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Sobre “El horror económico”

Jaime Mireles Rangel


El argumento de que a través del trabajo el hombre encuentra su plena realización, ha sido un mito
tomado como fundamento retórico para alcanzar el poder político. Así, desde la ésta restringida óptica, la
creación de fuentes de trabajo se plantea como la mejor solución económica general.
Tal argucia ha sido explotada, utilizada y extendida por el mundo por quienes administran la
economía globalizada, por sobre gobiernos y fronteras, a través de espacios virtuales que otorgan
preeminencia a los mercados y sus fluctuaciones.
Dichos ostentadores de la riqueza global, coludidos con el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional se organizan entre sí para imponer políticas nacionales en los países del orbe, las cuales son
aceptadas con resignación, sin reparo alguno.
La globalización se acepta a pesar que somos conocedores de sus efectos secundarios, como el
desempleo, cuyo rápido incremento tiende a equiparar la pobreza en los países desarrollados con la del Tercer
Mundo.
Los planteamientos de este tono, realizados por Viviane Forrester, en su libro “El horror económico”,
vienen a desencadenar una serie de dudas sobre la posibilidad real del crecimiento de la oferta real de trabajo,
bien remunerado y confirma la observación de la creciente reducción del empleo.
Lo que hoy rige, es la absurda concentración del poder económico aglutinado en multinacionales,
trasnacionales, liberalismo absoluto, globalización, mundialización, desregulación y virtualismo absoluto, que
cada día precisan de menos manos para conseguir sus fines, dice.
En el obra citada se desenmascara el tabú del empleo, cada vez más precario, casi inexistente, el cual
debe entenderse como explotación del hombre por parte de los ostentadores del poder económico; es decir,
como afirma la autora, del poder, cuyo papel estriba en hacer ver a un sistema económico agotado, como algo
efectivo y próspero, capaz de validar la explotación de “las masas anestesiadas”, porque todo está en función
de la ganancia.
Asimismo, en el plano político la promesa de creación de empleos, representa una farsa que se
comprueba por el desalentador y creciente desempleo, que conduce a la vergüenza asumida por cada vez más
personas que se adhieren a una situación marginal, la cual ha sido soportada por décadas y que ahora se
recrudece, en virtud que cada vez es menos importante el ser humano para desempeñar una función.
La situación de incapacidad e impotencia que el desempleo provoca, se ve juzgada por la sociedad
desde una visión de desprecio hacia quien carece de un trabajo productivo y, a su vez, conduce a la
degradación personal alentada por una verdad aceptada por consenso habitual, lo que en realidad representa la
consumación del embuste. En otras palabras, estas concepciones equivocadas son auspiciadas por una
creencia ancestral, que valora a quien tiene un trabajo y desdeña a quien de él carece.
En el México de la campaña político electoral de Vicente Fox se expresaba con bombos y platillos la
creación de un millón de empleos anuales. El propósito, ahora lo sabemos, fue utilizado como catapulta
política para obtener votos. Después del primer año de gobierno los empleos decrecieron, al grado que se
vieron en la calle alrededor de 400 mil trabajadores. La falacia funcionó. La no-aceptación de una verdad
incontrovertible por parte de los mexicanos, la evidencia de una inocencia supina, llevó a elegir a un
Presidente entregado al poder económico mundial.
Los candidatos a la Presidencia de la República Mexicana, como Felipe Calderón y Andrés Manuel
López Obrador, con fines electorales, remedan sin convicción, para un público hastiado, ejercicios de
salvación poco convincentes que se supone deben paliar el desempleo y empujar al país hacia el desarrollo.
¿Funcionará de nuevo el engaño?
Sólo ejemplos aislados, casi exclusivos, de eficiencia en la política laboral se han dado en Campeche
durante dos sexenios consecutivos, cuando el desempleo se redujo sustancialmente. Esta tendencia, hoy se
consolida con Jorge Carlos Hurtado Valdez. He aquí la excepción de la regla. El resto de México muestra la
cara de la economía subterránea.
El mundo actual parece no tener pies ni cabeza, pues semeja a un monstruo gigantesco y, por ello,
invisible e insensible, instalado bajo el signo de la cibernética, la automatización y las tecnologías
revolucionarias. La mayoría de los seres humanos no son necesarios para el pequeño grupo que rige la
economía mundial.

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El mundo del trabajo les pertenece a unos cuantos operadores de lo virtual, a los manipuladores o
analistas de símbolos, que viven la era de la cibernética, de la tecnología de punta, del vértigo de lo inmediato.
Lo cierto es que para tener la facultad de vivir y los medios para hacerlo es necesario que los mercados los
necesiten, pero los presentes disminuyen constantemente y cada vez requieren menor fuerza de trabajo. Las
funciones desaparecen indefectiblemente.
La sociedad actual se sustenta ciertamente en el trabajo, pero la paulatina y sistemática desaparición
de éste y sus efectos nocivos no preocupa a la economía de mercado, sólo representan un inconveniente del
cual suelen sacar provecho. Lo que realmente importa son las especulaciones, las transacciones inéditas, los
flujos impalpables, la realidad virtual que hoy es más influyente que ninguna.
La amplitud de la expansión de las redes económicas privadas trasnacionales han posibilitado el
dominio de los gobiernos de muchos países, de tal suerte que conforman una especie de nación sin territorio
ni gobierno que rige las instituciones y las políticas de diversos países, con frecuencia por intermedio de
importantes organizaciones como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) o la
Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Un ejemplo claro del dominio que ejercen las redes económicas privadas sobre los Estados, consiste
en dominar las deudas públicas, por lo que obviamente los países dependen de las redes y están sometidos a
su arbitrio. Tales Estados, convierten a las deudas de sus protectores en deudas públicas. A partir de entonces
éstas serán pagadas sin compensación alguna, por el conjunto de la ciudadanía.
Esto lo hemos vivido en múltiples ocasiones en México. La más reciente y clara evidencia fue el
llamado Fobaproa, cuya carga pesa aún en los hombros de los contribuyentes. ¿Cuándo los pobres serán ricos,
si deben pagar los errores de los ostentadores de la riqueza?

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