Professional Documents
Culture Documents
1
heidelbergensis (denominado Homo rodhesiensis en su variante
africana), la especie asociada al Achelense en Europa.
En esta ocasión, las tecnologías líticas identificadas en ambas
orillas del Mediterráneo son muy similares. Pero la configuración
geológica y geográfica de los estrechos marinos de la cuenca
Mediterránea occidental y central, continúa siendo un argumento
válido para desestimarles como vía de tránsito desde África hacia
Europa (ver epígrafe 2.2.2 del Tema 3). En esta ocasión, como
ocurriera en el caso del primer episodio de poblamiento, Próximo
Oriente también constituyó una región encrucijada entre África y
Europa. Naama Goren-Inbar e Idrit Saragusti han destacado como allí
aparecen los ejemplos extra-africanos más antiguos de Achelense
pleno. Al respecto, un yacimiento clave es el israelí de Gesher Benot
Ya’akov, aunque existen otros ejemplos. Por otra parte, en la
transición Pleistoceno inferior/Pleistoceno medio el Valle del Nilo
comienza a drenar hacia el Mediterráneo las aguas de las cuencas
esteafricanas. A esta cronología corresponden las primeras industrias
líticas nilóticas, correspondientes al Achelense pleno. Ambos datos
señalan el Valle del Nilo, junto a las riberas del Mar Rojo, como vía de
comunicación natural a través de la cual las poblaciones de África
oriental pudieron dispersarse hacia Próximo Oriente (figura 4.1).
2
caracteriza por la dispersión por Europa del Achelense pleno. Pero se
hace necesario señalar que no todos los yacimientos documentados a
partir de estas cronologías ofrecen todos los elementos
característicos de este tecnocomplejo. Existen algunos ejemplos con
industrias líticas similares a las del Paleolítico inferior clásico. Para
Eudald Carbonell y sus colaboradores, esta circunstancia implicaría
que en Europa no se produjo una substitución brusca del Modo 1 por
el Achelense. El principal escollo para aceptar esta hipótesis es la
ausencia en Europa de registro arqueológico entre OIS 19 (787.000-
760.000 BP) y los inicios de OIS 15 (620.000 BP). Ello hace difícil
sostener que las tecnologías achelenses fueran adquiridas de forma
progresiva por un substrato demográfico local, caracterizado por una
tradición industrial más arcaica. Esta aparente convivencia de
conjuntos del Paleolítico inferior arcaico, con otros de filiación
Achelense, es más sencilla de explicar por medio de los
condicionantes del medio geográfico que estas poblaciones fueron
ocupando.
3
sólo se conocen en materiales pétreos. Tal es el caso de los bifaces y
hendedores óseos documentados en Fontana Ranuccio y Castel di
Guido, en las cercanías de Roma.
Otras zonas donde las materias primas predominantes limitaron
las posibilidades de tallar útiles de gran formato, cuando se introdujo
el Achelense en Europa, son Bohemia, Moravia (República Checa) y el
noroeste de Hungría. En ellas se localizan yacimientos, como el
húngaro de Vértesszöllös, caracterizados por las denominadas
“industrias Buda”, datadas en unos 350.000 BP. Estos conjuntos líticos
fueron realizados a partir de pequeños nódulos líticos, por medio de
técnicas muy básicas. De una forma similar se configuraron buena
parte de las herramientas excavadas en El Aculadero (El Puerto de
Santa María, Cádiz), ya comentado en el tema anterior.
En la Península Ibérica es más habitual que las tecnologías
achelenses se manifiesten de forma plena, si bien también existen
yacimientos atípicos. Un buen ejemplo es el mencionado caso de El
Aculadero, pero existen otros significativos como el de Irikaitz IV
(Guipúzcoa). Estudiado por Álvaro Arrizabalaga y su equipo, allí se ha
excavado un conjunto dominado por lascas sin retoque y algunos
“cantos trabajados”. Su antigüedad máxima es de 250.000 BP, a
juzgar por el contexto sedimentario.
Por añadidura, en zonas donde abundan las materias primas de
buena calidad, pueden existir yacimientos en los que el instrumental
lítico, en especial bifaces y hendedores, se realizó de una forma poco
estandarizada. Un buen ejemplo de esta situación es Tafesa (Madrid).
Contemporáneo a otros de su entorno, como Oxígeno o Arriaga II,
tradicionalmente atribuidos al Achelense medio y superior por la
morfología de sus industrias, contiene herramientas de aspecto tosco.
Entre el conjunto lítico de Tafesa difícilmente se reconocerían bifaces,
siguiendo las tipologías clásicas. Pero los análisis de tecnología
realizados por Javier Baena, han determinado que las técnicas de talla
empleadas en su realización son equivalentes a las del resto de los
yacimientos contemporáneos en su zona. Esto es, corresponde al
Achelense.
En definitiva, las industrias líticas de este periodo manifiestan
un alto grado de flexibilidad: los grupos humanos no sólo adaptaron
sus gestos técnicos y secuencias de trabajo, para obtener aquellas
herramientas líticas que permitían las rocas disponibles en su entorno
inmediato. En algunos casos, donde el entorno ofrecía materias
primas de alta calidad para la talla, como parece ser el de Tafesa,
prefirieron economizar medios y tiempo. Posiblemente porque las
circunstancias concretas (tal vez aprovechar rápidamente la
oportunidad de carroñear una carcasa) exigieron una intervención
inmediata y no permitieron la producción de un instrumental que, a
nuestros ojos, parecería más sofisticado. Estas circunstancias
previenen sobre la aplicación de los rígidos esquemas evolucionistas
que sentaron las bases de la datación y compartimentación
cronológica del Achelense europeo (ver cuadro de texto 4.2).
4
<aquí figura 4.3>
<Figura 4.3. Diferentes tipos de bifaces que, teniendo en cuenta
únicamente su morfología, podrían asignarse a las diferentes fases
del Achelense establecidas por François Bordes. 1.2: bifaces espesos,
con bordes sinuosos, y talones corticales (Achelense inferior). 3:
bifaces de tendencia más aplanada, supuestamente más
estandarizados, como el cordiforme representado en la figura
(Achelense medio). 4: bifaz micoquiense (Achelense superior). 5: bifaz
cordiforme alargado (Achelense superior). 6: bifaz micoquiense de
base globular; bordes con tendencia a formar una línea cóncava y
extremo distal apuntado (Achelense final o Micoquiense).>
[NOTA: el cuadro de texto 4.2 y la figura 4.3., deberían componerse
juntos, en páginas correlativas ¿par la figura e impar el cuadro de
texto?)]
5
faunas, la cronología se ha establecido sobre la base del análisis
geológico de las secuencias de terrazas fluviales, lo que proporciona
un ambiguo esquema relativo (ver cuadro de texto 4.2).
6
repertorio de útiles en lascas retocadas. Correspondería a las fases
paleoclimáticas OIS 11 a OIS 8 (362.000-303.000 BP), aunque algunos
entren de lleno en OIS 7 (303.000-245.000 BP).
Según este esquema, la última fase del Achelense peninsular (el
Achelense superior y el Achelense final o Micoquiense de la
terminología clásica) correspondería a yacimientos como El Basalito
(Salamanca); Oxígeno (Madrid); el Nivel 23 de la Cueva del Castillo
(Cantabria); o Solana del Zamborino (Granada). En estas industrias se
documentan bifaces retocados con percutor blando, con formas
simétricas de tipo micoquiense y filos rectos. Junto a ellos aparecen
hendedores con retoque bifacial, realizados sobre lascas Levallois.
Esta técnica de talla empieza a ser utilizada con más profusión. De
ahí que algunos especialistas consideren los ejemplos más tardíos de
estos yacimientos como musterienses y, por tanto, propios del
Paleolítico medio. El Achelense superior y final correspondería con las
fases OIS 7 y OIS 6 (303.000-128.000 BP), existiendo numerosos
ejemplos que podrían corresponder a OIS 8 y otros que se datan a
inicios del Pleistoceno superior (a comienzos de OIS 5).
La investigación del Achelense desarrollada en los últimos
treinta años, ha matizado, incluso cuestionado, la validez de estas
subdivisiones cronológicas tradicionales. Como se ha expuesto, estas
fueron establecidas a partir de la morfología del instrumental, en
especial la de los bifaces y, en menor medida, de los hendedores.
Conforme se han revisado los métodos de datación relativos y han
podido aplicarse otros que proporcionan fechas radiométricas, se ha
comprobado que existen significativos solapamientos cronológicos
entre yacimientos e industrias asignados desde el punto de vista
tecnológico a una u otra fase. De este modo, por poner un ejemplo,
en Atapuerca Galería no se documentan los sistemas de talla
Levallois. Pero es contemporáneo de las cercanas ocupaciones de
Atapuerca Gran Dolina 10 y 11, donde si aparece representada esta
tecnología. Por otra parte, el grado de estandarización y refinamiento
en la talla de bifaces y hendedores está relacionado con los
materiales disponibles para su fabricación, antes que con un
progresivo desarrollo técnico. Por ejemplo, es el caso ya citado de las
colecciones toledanas de Pinedo, antes atribuidas al Abbevilliense o
Achelense antiguo, por la tosquedad de sus bifaces. Como se verá
más adelante, la revisión de su contexto geológico las ha situado en
cronologías posteriores, cuando según los esquemas clásicos el
Achelense medio estaba dando paso al Achelense superior.
7
tipológicos de ordenación cronológica. El paleomagnetismo, la
microfauna y la datación radiométrica de una costra calcárea,
superpuesta al depósito fosilífero, sitúan la sedimentación de éste
entre 524.000 y 423.000 BP (OIS 13 a OIS 11). Ligeramente posterior
(478.000-362.000 BP, esto es, OIS 12 a OIS 10) es la fecha propuesta
a partir de su geología para los Llanos de San Quirce del Río Pisuerga
(León), también incluido en el Achelense inferior.
8
conociéndose sólo datos preliminares de este último.
El proceso de sedimentación de la secuencia de Galería, con
industrias del Achelense medio desde el punto de vista tecnológico y
tipológico, se ha situado entre 350.000 y 200.000 BP. Concretamente,
entre 350.000-250.000 BP para la Unidad III y 250.000-200.000 BP
para la Unidad II. Las dataciones absolutas de Gran Dolina 10 se
sitúan en una media de 337.000 BP y las de Gran Dolina 11 en
308.000 BP. Ambos niveles ofrecen industrias propias de los
tradicionales Achelense superior y final. El análisis de las técnicas de
talla empleadas para fabricar el instrumental de Galería ha
determinado que son propias del Modo 2. Gran Dolina 10 y 11 ofrecen
tecnologías Levallois, propios ya del Modo 3, en Europa generalmente
equiparado con el Musteriense, por lo que se encuentran entre los
ejemplos europeos más antiguos que documentan esta tecnología.
Además de los diferentes yacimientos de Atapuerca, en la
región occidental de la Cuenca del Duero y en el dominio del Sistema
Ibérico cabe destacar los ejemplos de Ambrona, Torralba y Cuesta de
la Bajada. Las tres estaciones no parecen más antiguas de la fase OIS
9 (339.000-303.000 BP), aunque recientemente se ha señalado que
Ambrona podría ser ligeramente anterior. La industria lítica de Cuesta
de la Bajada (Teruel) tiene una apariencia más arcaica que la de
Ambrona y Torralba (ambos en Soria), como resultado de las
limitaciones impuestas por las materias primas disponibles en el área.
En el área oriental de la Meseta y el Dominio Ibérico, entre la
Depresión del Ebro y el área Pirenaica, además de Cuesta de la
Bajada se conocen otras industrias achelenses, que en términos
tradicionales podrían adscribirse al Achelense inferior y al Achelense
medio. Algunos de los conjuntos más conocidos son los de la Cuenca
del Najerilla (La Rioja). Por su aspecto, Pilar Utrilla los ha relacionado
con las ocupaciones de Gran Dolina 10-11 y Galeria. Algo que cobra
sentido, si se tiene en cuenta la proximidad geográfica de este valle
con el Corredor de la Bureba, donde se ubica la Sierra de Atapuerca,
así como las posibilidades de comunicación que ofrecen ambas
regiones por medio del valle del Arlanzón.
En cuanto a Ambrona y Torralba, descubiertos por el Marqués de
Cerralbo a comienzos del Siglo XX, han sido objeto de investigación
desde 1961. La misma se ha desarrollado de forma intermitente hasta
la actualidad, habiendo sido abordada en los últimos 50 años por dos
equipos diferentes.
El coordinado por L. G. Freeman y K. W. Butzer, durante la
década de 1960, consideró ambos yacimientos contemporáneos,
datándolos entre 450.00 y 420.000 BP. El codirigido por Manuel
Santonja desde los años 90 ha rejuvenecido unos 100.000 años la
fecha de ambos, para situarlos en OIS 9, como ya se ha adelantado.
Además, sus estudios han demostrado que Ambrona y Torralba no son
estrictamente contemporáneos. En Ambrona, cuyo proceso de
formación ha podido estudiarse mejor que el de Torralba, se han
individualizado dos unidades o complejos. El inferior correspondería a
industrias plenamente achelenses, equivalentes en su aspecto a lo
que en términos clásicos se denominaba Achelense medio y
9
Achelense superior.
Unas dataciones absolutas, publicadas recientemente, han
señalado que este complejo podría ser algo más antiguo: las fechas
mínimas se sitúan entre finales de OIS 11 (362.000 BP) e inicios de
OIS 9 (339.000 BP). A su vez, la unidad superior cuenta con sistemas
de talla Levallois, similares a los identificados en Gran Dolina 10 y 11,
por lo que no parecen que sean más antiguos que éstos.
En el Litoral Atlántico portugués y la Depresión del Tajo, también
se conocen algunos yacimientos achelenses. Uno de los más
conocidos es Mealhada, en el valle del Certima (Beira Alta, al sur de
Oporto). Se trata de una colección lítica propia del Achelense medio,
asociada a restos de fauna, que no parece ser más antiguos de
300.000 BP. Esta cronología es similar a la atribuida a los niveles
medios de Alpiarça (en el Ribatejo, cerca de Santarem). Este último
yacimiento cuenta con unos niveles inferiores que corresponderían a
cronologías similares a las de Torralba y Ambrona superior. Dentro de
la Extremadura portuguesa, cabe citar el yacimiento en cueva de
Galería Pesada, en el complejo calizo de Almonda. Su cronología no se
remonta a más de 250.000 BP, incluyendo su registro industrias
propias del Achelense superior y restos humanos. Concretamente dos
piezas dentales, atribuidas a una variante evolucionada de Homo
heidelbergensis.
Volviendo al interior peninsular, al sur del Sistema Central, en
las cuencas sedimentarias del Tajo y el Guadiana, destaca el área
madrileña por la riqueza de sus vestigios del Paleolítico inferior y
medio. En especial las terrazas de los ríos Manzanares y Jarama, muy
alteradas en la actualidad por el crecimiento urbano de Madrid y su
área metropolitana. A tenor de las informaciones generadas por
pioneros de la arqueología prehistórica como Casiano de Prado, Juan
Vilanova i Piera o José Pérez de Barradas, el tramo del río Manzanares
que actualmente transita por el interior de la ciudad de Madrid
constituyó un auténtico macro-yacimiento. Cuando menos, eso se
desprende de la densidad y calidad de los restos correspondientes al
Paleolítico inferior clásico y el Musteriense localizados en la región.
Como ocurre con los sectores occidentales de la cuenca del Duero, la
nómina es abrumadora.
Entre los asentamientos más antiguos del área podrían citarse
el nivel inferior de San Isidro, en el cerro donde actualmente se ubica
el conocido parque madrileño que lleva dicho nombre. Algunos
ejemplos de industrias localizadas en este lugar podrían remontarse
al Achelense inferior, desde un punto de vista tipológico. Pero el
grueso de sus industrias encaja mejor en el Achelense medio y
superior. Serían contemporáneas, por tanto, de las exhumadas en
otros yacimientos del área, situados en torno a 350.000-300.000 BP.
Se trata de ejemplos como Transfesa/Tafesa; Las Acacias; Arriaga I;
Perales del Río y Áridos I y II. La mayoría de ellos han sido estudiados
como consecuencia de la explotación de los areneros y graveras de
estos entornos.
También en la cuenca del Tajo, desde la confluencia del Jarama
hacia su curso bajo, menudean los hallazgos de industrias líticas,
10
generalmente en concentraciones superficiales. Algunas, como El
Espinar y La Mesa, se sitúan en cronologías cercanas a 500.000 BP,
por localizarse en las terrazas altas. Pero los materiales arqueológicos
son poco diagnósticos, por la escasez de elementos definitorios o
fósiles directores, y esta datación no pasa de ser meramente
orientativa.
En el momento de su excavación, Pinedo (Toledo) fue atribuido
a una fase antigua del Achelense inferior europeo (el Abbevilliense).
Sin embargo, esta apreciación ha sido replanteada por Manuel
Santonja y Alfredo Pérez. Sus argumentos tienen en cuenta las
limitaciones técnicas que podrían imponer las materias primas
utilizadas en su fabricación, así como un detallado estudio geológico
de su contexto sedimentario. El mismo ha determinado que el
yacimiento se encuentra en posición derivada, no pareciendo su
datación más antigua de 320.000 BP. Un yacimiento similar, en
cuanto a su contenido y datación, es Puente Pino, también en la
provincia de Toledo.
Dentro de la Cuenca del Tajo, se proponen cronologías similares
para Monte do Famaco (Vila Velha de Rodão, Beira Baja, Portugal) y El
Sartalejo, en el Valle del Alagón (Cáceres). En ambos contextos la
mezcla de elementos del Achelense medio con otros más avanzados,
incluyendo algunos musterienses, indicaría un uso prolongado en el
tiempo de estos dos emplazamientos, por parte de los grupos
humanos del Pleistoceno medio y comienzos del Pleistoceno superior.
Los hallazgos ubicados en la cuenca del Guadiana son más
escasos. Manuel Santonja y Luis Raposo han planteado la posibilidad
de que las industrias Achelenses, todas ellas localizadas en
concentraciones superficiales de La Mancha y la cuenca media del
Guadiana, correspondan a finales del Pleistoceno medio o comienzos
del Pleistoceno superior, dada la abundancia de elementos Levallois.
Aún así, algunos yacimientos de Ciudad Real, como Laguna Blanca,
ofrecen industrias tradicionalmente atribuidas al Achelense antiguo o
inferior.
En lo que respecta al Litoral Mediterráneo, al final del
Pleistoceno medio (esto es, a cronologías algo anteriores a 128.000
BP) podría corresponder el yacimiento en cueva de Cau del Duc de
Torroella de Montgrí (Gerona). Ha proporcionado una industria lítica
poco diagnóstica desde un punto de vista tipológico, pero con
evidencias de talla multidireccional y presencia de núcleos Levallois.
Con esta ocupación se comparan y relacionan otros yacimientos de la
zona, como Puig d’En Roca III, Pedra Dreta (Gerona), Nerets y Clots
del Ballester (Lérida).
Entre los escasos datos de Castellón y Valencia, suelen citarse
tres yacimientos en cueva: Tossal de la Font, Cau d’En Borrás y Cova
de Bolomor. Los dos primeros se datan a finales del Pleistoceno medio
y se relacionan con el Achelense final. En cuanto a Bolomor, ofrece
una importante secuencia sedimentaria, situándose sus niveles
inferiores en torno a OIS 9. Se trata de una de las estaciones, junto a
las citadas de Gran Dolina 10 y 11, donde se documentan las
evidencias más antiguas de talla Levallois conocidas en Europa.
11
Más limitados aún son los datos disponibles para el segmento
litoral comprendido entre la desembocadura del Segura y el Peñón de
Gibraltar, donde se localizan algunos conjuntos en contextos fluviales.
Destacan las pequeñas colecciones con bifaces y hendedores en la
cuenca alta del Guadalhorce (Málaga), que carecen de una ubicación
cronoestratigráfica clara.
En el sur de la Península Ibérica, en las regiones litorales e
interiores comprendidas entre el Algarve y la Cuenca del Segura,
destacan los vestigios achelenses descubiertos en los tramos medio y
bajo del Guadalquivir, entre Jaén y Sevilla. Enrique Vallespí y sus
colaboradores identifican 14 niveles de terrazas, correspondiendo los
números más bajos a las altas y los más altos a las bajas. Los datos
paleomagnéticos y las dataciones de Uranio-Torio que proporcionaron
estos investigadores, permiten estimar las cronologías de los
conjuntos líticos. Los depósitos de la Terraza 10 se han fechado en
unos 300.000 BP. Los conjuntos de filiación achelense más antiguos
se localizan entre las Terrazas 7 y 8, encuadrados en el Achelense
inferior y medio. Entre las Terrazas 11 y 12 aparecen los primeros
elementos propios del Achelense final y el Musteriense.
En el Algarve portugués suelen citarse dos yacimientos,
generalmente atribuidos al Achelense medio y superior. Se trata de
Mirouço y Aldeia Nova. En cuanto a las formaciones fluviales del río
Guadalete, se documentan industrias de filiación achelense, cuyas
manifestaciones más antiguas son las de Laguna de Medina (Jerez de
la Frontera), que podrían corresponde al Achelense medio de las
secuencias clásicas.
Un yacimiento interesante de la Depresión Guadix-Baza es
Solana del Zamborino (Granada). La industria lítica se clasificó como
Achelense meridional, una variante del Achelense superior
establecida por Bordes. Su fauna permite situarlo cronológicamente
entre el final del Pleistoceno Medio y los inicios del superior. Su
industria lítica se caracteriza por la presencia abundante de raederas
y denticulados, lo que vincula el yacimiento con el Musteriense.
Concretamente, con el Musteriense de Tradición Achelense, si se tiene
en cuenta la existencia de bifaces cordiformes y hendedores. Si su
cronología realmente corresponde a finales del Pleistoceno Medio, no
es muy diferente a la de otros yacimientos europeos atribuidos a esta
variante o facies musteriense.
La franja septentrional de la Península Ibérica (norte de
Portugal, Galicia y Cornisa Cantábrica), ofrece relativamente pocos
vestigios del Paleolítico inferior, en contraste con la riqueza que
manifiesta para el Paleolítico medio y el superior. Por otra parte, entre
los pocos yacimientos conocidos prácticamente los únicos en cueva
son los niveles 23 de El Castillo (Cantabria) y VII-VI de Lezetxiki
(Guipúzcoa). En el caso del yacimiento guipuzcoano, se conocen unos
restos humanos de difícil clasificación. Tradicionalmente han venido
considerándose como neandertales, pero los trabajos más recientes,
realizados por Álvaro Arrizabalaga y su equipo, tienden a considerar
que representan una variante avanzada de Homo heidelbergensis.
Más problemática aún es la clasificación de los fósiles de la
12
Cueva de El Sidrón (Asturias), estudiados por un equipo coordinado
por Javier Fortea. Cuando se descubrieron fueron atribuidos a Homo
neanderthalensis, posteriormente fueron clasificados como Homo
heidelbergensis. Finalmente, han vuelto a clasificarse como
neandertales, aunque ofrecen algunos rasgos arcaicos. El yacimiento
arqueológico de esta cueva corresponde al Musteriense, aunque los
fósiles humanos, correspondientes a varios individuos, no se asocian
al conjunto lítico, pues se encuentran en posición derivada. Aún no
está claro si responden a enterramientos, pero lo cierto es que fueron
arrastrados con una colada de barro hasta el interior de la cavidad.
Si bien el Paleolítico inferior de Lezetxiki habitualmente se ha
encuadrado en el Achelense superior y final, la existencia de restos
humanos muy similares a los de la Sima de los Huesos de Atapuerca
podría indicar que existe un Achelense antiguo. Sin embargo, la
revisión del yacimiento, inicialmente excavado por el equipo de José
Miguel de Barandiarán entre 1956 y 1968, aún se encuentra en
estadios iniciales y aún es prematuro establecer conclusiones
definitivas.
En cuanto al nivel 23 de la Cueva de El Castillo, se sitúa sobre
niveles del Musteriense antiguo. Victoria Cabrera consideró que el
Achelense final sería una industria contemporánea a las
manifestaciones más antiguas del Musteriense pleno, entre las que se
podría incluir.
La mayor parte de los conjuntos achelenses septentrionales son
limitados en efectivos. Por tanto, son poco diagnósticos desde un
punto de vista técnico y tipológico. Tanto es así que Adolfo Rodríguez
Asensio ha expresado la posibilidad de que algunas correspondan a
etapas posteriores, posiblemente contemporáneas al Asturiense del
Epipaleolítico. Todos los yacimientos conocidos que realmente son del
Paleolítico inferior, corresponden a momentos avanzados del
Pleistoceno medio. Los más antiguos, como Espinilla (Cantabria), no
pueden datarse con anterioridad a OIS 13 (524.00-478.000 Ka BP),
fecha que se ofrece como estimación de antigüedad máxima, más
que como una datación concreta y segura. De hecho, la ocupación
humana de esta franja no ofrece vestigios de cierta densidad
demográfica, hasta las fases OIS 9 y OIS 8. Es entonces cuando se
datan el grueso de los yacimientos de la región atribuidos al
Achelense medio y superior. Todos ellos unen “cantos trabajados” a
elementos como bifaces, hendedores y piezas obtenidas por medio de
técnicas Levallois. Tal es el caso, por ejemplo, de Gelfa, Chan do
Cereixo, Portavedra de Gondomar o Gándaras de Budiño, en
Pontevedra; A Piteira y Pazos de San Ciprian en Orense; y Bañugues,
Llagú o Cabo Busto, en Asturias.
13
durante el Paleolítico inferior, en general, y el Achelense, en
particular, actividades económicas como la pesca o la recolección de
alimentos vegetales. A buen seguro éstas debieron ser importantes,
en especial la segunda. Sobre todo en las latitudes meridionales y en
los contextos de clima oceánico, más favorables a una cobertera
vegetal densa y variada. Los alimentos vegetales son más fáciles de
obtener que los de origen animal y, por tanto, resultan más rentables
en cuanto a su relación esfuerzo invertido/nutrientes obtenidos. Pero
son pocos los yacimientos del Paleolítico inferior que ofrezcan datos al
respecto. Dejando a un lado el caso alemán de Miesenheim I, donde
el posible origen humano de los vestigios vegetales es discutido, casi
el único es la estación israelí de Gesher Benot Ya’akov. En la misma
se documentan abundantes restos de frutos secos y oleaginosos
(semillas de olivo silvestre), además de acumulaciones de semillas de
uva silvestre. Todos estos restos vegetales se asocian a yunques y
cantos de piedra, con marcas que indican su utilización para romper
cáscaras.
Prácticamente todos los datos paleoeconómicos disponibles
para el Paleolítico son los restos de fauna asociados a las industrias
líticas, tradicionalmente interpretados como evidencia de caza. Pero
esta asunción ha sido objeto de controversia, desde que Lewis Binford
cuestionara las capacidades como cazadores de nuestros
antepasados. Los yacimientos achelenses peninsulares con
asociaciones de fauna, no han sido una excepción a esta dinámica. En
este contexto, los registros de Ambrona y Torralba son importantes
fuentes de datos para estas polémicas. Ambos, distantes entre sí
unos 3 Km, se localizan en un área estratégica que conecta las
cuencas del Duero, el Ebro y el Jarama-Henares, comunicándose con
la vertiente mediterránea por medio del valle del Río Jaloca.
Para L. G. Freeman y C. Howell, Ambrona y Torralba
representarían cazaderos de elefantes, así como de otros mamíferos
de gran talla, tales como rinocerontes; hipopótamos; bóvidos y
caballos. También de animales de tamaño mediano, como son los
cérvidos. Ambos registros los interpretan como resultado del empleo
de estrategias cooperativas entre grupos humanos, desarrolladas
para conducir las manadas hacia las antiguas ciénagas del valle
Ambrona-Mansegar, aprovechando el temor de los animales al fuego.
De este modo, éstas antiguas áreas cenagosas habrían constituido
unas excelentes trampas naturales donde matar los animales sin
correr grandes riesgos, especialmente los de mayor tamaño. Una vez
abatidas, las piezas habrían sido descuartizadas en el lugar,
trasladándose los nutrientes y materiales aprovechables, como las
pieles, a otros lugares para su consumo y tratamiento.
Por su parte, Binford y otros especialistas mantuvieron que, el
registro de ambos yacimientos, era resultado de actividades de
carroñeo. Esta interpretación tuvo en cuenta la distribución de los
restos y la ausencia de asociaciones que permitieran identificar
auténticas áreas de actividad diferenciada (lugares de despiece,
áreas de descarnación y fileteado, zonas de curtido de pieles, lugares
donde se prepararon y repararon los instrumentos). Éstas a buen
14
seguro habrían existido en caso de producirse las matanzas
cooperativas propuestas por Freeman y Howell. Esta diferenciación de
áreas de actividad y trabajo posteriormente han aparecido bien
documentadas en yacimientos europeos, como el británico de
Boxgrove. En cualquier caso, a Binford le eran familiares por sus
trabajos de etnoarqueología. En el registro de Ambrona y Torralba,
este investigador no apreciaba concentraciones significativas de
materiales óseos y líticos que delimitaran zonas de actividad, sino
una dispersión continua de restos.
A fin de contrastar cual de las dos hipótesis era más creíble
para interpretar el registro de Torralba y Ambrona, Manuel Santonja
codirigió un equipo multidisciplinar. Los contextos de ambos
yacimientos indican que, durante el Pleistoceno medio, el área se
configuró bien como un medio de tipo palustre (esto es, cenagoso);
bien como las riberas de un río de corriente lenta, con periódicos
embalsamientos naturales. De esta forma, Torralba y Ambrona se
constituyeron en zonas ricas en nutrientes y, por tanto, en puntos
donde las especies animales acudirían a buscar agua y alimento. Por
supuesto, también los grupos humanos habrían tenido la zona como
escenario habitual de parte de sus actividades.
Santonja y sus colaboradores, por medio de técnicas como el
estudio de los sedimentos (sedimentología); los procesos de
deposición y alteración del registro arqueológico (tafonomía) y el
análisis de la distribución espacial del registro de faunas y
herramientas (meso y microtopografía), han determinado una
situación bien diferente a la intepretación de Freeman y sus
colaboradores. Tanto los restos de fauna como las industrias líticas
acumulados en ambos puntos, se depositaron paulatina y
continuadamente durante un periodo dilatado de tiempo. Esto
contradice la idea de que son el resultado de puntuales cacerías
masivas. La presencia de restos óseos ha sido, por tanto, interpretada
como procedente de animales muertos, bien por razones naturales;
bien por el ataque de depredadores no humanos. Cuando menos, esto
es lo que podría explicar tanto la edad avanzada de los
macroherbívoros, en especial la de los elefantes, como la distribución
espacial de estos restos. Si se hubieran producido matanzas
puntuales, tras arrear manadas de animales a la zona, los herbívoros
representados deberían corresponder a todos los grupos de edad.
En definitiva, a tenor de los resultados obtenidos por el equipo
codirigido por Santonja, las comunidades humanas que habitaron
durante el Pleistoceno medio en los entornos de Torralba y Ambrona,
aprovecharon las oportunidades que estos medios ofrecían para
obtener nutrientres. Concretamente, los cadáveres de grandes
herbívoros fallecidos por causas naturales o abandonados a medio
consumir por otros carnívoros. Estas carcasas habrían sido localizadas
por las comunidades humanas, en sus movimientos habituales por el
paisaje. Ante la recurrencia del fenómeno, se habrían convertido en
lugares de visita habitual o reiterada. Esta misma interpretación es la
que se propone para otras asociaciones de instrumental achelense
con restos de proboscidios, como Áridos I y II o Arriaga II, pues todos
15
ellos suelen corresponder con individuos ancianos.
No quiere esto decir que los grupos humanos del Pleistoceno
medio europeo mantuvieran una economía fundamentalmente
carroñera u oportunista. Otros datos indican que combinaron el
carroñeo con la caza habitual. Es posible que los mamíferos de gran
talla, como los elefantes, fueran más fáciles de aprovechar por medio
de la primera actividad. Sobre todo si se conocía el impulso de buscar
abrevaderos naturales que siguen estos mamíferos cuando se sienten
enfermos o débiles. Pero los datos procedentes de diferentes
yacimientos europeos, como Schöningen, Boxgrove o Atapuerca,
indican que estas poblaciones desarrollaron actividades cazadoras
con éxito notable. En el primer caso, resulta llamativa la asociación
de lanzas de madera con restos de caballo. Sobre todo porque el
diseño de las primeras (ver figura 3.1, Tema 3) es muy similar al de
las actuales jabalinas, con un peso equilibrado y un estudiado
engrosamiento de la punta. Ello configura una morfología ideal para
dotar las lanzas de aerodinamismo y optimizar fuerza, velocidad y
trayectoria en los lanzamientos. Es una solución perfecta a la
necesidad de abatir piezas a distancia, y sólo puede ser el resultado
de una dilatada tradición cazadora.
El caso de Atapuerca es el mejor ejemplo que puede
encontrarse a la hora de apreciar la flexibilidad de las estrategias
económicas de estos grupos humanos. Los niveles 10 y 11 de Gran
Dolina ofrecen numerosos restos de faunas de tamaño medio y
medio-grande, con evidencias de haber sido abatidas por seres
humanos. Incluyendo un carnívoro tan imponente como el león de las
cavernas. Los investigadores del yacimiento consideran que el lugar
constituyó un centro de intervención referencial. Otros investigadores
prefieren utilizar los términos de campamento central o asentamiento
residencial, para denominar este tipo de yacimientos. Todas estas
terminologías hacen referencia a un lugar donde se llevaron las
piezas cazadas, a fin de ser descuartizadas, preparadas y
consumidas. Pero también donde se desarrollaron otras actividades
importantes para la subsistencia, tales como la fabricación y
reparación del instrumental o el curtido de las pieles, y donde
tuvieron lugar el descanso, la enseñanza y todo tipo de relaciones
sociales.
Por el contrario, el yacimiento contemporáneo de Galería es
definido como un centro de intervención complementario. Con esta
terminología se definen aquellos lugares donde se desarrollaron
actividades concretas o puntuales, tales como la extracción de
materia prima o el acecho de los animales cazados. Se trata, por
tanto, de acciones complementarias a las llevadas a cabo en los
centros referenciales, centrales o residenciales. De ahí que algunos
especialistas prefieran referirse a estos yacimientos utilizando la
expresión asentamiento o campamento logístico.
En el caso de Galería, la principal actividad desarrollada fue
aprovechar los restos de mamíferos que cayeron en una trampa
natural. En la época en que se depositaron los restos, la cavidad
funcionaba como una torca. Esto es, era una cueva con una abertura
16
superior vertical o chimenea kárstica poco visible, pues posiblemente
estuvo enmascarada por la vegetación. A juzgar por los elementos
líticos asociados a los restos óseos, en el lugar también se repararon
aquellos instrumentos que se deterioraron en el transcurso de la
obtención de nutrientes. Sin embargo, no se fabricó instrumental
nuevo o se llevaron a cabo otras actividades. Como en el caso de los
mal llamados “cazaderos de elefantes”, los humanos que
intervinieron en Galería conocían y aprovechaban las posibilidades
que ofrecía su entorno para obtener alimentos con menor esfuerzo
que la caza, complementando ésta con el carroñeo primario. Siempre
que pudieran adelantarse a otros carnívoros en el acceso a los
animales muertos por causas naturales, pues las marcas apreciadas
en los huesos de Galería indican que no siempre fue así. Esto es, se
estableció una fuerte competencia entre los grupos humanos y los
carnívoros para obtener este recurso alimenticio de bajo coste.
La existencia de asentamientos cercanos entre sí donde se
desarrollaron actividades complementarias, no es un aspecto
exclusivo del registro del Paleolítico inferior clásico peninsular. Por
ejemplo, también ha podido constatarse en el noroeste de Francia.
Este comportamiento implica un conocimiento profundo del
medioambiente en que se insertaron estos grupos humanos. También
una notable capacidad de prever las posibilidades que ofrece ese
medio, estableciendo relaciones de causa-efecto. Todo ello denota un
alto grado de abstracción mental (algo que, por otra parte, ya está
implícito en las tecnologías desarrolladas en este periodo) y la
posibilidad de que estas comunidades ya dispusieran de un lenguaje
de cierta complejidad, en el que pudieran discernirse los conceptos
temporales de pasado (lo ya ocurrido); presente (lo que está
ocurriendo); y futuro (lo que ocurrirá o pudiera ocurrir). Exigiría
también establecer el lugar físico donde una acción o fenómeno tiene
lugar. En términos de psicología cognitiva, ello implicaría que los
seres humanos ya estaban desarrollando lo que se conoce como
desplazamiento. En otros términos: el pensamiento de estos seres
comenzaba a discernir los conceptos de individualidad social y
personal; de tiempo; y de espacio.
17
El estudio de ambas colecciones, en especial la de la Sima de
los Huesos, ha permitido precisar las características de la especie y
deducir el papel que desempeñó en el proceso de evolución humana.
Por un lado, la diferencia de su dentición respecto a la de Homo
antecessor ha llevado a desechar la idea de que ésta última especie
se encuentre en la raíz de los neandertales, como se propuso al ser
descrita y definida en 1997 (ver figura 3.13, Tema 3). Por otra parte,
el mejor conocimiento de Homo heidelbergensis, ha llevado a apreciar
que los rasgos de su cráneo, cara y mandíbulas ya configuran
(incipientes en algunos casos, plenamente desarrolladas en otros)
algunas características propias de los neandertales. Al mismo tiempo,
el aumento de la muestra de fósiles ha permitido comparar
especimenes correspondientes a diferentes épocas. Ello ha llevado a
proponer la Hipótesis de Evolución Gradual de los Neandertales,
también conocida como del Proceso Gradual de Neandertalización.
18
de vista genético existen diferencias suficientes como para mantener
la idea de un posterior aislamiento reproductivo entre ambos tipos
humanos. Un buen ejemplo de estas investigaciones, es la
recientemente realizada a partir de la réplica de ADN mitocondrial
obtenida de los fósiles de la Cueva de El Sidrón (Asturias), publicado
por un equipo coordinado por Javier Fortea y Antonio Rosas.
Cada vez disponemos de más análisis comparativos entre el
ADN mitocondrial de nuestra especie y aquel replicado de fósiles
neandertales, localizados en puntos tan distantes como la Península
Ibérica, Alemania y el Cáucaso. Todos tienden a reiterar los resultados
brevemente expuestos en el párrafo anterior, especialmente la
cronología de divergencia evolutiva entre nuestra especie y el
Hombre de Neandertal. No obstante, es obligado mencionar que las
limitaciones del método, invitan a mantener cierta cautela sobre la
posibilidad de que Homo neanderthalensis y Homo sapiens realmente
fueran dos especies aisladas, desde el punto de vista genético.
Al respecto, existen opiniones contrarias como las de Eric
Trinkhaus y João Zhilão, quienes interpretan que se trata de dos
variantes o subespecies de un único taxón. Sus planteamientos han
encontrado un importante apoyo en los resultados del estudio
anatómico del Niño de Lapedo. Se trata de un esqueleto infantil,
hallado en un enterramiento del yacimiento portugués de Lagar
Velho. La inhumación corresponde al Paleolítico superior inicial,
concretamente al Gravetiense. En este individuo han identificado la
combinación de algunos rasgos morfológicos específicos de
neandertales, con una mayoría de características de los humanos
actuales. Algo especialmente sorprendente, si tenemos en cuenta que
la cronología del enterramiento se sitúa en torno a 25.000 BP, cuando
Homo neanderthalensis llevaba extinto desde hacía algunos milenios.
Para Trinkhaus y Zhilão, el Niño de Lapedo reflejaría la
incorporación de genes neandertales en el acervo o herencia genética
de las más antiguas poblaciones europeas de Homo sapiens. La única
forma de explicar esto, es suponer que ambas poblaciones se
hubieran hibridado, siquiera ocasionalmente, cuando alcanzaron
Europa los primeros humanos anatómicamente modernos. De todas
formas, hay pocos especialistas que compartan esta opinión. La
mayoría de los paleontólogos argumentan que la morfología de un
individuo infantil, puede cambiar mucho en el proceso de crecimiento
hasta alcanzar el estado adulto. Por otra parte, algunos de los rasgos
del Niño de Lapedo, considerados como específicos de los
neandertales por Trinkhaus y Zhilão, entran de lleno en el rango de
variabilidad actual, según algunos investigadores. Como señalan
Camilo J. Cela Conde y Francisco J. Ayala, sólo podrá discernirse si
neandertales y humanos actuales fueron dos especies diferentes,
desde un punto de vista biológico, cuando podamos comparar datos
genéticos del ADN nuclear. Algo que no es posible con las técnicas
actuales de reconstrucción genética.
19
Sí conocemos con certeza que, en la geografía europea, las
poblaciones humanas del Pleistoceno medio dieron lugar a los
neandertales, una variante endémica de humanos con rasgos
morfológicos muy homogéneos, que aparece plenamente configurada
a comienzos del Pleistoceno superior. Esta homogeneidad fenotípica
(esto es, del aspecto físico) de Homo neanderthalensis, contrasta con
la variabilidad relativamente amplia de los primeros representantes
de Homo heidelbergensis. Variabilidad que, según los investigadores
que han planteado la Hipótesis de Evolución Gradual de los
Neandertales, se reduce paulatinamente desde OIS 11 en adelante.
La reducción de la variabilidad fenotípica o morfológica en el
seno de una población significa, en términos genéticos, que se ha
producido una disminución de alelos. Los alelos son variedades de un
mismo gen, y pueden manifestarse como diferencias en el aspecto
físico de los individuos (tales como el color de los ojos; la forma de la
nariz;...), si el gen en cuestión determina la morfología.
Habitualmente, los fenómenos de reducción de alelos (lo que se
traduce en una menor variabilidad genética y morfológica de una
población) se producen cuando los grupos demográficos en los que un
alelo es dominante desaparecen sin descendencia; se reducen
drásticamente; o encuentran limitaciones para cruzarse con otras
poblaciones. En cualquiera de estos casos, se benefician aquellas
variedades de alelos que tienen mayor éxito reproductivo y que, por
tanto, serán heredados por un mayor número de individuos.
En tiempos recientes, se han realizado análisis genéticos de
numerosas especies animales y vegetales características de los
ecosistemas europeos actuales. Estos estudios generalmente se
integran dentro de los programas de protección de especies
amenazadas. Su objetivo es evaluar el impacto genético que pudiera
tener en poblaciones autóctonas la reintroducción, en aquellos
entornos donde se encuentren más amenazadas o ya extintas, de
especimenes procedentes de otras áreas geográficas.
Un resultado inesperado de estos análisis, ha sido comprobar
que las especies europeas tienden a mostrar una reducida
variabilidad de alelos. Constante que se repite en mamíferos, tales
como el oso pardo o el erizo común; reptiles y batracios, como el
tritón coronado; insectos, como el saltamontes común, y plantas,
como el roble o el haya (figura 4.7). Quiere esto decir que, en el
transcurso del Pleistoceno medio y superior europeo, estos taxones
han experimentado un proceso similar al comentado para explicar el
proceso de homogeneización morfológica apreciado en la evolución
de los neandertales. Esto es, las características genéticas actuales de
las especies citadas, así como de otras, están dominadas por un
número reducido de alelos. También ha podido identificarse el origen
de esos alelos predominantes, pues aparece implícito en la gradación
geográfica de su presencia. Aquellas regiones donde se concentre un
mayor porcentaje de individuos portadores de un alelo, son las que
más cerca se encuentran del lugar donde ese rasgo genético apareció
por primera vez o estuvo más concentrado en un determinado
periodo de tiempo.
20
La gradación geográfica de las frecuencias de alelos, en las
especies más características de los ecosistemas europeos actuales,
indica que una proporción muy alta de los mismos tuvieron su origen
en poblaciones de las penínsulas Ibérica y Balcánica (figura 4.7). Se
aprecia un menor aporte de las poblaciones itálicas a la variabilidad
genética actual de las especies europeas, así como ningún alelo cuyo
origen pueda rastrearse a Europa central u oriental. La explicación a
este fenómeno se encuentra en las oscilaciones climáticas del
Pleistoceno medio y superior. Durante las fases frías, los animales y
las plantas con escasa tolerancia a las condiciones predominantes se
retrajeron hacia áreas refugio, localizadas en las penínsulas
meridionales del continente, de clima más atemperado (ver Tema 2).
A partir de estas zonas, las poblaciones se recuperarían durante las
fases cálidas, recolonizando el resto de espacios europeos. Pero los
Alpes habrían constituido una barrera biogeográfica importante,
limitando la capacidad de expansión de las poblaciones itálicas y, por
tanto, su aporte de alelos a la variabilidad genética europea. Por así
decirlo, los genes específicos de la península itálica se verían diluidos
entre los más abundantes, procedentes de otras áreas refugio.
21
a partir de Hewitt, 2000).>
22
extensas, algo que también podría haber influido en la homogeneidad
morfológica posterior de los neandertales, puesto que ello implicaría
una circulación más generalizada de genes. Hacia esta ampliación de
los desplazamientos geográficos estacionales de los grupos humanos,
apunta el hecho de que el aprovisionamiento de materias primas
estrictamente local, predominante en el Paleolítico inferior hasta el
Achelense medio, de paso a una gestión tecnológica con materiales
más lejanos desde el Achelense superior.
Esta circunstancia ha hecho que algunos investigadores
agrupen los yacimientos atribuidos al Achelense superior y final bajo
la denominación “Proto-musteriense” o “Musteriense inicial”. Pero se
hace necesario señalar que el panorama de esta transición hacia el
Paleolítico medio tradicional es complejo. No se reduce a que desde
poco antes de 300.000 BP ya existan industrias realizadas con
tecnologías de tipo Levallois, cuyo germen se encuentra en la misma
fabricación de bifaces y, por tanto, en los métodos de trabajo de la
piedra del Paleolítico inferior clásico. La cuestión es que coexistieron,
en el tiempo y en el espacio, yacimientos donde estas técnicas se
encuentran representadas, con otros que, desde el punto de vista
tipológico y tecnológico, mantuvieron las tradiciones del Modo 2. Un
buen ejemplo es el caso de Atapuerca, con la dualidad Gran Dolina 11
y 10/Modo tecnológico 3 y Galería/Modo tecnológico 2.
No parece que cada yacimiento fuera ocupado por grupos con
tradiciones culturales o tecnológicas diferentes. Bien al contrario, tal
como se ha señalado en un epígrafe anterior de este tema. Así, en
Galería se desarrollaron actividades complementarias a las que
tuvieron Gran Dolina como escenario. Es muy posible que en esta
ésta sea una de las explicaciónes a esta convivencia tecnológica: las
poblaciones de este último tramo del Pleistoceno medio utilizaron
repertorios instrumentales y técnicos diferentes, relacionados con las
tareas desarrolladas en cada lugar. Aquellos asentamientos que
tuvieron una ocupación más intensa (que podemos considerar
referencial o residencial) albergaron actividades más diversas,
surgiendo la necesidad de contar con un instrumental más variado y
estandarizado. Tal vez en ello pueda encontrarse la razón del
desarrollo y perfeccionamiento de la talla Levallois, que además
supone obtener una mayor rentabilidad de las materias primas. El
caso es que desde la transición Pleistoceno medio/Pleistoceno
superior, hace unos 128.000, el Musteriense se impuso en Europa,
incluyendo la Península Ibérica. Es en este momento cuando
tradicionalmente se sitúa el límite convencional Paleolítico
inferior/Paleolítico medio, aunque la transición entre uno y otro
periodo sea ciertamente dilatada y resulte prácticamente imposible
establecer cuándo termina el primero y comienza el segundo.
8. Recapitulación
23
524.000-470.000 BP (la fase templada OIS 13). Fue entonces cuando
se colonizaron ecosistemas tan septentrionales como el norte de
Alemania y el sur de Gran Bretaña. Los datos seguros más antiguos
de poblamiento peninsular correspondientes a esta fase, no parecen
remontarse a una antigüedad mayor del rango 565.000-524.000 BP
(OIS 14), fecha máxima atribuida a la Sima de los Huesos de
Atapuerca.
Esta fase de poblamiento está protagonizada por Homo
heidelbergensis, especie humana originaria de África. Este tipo
humano parece haber desarrollado las capacidades intelectuales y
tecnológicas apropiadas para enfrentarse a medioambientes poco
predecibles, caracterizados por una distribución irregular de los
recursos alimenticios, según las estaciones climatológicas. Entre
estas habilidades se encuentra el Achelense pleno, la tecnología más
característica del Paleolítico inferior clásico europeo. No parece que la
aparición de la misma sea progresiva en Europa. Esto es, llegó
plenamente configurada y no hubo una transición desde el Paleolítico
inferior arcaico. De todas formas, las comunidades humanas que se
aclimataron a Europa en el Pleistoceno medio, fueron capaces de
adaptar sus técnicas a materias primas poco adecuadas para fabricar
el instrumental típicamente Achelense.
El Achelense peninsular se ha estructurado en tres grandes
fases: Achelense inferior, Achelense medio y Achelense superior y
final. Este ordenamiento se basa en los contextos de aparición de las
industrias líticas, así como en un supuesto proceso de mejora
paulatina de las técnicas de talla. Este aparente progreso técnico
aparecería reflejado en la estandarización y el refinamiento de los
bifaces y los hendedores, su instrumental más representativo (aunque
no el más numeroso). También en una creciente diversificación del
utillaje y en la incorporación progresiva de las técnicas de talla
Levallois, progresivamente más utilizadas desde la transición OIS 9-
OIS 8 en adelante.
No obstante, este esquema está sujeto a no pocas
matizaciones, pues las posibilidades de aplicar las mejoras
tecnológicas parecen sujetas a la calidad de las materias primas
disponibles en cada zona, así como a las actividades que se
desarrollaron en cada yacimiento. Desgraciadamente, este último
aspecto es difícil de determinar, como consecuencia de una
conservación generalmente deficiente de los datos que podrían
ayudarnos a deducirlas.
Las estrategias de subsistencia desplegadas por Homo
heidelbergensis habrían combinado la caza con el aprovechamiento
oportunista (carroñeo) de animales fallecidos por causas naturales.
Tal sería el caso de los elefantes ancianos, que aparecen asociados a
instrumental lítico en numerosos contextos fluviales y cenagosos. El
registro disponible indica que estas comunidades tuvieron un
conocimiento bastante profundo de su entorno y de las oportunidades
de conseguir alimento que les ofrecía.
La evolución morfológica de las poblaciones europeas del
Pleistoceno medio se traducen en los cambios paulatinos que marcan
24
la transición de Homo heidelbergensis a Homo neanderthalensis (el
famoso Hombre de Neandertal). A comienzos del Pleistoceno superior
esta última especie aparece plenamente configurada y se caracteriza
por una notable homogeneidad fenotípica o morfológica. Ésta
contrasta con la variabilidad endocástica (esto es, la amplia
diversidad morfológica que ofrecen los individuos conocidos) de los
primeros Homo heidelbergensis europeos.
Tal vez este proceso de homogeneización de los rasgos físicos,
que no es más que una manifestación de la reducción de la
variabilidad genética, se relacione con las oscilaciones climáticas del
Pleistoceno medio. Puede apreciarse, a partir del registro
arqueológico, como las latitudes septentrionales y centrales de
Europa se convirtieron en desiertos demográficos durante las fases
frías, teniendo poblamiento durante las templadas. Al igual que
ocurrió con especies animales y vegetales, las poblaciones humanas
se contraerían durante los periodos más fríos hacia las latitudes
meridionales, convertidas en lo que se conoce como áreas refugio.
Como resultado, algunos alelos se habrían perdido o diluido a favor de
aquellos más abundantes y que, por tanto, en este proceso se habrían
transmitido en mayor medida una generación tras otra.
No puede establecerse un momento concreto en que el
Paleolítico inferior de paso al Paleolítico medio. Lo que se aprecia es
un largo proceso, iniciado poco después de 350.000 BP, de
generalización de los sistemas de talla Levallois, y de configuración
de las tecnologías musterienses, las más características del Paleolítico
medio. De ahí que numerosos investigadores consideren que el
Achelense superior y final debe denominarse “Proto-Musteriense” o
“Musteriense arcaico”. En cualquier caso, a comienzos del Pleistoceno
superior el Musteriense aparece plenamente configurado y
ampliamente distribuido en Europa, sin que la Península Ibérica
constituya una excepción a esta dinámica.
9. Bibliografía
Bibliografía General
25
aspectos geológicos y cronológicos de la arqueología del Paleolítico,
así como a valoraciones sobre las faunas de cada momento.
26
VEGA TOSCANO, L. G. (2003): La otra Humanidad. La Europa de los
Neandertales, Madrid, Arco Libros.
Bibliografía Específica:
27
GIBERT, J.; F. SÁNCHEZ, L. GIBERT y E. RIBOT (eds.) (1999): The Hominids and
their Environment during the Lower and Middle Pleistocene of
Eurasia. Proceedings of the International Conference of Human
Paleontology (Orce, 1995), Orce, Museo de Prehistoria y
Paleontología “J. Gibert”/Ayuntamiento de Orce.
GONZÁLEZ ECHEGARAY y L. G. FREEMAN (1998): Le Paléolithique inférieur et
moyen en Espagne. (Collection L’Homme des Origines, 6),
Grenoble, Jérôme Millon.
HEWITT, G. M. (2000): «The genetic legacy of the Quaternary ice ages»,
Nature 405, 907-913.
HUBLIN, J.-J. y A. M. TILLIER (eds.) (1999) [1991]: Homo sapiens. En busca
de sus orígenes, México D. F., Fondo de Cultura Económica.
PETRAGLIA, M. D. y R. KORISETTAR (eds.) (1998): Early Human Behaviour in
Global Context. The Rise and Diversity of the Lower Palaeolithic
Record (One World Archaeology, 28), Londres, Routledge.
RIVERA ARRIZABALAGA, A. (2005): Arqueología cognitive: Origen del
simbolismo humano. Madrid, Arco Libros.
ROEBROEKS, W. y T. VAN KOLFSCHOTEN (eds.) (1995): The Earliest Occupation
of Europe. Proceedings of the European Science Foundation
Workshop at Tautavel (France), 1993, Leiden, Leiden University
Press.
SANTONJA GÓMEZ, M. (1991/1992): «Los últimos años en la investigación
del Paleolítico inferior de la cuenca del Duero», Veleia 8-9, 7-41.
SANTONJA GÓMEZ, M. (1992): «La adaptación al medio en el Paleolítico
inferior de la Península Ibérica. Elementos para una reflexión».
En A. MOURE ROMANILLO (ed.): Elefantes, ciervos y ovicaprinos.
Economía y aprovechamiento del medio en la Prehistoria de
España y Portugal: 37-76, Santander, Universidad de Cantabria.
SANTONJA GÓMEZ, M. (1995): «El Paleolítico inferior en Europa: Apuntes en
un momento de revisión». Boletín de la Asociación Española de
Amigos de la Arqueología, 35: 53-62.
SANTONJA GÓMEZ, M. (1996): «The Lower Palaeolithic in Spain: Sites, raw
material and occupation of the land». En M. MOLONEY, L. RAPOSO, y
M. SANTONJA (cords.). Non-Flint Stone Tools and the Palaeolithic
Occupation of the Iberian Peninsula: 1-19. BAR International
Series, 649, Oxford Hadrian Books/Tempvs Reparatvm.
STRINGER, C. y P. ANDREWS (2005): La Evolución Humana, Madrid, Akal.
28