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UNIVERSIDAD DE SAN MARTÍN DE PORRES

Facultad de Medicina Humana Psicología Médica

CAPITULO II

ESTUDIO DE LA CONDUCTA HUMANA

Dificultades para abordar el estudio del ser humano

En esta sección analizaremos las reales posibilidades del hombre para adquirir un conocimiento, pero
no desde el punto de vista de la epistemología sino de los diferentes estudios hechos por la propia
psicología en el terreno de la neurología, la antropología, la evolución y la mente. Encontraremos que
existen dificultades y limitaciones impuestas por la naturaleza de nuestro cerebro, el funcionamiento
de la mente, por las influencias culturales y por la propia naturaleza humana en general.

Es responsabilidad de la psicología dar cuenta del ser humano como tal, como totalidad integrada,
como fenómeno complejo de la vida. Hablar de conducta es, en realidad, hablar de la forma en que el
ser vivo humano expresa su vivir. Sin embargo los métodos a emplear para obtener conocimientos
acerca del hombre, no parecen tan claros. Deberíamos preguntarnos ¿de qué manera se puede
estudiar al ser humano? Ya la medicina se ocupa del aspecto biológico, estudia el soporte orgánico
del hombre, pero un ser humano no es solo un conjunto de órganos interconectados. Es mucho más.
Pero ¿cómo estudiarlo? Una pregunta que nadie se plantea cuando se trata de estudiar una manzana
o una rana. También es cierto que muchos han emprendido el estudio del ser humano exactamente
como si fuera una manzana o una rana, sin atender las notables diferencias que plantea el hombre.
Deberíamos empezar por reconocer que tenemos una serie de dificultades para abordar el estudio
del hombre. A veces no muy claras. El hecho de no ser conscientes de tales dificultades puede
llevarnos a realizar estudios impertinentes, emplear métodos aberrantes, plantear hipótesis nulas o
estructurar teorías antojadizas. Por esta razón, antes de iniciar la comprensión del hombre haremos
una revisión de las dificultades obvias que nos plantea esta tarea.

La primera dificultad de la que debemos ser conscientes es la naturaleza de nuestro pensamiento. El


cerebro humano se desarrolló en un proceso cuyo propósito era lograr el reconocimiento cabal de su
medio ambiente o realidad exterior, para poder programar una conducta adecuada a la circunstancia.
En consecuencia, el cerebro está diseñado y preparado para conocer el mundo que le rodea, como
una primera misión elemental destinada a preservar la vida del individuo. Luego tiene la misión de
programar la conducta, además de cumplir con la función integradora del sistema nervioso. Esto
quiere decir que el cerebro no tiene la misión de comprender su propia naturaleza fenomenológica, ni
descubrir los misterios del universo ni de hallar la verdad de la vida, ni de adorar a los dioses. No está
hecho para ninguna de estas tareas. Al igual que cualquier otro órgano, solo tiene la misión primordial
de mantener con vida al organismo del que es parte, y para cumplir este fin a cabalidad se vale de
muchas artimañas, llegando incluso a engañar al sujeto sin ningún reparo. Alguien dirá ¿cómo es que
mi cerebro me puede engañar? Pues lo hace todo el tiempo. Ya lo veremos.

El hombre está condenado a creer en su cerebro, no tiene ninguna otra opción, del mismo modo que
la tripulación de un submarino está limitada a la información que le dan sus instrumentos y tiene que
creer en ellos para sobrevivir. Si esta información fallara, los tripulantes del submarino no se darían
cuenta hasta que la situación fuera muy grave y sin duda morirían. Estos instrumentos se ajustan a
las posibilidades cognitivas del hombre, o sea que trasladan los valores de la realidad a formas que
los hombres puedan ver, leer y entender, y de este modo ellos reconocen el medio en que navegan
con datos que solo representan la realidad en una pantalla, pero que no son la realidad. Hay una
diferencia sustancial entre estas dos dimensiones que es preciso entender; es decir, una cosa son los
datos que recibimos de la realidad gracias a nuestros instrumentos, y otra cosa es la realidad tal cual.
Tomando este ejemplo que me parece perfecto, lo que debemos entender es que un submarino no
tiene todos los instrumentos necesarios para reconocer a cabalidad la totalidad de la realidad, sino
solo aquellos que le son necesarios para navegar. Su tarea no es el reconocimiento cabal de la
realidad submarina, sino, probablemente espiar o combatir y sobrevivir debajo del océano cuidándose
especialmente de otros submarinos enemigos. Esto hace que su preocupación esté mayormente
centrada en esos aspectos y es así como está configurado y construido. Es decir, lo que tiene es lo
que necesita. Del mismo modo, no todo lo que el cerebro nos proporciona como información existe en
la realidad tal cual, sino que están ajustadas a las posibilidades y necesidades de nuestro organismo
específico. Igualmente, su misión tampoco es reconocer la totalidad de la realidad ni descubrir la

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verdad del universo. Esta es una tarea adicional que asumimos con harto optimismo. Pero siempre
debemos ser conscientes de que las señales que recibimos no son exactamente lo que hay en la
realidad. Hablemos por ejemplo del color. La visión del color es todo un invento del cerebro humano.
Las cosas en la realidad no tienen ningún color, este solo existe en el cerebro de los humanos. Por
otro lado, en su papel de analizador de señales que llegan del mundo exterior, el cerebro tiene
también la misión de otorgarle significados a cada uno de los elementos captados para darle un
sentido a la realidad. Es decir, acomoda los datos para mostrarlos de una manera que el hombre sea
capaz de comprenderlos más fácil y rápidamente. De este modo, por ejemplo, tiende a completar las
formas. En todo momento, el cerebro está en el esfuerzo por captar en el medio ambiente aquello que
le compete como organismo, y entender la realidad para desarrollar una conducta correspondiente.
Esa es toda su misión y su verdadera especialidad. Para resumirlo de una manera clara y simple,
podríamos decir que las reales funciones del cerebro son:
a) Reconocimiento del medio físico que lo rodea.
b) Reconversión de las señales y configuración del escenario virtual.
c) Interpretación de la circunstancia (asignación de significados)
d) Programación de una conducta correspondiente.

Esa es la tarea específica del cerebro humano visto de una manera muy simple. Sin embargo, este
cerebro humano no se limita a proporcionar señales e interpretarlas para crear una impresión más
elaborada y totalizada. Resulta que también es muy capaz de proporcionarnos ideas, y a veces ideas
muy complejas. Pero acá el cerebro tampoco está interesado en que el individuo defienda la verdad y
la justicia. Su único interés sigue siendo el de mantener vivo al individuo, así que nuestro maravilloso
cerebro es muy capaz de brindarnos cualquier idea disparatada si esta le sirve para mantenernos vivo
y continuar la especie. Es así que muchas de las ideas, incluso las más populares, que dominan a los
seres humanos y dirigen sus conductas sociales y políticas, están muy lejos de ser verdades o justas,
tan solo cumplen su papel en el mantenimiento de la vida de una comunidad. Cualquier examen de la
historia de la humanidad puede hacer una extensa colección de ideas absurdas que fueron y son
mantenidas aun hoy como verdades capitales, pero que en realidad solo sirven para sostener una
determinada cultura. Para nosotros será más fácil tomar como ejemplo las ideas de otras culturas,
como aquellas que adoran a las vacas, a los monos, a un meteorito caído del cielo (la Kaaba), a los
fanáticos que cometen atentados suicidas convencidos de que su dios los espera en el paraíso con
77 vírgenes, a los que siguen severos regímenes alimenticios, a los que condenan a la mujer a una
vida de enclaustramiento y de ignorancia, etc. Es interminable la mención de las ideas absurdas que
rigen a las sociedades humanas. No vamos a mencionar las ideas que dominan nuestra cultura, pero
no quiere decir que no existan o que no sean igualmente absurdas, sino que indudablemente no será
tan fácil reconocerlas ya que somos presa de ellas.

Es verdad que existe una pequeña porción de seres humanos empeñados en emplear las facultades
de su cerebro para adquirir conocimientos acerca de los principios de la naturaleza y del cosmos,
pero se enfrentan con la dificultad primaria de sus limitaciones como seres orgánicos específicos, y
no sabemos qué parte de la realidad es aquella a la que nuestros aparatos sensoriales y cognitivos
nos permiten llegar. En todo caso, este grupo de seres humanos es muy reducido, y por lo general no
son escuchados, y menos aun si contradicen las ideas populares. El resto de los seres humanos tan
solo seguimos las ideas que nos proporciona nuestro cerebro. Cualquier idea que sea útil para la vida
del individuo o para la sobrevivencia de su etnia o comunidad, será alojada y defendida con vigor, al
margen de que sea cierta o justa. Cada grupo humano tiene una verdad a su exacta medida.

Ahora examinemos brevemente las posibilidades de nuestro cerebro para captar la realidad. Por un
lado, el cerebro está íntimamente vinculado a su medio externo y orientado hacia afuera, a la realidad
externa, de la cual hace una copia –relativamente parecida- en la conciencia. No podemos decir que
la imagen de la realidad que existe en nuestra conciencia sea “cierta” en el sentido de que se ajusta
exactamente a lo que hay fuera de nosotros. Este tipo de “realidad exacta” solo es accesible a los
seres inferiores carentes de conciencia y, pensándolo bien, ni siquiera a ellos. En todo caso, toda
realidad percibida es siempre una “porción de realidad”, aquella que nuestros órganos son capaces
de captar. Casi siempre son las mínimas necesarias para la supervivencia en un ambiente concreto.
Así, cada organismo vivo posee las mínimas capacidades sensoriales necesarias para sobrevivir en
su propio ambiente. Si no le hace falta tener ojos, pues no los tiene. Sin embargo, el ser humano se
comporta absurdamente como si tuviera acceso a toda la realidad completa. Y ese ya es un grave
error de partida en sus consideraciones cognitivas. Igual que cualquier otra especie, el hombre está
confinado a reconocer tan solo una porción de la realidad. Los humanos poseemos apenas 5 órganos

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sensoriales muy específicos y muy limitados para captar nuestro entorno. Nuestra visión sirve apenas
para el 1% del espectro de la luz. Otras especies parecen incluso mejor equipadas pues tienen
sentidos muy similares a los radares y sonares, pueden percibir el magnetismo de la Tierra y las
vibraciones del suelo, etc. Una reflexión elemental nos indicaría que estos pocos y precarios sentidos
humanos no son suficientes para obtener toda la información de la realidad que nos rodea, si lo que
deseamos es conocer esa realidad; pero ese no es el propósito del cerebro humano; lo que tiene es
lo que necesita para vivir. Nada más. Y si ampliamos la cuestión hacia sus capacidades para
reconocer su propia naturaleza, el panorama se nos pinta todavía peor, pues aparentemente no
posee recurso alguno para realizar esta tarea.

En el ser humano la realidad también se construye considerando las condiciones propias del sujeto.
Por las características del desarrollo y de la configuración cerebral, estrechamente vinculadas a la
estimulación de sus funciones en época temprana a base de las experiencias individuales, podemos
afirmar que no hay dos cerebros iguales. Asimismo, la enorme diversidad que existe entre los seres
humanos en su configuración orgánica y corporal, hace que no existan dos individuos iguales, como
es fácil observar a simple vista. Esto quiere decir también que la realidad que cada individuo concibe
en su cerebro es única, es una realidad personal que cada quien establece para sí en función de sus
propias características, deseos, temores, fantasías, creencias, etc. Así pues, en cuanto se refiere a
seres humanos es muy difícil hablar de la realidad, salvo que nos refiramos al mundo estrictamente
físico, o atendiendo exclusivamente a las condiciones que llamamos “objetivas”, o sea, los aspectos
que no han sido distorsionados por nuestra conciencia, lo cual es también difícil de conseguir. ¿Cómo
podríamos ser “objetivos” frente a las acciones humanas, por ejemplo? Sabiendo que las acciones
humanas son llevadas por una intención que no es visible ni evidente. Esta es la principal fuente de
las discrepancias entre los seres humanos y causa de sus diferencias, pleitos y guerras. No obstante
todas estas notables dificultades para reconocer nuestra realidad exterior, pretendemos emplear esta
misma herramienta para captar y comprender nuestra realidad interior y al propio ser cognoscente.
Más aun, lo que intentamos es estudiar y comprender al otro, es decir, su ser y su mundo interno.
Parece evidente que la herramienta con que contamos para emprender este propósito no será la más
adecuada, y menos aun si empleamos las mismas estrategias que usamos en el reconocimiento y
comprensión de la realidad exterior. No obstante todo ello, tenemos la esperanza depositada en una
poderosa herramienta propia del hombre -todavía poco estudiada- que es la conciencia, de la cual
hablaremos más adelante. Por ahora, revisaremos solo algunos de sus aspectos.

Para lograr programar la conducta de forma dinámica, el cerebro ha debido desarrollar una enorme
masa cortical que posee una capacidad muy compleja que es la conciencia. Esto nos permite tener
una especie de simulador virtual de escenarios. Pero también ha tenido que aprender algunas reglas
de proceso que le permitan estructurar un programa lógico. Con estas habilidades podemos intentar
reflexionar sobre nuestra propia realidad interna, pero ¿cómo saber si los significados serán los
pertinentes? ¿Cómo saber si podemos interpretar correctamente nuestro mundo interior? ¿Cómo
saber si las reglas que nos permiten entender el mundo externo sirven también para entender nuestro
mundo interno? Sabemos que el cerebro nos engaña y en algunos aspectos de la realidad física
hemos logrado detectar tales artificios cerebrales y corregirlos a fin de conocer adecuadamente la
realidad, pero cuando se trata de nuestra propia conciencia ¿cómo saber si nos estamos engañando?
¿Podemos ser conscientes del engaño de nuestra propia conciencia? ¿Qué aspecto o dimensión del
fenómeno humano quedaría a cargo para detectar el engaño de la conciencia? Ya no queda nada
más allá, aunque la conciencia parece trabajar en diversos niveles jerárquicos, y es posible que en
cada nivel superior se adquieran capacidades que puedan gobernar las funcionas inferiores, pero
igual, siempre quedará un nivel que nos suponga una duda.

Otra característica humana que podría suponer un serio escollo es que el hombre está predispuesto a
creer en lo que hay en su cerebro como imagen o idea. No está hecho para dudar de lo que piensa
sino para creer en su mente y actuar en consecuencia. Ni siquiera está hecho para dudar de lo que
escucha sino para creer en lo que le dicen, pues ello nos garantiza la transmisión del aprendizaje y el
sostenimiento de la cultura. Por esto mismo tiene tanto éxito la publicidad que induce a la gente a
comprar las cosas más absurdas y a realizar los actos más irracionales. De modo que también esto
podría jugar un papel contraproducente para entender nuestra propia naturaleza ya que muchas
cosas se nos han dicho a lo largo de la historia acerca del hombre y ya forman parte de nuestra
estructura y lógica mental. A esto debemos añadir la tendencia humana a apropiarse de las ideas que
tiene y defenderlas como si hubiera pasado a formar parte integrante de su ser. No importa qué clase
de idea sea, desde las religiosas hasta las científicas, el hombre asume tales ideas y las defiende con

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convicción inusitada, negándose a una mejor reflexión. La pregunta que surge entonces es ¿cómo
actuar si ya manejamos una gran cantidad de ideas acerca del hombre? En nuestra cultura, por
ejemplo, se aprecia a la monogamia como algo natural y conveniente, y hasta se pretende limitar la
capacidad de amar a solo una persona. Y todos ven esto como algo muy natural y propio del hombre,
confundiendo naturaleza humana con cultura humana. La pregunta final sería entonces: ¿podemos
además confiar ya no solo en nuestro cerebro sino, digamos, en nuestra conciencia para conocer
nuestra propia realidad? ¿Qué distorsiones podría plantearnos?

Ahora examinemos las características lógicas del cerebro. Al estudiar su mundo interno, el hombre
tratará, inevitablemente, de emplear las mismas estrategias cognoscitivas que emplea para abordar el
mundo externo. Así, procurará, por ejemplo, descubrir estructuras y compartimientos porque está
preparado para entender las cosas de ese modo y porque sabe que todo es así en el mundo que le
rodea. Aplicará las reglas de proceso que conoce (no conoce otras) tanto para interpretar lo que cree
percibir de su mundo interno como para razonar sobre él; estas reglas de procesamiento mental nos
resultan muy efectivas para los análisis y actos comprensivos acerca de la realidad exterior, y
específicamente para entender mejor lo que ocurre en la superficie de este planeta. Así por ejemplo
nuestro cerebro analiza la luz sabiendo que viene de arriba, contamos con el hecho de que nuestro
cuerpo estará pegado al suelo y que los sonidos se transmiten. Ya contamos con esta clase de reglas
para cualquier clase de razonamiento y estas conducen nuestro pensamiento. Por ejemplo, sabemos
que todos tienen un padre y que los padres son protectores. En consecuencia, cuando el hombre se
pregunta ¿de dónde venimos? Pensamos inevitablemente en un padre, y en uno justamente protector
y a veces castigador. Es una forma muy natural de explicarnos la cuestión. Pero hay otras formas
más sutiles de razonamiento. La relación causa-efecto, por ejemplo, es una regla básica en nuestro
razonar. Dado que todo ocurre por alguna causa en el mundo que vemos, parece lógico pensar que
las cosas cuya causa no vemos directamente están originadas por algún poder invisible que las
ocasiona por su voluntad, tal como lo haría una persona. Otra explicación natural. También existe la
tendencia a identificar clases y la necesidad de clasificar y generalizar. Todas estas fórmulas que la
mente humana emplea para razonar y para comprender el mundo que le rodea, son las mismas que
empleará luego para tratar de entender su naturaleza interior. En consecuencia, queremos por
ejemplo, establecer clases de personas, causas de la infidelidad, determinar exactamente cómo son
los hijos únicos y los hijos de padres divorciados y qué les espera, etc. Es decir, empleamos el mismo
esquema mental de razonamiento en aquellos aspectos de la realidad que son radicalmente distintos.
Es evidente que estas reglas de proceso mental no serán las más adecuadas para comprender
nuestra propia naturaleza subjetiva y fenomenológica. Al menos no han sido útiles hasta hoy.

La mayor expresión de nuestro modelo mental de análisis ha sido lo que hoy se conoce como ciencia.
La ciencia no es más que una forma muy especializada y eficiente de conocer la realidad. Consiste
en esquivar las distorsiones propias de nuestra conciencia para llegar a la realidad tal cual. Por ello
nos ha dado tan buenos resultados en el dominio de la naturaleza. La ciencia ha proporcionado a los
hombres tantos beneficios que la gente prácticamente la venera, aunque no la comprenda. Esta es la
actitud que llamamos “cientificismo”. Aun cuando el conocimiento científico goza de un merecido alto
prestigio, no es una forma ilimitada de conocimientos, también tiene sus restricciones y limitaciones;
pero el cientificismo no tiene ninguna duda en emplearlo en todos los dominios, incluso en el estudio
de la naturaleza humana y -en su expresión más excéntrica- hasta para conocer a Dios. A través de
una forma muy concreta de abordaje cognoscitivo llamada “método científico” se espera que la
verdad surja en la forma de una evidencia. Pero lo cierto es que no hay manera de aplicar con éxito
este procedimiento tan elemental en los fenómenos complejos de la realidad, donde intervienen
cantidades infinitas de variables interdependientes, y donde los sistemas se interrelacionan formando
nuevos sistemas que incrementan el grado de complejidad logarítmicamente, dando lugar a sistemas
que se autoconstruyen, tal como ocurre con la vida y la conciencia humana. Pero el cientificismo no
se da por vencido y defiende su verdad y su método. Todo esto significan interferencias culturales,
entendidas como la dificultad que nos plantea nuestro propio ambiente cultural para entender al
hombre y estudiarlo apropiadamente; interferencias que llegan no solo desde el lado del cientificismo
sino también desde posturas religiosas, pues todas las religiones manejan conceptos sobre el ser
humano, su origen, naturaleza y su destino final.

Durante siglos se han manejado conceptos acerca del hombre, pero básicamente aquellos extraídos
de creencias mágico-religiosas que se caracterizan por ser simples, fáciles y agradables, y que han
dominado nuestro pensamiento y aun continúan ejerciendo una influencia gravitante. Además de las
creencias estrictamente religiosas, contamos con una amplísima gama de creencias diversas que le

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atribuyen al hombre influencias de todo tipo, como un origen extraterrestre. Quiérase o no estamos
inmersos en medio de estas ideas que dominan el pensamiento popular. Debemos tener presente
que tales influencias no siempre se producen de manera directa y evidente, sino que reposan
inconscientemente detrás de nuestros razonamientos como palancas invisibles y conducen nuestras
ideas. Es natural que frente al reto que cada ser humano tiene de comprender la vida y la existencia,
la gran mayoría opte por las explicaciones que resulten más fáciles y agradables, y por aquellas que
ya gozan de aceptación en su cultura. Muy pocos se atreverán a ingresar en el árido y denso mundo
de la ciencia y la filosofía con el coraje para leer miles de líneas difíciles de comprender y, sobre todo,
para descubrir ideas poco agradables. Como ya dijimos, a nadie le interesa conocer la verdad, solo
quieren sentirse bien con el menor esfuerzo. Con eso basta realmente para vivir. Pero además de ello
es importante considerar la cada vez más aceptable teoría de que la configuración del hombre como
criatura teísta fue una estrategia evolutiva del cerebro en busca de superar el terrible caos psicótico
inicial que significó el logro de la conciencia en los primeros humanoides. Evidentemente las ideas
religiosas del hombre en el paleolítico no eran las mismas que las que hoy constituyen la base de
nuestra cultura. También estas ideas han sufrido una gran evolución y hoy están tan distantes de las
primeras ideas religiosas como lo puede estar un Lamborghini de una carreta.

El conocimiento científico tampoco se salva de la posibilidad de resultar una influencia perturbadora


en el estudio del hombre, si no se comprende qué clase de proceso mental implica, qué aspectos de
la realidad son susceptibles de tal forma de conocimiento y cuáles son sus limitaciones. A manera de
ejemplo podemos revisar la historia reciente para detectar la influencia que recibieron algunas de las
más conocidas teorías que abordaron al ser humano. El materialismo histórico ejerció gran influencia
en el pensamiento de la humanidad desde el siglo XIX. El marxismo se edificó así sobre muchos
prejuicios acerca del hombre y, especialmente, de la sociedad de la que formaba parte en su
momento, y eliminó su aspecto individual para extraviarlo en medio del colectivismo más recalcitrante;
vinculó la individualidad humana al individualismo capitalista y como consecuencia predicó en contra
de toda forma de individualidad atropellando así un aspecto esencial de la naturaleza humana. Como
sabemos, esta teoría que se presentaba así misma como “científica”, junto con su expresión política y
social (incluso económica) fracasó estrepitosamente antes de finalizar el siglo XX, dinamitada por sus
propias incoherencias internas y porque la teoría no se ajustaba a la realidad. Aunque el régimen
comunista se esforzó por ajustar la realidad a sus teorías, esto, obviamente, nunca funciona. Tarde o
temprano la realidad siempre se impone y reclama un ajuste de cuentas.

Lo anterior es solo un ejemplo de cómo se puede estructurar una gran teoría social, con implicancias
históricas, basados en conceptos errados, aunque sean científicos. Algo similar ocurrió en psicología
con el conductismo y el psicoanálisis. Detrás de ellos existían ideas preconcebidas recogidas de su
ambiente cultural. El psicoanálisis procuraba identificar a toda costa las causas directas de ciertos
síntomas (del tipo de una relación “si A entonces B”) y pretendía descubrir la “estructura” de la mente
en una intrincada red de compartimientos (como si se tratara de un órgano al que se puede
diseccionar), cada una de las cuales actuaba con voluntad propia interponiendo sus intereses a los
del otro, en una franca disputa de la cual el sujeto no era consciente. Si bien hoy sabemos que algo
muy parecido ocurre en el cerebro, no era necesario inventar toda una mitología especial alrededor
del hombre. El conductismo, influido por el cientificismo imperante de su época, desarrolló métodos
experimentales para estudiar la conducta humana. Pero lo cierto es que no hay forma de estudiar al
hombre en ambientes artificialmente creados, y mucho menos a través de experimentos en animales
carentes de conciencia. Aun así, persiste en la psicología un segmento empeñado en el empleo del
método científico como el único procedimiento válido para estudiar al ser humano. En este enfoque
cientificista se pretende estudiar objetivamente los aspectos más subjetivos del hombre (en ocasiones
llegan a negar los aspectos subjetivos) y se valen de curiosos “instrumentos de medición” fabricados
expresamente para cuantificar los aspectos cualitativos del hombre y objetivar lo subjetivo, de modo
que puedan obtener los datos necesarios para el empleo del método científico. Una vez más lo que
se pretende es adaptar la compleja realidad humana al método. Este modelo “científico” de estudiar al
hombre no ha logrado aportar mucho dentro de la psicología, pero aun persiste esta tendencia. Así
pues, vemos que también la ciencia puede actuar como una influencia que determina una manera de
abordar al ser humano con preconceptos. El cientificismo actúa exactamente como una religión que
venera el método científico como la única forma de llegar a la verdad, y se muestra tan arrogante y
dogmática como cualquier otra ideología, imponiendo sus preceptos, castigando las desviaciones y
desarrollando sus propios ritos en la forma de normas y protocolos de forzada observancia.

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Un aspecto final que habría que añadir, es la distorsión natural que imponemos en nuestros juicios
por el hecho de estar estudiando a nuestra propia especie. Generalmente el estudio del hombre ha
estado idealizado y guiado por preconceptos como el de “ser superior”, “ser espiritual”, “ser racional”,
“hijos de Dios” y muchas otras ideas de base sobre las que se intenta edificar una teoría. Esto nos
demuestra una vez más lo difícil que resulta ser juez y parte al mismo tiempo.

Resumiendo, vemos pues que es necesario reconocer las diversas dificultades que debemos superar
para iniciar el estudio del hombre. El reconocimiento de tales dificultades, evidentemente, implica un
conocimiento del ser humano. Precisamente todo lo avanzado hasta ahora, con sus intentos fallidos y
exitosos, nos permite recomponer el panorama y distinguir mejor cuál es la ruta más adecuada. En el
siguiente cuadro exponemos en un gráfico de tales dificultades.

DIFICULTADES PARA EL
ESTUDIO DEL SER HUMANO

NATURALES CULTURALES

ESTRUCTURA Y DISEÑO
DEL CEREBRO HUMANO
RELIGIÓN CIENTIFICISMO

PROGRAMACIÓN LÓGICA
DEL PENSAMIENTO

Si somos conscientes de todas estas dificultades que se nos plantean para estudiar al hombre, quizá
podamos evitarlas. Debemos tener muy claro que el estudio del hombre como sujeto no es igual que
el estudio de cualquier otro elemento de la naturaleza, que hay un mundo interior que no podemos
explorar con los mismos métodos que empleamos para el mundo exterior, que los preconceptos y los
prejuicios culturales nos conducen por derroteros que pueden no ser los más adecuados, que la
ciencia misma puede no ser la más adecuada si lo que deseamos es comprender la naturaleza
fenomenológica y el carácter subjetivo del ser humano. Aun con todas estas dificultades debemos
emprender nuestra misión.

Fundamentos de la conducta humana


Asumiendo que explicar la conducta humana implica explicar al hombre, su funcionamiento, su modo
de operar en su ambiente, iniciaremos la tarea de comprender cómo se desenvuelve este fenómeno.
Lo primero que hay que hacer es definir qué es exactamente lo que vamos a entender por “conducta
humana”. No hay forma de lanzarnos a la aventura de explicar algo que no tenemos claro qué es. En
cuanto se refiere a algo que pudiéramos señalar como “conducta humana” se nos plantean dos
alternativas: o bien aceptamos simplemente todo lo que un ser humano hace, o nos referimos solo a
aquello que hace y tiene el carácter de “humano”. En cualquier alternativa se nos plantean a su vez
dos posibilidades: en el primer caso, bien podemos considerar solo lo que hace o bien además todo
lo que es capaz de hacer, aunque no haya hecho aun. En la otra opción podemos referirnos a todo lo
que hace en tanto humano, pensar, por ejemplo; o podemos también incluir todo lo que hace como
humano, dormir, por ejemplo. Dormir es una conducta que no tiene nada de humano aunque el ser
humano lo haga como humano. La última consideración por hacer es qué hacemos con la “conducta”
que no emite ninguna acción, es decir, la no conducta, como por ejemplo, estar “ensimismado”, pues
esta es una posibilidad y un lujo que solo el ser humano puede darse gracias a que tiene un mundo
interior adonde ir cuando no quiere estar en este mundo. En adición, hay una gran variedad de actos
humanos que no pueden verse, tales como imaginar, sospechar, anhelar, envidiar, cavilar, planificar,
componer, aprender, calcular, traicionar, etc. De hecho, toda esa amplísima perspectiva es propia del
ser humano y no podemos construir una teoría que deje de lado una sola de todas estas expresiones.

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Es por ello que resulta un tanto incómodo hablar de “conducta humana”, pues como bien dice el Dr.
1
Ramón de la Fuente , “casi toda la vida cabe en el concepto de conducta”. ¿Qué cosa no es una
conducta? Cualquier expresión del ser humano califica como tal. ¿No sería entonces mejor olvidarnos
del concepto de conducta y hablar del ser humano simple y llanamente? En lo personal, estoy del
lado de quienes propugnan eliminar el concepto de conducta y hablar directamente del ser humano.
En el esquema clásico del siglo XX, cuando se trataba de “explicar” la conducta se ocupaban de
muchas cosas distintas, como ciertas capacidades y tendencias del hombre, y así se idearon algunos
conceptos como personalidad, inteligencia, carácter, temperamento, etc. que provocaron un
verdadero caos teórico y un amasijo de conceptos difícil de desenredar. El concepto de personalidad,
por ejemplo, dio origen a más de 25 teorías y nunca quedó claro lo que era. Y en realidad no era más
que un concepto. Un concepto que hacía referencia a una cantidad de rasgos característicos de una
persona en concreto, pero básicamente un concepto. Sobre un concepto se pueden discutir mil años
sin ponerse de acuerdo. La descripción de las características humanas, por muy detallada que llegue
a ser, no es una explicación. La versión extendida de un concepto tampoco es una explicación. A
menudo tenemos un problema para comprender lo que es una explicación. Cuando alguien dice, por
ejemplo, que la gravedad “es la fuerza de atracción que ejercen los planetas”, no ha explicado nada;
todo lo que ha hecho es decir lo mismo de una forma más amplia, pero seguimos en la misma
ignorancia: pues seguimos sin saber lo que es la gravedad o esa fuerza de atracción de los planetas.
Las supuestas explicaciones lo único que hacen es trasladar la duda de un lugar a otro, o convertir la
duda en una forma más manejable y elegante de ignorancia. Las numerosas teorías de la
personalidad nunca llegaron a explicar nada, todo su esfuerzo estaba centrado en hacer posible ese
concepto creyendo que con ese concepto se explicaba al ser humano. No deja de tener interés el
asunto del origen de las capacidades o de las características individuales, pero ese es otro tema.
Si tuviéramos un robot y quisiéramos comprender porqué y cómo actúa, ¿de qué hablaríamos? No
ayudaría mucho explicar cosas como el origen del proyecto, las empresas que se involucraron en él,
la razón de su forma final, el tipo de energía que consume, el material de que está hecho, el brillo de
su metal de cubierta, la cantidad de metros de cable, etc. Todo eso resulta muy interesante pero no
nos explica la conducta del robot ni nos sirve para entender porqué se mueve. Para entender su
comportamiento tendríamos que hablar directamente del software que lo controla y no de otras cosas.
Eso es exactamente lo que debemos hacer para entender el comportamiento de los humanos. ¿Y
donde reside el software que controla al ser humano? En un lugar al que llamamos conciencia y que
es el producto final de la actividad cerebral, especialmente de la zona cortical. Básicamente ese es el
lugar de origen de la conducta humana. Sin embargo, para llegar a la elaboración mental de una
conducta es preciso comprender la variada serie de influencias constitucionales que están presentes
tales como el esquema corporal, el funcionamiento hormonal, la activación de núcleos cerebrales que
se especializan en diferentes funciones emocionales, etc. Estos factores constitucionales tienen un
origen genético, aunque no son heredados tan solo de nuestros padres sino de toda nuestra especie
a lo largo de millones de años de evolución, durante los cuales nuestro cerebro fue sufriendo las
transformaciones que condujeron a su estado actual. Esto quiere decir que en nuestro cerebro están
todavía presentes una gran cantidad de características propias de nuestros antepasados evolutivos,
en especial de los reptiles y luego de los mamíferos. El cerebro humano no ha sido fabricado desde
cero especialmente para la raza humana, no existe un diseño creado especialmente para el hombre
como ser superior. Esta idea que divulgó la religión hace milenios es completamente falsa. El cerebro
humano es el resultado de varios millones de años de evolución y transformaciones adaptativas. En
este sentido, podemos ver que en el cerebro del hombre actual, por debajo de su maravillosa corteza
y de su grandiosa conciencia “espiritual”, hay una verdadera mezcla de características sumamente
primitivas que son propias de los reptiles y de otras especies anteriores a nosotros. Y todas ellas
conviven de una manera bastante extraña en el funcionamiento del ser humano. Así que si somos
conscientes de este detalle, ya deberíamos quitarnos la idea del hombre como “ser racional”.
En todo caso, tendríamos que admitir, para empezar, que el hombre tiene una doble naturaleza: por
un lado es cierto que tiene una capacidad racional, lo cual quiere decir simplemente que es capaz de
realizar elaboraciones lógicas, pero por otro lado no podemos olvidar su naturaleza animal, con todo
lo que ello implica como constitución y herencia biológica y antropológica. Acá la palabra “racional” no
tiene el significado positivo y magnificente que se le atribuye comúnmente. Esta es una declaración
valorativa que no nos corresponde hacer. Para ser realistas tendríamos que admitir que a menudo se
razona mal y que la conducta humana es en general muy poco lógica y mayormente está guiada por
impulsos sumamente primitivos, aun cuando estos estén muy bien maquillados bajo la forma de

1
De la Fuente, Ramón (1996) “Psicología Médica”. FCE México.

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principios morales o ideológicos. Hace falta hacer un verdadero esfuerzo cortical para liberarse de los
fundamentos arcaicos que gobiernan habitualmente al hombre. Existe por cierto la posibilidad de que
el hombre realice proezas enormes con sus capacidades cognitivas, pero, lamentablemente, esto es
más una excepción que una regla. Lo más común de la especie humana es que tales capacidades
grandiosas se desperdicien. Es necesario hacer esta consideración debido a que el estudio de la
especie humana no debiera estar idealizado como lo estuvo siempre, y para advertir que no solo
debemos referirnos a un prototipo sublimado de ser humano sino a la gran variedad existente y,
particularmente, al tipo predominante ya que, como hemos dicho antes, en el estudio del hombre hay
que tener muy en cuenta el hecho de su diversidad. No es lo mismo estudiar una especie como los
equinos, en la que un ejemplar basta para generalizar. En los humanos ningún ejemplar es suficiente
para universalizar los hallazgos, salvo que hagamos referencia tan solo a su estructura funcional.
Quizá esto podamos entenderlo mejor con un ejemplo. Teóricamente todos los computadores,
digamos más para ser muy precisos, todas las Compaq Presario 5200 son iguales. No obstante, si
pasamos a examinar una serie de estas computadoras en uso en una oficina, veremos que cada una
es diferente de las otras. ¿Qué las hace diferentes? ¿Qué las hace iguales? Esto es lo que ocurre
con los seres humanos. Tenemos pues que considerar necesariamente el hecho de su individualidad
especial en medio de una diversidad, y estar atentos a identificar cuándo una característica no es
generalizable.
Para resumir de una manera muy simple lo dicho hasta aquí, siguiendo el ejemplo del software del
robot, habría que señalar la existencia en el hombre de dos tipos distintos de programas que son
capaces de guiarlo: de un lado tenemos un complejísimo programa biológico establecido en sus
genes y transmitido por herencia antropológica durante millones de años de evolución y que se
encuentra activo en la base de su cerebro a través de diversos núcleos especializados, y de otro lado,
también posee un programa lógico a nivel cortical, generalmente no muy eficiente pero capaz de
guiar al individuo, un programa que es construido por él mismo gracias a sus capacidades cognitivas
y que en ocasiones puede contravenir los dictados del programa biológico. No vamos a detenernos
aquí en las consideraciones de tipo evolutivo ya que no es nuestro propósito explicar los pormenores
que llevaron a esta clase de evolución extraña. Solo daremos cuenta del hecho de que en el cerebro
humano existe una dualidad perfectamente marcada: por una parte sus impulsos primitivos y por el
otro sus elaboraciones mentales. Es decir, dos tipos de programas, cada uno de ellos capaz de
controlar al individuo por completo y que en ocasiones se sobreponen y se oponen.
Lo que perturba a muchos es tener que vérselas con algo que no es ni una cosa ni la otra sino una
mezcla repentina de distintas cosas a la vez, y que, aun así, no se queda estable sino que continúa
transformándose sin acabar de constituirse nunca. Esto es un reto para las personas de mente lineal,
tradicional, acostumbradas a tratar con elementos estables y definidos. Para ellas un círculo no puede
ser al mismo tiempo un triángulo, ir al norte no es lo mismo que ir al sur. Siempre las cosas son una y
no más de una cosa. Está bien claro lo que es un refrigerador y lo que es un televisor. Son dos cosas
distintas y separadas. Esta es nuestra forma de pensar y de entender el mundo. Admitir que en el ser
humano subsistan tendencias de naturaleza no solo diferentes sino opuestas, y que interactúan
mutuamente resulta desconcertante. Uno espera y quisiera saber que el hombre es una cosa
definida, definitiva, estable, igual que todo lo demás, tal como lo es una golondrina, un automóvil, un
gato, y se espera que tenga reglas universales que podamos descubrir, para luego predecir su
conducta y controlarla. Eso es lo que uno espera y busca. De hecho, muchos abordaron el estudio del
hombre con esta predisposición y mentalidad durante el siglo XX. Por ello decimos que el estudio del
hombre partió de un preconcepto equivocado del hombre. Obviamente si no tengo claro qué es
aquello que pretendo estudiar, no es extraño que emprenda su estudio con estrategias equivocadas y
confunda los resultados. En estas circunstancias ocurre que uno siempre encuentra exactamente lo
que busca, pues cree haberlo hallado apenas distingue un rasgo, tomando eso como una prueba de
su teoría. Esto ocurre a menudo con las personas que buscan milagros. Así es que hubo esfuerzos
denodados por descubrir “la verdadera naturaleza del ser humano”, y al hallar dificultades, trataron de
otorgarle prevalencia a algún aspecto, ignorando o relegando lo demás como una cuestión
secundaria y molesta. Y es que para desencanto y confusión de esta clase de mentalidades, el ser
humano posee una naturaleza “multipropósito” y variada. Para acercarnos a la idea imaginemos que
algo puede ser varias cosas a la vez. ¿Difícil de imaginar? No lo creo. Por ejemplo, una computadora
¿qué es? Alguien podría decir que es una máquina de escribir, y no se equivocaría del todo, pero no
es solo eso. Esta máquina puede ser también una calculadora, un teléfono, un fax, un radio, un
reproductor de música, una fotocopiadora, un medio de comunicación, un aparato para jugar, etc.
¿Qué es finalmente? Es difícil definirlo cuando la mente se acostumbra a cosas concretas y
específicas. Una cosa que puede ser varias cosas a la vez no cabe en la mentalidad de muchas

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personas. Algo así ocurre con el ser humano. No es algo concreto, definido y acabado. Es un
fenómeno permanente que se da en cada instante de su actuar.
Si hacemos conciencia de que en nuestra constitución biológica humana aun mantenemos intactos
muchos de los atributos que configuraron a otras especies previas e incluso remotas, y que estas aun
siguen activas, podríamos preguntarnos ¿qué clase de mezcla somos? Lo único que hemos añadido
como nueva especie es una gran capa superior en nuestro cerebro y una característica bípeda, como
atributos principales. Desmond Morris nos llamaba “mono desnudo”, pero, de hecho, somos algo más
que solo monos. Esa estructura superior de nuestro cerebro tiene unas capacidades realmente
fantásticas. El problema es que no hemos logrado deshacernos de los núcleos primitivos del cerebro,
y tampoco hemos conseguido someterlos haciendo prevalecer los niveles corticales en el control del
individuo. Una vieja idea popular de origen religioso nos dice que el hombre, al hacerse hombre,
abandonó sus instintos animales para hacerse un ser racional y espiritual. De hecho no es así.
Podríamos decir que en el hombre hay un sustrato perfectamente animal actuando en conjunto con
una superestructura cognitiva racional, de manera que siempre nos muestra la amplitud de su doble
naturaleza compleja en una serie continua que va de un extremo al otro moviéndose constantemente.

PROGRAMA
LÓGICO
CORTICAL

PROGRAMA
BIOLÓGICO
ARCAICO

Cada persona se mueve en todo momento a lo largo de esa amplitud de extremos en función de las
diversas circunstancias que afronta. Es impropio de este enfoque tratar de determinar en qué punto
de esa escala se mueve una persona en particular, y mucho menos la humanidad entera, ya que
hacerlo sería desconocer la naturaleza dinámica y aleatoria del individuo humano. No hay pues forma
de establecer una norma universal. En muchas ocasiones el pensamiento le ha servido al ser humano
para justificar actos que tienen un evidente origen animal, por herencia antropológica, como por
ejemplo la agresividad o conductas más complejas como el racismo. Esto significa que a veces el
hombre simplemente se deja llevar por sus impulsos animales primitivos, pero no deja de elaborar
complejas explicaciones teóricas que recubren sus acciones con racionalidad. En este caso, ambos
extremos parecen estar actuando simultáneamente con una curiosa complicidad. Freud reconoció
este fenómeno y lo denominó “racionalización”, atribuyendo el mecanismo a un acto de defensa de la
conciencia, debido a que de esta manera disminuye su sentimiento de culpabilidad. Recordemos de
cuántas maneras justificaban la esclavitud en una época y en un país marcado por una profunda
religiosidad como EEUU. La esclavitud no es más que una conducta muy primitiva, pero se defendía
apelando incluso a versículos de la Biblia y se aseguraba que era un mandato de Dios. Recordemos
de qué manera justificaba el nazismo el exterminio de los judíos. En ámbitos más cotidianos podemos
escuchar las explicaciones que dan algunos padres por la violencia que emplean contra sus propios
hijos, las explicaciones que nos ofrecen los violadores y criminales que actúan como predadores. Al
decir que el ser humano es un ser racional, no significa que esta racionalidad sea siempre positiva y
buena. La racionalidad se puede emplear para planificar o justificar conductas monstruosas. De
manera que racionalidad y juicio tan solo hacen referencia a la capacidad del cerebro para emplear
procesos lógicos y no fines altruistas.
Si admitimos que la conducta humana es generada de una manera dinámica en cada momento, sin
implicar necesariamente el dominio de uno de sus aspectos como una regla general, veremos la
necesidad de comprender los dos extremos involucrados. De modo que resulta imperativo enfrentar

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con el mismo esmero el estudio de los aspectos biológicos, genéticos y antropológicos de la conducta
humana, tanto como los aspectos que intervienen en su razonamiento, es decir, en la conciencia.
Como sabemos, la conciencia era una especie de arcano para la psicología del siglo XX, en la que
prácticamente no se la menciona. Más aun, para la “psicología científica” no solo no existía sino que
ni siquiera valía la pena ocuparse de ella. Para el psicoanálisis era una especie de compartimiento
mental de naturaleza secundaria, ya que lo fundamental se ocultaba en el subconsciente. El estudio
de la conciencia tuvo que esperar casi hasta la última década del siglo XX. Hoy contamos con
modelos explicativos que, sin desligarse del fundamento neurológico sino partiendo de ellos, nos dan
una aproximación a ese territorio inexplorado y misterioso que es la conciencia.

Psicología evolutiva
De los hallazgos de la antropología parece quedar claro que la aparición del ser humano tardó unos 5
millones de años hasta quedar bajo una apariencia muy similar a la actual hace aproximadamente
200,000 años. En los últimos descubrimientos hechos en la cueva de la Gran Dolina (Atapuerca,
España) se han hallado restos fósiles de la especie Homo Antecessor cuya antigüedad se calcula en
800,000 años. Sin embargo, se admite que el hombre moderno aparece hace no más de 100,000
años. En el transcurso de la evolución su transformación física progresiva incluyó el aumento de su
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capacidad craneana desde unos 350 cm hasta los 1,400 cm con la aparición del neocórtex. Es
decir, lo que terminó de surgir para constituir al hombre fue lo que hoy llamamos neocórtex. Lo que
nadie ha logrado explicar de manera convincente es qué alentaba este gradual crecimiento cerebral.
Unos proponen el cambio de la dieta; otros, la visión estereoscópica; también la posición erguida y la
utilización de las manos con su consiguiente necesidad de coordinación visomotora, pero pese a ser
interesantes observaciones, ninguno de estos planteamientos justifica semejante crecimiento craneal.
Es obvio que algo ocurría en el cerebro del humanoide, algo que no estaba urgido precisamente por
la adaptación ambiental. Esta tesis es falsa, insostenible, pues es evidente que para esas épocas el
medio ambiente ya era bastante estable y el antropoide tenía un nicho ecológico propio. ¿A qué
premuras respondía entonces este crecimiento desmesurado del neocórtex? Tampoco podemos
admitir la tesis de simples mutaciones arbitrarias, pues ya está demostrado que para poder surgir una
mutación favorable precisamente en el sentido de la necesidad que se enfrenta, la probabilidad de
que esto ocurra por azar es tan ínfima que requeriría muchos miles de millones de años. Ninguna
evolución puede explicarse por simples mutaciones al azar. Debemos buscar en otra dirección. Sin
duda tuvo mucho que ver la progresiva habilidad en el manejo de herramientas y el control de los
movimientos finos de la mano, pero aun esto no explica la conciencia. ¿Acaso se trataba de una
actividad genética directa destinada a transferir el control de la conducta? Ciertamente la genética
había llegado a un punto de complejidad que resultaba peligroso seguir por ese rumbo, es impráctico
arrastrar los programas evolutivos generados durante millones de años, almacenados en una larga
cadena de ADN. Incrementar esta cadena todavía mucho más para incorporar nuevas y complejas
conductas no resultaría eficiente, la cadena se haría muy vulnerable. Por otro lado, los cambios
ambientales eran cada vez más sutiles. La genética ya no podía tomarse miles de años para producir
una adaptación en esas nuevas circunstancias. Sin duda eran buenas razones para transferir el
control de la conducta al cerebro, es decir, la conducta ya no estaría enteramente programada por la
biología sino que se le dotaría al cerebro con la capacidad para programarla y formar así una nueva
especie animal. Por supuesto, la biología nunca empieza de cero. Sobre la base del cerebro de los
antropoides empezó a crecer una nueva capa con mayores recursos, principalmente diversos tipos de
memoria especializada que al interconectarse crearon una capacidad novedosa y extraordinaria: un
espacio dinámico en donde surgió la conciencia. Era necesario ganar una lógica de proceso, tener un
ambiente virtual de trabajo para probar los programas, debido a que programar requiere producir
modelos, probarlos idealmente, rectificarlos y ensamblar las instrucciones según una lógica. Ese es
todo el propósito del neocórtex: es un ambiente de trabajo para programar.
Sin embargo, subsistía una base programada biológicamente. La cuestión acá era determinar ¿cuál
de los dos iba a mantener el control de la conducta? ¿Estaba el neocórtex destinado a prevalecer?
¿Se iba a establecer una especie de negociación entre los fundamentos biológicos primarios
ubicados no solo en el sistema límbico sino principalmente en el tronco encefálico, la base reptil, con
el neocórtex, a manera de una conferencia tripartita? En realidad hay algo de todo esto. Podría
decirse que el sistema límbico es un moderador del cerebro primario, y al surgir el neocórtex amplía
sus funciones de moderación hacia él. De modo que el neocórtex, aparece con la misión de
programar la conducta del nuevo animal y adaptarlo a las circunstancias inmediatas, pero antes debe
aprender a programar, debe ganar su lógica, y esta le llega del medio. En resumen, el cerebro

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humano es un órgano dual: tiene una base programada biológicamente y una capa que empieza en
blanco pero que –a manera de una esponja- absorbe la lógica que el medio le proporciona (desde las
leyes de la física hasta las leyes sociales) para programar la conducta según las circunstancias. Entre
los dos actúa el sistema límbico proporcionando una coloratura a la acción, una sensación subjetiva
que hace de mediador o modulador con cuestiones de placer – displacer, gusto – disgusto.
Lo cierto es que al cabo de dichas transformaciones el cerebro humano tenía una serie de nuevas
facultades que ningún otro animal sobre la Tierra poseía. En algún momento de ese largo período
evolutivo el cerebro empezó a integrar funciones y a generar un nuevo estado mental: la conciencia.
Apareció como una pequeña luz que empezó a iluminar la mente. Al principio era nada más que un
gran almacén con mucha memoria, hasta que paulatinamente surgió la conciencia como un nuevo
nivel de integración de funciones, un nivel superior con nuevas cualidades sorprendentes. Y ese fue
el momento en que comenzó a surgir el ser humano. Es la aparición de este fenómeno en el cerebro
que plantea una posibilidad inusual y sorprendente: pensar. Los saltos cualitativos de la evolución
biológica llegaron a un nivel trascendental. A partir de allí toma otro rumbo y se desliga del ciclo
adaptativo habitual. Al tener conciencia, el ser humano se descubre a sí mismo, se distingue de lo
demás y surge el yo. Este acontecimiento tuvo que repercutir intensamente en todo su esquema vital.
No sabemos cuánto tiempo le tomó a los primeros humanos aprender a manejar su mente, a
desarrollar las primeras reglas de proceso, la inferencia, las deducciones, a convivir con sus
imágenes mentales y, finalmente, a preferirlos. Las evidencias nos muestran que las primeras
conductas realmente humanas estuvieron dirigidas a la adoración. Algunos se refieren también a la
fabricación de utensilios, pero se han visto monos que también son capaces de fabricar herramientas.
De hecho, esto también progresó en los humanos, pero no debemos dejar de lado aquel tipo de
conducta que no tiene equivalente alguno en otras especies: la adoración. Otra conducta primitiva
descubierta es el tratamiento especial que le otorgaban a los muertos. Estas son las pistas que
debemos seguir para entender la aparición de la especie humana y su forma de establecerse como
especie diferenciada. El trato distintivo hacia los muertos revela ya un juicio que se tuvo que elaborar
en función del descubrimiento de dos estados distintos o dos formas diferentes del ser y del estar. Se
podía estar vivo o muerto, y era mejor estar vivo. El muerto era alguien que se había ido y les había
dejado su cuerpo “vacío”. Una de las primeras cosas que descubrieron los primitivos humanos es que
los muertos no respiran. El aire no sale ni entra de sus cuerpos. Esta observación cobrará un
significado capital más adelante pues la palabra “espíritu” deriva originalmente de ese aire que ya no
da vida al cuerpo. La evidencia mostraba que los muertos se habían quedado sin espíritu (aire) y que
este era fundamental para estar vivo. Ese fue el inicio de la lógica humana. Las primeras relaciones
causa-efecto fueron definidas e incorporadas como reglas de pensamiento, y a continuación esto les
facilitó elevar su nivel de abstracción para llegar a preguntarse en algún momento ¿porqué? La
conciencia emergente requería estabilidad y reglas fijas, buscaba automatismos para ahorrar la gran
energía que consume el neocórtex. Además apareció el rostro como un tablero de señales que
expresaba estados interiores y como un primer sistema de comunicación. A continuación apareció el
lenguaje rudimentario, el que solo transmitía información, hasta que luego surgió la necesidad de
transmitir conocimiento. Sin duda fue esta la premura que empujó a los genes a desarrollar esta
nueva envoltura para el cerebro. Su responsabilidad era justamente relevar a los genes de la tarea de
preservar y transmitir el aprendizaje de la especie. En poco tiempo surgió el lenguaje para poder
comunicar las ideas. Luego vino el reto de entender el mundo. Evidentemente la mayor parte de las
cosas quedaban sin responder en la mente del primitivo. La conciencia era todavía una gran vasija
vacía que esperaba ser llenada con razones, y estas empezaron a llegar, especialmente para
disminuir la ansiedad, el stress del ser consciente.
Estas pistas nos llevan a recapacitar en lo que pudo significar para esos seres primitivos descubrirse
a sí mismos, descubrir que poseen imágenes mentales como los sueños y la memoria. Sin duda tuvo
que surgir una reacción de espanto en aquellos humanoides que descubrían acontecimientos que
ocurrían dentro de sí mismos, inadvertidos de lo que les pasaba. Algunos consideran que los
primeros humanoides tuvieron que sufrir una especie de psicosis al no poder controlar sus funciones
mentales, y al soportar la ansiedad de descubrir todas esas extrañas facultades. Hoy mismo muchas
personas se angustian por sus sueños y se preocupan por el futuro, crean cábalas, manejan una
serie de ideas en torno al más allá y de alguna forma se explican su existencia y destino, confían en
un dios y en muchas otras cosas que su sociedad le ha proporcionado para su tranquilidad. Pero en
esos días remotos en que el lenguaje apenas se articulaba, los primeros humanos debieron ser
sujetos angustiados, aterrados, llenos de un miedo intenso que los empujaba al acto de sumisión y
adoración frente a todos los elementos de la naturaleza, a los que consideraban amenazantes no
únicamente de su integridad física inmediata sino de su suerte en general. Las primeras deducciones

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simples empezaron a surgir a base de esas relaciones causa-efecto. La sorpresa, el miedo ante lo
imponente de la naturaleza produjo actitudes de sumisión ya que no se podía huir a ningún lado.
Todo ello dio inicio a la primera forma de conducta típicamente humana: la adoración; y a los
primeros conceptos abstractos: dioses. Es necesario recalcar que el concepto de “dios” al que nos
referimos no es el mismo que tenemos hoy. Los conceptos varían de época en época. Ya dijimos que
el concepto actual de espíritu, por ejemplo, es absolutamente diferente del que tuvo originalmente. El
concepto actual que se tiene de “dios” en nuestro medio es el de un ser paternalista y absolutamente
bueno. Pero este es un concepto que ha sufrido muchas variaciones en el tiempo y en cada cultura.
Hace 50,000 años el hombre ya era muy parecido a como lo conocemos hoy en su aspecto físico,
pero en su estructura mental era definitivamente otro. Es en esa época cuando inicia el dominio del
fuego y se produce la aparición de los primeros sonidos que llevarían a la formación del lenguaje.
Estas y otras tareas que empiezan a surgir en la nueva especie resultan imposibles sin la existencia
de una conciencia dominada. El lenguaje resultaría innecesario si no existiera el contexto particular
que le ofrece la conciencia al individuo, cuando ya se tiene algo que transmitir. Y es solo desde
aquella perspectiva que podemos empezar a hablar propiamente de una conducta humana; es decir,
desde la aparición plena de una conciencia rectora. El gran paso evolutivo fue la conducta dirigida por
el neocórtex y la transmisión de las ideas entre individuos. No se trataba de ideas grandiosas ni de
conductas magníficas, pero hubo un cambio fundamental en el mundo: una especie que dirigía su
conducta por sí misma, ya no por un programa biológico.
Resulta sintomático descubrir que las primeras preocupaciones humanas eran resueltas mediante la
actividad religiosa. Es un hecho comprobado que no existe cultura o agrupamiento humano sobre la
Tierra que no haya desarrollado algún tipo de actividad religiosa. Esto resulta muy revelador para
entender las consecuencias que supuso para el hombre el surgimiento de la conciencia. Cabría
preguntarse qué necesidades profundas calmaba esta actividad religiosa. Sin duda se referían al
descubrimiento de su propio ser a través de la conciencia de sí mismos. El “darse cuenta” tiene
implicaciones terribles en el ser humano, genera angustia, aprensión y una serie de sentimientos
internos que es necesario compensar para alcanzar un equilibrio psicológico vital. Una sensación de
desamparo existencial acosa al ser consciente, lo cual le produce miedo e inseguridad que solo
pueden ser aplacados mediante la relación con un ser protector ideal. El miedo estaba motivado por
una cuestión subjetiva, y aquella sensación de seguridad también era subjetiva. Hoy es sumamente
fácil para las personas integrarse a su mundo sin problemas porque ya cuentan con 50,000 años de
cultura almacenada que les explica –no importa que sea de una manera simple y burda- las cosas
más fundamentales de su mundo. Pero para los primeros seres humanos solo había interrogantes
flotando en su conciencia. En esas circunstancias la conciencia se convirtió en una nueva fuente de
estrés, y aun hoy lo sigue siendo pero en otros aspectos. Era pues imperioso reducir ese estrés o
sucumbir ante él, tal como de hecho ocurrió con varias especies humanas desaparecidas del
escenario. La especie que sobrevivió parece ser que lo logró gracias a una estrategia mental que
proporcionaba una explicación fácil, asequible y suficiente de la realidad; no hacía falta más. La
conciencia se pobló así de entes imaginarios que le brindaban seguridad, llamados mucho más tarde
“dioses”. Al principio hubo una enorme diversidad de seres imaginarios, algunos de los cuales todavía
se recuerdan, tales como gnomos, numen, hadas, ánimas, ninfas, etc. Esto facilitó el dominio de su
conciencia pero también determinó su futuro como una criatura teísta. Todo lo que vino después, lo
construyó el hombre sobre las elaboraciones de su pensamiento, las cuales se acomodaban a cada
circunstancia y necesidad histórica. Ante esto no podemos dejar de advertir la importancia que tuvo el
surgimiento del pensamiento religioso como antesala para el desarrollo evolutivo ulterior del hombre.
En un principio el ser humano adoró casi todo lo que había sobre el planeta, desde animales hasta
fenómenos atmosféricos y elementos de la naturaleza como astros, montañas y mares; y finalmente
personas. Llegaron a construir toda clase de religiones, desde las más aberrantes que exigían toda
clase de sacrificios humanos y normas absurdas, hasta las más bellas, con profundas concepciones
ideales. La religión ha sido la principal conducta humana desde hace unos 50,000 años. Si hay una
conducta que puede ser llamada propiamente “humana” esa es sin duda alguna la religiosidad. No ha
sido sino hasta hace unos 150 años atrás cuando el hombre inició recién la creación de su ciencia
para intentar desligarse lenta y tímidamente del pensamiento religioso; pero aun es un pensamiento
muy dominante, todavía las creencias religiosas están estrechamente vinculadas a casi todo el
proceder humano, desde la política hasta los deportes, desde la vida pública hasta la vida íntima. Es
posible que este pensamiento mantenga su dominio sobre la mente humana por mucho tiempo más.

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Estructura del cerebro humano
El conocimiento que puede ayudarnos a comprender mejor el fenómeno humano y sus distintas
experiencias es la forma en que este adquirió su cerebro durante el proceso evolutivo. Por supuesto,
para construir al ser humano la naturaleza no borró el pizarrón e inició un nuevo diseño de la nada.
Esta no es la forma de proceder de la biología, por el contrario, carga con todo el material acumulado
y lo va adaptando a la nueva circunstancia. Así pues, el cerebro humano no surgió de un diseño
nuevo como ocurre con los autos y los aviones. El cerebro fue adaptándose paulatinamente durante
la evolución, desde que surgió como una pequeña protuberancia en los peces hasta que se consolidó
como una central de control en los reptiles. Este fue el primer cerebro vinculado a los humanos, ya
que sus estructuras aun permanecen en su cerebro. A continuación la evolución dio paso a los
mamíferos y esto requería una conducta más elaborada, que involucrara ciertos estados afectivos
dirigidos primero al cuidado de su prole y a la formación de un vínculo social. En esta etapa surge una
nueva capa que recubre el cerebro del reptil y da forma a un cerebro más complejo que es el cerebro
de los mamíferos, cuyas estructura aun subyacen en el cerebro de los humanos. Por último, al
aparecer el homínido surge una tercera capa conocida como neocórtex, que se encarga de
proporcionarle al humano sus características exclusivas, tales como la conciencia, y una compleja red
de vínculos con las zonas más primitivas de su cerebro.
El cerebro humano está formado principalmente por tres zonas diferentes que se desarrollaron en
distintos momentos durante el proceso evolutivo. Como sabemos, la evolución nunca desecha lo
logrado, sino que acumula ventajas. De este modo, cada vez que el cerebro desarrollaba lo hacía
sobre la base de lo que ya existía. Así, cada sección está una sobre otra, como capas sobrepuestas.
La parte más primitiva de nuestro cerebro, llamado “cerebro reptil”, se encarga de los instintos
básicos de la supervivencia -el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas
agresivas. Nuestro cerebro primitivo de reptil, que se remonta a más de trescientos millones de años
de evolución, aún dirige parte de nuestra actividad cotidiana. Las respuestas al objeto sexual, o a la
comida o a lo amenazante y peligroso son automáticas y programadas. Los investigadores han
demostrado que gran parte del comportamiento humano se origina en estas zonas profundas del
cerebro, las mismas que hace millones de años dirigieron los actos vitales de nuestros antepasados
reptiles. En verdad no se requiere de más para controlar un organismo.
Un tiempo después, hace unos 300 millones de años, surgieron los mamíferos y desarrollaron un
nuevo cerebro que se sobrepuso al de los reptiles. Así apareció lo que hoy llamamos el sistema
límbico, también llamado cerebro medio. Es la porción del cerebro situada inmediatamente debajo de
la corteza cerebral, y que comprende centros importantes como el tálamo, hipotálamo, el hipocampo,
la amígdala. Estos centros son los que funcionan en los mamíferos actuales y constituyen el
mecanismo que pone en marcha los actos emocionales como las conductas afectivas que muestran
perros, monos y otros mamíferos avanzados. Dado que los mamíferos nacen con una gran
dependencia de sus madres, estos centros del afecto resultaron muy útiles para vincular a la madre
con su cría y dar incluso la posibilidad de formar esas pequeñas sociedades llamadas familia.
Debemos asumir que la necesidad crea el cambio, tal como la función hace al órgano. La evolución
consiste en ganar características y transmitir lo ganado a la siguiente generación, por tanto, los genes
deben tener una manera de traducir los cambios en códigos genéticos para hacerlos permanentes.
Este es el mismo sistema límbico que poseen los humanos y también son los centros de la emoción.
Es allí donde se experimentan temores, angustias, miedo, celos y alegrías intensas. El papel de la
amígdala como centro de procesamiento de las emociones es básico. Las personas con la amígdala
lesionada ya no son capaces de reconocer la expresión de un rostro o si una persona está contenta o
triste. El comportamiento maternal y las reacciones afectivas frente a otros animales se ven
claramente perjudicadas luego de una extirpación de estas áreas.
La evolución nunca se detiene y el cerebro continuó su desarrollo. Hace unos cien millones de años
aparecieron los primeros mamíferos superiores con un sistema límbico más sensibilizado.
Posteriormente, hace apenas unos 5 millones de años, además del bulbo raquídeo (primer cerebro) y
del sistema límbico (segundo cerebro) se desarrolló el neocórtex, el cerebro racional, con lo que se
inició la aparición de la especie humana. El neocórtex contiene las capacidades racionales y lógicas,
facultades como la memoria y la conciencia y el manejo del lenguaje, exclusivos del ser humano.
La corteza cerebral está en constante interacción con el sistema límbico y este con la base reptiliana.
Una transmisión de señales de alta velocidad permite que el sistema límbico y el neocórtex trabajen
juntos, lo que explica que podamos tener control sobre nuestras emociones. De esta forma, a la base
de los instintos, impulsos y emociones se añadió la capacidad de pensar de forma abstracta y de

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planificar más allá del momento presente, de comprender las relaciones globales, desarrollar un yo
consciente y una vida emocional mucho más amplia y compleja. La corteza cerebral, la nueva y más
importante zona del cerebro humano, recubre y engloba las más viejas y primitivas. Esas regiones no
han sido eliminadas, sino que permanecen debajo, sin tener el control absoluto del cuerpo, pero aún
con sus posibilidades intactas y activas.
La corteza cerebral o neocórtex nos capacita para solucionar problemas de álgebra, para aprender
inglés, para estudiar medicina o desarrollar la tecnología. Y también a nuestra vida emocional le da
actualidad. Amor y venganza, altruismo e intrigas, arte y moral, sensibilidad y entusiasmo van mucho
más allá de los rudos modelos de percepción y de comportamiento espontáneo del sistema
límbico. Los lóbulos prefrontal y frontal juegan un especial papel en la asimilación neocortical de las
emociones. Tienen dos importantes funciones:
• Moderan nuestras reacciones emocionales, frenando las señales del cerebro límbico.
• Desarrollan planes de actuación concretos para situaciones emocionales.

Mientras que la amígdala del sistema límbico proporciona los primeros auxilios en situaciones
emocionales extremas, el lóbulo prefrontal se ocupa de la delicada coordinación de nuestras
emociones. Esta vinculación estrecha que existe entre los tres cerebros del ser humano define la
complejidad de su esencia. El sistema límbico que apareció como una especie de moderador de la
conducta, una capa que le otorgaba una influencia subjetiva a las experiencias básicas del primer
cerebro, mantuvo sus funciones de moderación luego del surgimiento del neocórtex, y es la que se
interpone entre los impulsos primitivos, por un lado, y los razonamientos producidos en la conciencia,
creando una especie de tribunal intermedio que influye en la decisión final de la conducta. Esta es la
base que seguiremos en adelante para comprender toda la complejidad de la conducta humana y aun
la psicopatología.

Origen de la conducta humana


Es evidente que el hombre no es tan simple para explicarlo sobre el modelo de algo que responde a
estímulos externos y nada más, o como un mecanismo que actúa por unos programas grabados en
sus genes. Se necesita abandonar la mentalidad de la ciencia clásica, mecánica y causalista, para
abordar algo que tiene más de fenómeno dinámico produciéndose constantemente bajo la influencia
de numerosas variables, cuya composición y efecto nunca se repiten de la misma forma. Del mismo
modo en que Einstein demostró que en determinado momento la física diseñada por Newton no era
suficiente para comprender el universo, debemos afirmar que la ciencia tradicional que ha producido
los conocimientos de la biología, por ejemplo, no es suficiente para abordar ni para comprender otras
dimensiones de mayor complejidad como la conciencia. Tenemos que cambiar nuestra mentalidad y
nuestro enfoque. Algunos prejuicios nos impiden aceptar, por ejemplo, que la mente puede crear. Son
clásicos escollos que interfieren en nuestra comprensión. El cientificista típico defiende su postura
con convicción y afirma que nada sale de la nada. Sin embargo Bach compone una hermosa sinfonía
de la nada y nos deja maravillados y mudos.
En cuanto se refiere a conductas elaboradas, típicamente humanas, debemos reconocer que el ser
humano tiene la capacidad para decidir si sigue su programa biológico o si responde al estímulo
externo. Esto no quiere decir que siempre ejerza esta capacidad, pero la tiene. Y en adelante, vamos
a referirnos a un tipo de conducta elaborada, aunque esto no significa que estamos describiendo a
toda la humanidad, y tampoco significa que cada ser humano es exactamente como se indica aquí.
Explicar cómo funciona un auto cuando llega a superar los 200 KPH no significa que todos los autos
circulen superando los 200 KPH. La mayor parte no lo hará, pero tienen esa capacidad teórica. Esta
es la primera condición para ser conducta humana: la decisión. Toda conducta humana es producto
de un proceso consciente y en él reside su exclusividad: ser un proceso consciente, algo que ocurre
de alguna manera y genera una acción que no es una “reacción” sino una actividad prolongada y
ejecutada por etapas en busca de un objetivo. La conducta humana lleva consigo una intención, y
eso la diferencia de cualquier otra conducta animal, y más aun de cualquier simple respuesta
biológica: la intencionalidad, entendida como un propósito deliberado. De este modo podemos
concluir que la conducta humana tiene dos características fundamentales: la decisión y la intención.
Todo lo demás podría ser una reacción o un automatismo, que también pueden ser de tipo biológico o
inconsciente; en otras palabras, también hay la posibilidad de realizar un programa biológico o un
programa lógico, sin mediación de la conciencia; pero esto lo veremos después. Hablemos antes de
la conducta que es producto de un acto consciente. Bien podríamos entender a la conciencia como

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una intermediaria entre el mundo y el animal humano. Es una cámara intermedia que retarda la
respuesta inmediata para pasar por el filtro del juicio. En esta sala transcurren una serie de procesos
que van desde la escenificación virtual de la realidad, la simulación de efectos, la aplicación de
reglas, etc., hasta la decisión final. Un proceso tan complejo es de esperarse que pueda enfrentar una
serie de dificultades. De hecho tiene la posibilidad de fallar en cualquiera de sus etapas y esto
constituye también la característica de las personas. En algunos veremos dificultades para entender
la circunstancia que les rodea, en otros, dificultades para la aplicación de reglas adecuadas y
efectivas o la ausencia de reglas simplemente, en otros veremos dificultades para tomar decisiones.
Esto nos conduce a la necesidad de tener que comprender la conciencia en primer lugar ya que toda
conducta que se pueda llamar humana se produce en la conciencia y en ningún otro lugar. ¿Qué es
pues la conciencia, aquella fábrica de conductas? En principio debemos considerar a la conciencia
como un fenómeno que se produce en el cerebro bajo ciertas condiciones. Podríamos decir que la
conciencia es un estado de activación mental en el que múltiples funciones se encuentran operativas
simultáneamente y en coordinación plena. No existe un lugar específico del cerebro que tenga el
control de la conciencia, ni existe un control en particular. La conciencia en su conjunto es un todo
controlado, un producto de esas diversas funciones activas y coordinadas. En el instante en que se
enciende la red de funciones mentales se produce un fenómeno que es cualitativamente diferente:
está en todos lados y en ningún lugar en particular. La cantidad de funciones operativas que se logran
activar y relacionar en la actividad consciente determinan las diferencias entre los individuos. Así
podemos decir, en efecto, que algunos son “más conscientes” que otros, en la medida en que su
capacidad mental de activación de funciones es mayor o menor. Además cada una de las funciones
mentales tiene en cada sujeto un grado diferente de desarrollo, el cual está en relación directa a su
actividad mental y a la variedad de sus experiencias vitales. Por otro lado, sin duda alguna, no todas
las personas tienen las mismas funciones mentales, la conciencia no es como un corazón que tiene
las mismas características y los mismos compartimientos en todos los individuos. Las funciones
mentales surgen en cada individuo o no surgen, se van activando durante su desarrollo de acuerdo a
las exigencias de sus experiencias personales, y se especializan en diverso grado según su propia
biografía. De hecho, la mayoría comparte una gran cantidad de funciones mentales básicas, aunque
en un nivel de desarrollo diferente cada una, y por ello debemos tener en cuenta que nada es igual en
la conciencia de los sujetos. La forma (por así decirlo) y dinámica que adquiere la conciencia en cada
individuo es una sola y exclusiva de ese individuo. Para entenderlo mejor, imaginemos a la conciencia
como el sonido que produce un instrumento que siempre se fabrica de manera diferente cada vez. En
ocasiones tendremos un instrumento que sonará mejor que otros, y lo más seguro es que ninguno
suene igual. Esto ocurre así porque la estructura cerebral, que es la base de la conciencia, es como
un recipiente que debe ser moldeado a partir de la arcilla blanda que proporciona la biología a la hora
del nacimiento. Cuando se habla de la “plasticidad” del cerebro normalmente nos referimos a su
capacidad para reorganizarse y recuperar las funciones perdidas ante una lesión, sin embargo acá
vamos a emplear este término de plasticidad para entender la manera cómo el cerebro empieza a ser
moldeado en su estructura y organización interna desde el nacimiento, lo cual da como consecuencia
un tipo específico de conciencia. Para empezar el proceso de moldeado no hay un molde específico
que seguir, como en el caso de otros órganos que siguen la pauta del código genético. En el cerebro
la estructura interna se moldea adoptando una forma arbitraria y diferente cada vez en función de las
condiciones del momento. Esto hace que, siguiendo el ejemplo, ningún recipiente sea igual, por un
lado, y que tenga distinta capacidad para almacenar cosas. En este punto ya tenemos dos diferencias
fundamentales entre todas las personas: la forma y la capacidad que adquirió su estructura mental. A
continuación imaginemos que a este recipiente se le llenan con distinta clase de cosas en diferente
orden cada vez. Los recipientes (siempre siguiendo con el ejemplo) que están más expuestos a un
viento que arrastra granos de arroz sin duda se llenarán de granos de arroz más que de otras cosas y
tenderán a parecerse en este sentido. Lo que vamos a tener al final son recipientes diferentes tanto
en tamaño y forma como en capacidad, pero también en contenidos. Los contenidos serán también
diferentes en su diversidad y cantidad. Eso es finalmente la conciencia. Como es sabido desde hace
mucho, los primeros 7 años son fundamentales en la determinación de la forma y capacidad que
adquirirá este recipiente cerebral; los siguientes 7 años son capitales para determinar sus contenidos.
De manera que todo lo que significa el cerebro y la conciencia está en función de una biografía
concreta, es parte de una historia personal. De allí la individualidad del ser humano.
Es por ello que no podemos generalizar en asuntos de naturaleza humana, no podemos establecer
leyes universales ni clasificaciones arbitrarias. El hombre no está preparado para tratar con modelos
cambiantes como los que le ofrece la conciencia. Por ello, estudiar la conciencia ha resultado tan
difícil: no tenemos las herramientas apropiadas para hacerlo. Es necesario cambiar de mentalidad y

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estar en condiciones de poder admitir lo usualmente inadmisible, preparados para aceptar cosas que
contradicen nuestras reglas básicas.
Existe pues una gran variabilidad de estados de conciencia; más aun, no hay dos iguales, ya que es
imposible que dos procesos formativos se repitan exactamente igual. La formación de la conciencia
está expuesta a una condición infinita de variables. Cada conciencia humana se fabrica de una forma
muy particular e irrepetible, por tanto no existen dos iguales, ni aun tratándose de gemelos idénticos
ya que cada uno carga su propia biografía personal. Afirmar estas cosas atenta seriamente contra el
sentido común porque significa que aquí no existen leyes universales ni hay manera de establecer
una clasificación. La mentalidad tradicional se rebela ante estas ideas. Uno espera que todo siga una
misma regla, que todos los individuos sean iguales o que al menos podamos establecer algunas
clases de individuos, uno espera que la conciencia en todas las personas sea tan idéntica como
pueden ser sus riñones o sus ojos. Pero no es así.
Como es de esperarse, el estado de conciencia requiere muchísima energía, y un funcionamiento
neuronal óptimo que depende de ciertas condiciones orgánicas: una estructura neuronal particular y
condiciones de nutrición apropiadas. Se dice, por ejemplo, que algunos “no miden las consecuencias
de sus actos”, y en efecto, la anticipación es una de las funciones propias de la actividad consciente
en algunos individuos. Antes de decir una palabra puedo ser consciente de las consecuencias que va
a producir y anticiparme, modificar la acción; puedo incluso anticiparme varias veces antes de decidir
una conducta, como hacen los ajedrecistas; puedo “adivinar” los deseos del otro tan solo con verlo a
los ojos, intuir su estado de ánimo y hasta sus intenciones, como hacen los jugadores de póker. Esto
hace que el póker no sea tan solo un juego de azar sino una competencia de destrezas intuitivas. Hay
incluso quienes parecen intuir el resultado de los dados que son arrojados por sus manos. Pero claro
que estas funciones no son comunes a todos. Hay personas que tienen facultades extraordinarias
que incluso retan la capacidad de comprensión más amplia. Algunas de ellas figuran en el libro de
Records Guiness y parecen hacer magia con sus capacidades mentales. Unos tienen más y otros
menos o no las tienen, pero componen el gran repertorio de la actividad consciente generadora de
conductas. En consecuencia, podemos afirmar, en primer lugar, que la conciencia no es un producto
estandarizado y repartido en la mente humana como lo están todos los demás órganos de nuestra
anatomía; en segundo lugar, la conciencia es algo que se forma durante la biografía del individuo
sobre la base de una estructura biológica particular y expuesto a las influencias aleatorias de una
experiencia personal única; por último, la conciencia no es una sustancia estable, configurada y
acabada sino un fenómeno que se activa y genera conducta, la produce, la fabrica en el instante a
partir de una amplísima serie de funciones o consideraciones que se desarrollan en medio de una
compleja realidad psicológica que incluye representaciones de su realidad externa y una imagen de lo
que constituye su meta en cada momento, y sobre la base de ciertas reglas de proceso interiorizadas
a partir de diversas fuentes socio culturales así como propias.

Febrero, 2008

Extracto del libro en proceso “Psicología Médica” del Lic. Dante Bobadilla.

Lic. Dante Bobadilla

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