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LEJOS DE
LAvieja Europa, Idoia venía de proteger a unos equipos,
precisamente italianos, instructores del reconstruido Ejército nacional
afgano. Y lo hacía junto a un oficial ATS --el alférez César Muñoz-- y
al cabo Jorge Laiño del Río, en el más humanitario de los vehículos,
una ambulancia, cuando encontró la muerte.
Nuestros soldados forman parte de una coalición de 37 países, de los
que 26 pertenecen a la Alianza Atlántica. Son 50.000 militares que, en
cumplimiento de la resolución 1386 del Consejo de Seguridad, están
allí para impedir que el país --que sale de las tinieblas de la Edad
Media, como dijo el primer mando español que llegó a Kabul en 2003,
el coronel Jaime Coll-- vuelva a caer en manos de los talibanes, los
que volaban Budas, los que obligaban a las mujeres a ir encerradas
en burkas, los que habían convertido Afganistán en un presidio
fanático-religioso, los que nos exportaban no solo adormidera, sino
terrorismo.
Hoy, tras la tragedia, reavivamos viejos fantasmas: salen rancio
antiamericanismo junto a pacifismos de primer año de facultad. Se
disiente sobre el concepto guerra, cuando los viejos cánones del
Derecho Internacional, declaración formal, Convenios de Ginebra,
trato de prisioneros y heridos, etcétera, han sido no solo
sobrepasados, sino explícitamente insultados por los nuevos señores.
Y nosotros seguimos empeñados en aplicar normas de juego limpio y
en creer que ellos las perciben, cuando lo que realmente hacen es
aprovecharse de ellas. Mientras, nuestros soldados respetan estrictas
reglas de enfrentamiento, sufren agresiones y bajas sin hacer uso de
toda su potencia de combate, y trabajan bajo la presión que supone
sentirse observados permanentemente en el cumplimiento de unas
misiones rigurosamente regladas por organismos internacionales.
EL
ENEMIGO,al que llamamos asimétrico, se presenta, en cambio, difuso,
intangible, fanatizado hasta el extremo de sacrificar su vida;
insensible al daño que puede causar a inocentes, pero sensible a
causar el mayor daño que pueda exponer en unas imágenes o en un
comunicado televisado. Y se diluye entre la población civil para luego
denunciar daños colaterales si se le ataca. Y todo lo aplica sin
importarle el tiempo que haya de emplear para lograr sus fines,
cuando nosotros somos esclavos de los presupuestos anuales, de los
periodos autorizados por los Parlamentos, de los tempos electorales.
Ellos sí los conocen a priori, y actúan en consecuencia.
Se discuten los medios utilizados. Se emplea lo mejor que se tiene y
en manos de personas altamente cualificadas. Pero la seguridad total
es imposible. ¿Lo es en nuestras carreteras? ¿En nuestras vidas
diarias?
¿No sería mejor que estas discusiones se canalizasen durante los
periodos de confección y aprobación de presupuestos? ¿O cuando se
impone políticamente a las Fuerzas Armadas un modelo de
helicóptero o un todoterreno que no cumple los requerimientos
operativos señalados por ellas tras exhaustivos estudios? ¿Por qué
creen que Defensa se involucra en políticas inmobiliarias que
corresponden a otros ministerios? ¿Creen que si tuviesen un
presupuesto normal sería necesario vender cuarteles desafectados?
¿Saben en qué posición están en gastos de defensa en comparación a
países de nuestro entorno?
Se disiente sobre números de componentes de los contingentes, de
los kilómetros cuadrados que corresponden a cada soldado, pero no
se aportan, en sedes parlamentarias, criterios que no encorseten, que
permitan a los mandos adaptarse a la misión. Díganme qué se quiere
hacer; dejen el cómo hacerlo. Lo decía recientemente en el Centro
Superior de Estudios de la Defensa Nacional (Ceseden) el teniente
general Álvarez del Manzano, un hombre bregado con amplísima
experiencia en este tipo de misiones: "La entidad y calidad de los
efectivos se deben adaptar a la misión, a los continuos cambios de las
situaciones y a los objetivos que se persiguen".
Se discute el tipo de condecoraciones, cuando con el rodaje que
llevamos desde 1989 (Angola, Nabibia, Centroamérica, Mozambique,
Balcanes, Irak, Congo, Líbano, etcétera), todo debería estar más que
superado. Y no es nueva, esta discusión. Hay acontecimientos
demasiado cercanos que invitan a la reflexión y a la prudencia, antes
que a la descalificación. Menos mal que no se discuten ya los
periodos de permanencia, buscando un equilibrio entre la
operatividad y el cansancio psicológico. En 1993, una agrupación en
Bosnia, la Alcalá, formada por paracaidistas, estuvo nueve meses sin
ser relevada. Sí, nueve meses en tiempo de tensión.
En Madrid --galgos o podencos-- se seguía discutiendo también si
aquello era o no una guerra, sobre si se relevaba o reforzaba, sobre
repliegue, retirada o permanencia. Al general que mandaba la
agrupación, Carvajal, la ciudad de Mostar le nombró hijo adoptivo.
Prácticamente solo la irrepetible sensibilidad de Mingote recogió la
noticia en una viñeta.
YO
QUISIERAver en estos momentos a mi sociedad, a nuestra clase
política, como vi al pueblo de Friol, despidiendo a Idoia con
respetuoso silencio. Yo quisiera que mi sociedad sintiera a las Fuerzas
Armadas como un trozo vivo de ella, formadas por personas que
asumen voluntariamente riesgos y sacrificios y que saben, además,
que no tienen la exclusiva de esto, pero que sí lo asumen con un
sentido ético. Por eso no les cuesta defender valores en tierras
lejanas. Pero, insisto, no somos los únicos. Parte de nuestra sociedad
es solidaria, sacrificada y con ellos trabajan día a día en los mismos
sitios, prácticamente, en que servimos.
Yo quisiera una Europa con una política exterior y de seguridad común
y fuerte, que en lugar de criticar y dividirse, constituyese un
necesario contrapeso a la política norteamericana. En el momento en
el que la crisis de Irak estaba en su punto más álgido, cuatro países
europeos estaban sentados en el Consejo de Seguridad de la ONU:
dos permanentes, Inglaterra y Francia, y otros no permanentes,
España y Alemania. Ya saben por dónde dirigían los tiros cada uno. Si
en lugar de dos posiciones, Europa hubiese ofrecido lealmente
unidad, su prestigio y su peso específico, quizá hoy los
norteamericanos no recordarían Vietnam y los iraquís no vivirían la
tragedia diaria de los coches bomba que consumen su propia esencia
patria.
Yo quisiera, por último, que la muerte de la joven soldado gallega nos
uniese en el sentimiento de compartir el dolor con su familia y con
sus compañeros de armas, nos llevara a reflexionar sobre nosotros
mismos, a olvidar nuestras diferencias de criterio y a sentirnos todos
partícipes de los sentimientos y valores que desde su ambulancia
defendía valientemente Idoia.
General.