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V.

Las huelgas y las coaliciones de los obreros


Miseria de la Filosofía, Karl Marx, 1847.
Capítulo II, Metafísica de la Economía Política.
"Cualquier movimiento de alza en los salarios no puede tener otro resultado que el de un
alza en el trigo, el vino, etc.; es decir, producir una carestía. Esto es así porque el salario es
eI precio de costa del trigo, etc.; es el precio integral de cada cosa. Vayamos mas lejos aun:
el salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza, y que son
consumidos reproductivamente todos los días por la masa de los trabajadores. Pero, al
doblar los salarios, es atribuir a cada uno de los productores una parte mayor que su
producto, lo cual es contradictorio; y si el alza no alcanza mas que a un número reducido de
industrias, es provocar una perturbación general en los cambios, en una palabra, una
carestía. Es imposible, digo, que las huelgas seguidas de aumentos de salarios no
conduzcan a un encarecimiento general; esto es tan cierto como que dos y dos son cuatro".
(Proudhon, Tomo I.)
Negamos todas estas afirmaciones, salvo que dos y dos son cuatro.
En principio, no hay encarecimiento general. Si el precio de las cosas se duplica al mismo
tiempo que el salario, no hay cambio en los precios; solo habrá cambio en los términos.
Además, un alza general de los salarios no puede producir nunca un encarecimiento mas o
menos general de las mercancías. Efectivamente; si todas las industrias empleasen el mismo
numero de obreros en relación con el capital fijo o con los instrumentos de que se sirven, un
alza general de los salarios produciría una baja general de los beneficios, y el precio habitual
de las mercancías no sufriría alteración alguna.
Ahora bien, como la relación del trabajo manual con el capital fijo no es la misma en las
diferentes industrias, todas las que emplean relativamente una masa mayor de capital fijo y
menos obreros, tenían que bajar el precio de sus mercancías tarde o temprano. Si por el
contrario, el precio de las mercancías no baja, su beneficio se elevara por encima de la tasa
común de los beneficios. Las máquinas no son asalariados; entonces el alza general de los
salarios afectara menos alas industrias que emplean, comparativamente con otras, mas
maquinas que obreros.
Sin embargo, como la competencia tiende siempre a nivelar la tasa de los beneficios, los
que se elevan por encima de la tasa ordinaria solo pueden ser pasajeros. De este modo,
salvo algunas oscilaciones, un alza general de salarios traerá como consecuencia, en lugar
de un encarecimiento general, como dice Proudhon, una baja parcial, es decir, una baja en el
precio corriente de las mercancías que se fabrican preferentemente con ayuda de maquinas.
En la mayoría de los casos, el alza y la baja del beneficio y de los salarios, solo expresan
la proporción en que los capitalistas y los trabajadores participan del producto de una jornada
de trabajo, sin influir en el precio del producto. Pero que "las huelgas seguidas de aumento
de salarios den por resultado un encarecimiento general", son ideas que solo pueden surgir
del cerebra de un poeta incomprendido.
La huelgas, en Inglaterra, casi siempre han posibilitado la invención y aplicación de
nuevas maquinas. Puede afirmarse que las maquinas eran, en realidad, el arma que
empleaban los capitalistas para vencer al trabajo especial en rebeldía. La self-acting mule, la
invención más extraordinaria de la industria moderna, derrotó a los hiladores sublevados.
Aun cuando las coaliciones y las huelgas no tuviesen otro efecto que redoblar contra ellas los
esfuerzos del genio mecánico, ejercerían siempre una influencia en el desarrollo de la
industria.
Y continúa Proudhon:
"Leo en, un articulo publicado por León Faucher, en septiembre de 1845 que desde hace
algún tiempo, los obreros ingleses han perdido la costumbre de las coaliciones o
confederaciones, lo que es ciertamente un progreso digno de elogio; pero que esta mejora
en la parte moral de los obreros proviene, sobre todo, de su instrucción económica. "Los
salarios no dependen de manufactureros" exclamaba en el mitin de Bolton un obrero
hilandero. En las épocas de depresión, los patronos son, por así decir, el látigo con el que se
arma la necesidad, y quieran o no, tienen que azotar. El principio regulador es, en relación de
la oferta con la demanda, y los patronos son, impotentes. Enhorabuena, exclama Prroudhon,
estos son obreros bien educados, unos obreros modelos, etc. Esta es la única miseria que le
faltaba Inglaterra; esperemos que no pase el estrecho". (Proudhon, Tomo I.)
La ciudad de Bolton, en Inglaterra, es conocida por el gran desarrollo de las ideas
radicalizadas de sus obreros, con fama de ser los mas revolucionarios de ese país. Cuando
sucedió la gran agitación que tuvo lugar en Gran Bretaña para la abolición de las leyes sobre
los cereales, los fabricantes ingleses no vieron otra manera de poder hacer frente a los
propietarios rústicos que poner por delante a los obreros; pero como los intereses de los
obreros no eran menos opuestos a los de los fabricantes que los intereses de los fabricantes
a los de los propietarios rústicos, era natural que los fabricantes llevasen la peor parte en los
mítines de los obreros.
Para salvar las apariencias, los fabricantes organizaron mítines compuestos en gran parte
por los capataces, un pequeño número de obreros adictos y de los "amigos del comercio"
propiamente dichos. Cuando como consecuencia, los verdaderos obreros trataron, en Bolton
y en Manchester, de tomar parte en estas reuniones para protestar contra aquellas falsas
demostraciones, se les prohibió la entrada; diciendo que se trataba de un ticket-meeting, o
sea de un mitin donde solo se admitía a las personas provistas de invitaciones. Sin embargo,
los carteles habían anunciado mítines públicos. Durante la celebración de estos mítines, los
periódicos de los fabricantes hacían una reseña ostentosa y detallada de los discursos
pronunciados. No hace falta aclarar que eran los capataces los que pronunciaban aquellos
discursos, que los periódicos de Londres reproducían fielmente. Proudhon ha tejido la
desgracia de tomar a los capataces como si fueran obreros corrientes, y les dicta la orden de
no pasar el estrecho. Si en 1844 y 1845 la huelgas llamaban menos la atención que antes,
era porque aquéllos dos años fueron los primeros de prosperidad que tuvo la industria
inglesa desde 1837. Sin embargo, ninguna de las Trade Union había sido disuelta.
Según los capataces de Bolton, los fabricantes no son los dueños del salario porque no
son los dueños del precio del producto, y no son los dueños del precio del producto porque
no lo son del mercado universal. Con este razonamiento, daban a entender que no debían
formarse coaliciones para arrancar a los patronos un aumento de salarios. Proudhon, por el
contrario, les prohíbe las asociaciones por temor de que a una de ellas siga un alza de
salarios, que traerá consigo una escasez general. En verdad, sobre un solo punto existe
acuerdo entre los capataces y Proudhon, y es que un alza de salarios equivale a un alza en
el precio de los productos.
La verdadera causa por la que Proudhon guarda rencor a los capataces de Bolton es
simplemente, porque estos determinan el valor por la oferta y por la demanda, y porque no
se preocupan del valor constituido, de la constitución del valor; comprendidas todas las
proporcionalidades de relaciones y relaciones de proporcionalidad acompañadas por la
providencia.
"La huelga de los obreros es ilegal; y no es solo el Código Penal el que lo determina; es el
sistema económico, es la necesidad del orden establecido. Puede tolerarse que cada obrero,
individualmente, goce de la libre disposición de su persona y de sus brazos; pero que los
obreros pretendan, por medio de coaliciones, violentar el monopolio, es lo que la sociedad no
puede permitir". (Tomo I.)
Proudhon pretende hacer pasar un articulo del Código penal por un resultado necesario y
general de las relaciones de la producción burguesa.
En Gran Bretaña las coaliciones están autorizadas por un acta parlamentaria, y es el
sistema económico el que ha obligado al Parlamento a conceder esta autorización por una
ley. En 1825, siendo ministro Huskisson, el Parlamento se vio obligado a modificar la
legislación para ponerla de acuerdo con un estado de cosas resultante de la libre
competencia, tuvo necesariamente que abolir todas las leyes que prohibían las coaliciones
de los obreros. Cuanto mas se desarrollan la industria moderna y la competencia, hay más
elementos que provocan y secundan las coaliciones; y tan pronto como las coaliciones
vienen a ser un hecho económico que toma de día en día mayor consistencia, no pueden
tardar en ser legales.
De este modo el artículo del Código Penal solo prueba que la industria moderna y la
competencia no estaban todavía bien desarrolladas en tiempos de la Asamblea
Constituyente y del Imperio.
Los economistas y los socialistas están de acuerdo en una sola cosa: condenar las
coaliciones; solo que justifican de diferente modo su condena.
Los economistas dicen a los obreros: "No se asocien. Al asociarse, estorban la marcha
regular de la industria, impiden a los fabricantes satisfacer los pedidos, perturban el comercio
y precipitan la invasión de las máquinas, que al hacer inútil en parte su trabajo, los obligan a
aceptar un salario más bajo aún. Por lo demás, luchan en vano. El salario estará siempre
determinado por la relación de los brazos pedidos con los brazos ofrecidos, y hacen un
esfuerzo tan peligroso como ridículo al sublevarse contra las leyes eternas de la economía
política".
Los socialistas dicen a los obreros: "No se asocien, porque en definitiva, no van a ganar
nada; ni siquiera un alza de salario. Los economistas les probarán hasta la evidencia que los
pocos céntimos que podrían ganar en caso de triunfo por algunos momentos serán seguidos
por una baja permanente. Diestros calculistas les probarán que serán necesarios años
enteros para desquitarse, solamente con el aumento de los salarios, de los gastos que han
tenido que hacer para organizar y sostener las coaliciones. Y nosotros les diremos, en
nuestra calidad de socialistas, que dejando a un lado esta cuestión de dinero, no pasarán de
ser obreros, y los patronos serán siempre patronos, antes como después. Así que, ni
coaliciones ni política, porque formar coaliciones es hacer política".
Los economistas quieren que los obreros permanezcan en la sociedad tal como ésta se
halla formada y tal como ellos la han consignado y reafirmado en sus manuales.
Los socialistas quieren que dejen como está la sociedad antigua, para poder entrar mejor
en la sociedad nueva, que ellos les han preparado tan previsoramente.
Aun a pesar de unos y de otros, de los manuales y de las utopías, las asociaciones no
han dejado un instante de avanzar y crecer con el desarrollo y el crecimiento de la industria
moderna. Y hasta tal punto, que el grado que ha alcanzado la coalición en un país indica
claramente el grado que ocupa en la jerarquía del mercado del universo. Inglaterra, donde la
industria ha alcanzado el grado mas alto de desarrollo, es el país donde las asociaciones son
más grandes y están mejor organizadas.
Los obreros ingleses no se han limitado a coaliciones parciales, que no tenían otro objeto
que una huelga pasajera y que con ella desaparecían. Han formado asociaciones
permanentes, Trades Union, que sirven de defensa a los trabajadores en sus luchas con los
fabricantes. Actualmente, todas las Trades Union locales tienen un punto de unión en la
National Association of United Trades, cuyo comité central reside en Londres, y que cuenta
ya con 80.000 miembros. La formación de estas coaliciones, Trades Union, siguió una
marcha simultánea con las luchas políticas de los obreros, que constituyen ahora un gran
partido político con el nombre de cartistas (1 y 2). Los primeros intentos de los trabajadores
para asociarse entre ellos han sido siempre bajo la forma de coaliciones.
La gran industria agrupa en un solo lugar una multitud de gente desconocida entre sí. La
competencia divide sus intereses. Pero el sostenimiento del salario, este interés común que
tienen contra el patrono, los reúne en una misma idea de resistencia: coalición. Es decir, la
coalición tiene siempre un doble objeto: el de hacer que cese entre ellos la competencia,
para poder hacer una competencia general al capitalista. Si el primer fin de resistencia ha
sido solo el sostenimiento de los salarios, a medida que los capitalistas, a su vez, se reúnen
en una idea de represión, las coaliciones, aisladas en sus comienzos, se agrupan, y enfrente
del capital, siempre unido, el sostenimiento de la asociación se hace para ellos más
necesario que el del salario. Esto es tan cierto, que los economistas ingleses se asombran al
ver a los obreros sacrificar una buena parte del salario en favor de las asociaciones que, para
los ojos de estos economistas, solo fueron organizadas en favor del salario. En esta lucha,
verdadera guerra civil, se reúnen y se desarrollan todos los elementos necesarios para una
batalla futura. Llegado este punto, la asociación toma un carácter político.
En primer lugar, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en
trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común,
intereses comunes. Así, esta masa constituye ya una clase frente al capital, pero no lo es aun
por sí misma. En la lucha, algunas de cuyas fases hemos señalado, esta masa se reúne, se
constituye en clase por sí misma. Los intereses que defiende se convierten en intereses de
clase. Pero la lucha de clase a clase es una lucha política.
En la burguesía hay que distinguir dos fases: aquella durante la cual se constituyó en
clase, bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía absoluta, y la otra, en la que ya
constituida en clase, derribó el feudalismo y la monarquía, para constituir una sociedad
burguesa. La primera de estas fases fue la mas larga y exigió los mayores esfuerzos.
También había comenzado con coaliciones parciales contra los señores feudales.
Muchas investigaciones se han hecho para volver a trazar las diferentes fases históricas
que ha recorrido la burguesía, desde la Commune o Municipio hasta su constitución como
clase.
Pero cuando se trata de darse cuenta exacta de las huelgas, de las coaliciones y demás
formas en que los proletarios efectúan a nuestra vista su organización como clase, a unos los
invade un terror real, y otros pregonan un desdén trascendental.
La condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases, es la existencia
de una clase oprimida. La emancipación de la clase oprimida implica, necesariamente, la
creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda emanciparse, es preciso
que los poderes productivos ya adquiridos y las relaciones sociales existentes no puedan
coexistir. Entre todos los instrumentos de producción, el mayor poder productivo es la misma
clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la
existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la
sociedad antigua.
Esto no significa que después de la caída de la antigua sociedad, habrá una nueva
dominación de clase que se resuma en un nuevo poder político.
La condición de la emancipación de la clase laboriosa es la abolición de todas las clases,
del mismo modo que la condición de la emancipación del tercer estado, del orden burgués,
fue la abolición de todos los estados y de todos los órdenes.
La clase trabajadora sustituirá, en el curso de su desarrollo, la antigua sociedad civil por
una sociedad que excluirá las clases y su antagonismo, y ya no existirá poder político
propiamente dicho, que es precisamente el resumen oficial del antagonismo en la sociedad
civil.
Mientras tanto, el antagonismo entre el proletariado y la burguesía es una lucha de clase
contra clase, lucha que elevada a su mas alta expresión, es una revolución total. Además, no
hay que extrañarse de que una sociedad fundada en la oposición de clases se resuelva en la
contradicción brutal, en un choque cuerpo a cuerpo como último desenlace.
Que no se diga que el movimiento social excluye al movimiento político. No hay
movimiento político que no sea social al mismo tiempo.
Las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas únicamente en un orden de
cosas en el que ya no existan clases y antagonismo entre ellas. Hasta entonces, en la
víspera de cada cambio general de la sociedad, la última expresión de la ciencia social será
siempre:
"El combate o la muerte; la lucha sangrienta o la nada. Así es como se halla expuesta de
una manera invencible la cuestión". (George Sand.)
(1) La época a la que Marx se refiere, es decir, antes de 1848, las Trades Union inglesas contenían el fermento
revolucionario que les comunicarían los cartistas; pero después de la derrota y de la disolución del partido cartista, las
Trades Union revistieron el carácter que han conservado hasta nuestros días: el de una gran Federación de Sociedades de
Resistencia, sin carácter político y de apariencias conservadoras. Las clases gobernantes de Inglaterra no les permitieron
vivir y desarrollarse sino a condición de renunciar a la acción política. Pero como esta actitud era contraria al movimiento
que arrastra a los trabajadores de todos los países, la poderosa organización inglesa vuelve hoy a su fuente, recuerda lo
que fue y se sumerge de lleno en el movimiento obrero internacional. (N. del T.)
(2) El Cartismo (chartism en inglés) fue un movimiento de la reforma social y política en el Reino Unido,
vigente entre los años 1838 y 1858. Obtuvo su nombre de la Carta del Pueblo (The People's Charter) de 1838,
que señala las seis peticiones del movimiento. Estas eran:
* Sufragio universal masculino, de los mayores de 21 años;
* Circunscripciones electorales de igual tamaño;
* Votación por medio del sufragio secreto;
* No fuese necesario ser propietario para ser miembro del Parlamento
* Dieta para los miembros del Parlamento
* Parlamentos anuales
Desde sus orígenes se fue convirtiendo gradualmente en una expresión de la agitación de la clase obrera
en contra de las Leyes sobre pobres, las circunstancias económicas y la dificultad de establecer unos sindicatos
eficaces. Fue una agrupación política de la primera mitad del Siglo XIX, de naturaleza democrática y liberal. Sus
dirigentes trataron en numerosas ocasiones de que sus peticiones fueran atendidas. En julio de 1839, Thomas
Attwood, diputado por Birmingham y jefe del partido Unión Política de Birmingham, presentó una petición con
1.200.000 firmas al Parlamento que no fue aceptada. Entonces se originó una división entre los tres dirigentes
del movimiento: Lovett (moderado), O´Brien (que interpretaba la Carta como el medio para llevar a cabo una
revolución social) y el irlandés Feargus O´Connor, (uno de sus más fervorosos defensores, aunque en 1842 se
retiró de la Carta original y persiguió un concepto utópico de reforma social agrícola). Tras muchas discusiones
entre los tres, se llegó a la conclusión de que era necesaria una huelga general, propuesta que no se llevó a
cabo finalmente, aunque sí hubo estallidos de violencia esporádicos, como por ejemplo, el ocurrido en Newport
en 1839. En el año 1842 hubo un segundo intento para que el Parlamento aceptase las propuestas del
movimiento. En dicha ocasión la propuesta iba avalada por tres millones de firmas, pero también fue rechazada.
Durante algún tiempo pareció que el movimiento iba a desaparecer, pero en abril de 1848, O´Connor se interesó
de nuevo por él y amenazó con convocar una marcha masiva al Parlamento para entregar una tercera petición.
Esta marcha se llevó a cabo el 10 de abril de 1848 en Kennington Common, aunque cuando el Gobierno
empezó a desplegar al ejército para enfrentarse a ella, se canceló. Algunos vestigios del Cartismo sobrevivieron
hasta el año 1858, aunque ya no tuvo más importancia política.

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