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Juicios de Dios en la Edad Media europea

Se llaman «ordalías» o «juicios de Dios» a aquellas pruebas que,


especialmente en la Edad Media occidental, se hacían a los acusados para
probar su inocencia. El origen de las ordalías se pierde en la noche de los
tiempos, y era corriente en los pueblos primitivos, pero fue en la Edad Media
cuando tomó importancia en nuestra civilización.
En el lento camino de la sociedad hacia una justicia ideal la ordalía
representa el balbuceo jurídico de hombres que se esfuerzan por regular sus
conflictos mediante otro camino que no sea el recurso de la fuerza bruta, y
en la historia del derecho es un importante paso hacia adelante.
Hasta entonces lo que imperaba era la ley del más fuerte, y si bien con la
ordalía la prueba de la fuerza continúa, se coloca bajo el signo de potencias
superiores a los hombres.
Varios eran los sistemas que se usaban en las ordalías. En Occidente se
preferían las pruebas a base del combate y del duelo, en los que cada parte
elegía un campeón que, con la fuerza, debía hacer triunfar su buen derecho.
La ley germánica precisaba que esta forma de combate era consentida si la
disputa se refería a campos, viñas o dinero, estaba prohibido insultarse y era
necesario nombrar dos personas encargadas de decidir la causa con un
duelo.
La ordalía por medio del veneno era poco conocida en Europa,
probablemente por la falta de un buen tóxico adecuado a este tipo de
justicia, pero se utilizaba a veces la curiosa prueba del pan y el queso, que
ya se practicaba en el siglo II en algunos lugares del Imperio romano. El
acusado, ante el altar, debía comer cierta cantidad de pan y de queso, y los
jueces retenían que, si el acusado era culpable, Dios enviaría a uno de sus
ángeles para apretarle el gaznate de modo que no pudiese tragar aquello
que comía.
La prueba del hierro candente, en cambio, era muy practicada. El acusado
debía coger con las manos un hierro al rojo por cierto tiempo. En algunas
ordalías se prescribía que se debía llevar en la mano este hierro el tiempo
necesario para cumplir siete pasos y luego se examinaban las manos para
descubrir si en ellas había signos de quemaduras que acusaban al culpable.
El hierro candente era muchas veces sustituido por agua o aceite hirviendo,
o incluso por plomo fundido. En el primer caso la ordalía consistía en coger
con la mano un objeto pesado que se encontraba en el fondo de una olla de
agua hirviendo; en el caso de que la mano quedara indemne, el acusado era
considerado inocente.
En 1215, en Estrasburgo, numerosas personas sospechosas de herejía fueron
condenadas a ser quemadas después de una ordalía con hierro candente de
la que habían resultado culpables. Mientras iban siendo conducidas al lugar
del suplicio, en compañía de un sacerdote que les exhortaba a convertirse, la
mano de un condenado curó de improviso, y como los restos de la
quemadura hubiesen desaparecido completamente en el momento en que el
cortejo llegaba al lugar del suplicio, el hombre curado fue liberado
inmediatamente porque, sin ninguna duda posible, Dios había hablado en su
favor.
En algunos sitios se hacía pasar al acusado caminando con los pies descalzos
sobre rejas de arado generalmente en número impar. Fue el suplicio
impuesto a la madre del rey de Inglaterra Eduardo el Confesor, que superó la
prueba.
La ordalia por el agua era muy practicada en Europa para absolver o
condenar a los acusados. El procedimiento era muy simple: bastaba con atar
al imputado de modo que no pudiese mover ni brazos ni piernas y después
se le echaba al agua de un río, un estanque o el mar. Se consideraba que si
flotaba era culpable, y si, por el contrario, se hundía, era inocente, porque se
pensaba que el agua siempre estaba dispuesta a acoger en su seno a un
inocente mientras rechazaba al culpable. Claro que existía el peligro de que
el inocente se ahogase, pero esto no preocupaba a los jueces. Por ello, en el
siglo IX Hincmaro de Reims, arzobispo de la ciudad, recomendó mitigar la
prueba atando con una cuerda a cada uno de los que fuesen sometidos a
esta ordalía para evitar, si se hundían, que «bebiesen durante demasiado
tiempo».
Esta prueba se usó mucho en Europa con las personas acusadas de brujería.
En todas las civilizaciones, las ordalías que tuvieron un origen mágico
estaban encargadas a los sacerdotes, como comunicadores escogidos entre
el hombre y la divinidad, y cuando la Iglesia asumió junto a su poder
espiritual parcelas del poder temporal, tuvo que pechar con la
responsabilidad de una costumbre que era difícil de hacer desaparecer
rápidamente, y no pudiendo prohibiría bruscamente se esforzó en modificar
progresivamente su uso para hacerle perder el aspecto mágico que la Iglesia
consideraba demasiado vecino a la brujería.
La ordalía fue, pues, practicada como una apelación a la divina providencia
para que ésta pesase sobre los combates o las pruebas en general, y los
obispos se esforzaron en humanizar todo lo que en ella había de cruel y
arbitrario.
Durante la segunda mitad del siglo XII el papa Alejandro III prohibió los
juicios del agua hirviendo, del hierro candente e incluso los «duelos de Dios»,
y el cuarto concilio Luterano, bajo el pontificado de Inocencio III, prohibió
toda forma de ordalía a excepción de los combates: "Nadie puede bendecir,
consagrar una prueba con agua hirviente o fría o con el hierro candente.»
Pero, no obstante estas prohibiciones, la ordalía continuó practicándose
durante la Edad Media, por lo que doce años después, durante un concilio en
Tréveris, tuvo que renovarse la prohibición.
Los defensores de la ordalía basaban su actividad en ciertos versículos del
Ahtiguo Testamento, en los que algunos sospechosos de culpabilidad eran
sometidos a una prueba consistente en beber una pócima preparada por los
sacerdotes y de cuyo resultado se dictaminaba si el acusado era culpable o
no.
Las ordalías a base de ingerir sustancias venenosas eran poco usadas en
Europa debido a la dificultad de encontrar pócimas adecuadas debido a la
escasez de sustancias venenosas, pero en pueblos de Asia o Africa,
especialmente en este último continente, se usaron con profusión hasta
nuestros días. Muchas veces las autoridades coloniales tuvieron que
intervenir prohibiendo este tipo de actuaciones, pero sin gran resultado.
Ignoro si hoy, con la independencia de las antiguas colonias y la subsiguiente
de los tribunales coloniales, continúan practicándose ordalías con el veneno,
tan frecuentes en otro tiempo.

El Ghetto de Varsovia.
Surgimiento, Vida, Lucha y Rebelión
El plan alemán, para la exterminación de la población judía, era sencillo:
primero establecer ghettos, para vigilar a los judíos y luego enviarlos a los
campos de concentración.
Durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los ghettos más importantes fue
el Ghetto de Varsovia, en Polonia.
El 12 de octubre de 1940 se dio lectura por la radio polaca, un comunicado
por el cual todos los judíos de Varsovia, tenían que concentrarse hasta el 31
de octubre, en un sólo sector. Al vencerse el plazo, los portones del ghetto
fueron cerrados y vigilados por guardias alemanes.
El ghetto recibió constantemente nuevos refugiados, por lo tanto fue
necesario construir más casas, pero los alemanes lo que hicieron fue reducir
cada vez más la superficie del ghetto. La desproporción entre la población
del ghetto y su superficie, ocasionó una serie de epidemias, hambre y
miseria. De este modo, la población judía se transformó en una población
agonizante.
Los cadáveres reposaban en el suelo, desnudos o envueltos en papeles
sucios. Incluso los judíos más piadosos se vieron obligados a no honrar a sus
muertos, y depositarlos en la noche sobre la calzada. Los muertos anónimos
fueron arrogados en fosas comunes.
En el ghetto, un solo hombre de cada 138 tenía trabajo. La mayoría de los
judíos trabajaban en fábricas alemanas, confeccionando trajes militares y
fabricando armas. Algunos judíos trabajaban en el sector " ario ", en las vías
férreas, en fábricas de armamento o establecimientos militares. Algunos de
estos obreros se transformaron en contrabandistas de mercancías.
Los judíos del ghetto tenían una estructura de clases, basada en el número
de calorías consumidas. El estrato social más deprimente fue el de los
mendigos, que pedían algo de comida en las calles del ghetto. Los
principales mendigos fueron niños.
Dentro del ghetto, los judíos debían llevar obligatoriamente un brazalete con
la " Estrella de David ", la estrella de seis puntas. Estos brazaletes eran muy
demandados, porque si los alemanes veían a algún judío portando un
brazalete sucio o arrugado, lo golpeaban despiadadamente.
En el ghetto, se formaron una serie de centros de protección social, para
ayudar a los más necesitados, sobre todo a los enfermos, a los huérfanos y a
los niños. También se crearon establecimientos educacionales clandestinos,
para que los jóvenes continuaran sus estudios.
Los partidos y movimientos del ghetto publicaron periódicos clandestinos.
Esta prensa contrarrestaba las campañas alemanas para crear confusiones
entre los judíos del ghetto. Esta prensa, levantó el ánimo de sus lectores y
los estimuló para resistir y enfrentar al enemigo.
Pero poco a poco, los movimientos que habían surgido para realizar
actividades educacionales, decidieron preparar una lucha armada. Esta
decisión fue tomada después de la " Gran Acción " del 21 julio, donde fueron
deportados a Treblinka, un campo de concentración alemán, más de
trescientos mil ( 300.000 ) judíos. La " Gran Acción " culminó el 21 de
septiembre.
De esta manera, se formaron la Organización Combatiente Judía ( Z.O.B. ) y
la Organización Militar Judía ( Z.Z.W. ) , las siglas están en polaco. Para estas
dos organizaciones, lo más difícil fue conseguir armas, las cuales adquirieron
por medio de la resistencia polaca, de comerciantes polacos y de desertores
alemanes, pero como las armas que encontraban no siempre estaban en
buen estado, decidieron fabricar ellos mismos granadas de mano y bombas
Molotow.
El primer enfrentamiento entre los judíos, comandados por Mordekhai
Anielewicz , y los alemanes, dirigidos por el general Jurgen Von Stroop, fue
en enero de 1943 .
El 18 de enero de 1943, los alemanes irrumpieron en las calles del ghetto y
alrededor de los muros y de las casas se colocaron guardias, para controlar
las entradas.
La lucha duró cuatro días, y culminó cuando el último alemán salió del
ghetto.
Pero los judíos sabían que los alemanes volverían, así que construyeron
refugios, con entradas secretas, que comunicaban con el sector " ario ".
También comprendieron que el único camino que tenían era LUCHAR
CONTRA EL ENEMIGO.
El verdadero levantamiento estalló el 19 de abril de 1943. Este
levantamiento se divide en dos períodos: el primero del 19 de abril hasta el
21 de abril, cuando los alemanes utilizaron por primera vez el fuego y el
segundo el de los incendios.
En este levantamiento, los alemanes tuvieron ventajas en hombres, armas,
libertad de movimientos y elección del momento de combatir. En cambio los
judíos, tenían que estar alerta las veinticuatro horas del día, porque no
sabían el momento en que aparecerían los alemanes. El enemigo
reemplazaba a los heridos, los combatientes judíos no tenían reemplazos. El
enemigo podía pedir refuerzos, mientras los judíos estaban solos en la lucha.
Los alemanes usaron aviones para detectar la ubicación de los combatientes.
Pero hubo un elemento contra el cual los judíos no pudieron hacer nada: EL
FUEGO. Los alemanes incendiaban manzanas de edificios completas, la
mayoría de los judíos morían quemados, pero otros se arrojaban de las
ventanas, preferían saltar y no entregarse a los alemanes.
Este levantamiento terminó el 16 de mayo, cuando los alemanes
dinamitaron la gran Sinagoga judía. Los alemanes habían destruido el ghetto,
reduciéndolo a un montón de escombros.

Las Hazañas de Mongomery


No recuerdo cuándo ni dónde leí por primera vez eso de que "las
democracias no producen epopeyas", pero desde entonces lo he meditado
muchas veces. Y mi mejor conclusión es simplemente retrucar "... ¡cuando
funcionan!".
Tal cosa no ocurría por cierto en el Sur de los Estados Unidos tan sólo
cuarenta años atrás. El estigma del prejuicio y la discriminación racial se
hallaba grabado en el cuerpo de la sociedad con la violencia indeleble del
hierro candente. En la ciudad de Montgomery, Alabama, una de las tantas
paradigmáticas comunidades donde la tradición marcaba el paso, existían
leyes segregacionistas aprobadas. Los negros no sólo eran relegados
económica y laboralmente, sometidos a una condición de inferioridad
permanente, reprimidos por las autoridades y marginados de derechos
fundamentales como el voto o la libre expresión, sino que debían sufrir la
humillación cotidiana de no poder compartir con los blancos los mismos
lugares públicos: escuelas, restaurantes, salas de espera; incluso los baños y
bebederos lucían ominosos letreros de "blancos solamente" o "negros no".
Era imposible que ciudadanos de las dos razas compartieran un taxi, puesto
que los conductores blancos sólo servían a pasajeros blancos, y los negros
tenían un sistema especial para ellos. Los autobuses, por ejemplo, estaban
divididos con una línea, pero si el sector blanco se completaba, los pasajeros
de color debían levantarse para acomodar a los que ascendían.
Es llamativo cómo grandes revoluciones pueden comenzar con gestos
aparentemente minúsculos y sin importancia. Nunca mejor dicho que en este
caso. El 1º de diciembre de 1955, Rosa Parks, una modesta y tranquila
costurera, subió al autobús en la Avenida Cleveland camino a casa luego de
una larga jornada de trabajo. Tomó asiento detrás del departamento
reservado a los blancos, y a medida que recorría las calles observaba cómo
el vehículo se llenaba lentamente; al poco tiempo, el chofer se acercó a ella
y le ordenó, junto a otros tres negros, que dejaran sus lugares a los pasajeros
blancos que acababan de ingresar. No había otros asientos libres, así que
tendría que ceder su sitio a un varón blanco y proseguir de pie el resto del
trayecto. En una reacción sin precedentes para la comunidad de
Montgomery, la señora Parks, serena pero firmemente, se negó.
El resultado inmediato fue su detención. La noticia circuló como reguero de
pólvora por la ciudad, y la imagen de la policía arrestando a una mujer de
porte humilde y equilibrado, de la que no podía imaginarse ni sombra de
provocación, causó su impacto. Pronto los líderes negros se pusieron en
campaña, y la circunstancia hizo surgir en la escena al joven pastor de una
iglesia bautista local, quien, desconocido hasta ese momento, sería luego
admirado en todo el mundo como uno de los máximos paladines de los
derechos civiles del siglo XX: el Reverendo Martin Luther King Jr.
El clérigo no sólo traía consigo el carisma y la voluntad inquebrantable, sino
también un método de lucha: la resistencia pacífica concebida por el
Mahatma Gandhi para expulsar al Imperio Británico de la India. Determinaron
llevar a cabo un boicot a los autobuses. Clandestinamente diseminaron un
panfleto instando a la comunidad negra a abstenerse de usar el servicio a
partir de la mañana del 5 de diciembre. Y el efecto fue fulminante. Puesto
que dos tercios de los usuarios eran de color, los autobuses viajaban vacíos
como fantasmas; la gente caminaba hasta sus lugares de trabajo, a veces
recorriendo ocho o nueve kilómetros, o se organizaba colectivamente en
taxis y autos particulares. Todo se realizó en silencio, sin incidentes y con la
cabeza alta. Cuando se les preguntaba cómo se sentían, algunos negros
contestaban: "Mis pies, cansados; mi alma: ¡liberada!". La protesta atrajo la
atención de todo el país, pero lo que comenzó siendo una acción casi
espontánea acabó en un movimiento prolongado que puso a prueba la
madurez de toda una colectividad. Los blancos no relegarían fácilmente sus
privilegios; habría arduas negociaciones, procesos legales, amenazas
telefónicas y personales, arbitrariedades y represión manifiesta, y la
aparición siempre cobarde e intimidatoria del ominoso Ku Klux Klan. El propio
Martin Luther King fue encarcelado, su casa bombardeada y su reputación
jaqueada con calumnias. Sin embargo, no cejó, y la comunidad negra
tampoco. Fueron once meses de paciencia y orgullo tenaz, hasta que la
resistencia dio sus frutos: el 13 de noviembre de 1956 la Suprema Corte de
la Nación declaró inconstitucionales las leyes referentes a la segregación de
los autobuses en Alabama.
Lejos de festejar una victoria, el reverendo King proclamó una toma de
conciencia general para evitar todo tipo de euforia y mantener las normas de
cordialidad y no violencia durante el proceso de integración de los vehículos
públicos. El triunfo estaba asegurado, pero la lucha por liberar al país del
racismo y la opresión apenas comenzaba.
El epílogo de la gesta de Montgomery aún pone lágrimas en los ojos de
algunos viejos. Vencido moral y legalmente, el Ku Klux Klan reinició las
hostilidades mediante una política sistemática de amenazas. Cuarenta
coches repletos de encapuchados con sus distintivos atavíos se propusieron
recorrer las avenidas del barrio negro. Esperaban que, como siempre, el
miedo metiera a las víctimas en sus casas. No hubo tal cosa. Hallaron al
pueblo volcado en las calles, cientos de miradas calmas pero resueltas que
los enfrentaban en cada acera y cada esquina; hombres, mujeres y niños
confiados en el nuevo respeto a sí mismos que habían ganado a pulso... Sin
saber cómo reaccionar ante la sorpresa, la caravana del terror dio la vuelta y
se marchó por donde vino.

Historia de Globos y Aviones en el Gran Buenos Aires


El hombre siempre sintió admiración por las aves y quiso volar como ellas.
En muchas épocas esto estuvo mal visto incluso bajo el cristianismo se lo
tildó de hechicería. Hubo muchos intentos de ponerse alas con plumas en los
brazos, y muchas cosas más. Hasta que, finalmente, se llega a los
experimentos de los hermanos José y Esteban Montgolfier. Ellos inventaron la
Mongolferiana, primer globo aerostático, que era inflado con aire caliente. El
5 de junio de 1783 concretan su triunfo haciendo volar un globo aerostático
en la plaza mayor de Annonay. Pilatre de Rozier y el mayor Arlandes, tuvieron
la gloria de ser los primeros hombres en surcar los aires en un globo
Montgolfier el 21 de octubre de 1783.
En nuestro país llegó más tarde la novedad, y se la comenzó a utilizar en
diferentes festejos, pero solo con pequeños globos de papel llenos de aire
caliente. Las primeras noticias datan del 26 de mayo de 1809, en ese día se
elevó desde la plaza de la Victoria un globo bastante grande, no tripulado, en
honor al cumpleaños del rey Fernando VII. Luego se lanzaron muchos globos
pero solo en días festivos, y ninguno con intenciones de ser tripulado.
Le corresponde al francés de apellido Lartet el honor de ser el primer hombre
en surcar los aires porteños y de nuestra patria. Lartet llegó con una
compañía francesa que inauguró el Teatro Porvenir (en la calle Piedras), el 12
de octubre de 1856. El teatro lanzaba globos anunciando sus funciones. Pero
finalmente se anunció en los diarios de Buenos Aires que el jueves 19 de
octubre de 1856 tendría lugar la "Gran Ascensión Aerostática por el señor
Lartet, aeronauta francés. En el terreno del Molino de Viento, calle de la
Federación, a las tres en punto de la tarde".
Se realiza efectivamente el primer vuelo tripulado en Buenos Aires, Lartet
programa el ascenso con su globo desde el terreno del Molino de Viento,
ubicado en Callao, entre Rivadavia, cercano a la Plaza Lorea. Ese terreno se
llamaba así porque en 1850 un genovés había instalado un molino harinero
en ese lugar. Se coloco una empalizada rodeando al lugar donde se
calentaba el aire para inflar el globo, y se cobraba 20 pesos los primeros
asientos y 10 los segundos, para presenciar tan extraño acontecimiento. Una
banda tocaba música, y una multitud coronaba los edificios circundantes al
terreno. Los periódicos informan que el día era tormentoso. Llegado el
momento, el globo se elevó serenamente, pero fue desplazado por el fuerte
viento reinante. Este, lo fue deslizando lateralmente hasta chocar con una
casa, el globo reventó a consecuencia de los desgarros. Lartet cae y resulta
ileso.
El teatro organiza una segunda ascensión, esta vez para el 30 de octubre del
mismo año. Se repiten los preparativos del 19, y esta vez el globo se eleva,
pero la mala suerte o la poca pericia de Lartet hacen que el globo se vaya
contra el Molino, tropezando con una de las aspas, como dice el diario La
Tribuna del 31 de octubre. El globo se golpeo contra varios techos hasta que
Lartet salió de la cestilla de goma que le servía de nave y tirándose al techo
de una casa, el globo se elevó nuevamente, y luego calló en una casa de la
actual calle Sarmiento (antes Cuyo). Lartet, como cuenta Fitte (4), fue
reducido a prision. Pide repetir la prueba, y lo hace el domingo 16 de
noviembre de 1856, a las tres de la tarde, esta vez desde la Plaza Lorea, que
estaba colmada de público. Es conducido al lugar por un vehículo de la
policía. En el diario El Nacional del 17 de noviembre, se cuenta que las
azoteas estaban cubiertas de curiosos para ver "dando tumbos en las nubes
a un pobre diablo que nunca ha subido a un globo", lo tratan muy mal al
pobre Lartet, que solo quería ganarse su pan. El globo recorrió media cuadra
hasta la "la calle Lorea Nº 53 y en la azotea tropezó con una pared haciendo
saltar de la barquilla a Mr
Curiosidades sobre Juan Manuel de Rosas
El 30 de marzo de 1793 nacía en Buenos Aires, una de las figuras mas
controvertidas de nuestra historia, Juan Manuel Ortiz de Rozas (él lo cambió
luego a Rosas). Se crió en la pampa, utilizaba las boleadoras muy bien y era
buen domador. Fue llamado el Ilustre Restaurador de las Leyes debido a sus
"dotes de orden y unificación".
Se casó con Encarnación Ezcurra y Arguibel a los 20 años, pero como sus
padres se oponían, tramaron una hábil estratagema: Encarnación se hizo
pasar como embarazada y le mandó una carta a su amante (Rosas
obviamente) tratando de que la carta cayera en manos de Agustina López
Osornio, la madre de Rosas. La madre de Rosas encontró la carta, y unos
días después, el 16 de marzo de 1813, los dos jóvenes se casaron. Algunos
dicen que la madre de Rosas se oponía al casamiento por la juventud de su
hijo, 20 años, pero otros apuntan a la pobreza de la novia y la posición
incierta de Juan Manuelito. Realizo varias campañas de lucha contra los
indios al sur de la actual provincia de Buenos Aires. Subió al poder en 1832 y
se bajó rápidamente de él luego de la batalla de Caseros en 1852. Partió
exiliado, para no volver, hacia Inglaterra, donde murió el 14 de marzo de
1877.
Cuenta el historiador Alonso Piñeiro que Rosas era aficionado a recomendar
medicamentos caseros a sus amigos. Una vez le comento un remedio a
Facundo Quiroga para el reumatismo. Se tenia que pelar unos ajos y
pulverizarlos con polvo de mercurio dulce sobre un lienzo de camisa usada,
el que debía ser cosido hasta formar una bolsa. El tema es que todo esto
daba un aceite que se frotaba en las partes doloridas. Rosas le mando esta
receta por carta, pero Quiroga no la pudo probar, ya que lo habían asesinado
hacía nueve días en Barranca Yáco.
Al parecer Rosas tenia muchas manías. Tenia manías por los pequeños
detalles, por cosas increíblemente minuciosas. Un ejemplo es el decreto del
8 de noviembre de 1832, refrendado por Victoriano García de Zúñiga. El
primer artículos dice así "Toda comunicación oficial tendrá a la izquierda el
margen de la tercera parte del papel. En su encabezamiento se pondrá a la
izquierda el título del que la dirige, y a la derecha el lugar, la fecha y el año
que marque el periodo corrido desde el de la Libertad y el de la
Independencia de la República, principiando a medio margen el título y
nombre de la autoridad o corporación a quienes se dirige". Y sigue así, que
conste que el texto entre comillas es un decreto oficial. También se
especificaba el margen de la vuelta, el saludo final de práctica, la alternativa
de escribir en primera o tercera persona y la prohibición de que no se diera
curso a las notas que no respetaran este decreto. Siguen y siguen las
minucias una atrás de la otra en este decreto.
Tenía un raro sentido del humor y, como los reyes medievales, tenia para
entretenerle y divertir a sus invitados unos pobres bufones, payasos a
sueldo. Su bufón favorito se llamaba Eusebio. De este bufón, que según
parece, era mentalmente anormal, Rosas solía bromear diciendo que era
novio de su hija Manuelita, que se irritaba mucho por eso.
Otra rareza es que nunca usó zapatos, siempre calzo botas.
Cuenta él mismo en una carta a su amiga Josefa Gómez (estando en
Inglaterra), que se afeitaba cada ocho días, para poder ahorrar (iba al
barbero). "Y por la misma necesidad de economizar lo posible, no fumo, no
tomo vino ni licor de ninguna clase. Ni tomo rapé, ni algo de
entretenimiento".
Se le han atribuido muchos hechos heroicos que jamás ocurrieron, como su
presunta intervención en las Invasiones Inglesas, "peleó junto al cañón" dice
un historiador. Esta probado documentalmente que Rosas no se presentó al
servicio en junio de 1806, diciendo que estaba enfermo, pero por supuesto
que siguió cobrando su sueldo. La lista de pagos del mes siguiente aclara al
margen: "Juan Manuel de Rosas se apartó del servicio el 1 de julio". Por esto,
no tubo ocasión de tomar las armas en la bravía defensa de Buenos Aires.
Los antirrosistas también son creadores de algunos fraudes de la historia.
Uno es, que Rosas habría suprimido la vacunación antivariólica por razones
de presupuesto. Solo basta para desmentir esto la existencia de las listas de
vacunados, en las que se constata que hubo mas de dos mil en 1838. Otro
mito es el de que habría decretado la destitución del santo patrono de
Buenos Aires, San martín de Tours. La mentira se remonta a la época de
Rosas, cuando en 1839 circulo ese presunto documento, que era totalmente
falso. La festividad del santo patrono porteño se celebró con gran festividad
bajo los gobiernos de Rosas
No fue, como muchos suelen decir, un defensor de la soberanía nacional. Lo
fue durante el bloqueo al que nos sometieron los ingleses y franceses, pero
solo porque no podía hacer otra cosa. En cambio en 1829 Rosas colaboro
moral y materialmente con el vizconde francés Venancourt, cuando este
ataco a la escuadra argentina en represalia a la acción del Gobierno
argentino de hacer cumplir el servicio militar a los ciudadanos franceses
residentes en nuestro territorio. Durante su gobierno los ingleses ocuparon
las Islas Malvinas (1833), desalojando a la guarnición argentina. Rosas solo
las reclamó mediante anuales notas rutinarias de protesta diplomática.
Según el historiador Alonso Piñeiro, existen incontables pruebas
"documentales en el Archivo General de la nación sobre el ofrecimiento que
hizo a Inglaterra del archipiélago, a cambio de que se dejara sin efecto la
deuda nacional con la firma Baring Brothers & Co. de Londres", a esta
empresa se le había pedido un controvertido préstamo durante el gobierno
de Rivadavia.
Otra curiosidad de Rosas es que usó dentadura postiza, al menos durante su
estadía en Inglaterra. Este hecho se constato, cuando sus restos fueron
repatriados en 1989. El 27 de septiembre ante la presencia de los
descendientes, se abrió el cajón en el que había sido enterrado Rosas.
Cuando se levanta su cráneo, se desprendió la mandíbula y detrás de ella
una dentadura postiza. Esta pieza era de muy buena calidad y
probablemente hecha en Inglaterra. Al parecer Rosas sufrió toda su vida de
problemas con los dientes, perdiendo muchos de ellos, ya que se los
extractaban, no los arreglaban como hacen hoy en día. Partió hacia
Inglaterra sin varios de sus dientes, pero según los especialistas, es en esta
isla donde se habría precipitado su problema con los dientes, perdiendo la
gran mayoria.
Al parecer Rosas aparte de maniático, era coqueto, ya que se hizo enterrar
con su dentadura puesta, también lo acompañó en su viaje eterno su plato
favorito, que era de porcelana.
Muchos años mas tarde los enemigos del dirigente radical y presidente
argentino Hipólito Yrigoyen presentarían a Rosas como padre del prócer
radical, algo totalmente infundado, fue solo un rumor.

Los espías de Los Andes


La campaña de los Andes que estaba preparando San Martín en 1816 no se
podía imaginar, había que manejarse sobre terreno seguro, por eso mismo
San Martín contó con los profesionales del secreto a fin de rastrear pasos
desconocidos en la cordillera que le permitieran una marcha tranquila en su
cruce de los Andes. No solo esto, sino que los espías le permitieron saber las
claves militares del enemigo, guardias y hasta el estado psicológico de los
pueblos a los que iba a liberar.
El propio gobierno de Buenos Aires le recomendaba a San Martín la
utilización de espías. El Director supremo Ignacio Álvarez Thomas le decía a
San Martín el 10 de mayo de 1815, que "en acuerdo de esta fecha he
resuelto que los oficiales D. Diego Guzmán y D. Ramón Picarte pasen al
Estado de Chile con el importante fin de promover en él la insurrección
contra el gobierno español, y que a usted de cuantas noticias crean
interesantes...".
Este Diego Guzmán, bajo el seudónimo de Víctor Gutiérrez, fue uno de los
mejores agentes de San Martín en Chile y logró enviar al Libertador una lista
muy completa de la tropa, armamento y disciplina del enemigo. También le
pasaba los nombres de los oficiales enemigos de mayor influencia, como
también el panorama general de Chile, en cuanto a organización política.
Como no había muchos agentes capacitados, San Martín adopto dos
sistemas clásicos de inteligencia: el celular y el radial. Con el sistema celular
podía encarar operaciones en áreas grandes y flexibles Se utilizaba para
buscar información sobre el ejército hispano. El segundo sistema solo lo
aplicaba para misiones muy especiales en lugares distantes o de difícil
acceso.
Un ejemplo del sistema radial es, las operaciones de Juan Pablo Ramírez alias
Antonio Astete, que informó a San Martín sobre varios detalles de sumo
iteres sobre el terreno donde se pelearía la batalla de Chacabuco.
El sistema celular o de células, fue el mas usado, y consistía en centros de
espionaje divididos en células, las cuales se situaban en las casas de
patriotas chilenos que tenían la confianza de los españoles. En ciudades
como Santiago, Coquimbo, Consepción, Talca y Curicó.
Los agentes eran por lo general emigrados chilenos, muchos de los cuales
pertenecían a familias de clase alta, y eran voluntarios en estos trabajos.
Esto facilitaba la infiltración. Grandes espías fueron Manuel Rodríguez alias El
Español o Alemán, Antonio Merino alias El Americano, Jorge Palacios alias El
Alfajor, y muchos mas, los cuales no tuvieron un lugar en los manuales de
historia, pero gracias a ellos se llevó a cabo el gran cruce de los Andes con
todo éxito.
Manuel Rodríguez fue tal vez el mejor de los espías de San Martín, era
abogado, en su desempeño como espía se encargó de enviar informes sobre
la formación y actividad de los ejércitos hispanos, organizaba células de
espionaje y subversión. Su cabeza tenia precio, y bastante alto. Participo en
la batalla de Maipú, murió asesinado por un oficial español el 26 de mayo de
1818.
Otro de los grandes agentes de San Martín fue Domingo Pérez, el cual se
encargaba, bajo la cobertura de un hombre de negocios que viajaba entre
Chile y Mendoza, de los enlaces entre el mando de San Martín y las células
infiltradas en territorio enemigo.
No solo se organizaban redes de espionaje con el fin de conseguir
información, sino que también se engañaba al enemigo, mediante señales e
informaciones falsas. La intriga política.
Un ejemplo curioso de la intriga política, es el del Dr. Antonio Garfias. El 23
de enero de 1816 se fuga de Buenos Aires este doctor, que era una agente
pro realista. El gobierno se entero que se dirigía a Chile. Los conocimientos
que tenia Garfias sobre el estado de las Provincias Unidas del Plata era muy
bueno, así que por eso el gobierno temió su divulgación. Por carta se dan
instrucciones a San Martín de que desprestigie a Garfias en Chile mediante
sus agentes. "Haga usted esparcir la voz -dice el comunicado- por medio de
sus agentes en Chile, de que este individuo lleva comisión reservada de este
gobierno y oportunamente remita V. S. al mismo algunas cartas con
instrucciones aparentes, a fin de que caigan en manos de Osorio (el
enemigo). Garfias arrojara contra sí la presunción de ser americano y esta
circunstancia puede favorecer el proyecto...". No necesito aclarar que paso
con el pobre Garfias.
San Martín también enviaba correspondencia trucha (desinformación) sobre
sus propias informaciones. Esto se hacía enviando correos, bajo la estricta
orden de no resistirse ante el enemigo, con planes falsos de invasión. De
esta forma Marcó del Pont dudó del lugar desde donde iba a llegar la
invasión del Ejercito de los Andes, ya que muchos correos capturados
marcaban la parte sur de la cordillera como la mejor para el cruce. San
Martín también utilizaba a los indígenas para su campaña de informaciones
falsas. Ya que estos estaban en contacto con los españoles y eran incapaces
de mantener un secreto. Se les contaba detalles de los planes sabiendo que
en pocos días estarían a oídos de Marcó del Pont.
También estaban los famosos agentes dobles. Eran espías españoles que
respondían al mando del sacerdote hispano Francisco López, que era espía
de Marcó del Pont. Pero San Martín cuidadosamente los había dado vuelta, y
les mandaba escribir informes que él mismo redactaba. De esta forma Marcó
del Pont recibía cartas falsas a través de sus propios agentes.
La seguridad y el contraespionaje estaban bien cuidados por San Martín.
Tenia todos los pasos a Chile vigilados, y no se podía ir a Chile sin tener un
salvoconducto firmado por el mismo. Logró detener y ubicar a muchos espías
enemigos de esta forma, entre ellos al célebre padre López.
Un caso de contra espionaje lo tenemos en Miguel Castro, un sospechoso
detenido en un puesto avanzado de la cordillera. Castro se hacia pasar por
minero, pero no pudiendo justificar esa profesión, se lo mandó a Buenos
Aires. Allí fue interrogado y se constató que no era ningún minero. ¿Le
habrán aplicado el suero de la verdad?
Los espías eran casi todos voluntarios ad honorem, eran muy pocos los
mercenarios que lo hacían por dinero, la gran mayoría lo hacía por puro
patriotismo. Igual San Martín les mandaba dinero para comprar soplones y
para gastos.
No se sabe si utilizaban códigos, claves, cifrados o alguna otra forma de
disimular el mensaje, pero no sería extraño que lo hicieran. Los españoles lo
hacían, utilizaban un sistema simple, que consistía en remplazar las letras
por números, separando las palabras con comas, y poniendo puntos en
cualquier lado solo para despistar. La correspondencia se llevaba por medio
de caballos y mulas, pero también existen pruebas de que utilizaban
palomas mensajeras: "...vuestra correspondencia ha de continuar si no por
esa vía será por los aires..." dice el agente Segovia en una carta enviada a
San Martín.
Los españoles también tenían espías, y los utilizaban con abundancia. En
1814 Belgrano identificó uno, un tal Ramón quien se había hecho pasar por
enfermo y había conseguido un pasaporte firmado por el mismo creador de
la bandera. San Martín arrestó también a varios espías.
Gracias a todos estos héroes anónimos se evitaron muertes innecesarias,
campañas fracasadas y el predominio del poder español en estas latitudes.
Sarmiento, el Mujeriego
Sarmiento cuenta en "Recuerdos de provincia" que durante su época juvenil
lideraba una patota que se enfrentaba, con piedras y palos, a los pibes de
otros barrios de San Juan. Esta es una estampa lejana de la que dice que
nunca falto a clase y que era un alcahuete de escuela, que el mismo
Sarmiento pinta también, en "Recuerdos de provincia". En su vida hizo de
todo: política, educación, fue escritor, periodista, sociólogo, militar.
Pero la realidad es que Sarmiento era un revoltoso, y le gustaban mucho las
mujeres. Por ellas sufrió mucho, ya que tubo mas de un desdén amoroso, si
bien era un buen conversador su apariencia no ayudaba mucho ya que era
feo, torpe y mal aliñado. El mismo Sarmiento dice "En París compré una
copia de la Venus de Milo, en cuya base puse esta inscripción: «A la grata
memoria de las mujeres que me amaron y me ayudaron en la lucha por la
existencia»", y agrega "Hay las mujeres de la Biblia, hay las mujeres de
Shakespeare, hay las de Goethe. ¿Por qué no he de tener mí las mujeres de
Sarmiento?".
Su vida amorosa se abre, con una joven de 20 años llamada Jesús del Canto.
Ella era una chilena de buena familia. Se conocen durante el exilio de
Sarmiento en Chile, al cual parte en 1831. Sarmiento se establece como
maestro en San Francisco del Monte, y era tan joven como ella. Ese amor
fugaz le dejó una hija. No se casaron, pero Sarmiento reconoció a la niña y le
puso de nombre Faustina, luego la envió a San Juan para que su madre, doña
Paula Albarracín, y sus hermanas la hicieran vivir con ellas y la educaran.
Aparentemente la madre de la niña desaparece de la vida de Sarmiento,
pero su hija Faustina va a seguir con él durante toda su vida; junto con ella y
sus nietos va a pasar sus últimos días de vida en el Paraguay.
A fines de 1845 parte de Chile en un viaje que lo llevara por Europa, Estados
Unidos y Africa. Luego de casi tres años vuelve a Chile, a Valparaíso. Antes
de su viaje, pasaba sus días en la casa de Benita Martínez de Pastoriza, una
joven señora casada con un hombre mucho mayor que ella, llamado Castro
Calvo. Benita tubo un hijo con este hombre, del que se penso a Sarmiento
como verdadero padre. O sea que rumores de una relación con la señora,
casada, no faltaban. Sarmiento volvió el 24 de febrero de 1848 y el 19 de
mayo se casa con Benita, adoptando al chico y dándole su apellido. El cual
ya tenia tres años y pasa a llamarse Domingo Fidel Sarmiento. Benita era
inteligente y muy hermosa, pero demasiado celosa. Estos celos monstruosos
(como vimos no sin fundamento) llevan el matrimonio al fracaso.
En 1855, Sarmiento vuelve a la patria que lo vio nacer, y a un nuevo amor. A
su nueva enamorada ya la había conocido en 1840, en Montevideo, ella
entonces tenia nueve años y se llamaba Aurelia Vélez Sársfield, hija de
Dalmácio Vélez Sársfield. La volvió a ver, ya adolescente, después de la
batalla de Caseros (1852). Pero en su vuelta a Buenos Aires la encontró
hermosa, inteligente, escritora y también política. Era el tipo ideal de mujer
para Sarmiento, lastima que este estuviera casado.
En Buenos Aires, Sarmiento se desempeña como concejal de la
Municipalidad, Jefe del Departamento de Escuelas, senador y periodista de El
Nacional en reemplazo de Mitre, todo simultáneamente. Luego, durante las
noches, acude a las tertulias en casa de los Vélez Sársfield. Su mujer
mientras tanto estaba en Chile con Dominguito, pero en 1857 se impacienta
y parte a Buenos Aires en busca de su amado. A Sarmiento se le viene abajo
el ambiente ideal. En esta época comienza a cobrar odio por sus esposa
Benita.
Aurelia también era casada. En su juventud había huido de casa con su
primo Pedro Ortíz Vélez y se casaron. Pero luego de ocho meses Pedro Ortíz
se presenta en casa de su suegro, con su mujer, Aurelia. Desde esa noche
Aurelia queda para siempre en la casa de su padre, suprime el apellido de
casada, y nunca mas vuelve a hablan de su marido. De este último lo único
que se supo fue que viajo a Chile.
Sarmiento parte a San Juan como gobernador. Durante su gobierno, escribió
cartas a su esposa, a Dominguito y a su amada Aurelia. Pero quiso la mala
fortuna que una de las cartas de amor destinadas a Aurelia cayera en manos
de Dominguito, el cual se la mostró a su madre Benita. Dominguito partió a
San Juan en misión pacificadora, quería reunir a sus padres. Pero Sarmiento
decidió "cortar de raíz con los males". Se separan luego de 14 años de
matrimonio. También se entera de que Benita lo engañaba con otro y que
estaba embarazada.
Luego de dos años de gobierno en San Juan, parte a EE.UU. como embajador.
Seguía enamorado de Aurelia, pero esto no le impidió tener un romance con
su profesora de ingles, una señora jovencita y puritana a la que le llevaba 30
años (55 a 25 años). Como no podía ser de otra manera, ella estaba casada,
con un médico que Sarmiento definió como "ser encantador". Su aventura
con Ida Wickersham duró mucho tiempo, siguió por carta, luego que él
retornara al país, en 1868, elegido presidente de la República. Divorciada de
su marido, Ida le pide que la traiga con el grupo de maestras
norteamericanas. Le escribe cartas de amor hasta 1881, estaba
profundamente enamorada, pero Sarmiento amaba a otra, Aurelia Vélez
Sársfield. Eso no fue mas que una cañita al aire.
Ya avanzado en años Sarmiento parte al Paraguay, en busca de climas
mejores. A sus 77 años le escribe a Aurelia, "Venga al Paraguay y juntemos
nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga pues a la
fiesta donde tendremos ríos espléndidos, el Chaco incendiado, música,
bullicio y animación. Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde
de su príncipe encantado." Aurelia parte al Paraguay, pero no alcanza a verlo
con vida. En la madrugada del 11 de septiembre de 1888, le pide a su nieto
(de Jesús del Canto) que lo siente en la cama para ver el amanecer, el último
que vería.
El abrazo de ¿Yatasto?
El Ejercito del Norte, al mando de Manuel Belgrano, había sido vencido en
Vilcapugio y Ayohuma, y luego dispersado. Se creyeron perdidas las victorias
de Tucumán y Salta. Los porteños temiendo por el frente norte, decidieron
trasladar al a San Martín al dicho frente como segundo jefe del Ejercito del
Norte.
En diciembre de 1813 partía hacia Salta, la expedición auxiliadora al Norte.
Estaba al mando el general José de San Martín. Componían esta fuerza el
primer batallón del Nº 7, cien artilleros y 250 granaderos. Belgrano estaba
muy contento de que San Martín llegara a auxiliarlo, ya que acababa de
perder dos batallas y se veía en la obligación de retroceder manteniendo el
orden. Le dice a San Martín "Mi amigo, no sé decir a V. los bastante cuánto
me alegro... Vuele V si es posible: la patria necesita de que se hagan
esfuerzos singulares... Crea V. que no tendré satisfacción mayor que el día
que logre estrecharle entre mis brazos". Belgrano, pobre había hecho tanto
con tan poco que es admirable, había salido a pelear con paisanos mal
armados, mal entrenados y casi desnudos contra los ejércitos realistas más
experimentados.
San Martín tenia que recorrer un largo trecho hasta Salta, tenia un itinerario
de postas a través de las actuales provincias de Buenos Aires, Santa Fe,
Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán y finalmente Salta. Sesenta y seis
postas para cambiar caballos, recibir provisiones y alimentos para los
animales. Treinta días de viaje marchando 10 horas diarias durante los
meses más calurosos del año, atravesando nieblas de mosquitos, desiertos y
salinas. Los granaderos tenían 376 caballos de silla; para los 34 carretones
entoldados que transportaban a los soldados, víveres, carpas y armas, eran
turnados 128 caballos de tiro.
San Martín apura el paso en Santa Fe, ya que recibe una carta de Belgrano
pidiéndole rapidez. Belgrano necesitaba la presencia de San Martín. Dice
Belgrano "Mi corazón toma nuevo aliento cada instante que pienso que Ud.
se acerca porque estoy firmemente convencido de que con usted se salvara
la patria y podrá el ejercito tomar un diferente aspecto. En fin, mi amigo,
espero en usted un compañero que me ayude y quien conozca en mí la
sencillez de mi trato y la pureza de las intenciones que Dios sabe no se
dirigen, ni se han dirigido, más que al bien general de la patria y sacar a
nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían. Empéñese usted en volar,
si le es posible, con el auxilio y en venir a ser, no solo mi amigo, sino
maestro mío, mi compañero y mi jefe si quiere". Ya en Tucumán, San Martín
recibe otro correo de Belgrano pidiendo la presencia de San Martín y le hace
saber que el paludismo lo tiene a mal traer. San Martín deja su carruaje,
monta a caballo y con una pequeña escolta corre al encuentro de Belgrano.
Los dos están muy interesados en encontrarse. Los separan tres postas, que
entre sí suman 132 kilómetros, luego otros 154 kilómetros y ya en territorio
salteño el añorado encuentro.
El 11 de enero 30 días después de su partida, San Martín recibe del Director
Posadas una carta en la cual le dice que tenia que remplazar a Belgrano en
el mando del ejercito del Norte. Luego se llamaría a Belgrano a Buenos Aires
para ser enjuiciado por los desastres de las batallas Vilcapugio y Ayohuma,
de nada valdrían sus victorias anteriores.
A San Martín le llegan noticias de los escuadrones adelantados, diciendo que
la posta de Yatasto prácticamente no existe, esta fuera de uso. No vieron a
nadie en esa posta. Belgrano los esperaba en la posta de Las Ciénagas, al
norte del río Juramento. Pero como la impaciencia lo consumía, el 17 de
enero de 1814 le hace saber a San Martín que "voy a pasar el río Juramento,
y respecto a hallarse vuestra Señoría con la tropa tan inmediato, sírvase
esperar con ella."
Así que San Martín lo espera en otra posta, la de Algarrobos. Cuando la
polvareda del norte anunció la llegada de Belgrano, San Martín forma a su
escolta en posición militar, y se pone al frente. Belgrano al verlo, se baja de
su caballo y sonriente y entusiasmado avanzó hacia San Martín, y se funden
en un abrazo ante los sorprendidos soldados, abrazo que todos conocen
como el famoso Abrazo de Yatasto. Es una lastima que el relato se
interrumpa, con la negativa de que el Abrazo de Yatasto no existió jamas, ya
que como lo indicamos este ocurrió en la posta Los Algarrobos, porque la de
Yatasto no estaba en funcionamiento. Los antiguos historiadores sostuvieron
que el encuentro entre los dos más grandes héroes de la historia argentina
había ocurrido en Yatasto. Pero estudios posteriores niegan el protagonismo
de Yatasto, como punto de encuentro. Muchos de los famosos biógrafos de
San Martín y Belgrano cayeron en este error. Ricardo Rojas en su famoso "El
Santo de la espada", de 1940, dice "Los dos patriotas no se conocían
personalmente aún. Se encontraron en Yatasto, y allí se abrasaron por la
primera vez. Varias cartas de mutua consideración y confidencia se habían
escrito desde el pasado diciembre." "En Yatasto se produjo el abrazo
histórico" dice José Luis Busaniche en su "San Martín Vivo" de 1950.
¿Cientos de años de vida?
Los judíos de la Edad Media calcularon que la fecha de la creación fue el 7 de
octubre del 3761 a.C., que sigue utilizándose en el computo del número de
años del calendario judío. Los teólogos cristianos han presentado muchas
fechas para la creación. El teólogo inglés John Lightfood, en 1658, estimó
que la fecha de la creación había sido el 26 de octubre del 4004 a.C. a las 9
de la mañana. No es broma. La mas conocida es la que dio el arzobispo
anglicano de Armagh, Irlanda, James Ussher. En 1654 decidió que la creación
del universo ocurrió en el 4004 a.C.. Según los geólogos la tierra tiene 5.000
millones de años y el universo en su conjunto tiene unos 15.000 millones de
años.
Estos teólogos llegaron a tales conclusiones basándose en las edades de los
antecesores de la humanidad enumeradas en el libro Génesis de la Biblia. En
este libro figuran anotados todos los ancestros de los seres humanos desde
Adán hasta Abraham. Sumando todas las edades se lega al calculo de los
teólogos. Pero, ¿son exactos estos datos?
En el Génesis 5.5 se dice "Fueron los días de la vida de Adán novecientos
treinta años, y murió." En Génesis 5.8 "El total de los días de Set fue de 912
años, y murió." Set era el hijo de Adán. Enós, hijo de Set tubo 905 años.
Todas estas edades eran legendarias, y reflejan parte de las primitivas
fábulas babilonicas que los judíos recogieron durante el Exilio y que el
sacerdocio modificó con arreglo a ciertos principios particulares y
desconocidos. Sin embargo, están los que creen que cada palabra de la
Biblia es literalmente cierta.
Los descendientes de Adán y Set se citan a lo largo de ocho generaciones
(diez, si contamos la de Adán y la de Set). Son conocidos como Patriarcas
Antediluvianos (El patriarca era un cabecilla de tribu, y antediluviano es
anterior al Diluvio Universal). Estos patriarcas tienen elevadas edades, varios
pasan los novecientos años. El más longevo en Matusalén, que vivió 968
años. El ultimo de ellos es el famoso Noé.
No se puede relacionar a estos patriarcas con ningún personaje histórico,
solo son mencionados en la Biblia. Algunos historiadores creen ver en ellos
un reflejo de leyendas sumerias. Los sumerios tenían una serie de reyes,
nueve o diez, anteriores al Diluvio que vivieron muchos miles de años. Uno
de ellos llegó a reinar durante 65.000 años. El autor de esta parte del
Génesis tomo las edades legendarias e hizo lo que pudo para reducirlas a
una cifra razonable. A lo largo del Hexateuco, los autores reducen
continuamente las edades de los personajes principales, si bien siguen
siendo exageradas.
Uno de los patriarcas tiene una edad diferente a la de los demás. Se trata de
Enoc, el padre de Matusalén. Génesis 5.23 "El total de los días de Enoc fue
de 365 años. / Enoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó."
El hecho de decir que Enoc tuviera 365 años al momento de su desaparición,
cuando su padre Jared vivió 962 años y su hijo Matusalén 969 años, parece
extraño. Es una coincidencia que el año tenga 365 días, es decir, el tiempo
en que la tierra da la vuelta al sol, los babilonios tenían mitos solares.
Tradiciones posteriores afirman que fue llevado con Dios en vida por su gran
devoción hacia él.
Los estudiosos también aseguran que en la longevidad de los patriarcas se
ocultan valores simbólicos, dados a los números como lo hacían en el
antiguo Oriente. Un ejemplo es la edad de Adán en el momento de su
muerte, 930 años. Esta cifra es igual a mil menos 70 (el numero de la
perfección). Es decir, que por su pecado (comer la manzana del árbol
prohibido), a Adán se le restó el número de la perfección y no pudo alcanzar
la cifra de Dios, concluyen los investigadores. Los estudiosos de los libros
sagrados, como los cabalistas judíos, le otorgaron una importancia primordial
a cada palabra y numero de la Biblia, descubriendo y forzando explicaciones
como la que se describió mas arriba.
Otro tema con respecto a las edades, es que fueron disminuyendo
progresivamente de un patriarca a otro. Según los expertos, los escritores
bíblicos demostraban la fidelidad de una persona a Dios con la cantidad de
años que esta vivía. Cuanto mas años se vivía mas cerca de Dios se había
estado. Por los tanto al ir la humanidad alejándose progresivamente de Dios,
la gente vivía menos años. Esto se contradice con el concepto cristiano de
que lo mejor de la vida del alma humana esta después de la muerte, cuando
se accede al jardín del Edén. Pero en el antiguo testamento todavía no
existía la noción de otra vida después de esta. Por eso Dios premiaba al
bueno, no con una vida en el mas allá, sino con una vida larga en la Tierra.
Será Cristo el que traiga la novedad de la vida eterna. De Cristo en adelante
lo único que va a importar, no es la cantidad de años que se vive, sino como
se vive esos años.
El negro Falucho: ¿Existió o fue una invención de Bartolomé Mitre?
La noche del 4 al 5 de febrero de 1824, se sublevó la guarnición patriota del
Callao, a la cual componían los restos del Ejército de los Andes, que eran el
regimiento Río de la Plata, los batallones 2º y 5º de Buenos Aires, y los
artilleros de Chile, a los que se les unieron dos escuadrones amotinados del
regimiento de Granaderos a Caballo. Estos pobres soldados se sublevaban
porque les debían cinco meses de paga, a lo que se agregó que el día
anterior se habían abonado los sueldos de los jefes y oficiales, el deseo de
regresar a la patria, ya sea Buenos Aires o Chile, y la repugnancia de tener
que embarcarse hacia el norte para engrosar el ejército de Bolívar. Nunca
tuvieron la intención de traicionar a la patria.
El motín fue encabezado por Dámaso Moyano y Francisco Oliva, ambos
sargentos del Regimiento Río de la Plata. La tropa se entrego a los excesos.
Al ver la indisciplina reinante, el mulato Moyano, acepta la sugerencia de
Oliva de consultar al coronel realista José María Casariego, que estaba
prisionero y alojado allí. Este vio el partido que podía sacar de la situación,
aconsejo reemplazar a los jefes patriotas por los españoles. Mientras tanto
los peruanos no se decidían a pagar los sueldos atrasados. Casariego los
convence de que se unan a las filas realistas donde serian recompensados,
mientras que en las patriotas recibirían castigo.
En medio de este desorden se desenlaza la admirable historia de Falucho. En
esto vamos a seguir al relato de Mitre que la publico por primera vez el 14 de
mayo de 1857 en el periódico Los Debates.
La noche del 6 de febrero hacia guardia en el torreón del Rey Felipe el negro
Falucho, que pertenecía al regimiento del Río de la Plata. Falucho, este su
nombre de guerra era muy conocido por su valentía y por su patriotismo, era
porteño y amaba a su ciudad. Como muchos en caso igual había sido
envuelto en la sublevación, que hasta aquel entonces no tenia más carácter
que un motín de cuartel. "Mientras que aquel oscuro -cuenta Mitre- centinela
velaba en el alto torreón del castillo, donde se elevaba el asta-bandera, en
que hacía pocas horas flameaba el pabellón argentino, Casariego decidía a
los sublevados a enarbolar el estandarte español en la obscuridad de la
noche, antes de que se arrepintiesen de su resolución". En ese momento se
presentan ante el negro Falucho los soldados con el estandarte español,
contra el que combatía desde hace 14 años. Falucho no lo podía creer, y
sintiendoce totalmente humillado se arroja al suelo y llora amargamente. Los
soldados con ordenes de subir el pabellón español, ordenaron a Falucho que
presentase el arma al pabellón del rey que se iba a enarbolar. Falucho
contesta "Yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado
siempre", con melancolía, recogiendo el fusil que había dejado caer. A esto le
gritan "¡Revolucionario! ¡Revolucionario!". Según Mitre, Falucho les contesta
"¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor! (...) y tomando su fusil
por el cañón, lo hizo pedazos contra el asta-bandera, entregándose
nuevamente al más acerbo dolor. Los ejecutores de la traición, apoderándose
inmediatamente de Falucho, le intimaron a que iba a morir y haciéndole
arrodillarse en la muralla que daba frente al mar, cuatro tiradores le
abocaron a quemarropa sus armas al pecho y a la cabeza (...). Aquel
momento brilló el fuego de cuatro fusiles, se oyó su detonación; resonó un
grito de ¡Viva Buenos Aires!, y luego, entre una nube de humo, se oyó el
ruido sordo de un cuerpo que caía al suelo. Según Mitre Falucho había nacido
en Buenos Aires y su verdadero nombre era Antonio Ruiz.
La historia de Falucho fue publicada nuevamente por Mitre en La Nación del
6, 7, 8 y 9 de abril de 1875. Años después aparece la obra "Historia de San
Martín y de la emancipación americana". Con respecto a Falucho, Mitre
escribió lo siguiente: "La bandera española fue enarbolada en el torreón
Independencia, con una salva general de los castillos (7 de febrero). Un
negro, soldado del regimiento Río de la Plata, nacido en Buenos Aires,
llamado Antonio Ruiz (por sobrenombre Falucho), que se resistió a hacerle
honores, fue fusilado al pie de la bandera española. Murió gritando: ¡Viva
Buenos Aires!".
Bartolomé Mitre tomo como base de la historia de Falucho testimonios
verbales del general Enrique Martínez, jefe de la División de los Andes; el
testimonio de los coroneles Pedro José Díaz (a cuyo cuerpo pertenecía
Falucho) y Pedro Luna; y el testimonio escrito del coronel Juan Espinosa.
Mitre diría a continuación que hubo dos negros apodados Falucho, aduciendo
que este seria un apodo genérico que se daba a los héroes desconocidos de
raza negra.
Desde la primera publicación de Mitre se levantaron críticos y detractores. En
1899, Manuel J. Mantilla escribió en su libro "Los Negros Argentinos" que se
decía que hubo dos Faluchos, el fusilado, del que dan testimonio Martínez,
Díaz y Espinosa, y otro más que vivía en Lima en 1830, según carta del
general Miller a San Martín del 20 de agosto de ese año. Miller lo nombraba
diciendo que "el morenito Falucho, que era de la compañía de cazadores del
número 8 y tomó una bandera en Maypu", le mandaba saludos a San Martín.
Lo que indica que Falucho había uno solo, y era muy bien conocido,
pertenecía al batallón numero 8. Los atestiguan, además de Miller, el general
Tomás Guido. Según el historiador Mantilla en una lista de fines de 1819,
había un cabo segundo Antonio Ruiz en la compañía del capitán Manuel Díaz.
Mientras que en la de Pedro José Díaz no había ningún Antonio Ruiz.
Muchos autores afirman que la muerte heroica de Falucho fue un invento de
Mitre. A la luz de todos los testimonio existentes. Lo único que se sabe con
seguridad es que, ciertamente murió, en El Callao, heroicamente un soldado
negro que no quiso rendir homenaje a la bandera realista. Pero ciertamente
este soldado no era Falucho. Falucho fue un soldado negro en el batallón 8º
del Ejercito de los Andes que posiblemente fuera el cabo segundo Antonio
Ruiz. Este soldado era bien conocido por San Martín y Guido, y vivía en Lima
en 1830.
No importa que el heroico negro que se hizo fusilar por nuestra bandera no
se apodara Falucho, ya que la tradición lo seguirá inmortalizando con ese
nombre.

Una tragedia amorosa en el Portugal medieval Pedro I, "El Casto"


No siempre los grandes amores son una fábula. Muchas veces la vida imita al
arte, y de la realidad surgen historias más fantásticas que las concebidas por
los hombres en las noches afiebradas del estío. Tal el caso de Pedro I de
Portugal, apodado "El Severo".
Entre 1325 y 1357 el reino pertenecía a su padre, el rey Alfonso IV, y se
hallaba envuelto en las luchas por el poder con los reyes de Castilla y
Aragón. Cuando Pedro alcanzó edad suficiente para contraer matrimonio, se
convino en desposarlo con la infanta de Castilla, doña Constanza, y obtener
así alguna ventaja de esta alianza de sangre. Quiso el infante don Pedro a
doña Constanza con obligaciones de marido, mas no con caricias de amante.
Y la razón fue que se había enamorado de una dama de compañía de la
propia infanta, llamada Inés de Castro, "milagro de hermosura en aquel
siglo".
En 1345 murió doña Constanza, y el infante don Pedro quiso regularizar su
situación con doña Inés, que ya le había dado cuatro hijos. Cuenta el cronista
que ya algunos lo llamaban "El Casto", pues nunca se le conoció otra mujer,
ni tuvo hijos fuera de este matrimonio, cosa harto frecuente entre las castas
nobles, y más en los reyes, que prodigaban a la sazón bastardos por todo el
reino y se cocían en la promiscuidad de sus amoríos, especialmente siendo
aún jóvenes. Sin embargo, su padre Alfonso tenía planes, y pensó en casar a
su hijo con otra princesa. Pero don Pedro no sólo lo desobedeció, sino que
secretamente se casó con doña Inés. Aunque el secreto no lo fue tanto;
pronto se supo en la corte, y las lenguas desatadas esparcieron la noticia por
todo el reino.
Irritado don Alfonso por tal contratiempo, no vaciló en decretar la muerte de
la esposa de su hijo, y encargó a tres cortesanos -cuyos nombres la historia
guarda (Pedro Coello, Diego López y Álvaro González)- que se trasladasen a
Coimbra, donde moraba doña Inés, y la asesinasen. Los miserables no se
detuvieron ni siquiera en presencia de las criaturas, y degollaron a la madre
delante de sus propios ojos.
Mal calculó la reacción de su hijo el cruel rey Alfonso. Don Pedro, con ira
imposible de medir, se alzó en armas contra su padre, sin tregua ni cuartel.
El reino se dividió entre los partidarios de uno y del otro. Y el joven
contrincante luchaba al frente de sus tropas como un endemoniado.
Relataban sus soldados que ofrecía el pecho a todas las espadas y recorría
las planicies erizadas de lanzas como si atravesase un campo de lirios.
Algunos contaban que bajo el casco se cubría el rostro con un velo oscuro de
gasa para que nadie pudiese adivinar que lloraba de dolor y rabia en el
fragor de las batallas. Mas a pesar de lo cruento de los embates, la lucha no
se definió hasta que el rey Alfonso murió de viejo.
Don Pedro lo sucedió por derecho, entonces, finalmente; y lo primero que
hizo fue buscar a los asesinos de su esposa. Sus pesquisas le indicaron que
los criminales habían huido a Castilla, donde entonces reinaba el rey Pedro,
conocido por unos como "El Cruel" y por otros como "El Justiciero", que no
dudó en entregarle a su tocayo a dos de los monstruos, puesto que el tercero
logró huir hacia las tierras del hermano bastardo y enemigo del rey Pedro de
Castilla, Enrique de Trastámara.
Pero al menos en los dos que atrapó vengó el rey portugués su saña, pues
aún estando vivos les hizo sacar los corazones, a uno por el pecho, y al otro
por las espaldas, y después mandó quemarlos.
No contento con esto, quiso también castigar de algún modo a aquella
misma corte que despreció a su esposa. Hizo desenterrar a doña Inés,
trasladó el cadáver a Lisboa y lo sentó en un trono junto al suyo; luego
ordenó que todos los cortesanos desfilasen ante ella y de rodillas besasen su
mano, como reina. Y más aún. El mismo tributo reclamó del pueblo en el
tránsito del cuerpo desde Lisboa a Alcobaça, en cuyo monasterio hizo labrar
don Pedro dos tumbas: una para él y otra para doña Inés. Las tumbas están
encaradas una frente a la otra de tal forma que, como dijo el propio don
Pedro, "el día del juicio final, cuando resuciten los cuerpos y se incorporen, lo
primero que verán los ojos de ambos será el rostro del ser amado".
Don Pedro murió en Estremoz en 1367, a los cuarenta y siete años de edad.
Reinó sólo una década, durante la cual no se le conoció ningún amorío.

De donde salieron los americanos


¿De donde salieron los indígenas americanos? Esta es una cuestión que se
presento inmediatamente después del descubrimiento del Nuevo Mundo por
los europeos. Durante todos esos siglos que nos separan de la llegada de
Colón a América (1492), corrió mucha tinta al respecto. Se han propuesto
infinidad de soluciones para explicar la presencia del hombre en esas nuevas
tierras que se abrieron a la expansión europea. La mayoría de dichas
soluciones nos parecerán graciosas en esta época, pero eran proposiciones
muy serias para la suya.
En los primeros años del siglo XVI se empezó a manifestar la idea de que las
tierras a las que había arribado Colón no pertenecían al Asia sino que eran
un nuevo continente del que no se tenia noticias. El principal problema para
el pensamiento europeo de esa época, era que en los libros sagrados no se
mencionaba ese continente ni a sus pobladores, que aparentemente eran
humanos. Al principio se dijo que no eran hombres, sino que solo lo parecían.
Pero esta aberrante afirmación fue echada por tierra con la bula papal
Sublimis Deus del 9 de junio de 1537 (45 años después del descubrimiento)
dada por el papa Paulo III, en la cual se consideraba a los indígenas
americanos como verdaderos hombres, racionales y dotados de alma;
anteriormente el papa Alejandro VI aprobó sin reservas la intención de los
reyes de España de someter a los indígenas para convertirlos más fácilmente
a la religión cristiana, como un acto de piedad religiosa.
Estos postulados mas que aclarar las cosas, las embarraron, ya que en la
Biblia no se los mencionaba, por lo tanto eso indicaba que tenían que haber
sido creados aparte. Se barajaron muchas teorías, todas relacionadas con el
tema religioso, que era la autoridad en esa época. La fantasía impero en
muchas de esas investigaciones, también se forzaron las evidencias en la
mayoría de los casos.
Algunos, como Ario Montano en el siglo XVI, plantearon que los americanos
eran descendientes de unos tataranietos de Noé. ¿Se acuerdan? El del
diluvio. Aparece por primera vez con su libro Biblia Poliglota, publicado en
Amberes de 1569 a 1573. Montano tenía una concepción bastante original,
dos hijos de Jectan, que era biznieto de Sem, hijo de Noé, poblaron América.
Ophis llegó al Noroeste de América y de allí a Perú, y Jobal colonizó Brasil. El
historiador B. de Roo resucito esta tesis en 1900. Marcio Lescarboto en su
libro Nouvelle France publicado en 1612, le otorga el mote de padre de los
americanos a Noé, aduce que él se habría preocupado especialmente en
poblar la actual América, "pudo conducir allí a sus hijos, y no le fue más
difícil ir por el estrecho de Gibraltar a la Nueva Francia (Brasil), desde Cabo
Verde (Africa) a Brasil, de lo que fue a sus hijos ir a establecerse en Japón...".
Otro que le otorgó el origen de los americanos a los judíos fue Gregorio
García, que en 1607 publicó Origen de los indios del Nuevo Mundo, donde
trataba de demostrar las coincidencias morales, lingüísticas, etc, que había
entre los judíos y los indígenas americanos. Muchos historiadores y filósofos
se unieron a la hipótesis judía: Tornielli, Vatablio, el alemán Gilbert
Genebrand, André Thévet, y los ingleses Theodore Thorowgood y John Dury,
son algunos.
Otros los imaginaron descendientes de las diez tribus perdidas de Israel. Esto
ultimo se basaba en que durante el año 721 a.C. las diez tribus norteñas de
Israel fueron conquistadas por Asiria y desaparecieron de la historia. Las
Casas, el padre Durán, y un rabino portugués llamado Manasseh Ben Israel
trataron de demostrar que las tribus perdidas se habría refugiado en
América. En siglos posteriores la paternidad judía de los americanos siguió
encontrando defensores, siendo el ultimo, en el siglo XIX, Lord Kingsborough.
También los fenicios, recibieron el nombre de padres de los americanos.
Habrían mandado colonias de emigrantes hacia América. Basándose en
parecidos culturales, lingüísticos, a veces en toponímicos, varios personajes
trataron de probar su punto. Horn lo hizo en 1562, Huet, obispo de
Avranches, en 1679, Court de Gébelin, en 1778-1784, Ph. Gaffarel, en 1875.
Geo Jones, abogado de Nueva York, trato de encontrar los antepasados de
los indígenas americanos entre los fenicios de la ciudad de Tiro, que habrían
huido luego de la conquista de su ciudad por Alejandro Magno. El origen de
los mexicanos se le adjudico también, a navegantes extraviado durante la
expedición de Alejandro a la India. También se trato de encontrar parecidos y
coincidencias a través de la lingüística, el arte, la tecnología y de la
arquitectura. Se encontraron parecidos con las civilizaciones de Creta, los
Carios de Asia Menor, los cananeos de Medio Oriente, romanos, griegos,
egipcios, celtas, irlandeses y muchos otros. Se igualaron las lenguas
americanas a la japonesa, china, suméria, polinesia, cópta (de Egipto),
vasca, y muchas más.
En 1829 salió un libro de John Ranking, en el cual se introducía a los
mongoles en la carrera por los orígenes americanos. Hacia 1380, Kublai Khan
intento conquistar Japón, pero su flota fue dispersada por una gran tormenta.
Según el autor, las naves habrían sido llevada por la tempestad hacia las
costas americanas, donde los náufragos habrían fundado el imperio del Perú
(los Incas). Hornius y Jean Laet habían sostenido una tesis parecida.
Otros posibles padres, serian los habitantes de La Atlántida, según E. Bailly
d'Engel (1767) y Carli en 1780. F de Castelnau opinó en 1851 que los
descendientes de Sem, hijo de Noé, habrían pasado por este continente
desaparecido, para colonizar América.
También se presento la hipótesis del origen autóctono de la población
americana. Varios sabios plantearon que el hombre se habría originado
separadamente en todos los continentes, y América no era la excepción.
Bory de Saint-Vincent, Frederick Muller, Morton, Meigs, Agassiz, Hervé,
Haeckel, Hovelacque, Pouchet y otros habrían defendido esta hipótesis,
llamada poligenista, porque el hombre se habría originado en muchos
lugares diferentes a la vez o separadamente. Isaac La Peyrère, autor de
Preadamitae (1655), mantenía que Adán solo era el progenitor de los judíos,
mientras que los otros pueblos antiguos descendían de antepasados
preadamitas. Henry Home, lord Kames, trató de llegar a un acuerdo con el
Génesis en su libro Sketches of the history of man (1774), diría que las
diferencias del ser humano se habrían generado luego de la construcción de
la Torre de Babel, Dios habría equipado milagrosamente a cada grupo de
hombres con especiales adaptaciones al clima, inteligencia y demás.
Afirmaba que los americanos no descienden de ningún pueblo del viejo
mundo y postulaba una creación distinta para explicar su existencia. Dios
habría creado a todos los pueblos a partir de Adán y Eva, mientras que a los
americanos los creo solos, ¿serian el verdadero pueblo elegido?
Muchos, como el alemán Johann Blumenbach o el francés Leclerc, conde de
Buffon, creían que Adán y Eva habían sido blancos. Las otras "razas", entre
las que se encontraban los americanos, eran una forma de degeneración.
Pero por lo menos creían que esa degeneración podía invertirse con un
adecuado control cultural.
Pero la teoría más interesante sin duda, es la del argentino Florentino
Ameghino que esbozó en el libro "La antigüedad del hombre en el Plata".
Ameghino sostenia que el hombre era originario de América, y nada menos
que de las pampas argentinas. Veamos esta teoría con detenimiento.
Para su época los descubrimientos hechos o inspirados por el paleontólogo
argentino Florentino Ameghino fueron sensacionales y revolucionarios. Si
bien son rechazados actualmente por los expertos, tuvieron tanta
resonancia, que merecen ser expuestos.
Lo característico de los trabajos de Ameghino relativos al hombre y los
antropomorfos (antepasados con forma humana) es que la hipótesis ha
precedido en mucho a los hechos sobre los cuales lógicamente hubiera
debido apoyarse.
Según él, América habría sido el centro de evolución de todos los mamíferos;
y ciertos antecesores del hombre que, en las planicies desprovistas de
vegetación arborescente de la Argentina, "se vieron obligados a levantarse
sobre sus miembros posteriores para explorar el horizonte", habrían dado
nacimiento al verdadero precursor del hombre, es decir, al primer ser
adaptado a la posición erecta, que él llama Tetraprothomo; y de este habrían
nacido por evolución progresiva el Triprothomo, el Diprothomo y finalmente
el Prothomo, antecesor inmediato del hombre actual. Estos antecesores del
hombre fueron descubiertos por Ameghino mas tarde.
El Tetraprothomo argentinus está representado por un fémur y una vértebra
cervical, hallados en Monte Hermoso; el Diprothomo platensis, por un
casquete craneano descubierto en el puerto de Buenos Aires; el Prothomo
pampeus, por una serie de cráneos y osamentas provenientes de diferentes
lugares de Argentina. Según Ameghino, el primero debió pertenecer a las
capas geológicas más antiguas del Mioceno superior (serian más de 20
millones de años), el segundo en el Plioseno (5 millones de años) y el tercero
en la misma formación geológica solo que en la parte media. Los tres serian
de la era terciaria, y por lo tanto anteriores a los vestigios de esa época que
había en el Viejo Continente. Resultaría de esto que América seria la cuna de
la humanidad, de cuyo centro partieron las emigraciones que poblaron la
tierra de mamíferos y de hombres.
La edad que Ameghino atribuye a sus múltiples hallazgos está muy lejos de
lo real. Él es y fue el único que sostenía la antigüedad de las capas
geológicas en que se encontraron dichos hallazgos. Los hallazgos por si
mismos no valen mucho. Seguiremos al famoso Paul Rivet, que escribió "El
origen del hombre americano". Un fémur y una vértebra bastaron para que
Ameghino creara al Tetraprothomo. Ambas piezas proceden de un mismo
yacimiento. La vértebra es humana pero corresponde a una mujer
piamontesa (italiana), según estudios posteriores, y el fémur no puede ser de
esa mujer ya que es mucho más corto de lo que debería ser y por sus
particularidades no se lo considera humano; perteneció a un carnívoro,
probablemente a un félido. El casquete craneano que condujo al Diprothomo,
sumamente incompleto, Ameghino habría hecho mal la reconstrucción.
Mochi, Schwalbe y Von Luschan demostraron que el casquete craneano había
sido proyectado erróneamente. Según el sabio argentino los cráneos que
representaban al Prothomo tenían rasgo primitivos, pero los antropólogos
experimentados R. Lehmann-Nitsche, A. Mochi y A. Hrdlicka no tuvieron
dificultad en descubrir que estos caracteres provienen de errores de técnica
y de una deformación artificial que se practicaban los indios; en cuanto a los
huesos, son de edad reciente no mas antiguos que la época de la conquista
española.
La interpretación de Ameghino se basaba en premisas e interpretaciones
erróneas de los materiales observados; no olvidemos que se trataba de un
científico formado por su propio esfuerzo. Sus convicciones lo desacreditaron
en el ambiente científico, pero ocultan su gran actuación en la paleontología
argentina, en el estudio de la fauna extinta.
En 1590 se publico un libro llamado Historia natural y moral de las indias, en
el cual su autor, el jesuita J. De Acosta, suponía que los habitantes de
América habían llegado del norte de Asia "... lo hicieron no tanto navegando
por mar, como caminando por tierra; y este camino lo hicieron muy sin
pensar, mudando sitios y tierra poco a poco...". En esa época no se conocía
bien el norte de América, y menos el oeste, así que De Acosta penso que
habrían pasado por algún territorio desconocido para la época. Según él
estos pobladores habrían sido cazadores que "... hayan penetrado, y poblado
poco a poco aquel mundo..." persiguiendo animales.
Ya en el siglo pasado el rigor científico comenzó a liderar las teorías.
Alexander von Humboldt, en 1810, decía que las poblaciones americanas
eran de origen asiático y que habrían venido por el estrecho de Bering.
Muchos compartieron esta teoría durante el siglo XIX y principios del XX,
como Powell, Holmes, Hrdlicka y otros. Es la teoría que se acepta hoy, si bien
más elaborada.
Hubo una época en la que el estrecho de Bering no separaba a América de
Asia, sino que estaban unidas por una lengua de tierra llamada Beringia.
Esto ocurrió al final del pleistoceno, hace mas de 10.000 años, cuando el mar
de Bering no existía. Esto se debía a que los océanos del mundo tenían
mucha menos agua liquida, estaba toda acumulada en inmensos glaciares
en los polos y en los continentes del norte. Entonces el nivel del mar habría
bajado mucho, dejando el estrecho de Bering descubierto de agua,
convirtiéndose en un territorio en el cual se podría vivir tal cual se lo hacía
en el norte de Asia. Todo esto ocurría porque en esos tiempo el clima era
mucho más frío que el actual.
El "puente" de Beringia, es la única ruta temprana aceptada hoy. A partir de
la entrada por este paso, se habría poblado, a lo largo de cientos y cientos
de años, la totalidad del continente Americano. Los sitios arqueológicos mas
antiguos de Sudamérica son de mas de 12.000 años.
Hubo otras rutas de poblamiento, pero mucho mas tardías. Hace 3.000 años
o posteriormente, habrían llegado nuevos habitantes por otras vías, como a
través del océano Pacífico, u otras, pero que no habrían tenido incidencia
demográfica ni cultural, salvo en alguna región.
La influencia europea esta descartada hasta la llegada de Colon, ya que en
América no se conoció la rueda, algo muy difundió en Europa. Los vikingos
solo hicieron algunas incursiones al norte de América, fundaron dos colonias
en Groenlandia que duraron solo desde fines del s. X a fines del s. XIV, y no
habrían influido sobre las culturas indígenas del continente americano.
Hay muchos debates y teorías sobre como y cuando se habría poblado
América, la controversia no ha concluido todavía, pero algo seguro es que los
primeros pobladores de América provinieron del norte de Asia.

Sin paraguas ni escarapelas 1810


El 22 de mayo por la noche, el coronel Cornelio Saavedra y el abogado Juan
José Castelli atraviesan la Plaza de la Victoria bajo la lluvia, cubiertos con
capotes militares. Van a jugarse el destino de medio continente después de
tres siglos de dominación española. Uno quiere da independencia, el otro la
revolución, pero ninguna de las dos palabras serán mencionadas esa noche.
Luego de seis días de negociación van a exigir la renuncia del español
Cisneros. Hasta entonces Cornelio Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios,
ha sido cauto: "Dejen que las brevas madures y luego las comeremos",
aconsejaba a los más exaltados jacobinos.
Desde el 18, Belgrano y Castelli, que son primos y a veces aman a las
mismas mujeres, exigen la salida del virrey, pero no hay caso: Cisneros se
inclina, cuanto más a presidir una junta en la que haya representantes de
Fernando VII - preso de Napoleón - y algunos americanos que acepten
perpetuar el orden colonial. Los orilleros andan armados y Domingo French,
teniente coronel del estrepitoso Regimiento de la Estrella, esta por
sublevarse. Saavedra, luego de mil cabildeos, se pliega: "Señores, ahora
digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder ni una hora",
dice en la última reunión en casa de Nicolás Rodríguez Peña. De allí en más
loa acontecimientos se precipitan y el destino se juega bajo una llovizna en
la que no hubo paraguas flamantes ni amables ciudadanos repartiendo
escarapelas.
El orden de los hechos es confuso y contradictorio según a qué memorista se
consulte. Todos, por supuesto - salvo el pudoroso Belgrano -, intentan jugar
el mejor papel. Lo cierto es que el todo Buenos aires asedia el Cabildo donde
están los regidores y el obispo. "Un inmenso pueblo", recuerda Saavedra
en sus memorias, y deben haber sido más o menos cuatro mil almas si se
tiene en cuenta que para más tarde, para el golpe del 5 y 6 de abril de 1811,
el mismo Saavedra calcula que sus amigos han reunido esa cifra en la Plaza
y la califica de "crecido pueblo".
La gente anda con el cuchillo al cinto, cargando trabucos, mientras Domingo
French y Antonio Beruti aumentan la presión con campanadas y clarines que
llaman a los vecinos de las orillas. Esa noche nadie duerme y cuando los dos
hombres llegan al Cabildo empapados, los regidores y el obispo los reciben
con aires de desdén. Enseguida hay un altercado entre Castelli y el cura. "A
mí no me han llamado a este lugar para sostener disputas sino para
que oiga y manifieste libremente mi opinión y lo he hecho en los
términos en que se ha oído", dice monseñor, que se opone a la formación
de una junta americana mientras quede un solo español en Buenos Aires. A
Castelli se le sube la sangre a la cabeza y se insolenta: "tómelo como
quiera", se dice que le contesta.
Cuatro días antes había ido con el coronel Martín Rodríguez a entrevistarse
con Cisneros que era sordo como una tapia. "¡No sea atrevido!", le dice el
virrey al verlo gritar y Castelli responde muy orondo: "¡y usted no se
caliente que la cosa ya no tiene remedio!".
al ver Castelli llega con las armas de Saavedra, los burócratas del Cabildo
comprenden que deben sustituir a Cisneros, pero dudan de su propio poder.
Juan José Paso y el licenciado Manuel Belgrano esperan afuera recorriendo
pasillos, escuchando las campanadas y los gritos de la gente. Saavedra sale
y les pide paciencia. El coronel es alto, flaco, parco y medido. El rubio
Belgrano, como su primo, es amable, pero se exalta con facilidad. Paso es
hombre de callar y tramar pero luego tendrá su gesto de valentía.
Entrada la noche, cuando Fench y Beruti han agitado toda la aldea y
repartido muchos sablazos entre los disconformes. Belgrano y Saavedra
abren la puerta de la sala capitular para que entren los gritos de la multitud.
No hay nada más que decir: Cisneros se va o lo cuelgan. ¿Pero quién se lo
dice? De nuevo Castelli y el coronel cruzan la Plaza y van a la fortaleza a
persuadir al virrey. Hay un último intento del español que forma una junta
incluyendo a Castelli, que tiene cuarenta y tres años y está enfermo de
cáncer. Los "duros" rechazan la propuesta y juegan a todo o nada. Cisneros
trata de ganarse al vanidoso Saavedra, pero el coronel ya acaricia la gloria
de una fecha inolvidable. Quizá piensa en George Washington mientras
Castelli se imagina en la Convención francesa. Su Robespièrre es un joven
llamado Mariano Moreno, que espera el desenlace en lo de Nicolás Peña.
Entre tanto French, que teme una provocación impide el paso a la gente
sospechosa de simpatías realistas. Sus oficiales controlas los accesos a la
Plaza y a veces quieren mandar más que los de Saavedra . Por el momento
la discordia es sólo antipatía y los caballos se topan exaltados o
provocadores. Al amanecer, Beruti, por orden de French derriba la puerta de
una tienda de la recova y se lleva unos rollos de paño para hacer cintas que
distingan a los leales de los otros. Alguien lo ve de lejos y nace la leyenda de
la escarapela.
Al amanecer, para guardar las formas, el Cabildo considera la renuncia de
Cisneros, pero la nueva junta de gobierno ya está formada. Escribe el catalán
Domingo Matheu: "Saavedra y Azcuénaga son la reserva reflexiva de
la ideas y de las instituciones que se habían formado para marchar
con pulso en las transformaciones de la autognosia (sic) popular;
Belgrano, Castelli y Paso eran monárquicos, pero querían otro
gobierno que el español; Larrea no dejaba de ser comerciante y
difería en que no se desprendía en todo evento de su origen
español; demócratas: Alberti, Matheu y Moreno. Los de labor
incesante eran Castelli y Matheu, aquel impulsando y marchando a
todas partes y el último preparando y acopiando a toda costa
vituallas y elementos bélicos para las empresas por tierra y agua.
Alberti era el consejo sereno y abnegado y Moreno el verbo irritante
de la escuela, sin contemplaciones a cosas viejas ni consideración a
máscaras de hierro; de ahí arranca la antipatía originaria en la
marcha de la junta entre Saavedra y él". Matheu se da demasiada
importancia. Todos esos hombre han sido carlotistas y, salvo Saavedra, son
amigos o defensores de los ingleses que en el momento aparecen a sus ojos
como aliados contra España.
La mañana del 25, cuando muchos se han ido a dormir y otros llegan a ver
"de qué se trata", Castelli sale al balcón del Cabildo y con el énfasis de
Saint Just anuncia la hora de la libertad. La historiografía oficial no le reserva
un buen lugar en el rincón de los recuerdos. El discurso de Castelli es el de
alguien que arroja los dados de la Historia. Aquellas jornadas debían ser un
golpe de mano, pero la fuerza de aquellos hombres provoca una voltereta
que sacudirá a todo el continente. Dice Saavedra: "Nosotros solos, sin
precedente combinación con los pueblos del interior mandados por
jefes españoles que tenían influjo decidido en ellos, (...) nosotros
solos, digo, tuvimos la gloria de emprender tan abultada obra (...)
En el mismo buenos aires no faltaron (quienes) miraron con tedio
nuestra empresa: unos la creían inverificables por el poder de los
españoles; otros la graduaban de locura y delirio, de cabezas
desorganizadas; otros, en fin, y eran los más piadosos, nos miraban
con compasión no dudando de que en breves días seríamos víctimas
del poder y furor español".
La audacia desata un mecanismo inmanejable. Saavedra e un patriota pero
no un revolucionario y no puede oponerse a la dinámica que se desata en
esos días. El secretario Moreno un asceta silencioso y torvo, dirige sus actos
y órdenes a destrozar el antiguo sistema. Habla latín, inglés y francés con
facilidad; ha leído - y hace publicar, censurado - a Jean Jaques Rousseau,
conoce bien la Revolución Francesa y es posible que desde el comienzo se
haya mimetizado en el fantasma de un Robespièrre que no acabará en la
tragedia de Termidor. Otros vinculan su torvo pensamiento con la
enseñanzas de la peor inquisición. Castelli está a su lado, como French,
Beruti y el joven Monteagudo, que maneja el club de los "chisperos". Todos
ellos celebran el culto ateo de "la muerte es un sueño eterno", que
Fouché y la ultraizquierda francesa usaron como bandera desde 1772.
Belgrano, que es muy creyente, no vacila en proponer un borrador como
apuntes sobre economía para el Plan de Operaciones que en agosto
redactará Moreno a pedido de toda la Junta.
Moreno, Castelli y Belgrano son un bloque sólido con una política propia a la
que por conveniencia se pliegan Matheu, Paso y el cura Alberti; Azcuénaga y
Larrea sólo cuentan las ventajas que puedan sacar y simpatizan con el
presidente Saavedra que a su vez los desprecia por oportunistas. Las
discordias empiezan muy pronto, con las primeras resoluciones. Castelli
parte a Córdoba y el Alto Perú como comisario político de Moreno, que no
confiaba en los militares formados en la Reconquista. Es Castelli quien
cumple las "instrucciones" y ejecuta a Liniers primero y al temible mariscal
Vicente Nieto más tarde.
Belgrano, el otro brazo armado de los jacobinos, va a tomar el Paraguay; no
hay en él la ira terrible de su primo, sino una piedad cristiana y otoñal que lo
engrandece en los triunfos y las derrotas: en el norte captura a un ejército
entero y lo deja partir bajo juramento de no volver a tomar las armas. Manda
a sus gauchos desarrapados con un rigor espartano y no fusila por
escarmiento sino por necesidad.
Frente a frente, uno de levita y otro de uniforme, Moreno de Chuquisaca y
Saavedra de Potosí, se odian con toda el alma. "Impío, malvado,
maquiavélico", llama el coronel al secretario de la Junta; y cuando se refiere
a uno de sus amigos, dice: "el alma de Monteagudo es tan negra como
la madre que lo parió" el primer incidente ocurre cuando los jacobinos
descubren que diez jefes municipales están complotados contra el nuevo
poder. En una sesión de urgencia Moreno propone "arcabuceárlos" sin más
vueltas, pero Saavedra responde que no cuente para ello con sus armas.
"Me bastan las de French", replica un Moreno siempre enfermo, con las
mejillas picadas de viruela, que recién tiene treinta y un años. Al presidente
lo escandaliza que ese mestizo use siempre la amenaza del coronel French, a
quién hace espiar por los "canarios", suerte de buchones manejados por el
coronel Martín Rodríguez. Los conjurados salvan la vida con una multa de
dos mil pesos fuertes, propuesta por el presidente: "¿Consiste la felicidad
en adoptar la más grosera e impolítica democracia? ¿Consiste en
que los hombres impunemente hagan que a su capricho e interés les
sugieren? ¿Consiste en atropellar a todo europeo, apoderarse de sus
bienes, maltratarlo, acabarlo y exterminarlo? ¿Consiste en llevar
adelante el sistema de terror que principió a asomar? ¿Consiste en
la libertad de religión y decir con toda franqueza me cago en Dios y
hago lo que quiero?", se pregunta Saavedra en carta a Viamonte que lo
amenaza desde el alto Perú.
Desde fines de agosto, Moreno ha hecho aprobar por unanimidad el secreto
Plan de Operaciones que recomienda el terror como método para destruir
al enemigo. Ese texto feroz que no se conoció hasta que a fines del siglo XIX
Eduardo Madero - el constructor del puerto - lo descubre en los archivos de
Sevilla, y se o envió a Mitre. Para entonces , los premios y castigos de la
historia oficial ya estaban otorgados y Moreno pasaba por haber sido un
intelectual y educador romántico, influido por las mejores ideas de la
Revolución Francesa. Pro es la aplicación por Castelli de ese método
sangriento lo que asegura el triunfo de la Revolución.
Hasta la llegada de San Martín la formación de los ejércitos se hizo a punta
de bayoneta, la conspiración de Álzaga, como la contrarrevolución de Liniers,
terminaron en suplicio y los españoles descubrieron, entonces, que los
patriotas estaban dispuestos a todo: "Nuestros asuntos van bien porque
hay firmeza y si por desgracia hubiéramos aflojado estaríamos bajo
tierra. Todo el Cabildo nos hacía más guerra que los tiranos
mandones del Virreinato", escribe Castelli antes de ser llevado a juicio.
A principios de diciembre dos circunstancias banales precipitan la ruptura
entre Moreno y Saavedra que será nefasta para la Revolución. En la plaza de
toros de Retiro el presidente hace colocar sillas adornadas con cojinillos para
él y su esposa. Cuando las ve, Matheu hace un escándalo y argumenta que
ningún vocal merece distinción especial. Pocos días más tarde, el 6, el
Regimiento de Patricios da una fiesta a la que asisten Saavedra y su mujer.
En un momento un oficial levanta una corona de azúcar y la obsequia a la
esposa de Saavedra. Moreno se entera y esa misma noche escribe el decreto
de suspención de honores. Saavedra se humilla y lo firma, pero el rencor lo
carcome para siempre. Poco después, el 18 de diciembre, mientras los
Patricios se agitan y reclaman revancha para la afrenta civil, el coronel llama
a los nueve diputados de las provincias para ampliar la Junta. Moreno - que
intuye su fin - no puede oponerse a esta propuesta "democratizadora". El
único que tiene el valor de votar en contra es el tímido tesorero Juan José
Paso.
Moreno renuncia y en enero de 1811 se embarca para Londres. "Me voy,
pero la cola que dejo será larga", le dice a sus amigos que claman
venganza. También pronuncia un mal augurio: "No sé, qué cosa funesta
se me anuncia en mi viaje". En alta mar se enferma y nada podrá
convencer a Castelli, French y Monteagudo de que lo han asesinado: "Su
último accidente fue precipitado por la admisión de un emético que
el capitán de la embarcación le suministró imprudentemente y sin
nuestro conocimiento", cuenta su hermano Manuel, que agrega a la
relación de los hechos el célebre "¡Viva mi patria aunque yo perezca!".
Saavedra a liquidado a su adversario, pero la Revolución está en peligro. El
español Francisco Javier de Elio amenaza desde la Banda Oriental y no todos
los miembros de la Junta son confiables. El 5 y el 6 de abril el coronel Martín
Rodríguez con los alcaldes de los barrios junta a los gauchos en la Plaza
Miserere y los lleva hasta el Cabildo para manifestar contra los morenistas.
Saavedra, que jura no haber impulsado el golpe, aprovecha para sacarse de
encima al mismo tiempo a los jacobinos y comerciantes. Renuncian Larrea,
Azcuénaga, Rodríguez Peña y Vieytes. Los peligrosos French, Beruti y
Posadas son confinados en Patagones. Belgrano y Castelli pasan a juicio por
desobediencia y van presos.
Pero Saavedra sólo dura cuatro meses al frente del gobierno y nunca más
volverá a tener influencia en los asuntos públicos. Los porteños se ensañan
con él y lo persiguen durante cuatro años por campos y aldeas. Nadie tendrá
paz: ni Castelli, que muere durante el juicio, ni el propio San Martín, que
combate en Chile. Belgrano muere en la pobreza y el olvido, el mismo día de
caos en que Buenos Aires cambia tres gobernadores. Rivadavia traiciona a
los orientales y todos persiguen a Artigas hasta que se aseguran que los
intereses porteños prevalecerán.
Pese a todo, la idea de la independencia queda en pie levantada por San
Martín, que se ha llevado como asistente a Monteagudo, "el alma tan
negra como la madre que lo parió". Los ramalazos de la discordia duran
intactos medio siglo y se propongan hasta hoy en los entresijos de la historia
no resuelta.

San Martín Desconocido


El general José de San Martín es uno de los próceres que tienen mas
misterios. La tradición de los viejos historiadores es la causante de tantos
prejuicios, leyendas y errores en que cayeron historiadores posteriores con
respecto a la vida de San Martín. Estos historiadores, Bartolomé Mitre el
principal, hicieron trabajos de mucho respeto, pero los prejuicios que de ellos
heredaron los historiadores nos condujeron a un San Martín casi secreto. En
este artículo se tratará de quitar el velo a la vida del "padre de la patria".
Dice el gran historiador Enrique de Gandía "San Martín era masón, de ideas
constitucionales y anticlericales, respetaba al catolicismo como religión, pero
detestaba la Inquisición. Era monárquico y soñaba una América libre y unida.
No creía en la eficacia del gobierno de Carlos IV o de Fernando VII. Además,
era hombre de cultura y hablaba francés a la perfección, sin que se sepa,
con seguridad, dónde lo aprendió tan bien."
La primera duda que surge es la de ¿dónde nació San Martín?. La partida de
bautismo de San Martín no existe, lo cual llevo a que algunos historiadores
dudaran que el año de nacimiento fuese 1778, ni en Yapeyú. Habría sido en
otro año y en otro lugar, en Uruguay dicen algunos.
Algo que se debe dejar de contar en las escuelas es que San Martín, durante
su estancia en España, estudió en el Seminario de Nobles, de Madrid, ya que
los registros de alumnos no mencionan su nombre. En cambio si aparece
inscripto desde muy chico en el regimiento de Murcia, donde comenzó su
verdadera carrera militar.
Muchos historiadores se han inquietado con el problema de si San Martín era
o no era masón. Algunos historiadores llegaron a decir que San martín no fue
masón y que la masonería argentina de la época de la Independencia no era
verdadera masonería sino un conjunto de políticos que usaban las reglas
masónicas para entenderse. Esto quedó atrás con los estudios de los
modernos historiadores, la masonería de la Independencia era verdadera, y
San Martín era masón. Él mismo lo confiesa en varias de sus cartas.
Enrique de Gandía realizó un estudio donde se habla de la Logia masónica
numero 3 de Cádiz. Muchos historiadores atribuyeron la fundación de la
Logia de Londres a Francisco Miranda, incluso a San Martín, pero su
verdadero fundador fue Carlos de Alvear. La Logia de Londres es muy
importante para la historia secreta de la independencia hispanoamericana.
La Logia número 3 de Cádiz fue la que dio origen a la Logia número 7 de
Londres. San Martín, Alvear y otros pertenecían a esta ultima logia masónica.
También se dijo de la Logia Lautaro, fundada por San martín y Alvear en
Buenos Aires, no era masónica sino una sociedad política disfrazada con
símbolos masónicos. Cuando uno se convierte en masón, no deja nunca de
serlo. Mas adelante se aclarara si era o no una logia masónica.
¿Por qué San Martín dejó España y se fue a América? Algunos historiadores
han contestado que se fue de España para luchar por la independencia
americana, las pruebas están a la vista. Pero son hechos vistos luego de
ocurrido, no hay documentos que explicasen el porqué de su viaje. Mitre dijo
que San Martín pudo salir gracias a la ayuda del noble escocés lord Macduff,
conde de Fife, y del agente Carlos Stuart. Se llegó a decir que San Martín
escapo disfrazado. Pero José Pacifico Otero descubrió en el archivo Militar de
Segovia la autorización que se le otorgó el 6 de septiembre de 1811 para
viajar a Lima. Así que no se vio en la necesidad de disfrazarse, y salir de
España escondido. Hasta le dieron una recomendación y sus papeles en
regla. Se fue de Cádiz el 14 de septiembre de 1811 hacia Londres, con él
fueron otros amigos, todos masones. Enrique Gandía cuenta que las causas
del regreso de San Martín a su patria respondían a un perfecto plan
napoleónico-masónico. Aclaración al margen: en esa época la masonería
tenia dos ramas fuertes, una inglesa y otra francesa, dirigida por Napoleón.
Según descubrimientos de Gandía, los pasajeros de la George Canning, San
Martín, Alvear y otros masones, partieron por encargo y orden del gobierno
francés, el cual les había dado fondos monetarios. San Martín y sus amigos,
por medio de la Logia 3 de Cádiz, habían llegado con la misión napoleónica y
masónica de luchar por la independencia de América. Por ende la Logia
Lautaro estaba fundada en base a la Logia número 3, las dos masónicas.
También se discutió si San Martín era un perfecto católico, solo creía en Dios
o era un ateo. Hubo historiadores para todos los gustos. Se sostuvo, mas que
nada, que San Martín fue un devoto católico. Enterado que los rosistas, en
1830, querían entablar relaciones con Roma, San Martín le escribió a su
amigo el general Guido lo siguiente "¿Están en su sana razón los
representantes de la provincia para mandar entablar relaciones con la Corte
de Roma en las actuales circunstancias? Yo creía que mi malhadado país no
tenía que lidiar más que con los partidos, pero desgraciadamente veo que
existe el del fanatismo, que no es un mal pequeño" y sigue "¿Negociar con
Roma? Dejen de amortizar el papel moneda y remitan un millón de pesos y
conseguirán lo que quieran." No creo que un buen católico de esa época se
expresase así del Papa y su corte. San Martín no era católico, era un casi
ateo. Era masón y se burlaba del catolicismo, de los obispos y del Papa. No le
gustaba la religión.
Este es, sin más, el oculto Padre de la Patria.

La Bandera y ¿el cielo y las nubes?


Manuel Belgrano no vio el cielo celeste y las nubes blancas, y en esto se
inspiro para crear la Bandera nacional; el mismo Belgrano dice en sus
memorias que utilizó los colores de la escarapela nacional, él dice en un
oficio al gobierno días antes de inaugurar unas baterías en las que se iza por
primera vez la Bandera nacional: "Las banderas de nuestros enemigos son
las que hasta ahora hemos usado; pero V. E. ha determinado la escarapela
nacional con que nos distinguieron de ellos y de todas las naciones, me
atrevo a decir a V. E. que también se distinguieran aquellas y que en estas
baterías no se viese tremolar sino las que V. E. designe. Abajo, Excmo. Sr.,
esas señales exteriores que para nada nos han servido, y con que parece
aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud". Luego de la inauguración
de las baterías, que fue el 27 de febrero de 1812, Belgrano dice: "...Siendo
preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca,
conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la
aprobación de V. E.".
Los colores nacionales se usaron en la Argentina desde 1811, en la
escarapela famosa erróneamente atribuida a la distribución de French y
Beruti del año anterior. Provenían de los colores borbónicos, de la casa de
Fernando VII (rey ausente de España). La escarapela blanca y celeste ya
había sido utilizada por Pueyrredón y otros camaradas durante las Invasiones
Inglesas. La escarapela es creada por decreto el 18 de febrero de 1812.
La Bandera se utilizó desde el 25 de mayo de 1812, pero sólo a principios del
año 1813 tubo cierta oficialización, hasta que la Asamblea General consagró
su uso el 3 de marzo de 1813, el mismo día que se conoció en Buenos Aires
la noticia del triunfo de Belgrano sobre los realistas en Salta.
El gobierno no recibió amistosamente la noticia de la enarbolación de una
bandera nacional. Belgrano quería que se proclamara la independencia de
España, la nueva bandera significaba eso, pero el gobierno entendía que
procediendo así se rompería violentamente con Inglaterra, y le ordenaron
que izase otra vez los colores españoles. Temían desagradar al embajador
ingles lord Strangford que opinaba a favor de una estrategia hipócrita de
sostener buenas relaciones políticas con la corona española.
Luego de estas aclaraciones sobre la Bandera argentina, siguen dos
cuestiones en el tapete ¿Cómo era la bandera izada por Belgrano? ¿Cómo
estaban distribuidos los colores? Y ¿Dónde se izo la bandera por primera
vez?
La bandera enarbolada por Belgrano en 1812 no era como la bandera
nacional de hoy, que es una franja celeste arriba, una blanca y otra celeste
al final. Según el historiador Armando Piñeiro era blanca arriba, azul en
medio y la ultima blanca, y fue Bernardino Rivadavia quien dispuso la
inversión de las franjas. Las dos banderas fueron encontradas en Bolivia, en
1883 la de Belgrano y en 1885 la de Rivadavia. Esto desecha una teoría, de
Félix Chaparro en 1942, de que la bandera de Belgrano "era de dos trozos de
tela, blanco y celeste, dispuestos en forma vertical unidas al asta por el lado
blanco". Otro dato derivado de Chaparro es el de la tradición rosarina, según
la cual, doña María Catalina de Echeverría de Vidal, hermana del doctor José
Vicente Anastasio de Echeverria, el compañero de Belgrano en la misión al
Paraguay, confeccionó la primera bandera argentina y que ésta era de dos
franjas, blanca del lado del hasta y celeste por fuera. También se dijo que
podía ser de dos franjas horizontales, como lo muestra un retrato de
Belgrano en el que de fondo se ve una bandera con una franja horizontal
blanca sobre una celeste.
La Comisión Investigadora de los Antecedentes de los Símbolos Patrios,
compuesta por Alejo B. González Garaño, Ismael Galíndez y Francisco
Medina, elevó dos informes, el 12 de noviembre de 1940 y el 10 de
septiembre de 1941, sosteniendo que el enarbolamiento de la primera
bandera argentina había tenido lugar el 27 de febrero de 1812, en la batería
de la isla llamada Independencia y no en la batería Libertad de la barraca,
habiéndose inaugurado únicamente la primera, puesto que la otra no estaba
en condiciones en ese momento. Mientras que La Academia Nacional de
Historia aprobó, el 29 de julio de 1941, el informe del académico, doctor Juan
Álvarez, que mantenía la versión del general Mitre, según la cual la
ceremonia se había celebrado en la batería Libertad, punto de vista que
adopto la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos. Y se
declaro lugar histórico, el 4 de febrero de 1942, la antigua batería Libertad
en Rosario. La batería Libertad, no fue inaugurada por no estar terminada el
27 de febrero, pero la ceremonia pudo realizarce en la barraca. Según lo
indica el discurso de Belgrano para la ocasión: "... en aquel, la Batería de la
Independencia, nuestras armas aumentaran las suyas", o las que dice como
para que se posesionen de la batería Independencia "... id, posesionaos de
ella, y cumplid el juramento que acabáis de hacer".
Lo cierto es que la bandera se la debemos a Manuel Belgrano, y en honor al
el se festeja el Día de la Bandera en el día de su muerte, que fue el 20 de
junio de 1820.
¿Se comieron los charrúas uruguayos a Solís?
Por todos es conocido el hecho de que a Solís, el descubridor del Río de la
Plata, lo mataron y comieron los indios del Uruguay. Veamos como se llega a
este hecho nefasto en el comienzo de la conquista española.
En 1513 se descubre la existencia de un mar detrás de las tierras
descubiertas por Colón, que seria el océano Pacífico. Esto auguraba la
posibilidad de llegar a la India a través de un paso. En busca de este destino
salió el piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, desde Sevilla. El 8 de
octubre de 1515 salen de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas
por 60 hombres. Tras breve escala en la isla de Tenerife, Solís, con su
pequeña armada, hizo rumbo a la costa del Brasil. Llegan a la altura del cabo
San Roque, continua Solís hacia el sur siguiendo la costa brasileña. En los
primeros días de febrero de 1516, la costa dobla hacia el oeste dando lugar a
un inmenso estuario de unas aguas que cambian del verdoso al color rubio
barroso, el piloto mayor ordena probar el liquido; tiene un sabor suave y
azucarado, la extensión de aquella dulzura es enorme, esta condición le
otorga el nombre de Mar Dulce; mas tarde cambiado por río de Solís, que no
triunfa al imponerse el actual mítico nombre de este río de plata. Solís decide
explorar aquel inmenso estuario. En una de las carabelas, comienza a
costear la orilla uruguaya a lo largo de 150 km., llegando junto a una isla que
se llamó Martín García, por haber sido enterrado en ella el despensero de la
expedición que respondía a ese nombre.
Observan sobre la costa "muchas casas de indios y gente, que con mucha
atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían
poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar
algún hombre para traer a Castilla". Seducido por estas demostraciones de
amistad, o quizás esperando conseguir víveres frescos y hacer algún
comercio, Solís se embarca en un pequeño bote con el contador Alarcón, el
factor Marquina y seis marineros mas que fueron hasta la próxima costa.
Sabían que mas al norte en la costa atlántica los indios eran bondadosos y
ofrecían a los navegantes frutas y otros géneros. Una vez en tierra, en la
margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco en ella
alejándose de la orilla, los nativos estaban emboscados, esperándolos, como
una avalancha de nieve cayeron sobre ellos y los apalearon y despedazaron
hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco
del Puerto, que se salvo y quedo viviendo cautivo con los indios. Según un
moderno historiador fueron golpeados con boleadoras, y a sus golpes
sucumbieron. La generalidad de los cronistas y otros testimonio de la época
añaden que los indios descuartizaron los cadáveres de los españoles a la
vista de los que habían quedado en la carabela, y que comieron sus pedazos.
No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo como
falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la
conquista de América.
Los indios que dieron muerte a Solís y sus hombres no se sabe si fueron
guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La hipótesis de que los asesinos del descubridor del plata fue muerto por los
charrúas de Uruguay, ha quedado fuera del tintero ya que no habitaban la
zona en la cual desembarco Solís. Los charrúas eran unos indígenas
cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la
Plata y del río Uruguay también practicaban la pesca para lo cual contaban
con grandes canoas.
Los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron
referidos, muestran un canibalismo diferente al practicado por los guaraníes,
en el que están ausentes los elementos simbólicos de este, del mismo modo
que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución. Esto indicaría que
los autores habrían sido indígenas guaranizados, que no hubieran asimilado
nada mas que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global
de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía
precisamente por la forma rebuscada en que se cumplían las sucesivas
acciones conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado,
que siempre era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese
ceremonial era algo muy diferente a la manera repentina y precipitada con
que (según las fuentes) procedieron los indios a matar y devorar en el sitio a
los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de
otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de
la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo mas arriba, han
puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el
hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto,
obedece a las costumbres de solo comer a los guerreros dejando fuera a
niños y mujeres. El pobre grumete abandonado por sus compatriotas, estuvo
conviviendo largos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527
por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como
interprete durante la expedición, hasta que este grumete considero que no
era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una
operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, este organizo
un ataque sorpresivo infligiendo muchas bajas sobre los españoles, nunca
mas se supo del grumete Francisco del Puerto.
Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España,
menos 18 marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina
(Brasil) a la cual llegaron nadando tras haber naufragado una de las
carabelas. Estos náufragos iban a ser muy importantes para la historia y
conquista del Río de la Plata, ya que son ellos, rescatados por Caboto, los
que dan comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una Sierra de la
Plata, como su nombre lo dice era toda de plata, que estaba en las
inmediaciones del inmenso río de Solís el cual estaba bañado de plata. Esta
leyenda es la que origino todas las expediciones al Río de la Plata, todas con
el ideal de encontrar grandes cantidades de plata. La plata de que tanto se
hablaba era la de los incas y del Potosí en Bolivia.
Gobierno ingles sobre Buenos Aires en 1806
Los ingleses no podían estar mas equivocados, cuando pensaron que la
conquista de Buenos Aires iba a ser fácil y segura. El comodoro Home Riggs
Popham, estaba convencido de que la llegada de las fuerzas inglesas seria
celebrada por los habitantes, oprimidos por el poder español, de Buenos
Aires y los partidarios del libre comercio. La realidad no fue tan fácil para los
invasores.
El 14 de abril de 1806 zarpa de la ciudad del El Cabo la expedición al mando
del comodoro Popham, transportando un ejército dirigido por el general
William Carr Beresford, que seria nombrado vicegobernador, para excluir la
posibilidad de que Popham quisiera independizar al Plata.
El 25 de junio las naves inglesas están frente a Buenos Aires, y entre las
once y las doce comenzaron a desembarcar sus efectivos, en las playas de
Quilmes, con toda tranquilidad y sin la menor oposición. Esto ocurría a la
vista de todos los testigos que miraban desde la Fortaleza, la Alameda y
desde algunos techos. Un oficial ingles escribiría años mas tarde "Nuestro
ejercito efectivo, destinado a conquistar una ciudad de más de 40.000
habitantes, con un inmenso cuerpo para disputarnos la entrada en ella, se
componía solamente de setenta oficiales de toda graduación, setenta y dos
sargentos, veinte tambores y 1466 soldados; haciendo un total general de
1635." Mientras las chalupas iban y venían desembarcando ingleses, las
embarcaciones de guerra porteñas permanecieron ancladas sin recibir orden
alguna.
La ciudad cae en dos días sin mucha pelea. El pueblo le echa la culpa a la
ineficacia y cobardía del virrey marques de Sobremonte, que se mantuvo
inactivo y ordeno a las fuerzas y voluntarios porteños que hicieran lo mismo,
hasta que, en fuga, el virrey ordena al brigadier José Ignacio de la Quintana
iniciar las tratativas de capitulación. A la tres de la tarde del 27 de junio de
1806, bajo lluvia y frío, desfilaron los soldados ingleses por las calles de la
capital virreinal, estirando la fila para parecer más. "Los balcones de las
casas estaban alineados con el bello sexo, que daba la bienvenida con
sonrisas y no parecía de ninguna manera disgustado con el cambio",
comenta nuestro cronista ingles.
El gobernador de Buenos Aires, Beresford, consciente de la necesidad de no
irritar a la ciudad evita cuidadosamente toda medida despótica y durante
ese mes y medio de dominación inglesa despliega un tacto singular: ratifica
las leyes españolas, confirma a todos los funcionarios públicos, garantiza la
protección de todas las personas y de sus bienes y de la Iglesia Católica.
Castiga también, severamente a los soldados ingleses que cometen delitos o
abusos.
El 28 la ciudad estaba como muerta, no se abrió ninguna tienda ni pulpería y
el mercado de la plaza estaba desierto. Los ingleses comenzaron a hacer
guardia en las esquinas de la Plaza, en los portales de la Recova y del
Cabildo, y en las calles, abatidas por la sudestada y el frío. Causa escándalo
e indignación entre los habitantes de Buenos Aires la actitud de algunos
criollos para con los ingleses, ya que muchos se acercaron al invasor
ofreciendo su colaboración. En los días siguientes comenzarían a deambular
por las calles de la ciudad patrullas y rondas realizadas por los alcaldes de
barrio, dos vecinos y dos soldados ingleses, destinados a conservar el orden.
Ya el 29 de junio se comienza a trabajar por la liberación de Buenos Aires, se
hace desde dentro. Los más serios y violentos son un grupo de catalanes que
luego se les dirá la Junta catalana. Estos catalanes son los mas perjudicados
por el gobierno ingles, ya que los españoles estaban bien con el comercio
monopolista, y no con el mercado abierto que impuso el gobernado ingles.
Se comienza a observar a los ingleses, estudiando sus movimientos y los
lugares de sus guardias.
Solo tres días después de la toma de la ciudad comienzan a abrirse los cafés
y las tiendas, y comienza a haber movimiento en la ex capital virreinal. El
primero de julio se celebra una comida en la casa de Martín de Sarratea a la
que son invitados los jefes ingleses, noticia que escándalo a la ciudad.
Muchas familias invitan a los oficiales ingleses a las tertulias, estos
participan, como si nada hubiera pasado, de la vida social porteña. La
mayoría de los oficiales de Beresford han sido alojados en casas de familia,
sin que se las hubiera obligado. El pueblo llano detesta a esta gente y los
considera traidores, así será que luego de la reconquista muchos los quieren
ajusticiar. "...parecía que teníamos en la ciudad algunos amigos ocultos, pues
casi todas las tardes, después de oscurecer, uno o más ciudadanos criollos
acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento voluntario de su obediencia al
gobierno británico [...] El número llego finalmente a cincuenta y ocho" dice el
capitán ingles Gillespie. El día 3 de junio los ingleses comienzan a tomar
juramento a todos los oficiales españoles ante el antes citado capitán que es
comisario de prisioneros. El 7 de junio prestan juramento de fidelidad a
Inglaterra las autoridades de Buenos Aires y a partir del 10 lo tenían que
hacer los vecinos más importantes y principales de la ciudad. Manuel
Belgrano huye de la ciudad hacia su campo en Uruguay, para evitar la jura
de fidelidad, ya que él era secretario del Consulado, muchos siguen su
ejemplo.
Casi todos querían sacarse de encima al gobierno inglés, mucha gente
comenzó a organizar intentonas. Los catalanes mas arriba nombrados, al
mando de Felipe de Sentenach, se reunieron una semana después de la
conquista, para planear la reconquista, y predomino la idea de minar el
Fuerte y el cuartel de la Ranchería y acampar en las inmediaciones de
Buenos Aires con una fuerza de 1000 hombres voluntarios que invadirían la
ciudad luego de la voladura de los bastiones ingleses. Otros planes mas
improvisados e ingenuos se barajaron pero el primero predomino. Mas tarde
se reúnen en la casa de Martín de Alzaga, donde debaten como reclutar a la
gente. Pasan los días y los catalanes siguen con su emprendimiento, sin que
los ingleses se enteren. Habían quienes querían sorprender a los ingleses y
degollarlos. Estos liderados por Juan Trigo y Juan Vazquez Feyjoo son
invitados a unirse a los catalanes, mas que nada para que no se delaten por
tanta imprudencia. Se reunían dinero y armas en casas particulares, en los
almacenes y barracas. Para poder cavar la mina debajo del Cuartel de la
Ranchería los catalanes alquilan una casa cercana donde se ubica la boca del
túnel. Se dice que el mismo Sentenach entro disfrazado en el cuartel de la
Ranchería para estudiar la disposición y ubicación de los dormitorios de la
tropa inglesa.
Estos mismo catalanes se comunican con el gobernador de Montevideo, y
este les responde el 18 de julio que ya ha tomado las prevenciones
necesarias para la reconquista de la ciudad y que dispone de mil hombres,
12 lanchas cañoneras y cinco goletas. La tropa será embarcada en Colonia y
desembarcara en Olivos, aunque luego tendrá que desembarcar en el Tigre.
En la noche del 21 de julio llego a San Isidro Juan Martín de Pueyredón y
otros. Llegan con las ordenes del gobernador de Montevideo de reclutar
voluntarios de la campaña de Buenos Aires y estar listos para apoyar a la
expedición de auxilio que llegara de Uruguay. Establece su campamento en
la villa de Luján, sin recatarse de sus acciones que ya son conocidas por los
ingleses a través de sus espías.
Los ingleses, mientras tanto, imaginan algo y ponen centinelas en muchas
esquinas de la ciudad. Además, para impresionar a los ciudadanos,
intensifican el trabajo constante a que someten a la tropa, maniobras en la
Plaza o por la ciudad, todo dando grandes griteríos al son de las gaitas.
Tienen muchos espías y soplones.
Ya el 23 de julio los catalanes envían a todos los voluntarios a una chacra
que habían alquilado a la sazón, que se llama de Perdriel. El 29 reciben un
requerimiento de Liniers, que estaba al mando de las tropas de Montevideo,
de que reúnan fuerzas para su desembarco inminente, pues ya estaba en
Colonia listo para cruzar el río. Esto no les cayo nada bien a los catalanes, ya
que frustraba sus sueños y esperanzas, arrebatándoles los laureles
merecidos. Hoy todos saben quien reconquistó la ciudad, Liniers, pero de los
catalanes nadie se acuerda. El 2 de agosto le piden a Liniers que detenga su
marcha en Colonia hasta que ellos estén listos para la acción: volar el fuerte
y el cuartel. Temían que Liniers se llevara toda la gloria.
El 2 de agosto los ingleses atacan a Pueyrredón y a los voluntarios reclutados
por los catalanes en Perdriel, dispersándolos a los cuatro vientos. Si bien
lucharon con coraje y valentía, la mayoría estaban muy mal armados. Por
estos días se sabe que el Virrey Sobremonte, que esta en Córdoba, se
prepara para marchar sobre Buenos Aires, un poco tarde.
El 6 de agosto Liniers desembarca en el Tigre con mas de 1000 hombres y
artillería. Dos días antes, el gobernador ingles, Beresford, manifiesta que ha
concluido el nefasto sistema del monopolio y que la población podrá gozar
de los beneficios de las producciones de otros países. Pero los días en que
Buenos Aires formó parte del imperio Británico llegan a su fin.
En la tarde del 12 de agosto de 1806 los ingleses, ahora acantonados en el
fuerte, se rinden ante las fuerzas de Liniers y la increíble cantidad de
voluntarios que llenaron la Plaza pidiendo las cabezas de los ingleses. Los
ingleses se defendieron duramente, cada calle cada esquina, muchos
cuerpos quedaron en las calles porteñas como saldo.

La Higiene y la Perfumeria en la Historia


¿Sabía usted, querido lector, que los romanos se lavaban los dientes con
orines y que los más apreciados de todos eran los españoles? Realmente
asusta pensar en el camino que tenían que recorrer las micciones de
nuestros antepasados para llegar a su destino. Guardar primero el ambarino
líquido hasta la llegada del comerciante que lo compraba, envasarlo luego en
ánforas que eran debidamente precintadas y, embarcarlas luego en navíos
de cabotaje que tardaban uno o dos meses hasta llegar a Roma. Supongo
que allí se deberían mezclar con algún perfume o algo que atemperase la
peste que se puede suponer que exhalaba tal dentífrico. De todos modos me
queda la curiosidad de saber por qué las secreciones renales de nuestros
antepasados iberos gozaban de más predicamento que los de las otras
regiones.
Desde los tiempos más remotos de la historia hombres y mujeres,
especialmente las últimas, han sentido la preocupación de hermosear su
rostro y su cuerpo. Las hetairas griegas pasaban la noche con el rostro
cubierto con una máscara de albayalde y miel. Al levantarse se lavaban la
cara con agua fría y volvían a embadurnarse la faz con otra capa de
albayalde muy diluido, lo que daba a la cara una blancura que hoy
consideraríamos propia de un payaso. Con un pincel se aplicaban sobre las
mejillas el rojo producto de una flor espinosa de Egipto, muy cara y que se
aplicaba diluido en vinagre. Se terminaba el maquillaje con toques de carmín
en los labios y en los pezones. No bastaba con ello, pues una mujer, para ser
interesante y especialmente las cortesanas, tenían que ser rubias, lo que
conseguían con zumo de azafrán o, más simplemente, con una peluca que
llamaban color de trigo.
Se dice que Cleopatra había escrito un tratado de belleza, desgraciadamente
perdido, pero del que se conocen fragmentos citados por Galeno, Aecio y
Pablo de Egina. De todos modos sabemos que se pintaba los párpados de
color verde, usaba pestañas postizas y en sus mejillas se mezclaban el rojo y
el bermellón; los labios se los pintaba de carmín, y en azul las venas de su
frente y de sus manos. Previamente se había bañado en leche de burra
mezclada con miel, y para disimular las arrugas de sus ojos usaba una crema
a base de pulpa de albaricoque. Respecto a los ojos, recuérdese el
extremado maquillaje que muestran las pinturas y las estatuas policromadas
egipcias tanto de hombres como de mujeres.
Sabido es que la leche de burra gozaba de gran predicamento en la
antigüedad. Son célebres los baños de Popea que, en sus viajes, se hacía
seguir por un rebaño de trescientos de estos animales para ser ordeñados
cada mañana. La cosmética en Roma era una industria floreciente, y así
como ahora todos los productos de belleza pretenden venir de París,
entonces se decía que llegaban de Grecia. No se olvide que la palabra
cosmética es de origen griego y los cosmetas o perfumistas anunciaban sus
productos en griego. La lanolina, tan usada hoy en día para la perfumería y
la cosmética, era conocida por las damas romanas. Se sacaba de la lana de
las ovejas y se perfumaba fuertemente para evitar su olor original. Una
esclava llenaba su boca de perfumes que espurreaba seguidamente sobre el
rostro y el cuerpo de la dama a la que servía. Los poetas satíricos se burlan
del abuso de colores de las mejillas de las mujeres y Petronio, describiendo
alguna dama en su Satiricón, dice: «Sobre su frente bañada por el sudor fluía
un torrente de aceites, y en las arrugas de sus mejillas había tal cantidad de
yeso que se hubiese dicho que era una vieja pared decrépita surcada por la
lluvia." Un detalle curioso es el que se consideraba hermoso que las cejas se
juntasen sobre la nariz, para ello se usaba un compuesto de huevos de
hormiga machacados con cadáveres de moscas.
El advenimiento del cristianismo trajo consigo la condena de todas las
«artimañas del diablo" empleadas por las mujeres para seducir a los
hombres. No se habla de las artimañas de los hombres para seducir a las
mujeres. San Clemente de Alejandría autoriza los baños sin que se abuse de
ellos, pero condena los establecimientos que de día y de noche se ocupan de
masajear, untar y depilar y, cosa curiosa, pone como ejemplo a seguir el de
la cortesana griega Friné. Un día que estaban reunidas varias damas
atenienses se habló de la belleza de cada una de ellas, y Friné las desafió a
que hiciesen lo que iba a hacer ella: lavárse la cara con agua fría, cosa que
ninguna de las otras contertulias se atrevió a hacer. Tertuliano, san Jerónimo
y san Cipriano hablan en contra de los ungüentos y los perfumes, pero la
coquetería femenina ganó la batalla a los moralistas, como la ha ganado
siempre, y así, por ejemplo, se puso de moda morder delicadamente una
ramita de mirto con el fin de mostrar así una bella dentadura.
La Edad Media no fue una edad tan sucia como se cree. En muchos lugares
de nuestro país existen bien conservados o en ruinas unos llamados «baños
árabes" que muchas veces no eran tales sino judíos, pero que eran usados
por los cristianos. Las condenas que se hacían del uso de tales
establecimientos no se basaban tanto en un supuesto culto del cuerpo sino
en su promiscuidad. Eran muchas veces centros de reunión y contratación de
favores eróticos. En Alemania, según dicen sus cronistas, no era raro ver
hombres y mujeres de diversa edad encaminándose medio desnudos a los
baños comunales. Carlo Magno se bañaba cada día, y su corte lo imitaba. En
España tal costumbre no fue muy extendida, pues la lucha contra el
musulmán identificaba muchas veces los baños con las abluciones rituales
prescritas por el Islam. En la primera serie de mis Historías de la Historía doy
algunos datos sobre la lucha contra los baños que se produjo en la tardía
Edad Media. Había un gran contraste entre las costumbres higiénicas de las
cortes de león y Castilla, por ejemplo, y las de Córdoba y Granada, en donde
el agua era casi objeto de veneración.
Pero mientras en el occidente europeo iba progresando lenta pero
seguramente la suciedad, cosa muy distinta sucedía en el imperio bizantino.
La emperatriz Irene había sido proclamada basilisa gracias a un concurso de
belleza; en efecto, se había buscado en todo el imperio las muchachas más
bonitas para que una de ellas fuese elegida por el emperador como su
esposa. Gan6 Irene, que casó con el emperador león IV, al que dio un hijo
llamado Constantino, que por cierto tuvo un mal final porque, cuando murió
su esposo, Irene quiso gobernar Bizancio en lugar de su hijo, a lo que éste se
opuso, e Irene, que era muy hermosa pero muy bestia, destronó a su hijo y le
hizo sacar los ojos. Pues bien, esta Irene para conservar su belleza y la
blancura de su piel, se servía de un ungüento a base de pepino machacado y
excrementos de estornino. Y es curioso señalar que contrariamente a los
egipcios, que alargaban los ojos, a los bizantinos les gustaban los ojos
redondos como los del mochuelo. Como una lágrima, una gota de carmín se
pinta al lado del lagrimal y, por supuesto, se pinta de rojo los labios, las
mejifias y los pezones de los pechos.
Uno de mis peores recuerdos en el servicio militar está en el nauseabundo
hedor que se observaba en los dormitoríos al toque de diana. Sesenta o más
cuerpos apretados en los camastros habían sudado y respirado toda la noche
haciendo el ambiente insoportable. Recuerdo esto cada vez que voy a
Santiago de Compostela y contemplo el botafumeiro. La traducción
castellana de esta palabra sería la de "echahumos", y su origen se encuentra
en la necesidad de purificar el ambiente del santuario producido por el
hacinamiento de peregrinos. Estos, después de varios meses de caminata,
llegaban sucios y malolientes a las vistas de Santiago en el lugar llamado
Lavacolla. La palabra deriva del latín Zava, con el mismo significado que en
castellano, y coleo, que significa testículo, lo que viene a decir que en aquel
lugar se aseaban a fondo los peregrinos. A pesar de ello habla algunos que
no lo hacían, y por otra parte las ropas usadas todo el viaje no debían de oler
precisamente a esencia de rosas.
Durante la Edad Media gozó de gran crédito la Escuela de Salerno, en donde
se formaban médicos que hablan asistido a clases impartidas por maestros
judíos, árabes y cristianos. Recuérdese que estaba prohibida la disección de
cadáveres en cualquiera de las tres religiones y se consideraba que las
vísceras del cerdo eran las que más se asemejaban a las del cuerpo humano.
Un escritor llamado Juan de Milán compuso un libro de versos en latín para
popularizar las fórmulas más importantes de la escuela salernitana. Mgunas
son muy curiosas; así, por ejemplo, para conservar una tez fresca y lozana
recomienda "tomar tres o cuatro puñados de flores de saúco, un cuarterón
de jabón de Francia, tres hieles de buey y tres vasos de vuestra orina, haced
que reposen tres o cuatro días en un recipiente de arcilla y lavaos la cara con
dicho líquido". Se ve que las deyecciones tenían gran importancia en la
medicina medieval, pues el propio Alberto el Grande en un curioso Tratado
de las heces dice: "Como el hombre es la más noble de las criaturas, sus
excrementos tienen también una propiedad particular y maravillosa", y en
otro lugar explica: "Aunque naturalmente se siente repugnancia en beber la
orina, no obstante cuando se bebe la de un hombre joven y de buena salud
no hay remedio más soberano en el mundo."
Llenaría páginas y más páginas dando recetas en las que intervienen
sustancias excrementicias, pero creo que con éstas hay más que suficiente.
En su Oriente originario los árabes habían adoptado de los bizantinos su
gusto por los baños y los perfumes. Fueron ellos los que popularizaron en
España, y en menor grado en Italia, la ciencia de la perfumería; no se olvide
que fue un árabe, Albucaste, quien descubrió el alcohol a partir del vino, por
lo que lo llamó espíritu de vino.
Las mujeres musulmanas pasan horas y horas en el harén maquillándose y
depilándose cuidadosamente. Las cristianas son miradas con cierta
aprensión porque no se depilan el pubis. Con henné se tiñen de rojo los
dedos y las palmas de las manos, así como los talones y los dedos de los
pies. Las dientes se los limpian con una mezcla de nácar, cáscaras
pulverizadas de huevo y polvo de carbón.
No llega a tanto la ociosidad de la dama noble europea encerrada en su
castillo. Pero de vez en cuando aparece un mercader de perfumes y le ofrece
su mercancía. Una de las recetas milagrosas que se ofrecen es el llamado
"licor de oro" preparado a partir de este metal Pero como es muy caro son
más usados en su lugar perfumes que se encierran en unos recipientes en
forma de manzana como se ve en algunas pinturas de la época. Incluso la
Virgen viene representada con una de estas manzanas en sus manos.
Conservar la dentadura es cosa imposible. En Oriente se intentaban hacer
dentaduras postizas a base de dientes humanos arrancados de los difuntos,
pero en Occidente cuando los dientes caían no podían ser reemplazados por
otros. Las sacamuelas iban de pueblo en pueblo arrancando las piezas
dentarias que dolían hasta dejar vacías las encías. La operación se
acompañaba con el redoble de uno o más tambores que intentaban acallar
los ayes desgarradores del paciente. Y ello sin higiene alguna.
Es curioso que el Renacimiento, que marca el descubrimiento del hombre en
la filosofía y en la religión, descuida con frecuencia el cuidado del cuerpo.
Hay excepciones, como se puede ver en Los baños de Bade de Poggio
Bracciolini.
En el siglo XVI aparece una palabra para designar los caballos que tienen un
pelaje blanco sucio tirando a amarillento. Se los llama isabelos o isabelinos.
El origen de la palabra es incierto. Se cuenta que la reina Isabel la Católica
hizo en 1491 el voto d& no cambiarse de camisa hasta la conquista de
Granada, que tuvo lugar el año siguiente. Es de suponer el color que tendría
la tal camisa. Pero se me hace cuesta arriba creer en esta teoría por cuanto
Isabel la Católica no tenía el defecto de ser sucia. Su confesor, fray Hernando
de Talavera, le reprochaba a veces el excesivo cuidado que, según él,
prestaba a su cuerpo. Otros autores aseguran que el origen de la palabra se
debe a la infanta Isabel Clara Eugenia, quien según afirman hizo el voto de
no cambiarse de camisa durante el sitio de Ostende... que duró tres años. Se
comprende el color de la camisa de la infanta al cabo de este tiempo. Pero
también aquí tropezamos con un inconveniente. Isabel Clara Eugenia había
nacido en 1566 y murió en 1633, casó en 1599 y fue nombrada gobernadora
de los Países Bajos en 1621, y durante este período tuvo lugar el citado sitio
de Ostende. Ahora bien, la palabra francesa isabelle, referida a determinado
pelaje de los caballos, aparece en 1595, es decir, antes de Ostende. ¿Cuál es
pues el origen de la discutida palabra? Agunos filólogos dicen que deriva del
árabe izah, que quiere decir león, lo cual explicaría que por similitud al pelaje
de dicha fiera se diera el nombre de isabelo o isabelinos a los dichosos
caballos.
Margarita de Navarra, en uno de sus Dídiogos amorosos, dice: "Ved estas
bellas manos aunque no las haya lavado desde hace ocho días." Y Montaigne
escribe: "Estimo que es saludable bañarse, y creo que algunos defectos de
nuestra salud se deben por haber perdido la costumbre, generalmente
observada en el pasado, de lavarse el cuerpo todos los días."
Con la desaparición de la higiene aumenta el uso de los perfumes, hasta el
punto que las damas que no se bañan jamás acostumbran ponerse esponjas
perfumadas entre los muslos y en las axilas "para no oler como carneros".
La sarna es corriente no sólo entre la gente del pueblo sino también entre la
gente principal. Así, el custodio de Juana la loca escribe desde Tordesillas que
las hijas de la reina "mejoran de su sarna".
Tanto Lucrecia Borgia como la célebre Vittoria Accoramboni, inmortalizada
por Stendhal, cuidaban de sus espléndidas cabelleras lavándoselas por lo
menos dos veces a la semana. Por cierto que aunque no tenga nada que ver
con lo que se está tratando digamos que cuando murió Lucrecia Borgia, tan
maltratada por la leyenda negra, se descubrió que llevaba un cilicio bajo sus
vestidos.
Los perfumistas españoles e italianos son los que más éxito tienen a
comienzos de la edad moderna. Es en Italia y España donde las mujeres se
maquillan más y es Catalina de Médicis, italiana de nacimiento, la que
introduce en Francia, además del tenedor, una serie de perfumes y
productos de belleza que hacen furor en la alta sociedad francesa. Como no
se lavaban, hombres y mujeres debían recurrir a los perfumes, cuanto más
fuertes mejor, para ocultar su mal olor corporal.
Una de las fórmulas empleadas causó grandes destrolos en la cara de una de
las damas de honor de la reina, y no era para menos, pues la fórmula era la
siguiente: «Se toma plata y mercurio y se muelen en un mortero, se le añade
albayalde y alumbre y se deslíe con saliva y se hace hervir con agua de
lluvia; cuando la ebullición empieza se mezcla todo en un mortero." Se
comprende que los resultados fuesen fatales. Una hija de Catalina de
Médicis, la célebre reina Maegot, inmortalizada por Alejandro Dumas,
coleccionaba amantes, a pesar de su obesidad, que la impedía pasar a
través de algunas puertas. Aquejada de una precoz calvicie usaba pelucas y
postizos, de los que llevaba siempre unos cuantos en el bolsillo por si acaso.
Orgullosa de sus voluminosos pechos, un día recompensó con una bolsa de
dinero a un carmelita que en un sermón los había comparado "a las tetas de
la Virgen". Increible pero auténtico.
Una industria curiosa se desarrolló en aquel momento en un lugar de Francia
que es todavía hoy en día el centro de la perfumería mundial... La moda
obligaba a llevar guantes en cualquier momento y estos guantes debían ser
perfumados. Un pueblecito del sur de Francia, Grasse, fabricaba guantes en
grandes cantidades, y los guanteros se vieron obligados a perfumarlos, por
lo que se dedicaron también a la producción de aceites olorosos, para lo cual
cultivaron en sus tierras naranjos, lavanda, mimosa, jazmín y, sobre todo,
rosas. Hoy en día Grasse cuenta con más de dos mil técnicos dedicados a la
industria del perfume.
Enrique IV de Francia no se lavaba nunca y olía a macho cabrío. Su esposa
estuvo a punto de desmayarse en la noche de bodas y algunas damas
sufrieron vahídos al compartir su lecho. Era hombre muy mujeriego (ha
pasado a la historia con el nombre de Vert Galant, epíteto que no necesita
traducción), y es curioso constatar que algunas de sus amantes gustaban del
olor del rey, lo que me recuerda aquella frase popular en el siglo pasado en
ciertos ambientes que decía que "el hombre debía oler a aguardiente, sudor
y tabaco".
Luis XIíI, también de Francia, no era tampoco mucho más limpio. Se cuenta
que un día, paseando con sus cortesanos, uno de ellos le quitó algo del
cuello de su casaca.
-¿Qué hacéis?
-Señor, era un piojo.
-Señal de que soy hombre-, repuso el monarca.
Pocos días después otro cortesano, queriendo congraciarse con el rey, hizo el
mismo gesto que el otro.
-¿Qué hacéis?
-Señor, era una pulga.
-¿Creéis acaso que soy un perro? -Y le volvió la espalda.
De todos modos Enrique IV se bañó por lo menos una vez. Fue en el Sena, en
donde antes de hacerlo, y a la vista de todos, orinó abundantemente. Su
hijo, el futuro Luis XIII, recelaba meterse en el agua, por lo que su padre dijo:
-Anda, báñate y no tengas miedo que más arriba del río otros se habrán
meado antes que yo.
Los inestimables libros de José Deleito y Piñuela, referentes a la época de
Felipe IV de España, nos dan interesantes datos sobre la higiene y la
perfumería en tiempos de este rey. "En un tocador elegante no podían faltar
agua de rosas y de azahar, jaboncillo de Venecia, aceite de estoraque, de
benjuí, de violetas, de piñones y de altramuces; cañutillo de albayalde,
solimán labrado para blanquear el cutis, tuétano de corzo, pastillas olorosas,
y otros ingredientes guardados en salserillas."
Era del mejor tono la delgadez entre las damas elegantes, y aunque las
españolas de la época eran generalmente flacas -según pregonan los lienzos
en que los pintores las retrataron y las memorias de los viajeros a quienes
llamó la atención este particular-, aún procuraban ellas, con artificios, reducir
la natural redondez de las formas femeninas. "La carencia de pechos -escribe
madame d'Aulnoy- es otra de las condiciones que aquí determinan una
belleza femenil, y las mujeres cuidan mucho de que su cuerpo no tome
formas abultadas. Cuando los pechos empiezan a desarrollarse, los cubren
con delgadas laminillas de plomo, y se fajan, como se faja a los recién
nacidos."
Lo mismo y en forma análoga comenta otro narrador coetáneo galo,
señalando cl contraste de las cspañolas con las francesas y venecianas, que,
al revés de aquéllas, procuraban abultar su seno.
"Pero lo más general en materia de aliños y afeites, eran los colores con que
se embadurnaban las damas. Constituía un teñido casi general, pues se
pintaban mejillas, barbilla, garganta, punta de las orejas, hombros, dedos y
palmas de las manos, y lo hacían dos veces diarias, al levantarse y al
acostarse. A veces, también se coloreaban los labios. Si no, se ponían en
ellos cera."
En su Viaje en España, madame d'Aulnoy describe de visu cómo se
maquillaba una dama de esta época: «Luego cogió un fraseo lleno de
colorete, y con un pincel se lo puso no sólo en las mejillas, en la barba, en los
labios, en las orejas y en la frente, sino también en las palmas de las manos
y en los hombros. Díjome que así se pintaba todas las noches al acostarse y
todas las mañanas al levantarse; que no le agradaba mucho acicalarse de tal
modo, y que de buena gana dejaría de usar el colorete; pero que, siendo una
costumbre tan admitida, no era posible prescindir, pareciendo, por muy
buenos colores que se tuvieran, pálida como una enferma, cuando se
compararan los naturales con los debidos á los afeites de otras damas. Una
de sus doncellas la perfumó luego desde los pies a la cabeza con excelentes
pastillas; otra la roció con agua de azahar, tomada sorbo a sorbo, y con los
dientes cerrados, impelida en tenues gotas para refrescar el cuerpo de su
señora. Díjome que nada estropeaba tanto los dientes como esta manera de
rociar; pero que así el agua olía mucho mejor, lo cual dudo, y me parece muy
desagradable que una vieja, como la que cumplía tal empleo, arroje a la cara
de una dama el agua que tiene en la boca."
Luis XIV de Francia se bañaba únicamente cuando se lo prescribía el médico,
ya que como preconizaba Teofrasto Renaudot, "el baño, a no ser que sea por
razones médicas o de una absoluta necesidad, no sólo es superfluo sino
perjudicial". El Rey Sol cada mañana se limpiaba la cara con un trozo de
algodón impregnado de alcohol o bien con saliva, como los gatos. Bajo las
aparatosas pelucas de los cortesanos pululaban los piojos, y datan de
entonces estas manos de marfil que rematan un mango más o menos largo.
Servían para rascarse la cabeza debajo de la peluca.
Pero es también por esta época cuando una monja vende a Jean-Marie Farina
la receta de una agua perfumada que contiene alcohol. Se fabrica en Colonia
y es conocida aún hoy en día con el nombre de agua de colonia.

Los alimentos americanos en Europa


Los dos principales productos americanos importados a Europa tuvieron al
principio poco éxito. El maíz fue adoptado como cultivo en España, Portugal
e Italia. Los indios americanos, que adoraban el maíz, nunca lo comían solo,
y lo utilizaban como complemento de un plato de carne, o lo guisaban junto
a unas alubias, pimientos verdes y pescado -la receta original de la tarta de
maíz tierno con alubias. Estos complementos proporcionaban las vitaminas
que le faltaban al maíz. Los pobres que comían en Europa el maíz como si
fuese trigo, sin acompañarlo de carne, empezaron a sufrir de la pelagra,
«piel áspera», un a enfermedad carencial producida por la falta de proteínas.
El maíz se izo impopular, e incluso en 1847, cuando los irlandeses estaban
muriéndose de hambre, se negaron a comerlo, llamándolo «azufre de Peel»,
pues era amarillo como el azufre, y Peel era a la sazón el primer ministro de
Inglaterra. De hecho, el maíz fue despreciado en Europa, y sólo empezó a
consumirse en cantidades significativas cuando los europeos adoptaron la
costumbre americana de tomar cereales en el desayuno.
El alimento americano 1 que más éxito iba a tener en Europa fue, por
supuesto, la patata. En 1564, John Hawkins introdujo la batata en Inglaterra,
pero no prosperó. En cambio, la patata india, que había sido cultivada por los
laboriosos agricultores incas en sus gélidos montes, tuvo un éxito casi
instantáneo. Introducida en Inglaterra por Sir Walter Raleigh, e implantada en
la recién desarrollada colonia inglesa de Irlanda, le esperaba a la patata un
futuro brillante en las Islas Británicas -hasta mediados del siglo XIX.
La vérdad es que Gran Bretaña y la patata no se adecuaban demasiado bien.
Comparada con el Perú, Gran Bretaña tiene un clima tan calido, que la única
manera de cosecharías es cultivándolas en las regiones más frías del país,
Irlanda del Norte y Escocia. Llamada a desarrollarse en un clima mucho más
caluroso del que había prescrito la naturaleza, la patata británica estaba
expuesta a enfermedades que probablemente no le habrían afectado jamás
en el altiplano andino. Además, los incas, que fueron los que iniciaron su
cultivo, habían desarrollado un método infalible para conservar la patata,
secándola en frío y convitiéndola en lo que ellos llamaban chuñu.
Existían poderosas razones para que los campesinos europeos, ya de por sí
obstinados y recelosos, contemplasen a la patata con prevención y se lo
pensasen dos veces antes de adoptar su cultivo. Por lo tanto, su expansión al
principio fue lenta. En Francia, Antoine-Auguste Parmentier, philosophe
francés de siglo XVIII (y al que se le atribuye el invento de las patatas fritas),
intentó convencer a sus paisanos de que la patata no era venenosa. (Las
patatas verdes sí son venenosas, hasta cierto punto) Sin embargo,
Parmentier logró interesar al rey, y fue Luis XVI quien finalmente «engañó» a
los campesinos para que cultivasen el nuevo tubérculo. Hizo que se
sembrase un campo de patatas en las mismas afueras de París, y puso una
guardia de soldados alrededor de este campo real. Los campesinos se
acercaron a curiosear, y se preguntaban cuál sería ese cultivo tan valioso
que aconsejaba todas estas medidas de seguridad. Finalmente, cuando la
cosecha estaba lista, el rey retiró la guardia nocturna, y esperó. Al cabo de
poco tiempo, y por la noche, todas las patatas habían sido robadas y la
carrera de la pomme de terre se había puesto en marcha. Todavía hoy, la
inclusión en un plato del calificativo pannentier o a la parmentier, indica que
se sirve acompañado de patatas.
La patata llegó a Francia demasiado tarde para impedir la Revolución
Francesa. Si cuando falló la cosecha de 1788, los campesinos hubieran
tenido una reserva de patatas suficiente, y si María Antonieta2 hubiera
podido decir entonces aquella frase que se le atribuye: «Si no tienen pan,
que coman patatas», puede que el curso de la historia hubiera sido
diferente.
En otra parte de Europa la patata prosperó mucho mejor. Federico el Grande
la introdujo en Alemania, donde tuvo tal aceptación, que la guerra de
sucesión bávara (1778-9) giraba en realidad en torno a quién había de
controlar la cosecha de patata local. Los rusos también se contagiaron de
esta moda, comprobando que el tubérculo se desarrollaba muy bien en sus
frías estepas. En Holanda, hoy, cuatro de cada cinco verduras y hortalizas
que se cultivan son patatas.
1. En realidad debe decirse sudamericano, pues la patata no fue
introducida en América del Norte hasta 1719, y fue llevada allí desde
Irlanda.
2. En realidad parece que María Antonieta no dijo esta frase. Este
comentario apareció por primera vez en letra de imprenta en las
Confesiones de Rousseau, en 1766, cuando María era todavía una niña
de once años que vivía en Austria. Parece que Rousseau estaba citando
al viejo proverbio, en el sentido de que hay que soportar las desgracias
lo mejor que se pueda. La frase le fue adjudicada a la reina por los
agitadores revolucionarios.

Primer Vuelo en avion sobre suelo argentino


1910 – 6 DE FEBRERO
Longchamps está incorporado a la historia de Nuestra Aviación. El primer
vuelo oficializado en la Argentina, se efectuó en este pueblo.
El pueblo argentino siempre a recoger las enseñanzas y las experiencias
progresistas que se ensayaban allende los mares, en todos los terrenos,
políticos, sociales, científicos o deportivos, con el afán de ver surgir en
América un país que maravillosamente dotado por la naturaleza, estaba
llamado a constituirse en el arquetipo de todo Continente Sudamericano,
recogió entusiasmado las noticias fantásticas, que a principios del siglo, se
recibían de Europa, de aquellos aventureros intrépidos, que desafiando las
leyes de gravedad, se sintieron pájaros e imitando a éstos, alzaban vuelo
surcando el espacio.
Aquella noticia, conmovió a la juventud argentina, que vislumbró en aquellos
primeros intentos que se realizaban en Europa, las grandes posibilidades que
se abrían para los pueblos con aquellas máquinas satánicas, que se atrevían
a desafiar los cielos. Fue así, que se constituyó en la República Argentina, el
primer Aero Club y el gobierno argentino interpretando las inquietudes de la
juventud y en la necesidad de no permanecer indiferente a los hechos que
conmovían al Viejo Mundo, apoyó de inmediato la iniciativa de los hombres
interesados en la nueva creación del hombre y por lo tanto hizo las gestiones
necesarias para que vinieran al país, algunos de los precursores de la nueva
ciencia, para traer a esta tierra, las enseñanzas y experiencias adquiridas en
Europa.
Entre el grupo de aviadores que respondiendo a la invitación llagaron a
Buenos Aires, se encontraba un francés llamado Enrique Bregi, que con el
aeroplano Voisin de 60 C.V. arribó a nuestro puerto a fines del año 1909.
Y un día, Bregi se trasladó a un campo de aviación improvisado, que luego
sería Longchamps, con su aeroplano y en presencia de una Comisión Oficial
del Aero Club, integrada por Jorge Newbery que sería más tarde la gloria de
las Alas Argentinas, de Alberto R. Macías, Gervasio Videla Dorna, Jorge M.
Lubary y una cantidad de público, Bregi inicia los preparativos para su
aventura. Sopla en aquellos instantes una leve brisa del pampero en aquellos
campos abiertos. La expectativa del público crece a medida que se acerca la
hora de la prueba. Cumplidos los requisitos preliminares, Bregi efectúa 4
vueltas de pista en 2 vuelos; uno por la mañana y otro por la tarde, con una
permanencia total de 16 minutos y 45 segundos, a una altura de 60 metros y
una velocidad de 50 kilometros por hora. La hazaña se había cumplido..., el
público deja escapar el aliento contenido durante el tiempo que duraron las
pruebas. Prorrumpe en un solo grito y una estruendosa salva de aplausos
rubrica el acontecimiento. En esta forma, el primer vuelo del ¨ más pesado
que el aire ¨ oficialmente verificado, queda inscripto en nuestra historia
aeronáutica. Al caer las primeras sombras de la tarde, el público se retira
lentamente, llevando en sus retinas al maravilloso espectáculo presenciado,
y el honor de ese trascendental hecho, le correspondía a Longchamps, que
quedaba así ligado su nombre, a las páginas de oro de nuestras gloriosas
Alas Argentinas...
Era el 6 de febrero de 1910.
Aquella lección, acicateó aún más a los jóvenes, que por aquel entonces se
hallaban entregados en sus desvelos de emular a los intrépidos visitantes. Y
como si aquella gloria fuera poca para Longchamps, el 17 de abril del mismo
año, a Carlos Gofre le correspondió el honor de ser el primer argentino que
voló solo, acto que cumplió en el mismo campo con un aparato Bleriot.
En el año 1915, se creó una escuela, próxima al lugar donde se voló
oficialmente pro primera vez en el país.
Dicha escuela la dirigían los aeronautas Carlos José Obligado, Juan V.
Romanella y el técnico Storti. En la misma, se impartían lecciones, vendíanse
repuestos y se alquilaba aparatos.
Ello determinó una gran afluencia de aficionados y espectadores que se
deslumbraban con los vuelos que en aquella época se consideraban con
razón fantásticos.
Junto con las glorias de los primeros intrépidos, la historia de nuestra
aeronáutica, se ensombreció con las primeras víctimas que pagaban tributo
a su temeridad. Longchamps, registró una de las primeras: Francisco
Beltrame en el año 1916, mecánico y especializado en el pilotaje de
máquinas, sufrió un accidente. Su aparato se incendió en pleno vuelo,
pereciendo horriblemente carbonizado.
Desaparecido este campo de aviación, no se terminaría allí el
ensamblamiento de Longchamps, con la historia de la Aviación Argentina,
puesto que en el año 1920, es creado un nuevo campo de aviación del lado
oeste, explotado por la Sociedad Anglo Argentina de Aviación y sus
directores fueron James Fraser Bremer y Eduardo M. Hearne.
Este último un año más tarde, intentó el cruce de la Cordillera de Los Andes
con un aparato S.V.A. traído de Italia, intento que se vio frustrado, ya que el
aparato capotó en plena Cordillera, sin que afortunadamente sufriera Hearne
lesiones.
A su regreso el pueblo de Longchamps y de los puebles vecinos, le tributaron
un homenaje que se convirtió en una verdadera fiesta apoteósica, en la que
el vecino Don Alberto Rodrigo Fontan usó la palabra para darle la bienvenida
al nuevo Condor de Los Andes. No pararon aquí las actividades del vuelo el
campo era frecuentado por los mejores pilotos de la época: Hillcoat, Holland,
Scott, Virgilio Mira con su famosa ¨Golondrina¨ y tantos otros que escapan a
nuestra memoria. En el año 1922, al levantar vuelo el piloto Leonardo
Selvetti del mencionado campo, el aparato entra en tirabuzón, ocasionando
la muerte de su acompañante, el mecánico Bianchi, quedando Selvetti mal
herido.
Con estas breves semblanzas de la historia de la aviación nacional, ligada al
pueblo de Longchamps, esta guía contribuye al conocimiento de la historia
del pueblo, que como queda demostrado, le cupo la doble gloria de ver
surcado el cielo por el Primer Vuelo Oficializado en la Argentina y de haber
sido testigo del primer aviador argentino que se atrevió a surcar, solo, los
cielos de la patria.
Este es el reconocimiento de El Portavoz a nuestros antecesores, que
apostaron a la información, al desarrollo de nuestra ciudad y a fijar los logros
obtenidos por esos valientes que osaron desafiar las leyes de gravedad, sin
importarles los resultados.
Esa osadía hoy se ha transformado en: Cuna de la Aviación Sudamericana.
-Material extraído de la Guía Revista de la Sociedad de Fomento Unión
Vecinal¨, cuyo presidente honorario era el Sr. Emilio Burgwardt. Longchamps
1951.
Curiosidades del Primer Gobierno Patrio Argentino
Tres de los nueve miembros de la Primera Junta no hablan nacido dentro de
los limites actuales de la Argentina. Cornelio Judas Tadeo Saavedra nació en
Hacienda de la Fombera, hoy Bolivia. Domingo Matheu y Juan Larrea eran
españoles, de Cataluña.
El miembro más joven de la Primera Junta era Larrea (23). El más viejo,
Miguel de Azcuénaga (55). La edad promedio del cuerpo, en 1810, era de 43
años.
En 1795, el inventario de mercaderías de una tienda porteña daba cuenta de
que había allí 27 paraguas de hule, que se vendían a 4 reales cada uno. Por
lo tanto, resulta verosímil la tradicional -pero controvertida imagen que
muestra a los vecinos de la ciudad protegiéndose con paraguas, frente al
Cabildo, aquel inclemente viernes de hace 185 años.
El vocal Manuel Belgrano (39) era abogado y había ingresado en 1807 en el
Regimiento de Patricios con el rango de sargento mayor. Domingo French
(36) se había desempeñado como cartero antes de iniciar la carrera militar.
La Primera Junta le otorgó el grado de coronel.
Muchas familias criollas bautizaron a sus hijos con nombres alusivos a la
gesta revolucionaria. Un padre llamó a su flamante primogénito Primo
Patricio Liberato.
El sábado 26 de mayo de 1810, los porteños tuvieron en sus manos el primer
documento patrio -la proclama de la Junta Provisional Gubernativa-, editado
en la Real Imprenta de los Niños Expósitos. Empezaba así: Tenéis ya
establecida la Autoridad que remueve la incertidumbre de las opiniones y
calma todos los recelos...
La construcción del Cabildo, tal como lo conocieron aquellos patriotas, se
realizó entre los años 1725 y 1764. El edificio sufrió modificaciones en
1861,1880, 1889, 1931 y 1940.
Polvo de Momia
Ambrosio Paré fue un célebre médico considerado el padre de la medicina
moderna que sustituyó en las amputaciones el método de cauterización con
aceite hirviendo que se usaba hasta entonces por el de ligar las arterias.
Había nacido en 1517 en Bourg-Hersent, cerca de Laval, y murió en París el
20 de diciembre de 1590. En 1529 ingresó como barbero cirujano en el
hospital de París e implanté su nuevo método durante la guerra del
Piamonte, al ver que freír los muñones de aquellos que sufrían la amputación
de un brazo o de una pierna no daba resultado. En 1550 ingresó en la
corporación de barberos y debido a sus nuevas ideas sobre la medicina tuvo
conflictos con los médicos de la Sorbona. Fue después cirujano real de
Francisco II, Carlos IX y Enrique III de Francia, y en 1572 publicó su célebre
libro Cinq Livres cte Chirurgie, que causó sensación, pues entre otras cosas
ofrecía nuevos sistemas en la obstetricia y el tratamiento del labio leporino.
En aquella época un remedio se puso de moda. Se trataba del polvo de
momia fabricado en Egipto. Se presentaba en forma de trozos de cadáver,
como pasta negruzca o en polvo. Ambrosio Paré denunció este
medicamento, pero sus contemporáneos no le hicieron caso. Su colega Gui
de la Fontaine conoció, por boca de sus fabricantes, que los cuerpos
utilizados no eran como se creía en Europa los de las antiguas momias
faraónicas sino la de cadáveres absolutamente recientes. He aquí cómo lo
explica Ambrosio Paré.
«Un día, hablando con Gui de la Fontaine, médico célebre del rey de Navarra,
y sabiendo que había viajado por Egipto y la Berbería, le rogué que me
explicase lo que había aprendido sobre la momia y me dijo que, estando el
año 1564 en la ciudad de Alejandría de Egipto, se había enterado que había
un judío que traficaba en momias; fue a su casa y le suplicó que le enseñase
los cuerpos momificados. De buena gana lo hizo y abrió un almacén donde
había varios cuerpos colocados unos encima de otros. Le rogó que le dijese
dónde había encontrado esos cuerpos y si se hallaban, como habían escrito
los antiguos, en los sepulcros del país, pero el judío se burló de esta
impostura; se echó a reír asegurándole y afirmando que no hacía ni cuatro
años que aquellos cuerpos, que eran unos treinta o cuarenta, estaban en su
poder, que los preparaba él mismo y que eran cuerpos de esclavos y otras
personas. Le preguntó de qué nación eran y si habían muerto de una mala
enfermedad, como lepra, viruela o peste, y el hombre respondió que no se
preocupara de ello fuesen de la nación que fuesen y hubiesen muerto de
cualquier muerte imaginable ni tampoco si eran viejos o jóvenes, varones o
hembras, mientras los pudiese tener y no se les pudiese reconocer cuando
los tenía embalsamados. También dijo que se maravillaba grandemente de
ver cómo los cristianos apetecían tanto comer los cuerpos de los muertos.
Como De la Fontaine insistiese en que le explicase cómo lo hacía para
embalsamarlos, dijo que extraía el cerebro y las entrañas y hacía grandes
incisiones en los músculos; después los llenaba de pez de Judea, llamada
asfaltites, y con viejas tiras de ropa mojadas en dicho licor las colocaba en
las incisiones y vendaba separadamente cada parte y cuando esto se había
hecho envolvía todo el cuerpo en un trapo impregnado del mismo licor. Una
vez efectuado todo esto los metía en cierto sitio y les dejaba que se
"confitasen" dos o tres meses. Finalmente De la Fontaine le dijo que los
cristianos estaban bien engañados al creer que los cuerpos momificados
fuesen extraídos de sepulcros antiguos y el judío respondió que era
imposible que Egipto pudiese proporcionar tantos millares de cuerpos como
eran pedidos por los cristianos, pues es falso que en aquellos días se
embalsamase a nadie, pues el país estaba habitado por turcos, judíos y
cristianos, que no acostumbraban a usar tal tipo de embalsamamiento, como
era habitual en los tiempos en que reinaban los faraones.»
Extractado del libro "Intimidades de la Historia", de Carlos Fisas, editorial
Planeta.

El ritmo del tiempo en la Edad Media


El laico no sabe apreciar con exactitud el paso del tiempo. Conserva mal el
recuerdo de un acto lejano (como la fecha de su nacimiento) y no es capaz
de ver el futuro para establecer sus planes. Si va en peregrinación, o hace un
largo viaje, no se halla capacitado para calcular cuando estará de vuelta, y lo
que hará después. Así, los héroes de la Tabla Redonda se van
frecuentemente en busca de aventuras sin fecha ni proyecto de vuelta.
Cronistas y novelistas, salvo excepción, son muy poco precisos en materia de
fechas y cronología; se contentan con fórmulas oscuras («en la época del rey
Enrique», «hacia la época de Pentecostés», «cuando los días se alargaron»),
o resaltan simplemente lo que es poco habitual en el transcurso de los días.
En la práctica, los acontecimientos se sitúan en relación con las grandes
fiestas u otros eventos cuya importancia quedó impresa en las memorias.
La mentalidad medieval es sobre todo sensible al ciclo regular de los días, de
las fiestas y de las estaciones, a la permanencia de las esperas y de las
vueltas a empezar, al mismo tiempo que a un lento e inapelable
envejecimiento. Todo ello en marcha y en suspenso. De ahí los temas,
literario y artístico, del Elogio del tiempo pasado (el universo envejece; ya no
es lo que era; ¿dónde están las alegrías, las virtudes y las riquezas
pasadas?...), y de la Rueda de la Fortuna (todo vuelve siempre a su lugar,
cada cual ve cómo su destino desciende, asciende y después vuelve a
descender; para qué querer modificar el orden de las cosas...).
Esta resignación algo imposible viene probablemente del hecho de que el
hombre de la Edad Media - tanto el caballero como el campesino - sólo tiene
del tiempo una experiencia concreta. La reflexión intelectual, los cálculos
precisos son patrimonio de unos pocos clérigos. El resto, todos los demás, no
conocen más que la alternancia del día y la noche, del invierno y el verano.
Su tiempo es el de la naturaleza, con el ritmo de las labores agrícolas y el
pago de las deudas y rentas señoriales. Los escultores representaron a
menudo en la piedra (en los pórticos de nuestras grandes catedrales y
alrededor de las pilas bautismales sobre todo en Inglaterra) ese calendario
de la vida rústica, en que cada mes se ilustra con una actividad: febrero el
descanso ante la lumbre; marzo ve la vuelta a las tareas agrícolas: se cava la
viña y se cortan los sarmientos; abril es el mes más hermoso del año,
cuando todo vuelve a empezar y se representa con un ramillete de flores en
las manos de una joven; mayo es el mes del señor, que se va de cacería o a
la guerra en su caballo más hermoso; junio se reserva para la recogida de la
hierba; julio para la cosecha; agosto para la trilla; septiembre y octubre son
los meses de la vendimia, pero el segundo es también el de la sementera; en
noviembre, se hacen las provisiones de leña para el invierno, sacando los
cerdos a bellotear, éstos se sacrificarán en diciembre, cuando se prepararán
de nuevo los festines de enero.
El tiempo corto: el día
El ritmo de la jornada está regulado sobre todo por el curso del sol; el día es
corto en invierno, largo en verano. El hábitat agrupado permite contar con
las campanas del monasterio, que anuncian los oficios más o menos cada
tres horas: maitines a medianoche, laudes hacia las 3 h, prima hacia las 6 h,
tercia hacia la 9 h, sexta a mediodía, nona hacia las 15 h, vísperas hacia las
18 h y completas hacia las 21 h. Por otro lado, esas horas están lejos de ser
iguales entre si: varían con la latitud, la estación del año o la aplicación del
campanero. La hora de las vísperas en particular, no es nada estable. En
Inglaterra, tercia, sexta y nona se tocan antes que en el continente (hasta tal
punto que noon terminará designando, en inglés, el mediodía).
¿Cómo se mide el paso del tiempo? Algunos conventos poseen relojes
hidráulicos, semejantes a clepsidras antiguas, que se componen
principalmente de un recipiente del que el agua cae gota a gota. Una misma
cantidad de líquido emplea el mismo intervalo de tiempo para vaciarse. Pero
se trata de un aparato frágil y complejo, que se halla poco extendido. Con
mayor frecuencia, se emplea el cuadrante solar, y, para medir los tiempos
breves, un simple reloj de arena, cuyo funcionamiento (o incluso el tamaño)
es análogo al que emplean aún hoy las amas de casa. De noche, el fraile que
toca los oficios se orienta por la posición de los astros o por el tiempo que
dura una vela. Los textos nos dicen que se consumen tres en una noche y
que ésta se divide en primera, segunda y tercera vela. El campanero puede
también calcular las horas, de una manera más aproximada, según las
páginas que ha leído y las oraciones o salmos que ha recitado.
El empleo del tiempo de una jornada es, por supuesto, diferente según las
regiones, las estaciones del año y las categorías sociales. Sin embargo,
pueden observarse ciertas constantes. La gente se levanta pronto,
generalmente antes de que salga el sol, ya que las actividades comienzan
con el alba; antes de empezar con la labor diaria, es preciso lavarse,
vestirse, rezar las oraciones u oír misa. Es raro que uno se alimente tras
saltar de la cama, pues las prácticas religiosas exigen estar en ayunas. El
«desayuno», primera de las tres comidas diarias, tiene lugar más tarde,
hacia la hora de tercia; divide la mañana en dos partes más o menos iguales.
La «comida», más copiosa, se sitúa entre sexta y nona. Le sigue un
momento de descanso, dedicado a la siesta, la lectura, el paseo o el juego.
Las actividades se reanudan mediada la tarde, y duran hasta la puesta del
sol. En invierno, esta parte del día es relativamente corta. La «cena» se sitúa
entre vísperas y completas. Más larga que el resto de las comidas, puede
estar seguida de una velada; pero, salvo la noche de Navidad, no se
prolonga demasiado La gente se acuesta pronto en el siglo XII. La
iluminación (velas de cera o pez, lámparas de aceite) es cara y también
peligrosa; la noche es más o menos inquietante: es el momento de los
incendios, de las traiciones y de los peligros sobrenaturales. La legislación
prohibe, continuamente, la prolongación del trabajo a partir de la caída de la
noche y castiga con severidad los crímenes y delitos entre la puesta y la
salida del sol.

El tiempo largo: año y calendario


Ocurre con los días lo mismo que con las horas: son tributarios de la Iglesia.
El ciclo del año es el del calendario litúrgico, cuyas épocas más relevantes
son el Adviento y la Cuaresma, y las fiestas principales Navidad, Pascua,
Ascensión, Pentecostés y Todos los Santos. La costumbre de celebrar la
Asunción de la Virgen (15 de agosto) sólo se impondrá en el siglo XIII. Fue en
el concilio de Nicea, en el año 325, cuando la fecha de Navidad se fijó
definitivamente para el 25 de diciembre, y en el siglo VII la fiesta de «Todos
los Santos» se estableció el 1 de noviembre. La fecha de las otras tres
grandes fiestas es móvil. La primera tarea de los «computistas» consistía en
determinar la fiesta de Pascua, fijada a partir del siglo VI (a pesar de que el
uso hizo que permaneciese fluctuante hasta finales del siglo VIII) "en el
domingo que sigue a la primera luna llena posterior al 21 de marzo". En la
actualidad se sigue haciendo el mismo cálculo. Pascua, hoy como en la Edad
Media, se sitúa como muy pronto el 22 de marzo, y como muy tarde el 25 de
abril; la Ascensión se celebra cuarenta días después de Pascua, y la de
Pentecostés, cincuenta.
Si el año litúrgico comienza el primer domingo de Adviento, no ocurre lo
mismo con el año civil. La fecha de su comienzo varía según las regiones o
países. En Inglaterra, el año comienza el 25 de diciembre; después, poco a
poco, las cancillerías episcopales y reales inician la costumbre de desplazar
ese comienzo al 25 de marzo, día de la Anunciación; dicho esquema
prevalecerá desde finales del siglo XII hasta 1751. En Francia, los usos
difieren de una entidad administrativa a otra - ciudades geográficamente
muy cercanas tienen, en ese aspecto, costumbres muy diferentes: así, en
Soissons, el año comienza el 25 de diciembre; en Beauvais y Reims el 25 de
marzo; en París el día de Pascua; en Meaux el 22 de julio (santa María
Magdalena). Sin entrar con detalle en todas esas diferencias, notemos que
los días más habitualmente elegidos son Navidad (regiones del oeste y
sudoeste), la Anunciación (Normandía, Poitou, parte del centro y este) y
Pascua (Flandes, Artois, dominio real).
Debido a su movilidad, esta última fecha es bastante incómoda. Para la
cancillería de los reyes de Francia, que inicia el año en Pascua, algunos años
tienen casi dos meses de abril y otros sólo medio. Así, en 1209, el año
comenzó un 29 de marzo y terminó, casi 13 meses más tarde, un 17 de abril:
hubo pues 47 días de abril (30 + 17). Por el contrario, en 1213, en el que el
primer día del año fue un 14 de abril y el último día un 29 de marzo, tuvo tan
sólo 16 días (16 + 0).
En las actas y las crónicas, la mención del milenario, calculado en relación
con la encarnación de Cristo, no es de uso frecuente. Se prefieren a veces las
fórmulas «el enésimo año del reino de nuestro rey (de nuestro conde) N...», o
«nuestro rey (nuestro conde) N... que reina desde hace tantos años». Por
otro lado, si los nombres de los meses son los mismos que empleamos
actualmente, existen diversas fórmulas para distinguir el día de la fecha.
Tomemos el ejemplo del 28 de septiembre - unas veces se dirá «el 28 de
septiembre», otras «el tercer día antes de que septiembre termine» (es decir
3 días antes del final del mes de septiembre), otras «el 4º de las calendas de
octubre», mas generalmente «la víspera de San Miguel».
En efecto, para la mayor parte de los individuos, las fiestas litúrgicas y de los
santos son los únicos puntos de referencia del año. Pero se corre con ello el
riesgo de la confusión. En dos diócesis vecinas, puede festejarse al santo en
dos fechas distintas. Y, por el contrario, ciertos santos universalmente
venerados, pueden ser festejados en diferentes fechas en el transcurso del
año. Se celebra el aniversario de su nacimiento, de su conversión, de su
martirio, del descubrimiento o traslado de sus reliquias. San Martín por
ejemplo, se festeja al menos tres veces: el 4 de julio (San Martín del verano),
día de su ordenación, el 11 de noviembre (San Martín del invierno), día en
que fue enterrado; el 13 de diciembre, día del retorno de sus reliquias de
Auxerre a Tours. Otras costumbres muestran aún mas la influencia de la vida
religiosa en el calendario: el día de la semana, en algunos períodos del año,
se designa con el tema del Evangelio leído en la iglesia. Así, el jueves de la
segunda semana de cuaresma es denominado «El rico malvado», el viernes
«Los vendimiadores» y el sábado «La mujer adúltera».
Pero esos problemas de cómputo son asunto de los clérigos. Señores y
caballeros, siervos y villanos, habitantes de los burgos y de las ciudades
apenas si los entienden. Su atención recae sobre todo en las fechas
establecidas por los tribunales de justicia y asambleas feudales, ceremonias
y recepción de nuevos caballeros (Pascuas, Pentecostés); pagos de las rentas
(Candelaria, Todos los Santos) e inauguración de ferias y mercados.
Pero si son sensibles al ritmo de los innumerables días de fiestas de guardar,
al retorno periódico de las fiestas religiosas y de las diversiones, lo son aún
más al ciclo de las estaciones del año, al tiempo marcado por la naturaleza:
para todos existen los buenos y los malos días.
La Familia en la Roma Antigua
Muchas anécdotas relatadas con complacencia por los historiadores insisten
en el carácter sagrado de la familia: el padre tiene en sus manos toda la
autoridad y durante su vida entera conserva sobre sus hijos el derecho de
vida y muerte. Puede, según su voluntad, repudiar a su mujer, e incluso,
después del veredicto de un tribunal familiar, hacerla matar. Absuelto por los
jueces públicos, todo joven debe contar también con la sentencia de su
propio padre, que a veces es más severa. El ejemplo más famoso de este
tipo de crueldad paterna es la del cónsul Bruto, liberador de Roma, cuyos
hijos habían conspirado contra la República establecida hacía poco tiempo. El
cónsul presenció el castigo, el mismo infligido a todos los conspiradores, es
decir, muerte a golpes de palos para terminar a hachazos.
Sin embargo, una severidad tan extrema es excepcional. En la práctica, la
disciplina familiar no tiene otro efecto más que el de vigilar la deferencia de
los jóvenes hacia sus mayores. Y las muestras de respeto no faltan. En el
Senado se observa una estricta prelación de edades. El magistrado más
antiguo en el rango más elevado da su opinión antes que nadie, con la cual,
en general, los demás están de acuerdo. En este aspecto, Roma aparece a
veces como una gerontocracia.
Dentro de la casa familiar, la mujer -a quien la ley considera durante toda su
existencia como un ser menor que pasa del poder paterno al poder marital, y
luego, si queda viuda, al de su hijo mayor- debe vivir una vida de
abnegación, de obediencia y de trabajo. Pero la mujer libre no esta obligada
a cualquier tipo de quehacer. Las tareas serviles son cumplidas por las
sirvientas. El ama de casa hila y teje. Esto era una especie de convención en
uso que la leyenda remontaba al rapto de las sabinas. Las mujeres sabinas
raptadas por los romanos habían aceptado su suerte con la condición de ser
honradas en el hogar de sus maridos y no tener otro trabajo más que el de
hilar la lana' Como se ve, las costumbres paren ser muy diferentes de la
condición teórica formulada por las leyes. En realidad, la mujer, la madre de
familia, está rodeada de respeto y a veces se la teme. Reina como ama sobre
las sirvientas, hijas y nueras. Tiene prerrogativas religiosas, dirige con toda
independencia la educación de sus hijos pequeños. Su marido la escucha con
gusto: ella le cuenta sus sueños, intuiciones y presagios que pesan en la
conducta de estos hombres supersticiosos. En algunas épocas del año, las
mujeres romanas se reúnen en la casa del Gran Pontífice, y allí, lejos de toda
mirada' masculina, celebran los misterios de la Buena Diosa, ritos secretos
cuya continuación es esencial para la salvaguarda de la ciudad Por todas
estas razones, no conviene sacar conclusiones demasiado apresuradas sobre
la sujeción jurídica. Una civilización que atribuye a la familia un papel tan
eminente, no puede, en la práctica, dejar de devolver a la mujer lo que le
retira en derecho. Incluso a veces pareció posible descubrir en su condición
las huellas de un antiguo matriarcado que habría existido en la sociedad
etrusca. El matriarcado, extraño a las costumbres de los invasores
indoeuropeos (que forman el fondo de la raza latina, era practicado por los
pueblos «mediterráneos» que aquéllos encontraron en el suelo italiano. Sin
duda los latinos no lo adoptaron formalmente, pero las uniones que
contrajeron, los contactos de todo tipo mantenidos con ciudades y con un
pueblo al que estuvieron sometidos durante un tiempo, influyeron mucho en
la modificación de su concepción de la vida familiar.
Los romanos consideraban que el crimen más grande que podía cometer una
mujer era el adulterio, y lo castigaban con la muerte. La falta de la mujer no
era de carácter moral -los hombres podían, sin vergüenza, buscar la
compañía de otras mujeres de baja condición, sirvientas o prostitutas- sino
de carácter religioso. El adulterio es en efecto un engaño a los dioses
domésticos. Los hijos de esta unión serían extranjeros introducidos
fraudulentamente en una comunidad religiosa en la que no tienen derecho a
participar. Es un crimen en contra del orden social, que hace peligrar la
existencia misma de la ciudad, porque la separa de sus dioses y falsifica la
práctica normal de la religión. Por eso las mujeres que no están legalmente
integradas en un círculo religioso, esclavas, o libertas que no están casadas,
pueden disponer libremente de sí mismas. Nadie se lo reprochará. Pero las
matronas, las hijas de las gentes no pueden hacerlo.
Originalmente, solamente los miembros de las familias patricias poseían el
derecho de contraer una unión reconocida por la ley. Esta unión se celebraba
según formas solemnes. La ceremonia consistía esencialmente en la
presentación de la joven esposa a los dioses de su nueva familia. El
momento decisivo se producía después de la toma de los auspicios, al darse
una suerte de comunión ante el altar doméstico, en donde se ofrendaba un
pastel de trigo. Una mujer (la pronuba), que había estado casada pero sólo
una vez, unía las manos de los esposos. El Gran Pontífice y el Gran Sacerdote
de Júpiter (el flamen Dialis) asisten a la ceremonia, acompañados de diez
testigos. Este casamiento se acompaña de todo un ritual pintoresco. Los
amigos del novio, las compañeras de la novia forman un cortejo y cantan,
alternativamente, el canto del himeneo en donde no faltan las bromas y las
interpelaciones licenciosas. La novia revestía una vestimenta particular: una
tunica recta, es decir, una túnica tejida en altura por un tejedor de pie. Esta
vestimenta, fabricada así según una técnica arcaica, tenía la reputación de
ser de buen augurio, y, por esta razón, también la llevaban los jóvenes en el
momento de la toma de la toga viril. La novia la llevaba la víspera del
casamiento y la guardaba toda la noche. Por la mañana se peinaba a la joven
según un rito particular. Con la punta de una espada se dividían sus cabellos
de manera que se pudiesen tomar seis trenzas que se disponían alrededor
de la cabeza y se mantenían con bandas de lana. Probablemente se
consolidaba el conjunto mediante horquillas o peines. Pero el arreglo de la
novia sólo se terminaba cuando un velo amarillo, el flammeum, cubría su
cabeza. Este velo, muy amplio y largo, se parecía a la palta, el manto
femenino, pero estaba hecho con una tela liviana y transparente. El
flammeum era considerado como una vestimenta de buen augurio, pues lo
usaban las esposas de los flámenes, mujeres que no podían ser repudiadas
por sus maridos.
Por la tarde, se sacaba a la joven de los brazos de su madre y se la conducía
en cortejo, precedida por antorchas, a la casa del novio. En el momento de
atravesar el umbral, adornado para la ocasión con una alfombra de ramas,
se la levantaba en recuerdo -según se decía- del rapto de las sabinas, pero
seguramente dicho gesto tendía a evitar que un mal presagio marcara la
entrada de la joven en la nueva morada: por ejemplo, que tropezase en el
umbral.
"La vida en la Roma antigua". Pierre Grimal. Paidós.

Costumbres en la Roma de los Reyes


Surgido de estos humildes comienzos, el poder de Roma se acrecentó por
etapas y terminó, en tres o cuatro siglos, extendiéndose por toda la Italia
peninsular. Pero el corazón de este imperio fue siempre la ciudad agrícola
establecida entre el país sabino, las mesetas del Lacio y las colinas que
bordean, hacia el Sur, el país etrusco y dominan la orilla derecha del Tíber.
La ciudad de Roma es un centro político y comercial adonde se viene al
mercado cada nueve días, pero donde durante mucho tiempo los ciudadanos
de rango elevado no tendrán morada permanente. La vida cotidiana se
desarrolla en las tierras aledañas, y es a las granjas a donde se va a buscar a
los magistrados elegidos para los Comicios; cultivando los campos los
jóvenes romanos adquieren la resistencia que manifiestan en el combate. Y
hasta el final, muchos detalles recurrentes de las costumbres sólo
encontrarán explicación en los orígenes campesinos.
Es muy posible que en el transcurso de los primeros siglos de su historia, los
romanos de vieja estirpe no hayan conocido la propiedad individual. Las
tierras eran poseídas por el clan (las gentes), es decir, un conjunto de
familias proveniente de un antepasado común. Estas tierras se componían
de dos partes, una, común a todos los miembros de la gens, para los
rebaños, por ejemplo, o la explotación forestal. La otra se dividía en lotes
relativamente pequeños atribuidos a cada casa y estaban destinados a
subvenir las necesidades particulares de la familia. Se cultivaba en este
recinto familiar, en cuyo centro se erigía la casa.
Bajo la acción de influencias que desconocemos, pero en las cuales
conviene, sin embargo, reconocer un papel preponderante a Etruria, se
abandona la cabaña redonda de los pastores latinos. En su lugar surge
primero una cabaña rectangular, elemento alrededor del cual se organiza un
conjunto complejo. Puesto que la familia consta no sólo del padre y de la
madre sino también de los hijos casados y de los sirvientes, rápidamente se
vuelve necesaria la yuxtaposición de varias cabañas dentro de un mismo
recinto. Se obtiene así una morada formada, según un plan inmutable, por
células elementales (fig. 1). En el eje de la entrada, más allá del patio
central, se encuentra el tablinam, en donde duermen, sobre el lectus
genlalis, el padre y la madre de familia. Esta pieza es particularmente santa,
puesto que de ella emana la fecundidad y la autoridad. Aquí se celebra el
culto doméstico; aquí los dioses familiares -el Lar y los dos Penates- tienen
su capilla: se trata en general de una especie de alacena, una concavidad
practicada en el muro que se cierra con dos hojas. Allí reside el Genius del
padre de familia, es decir, su demonio protector y la personificación de su
ser místico. Del tablinuin, un pasaje conduce hacia el campo familiar, el
hortus, en donde la granjera cultiva sus legumbres. A lo largo de la
empalizada o de los muros que forman el resto del recinto, se alinean otras
cabañas dejando libre un área central, que es el patio destinado a las
necesidades de la explotación agrícola.
Este tipo de casa rústica, adaptado a un sistema social de carácter
patriarcal, persistirá durante mucho tiempo, en el campo, bajo una forma
apenas evolucionada, en las villae rusticae. Pero, transportado a la ciudad,
se cerrará más sobre sí mismo -pues, en la ciudad, el terreno es raro y
precioso- y finalmente dará nacimiento a la casa romana clásica: el patio
central, reducido a la dimensión de una simple pieza, se convertirá en el
atrium, tan característico de la morada romana tal como se la describe
generalmente. El atrium es esencialmente una pieza a cielo abierto,
alrededor de la cual se ordenan los demás apartamentos. El espacio que
queda descubierto lleva el nombre de compluvium puesto que abre un libre
pasaje a las aguas de las lluvias. Estas se recogían en un estanque central, o
impluvium, generalmente en comunicación con una cisterna subterránea.
El impluvium, necesario a causa de la abertura del techo, no es otra cosa
que el heredero y lejano sucesor de la charca adonde, en la granja primitiva,
venía a abrevar el ganado. La parte del atrium que no estaba ocupada por el
impluvium formaba cuatro pasajes embaldosados sobre los que se abrían las
diferentes piezas de habitación y de servicio. Cerca de la puerta de entrada,
los cuartitos de los servidores, los almacenes de las provisiones; luego, los
cuartos de los miembros más jóvenes de la familia; firmemente, inmutable,
en el sitio de honor, el tablinun.
Es posible que esta evolución no haya sido tan simple como el esquema que
acabamos de trazar, y que haya existido, en algunas regiones italianas, una
«casilla» rectangular en cuyo techo hubiera una chimenea central
ampliamente abierta. Y a veces se admite que el atrium clásico resultaría de
una ampliación de esta cabaña primitiva. Es posible que este tipo haya
ejercido una acción en la historia de la casa urbana contribuyendo a reunir
los elementos diversos de la misma, pero es bastante inverosímil que sea su
único modelo y ancestro. Toda la historia de la arquitectura domestica
romana muestra que la casa de ciudad no es una ampliación de una «choza»
rústica, sino una adaptación y una reducción de las granjas del campo.
El mobiliario de esta casa era aún extremadamente simple: las camas
seguramente consistían en simples vellones extendidos en el suelo; las
mantas, groseras telas de lana hiladas, tejidas por las mujeres de la familia
(1as hijas y las sirvientas); las mesas, tablas colocadas sobre tres o cuatro
«patas». Se cocinaba en pequeñas cocinillas que funcionaban a carbón de
madera, parecidas a las que aún hoy se utilizan en toda la cuenca del
Mediterráneo, desde Marruecos hasta las Cícladas: simple recipiente de
tierra cocida, perforado de agujeros para el tiro, en el que el fuego se activa
con un abanico de paja trenza. Este hogar primitivo persistirá a través de
toda la antigüedad, al menos dentro de la gente modesta, y más tarde
constituirá un riesgo permanente de incendio en los apartamentos urbanos.
El clima italiano, que no cuenta con muchos días verdaderamente fríos, hace
que no sea necesaria la calefacción permanente. Algunos braseros, un luego
encendido en el patio, les permitía pasar relativamente bien los períodos
menos clementes. Incluso más tarde, cuando los progresos del lujo harán
más imperiosa la necesidad de confort, las casas italianas sólo tendrán
calefacción en los baños.
Los utensilios domésticos consistían en recipientes de tierra cocida,
generalmente fabricados en el dominio con la greda que abunda en el suelo.
Platos redondos, copas de barniz negro o rojo pálido, muy diferentes de los
elegantes recipientes que en la misma época producían los talleres de
Atenas o Corinto. La vasija griega, tal como lo prueban los descubrimientos
arqueológicos, no es desconocida, pero es relativamente rara y, después de
iniciarse el siglo Y, parece haberse hecho aún más rara, como si el Lacio,
liberado de la tinta de los reyes, se hubiera encontrado al mismo tiempo al
margen de las grandes corrientes del comercio mediterráneo. La platería, sin
ser totalmente ignorada, era de uso muy restringido; un solo objeto de plata
en las casas campesinas: el salero en el que antes de cada comida se
recogía la ofrenda de algunos granos de sal para las divinidades domésticas.
El alimento cotidiano consistía esencialmente en hortalizas hervidas. La col,
según Catón, se encontraba a menudo en la mesa familiar. En los jardines se
cultivaban distintas especias y se aseguraba que poseían todas las virtudes:
proporcionaban buenas digestiones, calmaban los dolores de estómago y de
cabeza, eran útiles contra la fiebre (receta particularmente apreciada en
estos países en donde ya aparece la malaria) y, sobre todo, no costaban
caras. Para sazonarlo se le agregaba un poco de carne de cerdo. Los bosques
de roble ayudaban a engordar las piaras que vivían en libertad alrededor de
la granja. Los bueyes, preciosos para el arado, se reservaban como víctimas
para los sacrificios solemnes. Una vez que las entrañas se consumían en el
altar había una orgía de carne entre los celebrantes. Pero tales
oportunidades eran raras. Habitualmente, el tocino y el jamón son los únicos
condimentos que se utilizan. No se desconoce el arte de fabricar queso corno
tampoco los productos de aves de corral. El ideal del buen "padre de familia"
es vender sin nunca comprar. Lo que sucede con el alimento también se
produce con los instrumentos agrícolas. Durante las jornadas de invierno, los
servidores, el propio amo y sus hijos, reparan los yugos, las azadas; trenzan
zarzos y ceotos con hojas de sauces o mimbres que se plantan en las
extremidades de las parcelas para este uso. Se va a la ciudad -fuera de la
participación en asambleas políticas y en los tribunales- sólo para llevar al
mercado el excedente de los productos del dominio.
Junto al amo viven algunos esclavos: se trata a veces de prisioneros
capturados en alguna guerra, demasiado pobres como para pagar la suma
necesaria para ser libres, puesto que en su pueblo natal, en Samnio o en
Umbría, llevaban también una vida muy pobre. Perdieron su libertad y
dependen en todo del amo, pero su condición material no es demasiado
diferente de la de antaño. El amo trabaja como ellos, juntos labran la tierra;
su mesa no es menos frugal que la suya, y durante el tiempo que duran sus
servicios, se los conserva, se los cuida, se los cura. tras lo cual, sin duda, él
«buen padre de familia» que es Catón pretende que se los venda como
bocas inútiles. Pero, ¿cuántas veces este consejo se siguió realmente?
Parece, en cambio, que la vida en común terminó por crear una suerte de
intimidad entre el amo y su esclavo. Muchos sirvientes nacieron en la casa,
hijos de una esclava y de uno de sus compañeros de esclavitud; algún
incluso mantienen lazos más estrechos aún con la familia del amo, y no es
raro que el esclavo pase la vida entera en la granja, en la cual no lo retiene
solamente su condición jurídica sino que encuentra allí su verdadero medio.
"La vida en la Roma antigua". Pierre Grimal. Paidós.

Curiosidades de los Próceres Argentinos


Al comenzar el año 1810 la agitación revolucionaria había crecido. Una
sociedad secreta integrada, entre otros, por Nicolás Rodríguez Peña, Manuel
Belgrano, Juan José Paso, Hipólito Vieytes, Agustín Donado, Alberti, Terrada,
Darragueira, Chiclana, Castelli, French, Beruti, Viamonte y Guido, organizaba
las acciones.
Las reuniones se realizaban en la casa de Vieytes, en la de Rodríguez Peña o
en la quinta de Orma. Cornelio Saavedra ofreció su contingente armado, los
Patricios.
Tres de los nueve miembros de la Primera Junta no hablan nacido dentro de
los limites actuales de la Argentina. Cornelio Judas Tadeo Saavedra nació en
Hacienda de la Fombera, hoy Bolivia. Domingo Matheu y Juan Larrea eran
españoles, de Cataluña.
El vocal Manuel Belgrano (39 años) era abogado y había ingresado en 1807
en el Regimiento de Patricios con el rango de sargento mayor. Domingo
French (36 años) se había desempeñado como cartero antes de iniciar la
carrera militar. La Primera Junta le otorgó el grado de coronel.
Manuel Belgrano (1770-1820) y Juan José Castelli (1764-1812), que eran
primos, a veces amaban a las mismas mujeres.
Juan José Castelli tenia 43 años en 1810, muere dos años mas tarde abatido,
y enfermo de cáncer. Quedando en la miseria luego de ser encarcelado por
su enemigo Saavedra, mas tarde seria absuelto.
Mariano Moreno (1778-1811) era un asceta silencioso y torvo, y dirigía todos
sus actos y ordenes a destrozar el antiguo sistema colonial. Hablaba latín,
francés e inglés. Estaba siempre enfermo, con las mejillas picadas de viruela,
y recién contaba 31 años en 1810. Muere en circunstancias muy extrañas.
Cornelio Saavedra estaba en contra de Moreno, y para desembarazarce de él
lo envía a Europa con una misión relacionada con la compra de armamento.
Se corría la voz de que lo querían asesinar. A poco de partir Moreno se siente
enfermo. Para paliar sus males el capitán del barco le administra una pócima
"imprudente y sin nuestro consentimiento" dice su hermano Manuel Moreno.
Mariano Moreno murió luego de una terrible agonía de tres días, en el
amanecer del 4 de marzo de 1811. La casualidad, tal vez, haría que el
gobierno porteño firmara contrato con un tal Mr. Curtís, el 9 de febrero de
1811, es decir 15 días después de la partida del ex secretario de la Junta de
Mayo y sin conocer la noticia de su muerte, adjudicándole una misión
idéntica a la de Moreno.
Moreno, Castelli y Belgrano son un bloque sólido con una política propia a la
que por conveniencia se pliegan Matheu, Paso y el cura Alberti; Azcuenaga y
Larrea sólo cuentan las ventajas que puedan sacar y simpatizan con el
presidente Saavedra que a su vez los desprecia por oportunistas.
Juan Larrea, vocal de la Junta de Mayo, era dueño de una flota naviera y el
integrante de la Junta de mayor fortuna personal hasta 1810. Comprometió
toda su fortuna en un préstamo para la formación de la primera escuadra
argentina que fue puesta a las ordenes de Guillermo Brown. El intermediario,
Pío White, un norteamericano que fue espía ingles durante las invasiones
inglesas de 1806 y 1807, lo perjudicó en uno de los primeros negociados que
registra la historia Argentina, comprando a precios exorbitantes. El pobre
Larrea luego es desterrado a Francia por su enemistad con Alvear y la Logia
Lautaro. En Francia logra mejorar su situación, y hábil hombre de negocios,
se recupera económicamente inaugurando la navegación postal entre el Río
de la Plata y Europa. Mas tarde es nombrado cónsul en Burdeos, Francia.
Durante el bloqueo francés a Buenos Aires en 1839, dada su relación con el
enemigo, Rosas sabotea sus operaciones comerciales y lo lleva a la quiebra,
hundiéndolo en la miseria y la depreción. El 20 de junio de 1847 termina con
su vida degollandose con una navaja de afeitar.
Belgrano se caracterizaba por una piedad cristiana que lo engrandecieron en
el triunfo y en la derrota: en el norte captura a un ejército entero de los
realistas y lo deja partir bajo juramento de no volver a tomar las armas.
Había renunciado a su sueldo de 3000 pesos en 1810. Luego del triunfo de
Salta se le otorgarían 40000 pesos de recompensa, y él decidió destinarlos a
4 escuelas publicas que se fundaron en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del
Estero. En 1818 cuando cuidaba la retaguardia de Güemes en Tucumán,
impone una disciplina espartana: se acaban los bailes, las mujeres y la
baraja. Por las noches recorre las calles con un ordenanza e irrumple
disfrazado en los cuarteles para sorprender a los oficiales desobedientes. Lo
llamaban despectivamente Bomberito de la Patria. En pocos meses funda
varias escuelas, una academia de matemáticas, una imprenta y manda
sembrar huertos para pelear contra el hambre que le mata los caballo y
debilita a la tropa. En Buenos Aires ha tenido amores tumultuosos de los que
le ha nacido un hijo clandestino que Juan Manuel de Rosas cría y ampara
bajo el nombre de Domingo Belgrano y Rosas. Segun se cuenta le gustaban
mucho las mujeres, desato varios escandalos con polleras honorable. Muere
el 20 de junio de 1820 derrumbado por la sífilis y la hidropesía, pobre y
abandonado por su patria.
Castelli y French fusilaron a Liniers en la llanura cordobesa de Cabeza de
Tigre y frenaron la contraofensiva española. French, el que en las estampitas
todavía reparte escarapelas, le escribe al secretario Mariano Moreno: "De mi
propia mano le he dado el tiro de gracia". Castelli seguirá su utópica y
sangrienta marcha asistido por el joven Bernardo Monteagudo (1785-1825),
hasta que en plena contrarrevolución la gente de Saavedra consigue
detenerlo y mandarlo a juicio. Mariscales españoles, curas y notables del
Virreinato han sido pasados por las armas sin contemplaciones en el
cumplimiento del Plan de Operaciones redactado por Moreno y aprobado por
la Junta.
Carlos María de Alvear (1789-1853), que contaba 23 años cuando llego de
España en el mismo barco que San Martín, era gritón y presumido, buen
militar pero dejo bastante que desear como político. Llego a ofrecer las
Provincias Unidas al embajador británico del Brasil como sumisas colonias de
Su Majestad. "Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir
sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso." Eso y mas
le escribió Alvear al ministro Castlereagh, por suerte la carta que iba dirigida
al ministro Castlereagh es interceptada por Belgrano y Rivadavia que se
encontraban en Río de Janeiro en misión oficial. El encargado de llevar las
cartas al embajador Strangford fue Manuel García, uno de los mas grandes
chantas de la historia argentina, años mas tarde gestionara el famoso
empréstito de un millón de libras esterlinas con la banca Baring Brothers
(primer gran negociado argentino); y luego en 1827 tras la victoria argentina
de Ituzaingó, firmara el acuerdo de paz que le impone el derrotado
emperador del Brasil, tras el cual Uruguay pasa a ser un país autónomo e
independiente.
Nuestros próceres de la independencia, pocos meses después de declararse
independientes de España, el 9 de julio de 1816, se manifestaron dispuestos
a pasar a depender del gobierno del Brasil, ya que este estaba por invadir la
Banda Oriental (Uruguay) y amenazaba a las Provincias Unidas del Plata. Las
cartas y los comisionados no llegaron a Rio de Janeiro. Es que Pueyrredon no
creia necesario entregar el país al Brasil para salvarlo del artiguismo. Preferia
hacerlo con Francia. Vemos que nuestros próceres eran muy regaladores con
lo que no era suyo.
En agosto de 1815, Alvear, derribado del gobierno y condenado al exilio por
sus excesos y el descrédito de la Logia Lautaro, le escribe al rey de España
pidiendole disculpas y diciendo que el estuvo al frente del gobierno solo para
detener la revolución, pidiéndole amparo. El rey de España no le dio ni la
hora. Pero lo mas lastimoso es que volvió a la Argentina, debido a su
condición de "venerable" en la sociedad secreta. Vuelve a tener participación
en la política, dirigiendo el ejercito en la victoria de Ituzaingó contra Brasil, y
mas tarde embajador embajador en los Estados Unidos bajo el gobierno de
Rosas.
El almirante Guillermo Brown recluto para la incipiente flota patriota a
criollos e indios, aunque no tuvieran experiencia en náutica, pero tendrían el
amor por su patria y por la causa de la revolución. Como su instrucción era
deficiente y les era imposible memorizar el nombre de las velas, de las
maniobra y demás cosas de un barco, el comandante irlandés remplazo los
términos náuticos por las cartas de la baraja.
La alimentación en el Mar en los siglos del descubrimiento XV-XVIII
Las raciones del marinero
Los viajes y los descubrimientos que caracterizaron la revolución de las
especias tuvieron éxito, no gracias a la alimentación de las tripulaciones y de
los conquistadores que los realizaron, sino a pesar de ella. Durante toda esta
época, el sentimiento general era de que un capitán sólo podía retener a sus
fuerzas si las alimentaba y les daba de beber en forma continua, y por
supuesto, lo que se les proporcionase tenía que ser lo mismo que hubiesen
tomado en Europa. La verdad es que la alimentación de los tripulantes y de
las guarniciones en aquellos climas calurosos, vista desde la perspectiva de
nuestros días, era la menos adecuada que pudiera pensarse.
Por ejemplo, todas las provisiones de carne estaban saladas, pues de otra
forma no se hubiesen conservado bien en un clima cálido, y a menos de que
se les diese un tratamiento especial para quitarles la sal antes de
consumirlas, provocaban mucha sed. Sin embargo, ya en tiempos de
Cromwell, se estipuló que los marineros de la armada británica tenían que
recibir diariamente dos libras de carne de vacuno o de cerdo saladas, o en su
lugar libra y media de pescado. La carne normalmente estaba en proceso de
descomposición, si no es que estaba completamente podrida, y aunque no lo
estuviese, todas las vitaminas de la carne fresca se habían destruido debido
al método de conservación.
Después de la carne, el componente principal de la ración era el pan,
normalmente en forma de galletas de barco. Los «biscuits» (la palabra
procede de bis y cutre, términos franceses que significan «cocer dos veces»)
por regla general no se hacían a bordo, sino en el puerto, y en ocasiones
estaban hechas desde hacía un año, o incluso más. Si las galletas procedían
de la intendencia del gobierno, podía darse el caso de que estuviesen hechas
hasta cincuenta años antes.
La preparación de las galletas de barco era un proceso sofisticado que exigía
varias categorías de trabajadores especializados, que se conocían como
quemadores, maestros, conductores, enrolladores y ayudantes.
Una vez medidas las cantidades justas de harina y agua, y echadas en la
artesa, llegaba el conductor, que con sus fornidos brazos golpeaba,
aporreaba, levantaba y volteaba la mezcla hasta que tomaba la consistencia
de una masa... Luego venía el enrollador, que después de colocar la masa
encima de una plataforma, se subía en uno de los extremos de un rodillo,
llamado palo de corte. El enrollador, cabalgando sobre este rodillo, lo hacía
saltar de una forma un poco ridícula, dándole a la masa un tratamiento que
era una mezcla de golpearla y enrollaría. El sistema resultaba poco higiénico,
pues en el proceso la masa se sobaba bastante.
A continuación, la masa aplastada, formando una capa delgada, se cortaba
en lonchas con unos cuchillos enormes. Éstas, a su vez, se volvían a cortar
en forma de pequeños cuadraditos, y cada cuadradito se trabajaba
manualmente para darle la forma redonda de una galleta. Las galletas se
marcaban, se punzaban, y se introducían con destreza en la boca del horno
por medio de una pala que las iba distribuyendo por el interior de éste. La
tarea de lanzar las galletas para que cayesen en el lugar preciso, se convirtió
en una habilidad muy apreciada.
La galleta, una vez terminada, era dura como una piedra, y producía
agujetas en las mandíbulas de cualquiera que no fuese un gorgojo galletero.
Mientras permanecían en espera de ser empaquetadas, o cuando se abrían a
bordo del barco, las atacaba normalmente una especie de mosca que ponía
sus huevos en ellas, y con el paso del tiempo nacían las larvas. Los
marineros veteranos solían golpear las galletas contra la mesa antes de
comerlas, con la esperanza de que saliesen los gorgojos y se marchasen,
pero éstos no siempre los complacían.
La ración de pan, en tiempos de Cromwell, era de una libra y media, además
de un galón de harina. Con esta última, los marineros intentaban hacer su
propio pan, siempre que el cocinero estuviese dispuesto. La harina, igual que
las galletas, normalmente estaba también llena de insectos.
La bebida a bordo
Lo peor de la vida a bordo era la bebida. Cromwell había ordenado que sus
marineros dispusiesen de un galón de cerveza por semana -un margen
generoso, incluso aunque no hubiese ninguna otra bebida disponible a
excepción del agua.
Tal y como se fabricaba en el siglo XVI, la cerveza no se podía conservar
mucho tiempo en un barco'. Por lo tanto, Cromwell suprimió la ración de
cerveza, y decidió que en su lugar los marineros tenían que beber ron.
Afortunadamente, la Royal Navy disponía de grandes cantidades de ron
desde que los ingleses conquistaron Jamaica en 1655.
Cuando se estaba en la mar, nadie bebía agua voluntariamente, pues se
guardaba en barriles, e invariablemente se volvía verde y viscosa al cabo de
pocos días. Los londinenses alardeaban, e hicieron creer a los capitanes de
barco, que el agua del Támesis se conservaba mejor que cualquier otra, con
lo que muchos barcos zarparon de Londres con sus barriles llenos de un
liquido de alcantarilla. Gran parte de la vida de un capitán de barco se
pasaba buscando puntos en tierra donde poder rellenar sus barriles de agua
-una tarea larga y penosa, que fue la causante de no pocas hernias de los
marineros. Cualquier lugar se hacía famoso entre los navegantes si en él se
podían renovar las provisiones de agua, y en este sentido alcanzaron
especial notoriedad la isla de Santa Elena y el Cabo de Buena Esperanza.
El hambre en el mar
La auténtica pesadilla de un viaje marítimo no era el tener que comer la
espantosa comida de a bordo, sino la falta total de alimentos. Escuchemos
en este sentido un relato de la época: el coronel Norwood, un caballero
partidario del exiliado rey Carlos II, decidió marcharse de Inglaterra en
compañía de dos amigos, el mayor Francis Morrison y el mayor Richard Fox,
embarcándose el 23 de septiembre de 1649 con rumbo a Virginia. Zarparon
a bordo «de un sólido barco, mal llamado el Mercader de Virginia, y que
podía transportar trescientas toneladas».
A los veinte días de partir, «el barrilero empezó a quejarse de que nuestro
barril de agua estaba casi vacío, indicándonos que en la bodega no quedaba
suficiente para abastecer una familia tan grande (unas trescientas treinta
personas) durante un mes».
Afortunadamente, la Fayal, una de las islas Azores, apareció en el horizonte,
y allí se podrían renovar sus provisiones de agua. Sin embargo, «a la
segunda noche de haber anclado en aquellos parajes, nuestros botes
aparecieron destrozados por negligencia de los marineros, que habiendo
gustado generosamente del vino, estaban borrachos perdidos, tirados a lo
largo del barco y en un estado lamentable. Hacer la aguada era una cosa
extremadamente aburrida», decía Norwood, «pero además se tardaba tanto
por culpa de las disputas de borrachos entre nuestros hombres y los isleños,
así que, tras unos días de estancia en la isla, nuestro capitán decidió zarpar,
pues el barco se deterioraba cada vez más por culpa de los licores. Y si bien
conseguimos una buena provisión de agua, su cantidad apenas justificaba el
gasto de cerveza que se tuvo que hacer para conseguirla».
Después de embarcar «una partida de cerdos de capa negra, para poder
tener carne fresca, e innumerables melocotones», estos últimos para el
consumo personal de Norwood, el Virginia Merchant se hizo de nuevo a la
mar. Al cabo de poco tiempo llegó a las Bermudas, pero al cambiar de rumbo
hacia el norte, se vio metido en medio de un temporal que le arrastró hasta
las playas de Hatteras. La galerna desmanteló el barco, llevándose también
el castillo de proa (con uno de los cocineros dentro).
Tanto los pasajeros como los tripulantes quedamos en un estado lamentable,
así como los alimentos que pudieron rescatarse. Parecía que íbamos a tener
que soportar unas penalidades extremas, dado que la tormenta, al llevarse el
castillo de proa, y al haber inundado la bodega, nos dejó el pan (la base de
nuestra alimentación) tremendamente estropeado, y ya no había forma de
guisar la carne, pues nos habíamos quedado sin cocina. El continuo y
violento movimiento del barco hizo que no se pudiera guisar. La única
manera de hacer fuego en cubierta consistía en serrar un barril por la mitad,
lastrarlo, y convertirlo en una hoguera sobre la que se pudiesen hervir unos
guisantes con carne salada. Pero tampoco esto resultaba fácil, y muchas
veces nuestros esfuerzos se veían frustrados, y la caldera se volcaba para
desesperación de nuestros estómagos vacíos.
La tormenta seguía, y a pesar de los meritorios esfuerzos realizados para
reparar el barco, seguían sin avisar ninguna costa americana; «nuestras
provisiones de agua habían desaparecido, y la carne no estaba en
condiciones de ser comida. Las vituallas que nos quedaban sólo nos
permitían distribuir una galleta por persona y día, y aun con este
racionamiento no teníamos para mucho tiempo».
La galerna continuó:
Empezamos a sentir un hambre acuciante. Las mujeres y los niños lloraban
desconsoladamente. El infinito número de ratas que habían constituido
nuestra pesadilla durante el viaje, se convirtieron en presas deseadas y
perseguidas, vendiéndose incluso algunas de ellas. Concretamente, una rata
bastante gorda llegó a alcanzar un precio de diecisiete chelines en nuestro
mercado particular. Es más, antes de que acabase el viaje (y esta
información no la comprobé directamente, aunque la fuente me merece
confianza), una mujer embarazada ofreció veinte chelines por una rata, pero
su propietario se negó a vendérsela, y la mujer falleció.
Aunque los pasajeros y la tripulación del Virginia Merchant, empezaban a
perder la batalla contra el hambre, no decidieron poner todas las provisiones
en común, como les recomendaba Norwood.
Así se sucedieron tristemente muchos días y muchas noches, hasta que llegó
la sagrada fiesta de la Navidad, que nos aprestamos a celebrar de forma
muy melancólica. Sin embargo, para resaltar la fecha, decidimos agrupar
todos los restos de comida que nos quedaban y hacernos un pudín
mezclando frutas, especias y agua de mar, y friendo la pasta resultante.
Nuestra acción despertó la envidia de los demás pasajeros, que no obstante
no se entrometieron en nuestra tarea, y salvo algún regalo que enviamos a
la mesa del capitán, pudimos disfrutar de nuestro pudín de Navidad sin tener
que soportar ningún incidente.
Mi mayor angustia era la sed. Soñaba con bodegas y grifos que me echaban
agua por la garganta, y estos sueños hacían que el despertar fuese peor
todavía. Encontré una ayuda muy especial al disfrutar de la amistad del
capitán, que me permitió compartir algunos tragos de un clarete que tenía
escondido en su bodega particular.
El escorbuto
Muchos pasajeros y miembros de la tripulación, además de sufrir un hambre
horrible, tenían que padecer las consecuencias de la llamada enfermedad del
marinero, es decir, del escorbuto. Cuando finalmente el Virginia Merchant
consiguió echar el ancla junto a las costas americanas, lo primero que hubo
que hacer fue trasladar los enfermos a tierra para que comiesen alimentos
frescos y pudiesen recuperarse.
El escorbuto es una enfermedad producida por la falta de vitamina C, la
vitamina que contienen las frutas, las verduras, y la carne fresca. Casi todos
los animales, excepto el hombre, son capaces de sintetizar la vitamina C, por
lo que no tienen necesidad de una dieta a base de frutas y verduras que la
contenga, ya que tienen en su sangre suficiente ácido ascórbico, que es otra
manera de llamar a la vitamina C. Debido a este fenómeno, una de las
formas de proporcionarse la vitamina C es comerse un animal recién
sacrificado, como las ratas que el coronel Norwood y sus compañeros
tuvieron que tomar a bordo del Virginia Merchant. Sin embargo, como hemos
visto, nunca había suficientes ratas para todo el mundo. Para combatir el
escorbuto, los marineros solían tomar cítricos, que tienen un alto contenido
de esta vitamina. Por supuesto, aquellos marineros no lo sabían, ni sabían
siquiera lo que era una vitamina, pero comprobaron por experiencia que este
cambio de dieta les curaba de la «enfermedad del marinero».
Jacques Cartier, cuando se vio atrapado en el invierno de 1535-36 entre los
hielos de lo que hoy se llama Quebec, vio cómo el noventa por ciento de sus
hombres enfermaba de escorbuto, y cómo se recuperaron a la semana de
beber una infusión de cortezas del árbol de la vida. Ya en 1601, los marineros
de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, tenían conciencia de la
relación que existía entre comer naranjas y limones, y la curación del
escorbuto. Así, anclaban en el extremo sur de Madagascar, compraban
grandes cantidades de cítricos, y después de exprimirlos, echaban su zumo
en los barriles como remedio «antiescorbútico».
También otros marineros, especialmente los mediterráneos, tomaban zumos
de limón directamente como preventivo de la enfermedad, pero tuvo que
pasar mucho tiempo antes de que esa costumbre fuese generalmente
adoptada. Una de las razones que propiciaron este retraso era que muchas
personas, y más particularmente los médicos, atacaban enérgicamente la
idea de que fuese sano el comer fruta o el beber su zumo, y que desde luego
con ello no se curaba nada. Es más, algunas personas llegaban a atribuir la
gran mortandad que se producía en los viajes marítimos, a que los marineros
tomaban demasiadas frutas tropicales cuando llegaban a su destino.
Así pues, el escorbuto siguió haciendo estragos entre las tripulaciones de los
barcos que realizaban largas travesías. En 1619, por ejemplo, Jens Munk, un
almirante danés, condujo una expedición de dos barcos y sesenta y cuatro
hombres a la desembocadura del río Churchill, en la bahía de Hudson. Los
daneses pasaron ahí el verano, y permanecieron en bastante buen estado de
salud durante los primeros meses del invierno, pero a partir de ahí,
empezaron uno tras otro a coger el escorbuto, y en el mes de junio sólo
sobrevivían cuatro; Munk entre ellos.
Al final de la primavera ártica empezaron a retoñar unos cuantos brotes
verdes, y Munk y sus compañeros los chuparon desesperadamente. No
podían masticar, pues el escorbuto les había dejado sin dientes y con las
encías muy hinchadas. Con un esfuerzo sobrehumano, los supervivientes,
ahora reducidos a tres, consiguieron fletar el más pequeño de los navíos y
ponerlo rumbo a Dinamarca. El escorbuto había acabado con los sesenta y
un exploradores.
Una de las características más lamentables de esta enfermedad era que
marcaba la diferencia entre el tener» y el «no tener». Aquellos que «no
tenían» probablemente se morirían de escorbuto, mientras contemplaban
cómo se mantenían relativamente sanos los que «tenían» sus propias
provisiones guardadas en su camarote. Louis Antoine, conde Bougainville
(1729-1811) partió en un viaje alrededor del mundo en 1767. 'ha a ser un
viaje que habría de tener todo tipo de repercusiones importantes, y no sólo,
por supuesto, por el descubrimiento de la buganvilla, una de las flores
tropicales más bellas que se conocen. Uno de los oficiales que acompañaba
a Bougainville escribió un diario durante el viaje, y los siguientes extractos
dan fe de las extremas diferencias que existían a bordo, entre los que, como
Bougainville, poseían provisiones especiales, y aquellos que tenían que
depender de la comida general del barco.
Puesto que si escribo este diario es para que pueda servirle de provecho a mi
hijo, voy a intentar no omitir ninguna apreciación que pudiera serle útil. Por
lo tanto me veo en la obligación de advertirle que nunca se embarque en
expediciones de este tipo (aunque piense comer en la mesa del capitán), sin
llevar consigo considerables provisiones de cacao, café, y tortas para hacer
caldo. Los pollos no aguantaron demasiado bien, pues se negaron a comer
nuestro grano, al que no estaban acostumbrados, y murieron bastantes.
Al final, varios miembros de la expedición han contraído el escorbuto, y por
desgracia me encuentro entre ellos. Tengo la boca completamente
estropeada, y no podemos mejorarnos comiendo carne fresca porque no
tenemos dientes con qué masticarla. Ayer, con gran esfuerzo, me comí una
rata a medias con el Príncipe de Nassau. Confesamos que estaba muy rica, y
que nos podríamos dar por satisfechos si pudiésemos comer rata con
frecuencia, y silos demás decidiesen que este tipo de carne les daba asco...
A la hora de cenar se sirvió un nuevo guiso. Estaba hecho cociendo el cuero
de las bolsas que habían contenido la harina. Dejándolo en agua, se puede
conseguir ablandar un poco este cuero, luego se le arrancan los pelos, pero a
pesar de ello, no es ni la mitad de bueno que las ratas. Hoy también sacaron
a la mesa tres ratas, que fueron auténticamente devoradas...
Monsieur de Bougainville tiene para su servicio exclusivo dos cocineros, un
mayordomo, dos camareros y tres negros. No puedo dejar de señalar que si
ya es difícil para los oficiales el verse obligados a comer la ración normal de
la tripulación, es más duro el no ver nunca al jefe de la expedición sentarse a
comer con ellos, aunque en principio no tendría que haber ninguna otra
mesa. El está acostumbrado a tomar chocolate, preparado con pasta de
almendras, azúcar y agua. Este es el único extra que añade a su dieta sobre
nuestras provisiones. Podría añadir que disfruta también de la leche que le
proporciona una cabra que embarcó en Montevideo (hoy la van a sacrificar).
Sin embargo, estas pequeñas diferencias, unidas a otras provisiones que sin
duda existirán, aunque las desconocemos, son las que marcan la gran
diferencia entre su estado y el nuestro. Él parece saludable, lozano, y su cara
presenta una maravillosa redondez, que nos hace avergonzarnos de nuestro
aspecto famélico y hambriento.
Bebidas antiescorbúticas
El chocolate no servía para combatir el escorbuto, pero al menos permitía
que el agua fétida no resultase tan repugnante. El escorbuto iba a seguir
siendo el gran azote de los navegantes de altura hasta el siglo XVIII, cuando
en 1753, un cirujano naval escocés llamado James Lind, después de
cuidadosos experimentos, publicó su Tratado sobre el escorbuto. Este
estudio demostraba que la enfermedad se producía por una deficiencia, que
se podía curar comiendo naranjas o limones, o bebiendo sus zumos.
Sin embargo, a Lind se le prestó poca atención hasta que el capitán James
Cook (1728-79) se interesó por sus trabajos. Cook había llegado a ser
capitán partiendo de los puestos subalternos más bajos -algo que hubiera
sido imposible en la armada francesa- y por lo tanto podía hablar con los
marineros en su propio lenguaje. En sus viajes exploratorios llevó consigo
algunos barriles de zumo de limón y de repollo fermentado, convenciendo a
sus hombres para que lo probasen. El resultado fue que ni uno solo de los
miembros de su tripulación murió de escorbuto, en ninguna de las tres
grandes travesías que realizó.
A pesar de ello, la Royal Navy no incluyó raciones antiescorbúticas de forma
oficial en su flota hasta 1795, dieciséis años después de la muerte de Cook, y
fue el zumo de lima, en lugar del de limón, el escogido, a pesar de que éste
era menos efectivo que el de otros cítricos. Esta preferencia por el zumo de
lima, fue por lo que los marinos americanos dieron a los ingleses el apodo de
«Limeys».

La sombra de homosexualidad sobre Manuel Belgrano


La historia y el tiempo se encargaron de poner una sombra sobre Belgrano:
su supuesta homo sexualidad. Quien no penso eso cuando le hacían estudiar
historia en el colegio, al verlo con sus calzas apretaditas. Pero nada mejor
para desmentir eso y quitar esa sombra sobre Manuel Belgrano que lo
expuesto a continuación.
Un 3 de junio en el año 1770, en la ciudad de Buenos Aires, nace Manuel
Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. Hijo de una familia acaudalada, su
padre era comerciante, estudia en Salamanca y en Valladolid, España.
Secretario perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires. Periodista, creador
del "Correo de Comercio". Participa en la defensa contra las Invasiones
Inglesas en 1806 y 1807. Fue secretario de la Primera Junta de gobierno, en
1810, y luego jefe de la expedición al Paraguay, en la cual fracasa. En 1812
crea la bandera argentina y la enarbola por primera vez. Suplantado por San
martín en el Ejercito del Norte, parte a Londres en misión diplomática,
juntamente con Bernardino Rivadavia. Finalmente en 1816 vuelve a
comandar el Ejercito del Norte.
Como esbozamos mas arriba, siempre se trato a Manuel Belgrano de
afeminado, sino homosexual. Suposición que no podría estar mas lejos de la
verdad. Belgrano tubo muchas mujeres en su vida, en España durante su
juventud y en la alta sociedad del Buenos Ares colonial. Si bien luego se
dedica a la emancipación del país con mucho entusiasmo, no le impidió
seguir teniendo muchas amigas.
El rumor que todavía vive de que Belgrano era afeminado se creo a partir de
su carácter demasiado amable, sensible, fino y delicado; contando también
la voz aflautada, por no decir de pito. A raíz de esta voz, se creo una
enemistad con Manuel Dorrego. En una ocasión San Martín trataba de
ilustrar a los oficiales, repitiendo una voz de mando que comenzaba con San
Martín y seguía con Belgrano, que era el segundo en autoridad. San Martín
dijo: Batallón... March... Después de San Martín, siguió Belgrano. Pero su
débil voz le causó gracia a Dorrego que soltó una carcajada como si hubiera
escuchado el mejor chiste. San Martín se enojó mucho y le dijo: Señor
coronel: hemos venido aquí a uniformar las voces de mando. Dijo y reiteró la
orden. Belgrano repitió con la misma voz, ya que no tenia otra, Dorrego
volvió a reírse a carcajadas, San Martín se enfureció. A los pocos días San
Martín desterró a Dorrego a Santiago del Estero.
Otro factor fue su profunda fe católica, que lo llevo a impartir impone una
disciplina espartana, se acaban los bailes, las mujeres y la baraja, a su tropa
en 1818 cuando cuidaba la retaguardia de Güemes en Tucumán. Por las
noches recorre las calles con un ordenanza e irrumpe disfrazado en los
cuarteles para sorprender a los oficiales desobedientes. Lo llamaban
despectivamente Bomberito de la Patria. Mitre le reprocha la disciplina
monástica, excesiva que imponía a su tropa. Habían practicas religiosas
continuas, y ejercía una severidad extrema, aun respecto de la vida privada
de los oficiales. A Belgrano lo guiaba en esta manera de proceder no solo su
gran catolicismo, sin también el espectáculo desagradable que le habían
dado sus oficiales y los capellanes del ejercito. Estos mismos andaban con
muchas mujeres, y los oficiales también. Esto a Belgrano no le gustó nada.
Por culpa de estas convicciones tubo una pelea con su amigo Martín Miguel
de Güemes, que era un mujeriego empedernido, hasta salía con mujeres
casadas. Pero lo que más molesto a Belgrano, un hombre de honor a toda
prueba, fue que Güemes vivía con Juana Inguanso de Mella sin estar casado,
un mal ejemplo para la tropa. El honor en esa época todavía significaba algo,
y tenia que ser respetado.
Todos estos comportamientos no le ayudaron mucho a Belgrano, lo tildaron
enseguida de afeminado, nadie, sino la historia, iba a conocer sus aventuras
con diversas mujeres, una de ellas casada.
Dijo un historiador: Belgrano, debido a su rango, puedo haber elegido esposa
en los lugares más destacados, Buenos Aires, Córdoba, Salta, Jujuy, Santiago
del Estero, de donde provenía su familia materna. Belgrano era delgado, de
cutis blanco, pelo rubio y ojos azules. Era buen mozo, abogado, culto, había
ocupado altos cargos, y estaba relacionado con todas las familias de la
sociedad porteña. Sin embargo, nunca se casó.
Manuel Belgrano tubo muchas relaciones de alta sociedad, como lo fue María
Josefa Ezcurra (1785-1856) hermana de la famosa Encarnación Ezcurra de
Rosas, esposa de Juan Manuel de Rosas. De esta relación tubo un hijo
ilegitimo, que fue adoptado y criado por Rosas, que se llamo Pedro Rosas y
Belgrano.
Pero su más grande amor fue una niña de 15 años que conoció en Tucumán.
Era María de los Dolores Helguero. Pasaron los años, y a mediados de 1816,
Belgrano estaba nuevamente al mando del Ejercito del Norte. Vivía en La
Ciudadela, próxima a la ciudad de Tucumán.
Dolores ya tenia 19 años, y era una hermosa tucumana de buena familia. El
general, que tenia 46 años, se enamoró de ella, y fue correspondido en su
amor. A lo largo de dos años no dejaron de verse, y fueron el comentario
social. Como dice Fray Jacinto Carrasco: "Su conducta fue siempre clara y
recta. Por eso, cuando vio que nacía en su corazón ese amor por la joven
tucumana, y su conciencia no le permitía llegar a ella sino por el matrimonio,
resolvió casarse con Dolores; y se hubiera casado, si la fatalidad no se
hubiera interpuesto en el camino". En efecto, Belgrano recibió ordenes del
gobierno de marchar rumbo al sur, finalizando 1818.
Pasaron los meses, y una tarde, estando acampado en Pilar, llegó un criado
de los Helguero, Sanchu, trayendo una carta de Dolores; en ella le decía que
hacia dos meses (el 4 de mayo de 1819), había nacido Manuela Mónica del
Sagrado Corazón, agregando que por orden de sus padres, había tenido que
casarse con un catamarqueño de apellido Rivas. Cuando Rondeau le autorizó
dejar su cargo para poder atender su salud, que empeoraba cada día, partió
rumbo a Tucumán, adonde llego en noviembre de 1819. Dolores, apenas
enterada de la llegada del general, corrió a su lado, y junto a su hijita, se
hizo más llevadero el sufrimiento por el que pasaba Belgrano. El marido de
Dolores estaba desde tiempo atrás en Bolivia, y Belgrano mandaba
continuamente a averiguar si todavía vivía, porque de lo contrario, él quería
cumplir su promesa de casamiento con Dolores.
Debido a su enfermedad, partió a Buenos Aires en un viaje sin retorno.
Dolores tenia entonces 23 años y su hija Manuela cumpliría un año. En el
viaje lo acompañaban un medico, un capellán y el hermano de Dolores.
El 20 de junio de 1820 muere derrumbado por la sífilis y la hidropesía, pobre
y abandonado por su patria. Solo un periódico de Buenos Aires, El
Despertador Filantrópico, saco un artículo sobre la muerte del prócer, y muy
escuetamente. Para colmo de males, 83 años después, cuando su cadáver es
exhumado para ser trasladado al mausoleo en el que se encuentra hoy, los
Ministros Joaquín V. González y el coronel Riccieri se robaron sus dientes. Uno
de los únicos restos del prócer que no se habían transformado en polvo.
Luego de las quejas de un periodista del diario La Prensa tuvieron que
devolver los dientes del pobre y vapuleado Belgrano.

Grandes errores de la historia


En la historia de la humanidad se han cometido muchos y grandes errores,
ya sea en la ciencia, en la política o en el campo de batalla. Algunos dieron
lugar a grandes catástrofes mientras que otros resultaron en algo mejor de lo
que se esperaba. El primer gran error de la humanidad, según la Biblia, es el
que cometieron Adán y Eva al comerse la manzana del árbol de la sabiduría.
Se puede tener una opinión a favor o en contra de ese error, ya que sin ese
error podríamos estar en el jardín del edén, pero ¿quisiéramos estar en ese
jardín aburrido? ¿Y la televisión? Depende desde que punto de vista se lo
vea.
Echémosle un vistazo a esos grandes errores de la historia.
Uno de los más importantes fue el que cometió Cristóbal Colón en calcular
mal la distancia entre Europa y Asia. El problema que tubo Colón para que
aceptaran su proyecto no fue que los sabios no creyeran que la tierra era
una esfera, lo que ellos defendían era que la circunferencia de la Tierra era
más grande de lo que decía el genovés. Los sabios diferían con respecto a la
circunferencia de la tierra, variaban entre los 32.000 km. del Atlas Catalán
(año 1375), y los 38.000 km. de fra Mauro (1459). Colón creía que la
separación entre Europa y Asia era de 135 grados, la cifra correcta es 229
grados. Colón también creía que Asia estaba mucho más cerca, y de no ser
porque se encontró con un continente desconocido por los europeos habría
muerto a manos de sus marineros amotinados. Él siguió convencido de que
había llegado a las islas de Asia. Fue Americo Vespucio quien convenció a
todos de que lo descubierto por Colón era un nuevo continente. Todo se
debió a un error de calculo.
El 30 de julio de 1520, ocurría la dramática y célebre Noche Triste, en la que
Hernán Cortés y sus hombres sufrieron una amarga derrota en las afueras de
la actual ciudad de México. En esa noche murieron 860 infantes de Castilla,
46 jinetes y sus caballos, y 4000 indios auxiliares de Tlaxcala. Asediado por
los aztecas que se habían sublevado, Cortés dejó Tenochtitlán y emprendió
una retirada que se transformó en masacre. Esa retirada fue un gran error
militar, como quedó demostrado poco después al reconquistar los españoles
la posición perdida. Lo que pocos saben es que el conquistador español
siguió ese día los consejos de uno de sus soldados, el napolitano Blas
Botello, a quien todos llamaban el nigromántico. Este había leído en el
horóscopo de Cortés la conveniencia de un repliegue. En lo único que acertó
el astrólogo fue en pronosticar su propia muerte durante la amarga noche.
Los militares no pueden poner en duda o desobedecer una orden de un
superior. Esa situación se llevo mas vidas en las guerras que las armas. Así
les paso a los combatientes griegos en la guerra contra Turquía en 1921, ya
que su general Hajianestis no daba ordenes porque estaba convencido de
que había muerto. O como sucedió en el 413 a.C., a las huestes atenienses
del general Demóstenes. Semicercados en Siracusa (Sicilia), Demóstenes
convenció al jefe Nicias de que era mejor levantar el sitio de la ciudad, antes
de que siguieran llegando refuerzos al enemigo. Cuando se estaban
marchando, hubo un eclipse de luna, considerado del mal agüero por Nicias;
de modo que contra toda razón, y para desesperación de Demóstenes,
decidió que la marcha debía aplazarse "las tres veces nueve días" que
prescribían los adivinos. Nicias, Demóstenes, 43.000 atenienses y los
adivinos pasaron a mejor vida por ese error táctico.
En 1938, el ejército francés realizó maniobras en la zona boscosa de Las
Ardenas, al norte de la línea Maginot. Los tanques franceses que hacían el
papel de enemigo cruzaron sin problemas las espesas florestas. Pese a todo,
en mayo de 1940 la doctrina oficial del Elíseo consideraba imposible el
transito de las divisiones blindadas alemanas por el bosque. El general
Gamelin, obsesionado con la Primera Guerra mundial, esperaba el ataque
aún mas al norte, desde Bélgica, por lo que dejó pocas tropas y de baja
calidad en los bosques de las Ardenas: justo donde los Pánzer alemanes
rompieron el frente. No era cosa de la tropa ni del pueblo de Francia poner
en duda la sabiduría de Gamelin. Por su culpa Francia fue ocupada por los
nazis.
Otro terrible error táctico de la historia fue la extraordinaria y triste historia
de la flota rusa del Báltico a cargo del vicealmirante Zinovy Petrovich
Rozehestvensky, que en 1905 tuvo que realizar una lamentable odisea de
18.000 millas, tan solo para irse al fondo del mar el mismo momento de su
llegada al punto de destino. Su misión fue ir a dar batalla a la flota japonesa
en su propio territorio. La flota rusa del Báltico estaba integrada por barcos
demasiado pesados y muy en desventaja con la potencia de la flota de
Japón. A lo largo de las 18.000 millas no tenía ni una sola base utilizable. La
moral de esa flota era muy baja ya que nadie creía que ese terrible periplo
produjera alguna ganancia. En los diarios de todos los países se reían del
viaje de la flota rusa. Lo pero de todo era que los marineros no estaban bien
entrenados: durante el periplo hundieron barios barcos mercantes y
pesqueros, pensando que eran japoneses. Durante una practica, trataron en
vano de pegarle a un blanco, el único disparo que llego, le pego al barco que
remolcaba el blanco. Ya llegando al final del viaje, el vicealmirante recibió la
orden del Zar de destruir la flota japonesa y volver luego para ser relevado,
mensaje que lo sumió en una resignación melancólica. Llego a Japón y fue
hundido con toda su flota por los japoneses. Todo un error de los
planificadores y estrategas rusos.
Peor fue el destino de 10.000 hombres que perdieron la vida el 24 de octubre
de 1916 para reconquistar el fuerte de Douaumont, en Verdún. Este había
sido tomado meses antes por un solo sargento alemán, gracias a la
negligencia táctica del mando aliado. Era una posición clave en un sector
clave y el sargento se lo encontró prácticamente vacío.
A comienzos del siglo XVII, el físico inglés William Gilbert habla del imán en
los siguientes términos: "La fuerza magnética esta animada o imita al alma".
Incluso, explica, en muchos aspectos sobrepasa en perfección al alma
humana, pues no se aparta nunca de su fin que es atraer el hierro. Trataba al
imán como a un ser vivo.
En 1884 Sigmud Freud, de 28 años, quiere renombre y sabe que solo lo
puede conseguir con un gran descubrimiento. Así que vislumbra la
posibilidad en la investigación acerca de los usos clínicos de la cocaína. En
una carta de abril de 1884 escribe: "He estado leyendo acerca de la
cocaína... Un alemán la ha estado empleando para sus soldados, y ha
informado que, en efecto, aumenta la energía y la capacidad para la
resistencia". Su idea era ensayar en casos de enfermedad cardíaca y de
agotamiento nervioso. "Estoy tomando regularmente -escribe- dosis muy
pequeñas contra la depresión y la indigestión con el más brillante de los
éxitos". Envía cierta cantidad a su novia Marta, "para hacerla más fuerte y
dar color rojo a sus mejillas". También la ofrece a sus amigos, colegas y
pacientes. Su biógrafo, Ernest Jones, no duda en afirmar que "se estaba
convirtiendo en una verdadera amenaza pública". En junio escribe un ensayo
en donde se refiere a "la alegría y la euforia, que en nada difieren de la
euforia normal de la persona sana... Se puede realizar un largo e intenso
trabajo mental o físico sin ninguna fatiga... No registra absolutamente ansia
alguna de volver a tomar cocaína". Concluye que podría servir para tratar la
adicción a la morfina. Sin embargo, avaladas por informes de casos de
adicción y de intoxicación con cocaína, llegaron las críticas y toda Alemania
se puso en alarma. Algunos de sus colegas lo acusaban de haber desatado
un flagelo de la humanidad. Años mas tarde Freud, se referiría con
vergüenza y tristeza a este episodio.
Uno de los casos más famosos de error y engaño es el del hombre de
Piltdown. En 1912, Charles Dawson descubrió junto con sus estudiantes en el
sur de Gran Bretaña el cráneo humano más antiguo jamas hallado. Durante
cuarenta años, el descubrimiento fue alabado y muy comentado en la
comunidad científica, se escribió mucho sobre el tema a favor y en contra.
Dawson fue considerado casi un héroe. Pero en 1953 expertos del Museo
Británico descubrieron que se trataba de un fraude: había sido fabricado con
un cráneo humano moderno y la mandíbula inferior de un orangután,
convenientemente adulterados para conferirles una apariencia de fósil
antiguo. Todos los antropólogos ingleses quedaron en ridículo frente a sus
adversarios franceses. Nunca se pudo descubrir con claridad quien perpetro
el engaño, hubo muchos sospechosos.
El reverendo Samuel S. Smith en 1810 "pudo señalar el caso de Henry Moss,
famoso antiguo esclavo que se exhibía por todo el norte" (de EE.UU.)
"mostrando las manchas blancas que le habían salido por todo el cuerpo,
dejándolo al cabo de tres años casi completamente blanco. El doctor
Benjamin Rush presento ese mismo caso en una reunión especial de la
Sociedad Filosófica Americana, en la que mantuvo que el color negroide de la
piel era una enfermedad, como una forma de lepra benigna, de la que Moss
estaba experimentando una curación espontanea. [...] En De generis humani
varitate nativa, Johann Blumenbach sostuvo que la causa principal de la
"degeneración"(de las razas que no son blancas) a partir del tronco
caucasoide primitivo era un conjunto de factores tales como el clima, la
dieta, el modo de vida, la hibridación y la enfermedad." Estos ultimos datos
son sacados del libro "El desarrollo de la teoría antropológica" del
antropólogo estadounidense Marvin Harris.
Las Mujeres de la Edad Media
Labores:
En la Edad Media, tanto hombres como mujeres comunes, tenían los mismos
oficios o labores. No había diferencia. Había barberos y "barberas" que se
dedicaban a hacer sangría (un remedio que curaba toda clase de
malestares). Además, el barbero (a) era también el cirujano. Las mujeres al
igual que los hombres bordaban, fabricaban guantes y sombreros. En el
oficio del metal, las mujeres, eran agujeteras, cuchilleras, herraban caballos,
fabricaban tijeras, cerrajeras, joyeras, orfebres y talladoras de oro. También
ellas eran vendedoras de carne, fruta, pan leche, queso y pescado. En las
guerras fueron espías y grandes luchadoras. Otras se dedicaron a la
literatura y escribieron fábulas y layes (pequeños cuentos). Las mujeres
tuvieron muchos oficios, aunque los únicos que fueron exclusivamente
femeninos, fueron aquellos donde se trabajaba con seda, porque se
necesitaban manos suaves y dedos delicados.
Ama de Casa:
La mujer era el núcleo de la pareja y de la casa. La mujer común se dedicaba
a hacer las tareas domésticas. Todas las mujeres, tanto nobles como
comunes, educaban a sus hijos, y se encargaban de la salud y la higiene.
Educación:
Habían escuelas para niños y niñas, separadas. En ellas, las niñas aprendían
latín, a leer, a escribir y principalmente las sagradas escrituras.
El Amor:
En los palacios había tres tipos de damas, las que querían escuchar al amor,
las que se negaban a escucharlo y las que sólo se preocupaban por la
sexualidad. Las primeras eran honradas por caballeros, y las otras eran
abandonadas a su suerte.
La primera norma del amor era la generosidad, moral y espiritual. Otras
normas eran que el hombre que no era celoso no amaba; no se podían tener
dos amores; el amor crece y disminuye continuamente; si en una pareja, uno
de ellos tomaba algo del otro, sin la voluntad de aquel, no tenía valor; no se
podía amar sin casarse; al amor había que tenerlo en secreto; era feo un
amor fácil y si un amor era difícil tenía más valor.
Estas normas y reglas del amor se expresan en las "Cortes del Amor", que
eran tribunales donde se sometía a juicio la relación de una pareja
determinada. Las mujeres eran jueces de esos tribunales, lo que indica la
soberanía de ellas. La mujer allí reina, dirige, exige y emite juicios.
Vida Social y Matrimonio:
La Iglesia prohibía el incesto, y que los hermanos se casaran con dos
hermanas. A partir del siglo XII aparecen los divorcios, alegando que el
matrimonio no era válido, por relaciones de consanguinidad. El título de
nobleza o de servidumbre, se transmitía por la mujer.
El matrimonio podía realizarse sin autorización de los padres, pues la Iglesia
consideraba que era decisión de cada esposo. La única condición era que
fuesen mayores de edad. En las comarcas, la mujer lo era a los 12 años de
edad y el hombre a los 14 años. En la nobleza, la mujer lo era a los 15 años y
el hombre a los 18 años. Entre los plebeyos, la mujer lo era a los 12 años y
los hombres a los 13 años.
La ceremonia matrimonial debía ser en ayunas, antes del mediodía y en
público. El sacerdote bendecía a los novios. Los testigos durante la
bendición, suspendían sobre las cabezas de los novios, un velo. Luego se
examinaba la genealogía, para evitar que los novios fueran parientes. La
fórmula era muy sencilla te tomo por esposo (a) o con este anillo me caso
con vos y con mi cuerpo os honro. El intercambio de anillos significaba el
intercambio de promesas. En el siglo XIV se les da a los padres el derecho de
desheredar a los hijos si se casaban, sin su autorización. En el siglo XVI las
mujeres debían llevar el apellido del marido, ya que éste era el jefe, y las
actos de las esposas no tenían validez sin la aprobación del marido. Había
matrimonios, donde los novios habían sido comprometidos desde niños por
las familias, para garantizar la paz.
La Femeneidad:
La higiene lleva a las recetas de belleza. Había desde ungüentos y cremas de
manteca de cerdo, aceite de oliva, leche de almendra, lociones hechas con
plantas maceradas o hervidas en vino hasta tintes para el cabello y
perfumes, a base de almizcle. Había recetas para prevenir arrugas, cura
herpes, para blanquear los dientes, etc.
Los consejos de limpieza de San Jerónimo para las mujeres eran: lavarse
todas las mañanas las manos, brazos y cara; cuidarse las uñas y los dientes;
lavarse la cabeza con frecuencia y estar bien peinadas.
El ideal de belleza, era la mujer de cabello rubio y rizado, de piel clara, con
nariz recta y fina y con una silueta esbelta y con caderas flexibles.
La ropa femenina, al principio de la edad media, se componía de dos
vestidos, una capa y una cofia. Algunas veces llevaban la cabeza
descubierta. Aparece una nueva prenda: la camisa, que era de lino o seda,
mientras que el vestido era de lana. Se usaban zapatos con puntas
retorcidas.
La joven soltera podía llevar además guirnaldas de flores, la corona virginal,
en cambio la mujer casada cubría sus cabellos con velo.
En la mitad de la edad media, ya no se contentan con dos vestidos de
distinto tono; los colores van a dividir el cuerpo de forma longitudinal, de tal
forma que cada lado del cuerpo estuviera de un color, el vestido "mitad y
mitad". Los zapatos también eran de dos colores.
Al final de la edad media, el vestido femenino llevaba cola. Al mismo tiempo
que ésta se alargaba, la sobrevesta se abría por adelante; hasta llegar al
punto de ser escotada en punta por adelante y atrás, estando sujeta por un
cinturón. Se observa también las largas y ajustadas mangas, que tapaban
casi los dedos. En la cabeza, llevaban el hennin, que era un sombrero en
forma de cono o cucurucho. Otras mujeres llevaban repartido el cabello en
dos astas puntiagudas, cubiertas por un velo.

Un Nuevo Tipo de Mujer: la Religiosa


En la edad media aparecen los conventos o monasterios de mujeres. En ello,
el período de noviciado no estaba establecido, podía ser un año o más. Las
reglas no decían ninguna austeridad de comida, ni de bebida; lo importante
era la renuncia. Se motivaba al amor absoluto, que no conservaban nada
para sí, antes de entrar había que dar todo.
En el monasterio no había diferencia entre pobres y ricas, todas llevaban
hábitos blancos, fabricados por la comunidad y sin adornos.
Los baños eran una regla de higiene necesaria, que había que tomar sin
murmurar.
Todos los días, buscaban lana para hilar y debían hacerlo en silencio.
Trabajaban por turno en la cocina. Aprendían las letras y debían leer dos
horas diarias. Podían hablar sólo lo necesario. No podían tomar, dar o hacer
nada sin permiso. No podían reírse, ni hablar en voz alta. No podían comer,
ni beber antes de hora, excepto las débiles. No podían conversar con
hombres. No podían salir sin permiso, y si salían era de a dos y por un corto
tiempo.
Mujeres Significativas de la edad media:
Clotilde:
Clovis, el rey de los francos, envió a buscar a Génova a Clotilde, sobrina del
rey de los burgundios, para hacerla su esposa. Clotilde era de la familia real,
y su principal función fue que consiguió convertir al cristianismo a su esposo
pagano; aunque no fue fácil. Para los historiadores el bautizo de Clovis fue el
primer hito de nuestra historia. Clovis ejerció una supremacía, más nominal
que real, sobre el pueblo, que le permitió la unidad religiosa, el pueblo fue
cristiano. Con Clotilde, la presencia de la mujer en la historia se hace
evidente.
Adela:
Adela fue una propietaria feudal. Ella fue condesa de Blois, e hija de
Guillermo "El Conquistador". En 1801 se casa con Esteban, conde de Blois-
Chartes, que participó en la primera cruzada y fue jefe de la expedición, por
un tiempo. Durante la cruzada, que esteban trató de liberar a Antioquia, le
escribe a su esposa lo que va ocurriendo y ella hace la historia.
Esteban fue juzgado, hasta que su esposa lo convenció de volver al ejército y
él llega al sepulcro de Cristo. Él muere, pero se le consideró un héroe. Adela
siguió administrando su propiedad Blois-Chartes y educó a sus hijos. Ella
tenía dos deberes madre y propietaria feudal. Ella era amable y letrada, y
crea en Blois toda una actividad cultural. También se dedicó a la poesía y las
letras. Era defensora de los poetas. La decoración de su castillo fue fastuosa,
sabia, artística e intelectual. A su alrededor estuvo un círculo de poetas,
sabios e historiadores, que la alabaron. En 1122, su hijo menor varón, tomó
su puesto y ella ingresó a un convento, donde muere en 1137.
Juana de Arco:
Juana, era una campesina que nació en Dmrémy el 6 de enero de 1412.
Desde pequeña estuvo acostumbrada a la guerra, porque los ingleses habían
arrasado el territorio cercano a su villa natal.
Dos años después del Tratado de paz de Troyes en 1420, murieron los reyes
ingleses y franceses, y el sucesor inglés se convirtió también en rey francés.
Las fuerzas inglesas tomaron Orleáns en 1428. Carlos VII del difunto rey
francés, fue reconocido rey al sur de Francia, pero Carlos se mostró
incompetente para alentar el movimiento contra los ingleses. En Domrémy,
había tropas leales a Francia y Juana de Arco, obedeciendo a los ángeles, que
se le aparecían desde los 13 años, que le habían manifestado que ella debía
liberar Orleáns, fue a hablar de su misión con el capitán de esas tropas. A
Juana se le dio una pequeña tropa, y ella vestida de hombre fue al castillo de
Carlos VII, ella le dijo su misión y el rey le dio mando del ejército. Juana
dirigió a Orleáns, y en 1429 las tropas francesas hicieron que los ingleses
huyeran, convencidos de que Juana tenía un pacto con el diablo. En 1430 ella
es capturada y un año después el obispo inglés, la sometió a juicio,
acusándola de brujería y fue ejecutada. Juana de Arco fue quemada viva, en
la plaza pública de Ruán, el 31 de mayo de 1431, a la edad de 19 años.

Un Caballero Ideal
La imagen romántica de los caballeros medievales que vivían entregados a
fabulosas aventuras y fieles a un estricto código de honor, no está
alimentada sólo por la literatura de los cantares de gesta o por sagas como
la del Rey Arturo, sino también por algunos pocos personajes históricos
cuyas andanzas cobraron estatura mítica.
Durante centurias los niños franceses escucharon encantados las hazañas,
los dichos y hechos del condestable Bertrand Duguesclin, uno de los grandes
héroes de la Edad Media, el cual recibió de su rey el encargo de expulsar a
los ingleses del territorio de Francia en el siglo XIV.
Sus actos de arrojo y sus muestras de piedad sólo eran comparables a la
arrogancia con la que rubricaba sus palabras. Hecho prisionero por el
Príncipe Negro, le pidió éste que él mismo fijase el precio de su rescate.
"Cien mil libras" -contestó Duguesclin sin vacilar, una cifra formidable para
aquellos tiempos. Maravillado, el Príncipe Negro le preguntó de dónde
sacaría tamaña fortuna. El condestable repuso con inconmovible seguridad:
"No hay muchacha en Francia que no esté dispuesta a tejer una rueca llena
para pagar mi rescate". En efecto, al poco tiempo, los franceses pagaron el
rescate hasta la última moneda.
El condestable era un guerrero a las órdenes de la realeza, no un caballero
andante que salía por el mundo a "desfazer entuertos"; pero se dice que
jamás cometió tropelías que dañasen su honor y, más aún, predicó la
defensa y el respeto a los códigos de caballería en cada oportunidad. Entre
los dichos que se le atribuyen, están el de que "de nada vale ganar una
batalla y perder el alma". O las palabras que habrían constituido su regla de
oro: "Nunca olvides, dondequiera que hagas la guerra, que el clero, las
mujeres, los niños y los pobres no son tus enemigos".
Se dice que anteponía el honor a todo. Sin embargo, el mayor hecho de
honor de toda su historia, no lo protagonizó él sino su enemigo.
Hallándose Duguesclin sitiando un castillo en Languedoc, el gobernador
inglés prometió entregarlo en un día determinado, si antes no eran
socorridos. Pero falleció Duguesclin antes del día señalado para la entrega
del castillo, de modo que el ejército francés que encabezaba no llegó a
tomarlo.
Bien pudo el gobernador inglés redoblar la defensa y aguardar los refuerzos
que venían en camino. Sin embargo, fiel a la palabra dada al contendiente
caído, el día indicado se presentó en el campo enemigo al frente de toda su
guarnición. Y a ningún subalterno entregó las llaves del castillo, sino que
avanzó hasta la mismísima tienda del condestable y las depositó sobre el
féretro.
Tal como había prometido.

Algo de Cocina Antigua


Si abrimos el volumen segundo del monumental e inestimable Diccionario
crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas, en la palabra
cocer se lee, entre otras cosas, lo siguiente: «Del latín vulgar cocere, del
latín clásico coquere. La palabra cocer es de uso muy antiguo en castellano,
pues ya la usa Gonzalo de Berceo: «En las regiones y países de seseo cocer
es hoy verbo caduco en castellano hablado por la homonimia con coser, en
la Argentina y, en general, en América se reemplaza por cocinar, que así
pierde su matiz distintivo».
En latín tardío a la cocina se la llamaba coquina, que derivó en codna en el
latín vulgar. El ya citado Berceo usa la palabra cocinero, que reemplaza al
latín coquus. En Italia se conserva el uso de esta palabra, llamando cuoco al
cocinero, y en nuestro país, Ruperto de Nola escribe en el siglo XV un libro en
catalán titulado Libre de coc, traducido al castellano como Libro de cocina.
Quizá el primer hombre que descubrió la cocina o, mejor dicho, el arte de
cocinar fue un habitante prehistórico de nuestro planeta que encontró un
buen día un animal medio quemado en un incendio casual de un besque.
Acuciado por el hambre le hincó el diente y se dio cuenta de que la carne
asada tenía mejor sabor que la cruda con que acostumbraba a alimentarse.
Sin duda es el asado el primer plato que se dio a conocer.
El padre Homero nos habla de asados de carneros, cerdos, ternera y cabra,
todo lo cual debería hacerse a pleno aire, aunque no es difícil suponer que
algún lugar había en la casa Para cocinar, por lo menos en los días de lluvia.
De todos modos los griegos hablaban de Cadmo, cocinero del rey de Sidón,
hijo de Agenor, hermano de Europa, fundador de la ciudad de Tebas e
inventor de la escritura. En el siglo VII a. de J.C. los banquetes tenían lugar
en el Megaron, sala que servía lo mismo para un banquete que como punto
de reunión. No habla mobiliario, pues no olvidemos que hasta muy entrada
la Edad
Media no se reservó un sitio determinado para el comedor. La frase «poner la
mesa» significaba exactamente lo que dice, pues la mesa consistía en unas
tablas puestas sobre unos soportes y que se cubría con un mantel,
retirándose todo después de la comida.
A los invitados se les lavaban los pies, se les entregaba una copa y pan, este
último muchas veces perfumado con anís. El esclavo que se encargaba de
trinchar las carnes reservaba las partes nobles del animal para los invitados
de mayor importancia. Es curioso que el vino se mezclaba con agua en
proporciones que hoy nos parecerían imposibles. Fueron los griegos los que
perfeccionaron los utensilios de cocina que, muy probablemente, copiaron de
los egipcios y otros pueblos orientales, aunque las ollas y las cacerolas se
encuentran ya entre los restos de los hombres prehistóricos.
En realidad la cocina griega no empezó a ser importante hasta los tiempos
de Pericles, a seguido de la influencia de los egipcios. Conocemos
relativamente poco de la cocina de estos últimos. Pierre Montet, en su
excelente libro La vida cotidiana en Egipto en tiempo de Ramsés, nos da una
idea bastante clara de la cocina egipcia. Según este libro el alimento que se
consumía entonces era básicamente la carne, especialmente de buey y la de
ciertos pájaros, que se comían crudos en salazón. La cebolla y el ajo eran
muy apreciados, así como el pescado, conservado en salmuera. Como frutas
se servían las sandías, los pepinos y los melones, mientras que las peras, los
melocotones, las almendras y las cerezas no hicieron su aparición hasta la
época de la dominación romana. Se consumía mucho pan. La bebida
nacional era la cerveza, pero sin usar levadura, por lo que debía consumirse
rápidamente, pues si no se agriaba. Los egipcios comían sentados,
separados los hombres de las mujeres, y es curioso comprobar que usaban
cucharas y tenedores de madera o de metal. Recuérdese que el tenedor fue
introducido en Europa ya entrada la edad moderna primero por los
venecianos y luego por Catalina de Médicis en Francia, desde donde se
extendió a toda Europa, pero cuyo uso fue considerado en un principio como
un signo de afeminamiento.
Los que hayan visto películas de las llamadas «de romanos» o hayan leído el
Satiricón de Petronio tendrán una cierta idea de cómo se desarrollaban los
banquetes en la antigua Roma. Claro está que lo descrito en estas
obras se refiere a banquetes dados por el emperador o por gente rica como
los grandes patricios o ricos advenedizos como el Trimalción de la obra de
Petronio.
Según parece estos grandes comilones apostaban más por la cantidad o
rareza de 105 manjares que por su calidad. Así, comían pasteles de lenguas
de ruiseñor o de sesos de alondra. Las comidas eran tan abundantes que a
mitad de ellas los comensales se retiraban al vomitorium, en donde,
excitándose la garganta con plumas de pavo real, devolvían lo comido para
poder así continuar comiendo. Claro está que al lado de estos banquetazos la
plebe comía lo que podía y se apuntaba a cualquier festejo en que se le
repartiese pan, queso o las migajas que sobraban de los banquetes de los
señores.
Dos nombres se han hecho célebres en los anales de la gastronomía romana:
Lúculo y Apicio. Del primero se cuenta que gastaba fortunas buscando los
manjares más raros y exquisitos, dando pantagruélicos banquetes. Pero
cierto día, no teniendo comensales a quien invitar, cenó solo, por lo que su
mayordomo le preparó una cena más modesta que las habituales. Lúculo se
extrañó y le preguntó el porqué de tal modestia.
-Como hoy comes solo.
-No olvides que hoy Lúculo cena en casa de Lúculo. Otro día unos amigos
suyos se invitaron inesperadamente para ver si le ponían en un compromiso.
Lúculo solamente pidió que le dejasen dar órdenes a su mayordomo para
que preparase la cena, y al hacerlo le indicó que quería que fuese servida en
la sala de Apolo. Los invitados quedaron sorprendidos al ver la exquisitez y la
abundancia de los manjares que les servían y Lúculo les reveló el secreto:
-Cuando he dicho a mi mayordomo que preparase la cena en la sala de Apolo
ya sabía que en ella se ofrecen las más exquisitas y reflnadas viandas.
Y les explicó que cada sala de su palacio tenía asignada una cantidad para
gastar en las comidas. No se olvide que Lúculo no sólo era un gran
gastrónomo, sino un gran general, vencedor de Mitrídates, y que se dedicó al
arte culinario cuando se retiró de sus campañas, rodeándose de los más
celebrados ingenios que había en Roma, como Cicerón, Catón o Pompeyo.
Por otra parte introdujo en Italia la cereza, el faisán y el melocotón, que
había conocido en sus campañas en Oriente.
Apicio, por su parte, es el autor de sus Diez libros de cocina y vivió hacia el
año 25 d. de J.C. No sólo era aficionado a la cocina, sino que también
cultivaba los amores homosexuales, pues tuvo como amante a Seyano que
luego fue favorito del emperador Tiberio. Sus platos favoritos eran el talón de
camello y la lengua de flamenco y como pescado apreciaba sobre todo los
salmonetes. Se arruinó en locuras gastronómicas en las que derrochó cien
millones de sextercios, y cuando no le quedaban más que diez millones,
considerando que esta suma era. insuficiente para vivir, se suicidó. Algunos
tratadistas dicen que inventó la bullabesa.
El Rey de la Elegancia
Es fácil encontrar en cualquier ciudad de la llamada civilización occidental
tiendas o almacenes que llevan el nombre de Brummel. Asimismo existe
multitud de perfumes, en una u otra nación, que llevan este mismo nombre
siempre relacionado, sea perfumes como trajes, camisas, corbatas..., con la
moda masculina. Hay quien cree en la existencia de una empresa
multinacional que extiende sus tentáculos por todas partes. Pero nada más
lejos de la realidad, pues el nombre deriva de un hombre que en su día fue
llamado el rey de la elegancia.
Se llamaba George Brummel Era de origen más bien humilde, pues su padre
había sido secretario de lord North, lo que, le hab-a permitido reunir una
pequeña fortuna. Su abuelo era confitero en Bury Street. A la muerte de su
padre, el joven George empezó a gastar la fortuna heredada comprando
vestidos, finas camisas, corbatas, sombreros, guantes y bastones. Todo se le
iba en vestimenta.
Un día, en una lechería de moda en el Green Park de Londres, mientras
estaba hablando con la propietaria entró el príncipe de Gales en compañía
de la marquesa de
Salisbury. El príncipe, que quería ser conocido como el primer caballero de
Europa, miró con admiración y no sin cierta envidia a Brummel, pues vio en
él una impecable corbata, un no menos impecable conjunto de casaca,
chaleco y pantalón y unos brillantes zapatos de punta afilada que se había
puesto entonces de moda.
El príncipe de Gales era gordo, y gastaba miles de libras en su vestimenta y
los accesorios correspondientes (se dice que se le iban cien mil libras al año
en cosas de vestir); como dato curioso, poseía, entre otras cosas, quinientos
portamonedas.
Brummel era alto, bien plantado e hizo tan buena impresión en el príncipe de
Gales que éste le convirtió en su amigo, lo cual llenó de estupor a la
aristocracia londinense, que vio cómo el nieto del confitero asistía a las
íntimas reuniones principescas. Por supuesto su elegancia llamó la atención
y enseguida fue copiada. Un detalle bastará para indicar la diferencia entre
la elegancia natural de Brummel y la de sus imitadores.
Un día uno de éstos le dijo:
-Ayer, en casa de la duquesa de X me hice notar por mi elegancia, todo el
mundo lo comentó.
-No os hagáis ilusiones, la verdadera elegancia consiste en pasar
inadvertido.
Infatuado por su amistad con el príncipe de Gales y por su éxito social,
Georges Brummel se permitía impertinencias llenas de afectación y de
insolencia. Así, por ejemplo, un día le preguntaron:
-¿Dónde cenasteis anoche?
-En casa de un tal F; que presumiblemente quería que me fijase en él y le
diese importancia. Me encargó que me cuidase de las invitaciones, y las
cursé a lord Alvanly, Pierrepoint y otros. La cena fue estupenda, pero cuál fue
mi sorpresa cuando vi que el señor F. tenía la caradura de sentarse y cenar
con nosotros.
Otro día, en una visita que acababa de efectuar a los lagos del norte de
Inglaterra, alguien le preguntó cuál era el que le había gustado más. Con un
afectado bostezo, Brummel se dirigió a su criado:
-Robinson, ¿cuál es el lago que más me ha gustado?
-Me parece, señor, que fue el lago de Windermere.
Y Brummel se dirigió al preguntón y le dijo:
-Windermere... si esto lo satisface.
Tardaba más de dos horas en vestirse, por lo que era
un espectáculo al que asistían algunos selectos amigos. entre ellos el
príncipe de Gales. Su forma de ponerse la corbata era esperada por todos
con ansiedad. Recuérdese que las corbatas de entonces consistían en unas
largas tiras de tela que daban varias vueltas alrededor del cuello y se
dejaban caer sobre el pecho en forma negligente. Brummel se levantaba el
cuello de la camisa, entonces de proporciones considerables, hasta que casi
le tapaba la cara y a continuación se anudaba la corbata, cosa no muy
sencilla al parecer por cuanto ensayaba diez, quince v hasta veinte veces
acertar con el nudo. Cada vez que fallaba, la corbata era tirada al suelo y
reemplazada por otra. Cuando por fin quedaba satisfecho, Brummel miraba
las corbatas desechadas y decía:
- ¡Hay que ver cuántos errores se cometen!
Su vanidad lo inducía a decir y cometer impertinencias, pero carecía del
ingenio y el tacto necesarios para ello. Ello fue su perdición.
Un día estaban Brummel, el príncipe de Gales y unos amigos tomando café
tras la cena y en un momento dado el primero dijo al príncipe:
-Gales, llama a un criado.
Aquel día el príncipe debía de estar de mal' humor, pues cuando llamó al
criado y lo tuvo delante le dijo:
-El señor Brummel se va, acompáñale hasta la puerta.
Éste fue el principio del fin. Desprovisto del favor principesco, Bmmmel tuvo
que afrontar a sus acreedores, que se lanzaron como fieras sobre él Se dice
que en diez años había gastado más de un millón (un millón de aquella
época), en corbatas, pantalones y casacas. Sus muebles fueron subastados y
tuvo que huir de Inglaterra, dirigiéndose a Caíais, en Francia.
Allí vivió un tiempo gracias a préstamos que sonsacaba de algunos ingleses
que visitaban Francia. Se levantaba a las nueve y, según su costumbre,
tardaba dos horas en vestirse. Salía a pasear como si estuviese en Londres y,
acostumbrado a la buena comida, se hacía servir una opípara cena. Pero la
cosa no duró. Cada vez se iba hundiendo más en un océano de deudas. Uno
de sus antiguos amigos consiguió que se lo nombrase cónsul de Inglaterra en
Caen.
Aunque sus ingresos eran modestos, continuó haciendo su vida de antes. Los
acreedores volvieron a surgir y se lanzaron sobre él cuando fue destituido de
su cargo. No
pudo comprarse más ropa. Un sastre de Caen, movido de compasión y de
respeto por quien había sido el rey de la elegancia. le arreglaba bien que mal
y gratuitamente los vestidos que le quedaban.
Parecía que no podía caer más bajo, pero en mayo de 1835 fue detenido por
deudas y conducido a la cárcel. El duque de Beaufort y lord Alvanley se
enteraron en Londres del suceso y patrocinaron una suscripción para que
recobrase la libertad.
Cuando salió de la cárcel, Brummel ya no era ni una sombra de lo que había
sido. Perdía constantemente la memoria y se alojó en una pequeña
habitación del hotel Inglaterra, de tercera o cuarta clase. Allí pasaba horas
enteras sin moverse de su habitación. Un día una inglesa de la que no se
conoce el nombre se presentó en el hotel preguntando por Brummel y alquiló
una habitación que daba a la escalera para verlo pasar. Lo que vio fue un
hombre de cara idiotizada, hablando consigo mismo y vestido pobremente.
Cuando el dueño del hotel subió a ver qué quería la señora en cuestión se la
encontró llorando sentada en un sillón. Probablemente era una de tantas
admiradoras que Bmmmel había tenido en Londres.
Su razón fue declinando. Varias veces los ocupantes del hotel lo vieron
requisar sillas que trasladaba a su cuarto. Las ponía arrimadas a la pared.
encendía unas velas y solemnemente abría la puerta de su habitación
mientras decía en alta voz:
-¡Su alteza real el príncipe de Gales!... ¡Lady Conyngham!... ¡Lord Alvanley!...
¡Lady Worcester!... ¡Gracias por haber venido!... ¡El duque de Beaufort!...
Indicaba a cada uno de sus fantomáticos invitados la silla que les había
destinado y luego volvía a abrir la puerta y exclamaba con énfasis:
-¡Sir George Brummel!
Y despertando de su sueño delirante miraba las sillas vacías y se
derrumbaba en el suelo sollozando.
Murió en un manicomio el 24 de marzo de 1840.

La muerte de Mariano Moreno


Mariano Moreno (1778-1811) era un asceta silencioso y torvo, y dirigía todos
sus actos y ordenes a destrozar el antiguo sistema colonial. De su puño y
letra salió el famoso Plan de Operaciones, al cual se debe que mariscales
españoles, curas y notables del Virreinato hallan sido pasados por las armas
sin contemplaciones. Hablaba latín, francés e inglés. Se doctoro en teología y
en derecho. Abogado de fama en Buenos Aires, asesor del Cabildo, relator de
la Audiencia. Estaba siempre débil y enfermo, con las mejillas picadas de
viruela, y recién contaba 31 años en 1810. Moreno tubo una acelerada
carrera, desde ser un abogado exitoso hasta su muerte en alta mar durante
una misión diplomática. Fueron siete meses acelerados y jadeantes, desde
su incorporación a la Junta hasta su partida a Europa.
Su nariz era recta y algo grande. Tenia una frente alta y ancha, bordeada por
una dócil cabellera oscura. Bajo las cejas semi pobladas, se podían apreciar
unos ojos perdidos en la distancia. Labios finos y apretados.
Moreno, jacobino y rabiosamente antiespañol, se había enemistado con
Cornelio Saavedra, moderado y conciliador con las ex autoridades coloniales.
Este ultimo había logrado imponerse sobre Moreno. Como en todos lados se
comenta, Saavedra lo envía en misión diplomática a Europa para
desembarazarse de el. Hasta los diplomáticos ingleses en Río de Janeiro,
comentan esta treta.
Antes de partir Moreno ya había renunciado a la Junta como secretario. El 24
de enero de 1811 se embarca para Londres. "Me voy, pero la cola que dejo
será larga", les dice a sus amigos.
Cierto día, su mujer, María Guadalupe Cuenca, recibe un pequeño envoltorio
sellado. En su interior hay un velo negro, un abanico de luto y una nota que
dice: "Estimada señora como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de
remitir estos artículos que pronto corresponderán a su estado". Como si no
alcanzara con el velo y el abanico.
Todos lo acompañan hasta el embarque, hasta los saavedristas, los mas
interesados en que se fuese.
La escuna inglesa Misletoe lo lleva al puerto de Ensenada, donde se
encuentra con sus dos secretarios, Tomás Guido y su hermano Manuel. Les
dice en voz baja: "Algo funesto se anuncia en mi viaje..."
Al otro día aborda la fragata británica Fama, que enfila hacia el mar
escoltada por un convoy, por las dudas que en la vecina orilla se decidieran
a atacar al ex secretario. A poco de partir Moreno enferma, lo que no impide
que haga una traducción al ingles para ejercitar el idioma.
Al empeorar la salud de Moreno, su hermano suplica al capitán que se desvíe
a algún puerto cercano, pero el capitán del barco no accede a variar el
rumbo y brindarle la atención que necesita, ya que no había médico ni
medicinas en el barco, según su hermano Manuel.
"Su ultimo accidente fue precipitado -dice su hermano- por la administración
de un emético, que el capitán de la embarcación le suministro
imprudentemente, y sin nuestro consentimiento".
Una fuerte convulsión sacude su organismo derrotado. Guido y su hermano
Manuel, sobrecogidos de angustia, recogen sus palabras entrecortadas.
Indicaciones sobre la misión diplomática. Perdón a amigos y enemigos.
Frases de amor para su esposa e hijo. Y un viva la patria. Según dice su
hermano Manuel sus ultimas palabras fueron "Viva la patria aunque yo
perezca". Luego se sumergió en agonizante un estado de coma que duro tres
días. Muere en la madrugada del 4 de marzo de 1811, cuando tenia "31
años, 6 meses y un día" dice Manuel Moreno.
Su cuerpo, envuelto en la bandera inglesa, es expuesto en la cubierta de la
embarcación durante todo el día, y a las cinco de la tarde se hunde en el
mar, tras unas salvas de fusilería. "Hacía falta tanta agua para apagar tanto
fuego", dice don Cornelio Saavedra cuando es anoticiado.
María Guadalupe Cuenca de Moreno, no se deja amedrentar por el funesto
obsequio que había recibido, y le escribe cartas a Moreno por mas de cuatro
meses, en una misiva del 14 de marzo de 1811 le escribe: "Mi querido y
estimado dueño de mi corazón me alegrare que lo pases bien y que al recibo
de esta estés ya en tu gran casa con comodidad y que Dios te dé acierto en
tus empresas". Solo diez días después de la muerte de su querido esposo.
Su muerte es muy dudosa, y conveniente para los Saavedristas, que se
quitan del medio a quien les dio tantos dolores de cabeza.
Ya se corría la voz de que lo querían asesinar, antes de que Moreno
embarcara.
La casualidad, tal vez, haría que el gobierno porteño firmara contrato con un
tal Mr. Curtís, el 9 de febrero de 1811, es decir, 15 días después de la partida
del ex secretario de la Junta de Mayo y sin conocer la noticia de su muerte.
Se le adjudica una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del
incipiente ejército nacional. El artículo 11 de este documento dice "que si el
señor doctor don Mariano Moreno hubiese fallecido, o por algún accidente
imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtís con don
Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho el doctor
Moreno". ¿Qué tal?
Otro dato curioso es que el capitán de la fragata Fama, cuyo nombre no
registra la historia argentina, jamás volvió a pisar Buenos Aires aunque sí
regresó el buque.
Castelli y Monteagudo no dudan de que a Mariano Moreno lo hayan
asesinado. Nunca se sabrá que es lo que el capitán de la fragata Fama le
administra "imprudentemente". Veneno según opinan algunos.
El 9 de marzo de 1813 la Asamblea General Constituyente formó una
comisión especial que tenia el objetivo de investigar la actuación de los
gobiernos anteriores, a partir del 25 de mayo de 1810. Con relación a la
muerte de Moreno, figuraron ciertas denuncias de que Moreno renunció a la
Junta por miedo a que lo matasen. Y también personas que escucharon "Ya
está embarcado y va a morir".

San Martín Desmitificando a San Martín, y sus relaciones con los


ingleses
"La liberación de Hispanoamérica debe ser alcanzada a través del deseo y
los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio solo podrá operarse bajo la
protección y con el apoyo de una fuerza auxiliar británica" remató Lord
Casterlagh cuando era Ministro de Relaciones exteriores de la Corona
inglesa. Después de los fallidos intentos de capturar el Río de la Plata (en
1806 y 1807, al mando de Beresford y Withelocke respectivamente), los
británicos se dieron cuenta que el Nuevo Mundo tendría que ser emancipado
por otras vías y no por medio de un ataque armado a la capital del
Virreynato, Buenos Aires.
El interés inglés por estas tierras se registra con anterioridad al 1800 y no
era otro que "crear una entrada libre para nuestras [de los ingleses]
manufacturas" (como escribió un escocés llamado Maitland del que después
profundizaremos). En los comienzos del siglo XIX Inglaterra había perdido
parte de su imperio con la independencia de una de sus colonias favoritas,
los Estados Unidos; y a su vez, estaba bloqueada en Europa por Napoleón.
Necesitaban comerciar sus productos elaborados y abastecerse de materia
prima. Como ya mencioné, las llamadas Invasiones Inglesas no habían sido
fructíferas para el gobierno de Su Majestad.
Fue allí cuando resurgió la idea de llevar a cabo un plan con base en el de
Maitland. Este escocés era miembro del parlamento y consejero de guerra de
la Corona, quién entre 1800 y 1803 le pidió que confeccionara un plan para
tomar e independizar al Nuevo Mundo. Maitland propuso procedimientos
innovadores como cruzar la Cordillera de los Andes, y se dio cuenta, como
buen estratega que era, que el objetivo no sería alcanzado si no se tomaban
simultáneamente las costas del Atlántico y del Pacífico, y principalmente la
ciudad de Lima "centro" de las colonias españolas.
San Martín siguió casi al pie de la letra esta estrategia confeccionada en
Inglaterra. No se sabe si el "padre de la Patria" conoció el Plan Maitland, pero
es un hecho que San Martín compartió parte de su vida con funcionarios
ingleses y miembros de logias masónicas.
Revisemos un poco su historia para fundamentar ésto: durante su estadía en
España luchó junto a los ingleses contra Napoleón. Sorpresivamente en 1811
renuncia al ejército al que había pertenecido gran parte de su vida. Se
embarca, con ayuda de funcionarios ingleses (James Duff entre ellos, luego
Lord Fife), hacia Londres. Permanece en esta capital por cuatro meses donde
tiene reuniones secretas con miembros del Parlamento y masones de la Gran
Reunión Americana. Llega a Buenos Aires en marzo de 1812 junto a Alvear,
Zapiola y otros criollos e inmediatamente crea la Logia Lautaro, instaurando
en ésta un régimen de funcionamiento al estilo de las logias inglesas. Solo
siete meses después de su llegada encabeza el primer golpe de estado de la
historia argentina y destituye al Primer Triunvirato, formando el Segundo (en
el cuál hay dos masones: Álvarez Jonte y Rodriguez Peña). En 1814 le
ordenan avanzar por tierra al Alto Perú, pero esto va en contra de "sus"
planes y renuncia al Ejército del Norte argumentando que tiene problemas de
salud. Llega, tiempo después, a ser Gobernador de Cuyo y se instala en
Mendoza (calificado por Maitland como el lugar "indudablemente indicado"
para iniciar la campaña a Chile), allí, con mucho esfuerzo personal y ayuda
del Director Supremo (por ese entonces, Puyrredon), prepara un ejército
escaso en armamento y hombres. Pide deliberadamente al Congreso de
Tucumán que se declare la independencia. Cruza los Andes y vence a los
españoles en Chacabuco y Maipo. En 1818 declara la indepencia de Chile y
con la ayuda de los ingleses sigue su expedición marítima al Perú. Logra la
independencia peruana y rechaza los cargos que le ofrecen para volver
definitivamente a Europa.
Como vemos en este resumen, San Martín tenía las "ideas claras" ya que en
poco más de 10 años logró llevar a cabo una empresa que le había sido
difícil incluso a los ingleses. Mucho se ha dicho y escrito acerca del
patriotismo del prócer, y, contrariamente a esta postura, hoy hay mucha
gente que piensa que San Martín fue un agente inglés. Yo creo que estos son
dos extremos opuestos: el Libertador no fue tan "grande" como lo quiso
mostrar Mitre pero a su vez tenía y luchaba por sus ideales, o sea no hacía
todo lo que los ingleses querían.
¿Por qué San Martín no fue un agente inglés? En su obra Maitland & San
Martín Terragno argumenta que "San Martín, como hemos visto, buscó el
apoyo británico. Esto no lo hace menos patriota. La conducción de toda
guerra requiere una política de alianzas. Esto no significa identificarse con
los ideales o los intereses de los aliados" y más adelante agrega, " En 1811,
San Martín bien pudo sentir que el interés comercial británico y el interés
político sudamericano tenían una ocasional coincidencia. Eso explicaría la
busqueda de apoyo"
Esta busqueda de apoyo se vio manifestada cuando San Martín requirió de la
ayuda marítima y militar de Inglaterra. Los británicos, no poco interesados
en el asunto, enviaron a las costas del Pacífico barcos (antes utilizados en la
Companía de las Indias Orientales) y militares (el más conocido de ellos fue
Cochrane que tuvo gran participación cuando su ejército venció a los
españoles por mar)
¿Por qué San Martín volvió a su tierra después de tantos años de lucha al
frente del ejército español? Algunos dicen que su sentimiento patriota lo
llevó a hacerlo. Esto es casi imposible ya que solo había vivido en lo que más
tarde sería la Argentina 6 o 7 años y además en la época en la que él se fue,
este territorio era casi un "anexo" de España.
Yo creo que la decisión fue tomada por varias razones: sus ideales
liberalistas, las incentivaciones recibidas por los ingleses como Duff, su
"odio" a la actitud sometedora de España y a instituciones como la Santa
Inquisición. San Martín tenía ideales y no se puede decir que el incentivo
económico (si lo hubo) fue lo que lo impulsó a llevar a cabo tan importante
empresa. En su época él no estaba solo, había en Europa y América ciertas
organizaciones que creían, como él, que España debía dejar de ejercer su
poder en estas tierras, abriendo paso al comercio con otros países
extranjeros.
Si bien creo que San Martín no estuvo subordinado a los ingleses, tampoco
estuvo al servicio de su patria como siempre se ha dicho. Estaba al servicio
de un plan o una misión (dirigida o no por los británicos) que debía llevarse a
cabo. Cuando la unidad nacional estaba en peligro (ante el inminente ataque
de los federales al Directorio), San Martín decidió seguir su misión y no
cumplir con los pedidos a gritos de Buenos Aires de abandonar el cruce de
los Andes y acudir en su ayuda (hecho conocido como la desobediencia de
San Martín).
Otro tema importante de esta singular campaña y que demuestra que el
Libertador tuvo relaciones con los británicos antes, durante y después de su
paso por América, es cómo San Martín actuó de la manera que lo hizo sin
conocer estas tierras. ¿No es extraño que haya tomado el poder meses
después de su llegada y que luego haya tenido tan claro que el lugar
adecuado para organiizar un ejército y cruzar los Andes era Mendoza? Creo
que esto explica que hubo gente (inglesa) que lo puso al tanto al prócer
acerca de las características del territorio a independizar y de su forma de
gobierno.
Sobre este tema se ha dicho que San Martín llegó a Buenos Aires sin saber
cómo iba a independizar estos territorios, y que debido a su grandeza como
estratega y militar ideó el cruce de los Andes. Es bueno aclarar que éste
llegó al Río de la Plata con conocimiento (proporcionado por los británicos y
masones americanos) acerca de cómo se debía actuar para lograr el objetivo
del Plan Continental. Terragno dice "San Martín fue un gran estratega, y si se
inspiró en el Plan Maitland, no fue por incapacidad sino, al contrario, porque
tomó seriamente la empresa que se disponía a emprender"
¿Cuáles fueron las diferencias entre las invasiones inglesas y el Plan
Continental? Como dijo Casterlagh para emancipar las tierras americanas era
necesaria la ayuda de una fuerza externa que hiciera de "incentivador" de
los criollos, que ya de por sí estaban buscando una identidad nacional
propia. Los ingleses fallaron en creer que entrando y tomando Buenos Aires
por la fuerza se adueñarían del poder colonial (actitud tomada en las
invasiones inglesas). El camino a seguir era entrar "pacíficamente" e ir
ganado, de a poco, partidarios con ideas independentistas. San Martín jugó
ese papel, no entró por las armas ya que era criollo. Instaló una logia que
reuniera a la gente con sus ideas y despues, sí, dio el golpe de estado y se
adueño del poder "tomando Buenos Aires" como decía el Plan Maitland. San
Martín logró lo que los ingleses no pudieron, aunque después como está
comprobado requirió de su ayuda. Luego de este primer paso, el Libertador
siguió la estrategia trazada 16 años antes por los británicos, con algunas
diferencias principalmente de recursos, pero con un objetivo en común:
derrotar a los realistas en centro de poder de su vasto imperio, Lima.
REVOLUCIÓN Y CONTRATO SOCIAL
Entre el primer proyecto de Constitución, escrito en 1811, y el votado en
1853 sobre las Bases... de Alberdi, se advierte con claridad los sueños
perdidos de la Revolución de Mayo. Ahogado el fervor de la utopía, la Carta
de 1853 consagra el famoso artículo 22: "El pueblo no delibera ni
gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades
creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de
personas que se atribuyan los derechos del pueblo y peticione a
nombre de éste, comete delito de sedición".
¿Cómo era el sistema que querían Moreno, Belgrano, Castelli y los
revolucionarios de 1810? El primer texto fue gestado en la Sociedad
Patriótica pero nunca llegó a ser debatido porque Belgrano perdió la batalla
con los realistas del Paraguay y Castelli la suya contra los del Perú. Entonces
Saavedra, el jefe del ejército, interrumpió la voltereta histórica incorporando
a la Junta a los diputados del interior. Moreno tuvo que renunciar y partió
hacia una muerte sospechosa.
"El Estado es una persona moral compuesta por muchos pueblos
cuya vida consiste en la unión de sus miembros", anuncia el primer
documento constitucional de Mayo, y sigue: "Su más importante cuidado
es el de su propia conservación y para ello necesita de una fuerza
compulsiva que disponga cada parte del mejor modo que convenga
al todo (...) El poder soberano, legislativo. Reside en los pueblos.
Este por naturaleza es incomunicable, y así no puede ser
representado por otro sino por los mismos pueblos. Es del mismo
modo inalienable e imprescindible por lo que no puede ser cedido ni
usurpado por nadie".
Entre la representación delegada en 1853 y aquella propuesta de Mayo, hay
abismos; dice la de 1811: "Queda pues extinguido el moderno e
impropio nombre de Representantes de los Pueblos con el que, por
ambiciosas miras, se condecoran vanamente los diputados y sólo se
llamarán Comisarios, que dependen forzosa y enteramente de la
voluntad de sus pueblos y están sujetos como los demás ciudadanos
al Superior Gobierno".
Nada hay de original en aquella Carta abortada: es una paráfrasis del
Contrato de Rousseau, que Moreno había hecho traducir y editar incompleto
para no molestar a la Iglesia; en el prólogo de la publicación, Moreno dice
que suprimió el último capítulo porque "el autor tuvo la desgracia de
delirar en materia religiosa". Para el secretarios de la Primera Junta: "La
religión es la base de las costumbres públicas, el consuelo de los
infelices y (...) la cadena de oro que suspende la tierra al trono de la
divinidad".
La tesis de Moreno parece similar a la de Robespièrre, que rinde culto al Ser
supremo como instrumento político. La obra de Rousseau es la base
intelectual de la Revolución Francesa y la convención llevó los restos del
filósofo de Ginebra al Panteón de los Héroes poco antes de la caída de los
jacobinos.
La estrategia de Moreno y Belgrano, plasmada en el Plan de Operaciones y
firmada en secreto por todos los miembros de la Junta, va a ser retomada por
el joven Bernardo Monteagudo. El tucumano llega a Buenos Aires en 1811
pavoneándose de haber asistido con deleite a las ejecuciones que Castelli
ordenó en Potosí y se convierte en la más implacable pluma de La Gaceta,
el periódico oficial que tiene poco de oficialista.
Esta primera Constitución debe de haber pasado por la pluma de
Monteagudo aún si otros - ¿Vieytes, French, Rodríguez Pena? - hubieran
aportado sus interpretaciones el Contrato Social. El texto quiere ser el más
audaz del mundo y reúne el sueño de toda una generación de iluministas;
algunos pasajes llevan la idea de la democracia a niveles que ni Saint Just en
la Revolución Francesa habían imaginado: "Los tribunos no tendrán algún
poder ejecutivo, ni mucho menos legislativo. Su obligación será
únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de
los pueblos contra la usurpación el gobierno de alguna corporación
o individuo particular, pero dando y haciéndoselos ver en sus
comicios y juntas para cuyo efecto - con la previa licencia del
gobierno - podrán convocar al pueblo. Pero como el gobierno puede
negar esa licencia, porque ninguno quiere que sus usurpaciones
sean conocidas y contradicha por los pueblos, se establece que de
tres en tres meses se junte el pueblo en el primer días del mes que
corresponda, para deliberar por sufragios lo que a él pertenezca
según la constitución y entonces podrán exponer los tribunos lo que
juzgaren necesario y conveniente en razón de s oficio a no ser a la
cosa sea tan urgente que precise antes de dicho tiempo la
convocación del pueblo, y no conseguida, podrá hacerlo". El tribuno,
según Rousseau, "es el conservador de las leyes y del poder
legislativo".
En cuanto a las elecciones, el proyecto de la constitución de 1811 establece
un sistema insólito: el azar del sorteo para combatir el fraude: "Los vocales
del Gobierno superior Ejecutivo y Secretarios se mudarán de tres en
tres años y lo mismo se hará con los vocales de las juntas
provinciales; para efectuarse esto, cada provincia a pluralidad de
votos, elegirá uno o dos sujetos que tengan todas la s sublimes
cualidades que se requieren para Vocal del Superior Gobierno, y
Buenos Aires nombrará dos o cuatro del mismo modo. Éstos, al fin
de tres años, o cuando hubiera de mudarse el gobierno, se echarán
en cántaro y suerte se hará la elección pública a la vista de todo el
pueblo (...) Con este sabido arbitrio de la suerte se evitará en gran
parte la compra de votos y se pondrá algún freno a la ambición y
codicia que suelen intervenir en la elección e inmediatos sufragios".
El tembladeral de 1811 (exilio y muerte de Moreno; juicios a Belgrano y
Castelli; deportación de French, Pueyrredón, Rodríguez Peña y demás
revolucionarios; llegada de Monteagudo a Buenos Aires; ascenso y caída de
Saavedra; irrupción de Rivadavia en el Triunvirato) impide el tratamiento del
proyecto. En las provincias cunde la alarma al conocer el proyecto, el Cabildo
de Catamarca denuncia ante Saavedra la osadía de dar "instrucción e
ilustración a los representantes que fuesen a la capital" . En
Corrientes se dispone la quema de ejemplares del Contrato Social "por
mano del verdugo y en presencia del Santo Oficio de la Inquisición".
El padre Francisco de Castañeda, que milita contra las ideas de la Revolución
Francesa, difunde largos versos que atacan a Rousseau y a sus panegristas:
El siglo diecinueve se presenta
A todos los Estados ominoso.
Y ese pacto social e irreligioso
Es de truenos y rayos la tormenta.
Los enemigos del contrato son mucho y poderosos; la ira contra los
"igualitarios" viene sobre todo desde la Iglesia, maltratada por Castelli y el
ejército del Alto Perú que levanta la consigna de "Libertad, igualdad,
independencia". Por fortuna para ellos, Saavedra aparta a Moreno y
Goyeneche derrota a Castelli en Huaquí.
Le segundo proyecto constitucional, ése sí debatido por la Asamblea del año
XIII, antes de la declaración de la independencia, conserva algunos principios
del Contrato Social, pero ha eliminado toda la idea de consulta
permanente: "El hombre en sociedad tiene derecho a la libertad civil,
a la igualdad legal, a la seguridad individual (...) La ley es la
voluntad general expresada por la mayor parte de los ciudadanos o
de sus representantes. (...) Nadie puede prohibir lo que la ley no
prohibe, ni está obligado a lo la ley no obliga".
Por fin, en la Constitución unitaria de 1826, aprobada por iniciativa de
Rivadavia, se marcan los límites de la prudencia traspasados por los
hombres de Mayo: "Leed la sección octava de la constitución y allí
hallaréis (los derechos) todos consagrados: la seguridad personal, la
igualdad legal, la inviolabilidad de las propiedades, la libertad de
opinión, el reposo doméstico, el derecho de petición y el pleno goce
de aquellas facultades que la ley no prohiba. En este orden ya no es
posible apetecer ni conseguir más. Una sola línea separa la virtud
del vicio y una vez traspasada, la libertad degenera en licencia".
Los Bucaneros
La necesidad de las expediciones navales de largo re corrido de procurarse
carne fresca, dio lugar a lo que tal vez sea el episodio más extraño del relato
que cuenta cómo los alimentos cambiaron el curso de la historia; me refiero
a la era de los bucaneros.
Hacia principios del siglo XVII, en las islas del Caribe, algunas pequeñas
comunidades de colonos europeos, no españoles, emprendieron el
floreciente negocio de aprovisionar a los barcos de pasaje con carne fresca
recién curada.
Las carnes de vacuno y de porcino se curaban en casa siguiendo una antigua
receta de los indios de la zona. Los caribes han contribuido a enriquecer el
vocabulario de la lengua inglesa con muchas más palabras que cualquier
otro grupo de indios, y «bucanero» es una de ellas. El bucanero construía un
enrejado de palos, que los caribes llamaban barbacoa, debajo del cual
encendían una hoguera de leña. Encima se colocaban lonchas de carne
recién cortadas, alimentándose el fuego con ramas verdes, para que
produjesen mucho humo, con una llama pequeña. La carne se secaba, se
ahumaba, y se asaba al mismo tiempo, convirtiéndose en carne conservable,
de color rojo-rosa, y que desprendía un aroma tentador. Los caribes la
llamaban boucan. El boucan tenía un sabor delicado, y era al mismo tiempo
un magnífico antídoto contra el escorbuto. Se trataba de un alimento que ni
siquiera un cocinero inglés podía estropear, pues se podía comer crudo,
masticándolo como si fuese un embutido, o ablandarlo en agua para después
guisarlo al estilo tradicional.
El boucan se podía preparar salando la carne antes de cortarla, o untando las
lonchas con salmuera y colgándolas al sol para que se secasen sin tener que
recurrir a ahumarlas. La carne ahumada se podía conservar durante varios
meses, pero la que se secaba al sol tenía que ser consumida con bastante
rapidez, y en las húmedas bodegas de un barco se estropeaba muy pronto.
El boucan que se conservaba mejor era el que se hacía con carne de jabalí, y
se empaquetaba en bultos de cien piezas, cada una de las cuales se vendía
por seis monedas de a ocho, equivalentes a una libra y diez chelines del
actual dinero inglés. Por lo tanto, haciéndose bucanero se podía ganar
mucho, pues los gastos eran mínimos, y todo lo que hacía falta era ser un
buen cazador.
Pequeñas partidas de unos siete bucaneros organizaban una expedición de
caza. Cada uno de ellos llevaba un fusil especial, con un cañón larguisimo de
4 pies y medio, y con una culata en forma de pala. También llevaban
enrolladas una manta y una tienda de lona ligera, un machete y un cuchillo
marinero para cortar la espesa maleza de la jungla caribeña. Los bucaneros
vestían gruesas polainas, pantalones y chaquetas de lino, y calaban
mocasines; todo ello teñido de rojo por la Sangre de los animales que
cazaban. Tanto la chaqueta como la camisa que llevaban debajo no se
lavaban nunca y acostumbraban untarse la cara con grasa. Tomaban todas
estas precauciones con la esperanza de que los mosquitos no les atacasen.
Las junglas del Caribe estaban llenas de enemigos mortales, como la víbora
de cabeza de lanza, o el arbusto venenoso manichel, pero la única criatura a
la que los bucaneros tenían auténtico pánico era el mosquito.
La parte más interesante del equipo del bucanero era su gorra. Se trataba de
un sombrero moderno con todo el borde recortado, excepto en su parte
delantera, para darle sombra a los ojos. Fue el precursor de las gorras de los
jinetes y de los jugadores de béisbol.
Detrás de los bucaneros iban sus sirvientes o mayordomos, y casi siempre se
trataba de infortunados esclavos blancos importados de Europa. Si dejaban
caer los fardos de pieles y de boucan que transportaban, o hacían cualquier
cosa que disgustase a sus amos, se exponian a ser azotados brutalmente, y
a que untasen sus heridas con una mezcla de zumo de limón, sal y pimienta
roja.
Prácticamente el único gasto del bucanero era la pólvora, y como no podía
permitirse el lujo de errar el tiro con demasiada frecuencia, se hizo tan
experto que casi podía aceitar a una moneda en el aire. Así pues, en su día,
los bucaneros fueron los mejores tiradores del mundo.
La mayoría de ellos se estableció en la costa norte de Haití y de la isla de la
Tortuga. La Tortuga era su base; allí compraban municiones; cuchillos,
hachas y todos los demás pertrechos. Cuando divisaban un contrabandista
danés que se dirigía al paso entre la isla de Cuba y Haití, salían a su
encuentro en sus pequeños bergantines, confiados en que le podrían vender
su carne ahumada a buen precio, y los barcos ingleses y franceses
fondeaban cerca de sus bases para comprar provisiones en su viaje de
regreso a casa. La mayoría de los bucaneros eran franceses o ingleses, pero
también había entre ellos indios campeches, esclavos negros evadidos,
muchos holandeses, e incluso irlandeses de Montserrat. Algunos eran
hombres honrados - exiliados por cuestiones religiosas, náufragos, y
pequeños terratenientes expulsados de Barbados y de otras islas de la zona
por los grandes cultivadores de azúcar. Otros eran piratas, criminales,
desertores y demás gente de mal vivir. Sin embargo, aunque hubiesen sido
tan honrados como el que más, los españoles nunca los habrían aceptado
como vecinos de unas islas que ellos consideraban suyas.
En 1638, decididos a terminar con el problema de los bucaneros de una vez
por todas, los españoles atacaron la isla de la Tortuga, capturaron a todos los
que encontraron y colgaron a los que no se rindieron. Con esta masacre de
unas trescientas personas, las esperanzas de los bucaneros de ganarse la
vida honradamente, suministrando su carne ahumada a los buques de paso,
se esfumaron para siempre.
Sin embargo, el día del ataque a la Tortuga, la mayoría de los bucaneros
estaban cazando, y escaparon así de la ira de los españoles. Cuando
regresaron y comprobaron los estragos de la incursión, enterraron a sus
compañeros, y sobre sus tumbas juraron que no descansarían hasta haberlos
vengado. De esa forma, se juramentaron y constituyeron la confederación de
«La Hermandad de la Costa».
La idea de que un pequeño grupo de bandidos pudiese desafiar al vasto
imperio español, en cuyos dominios no se ponía el sol, le habría parecido
ridícula a cualquiera que desconociese la Hermandad. Los bucaneros no
dejaban nada al azar. Como escribió Alexander Exquemelin, uno de sus
cirujanos, los bucaneros «nunca están desprevenidos», ninguno de ellos se
aparta ni un segundo de su mosquete de treinta cartuchos, de un machete y
de las armas que constituyen la base de su supervivencia, sus pistolas.
Como sabía que a campo abierto no podía competir con la magnífica
caballería española, la Hermandad de la Costa decidió atacar a los españoles
en el mar. Al principio salían en canoas, compradas a los indios campeches, o
en sus pequeños bergantines. Estos barcos tan pequeños eran
prácticamente invisibles a la luz del ocaso, y podían llegar fácilmente hasta
cerca de un galeón sin que éste se diese cuenta. Una vez puestos a tiro, los
que tenían mejor puntería, que al igual que sus compañeros iban echados en
el fondo de la canoa para que sus movimientos no fuesen demasiado
bruscos, se incorporaban y disparaban contra el timonel y contra el vigía de
cubierta. Antes de que el resto de la tripulación pudiese reaccionar, las
canoas ya habían llegado hasta el barco, y una oleada de hombres realizaba
el abordaje, disparando los varios fusiles que llevaba cada uno. El galeón
capturado, ahora bajo la enseña de los bucaneros, partía de nuevo en busca
de presas de mayor envergadura.
Exquemelin nos ha descrito un ataque típico de los bucaneros, y es muy
posible que él mismo formase parte activa de esta historia, aunque
modestamente oculte su participación.
El vicealmirante de la flotilla española se había destacado algo del resto del
convoy, cuando el vigía de cubierta le informó haber avistado un pequeño
barco en la lejanía, advirtiéndole de que podía tratarse de un bucanero. El
oficial contestó despectivamente que no tenía nada que temer de un barco
de ese tamaño.
Sospechando con razón que el vicealmirante estaría demasiado confiado
como para vigilar adecuadamente los movimientos de su nave, el capitán
bucanero se mantuvo al acecho hasta el anochecer. Entonces llamó a sus
hombres (eran veintiocho) y les recordó que les quedaba poca comida, que
el barco se encontraba en malas condiciones y podía hundirse en cualquier
momento, pero que había una forma de salir del apuro: capturando el galeón
español y repartiéndose las riquezas que sin duda llevaría. Los bucaneros
juraron enfervorizados que le seguirían y que estaban dispuestos a luchar
con todo su entusiasmo, pero por si alguno de ellos estaba más remiso, el
capitán ordenó al cirujano que hundiese el barco tan pronto como el grupo
atacante hubiese abordado al galeón español.
Los bucaneros realizaron el abordaje en apenas un minuto y en completo
silencio, sorprendiendo a' capitán y a sus oficiales jugando a las cartas en su
camarote. Ante la amenaza de las pistolas el vicealmirante entregó el barco.
El botín capturado en un barco de este tipo sería suficiente para convertir en
multimillonario a cada uno de los veintiocho asaltantes. Un galeón español,
el Santa Margarita, que se hundió en Cayo Oeste en 1622, en pleno apogeo
de los bucaneros, reportó a sus rescatadores, hace poco tiempo, nada menos
que 13.920.000 dólares. Un galeón que se capturase en aquellos años
debería ser aún más valioso, pues además de las joyas y de los lingotes de
oro y plata, transportaría todo tipo de bienes perecederos. Se cuenta el caso
curioso de que unos bucaneros que interceptaron un cargamento de cacao,
lo tiraron al mar porque creyeron que se trataba de estiércol de caballo.
El aliciente del botín era un incentivo contra el que no era suficiente el valor
que podían oponer los españoles. En 1668, como punto álgido de la época de
los bucaneros, Henry Morgan saqueó Panamá. «Aunque nuestro número es
pequeño», dijo a sus hombres, «nuestros corazones son grandes, y cuantos
menos sobrevivamos más fácil será repartir el botín, y a más tocaremos cada
uno».
Henry Morgan fue el último de los bucaneros. Con el tiempo llegó a conseguir
el perdón real, un título nobiliario, y que le nombraran gobernador de
Jamaica. Nunca regresó a su Gales natal, y se instaló en Port Royal, bebiendo
ron hasta morirse. El poder en el Caribe pasó de las manos de la Hermandad
de la Costa, a las de la marina de Francia e Inglaterra, y aquellos hermanos
que no pudieron adaptarse de una continua lucha contra los españoles a una
relativa paz, zarparon hacia el oriente, en busca de una nueva carrera como
piratas en las costas de la India y de Madagascar.
Es difícil deducir cuáles fueron las consecuencias de la era de los bucaneros.
Para los españoles, la aparición de los que ellos llamaban «los diablos del
infierno», fue evidentemente desastrosa. Se puede compartir la opinión de
los españoles, sobre todo cuando se leen algunos de los relatos de
Exquemelin sobre Pedro el brasileño, el cual solía pasear por las calles de
Jamaica segando a hachazo limpio piernas y brazos de inocentes
transeúntes; o sobre el primer jefe del cirujano, que colocaba un barril de
vino en mitad de la calle, y obligaba a todo el que pasaba por delante a
beber de él o morir allí mismo de un pistoletazo; o respecto a otros amigos
suyos que asaban mujeres desnudas sobre piedras calientes, luchaban bajo
el agua contra los caimanes, o torturaban a los prisioneros para que les
revelasen dónde escondían sus tesoros.
Quizás la consecuencia de la aparición de los bucaneros no fue lo que
realizaron de hecho, sino lo que impidieron que ocurriese. Mientras la
Hermandad de la Costa asestaba duros golpes al pulpo español en su mismo
centro del Caribe, sus tentáculos tenían que retraerse para proteger sus
puntos más vitales. Por lo tanto, el imperio español no pudo expansionarse
hacia las incipientes colonias que se estaban formando a lo largo de la costa
norteamericana, como hubiera sido razonable, y como muchas personas
esperaban y otros temían.

Las tertulias de Buenos Aires


Las tertulias vistas por un francés en los años 1826-33:
"Fuimos a la tertulia. Por lo general, son agradables las tertulias y
enteramente sin etiqueta, lo que forma su principal encanto. La conversación
es siempre muy viva y animada, gracias a la natural alegría de las porteñas,
a la excesiva movilidad de su imaginación y a su índole en general bastante
romántica. La música instrumental (el piano y la guitarra) y el canto varían
también sus placeres, pero especialmente forma el baile su principal objeto;
el baile, en donde se despliegan las más graciosas danzas europeas, el
petulante vals alemán, la contradanza francesa, la española, que parece ser
la favorita, y otros bailes nacionales, como el montonero (minué), que a la
gravedad de su género une el encanto de las figuras españolas de su
complicada contradanza, muy difícil de ejecutar bien. Al entrar saluda usted
a la señora de la casa, lo que constituye la única ceremonia de estilo; puede
usted retirarse sin otra formalidad, de modo que así tiene uno en su mano el
visitar una docena de tertulias en el decurso de una noche, uso muy
análogo, como se ve, al de París. Las maneras y conversación de las señoras
son muy sencillas y graciosas. Las delicadas atenciones que muestran por
los extranjeros han hecho que alguna vez se las acusara falsamente de
excesiva libertad, acusación que las ha determinado a recibirlos con menos
franqueza en su amistad. Sin embargo, ese abandono sienta bien a las
orgullosas y vivas porteñas, de talle elegante y noble, que no perdonan tan
fácilmente a un extranjero su poca destreza y embarazo en tomar un
ardiente mate, o en desempeñar su parte en un grave montonero, cuyas
figuras enreda del todo."
Historia del Carnaval Bonaerense
Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, Nº 47, febrero 2000.
"Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros
opresores." Así comenzaba "Un porteño", como dió en llamarse, una nota
que publicara en un periódico de 1833. Como bien dice nuestro antepasado
protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia
increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por
el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado
por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de
antigua data en al continente europeo.
El carnaval que se festeja en nuestras tierras se ve originado como una fiesta
cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los
tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es
cuando comienza la Cuaresma. La cuaresma es un período de ayuno
observado por los cristianos como preparación para la Pascua. Por todo esto,
los tres días de carnestolendas o carnaval, eran festejados a pleno, porque
luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.
Como bien dice una antropóloga "el carnaval aparece como un absurdo;
encarna la sublimación del ocio. El sinsentido del hacer para despilfarrar." En
esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta la
de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos
disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Por esta
suspensión de lo establecido se lo tildó muchas veces de subversivo. Pero es
también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ser, solo por
tres días.
Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de
años de vida, pero la costumbre que siempre reino, y lo sigue haciendo, es la
de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las
distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie
quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en esos tres días en los cuales
la ciudad parecía un campo de batalla; ricos, pobres, blancos, negros,
desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo F. Sarmiento
era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en los mas mínimo si le
arrojaban agua cuando era presidente.
Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los
españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el
siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros. En 1771 el
Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval
en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las
inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido
prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente
descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por
los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo
rey de España. El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de
enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que
arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz,
no se quedó callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en
España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III
promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes
de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Como
ustedes se imaginaran no se respetó la prohibición, tanto que los festejos
degeneraron y ya en la época del virreinato, el virrey Cevallos se vio
obligado a prohibir los festejos de carnaval. "...conviniendo remediar este
desorden con el presente prohibo los dichos juegos de Carnestolendas...",
decía el bando del virrey, y sigue "... ha tomado en pocos años a esta parte
tal incremento en esta ciudad [...] en ellos se apura la grosería de echarse
agua y afrecho (salvado), y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin
distinción de estados ni sexos...". Seguía diciendo que la gente, se metía en
las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los
muebles.
Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de
febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado
prohibiendo "los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas".
En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común entre
la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma
intensa con agua. Para ello utilizaban todo tipo de recipiente, desde el
modesto jarro, hasta los huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa,
pasando por baldes, jeringas, etc. Los huevos eran vaciados y llenos con
agua, pero no siempre con agua aromatizada, a veces solo se tiraban huevos
podridos. Entre la gente acomodada se usaba, comprar los huevos de ñandú,
rellenos de agua con olor a flores, como hoy se venden las bombitas los
huevos se vendían en las esquinas. Las azoteas de las casas se convertían
en verdaderos campos de batalla acuáticos, y mas de un transeúnte se ligó
una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y
mujeres, todos jóvenes, era divertidìsima y terminaba con la inmersión de los
perdedores en una tina o bañadera.
Esta costumbre de mojarse solo se utilizaba en la ciudad, no se había
generalizado todavía en la campaña ni en las ciudades aledañas a la capital
virreinal. En la campaña solían festejar de forma muy ruda, grupos de jinetes
se chocaban entres si con mucha fuerza, quedando muchos heridos.
Un escritor inglés dice para 1820: "Llegado el carnaval se pone en uso una
desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se
divierte arrojándose baldes de agua desde los balcones y ventanas a los
transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa." Y sigue "Los
diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito."
En las calles eran más encarnizadas las luchas con agua, ya que en ellas
intervenían los esclavos, que mojaban a todo el mundo, se daban pequeñas
venganzas, y más de uno no se la aguantaba pasando a las manos, que
muchas veces terminaba con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo
de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban
porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio
preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.
El carnaval de 1827 fue mucho más tranquilo y los juegos con agua casi ni se
vieron, las continuas quejas de años anteriores habían hecho efecto, aunque
mas que nada se debió a la determinación de la policía de conservar el
orden, algo que nuca había ocurrido. Pero esta moderación solo duro dos
años, ya en 1829 vuelve la violencia. Dice un periódico: "Hémos oído
asegurar que no han faltado brazos ni piernas rotas, ojos sacados,
pistoletazos, etc.". Esto porque otra vez los policías eran los primeros en
jugar. Los juegos con agua siguieron, no siempre violentos.
En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval era esperado con
mucho entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos de Rosas.
Para el carnaval de 1836 se permitieron las máscaras y comparsas, siempre
y cuando gestionasen anticipadamente una autorización de la policía. Para
esta época el carnaval estaba ya muy reglamentado para prevenir
desmanes. Solo se permitía el juego en los tres días propiamente dichos de
carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada)
con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar
los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se tiraban cohetes,
para los cuales había que tener permiso de la policía.
Para los juegos en esta época, se movilizaban carros con tinas de agua,
jarros, jeringas, huevos de ñandú, también se usaban vejigas llenas de aire,
con las cuales se golpeaba a los transeúntes. Estos juegos generaban
verdaderas batallas campales. Luego del cese, de los juegos con agua,
continuaban los festejos con reuniones particulares, que a veces terminaban
a la madrugada.
Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos,
llegando hasta el máximo desbordamiento. La gente se divertía muchisimo,
no había ni clase ni estrato social que no jugara al agua en carnaval. Pero
como en todo estaban los exagerados, que llegaban a las manos, y muchas
veces ocurrían desgracias. También estaban los que no disfrutaban de estos
juegos y no dejaban de quejarse por medio de revistas y periódicos. Muchos
de estos últimos se iban de la ciudad por esos tres días de carnaval. Los
excesos, ¿cuáles eran los excesos?, se preguntaran. Estaban los que
aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de
las mujeres que jugaban al carnaval, manoceandolas, rompiendo sus ropas y
hasta violando. También se catalogaban como excesos algunos que ahora
son muy comunes en carnavales como los de Río de Janeiro o Gualeguaychu:
"Las negras, muchas de ellas jóvenes y esbeltas, luciendo las desnudeces de
sus carnes bien nutridas...", decía José M. Ramos Mejía de esa época.
Por esta época los festejos de carnaval se habían extendido a todas las
ciudades del actual Gran Buenos Aires. Los juegos con agua predominaban,
pero también había bailes. Estos eran muy importantes, comenzaron en
domicilios particulares, a principios de este siglo (s. XX) tomaron la posta los
clubes de barrio.
Pero siguiendo con los "carnavales de Rosas", los grandes protagonistas y
protegidos de Rosas, eran los morenos. Los negros se dividían en "naciones",
y se juntaban en "tambos" a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo
Rosas concurría a los "huecos" donde los morenos festejaban. Por nombrar
una, en 1838 acudió a la fiesta realizada por la "nación" "Congo Augunga",
en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de
su esposa Encarnación y su hija Manuelita.
Una costumbre en esta época era la llamada "día del entierro". Los vecinos
de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban
Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.
Pero no todo era diversión, los desmanes y las escenas "poco decorosas"
aumentaron llegando a ser "repulsivas". Rosas decidió cortar por lo sano y
prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. La prohibición se
extendió también a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires.
Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder.
Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en
diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial
para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.
En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo
reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus
miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que
pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería.
El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y
comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente,
una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Al
principio, los corsos se llevaban a cabo en las calles Rivadavia, Victoria y
Florida, con el tiempo se extendieron a diversas calles y barrios. Eran muy
alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada
nuevo carnaval. Cada corso contaba con una comisión organizadora, los
familiares de los miembros e invitados especiales se ubicaban en los
balcones de la casa que servía de sede, y frente a esta se detenían las
comparsas y mascaras para interpretar sus canciones y sus músicas.
Como es de esperarse, la costumbre de jugar con agua no había
desaparecido, todavía sigue. Se utilizaban huevos y jeringas como antes,
mas la incorporación de los pomos.
Cobraron auge los "centros", sociedades organizadas especialmente para
desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de
sus candombes. A veces al enfrentarse dos comparsas de negros se
iniciaban las "tapadas", un contrapunto de todos los instrumentos que no
terminaba hasta dejar en claro la supremacía de una de las comparsas,
podían durar varias horas. Mas de una ves los vencidos apelaban a los
golpes para expresar su descontento. Pero estos "centros" también estaban
integrados por "gente de bien", el mas conocido era la sociedad "Los
Negros". Esta estaba integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad.
Vestían un uniforme militar húngaro. Las letras de sus canciones eran sobre
la relación de los negros y los blancos, ellos eran, supuestamente, esclavos.
Bastardeaban las costumbres de los negros con sus canciones. Las
comparsas tenían canciones con unas letras muy interesantes. Las había con
contenido gracioso, crítica política, crítica social, de todo un poco.
Lo normal en estos años era que la gente jugaba con agua durante el día,
veían los corsos, que comenzaban tipo cinco y media o seis de la tarde, y
luego acudían a los bailes públicos o particulares, que comenzaban entre las
9 y 11 de la noche y terminaban de madrugada. Decía una crónica de 1872:
"En los teatros, las puertas se abrirán mañana, el lunes 12 y el martes 13, a
las 11 de la noche, y se cerrarán a las 4 de la madrugada. Los "tranways"
estarán en funcionamiento toda la noche. En los teatros, los palcos costarán
alrededor de 200 pesos y la entrada 100. En el Teatro de la Alegría los
precios serán más módicos para los bailes de máscaras: 60 pesos los palcos
y 25 la entrada para hombres. Las damas entrarán gratis. ¿No habrá algún
disfrazado que se haga pasar por mujer?". Este año de 1872, los juegos con
agua fueron prohibidos por la policía, solo se permitían los disfraces y las
comparsas.
Estas últimas se solían juntar en las plazas, la gente se apiñaba en ellas a fin
de escuchar su música y sus canciones. Al mismo tiempo en estos lugares se
libraban combates con bombas, pomos y huevos.
Los corsos de fines del siglo XIX estaban integrados por comparsas, "centros"
y orfeones. Los centros eran sociedades que se juntaban durante todo el año
a cantar en diferentes fiestas, principalmente en carnaval. Las comparsas
estaban integradas por músicos y cantantes, que se reunían para carnaval.
Los orfeones se caracterizaban por su muy buena vestimenta, estaban
integrados por músicos de gran categoría, muy buenos coros y grandes
orquestas y bandas. Los corsos eran financiados mediante colectas y
donaciones, ya que las autoridades no contribuían con dinero. Los corsos
comenzaban usualmente a las cinco y media o seis de la tarde, y finalizaban
con una fiesta de la ceniza. En esta la gente se arrojaba harina y ceniza, eran
luchas violentas, que más de una vez terminaba con incidentes lamentables,
pero por lo general se jugaba con mucho divertimento.
Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos
cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y
Rivadavia, y los llamados de "bellas Artes". Estos arrojaban agua perfumada.
Todo esto a pesar de la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de
carnaval. También se arrojaban serpentinas y "confettis". En San Isidro se
vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio
Spinelli, donde también se ofrecían caretas, serpentinas y papel picado.
A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos sobraban y
alcanzaron su máxima popularidad. Los había en casi todas las calles
principales de Buenos Aires. También en las ciudades aledañas.
Predominaban en el Centro, pero los había en Flores, en Belgrano, Barracas,
La Boca, Parque Patricios. También en el resto del Gran Buenos Aires. Uno
muy importante era el de San Fernando, y se destacaban los de Adrogué,
Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro, este ultimo corso se
llevaba a cabo en las calles Cosme Beccar, Begrano, 9 de julio, 25 de mayo,
hasta Primera Junta.
En estos tiempos estaba prohibido jugar con agua, solo se podía arrojar
"papel cortado, flores, serpentinas y laminillas de mica". Esto no quiere decir
que no se jugara con agua, se siguió haciendo a pesar de todas las
prohibiciones, pero por lo menos con menos violencia. Se solía dejar caer
bolas de papel mojadas desde los balcones o azoteas sobre la gente, a veces
sujetas con hilo para volver a utilizarla.
Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados.
Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y
condes y al gracioso y simpático "oso Carolina", el cual realizaba piruetas.
Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la
llegada de las sociedades corales y musicales. También estaban los "clowns"
o payasos, que ejecutaban difíciles pruebas gimnásticas. Luego surgieron los
grupos de máscaras caricaturescas que divertían con sus números y
vestimenta graciosa.
Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Se realizaban a
continuación de los corsos en teatros, instituciones sociales, hoteles y
residencias particulares. Por lo general eran de disfraces, y se bailaban
polcas, valses, etc. Algunos de los teatros hasta tenían un servicio mediante
el cual los concurrentes podían cambiar de disfraz cuantas veces quisiesen.
Uno de los más famosos lugares de baile fue el "Club del Progreso", fundado
en 1852. Era un triunfo social poder participar de sus bailes, ya que había
una rigurosa selección de invitados. Fuera de la Capital los mas conocidos
eran los del "Tigre Hotel" los del "Hotel de San Isidro", también en la ultima
localidad eran famosos los bailes de Francisco Bustamante, o las suntuosas
veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los
de Morón, Lomas de Zamora y, los del hotel Las Delicias en Adrogué.
También estaban los bailes del Club de Flores, los del hotel "Carapachay" de
San Fernando. Otros bailes famosos eran los organizados por una comisión
de vecinos en los salones de la Municipalidad al finalizar el corso de la calle
Corrientes. En casi todos los clubes barriales había bailes en carnaval, tanto
en la Capital como en el Gran Buenos Aires.
Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía
como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían
en los carruajes durante los corsos mas importantes. Ya no se daba la
camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con
los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y
festejaban juntos.
El carnaval fue perdiendo encanto, había muchas patotas y gente pasada de
copas que acudía a los corsos, siempre armándose peleas. Muchas familias
dejaron de ir a los corsos mas populares. En 1909 se suspendieron los corsos
por los continuos incidentes que se producían en ellos.
Por estos años se daban los bailes de los conventillos, que eran legión en
Buenos Aires, muchas veces terminando a tiros o puñaladas, pero la mayoría
de ellas festejados con mucha alegría y camaradería.
A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo.
Fueron siendo remplazadas por las murgas. Estas en principio estaban
integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e
ingenuos, y sus letras "atrevidas". Los corsos perdían brillo, se poblaban de
chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos
chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Ya no primaba la
elegancia de tiempos pasados. Eran tiempos difíciles y se notaba en los
festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en
gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En 1921
resultaron fabulosos los del Club de Flores, el realizado por el Círculo de la
Prensa en el teatro Coliseo y las veladas en el Tigre Hotel. Las mujeres iban
vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas,
para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales y en
residencias particulares. En todos se realizaban concursos y se premiaba al
mejor bailarín y al mejor disfraz.
En la década del 20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y
menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos.
Como se dijo, con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las
murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco. Las comparsas
en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto
dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el
resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración.
Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos,
de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del
encuentro e intercambio vecinal de los barrios.
Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las
grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y
son muy divertidas.
Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se
organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que
todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero
todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron
por mas prohibiciones que les implantaron.
MBORORE
Hay batallas que sólo sirven para entretener a historiadores. Pero hay otras
que fueron realmente importantes y a veces no son las más difundidas. Por
ejemplo la batalla de Mbororé, que nadie recuerda hoy y sin embargo ha sido
la mas trascendente acción bélica de nuestra historia puesto que impidi que
la actual Mesopotamia argentina fuera hoy territorio brasileño.
No es reprochable que no queden memorias de esta acción. Ocurrió hace
más de tres siglos y los contendientes fueron habitantes de dos imperios ya
olvidados: por un lado los guaraníes que vivían en las reducciones jesuitas
en lo que hoy es Paraguay, Misiones y Corrientes, una verdadera nación con
leyes, idioma y economía propios. Los otros protagonistas de la batalla de
Mbororé fueron los bandeirantes, aventureros que tenían su centro de acción
en Sao Paulo y eran una mezcla de portugueses, mestizos e indios tupíes,
verdaderos piratas de la tierra, desacatados de toda autoridad y profesantes
de un vago cristianismo sincretizado con toda clase de supersticiones.
Agrupados libremente en compañías o "bandeiras", tal como los bucaneros
del Caribe, incursionaban sobre las misiones de la Compañía de Jesús en
busca de esclavos. Pues los jesuitas habían enseñado a sus neófitos a
profesar toda suerte de oficios, pero eran indefensos como corderos.
Desde 1620 en adelante los avances de las "bandeiras" se hicieron tan
atrevidos que los hijos de Ignacio de Loyola prefirieron abandonar algunas de
sus reducciones y trasladar poblaciones enteras antes que seguir
exponiéndose a esos ataques. Sabían que era necesario rogar a Dios pero
también dar con el mazo... Los jerarcas de la orden deliberaron, pues, en
Buenos Aires, y firmemente resolvieron defenderse. Trasládase a varios
jesuitas que habían sido militares antes de ordenarse sacerdotes y les en-
comendaron la organización castrense de los guaraníes. Luego obtuvieron
que el rey de España levantara la prohibición que vedaba a los indios el
manejo de armas de fuego. Adquirieron todos los artefactos bélicos
disponibles y, no desdeñando los recursos espirituales, consiguieron del Papa
un Breve que fulminaba con excomunión a todo cristiano que cazara indios.
Pero cuando el jesuita que portaba el documento papal lo difundió en Soa.
Paulo corrió peligro de ser linchado: una de las industrias paulistas era,
precisamente, la caza de guaraníes para proveer mano de obra gratuita a los
ingenios y fazendas de la región.
A fines de 1640 los jesuitas tuvieron evidencias de una nueva incursión de
bandeirantes más numerosa que las anteriores. Apresuradamente
concentraron a sus bisoños soldados y maniobraron hasta esperar a los
paulistas en el punto de Mbororé, en la actual provincia de Misiones, sobre la
ribera derecha del Alto Uruguay. Más de 10.000 soldados armados con toda
clase de elementos se aprestaron a defender su tierra; centenares de canoas
y hasta una balsa artillada formaban parte del ejército de la Compañía de
Jesús
Los portugueses venían en 300 canoas y estaban tan acostumbrados a
arrear sin lucha a los pacíficos guaraníes, que no tomaron las mínimas
previsiones aconsejables. Unas oportunas bajantes del río que naturalmente
los religiosos certificaron como ayuda providencial- contribuyeron a
desordenar a los invasores. El 11de marzo de 1641 los soldados de Loyola
empezaron a arrollar a los bandeirantes: la batalla duró cinco días. El ingenio
jesuita había provisto a sus discípulos de armas tan curiosos como una
catapulta que arrojaba troncos ardientes. Finalmente, los paulistas debieron
huir desordenadamente por la tupida selva. Anduvieron diez días
arrastrando a sus heridos y enterrando a sus muertos.
Pero los jesuitas estaban resueltos a terminar con la cuestión paulista. El
día de Viernes Santo, mientras los derrotados oraban por su salvación, los
guaraníes dieron cuenta de los últimos restos de la bandeira. Los contados
sobrevivientes, acosados por las fieras, los indios caníbales y la selva,
tardaron un alto y medio en regresar a Sao Paulo. Fue un escarmiento
definitivo. No hubo más bandeirantes sobre el imperio jesuítico, que
desarroIIó desde entonces todo su hermético esplendor.
Si no hubiera sido por esa batalla curiosamente anfibia, con varias etapas
en el río y otras en la selva, el avance portugués se habría extendido
infaliblemente sobre Misiones, Corrientes y hasta Entre Ríos, y el mismo
Paraguay no se hubiera salvado de la anexión. Así de pequeñas son las
causas que colorean en definitiva los mapas de los continentes.. La olvidada
y remota batalla de Mbororé salvó esa vasta comarca que seria más ancha si
la diplomacia portuguesa y su sucesora, la de Brasil, no hubieran avanzado
al estilo bandeirante sobre nuestro noreste.
Pero no hubo guaraníes valerosos ni jesuitas decididos para oponerse a esta
acción. Y en cambio sobró imprevisión e incapacidad para dejar perder esa
parte de la herencia nacional.

Bibliografía: Conflictos y Armonías En La Historia Argentina

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