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Una historia sencilla

Comentarios: victor_m@cimat.mx

El título de esta cinta, dirigida por David Lynch, encierra mucho de


su esencia. Tomando en cuenta la filmografía nada convencional de su
director (Eraserhead, Blue Velvet, Lost Higway, Mullholand Drive,
entre otras), esta película de 1999 basada en una historia real, es
una obra totalmente atípica, pero también de las más disfrutables.

Alvin Straight (un estupendo Richard Farnsworth), un anciano de 73


años es el protagonista de la cinta. Muy al inicio se entera de que su
hermano Lyle, de quien se enemistó y dejó de ver y hablar desde hace
10 años (por una razón que ha olvidado), está muy enfermo. Esta
noticia le motiva el deseo de reencontrarse con su hermano, pero aún
mas, de conciliarse consigo mismo, con la vida y con su pasado, un
deseo que quizá solo surge con los años o ante la cercanía del hecho
inevitable que es la muerte.

No es nada fácil. Para llegar donde se encuentra su hermano hay que


recorrer una distancia de 480 kilómetros. La vista gastada de Alvin le
impide recorrer el trayecto en automóvil, la única compañía que tiene
es su hija Rose (Sissy Spacek), quien es un poco autista y por lo
tanto tampoco puede conducir. Finalmente, decide hacer el viaje en un
carro podador, manejando solo de día y pernoctando en un remolque que
engancha a su viejo John Deere.

Así, en su transporte improvisado (y este si, muy poco


convencional), Alvin realiza su trayecto desde Iowa hasta Wisconsin.
El recorrido sin embargo, es interno, elemento común en las road
movies. El camino es motivo para la reflexión de Alvin sobre su
pasado, sobre aquello que es realmente importante en la vida y aquello
que se ha dejado ir. Son varias las personas que se cruzan en su
camino, haciéndole compañía o tratando de ayudarle (cosa que él
rechaza). Cada personaje que surge motiva algún recuerdo de Alvin, una
reflexión importante, una contemplación sugerente o un deseo perdido,
como el ver las estrellas con su hermano, igual que lo hacían cuando
eran niños.

Contrario a lo que pudiera sugerir la descripción que se ha dado,


esta cinta se aleja drásticamente del discurso moralino o gastado
sobre la vida y sus virtudes, debido sobre todo a la estupenda
actuación de Farnsworth. Sus gestos, su mirada, hacen que sus palabras
que describen su contemplación de la vida o los valores familiares
cobren su verdadero sentido, su real dimensión. Él encarna, sin duda,
al personaje más entrañable de las cintas de Lynch.

Quizá como único elemento lyncheano reconocible, está aquel


personaje atípico de una mujer histérica que se cruza con Alvin luego
de atropellar por catorceava vez a un venado en el mismo camino (¡y en
solo una semana!), como si fuera su destino trágico.

Quienes vimos la película en los días de su estreno, invariablemente


pensábamos en qué momento vendría la vuelta de tuerca, en qué momento
la cinta entraría en territorio lyncheano, aquel universo bizarro al
que nos tiene acostumbrados su director. Ese momento no llegó nunca, y
sin embargo, todos (o casi todos) tuvimos al final una experiencia
gratificante con la cinta. Todo esto confirma la grandeza de un
cineasta capaz de romper sus propios esquemas y regalarnos una obra
que, aunque sea una historia convencional, no deja de ser sensible y
emotiva.

Una historia sencilla (The straight story, EU, 1999)


Dirigida por David Lynch
Escrita por John Roach y Mary Sweeney
Con: Richard Farnsworth (Alvin Straight), Sissy Spacek (Rose
Straight), Harry Dean Stanton (Lyle)

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