Cuando uno de los genios fundadores de la terapia familiar publi-
ca un libro nuevo, se debe prestar atención. Hubo un tiempo en el que cualquier cosa que llevara el nombre de Jay Haley tenía un públi- co instantáneo. En la edad de oro de la terapia familiar, libros como Problem-Solving Therapy y Trastornos de la emancipación juvenil y te- rapia familiar eran ejemplos supremos de lo que hizo de la terapia es- tratégica el enfoque más influyente de la época. Pero eso era antes del posmodernismo, antes del modelo basado en la colaboración y antes de que la terapia narrativa y la terapia centrada en las soluciones lle- garan a ser tan populares. Hoy en día hay quien dice que la terapia es- tratégica ha muerto. La terapia estratégica que floreció en la década de 1980 se centraba en tres grupos excepcionales y creativos: el centro de terapia breve del MRI (Weakland, Watzlawick y Fisch); Mara Selvini Palazzoli y sus co- legas de Milán; y, naturalmente, Jay Haley y sus colegas del Family Therapy Institute de Washington, D.C. El maestro, Milton Erickson, era una escuela en sí mismo. Lo que hizo que la terapia estratégica fue- ra tan popular era que ofrecía un sencillo marco de referencia para en- tender por qué las familias se quedan atascadas y un ingenioso conjun- to de técnicas para ayudarlas a seguir adelante. Según la metáfora cibernética, las familias se quedan atrapadas en pautas disfuncionales cuando se aferran a soluciones que no funcio- nan. El truco consiste en conseguir que prueben algo diferente. Si la esencia de la conducta neurótica es la obstinación en comportarse de una manera contraproducente, la esencia de la terapia estratégica es hacer que la gente pruebe algo diferente. Para conseguirlo, los tera- peutas estratégicos introdujeron varias técnicas ingeniosas, muchas 01 El arte de la terapia 16/12/05 12:57 Página 12
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de ellas paradójicas, diseñadas para deshacer las soluciones homeos-
táticas («que mantienen el problema») y conseguir que las familias se pusieran en marcha y siguieran adelante. Al igual que muchas personas sin la fortuna suficiente para recibir instrucción de un maestro consumado como Jay Haley, aprendí tera- pia estratégica leyendo libros y uniéndome a un grupo de terapeutas de posgrado con un supervisor. Lo que recuerdo de aquellas sesiones es que un grupo de personas serias e inteligentes solían entrevistar a familias con una amplia gama de dinámicas complejas. Y resulta que, invariablemente, la «solución estratégica» del grupo era prescribir a las familias que siguieran haciendo exactamente lo que venían haciendo. Esta «orden paradójica» (o esta «psicología al revés», como diría nues- tra abuela) tenía como objetivo hacer que los clientes se rebelaran contra esta directiva descabellada y abandonaran sus propias solucio- nes, que no hacían más que mantener el problema. Por desgracia, esta táctica dejaba frías a muchas personas, yo mismo entre ellas. Total, que la terapia estratégica era manipuladora, efectista y su- perficial y era lógico que el campo siguiera adelante sin ella. Por cier- to, si el lector desea ver algunas de las críticas más sentidas del hábil tecnicismo de la terapia estratégica, bastará con que lea las obras de los principales terapeutas narrativos. Resulta que muchos de ellos son refugiados de su propio estilo manipulador de terapia estratégica. Como el lector habrá supuesto, desde entonces he descubierto que en la terapia estratégica hay mucho más de lo que parece. ¿Y cómo lo he sabido? Pues entrando en contacto con profesionales en ejercicio que habían sido formados por Jay Haley. Estos terapeutas tenían una comprensión de la familia mucho más rica y profunda de lo que nin- gún crítico podría imaginar y su ingenioso uso de las directivas era tan sutil y acertado que les he robado (he tomado prestadas) muchas de sus estrategias para mi propia práctica profesional. Naturalmente, se puede aprender terapia estratégica leyendo un capítulo de algún libro de texto. De igual modo, se puede aprender a hacer terapia familiar estructural leyendo Familias y terapia fami- liar, de Minuchin, donde aprenderemos que lo único que hace falta es unirse a las familias, establecer unas reglas y luego hacer todo lo que hace Minuchin para reestructurarlas. El problema es que la mis- ma elegancia de los modelos estructurales y estratégicos que los hacía tan fáciles de resumir y de enseñar provocaban la ilusión de que eran fáciles de aprender y practicar. Como alguien que ha estado treinta