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Tras dos votaciones fallidas, pues ninguno de los tres candidatos obtuvo la
necesaria mayoría absoluta, se efectuó una tercera por los dos más votados.
Entonces los votos de Centeno se volcaron a Nores, que totalizó 24 contra 13
de Martínez Paz. Pero no se llegó a proclamar el resultado ni a aprobarse
el acta respectiva -elementos necesarios, según el nuevo estatuto,
para perfeccionar la elección-. Sin dar tiempo a la consumación legal,
los estudiantes invaden la sala, se forman tumultos, denuncian a los jesuitas el
haber digitado la elección, intiman a la policía a abandonar el edificio, y ante
la negativa, los arrastran hasta la puerta de calle. Un estudiante es herido en
el brazo al desarmar a un hombre que llevaba un puñal en su mano, quien
supuestamente era guardaespaldas de un profesor. La Asamblea de estudiantes
decide decretar la huelga general. En la puerta de la Universidad se fijó un
cartel que decía: “se alquila”. El período de las palabras había terminado.
Dos días más tarde Nores intentó asumir el rectorado, produciéndose nuevos
actos de violencia. Reunido en su despacho con los tres presidentes de F.U.C.
que venían a pedirle la dimisión, habría dicho -luego lo negó-, que prefería
que “quedase el tendal de cadáveres de los estudiantes, antes que renunciar”.
Los delegados estudiantiles pudieron escapar por una ventana a la policía que
los acosaba dentro del edificio universitario. A todo esto, el conflicto asumía
proporciones nacionales. Todas las Federaciones Universitarias y los
estudiantes secundarios prestaban su adhesión a la F.U.C., así como también
numerosos sindicatos e instituciones, y muchos hombres destacados: José
Ingenieros, Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Mario Bravo, Enrique Dickmann,
Nicolás Repetto, Augusto Bunge, etc. Los días subsiguientes se realizaron
actos y manifestaciones callejeras, siempre bajo los ataques de la policía.
Por supuesto que esa politización fue criticada por aquellos que desean
erradicar “la política en las aulas”, desde la proscripción de los partidismos
estudiantiles hasta la amenaza de censura en la exposición científica de las
doctrinas políticas desde las cátedras, tal vez porque esa política perjudica
la suya. Pretenden un verdadero desdoblamiento de la personalidad
del estudiante, como si pudiera dejar en los umbrales universitarios sus ideales
políticos, y cuando sale de la clase recogerlos nuevamente. Ser “apolítico”
significa, quiérase o no, tomar una posición política, de signo negativo
y vergonzante, contraria a toda renovación, conformista con la situación
presente. Quienes postulan el apoliticismo están sirviendo y facilitando una
política. No se trata de militar en grupos banderizos. Ni siquiera en partidos.
La Reforma ha hecho y hace política, entendida como compromiso, diálogo,
debate, interacción, construcción, búsqueda de la verdad, transformación,
defensa del interés público y apasionamiento por el destino común.
Las malas ideas se deben combatir con ideas mejores, no con censura o con
medidas policiales, por haber cometido sus autores el terrible delito de pensar.