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El poder, además de corromper, engendra violencia

Jaime Mireles Rangel

El término violencia remite al concepto de fuerza, y este implica un ejercicio del poder para resolver
conflictos, que no son otra que la situación de confrontación, luchas, quejas y exigencias, entre otras
manifestaciones, es decir, situaciones en las que por lo menos dos factores se oponen entre sí.
La violencia propiamente dicha se identifica cuando en un marco relacional entre dos personas hay
gran diferencia de poder, y la persona de mayor poder abusa u ocasiona daños, menoscabos a la integridad de
otra persona con menor poder, ya sea por acción u omisión, se estaría manifestando una típica situación de
violencia. Sin embargo, nuestros diputados perredistas y panistas ahora ejercen el poder con la violencia.
En su forma tradicional, las relaciones violentas dentro de la familia muestran que cualquier
miembro puede ser agente o víctima, con independencia de su sexo y edad. No obstante, las cifras estadísticas
son elocuentes en el sentido de señalar al adulto masculino como quien con mayor frecuencia utiliza las
distintas formas de abuso físico, sexual o emocional, y a las mujeres y los niños como destinatarios más
comunes de esa expresión violenta.
Fundamentalmente son tres las formas que caracterizan el abuso emocional del hombre hacia a la
mujer: desvalorización, hostilidad, indiferencia. El fenómeno de violencia masculina dentro de la familia fue
abordado desde distintas perspectivas teóricas. La mayoría de ellas se encontraban atravesadas por algunos
mitos que dificultaban la comprensión del tema, por lo cual se tuvo que ubicar a la violencia doméstica como
secundaria a trastornos psicopatológicos individuales, al uso de alcohol o de drogas, o a factores económicos.
En consecuencia, se estereotipaba al hombre violento dentro del cuadro de enfermedad, alcoholismo o
carencia, perdiendo especificidad en la comprensión del tema. Ahora también el poder contamina la mente y
hace violentas a las personas.
Investigaciones realizadas en los últimos años contribuyeron a delimitar la problemática de los
hombres que utilizan formas abusivas de relación intrafamiliar. Se pudo afirmar que las formas violentas de
relación son el producto de identidad con un modelo familiar y social que la define como procedimiento
aceptable para la resolución de conflictos. Por una razón similar, desde el poder se justifica con solemne
tranquilidad el uso de la violencia.
Existe todo un imaginario colectivo, significados culturales como mitos, creencias y prejuicios, que
remite, en ocasiones de manera implícita y otras explícita, a una solución agresiva frente ante ciertas
circunstancias. Esto es característico de las sociedades machistas, de escasa madurez y acomplejadas.
Desde un punto macro-contextual, estos mitos crean un desequilibrio del poder que, a su vez,
conlleva un desequilibrio en la valorización de cada persona, lo que posibilita el desencadenamiento de la
violencia para la supuesta solución de conflictos. Esto se puede ver con diáfana claridad en el caso Oaxaca y
en el recinto legislativo de San Lázaro, donde se pretenden solucionar problemas magisteriales y electorales
mediante la violencia.
La solución de problemas mediante la violencia facilita que los miembros con poder en un sistema
humano crean que su forma de ver y comprender el mundo a través de sus creencias sean verdades absolutas,
que hay que defender a cualquier precio, incluso dañando o destruyendo otros seres humanos.
Cuando el poder se toma como un juguete nuevo que nunca se ha tenido, se pueden escuchar
exclamaciones tan absurdas como ésta: “Puedo hacer lo que me plazca, pues soy diputado y tengo fuero
constitucional”. Que equivocados están algunos representantes populares sobre el papel que les corresponde
de cara a la responsabilidad que tienen con la sociedad.
Un representante del pueblo deja de ser individuo cuando el voto de muchos lo lleva a ocupar un
cargo de representatividad. En ese momento debe dejar de pensar en sí mismo, de sus conveniencias, pudores
y hasta odios, para dedicarse de lleno a cumplir con el mandato conferido que no es otra cosa que velar por el
bien del pueblo.
El zafarrancho ocurrido el pasado martes en la Cámara de Diputados federal no deja lugar a dudas
sobre la insolente perversidad y absurda prepotencia de muchos diputados del PAN y del PRD, quienes en un
alarde de poder utilizaron la violencia a fin de solucionar sus diferencias. ¡Qué vergüenza! Mi voto y el de
usted, amable lector, estoy seguro que nunca tuvo la intención de colocar a retrógrados, reaccionarios,
obcecados sujetos en tan difícil y comprometida responsabilidad.
El violento busca mantener una situación de dominio y poder sobre la víctima y es fundamental una
intervención externa para reducir o eliminar el número de agresiones. Pero cuando muchos violentos se
enfrentan, no hay poder humano que los haga entrar en razón.
El hombre debe aprender a sentirse responsable de su violencia y a aceptar que es un delito y como
tal debe ser sancionada, sin importar su condición de legislador, pues son ellos quienes deben dar el ejemplo
de capacidad de diálogo y concertación, no de actos violentos e injurias a una afrenta por grave que esta sea.
Cuando no es así, el fuero se convierte en impunidad y eso es inaceptable en una sociedad democrática.
Es necesario que los diputados se sometan a terapias grupales con el objetivo de alcanzar el cese de
la violencia entre ellos y la recuperación del equilibrio emocional, modificado por el poder, a través de la
prevención, orientación y contención. ¿Lo harán los “iluminados, mesiánicos y golpeadores metidos a
legisladores”?
Se deben erradicar los problemas desde su origen. La educación y el tratamiento en hospitales
psiquiátricos de los “pugilistas” con charola legislativa, son la base para poner fin a este grave problema. ¿A
qué distancia nos encontramos en México de una guerra civil? Yo creo que muy cerca, si permitimos la
continuidad de este tipo de situaciones que nos zahiere y que deja al país por los suelos frente al mundo.
¿Este es el único tipo de ejemplo que están en condiciones de ofrecer nuestros legisladores panistas y
perredistas a la niñez y juventud mexicana? Ya parece indigno desear ser diputado.
Los mexicanos aún no alcanzamos a comprender cómo es posible que nuestros impuestos paguen a
diputados belicosos, camorristas. ¿Qué clase de leyes son capaces de emitir tipos que privilegian la violencia
por encima del diálogo, la tolerancia y la concertación?
La inusitada sesión legislativa, que ya trascendió hasta el último rincón del orbe, nos permitió
entender que también el poder, además de corromper, engendra violencia.

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