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LA HIJA DEL OIDOR | ico, 1809, siendo Virrey el arvobispo Lizana) ara tan deshonor | ee aas'un pany | Torres Naharro, Comedia himenea. L_ EL PORDIOSERO Dos soles son tus ojos, doncella hermosa, que al que los ve un instante luego enamoran. Eres, morena, ands bella que cl lucero | de noche buena. =. gian de la boca de un hombre que estaba sen- as de I cruz do canteria que oe halla al extremo estes eovieatialia re a parent aes stsos para dar un golpe decisivo. La estatua ecuostre de Car. V (uno ce los monumentos mAs preciosos que tienen los me- ) se elevaba en medio de la pleza mayor, como una tumba dal en une boveda fonebre, Ine torres de la catedral, ca- tocaban casi las negras nubes, pareciant dos formida- ntes que velaban sobre Ia ciudad silencicea. De tiempo moa “,Quién vive?” de los centinelas, que se mi- pasear en las puertas y esquinas del palacio, como otros fantasmas inquisitoriales que vigilaban atentamente por de la tiranfa y del fanatismo, o como esos Huso- ‘que guardaban los castillos encantados de los anti- io 08 lerescos. Aquellos parajes estaban solos, casi (entonces no se reunian, como ahora, las hermosas mexi- formar el interesante’ y romancesco paseo llamado ); mas de repente sonaban los pasos apresurados a ioe de alguno que se retiraba huyendo del huracdn. ‘Sélo nuestro alegre cantor permanecia inmévil sin hacer caso de la tempestad, como carte hacen de las olas del mar las rocas escarpadas de Ja costa —Aligeremos el paso, papa ‘una bellisima joven a un anciano en cayo brazo se apoyaba, y que,a la saz6n daba vuelta ‘por la cruz donde estaba ‘el hombre que hemos dicho, y que s¢- guia cantando sus perdurables seguidillas. —No es este lugar a propésito para cantar el bolero, bergante, que estamos en, paraie Pigmado dijo el anciano al hombre al pasar junto a él —Tampoco es a propésito ni viene a cuenta el apodo con que usted he tonido la bondad de obsequiarme, seffor oidor —res- pondis el hombre con vor firme, y prosiguié su canto. i —;Céllese el tunante! —exclamé el oidor con semblante ira- cundo._ "EI hombre siguié cantando. —Cerca esta el palacio, ¥ Jleve a rebuznar a un calabozo. ‘Gada perrillo en su casa ladra. THEaliat grté el oidor dando una furiosa patada en el suelo. "—Ya callo —dijo el hombre, e hizo un movimiento como para: acostarse, El oidor prosiguié su camino arroiando sobre él una Acosta emenazadora. Pero apenas habia andado un corto espacio, cuando el infatigable cantarin continué su bolero: traeré una patrulla para que te ‘Hay sujetos en México ‘que son ladrones; y, libres se pasean.. - —si son oidores. I oidor sinti6 un trastorno general en todo su cuerpo; no en- tendié ‘una sola palabra de lo que el hombre cantaba; pero no peas, marr a ‘burla que se le hacia desobedeciendo sus érdenes. fubiera querido llamar soldados; pero las instancias, de su hija, satan tacos i ce omenzaba a caer, le hi ieron mudar propésito y al su marcha, PM iQué miedo, papa! —decia la joven—: riamos el coche? Por ti, que quisiste ir a pie. Pero yo tengo la culpa en sa- + la mujer debe estar siempre em en su casa. —Pero. México —dijo el oidor para ‘a habla é ‘por qué no trae- —Hay muchos pillos de éstos en si, y sin hacer caso de lo que su hija iba : —: vo haré ‘que se vigilen, se apresen y se ahorquen. Es necesario usar de mu- dho rigor con ellos... sin duda é me conoce: go6mo sabe que Soy Gidor?. .. Observaste qué clase de vestido tenis? Y’bien ue le observé, si sefior: unos zapatos que parecian rotes, y con la luz de los relimpagos le pude ver bien. oe eee a m9 PY ene ye pk prdioseros de rango que tiene Midxico, a spies ora om ogo ren "Moa te Yy_muy sangrientas de : denado 0. Si este hombre fuese ung de ellos. asi me figuro al Brujo. ica '=Yo le conozco; conozco a eo cris Jos tres: tiempo legaré en que joven se aba contra su padre: el temblor Cuerpo, y el espanto aparecia en eu resto: ea as le parecian hombres, y su vista vagaba por toda la | —grité con espantada voz, al vol- taban en la mediania de la calle del Seminario: no habia 9 viviente a quien podir socoro; tan sélo ge mitmba una uz le Santa Catalina: a dos cuadras de distancia, como de sereno que atravesaba la calle. El oidor se volvié hacia el re que estaba en pie tras de éi con su medio sombrero en “mano, y apoyada la otra en su garrote. Qué se ofrece? {Qué quieres? —le grité con una voz de a limosna, por el amor de Dios. No tengo nada. mendigo se retiré, y se le miré dar vuelta por la calle del pe sro enteramente del oidor. igo jombre de nosotros —decia con voz balbu- xy == anta ligereza le pemmitia su edad, a la a noche estaba oscurisima, la tempestad rugia, las an te as ig oo age len espantoso trueno,alumbraba tan sélo aquell eee.) terror. wraleza estaba tan i fami al ia cometer un ele preci ag joidor ya concluia la espaciosa calle de Santa Teresa, z tun hombre sentado en el in aia gioanita, mires a cant niin oe ; 161 es! —gritd espantada Ia joven; y desprendit ie orem conta pooeond de no on cite pipers! Series at oidor con voz ronca y agi- c t respuesta un acento lejano que decia: lloviendo!” y poco después, mucho mAs tejos, el eco mes aumentaban lo espantoso de la | El oidor, aterrorizado, por uno de aquellos impulsos que el miedo y el furor hacen nacer en el corazén del hombre, arrebaté tuna piedra y se arrojé hacia donde el pordiosero debia estar; pero ho encontré mas que las tinieblas de Ia noche: el hombre habia desaparecido, IL. LA VIGA ‘El cidor era uno de aquellos hombres, cuyas ideas convenian perfectamente con las reinantes a principios de este siglo: no tenia més que una hija, Juanita, y en ella colocaba todas sus esperanzas. Juanita salia de su casa ‘inicamente los dias festivos para ir a misa, y esto acompaiiada del oidor y de una hipéerita ¢ inoradpinaise, parecida a Ins duefias que tanto aborrecia el inflexible {Qué sentimientos podian nacer en el coraz6n de una joven de quince a dieciséis afios, cuando se la trataba con tanto Tigor, todo se le prohibia, y era un delito imperdonable el clavar los ‘ojos en alguna cara’ desconocida? Su imaginaciGn, por naturaleza itdiente, como lo es la de todas las jévenes que han tenido la Idicha de nacer bajo el caluroso sol de México, exalténdose con la barbara clausura que tenia, se entregé a todo lo novelesco y extraordinario. Figurdse ser una heroina de novela, que estaba ‘en una torre bajo la tirania de un fiero castellano, y sdlo le faltaba un amante que le hablase todas las noches por un postigo, ‘© que penetrara hasta su aposento por algiin oscuro y pavoroso subterrineo, Era imposible, empero, que estuviera mucho tiempo sin encontrar un hombre que la adorase, siendo ella rica, joven, Node cas calentinl-igura- veces In habia sacade su padre a paseo, y en ambas le habia sucedido una desgracia: la altima ocasién hemos visto que Ia atemoriz6 un pordiosero, la primera fue el principio de todos sus pesares. ‘A repetidas instancias suyas, el oidor la levé un dia al her- moso paseo llamado de la Viga o de la Orilla, para que viese el interesante espectéculo de la acequia surcada’ por canoas de in- dios traficantes. ‘La tarde estaba hermosa: el sol, oculto tras de algunas nube- cillas, alumbraba sin molestar, y un airecillo fresco y delicioso mitigaba el excesivo calor de la primavera. Varias canoas, car- gadas unas de lefia o verduras, dividian las aguas a fuerza de remo; otras iban apifiadas de paseadores villanos 0 léperos, como Jos Haman en el pais. y que entraban en ellas por el moderado precio de un cuarto, de suerte que tenian que ir en pie hombres y mujeres para poder eaber. Uno tocaba la guitarra o el bandolén; casi todos cantaban; y dos, en el corto espacio de cuatro o seis pies en cuadro, bailaban el mondtono e insulso jarabe, no refle- xionando en medio de su entusiasmo, que pisaban a algiin infeliz, a mmaban una cuba de pulques. Los que volvian del paseo se enciaban de los otros en las ccronas de encamadas flores aban en la cabeza, dando a lo lejos un golpe de vista tan como si se viera huir un janie Pequefio y florido. La chalupa pasaba répidamente gobernada por una sola mu- y las canoas menores trataban. de evitar el contacto con jenormes masas de hombres, para que la gente honrada que aban no recibiese algiin dicho picante de la embriagada plebe. quella novelesca escena exalt6 la fantasia de Juanita, y ma- #0 a su padre los deseos que tenia de embarcarse en ‘una de ‘canoas. El oidor no se pudo negar a una siplica tan justa, y 6 una, no previendo (lo que era imposible), los resultados os que habia de tener aquella desgraciada diversiGn. Gran las scis de la tarde cuando volvian de su dilatado . El oidor y la nodriza venian extasiados con la vista elas mas. Esas verdes islas flotantes, ;e6mo no han de cautivar cién del hombre? Los que quieran. gozar de la naturaleza su brillantez, que vengan a visitar el delicioso pais de! mexicanos. os montes que rodean el Anghuac tenian un col ain que el del cielo; México sc vla al norte, corso anew na lopes entiguo, abandonados a las onilas de una sldea; yal sol, que se ocultaba tras de los arroji as maravillan del Andbune, sobre Chapaltepes, suo, pilidos y apacibles, como la iiltima mirada que un padre mo- Be eer am le queda nita estaba en pie contemplando tan interesante espec- su alma se clevaba al pais de las ilusiones podticas; olvidé mente el mundo de los mortales, y su acalorada ‘imagi- Ja transporté a ese hemisferio delicioso de la fantasia, co- 8 pocos, y donde reinan los genios privilegiados de Byron ‘un movimiento répido de la canoa, perdié Juanita el equi ¥ desapareci6 su cuerpo bajo de las Aguas: un instante des- se la vio en la superficie luchando con las ansias de la muer- arrojé un grito de dolor y desesperacién, y se iba a su hija; pero la nodriza lo detuvo con toda la fuerza era capaz. ol, i8ocorro! —gritaba el oidor esforzindose en des- pe vel i—: jmi hija!, jmi hija! ;Todo mi oro al que li- emeros, indiferentes 0 cobares, se mantuvieron inmvi~ ensibles. Joven hubiera infaliblemente perecido, a no ser por una ‘enormes canoas llenas de gente que en el instante mismo bor alli. Un joven, que venia en ella cantando con los de- ‘eché precipitadamente al agua entre los aplausos de sus de viaje, arrebaté a Juanita y con inaudita destreza @ nadar con un solo brazo hasta la orilla de la acequia, 25

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