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MAESTRO …
Y la mujer repuso:
-Busco una aguja que he perdido en mi casa, pero como
allí no hay luz he venido a buscarla junto a este farol.
El sadhu pobre no perdía ocasión para importunar el sadhu rico y mofarse de él. Se le acercaba y le
decía:
Mi renuncia sí es muy valiosa y no la tuya, que en realidad no representa renuncia de ningún tipo,
porque sigues llevando una vida cómoda y fácil.
Un día, de repente, el sadhu rico, cuando el sadhu pobre le habló así, replicó tajantemente:
Ahora mismo, tú y yo, nos vamos de peregrinación a Gangotri (fuentes del Ganges) como dos sadhus
errantes.
El sadhu pobre se sorprendió, pero tuvo que acceder a peregrinar para poder mantener su imagen.
Ambos sadhus se pusieron en marcha y un tiempo después, súbitamente, el sadhu pobre se detuvo
y, alarmado, exclamó:
-¡Dios mío!, tengo que regresar rápidamente.
En su rostro se reflejaba una expresión de ansiedad.
¿Por qué? -preguntó el sadhu rico,
Porque olvidé coger mi escudilla y mi piel de antílope contestó el sadhu pobre.
Y entonces el sadhu rico le dijo, sin dejar de sonreír:
Te has burlado durante mucho tiempo de mis bienes materiales y ahora resulta, curiosamente, que
tú dependes mucho más de tu escudilla y tu piel que yo de todas mis posesiones.
Pleito a la Luz.
La oscuridad pensó que la luz cada día le estaba robando mayor
terreno y entonces decidió ponerle un pleito. Así lo hizo y llegó el día
fijado para el juicio. La luz llegó a la sala antes de que llegara la
oscuridad. Allí estaba el juez y los respectivos abogados.
Esperaron y esperaron. La oscuridad estaba fuera de la sala, pero no
se atrevió a entrar. Simplemente, no podía. Así que, pasado el
tiempo, el juez falló a favor de la luz.
La luz es la Consciencia y la Sabiduría oscuridad; inconsciencia y
error son ausencia de las otras; eso es todo. No tienen luz propia. Si
desarrollas la consciencia, ¿cómo puede compartir el mismo espacio
la inconsciencia? No puede, como no pudo la oscuridad entrar donde
estaba la luz.
Un Mendigo en la corte.
En la corte tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo estaba dispuesto de tal manera
que cada cual se sentaba a la mesa según su rango. No había llegado todavía el
monarca cuando apareció un hombre muy pobremente vestido y que se sentó en el
sitio de mayor importancia. Tan insólito comportamiento indignó al primer ministro,
quien le preguntó:
-¿Acaso eres un visir?
El hombre repuso:
-Mi rango es superior al de visir.
-¿Acaso eres un primer ministro?
-Mi rango es superior.
El primer ministro preguntó: -¿Acaso eres el mismo
rey?
-Mi rango es superior.
Desconcertado, el primer ministro preguntó
nuevamente:
-¿Acaso eres Dios?
-Mi rango es superior.
Y el primer ministro vociferó fuera de sí:
-Nada es superior a Dios.
El mendigo repuso apaciblemente:
-Ahora sí sabes mi identidad. Esa nada soy yo.
Cuando el hombre alcanza su máximo grado de
realización obtiene un estado de bendita serenidad
que está vacuo en cuanto que trasciende todos los
conceptos, el ego y toda identidad personal.
El Ansia.
El discípulo le preguntó al maestro:
-Maestro, ¿cómo puedo percibir la Mente
Única?
-Acompáñame- dijo el maestro, y condujo al discípulo
hasta un largo próximo. Allí le agarró la cabeza y se la
sujetó debajo del agua. Cuando finalmente pudo, sacarla,
ya al borde del desmayo, el maestro preguntó:
-¿Qué has sentido?- Una extraordinaria necesidad y ansia
de aire.
-Cuando tengas esa misma ansia de Mente Universal-
repuso el maestro-, podrás percibir la Mente Universal.
El hombre que se disfrazo de bailarina.
Una gran fiesta se celebraba en la corte de un rey. Iba a comenzar la danza,
pero sucedió que la bailarina enfermó de gravedad. Nadie quería decir al rey
lo que había sucedido, pero tampoco encontraba otra bailarina para sustituir
a la enferma. Entonces los colaboradores cercanos al monarca cogieron a uno
de los sirvientes y le pidieron que se vistiese de bailarina y se pintase y
adornase como tal. Así lo hizo el sirviente y, como una bailarina, danzó ante
el rey.
La pregunta es: ¿Dejó, mientras actuaba el sirviente, de saber que era un
hombre y no la mujer de la que se había disfrazado?
No es posible responder, pero el ser humano común es como si el sirviente se
hubiera creído realmente que era una mujer por una total identificación y
una completa carencia de autoconciencia. El ser humano se identifica con su
cuerpo, su mente, su nombre y su forma y pierde a su Sí-mismo. Tanto se
identifica con la máscara de su ego, con la vestidura de su personalidad, que
se olvida de su auténtico y genuino ser interior.
Un preso muy curioso.
Este es el caso de un preso muy curioso. Era un hombre que había sido
encerrado en el calabozo de un pueblo. Un ventanuco enrejado daba al exterior.
Todos los días el preso se asomaba al ventanuco y comenzaba a reírse de las
gentes que veía en la plaza del pueblo. Extrañado, el guardián preguntó al preso:
-¿Puedes decirme de qué te ríes?
Y el preso contestó:
-¿Cómo de qué me río? De todos ésos. ¿No ves que están presos detrás de
estas rejas?
El hombre común, en su estado de semidesarrollo y esclavitud, puede llegar a
ser tan necio y autoengañado como ese preso, arrojándose una libertad y una
armonía de las que carece e incluso pudiendo subestimar a aquellos mucho más
evolucionados que él mismo.
¡No, no, mi hijo esta con migo!
Un hombre tenía un hijo. Por determinados motivos se vio obligado a viajar y tuvo que dejar
a su hijo en casa. Unos bandoleros aprovecharon la ausencia del padre para entrar en la
casa, robar, destrozarlo todo y llevarse al joven con ellos. Después incendiaron la casa. Al
tiempo volvió el padre y se encontró la casa quemada. Buscó entre los restos y encontró
unos huesos, que creyó que eran los de su hijo quemado. Introdujo los huesos en un saquito
que ató a su cuello. Llevaba el de huesos junto a su pecho. Jamás se separaba del saquito,
al que abrazaba con entrañable afecto, convencido de que aquéllos eran los restos del
muchacho. Pero el hijo consiguió huir de los bandoleros y llegó hasta la puerta de la casa en
la que viviera ahora su padre. Llamó a la puerta. El padre, abrazado a su saquito de huesos,
preguntó:
-¿Quién es?
-Soy tu hijo -repuso el muchacho.
-No, no puedes ser mi hijo. Vete. Mi hijo ha muerto.
-No, padre, soy tu hijo. Conseguí escapar de los bandoleros.
El padre aprisionó aún más el saquito de huesos contra sí.
-He dicho que te vayas, ¿me oyes? Mi hijo está conmigo.
-Padre, escúchame: soy yo.
Pero el hombre seguía replicando:
-¡Vete, vete! Mi hijo murió y está conmigo.
Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos. En su apego
por lo irreal e ilusorio, el ser humano procede como ese
padre, y se niega a ver la Realidad y la Sabiduría.
El Pastor distraído.
Era un pastor. De repente contó sus ovejas y se dio cuenta, alarmado, de que
faltaba una de ellas. Angustiado, comenzó la búsqueda durante todo el día,
hasta que sobrevino la noche, pero no pudo encontrarla. Entonces pasó por
allí otro pastor y le dijo:
-Oye, ¿cómo es que llevas una oveja sobre los hombros?
Como ese pastor negligente se comporta con frecuencia el ser humano común.
Porque no ha aprendido a discernir, porque no distingue entre lo real y lo
ilusorio, entre el Yo y el no-yo, busca.
Pero su búsqueda es insatisfactoria, porque no busca lo que debe ni dónde
debe buscar.
Los ciegos y el elefante.