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El abismo de Vallejo

Por José María Baldoví Giraldo

Redacción de El País. Bogotá

Si algo no le perdonan a Fernando Vallejo es que cada vez que habla y escribe devuelva a Colombia, de
una pedrada, a una realidad que él no vacila en señalar como brutal e irreversible.

Diestro en el empleo de la ironía y agrio provocador estético, el controversial autor antioqueño tan sólo
aspira, durante los años que le queden, ya va por los 61, a "reunir los últimos restos del naufragio para
que juntos se acaben de hundir".

Al menos esa es la sensación que despierta con la reciente publicación de 'La Rambla paralela': novela
que en sus palabras es el libro de su muerte, "en sentido estricto y figurado", y con la que según
anunció le pone punto final a una saga de obras desbordadas de odio contra el mundo y de flagelante
autoinculpación, hoy contenidas en el vasto volumen de 'El río del tiempo'. Y en el que según parece no
se bañará dos veces.

Esa enfermedad incurable, para continuar con el diagnóstico sin anestesia, que para él es Colombia "no
tiene perdón ni tiene redención", como declara en las primeras frases de 'Almas en pena, chapolas
negras. Una biografía de José Asunción Silva'. Y agrega el autor: "Esto es un desastre sin remedio".

Calamidad de la cual, 30 años después de vivir arrastrando sus nostalgias por las esquinas y recovecos
de Ciudad de México, todavía no se ha podido sacudir pues como ha dicho una y mil veces: "recorro
las mismas calles de mi niñez, los mismos barrios, sobre todo el de Boston en Medellín, donde nací, las
mismas casas, la de mis padres y mis hermanos. Medellín y Colombia me van a acompañar hasta la
muerte".

Esa 'maldición', sin embargo, ha sido el pasto con el que este iconoclasta ha alimentado su tremebunda
narrativa.

En ese sentido integra las filas de una tradición intelectual conformada por pensadores, panfletarios y
profesionales del escándalo en el país que han sido personajes como José María Vargas Vila, Fernando
González, tutor espiritual del Nadaísmo, incluso el extraviado bardo de Porfirio Barba Jacob. De quien
realizó, en opinión de la crítica Luz Mary Giraldo, una de las mejores biografías en lengua castellana:
'El mensajero'.

Observación ésta que el escritor Antonio Caballero hace extensiva y de manera indiscriminada a cuanto
produce el también filólogo, que con 'Logoi: una gramática del lenguaje literario', ha marcado un hito
en el estudio del universo de la palabra.

De la generación posterior a García Márquez, sentencia entonces Caballero: "sólo me interesa Vallejo.
Me parece un escritor extraordinario. Uno que dice lo que quiere, que es de lo que se trata. Repetitivo,
claro: siempre quiere decir lo mismo".

Odiado y amado. Aunque muchos le reprochan su desafiante actitud al ventilar los traumas del país en
sus obras y más allá de nuestra fronteras, instándolo por otra parte a que lave los trapos sucios en casa,
Vallejo contraataca al alegar que esos mismos trapos no tienen patria y que apenas son la prolongación
visible y simbólica de la podrida condición humana.

¿A qué vinimos? Se interroga con angustia Vallejo. Y él mismo se responde: "No vinimos a este mundo
a quedarnos. Vinimos a pasar como el viento y a morir".

Por cuenta de estos arranques y denuncias, es que colegas suyos como Germán Espinosa apunta que
Vallejo, luego de los primeros textos "que son muy buenos, descubrió que diciendo cosas destempladas
adquiría popularidad. No es sincero, se inclina por el sensacionalismo e imposta la voz para
escandalizar".

Para el compositor de 'La tejedora de coronas', esa misma aventura de reventarse contra todo ya la
había practicado el Nadaísmo y particularmente Gonzalo Arango, y de manera mucho más afortunada.

Por eso es que si acaso el próximo 27 de junio se alza con el Premio Internacional de Novela Rómulo
Gallegos, el más importante de Latinoamérica y al cual está nominado por 'El desbarrancadero',
desgarradora alegoría acerca de la descomposición nacional recreada desde las entrañas de una familia
en bancarrota moral, lo más probable es que no falten quienes aquí en casa clamen al cielo por tamaño
despropósito. Gustavo Álvarez Gardeazábal, por ejemplo, declara que "sería muy doloroso que
obtuviera el galardón con 'El desbarrancadero' porque es la peor de sus novelas, parece escrita por un
viejo gagá y carece de esa gracia que lo consagró con 'La Virgen de los sicarios'.

Lo que sí no niega el autor vallecaucano es que "hace rato que le han debido dar a Vallejo el premio
Nobel, pues es el mejor escritor del país. Es superior a García Márquez", sentencia.

A pesar de que para muchos el gran problema del hasta ahora único existencialista de nuestra prosa sea
que "nunca consiguió adeptos en Colombia y apenas hasta ahora se le reciba como a uno de los grandes
tras mucha tinta derramada a su paso", la analista Luz Mary Giraldo jura que Vallejo supone una
dramática ruptura en el panorama de las letras nacionales.

¿Por que? se preguntarán los incrédulos. Porque construye "una venenosa radiografía de nuestra
sociedad y porque actúa como un malpensante frente a una comunidad de bienpensantes y conformes",
dice Luz Mary.

Es que ese caso extraño en la literatura colombiana, tiene a veces, de acuerdo con el nadaísta Jotamario
Arbeláez, "el ardor de los profetas bíblicos pero el aliento azufrado. Tal vez descienda, como los
nadaístas, del abrevadero espiritual y contestatario que fue el maestro Fernando González, y por eso a
veces se le empariente con nosotros".

Dispensado el algodón, entra la cicuta, pues enseguida Arbeláez remata: "pero es tan reiterativo en sus
ronchas que termina asfixiando, saturando, mamando".

Con esa catarata de vainazos, ¿para qué se puso a escribir Fernando Vallejo? Para cumplir con tres
propósitos: "llenar el tiempo vacío, olvidarme de todo hasta de mí mismo y mostrar que la vida es
terrible aún en la mejor de las circunstancias, con dinero, con salud y con educación".

Ese mismo ser que se pasó la infancia y la juventud en misa o leyendo novelas hasta que perdió la fe en
Dios, hoy sólo reconoce como hermanos a los caballos, los gatos, los perros y las ratas.

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Por lo demás, afirma que el peor crimen que se pueda cometer es el reproductivo, el de imponerle la
vida a quien no la ha pedido.

Ante la perspectiva del ningún sentido de la existencia en esta tierra, Fernando Vallejo anda ligero de
equipaje para volver a la materia de donde salimos: del hueco primordial. Sus palabras, por el
contrario, ya se salvaron del olvido.

En sus propias palabras:

"No concibo otra forma de escribir que en primera persona. Es la única real y sincera, porque ¡cómo va
a saber un pobre hijo de vecino lo que están pensando dos o tres o cuatro personajes! ¡No sabe uno lo
que está pensando uno mismo con esta turbulencia del cerebro va a saber lo que piensa el prójimo!"
(Fernando Vallejo en 'Los días azules').

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