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joven!
salidos de su seno, al seno vuelven, y duermen al abrigo del dolor;
todos allí tornamos;
y, entre tanto...
¡oh! pensador augusto;
te saludo.
¡salve! ¡salve, gladiador vencido!
sobre tu duro cabezal de piedra, tu frente de coloso reverbera;
como un nidar de águilas marinas, que la espantosa tempestad de nieve, sorprende y mata sobre
el nido mismo, así en tu cerebro luminoso, muertas quedaron las ideas soberbias, sin vida los
grandiosos pensamientos, cuando la muerte, con su mano ruda, te oprimió el corazón y la garganta;
tus labios, catarata de armonías, como un torrente exhausto, yacen mudos;
como un pájaro herido, la palabra plegó las alas, rebotando el vuelo; y expiró sollozando entre
tus labios;
¡oh cantor inmortal!
¿quién como tú hará las estrofas demoledoras, esos cánticos bravíos, esas rimas sacrílegas,
iconoclastas, que como verbo de Lucrecio y acentos de Luciano, pasaban por los cerebros, disipando
sombras, expulsando dioses, azotando errores, borrando de las almas inocentes las últimas leyendas
del milagro, los cuentos de los viejos taumaturgos?
¡oh tribuno prodigioso!
aún me parece oír la severa armonía de tus frases, bajando de la alta cátedra, donde brotaban
las ideas cantando, mariposas de luz, aves canoras, que tenían del águila y la alondra, de los panales
que libaba Homero, y del encanto que fulgía en Platón;
y, ¡aquellos días de luchas tribunicias...!
aún me parece escuchar, vibrando en el espacio como una catarata en la montaña, el rumor de
tu verbo portentoso;
como una tempestad en el desierto, pasaba así, tu acento de tribuno, dominando las hoscas
multitudes, o haciéndolas erguirse amenazantes cual las olas de un mar embravecido; y, encadenando
a ti las almas todas;
y, pasaba como un huracán, por sobre los espíritus asombrados, desarraigando las creencias
que alimentan la ignorancia, citando al error ante tu barra, atacando al monstruo en su guarida;
y, trayendo a tus plantas, ya vencido, y aún sangriento y hosco: el fanatismo;
¡oh! tu acento aquel, que recordaba el soplo poderoso que atraviesa por las páginas incendiadas
de la Biblia, ardiendo zarzas, incendiando montes, hendiendo rocas, deteniendo ríos, y fijando el sol
sobre los cielos, para alumbrar una hecatombe siniestra;
¡oh patria mía!
GRANDES ORADORES COLOMBIANOS ANTONIO CRUZ CARDENAS
JOSE MARIA VARGAS VILA