento que la refleja. En el equívoco que subyace en
Dime tu secreto de Teresa Porzecanski, se adivina la inmensa necesidad de
ternura de una mujer madura y solitaria, lo que no es privilegio de una
montevideana que acude a un baile seducida por una cita radial, sino parte
de una aterida condición humana universal.
Porque la cuentística uruguaya, como la sociedad misma que refleja,
es abierta y cosmopolita, no sólo por su origen (se dice que los uruguayos
descienden de…¡los barcos!), sino obligada por las circunstancias de exilios,
emigraciones forzosas o voluntarias. Parte de los escritores contemporáneos
seleccionados han vivido o viven fuera del país —Tomás Stefanovics en
Alemania, Silvia Larrañaga en Francia, Leonardo Rossiello en Suecia,
Andrea Blanqué y Cristina Peri Rossi en España— otros han hecho de la
itinerancia un modo de vida compatible con su indiscutible condición de
uruguayo como Rafael Courtoisie, autor de un volumen de relatos titulado
justamente Sabores del país. Todos, de un modo u otro, aquí o allá,
demuestran la vigencia de un género que, si bien hunde sus raíces en el
tiempo, ha sabido renovarse en las últimas décadas.
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Gabriel Peveroni.
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BIBLIOGRAFIA BÁSICA
Aínsa, Fernando. “La alegoría inconclusa: entre la descolocación
y el realismo oblicuo”, El cuento hispanoamericano visto desde
Europa, coord. Carmen de Mora, Cuento en red, 4, México, otoño
2001.
Antología del cuento uruguayo, Alberto Lasplaces (introducción y
selección), 2 vol., Montevideo, Claudio García, 1943.
Antología del cuento uruguayo contemporáneo, Arturo Sergio Visca
(compilador), Montevideo, Universidad de la República, 1962.
Cuentos por uruguayos, Walter Rela (selección), Montevideo,
Graffiti, 1994.
Díaz, Eduardo Acevedo. Cuentos completos, (Edición Pablo Rocca).
Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1999.
El cuento uruguayo: de los or’genes al modernismo,
Emir Rodr’guez Monegal, pr—logo y selecci—n. Buenos
Aires; Universitaria de Buenos Aires, 1965.
El cuento uruguayo, Montevideo, Ediciones La Gotera, 2002.
El cuento uruguayo, 30 narradores de hoy, Jorge Morón
(compilador), Montevideo, Ediciones de la Gotera, 2003.
La nueva narrativa, Montevideo, Capítulo Oriental 38, 1969.
Narradores uruguayos, Rubén Cotelo (introducción y selección),
Caracas, Monte Ávila editores, 1969.
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