El título de esta cinta, dirigida por David Lynch, encierra mucho de
su esencia. Tomando en cuenta la filmografía nada convencional de su director (Eraserhead, Blue Velvet, Lost Higway, Mullholand Drive, entre otras), esta película de 1999 basada en una historia real, es una obra totalmente atípica, pero también de las más disfrutables.
Alvin Straight (un estupendo Richard Farnsworth), un anciano de 73
años es el protagonista de la cinta. Muy al inicio se entera de que su hermano Lyle, de quien se enemistó y dejó de ver y hablar desde hace 10 años (por una razón que ha olvidado), está muy enfermo. Esta noticia le motiva el deseo de reencontrarse con su hermano, pero aún mas, de conciliarse consigo mismo, con la vida y con su pasado, un deseo que quizá solo surge con los años o ante la cercanía del hecho inevitable que es la muerte.
No es nada fácil. Para llegar donde se encuentra su hermano hay que
recorrer una distancia de 480 kilómetros. La vista gastada de Alvin le impide recorrer el trayecto en automóvil, la única compañía que tiene es su hija Rose (Sissy Spacek), quien es un poco autista y por lo tanto tampoco puede conducir. Finalmente, decide hacer el viaje en un carro podador, manejando solo de día y pernoctando en un remolque que engancha a su viejo John Deere.
Así, en su transporte improvisado (y este si, muy poco
convencional), Alvin realiza su trayecto desde Iowa hasta Wisconsin. El recorrido sin embargo, es interno, elemento común en las road movies. El camino es motivo para la reflexión de Alvin sobre su pasado, sobre aquello que es realmente importante en la vida y aquello que se ha dejado ir. Son varias las personas que se cruzan en su camino, haciéndole compañía o tratando de ayudarle (cosa que él rechaza). Cada personaje que surge motiva algún recuerdo de Alvin, una reflexión importante, una contemplación sugerente o un deseo perdido, como el ver las estrellas con su hermano, igual que lo hacían cuando eran niños.
Contrario a lo que pudiera sugerir la descripción que se ha dado,
esta cinta se aleja drásticamente del discurso moralino o gastado sobre la vida y sus virtudes, debido sobre todo a la estupenda actuación de Farnsworth. Sus gestos, su mirada, hacen que sus palabras que describen su contemplación de la vida o los valores familiares cobren su verdadero sentido, su real dimensión. Él encarna, sin duda, al personaje más entrañable de las cintas de Lynch.
Quizá como único elemento lyncheano reconocible, está aquel
personaje atípico de una mujer histérica que se cruza con Alvin luego de atropellar por catorceava vez a un venado en el mismo camino (¡y en solo una semana!), como si fuera su destino trágico.
Quienes vimos la película en los días de su estreno, invariablemente
pensábamos en qué momento vendría la vuelta de tuerca, en qué momento la cinta entraría en territorio lyncheano, aquel universo bizarro al que nos tiene acostumbrados su director. Ese momento no llegó nunca, y sin embargo, todos (o casi todos) tuvimos al final una experiencia gratificante con la cinta. Todo esto confirma la grandeza de un cineasta capaz de romper sus propios esquemas y regalarnos una obra que, aunque sea una historia convencional, no deja de ser sensible y emotiva.
Una historia sencilla (The straight story, EU, 1999)
Dirigida por David Lynch Escrita por John Roach y Mary Sweeney Con: Richard Farnsworth (Alvin Straight), Sissy Spacek (Rose Straight), Harry Dean Stanton (Lyle)