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REPTILIA y otros ensueños
Reptilia
Y otros ensueños
Gabriel Cebrián
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Gabriel Cebrián
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REPTILIA y otros ensueños
REPTILIA
Gilberto Gil
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REPTILIA y otros ensueños
UNO
El Códice
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Gabriel Cebrián
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Gabriel Cebrián
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DOS
Filaria
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II
III
IV
VI
-¿Quién?
-¿Despertaste, estúpido? –Preguntó Jarjar, en
voz baja.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Vine a ver quién era el idiota que estaba tratan-
do de hacerse el brujo, aunque siempre sospeché que se
trataba de ti.
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Gabriel Cebrián
TRES
Luo Tatoohua
Al-Adrish había insistido a su padre para que le
permitiera acompañarlo en la caravana que atravesaría
el gran desierto, cargada de sal y armas para dar a los
Nubios a cambio de oro, marfil y otros objetos precio-
sos. Desestimó todos los argumentos con los que había
tratado de disuadirlo. A las penurias y peligros que ase-
guraba su padre iba a exponerse, el muchacho oponía
su necesidad de foguearse en los pormenores de la vida
del comerciante, de conocer todos los secretos de la
profesión para ser un día como él. Sus fundamentos hi-
cieron que finalmente accediera; claro que entonces no
sabía que el interés de Al-Adrish era sin embargo muy
otro, que su entusiasmo obedecía a motivaciones abso-
lutamente distintas a las que invocaba. No imaginó que
entre los cientos de historias que habían oído de labios
de rapsodas y derviches, a las cuales ambos eran tan
afectos, una en particular lo había impresionado, una
tan sugestiva e inquietante que lo había llevado casi a la
obsesión, que lo había compelido a viajar a tierra de los
Nubios para comprobar con sus propios ojos si el prodi-
gio realmente existía, tal como había dicho el extraño
transmisor de historias que había pasado fugazmente
por Alejandría. En rueda de relatos y recitación de his-
torias clásicas como las que se dice contó Scheherazade
al Sultán Schahriar durante más de mil noches, y otras
menos populares, el hombre oscuro que había llegado
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REPTILIA y otros ensueños
del sur había dicho que allá cerca de donde nace el gran
río que fecunda el desierto existía un ser monstruoso,
oculto en una caverna que se perdía en las profundida-
des de la tierra. Un ser que exigía una joven agraciada y
virgen cada nueve lunas para primero desflorarla y lue-
go devorarla viva. Alguien observó que los griegos de
antaño contaban una historia muy parecida, y el moreno
no se inmutó al asegurar que por cierto, que los griegos
habían tomado esa historia de los esclavos y la habían
deformado según sus preferencias. Pero la bestia exis-
tía, desde tiempos inmemoriales, y había dado lugar a
montones de historias que iban adquiriendo nuevas for-
mas según la cultura que la fraguase como propia.
Tal vez no sea ocioso referir aquí algunas de las
características personales de Al-Adrish, sobre todo las
que incidieron para que se aventurara en una empresa
tan azarosa. Criado en el seno de una famila de cierto
poderío económico, formado por los mejores maestros
que el dinero puede pagar, versado en las tradiciones
artísticas y religiosas de su cultura, desde muy tempra-
na edad sintió el llamado del conocimiento. En vano
intentó ingresar en la Cofradía de los Buscadores de la
Verdad, pero su pretensión fue rechazada una y otra
vez, tanto por su juventud como por no contar con el
consentimiento expreso de su padre, quien no veía con
buenos ojos esa clase de actividades, las que eran con-
sideradas por el común de esa gente como análogas a lo
que nuestra cultura entiende como bohemia banal e
infructífera. Por supuesto, a esa edad, la oposición no
hizo otra cosa que exacerbar la determinación del mu-
chacho a unírseles a como fuera posible. No más oír el
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Otros ensueños
Deus et lingua
-Dios habla en lenguaje matemático.
-Primero, Dios, no sé si existe. Segundo, si exis-
te, dudo que hable. Tercero, si habla, dudo que lo haga
en lenguaje matemático.
-Lamento que la zancadilla cartesiana te haya a-
fectado tanto. Lo que te digo es harto evidente. Ya lo
sabían los pensadores de la antigüedad, y mismo hoy
día la única manera de aproximarse al plan divino es a
través del análisis de ecuaciones. Más allá de todas las
reducciones mecanicistas, segmentadoras de procedi-
mientos gnoseológicos en función de pragmatismos va-
rios, más allá de las elaboraciones de corte psicologista,
metafísicas o filosóficas, viciadas por su inevitable
componente subjetivo, sólo quedan números y fórmu-
las que desentrañar. La gran metáfora del secreto nom-
bre de Dios, el número cabalístico, la resolución del
teorema primario; ése es el único camino hacia la ver-
dad objetiva. Todo lo demás son lenguajes ajustados a
conceptos que acaban autofagocitándose, una vez ter-
minado su acto de canibalismo respecto de todo otro
discurso más o menos opuesto, o incongruente con él
mismo.
-El tuyo también es un discurso de ese tipo que
querés dar por perimido.
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Apuró el trago
Arthur Rimbaud
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Investigador transfigurado
Cómo pesaba esa puta garrafa. Cuesta arriba por
el médano ya estaba por echar los bofes. Le dolían mu-
cho las manos, tan finas y tan poco acostumbradas a la
tarea física. Hacía mucho tiempo que no manipulaba o-
tra cosa que el teclado y el mouse de su computadora.
Hacía tres años, también, que no había podido salir de
vacaciones; ello desde que vendió su culo a la multime-
dios TNB. El último año, en particular, había sido muy
duro. Las amenazas de muerte grabadas en su contesta-
dor lo ayudaron a negociar una licencia con la gerencia
de noticias. Y se había alquilado un chalet en Gesell.
Con garrafa vacía, la puta que lo parió. Ya hablaría con
los de la inmobiliaria.
Rato después, ya cómodamente instalado en una
carpa de la playa, miró el mar. Pensó, como siempre en
esas circunstancias Yo te saludo, viejo océano, fórmula
que había tomado prestada de Lautréamont. Colocó una
silla al sol y tomó asiento. Desplegó el diario y se dis-
puso a leer, sobre todo las páginas de la sección en la
que trabajaba. Quería ver si su equipo había avanzado
algo en la investigación que él mismo había impulsado,
entrometiéndose en el tejido de las mafias que contro-
laban el poder desde la oscuridad. Pero no. Ni ahí. To-
do lo que hacían era refritar y parafrasear sus anteriores
informaciones. Meneó la cabeza, no atinaba a discernir
si lo hacían de incapaces o de cagones. Fuera de un mo-
do u otro, resultaba obvio que los apretes los seguiría
padeciendo él. Intentó tranquilizarse pensando en aque-
lla teoría que indica que cuando te la van a dar, no te
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* * *
Se bañó con agua casi fría, no soportaba la más
mínima tibieza sobre su piel afiebrada y enrojecida.
Luego pasó crema humectante por todo su cuerpo. Pen-
só en Solange y se excitó. Entró al living con una toalla
atada a la cintura y levantada en carpa sobre la entre-
pierna. Encendió la TV. No pudo con su genio y sinto-
nizó TNB Noticias. Como siempre, el vejete de las 19
se enardecía comentando casos policiales, haciendo
permanente hincapié en la acuciante trascendencia de
su especialidad. Era grotesco, aunque le inspiraba cierta
ternura.
Sacó de su bolso una pequeña lata y se sentó. La
abrió, tomó un trozo compacto y fragante de marihuana
y los papeles de fumar. Rompió un par de pedazos para
desmenuzar, extrajo una hojita de papel de fumar y lue-
go se frotó los dedos en la toalla para quitarse los restos
de crema. Se armó un buen faso y lo fumó despaciosa-
mente, sin exigir en lo más mínimo a su aparato respi-
ratorio. Le parecía una falta total de clase ese frenesí
tan común que llevaba a la gente a inhalar con desespe-
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* * *
Las chicas habían estado excitadísimas. Parecía
que quien había ido a visitarlas hubiera sido el mismísi-
mo Antonio Banderas. Bueno, la popularidad debía te-
ner algunas ventajas entre tantas desventajas, las cuales
mejor era no recordar. Se desvivieron por atenderlo. Le
sirvieron un buen vino blanco, rabas, paella, helado,
café y champagne. Hubo una sola circunstancia desa-
gradable: Raquel no los dejó solos ni por un momento.
* * *
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* * *
Recorrió a paso vivo las dos cuadras que lo se-
paraban de la Avenida 3. Entró en un bar y vio que te-
nía un teléfono, bien al costado de la barra. Lo solicitó,
y tuvo que aceptar una exorbitante tarifa. Discó. Al ca-
bo de unos segundos, escuchó la somnolienta voz del
jefe de Política Interior.
-Hola.
-Hola, Germán, habla Camilo.
-Camilo, por favor... ¿sabés qué hora es?
-No sé ni me interesa. Me ganaron la casa.
-¿De qué hablás?
-Los mafiosos, pelotudo; me esperaron adentro
de la casa que alquilé.
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-¿Estás bien?
-Más o menos.
-¿Cómo, más o menos? ¿Qué te hicieron?
-Me golpearon, me hicieron el submarino seco y
dos simulacros de fusilamiento. Te juro que creí que no
la contaba. Estoy destrozado. Tiemblo como una hoja.
-¡Hijos de puta! ¿Avisaste a la policía?
-¿Estás en pedo? Se cuidaron muy bien de acla-
rarme que tienen contactos en la fuerza y que si decía
algo volverían.
-Pero algo tenés que hacer, loco, no te podés
quedar como si nada. ¿Querés que hable con...
-¡NO! ¡No se te ocurra hablar con nadie! ¡Te lo
prohibo!
-Bueno, está bien, quedate tranquilo.
-Eso se dice muy facilmente. Creo que no voy a
estar tranquilo durante los próximos veinticinco años.
Pero te llamaba para decirte lo que pienso hacer. Estoy
fuera de la investigación ésa. Fuera. Totalmente out.
¿Me copiás?
-Sí, Camilo, pero...
-Pero, un carajo. Estoy fuera. Nada ni nadie me
va a hacer cambiar de idea. Y por favor, que nadie, co-
mo en el último programa, me vuelva a mencionar en
relación a ese tema. ¿Me lo podés prometer?
-Bueno, voy a ver si puedo hacer algo.
-Eso no es suficiente. Prometémelo.
-Está bien, mañana a primera hora me encargo.
Pero vos también me tenés que prometer algo. Que ma-
ñana, más tranquilo, vas a reconsiderar la posibilidad de
hacer la denuncia.
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Una gota de sudor se deslizó en sus conjuntivas.
El ardor lo despertó. Se había dormido al sol, y esa ha-
bía sido una muy mala idea teniendo en cuenta su enro-
jecida piel. Arrastró la reposera debajo de la sombrilla y
se percató de que Solange y Raquel lo observaban. Las
saludó con la mano, lo más simpático que su decaído á-
nimo le permitía. Ellas contestaron, algo desconcerta-
das. Entonces abrió el diario y fingió leer.
En un momento Raquel se fue. Solange lo sem-
blanteó un rato y luego se acercó.
-Perdón, ¿te molesta si me siento acá?
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-Como quieras.
-No, que me pareció por un momento que te po-
días haber fastidiado porque Raquel no nos dejó a solas
nunca.
-¡Epa! Eso quiere decir algo, me parece. Si ese
algo presupone empatía de tu parte, continuá. Si no, ha-
blemos de cualquier otra cosa.
-¿Pero no es así?
-Mirá, linda, de ninguna manera me hubiera per-
mitido exteriorizar un berrinche semejante. Pero si cal-
za, dejalo.
-Entonces es otra cosa.
-Prefiero seguir hablando de mi supuesto fasti-
dio –Solange se estiró y le plantó un beso sobre la boca.
Sintió el gusto del bronceador, y si bien era bastante
amargo, lo paladeó como si hubiera sido néctar.
-¿Esta noche me invitás a cenar vos?
-Hecho –contestó, gambeteando mentalmente
algunos acuciantes fantasmas odiosamente redivivos.
* * *
Camilo comió frugalmente pero bebió bastante.
Solange, a la inversa. Esa mujer tenía verdadera ener-
gía. Ni siquiera hizo falta que se esforzara en mantener
una actitud sociable, tal era el despliegue de gracia e in-
teligencia que verborrágicamente vertía su invitada.
Rieron mucho, lo que Camilo consideró milagroso en
su situación. Poco a poco la conversación fue recalando
en esas generalidades poco consistentes, que a su pesar
denotan que las conciencias están concentradas en lo
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Entró al bar y pidió una cerveza tres cuartos.
Desde esa mesa podía observarse muy bien el frente y
buena parte del interior de Fantasyland, incluso a pesar
del intenso tránsito humano y vehicular que se registra-
ba a esa hora en la avenida.
Quitó la piel bordó de los maníes salados, comió
un puñado y arrojó otros al chop de cerveza. Algunos
bajaban hasta el fondo, se iban cubriendo de pequeñas
burbujas y luego volvían a la superficie, donde genera-
ban una leve efervescencia y se hundían otra vez. No
pudo evitar la comparación de aquel efecto físico con
los ciclos que su ánimo observaba últimamente. Inclu-
so, al igual que su ánimo, los maníes permanecían en el
fondo la mayor parte del tiempo.
Más o menos una hora y media después, cuando
parecía que tal vez aquellos tipos nunca irían por allí,
vio a Teddy caminando por la vereda a pocos metros.
Sintió un escalofrío y levantó el chopp, para ocultar su
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A las diez y media estacionó frente a la casa de
Gaitán, no muy lejos de la suya propia. Presionó el tim-
bre. Una jovencita bastante atractiva abrió la puerta.
-Hola. Soy Camilo. Busco a Gaitán.
-Ah, sí, pasá. Yo soy Florencia, encantada.
-¡Pasá, Camilo! –Gritó Gaitán desde el interior.
Camilo entró al living y halló a su ex camarada sentado
a la mesa en malla, tomando cerveza y mirando un par-
tido de béisbol por ESPN.
-Hola, loco, ¿cómo andás?
-Bien. ¡Che, Flor, traé un vaso para Camilo!
-Está bien, dejá.
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* * *
Durante varios días se dedicó al estudio de la
finca que Gaitán le había señalado, munido de prismáti-
cos y desde distintos puntos, a bordo de un auto presta-
do. La información había sido buena. Vio a sus enemi-
gos, y a muy pocas personas más, ocasionales y casi
siempre mujeres con aspecto de trotacalles o adictas.
Por un lado, la poca frecuencia de las visitas le daba
mayores oportunidades de pillarlos solos. En cambio no
lo favorecía en lo más mínimo la disposición de aquella
edificación. Estaba implantada en la cima de una loma
pronunciada, sin otras viviendas en muchas cuadras a la
redonda, y el único acceso vehicular era una calle de ri-
pio. Todo parecía indicar que sus ocupantes querían
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* * *
El miércoles siguiente, hacia las ocho y media,
cuando comenzaba a oscurecer, comprobó el funciona-
miento de la Ruger Redhawk 44 magnum que había ad-
quirido esa misma mañana. Era una joya. Y no debía
ser para menos, ya que tuvo que poner una luca dos-
cientos cash. El tipo de la armería lo había reconocido,
por lo que tuvo la deferencia de obviar el trámite previo
del certificado de buena conducta. Aunque Camilo no
se tragó el anzuelo: seguramente había pesado más el
me-tálico sobre el mostrador que su dudosa populari-
dad. Prometió vanamente realizar las burocráticas vici-
situdes pendientes y salió de allí con el fierro soñado.
Chequeó cuidadosamente cada uno de los ele-
mentos que iba a utilizar en el operativo. Se puso unas
ropas muy viejas y rotosas, una gorra, y salió. Esta vez
abordó su Corsa, generando un cuadro incongruente,
dado su andrajoso aspecto.
Estacionó en una cortada a cinco o seis cuadras
de la finca. Antes de bajar del auto aspiró una dosis ge-
nerosa de la cocaína que había comprado a Gaitán. Era
buena, excelente. Sintió casi enseguida los dientes dor-
midos, y se embriagó de una ansiedad que exacerbaba
todos sus instintos. Caminó despaciosamente en la calu-
rosa noche suburbana. Arturo Seguí era un lugar apaci-
ble, tranquilo; tenía el aire de los barrios marginales en
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* * *
Caminaba nuevamente por la fresca noche de
Arturo Seguí. Si bien ya iba terminando la botella de
ron, la cocaína lo mantenía lúcido y activo. Finalmente,
había hecho buenas migas con aquellos bastardos. Se
había divertido, y también había pergeñado ciertos pla-
nes, que incluían algunos acuerdos con los malvivien-
tes: Camilo dejaría de investigar algunas líneas y a
cambio ellos le pasarían otras. TNB tenía una gran sol-
vencia financiera, que le permitía pagar bien a los infor-
mantes. Todos contentos.
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Logonautas
Gregory Bateson
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Un gótico rioplatense
En el mundillo literario de la Ciudad de La Plata
uno puede conocer todo tipo de personajes, y este juicio
-que tal vez pueda predicarse legítimamente de hatos de
escritores de cualquier lugar del mundo- deberá ser
considerado autosuficiente, por cuanto toda enemistad
que pudiera granjearme dando ejemplos puntuales aten-
taría contra mi ya de por sí complicada relación con mis
“colegas”. Mas me es imprescindible consignar esta
suerte de salvedad previa, en orden a establecer ciertas
reservas éticas y estilísticas (en ese orden) que se me a-
parecen como insoslayables, dado el carácter que irá a-
sumiendo esta crónica, que con toda seguridad me de-
jará periclitando en una disyuntiva tan desagradable co-
mo lo es la siguiente: o bien quedaré como el más inge-
nuo de los palurdos, cuya sugestionabilidad mostrará
índices rayanos en la oligofrenia, o -caso contrario- mis
estructuras racionales resultarán tan cerradas que me
impedirán referir los sucesos tal como los experimenté
por el mero hecho de que no encajan en el ámbito de lo
socialmente consensuado; y, siendo así, adiós historia.
Y aunque no alcanzo a dilucidar cuál de ambas posibili-
dades me resulta, al menos en lo teórico, más excecra-
ble, optaré por la primera, en favor de la continuidad de
esta incipiente garrulidad. (Si están pensando que, de
alguna forma, intento con exte exordio generar en us-
tedes cierta complicidad o empatía antes de largar un
rollo de difícil digestión, pues bien, adelante, piénsenlo
nomás, porque éso es precisamente lo que me propon-
go. No voy a continuar con este asunto solo, orillando
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¡Y JODER CON LOS GALLEGOS QUE ANDAN
DICIENDO QUE EL ESPAÑOL ES LA LENGUA DEL NUEVO
MILENIO!
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Hay que tener en cuenta que el contexto ayuda, por cuanto, si
consideramos el asunto desde la perspectiva de los Principios Her-
méticos, no existen de hecho diferencias entre cualesquiera entida-
des, sean físicas, mentales, espirituales o lo que fueren, en su sus-
trato último (el Todo); las aparentes disimilitudes responden mera-
mente a las distintas e infinitas frecuencias de vibración en las que
la creación se manifiesta.
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-Ah, ¿sí?
-Sí, Gabriel qué querés que te diga... fue ahí que
me puse a pensar que el hijo de puta ése de La Croix
nos había mentido. Ezili no era hija suya. Por ahí era
hijo, lo cual no dejaba de ser mentira. Y si había men-
tido en eso, probablemente nos habría mentido en todo.
El negro aquél podía ser un obrero de su plantación, u-
na buena persona, vaya a saber, que había sido usada y
manipulada para esos experimentos enfermizos.
-Sí, tenés razón, vaya uno a saber...
-Bueno, la cosa es que, como te decía, lo ví ahí,
tan indefenso, tan incapacitado, tan sometido a la vo-
luntad de un par de degenerados hijos de puta que hice
causa común con él, desde el asco y la frustración que
había obtenido de Ezili.
-¿Y qué hiciste?
-Le mandé un éxtasis a él también.
-No me digas que...
-Unos momentos después comenzó a gritar de-
saforadamente, en un idioma desconocido, seguramente
el criollo de por allá. Otra vez casi me da un infarto.
Después corrió hacia la casa, y sin saber qué hacer, me
quedé viendo hasta que arrancó el machete que colgaba
de la pared, ése con que dijo huyó del Oufó. Entonces,
previendo la masacre, continué en lo mío que, como te
decía, era huir como alma que lleva una legión de dia-
blos. Me encerré acá y me quedé temblando. Ahora es-
toy pegado al televisor, mirando los noticieros y rezan-
do para que no venga la policía a buscarme.
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REPTILIA y otros ensueños
Índice
Reptilia......................................... 5
Uno: El códice............................... 7
Dos: Filaria.................................. 30
Tres: LuoTatoohua...................... 44
Otros ensueños
Deus et lingua.............................. 67
Te digo que fue orsái................... 71
Apuró el trago.............................. 74
Investigador transfigurado........... 78
Ió lo he conocío al tal Loayza.... 119
Logonautas................................. 123
Un gótico rioplatense................. 129
Índice.......................................... 181
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