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© Stalker, 2003
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A Marcela.
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-Oye, tú me asustas.
-Haces muy bien en asustarte, mira. Yo estoy aterro-
rizado. Pienso, incluso, que puede haberse resque-
brajado ya, en cuyo caso no habrá precaución que
valga. Pero aún y pese a todo, estoy dispuesto a to-
mar los riesgos.
-Tú crees en la maldición.
-No creo que sea una maldición. Más bien creo que
es un veneno, o algo como eso.
-Pero tú dices que... uno que entró en esa... cueva en
el Perú...
-Sobrevivió.
-Eso. Y si es el veneno...
-Bueno, no sé si murieron por ello, o se perdieron y
murieron de sed, o sofocación. O, aún suponiendo
que fuese veneno, tal vez el sobreviviente estaba le-
jos al momento de liberarlo, o por alguna causa, a
él no lo afectó, al menos al grado de provocar su
muerte. Vaya uno a saber...
Continuaron en silencio, hasta que momentos más
tarde, casi cuarenta centímetros debajo del nivel en
que habían comenzado, la pala de Kathy golpeó
contra algo sólido y al parecer, de entidad. Febril-
mente escarbó con los dedos y a poco pudo discernir
lo que parecía una superficie redondeada de cerá-
mica.
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-Me imagino.
-Claro.
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-Sí, eso era lo que nos decía Leo cada vez que habla-
ba con uno o con el otro, “déjense de joder, quién
carajo se creen que son”; y apelaba a eso para ha-
cernos entender que lo primero era el proyecto, y
que nos dejáramos de pendejadas. Tal vez tenía ra-
zón. Fijate que los dos últimos discos, grabó cada u-
no sus partes por separado.
-Una situación de mierda.
-Claro, pero había contratos que cumplir. Cuando to-
cábamos, ellos iban como siempre en la combi y yo
me iba y me volvía en mi auto. No sé si lo hacía por
despecho, o por vergüenza, o por qué, pero ahora me
parece que la jugué de caprichoso y forcé la nota.
-Bueno, las cosas fueron como fueron, y no hay más
remedio. Aparte mirá, si hubieras movido fichas pa-
ra recomponer las cosas, hoy no estarías acá, contán-
dome todo esto.
-Andá a saber cómo hubieran sido...
-Bueno, en cualquier caso, no hay forma de saberlo,
ni tampoco motivo alguno para que cargues con cul-
pas.
-¿Vos creés eso, en serio?
-Qué, ¿acaso vos no lo creés?
-A veces no estoy seguro.
-Bueno, lamento comunicarte que eso es enfermizo.
No soy psicólogo, vos lo sabés, pero tampoco soy
tan otario.
-Gracias por la parte que me toca.
Entonces el Gordo se levanta, apoya otra vez los pu-
ños en la mesa y, antes de volver a su taburete del
lado interno del mostrador, me dice:
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Bien bien bien bien bien... como dijo una vez nues-
tra amiga Kathy Finders, vuelvo al bar y también a
mí, y vuelvo también a pensar en esa suerte de equi-
librio cósmico que entorpece capacidades al tiempo
que exacerba otras, y me refiero específicamente al
agente psicoactivo que corresponde a la droga llama-
da alcohol. Puede ser que no hable bien ahora, pero
todo me lleva a suponer que en contrapartida, escri-
bo mejor.
Estoy un poco cansado ya, me duele la cabeza, he
bebido y he fumado sin parar, ya no me resultan tan
agradables las filigranas luminosas de la escotilla a-
bierta en la vidriera empañada, ni tan seductoras las
modulaciones del sonido ambiente, al que ahora se
han agregado en primerísimo plano los golpes ases-
tados al bombo y las pulsaciones arbitrarias a los de-
más instrumentos por parte de los técnicos que pre-
paran el sonido para el show musical en ciernes. Por
más escándalo que hagan, no podrán evitar que vuel-
va a voluntad a bordo del ferry para fisgar qué está
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-Kathy.
-¡Kathy, ooooh, Kathy! –Vociferó, con entusiasmo. –
tu tens um nome bonito, certamente, bonito atê de
mais. Me, Michael, you, Kathy, jajajajajaja. Eu
gosto muito de você, Kathy. Mais não devería ficar
sozinha pelas ruas... –se interrumpió ante la mirada
de la mujer blanca, que denotaba una total falta de
comprensión a lo que le decía. Entonces procedió a
atarle en la muñeca una de las pulseritas de tela que
traía consigo. Kathy alcanzó a leer la inscripción
estampada sobre ella: “Lembrança do Nosso Senhor
do Bonfim”, mientras Michael se esforzaba para ha-
cerle comprender que dicho “Senhor” le traería
“boa sorte”; ella dedujo sin mayor dificultad el
mensaje, dada la similitud con el español en el caso
específico de la palabra suerte. Realmente, la nece-
sitaría. A continuación el joven pareció requerir a
cambio algo de dinero, empleando la palabra
“coins”, que todo indicaba conocía por razones
profesionales, dado el target de su negocio dirigido
al turismo extranjero. Ella se excusó con el mismo
gesto que momentos antes había utilizado con el ni-
ño, añadiendo “I don´t have money right now, plea-
se believe me, it´s true.” Michael sonrió y pareció
entender. La acompañó al Elevador y ya en la parte
alta de la ciudad, caminó con ella, chisteando y tra-
tando de lograr comunicarse entre su mínimo inglés
y el nulo portugués de la recién llegada. La guió
hasta un hotel a pocas cuadras, donde comienza el
Largo do Pelourinho. Allí, los recibió un conserje
muy particular, un negro de proporciones y cara de
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En términos de Gregory Bateson Jr., correlación entre sucesos
del entorno inmediato y lo que se está hablando o pensando.
(N. del a.)
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-Te lo dije.
-Bueno, entonces, repítelo. Anda, tú, músico y poeta,
cuéntame un cuento. Cuéntale a la niña Catherine un
cuento hasta que se duerma.
-¿Te parece bien el de los tres cerditos?
-No. Quiero que me cuentes cómo fue que terminó
la historia de tu Kathy.
-No tiene nada que ver con vos, ¿sabés?
-Igual quiero que me lo cuentes.
-Bueno; Kathy creía que había sido inseminada por
un demonio. Enloqueció y mató a tres personas sin
darse cuenta de sus acciones en un plano conciente.
-Ah, ¿sí? ¿Estaba drogada?
-No, no es algo explícito, pero tales actos parecen
haber venido a cuento debido a una fobia sexual, o a
algo por el estilo
-Ahá.
-Se sentía perseguida, y sin embargo, la asesina era
ella.
-Oh.
-No es muy sorprendente, ¿verdad?
-No, lo que me sorprende es otra cosa –dice, mien-
tras se incorpora en el sofá y parece cobrar de nuevo
cierta lucidez..
-¿Qué cosa?
-Nada, nada, déjalo.
-No, decime.
-No, digo que, si las cosas pueden ser así, entonces
por ahí es cierto lo que me comentó ése al que tú lla-
mas Conejo. Me dijo nomás hace un rato, que la no-
che en la que le entregaste tu guitarra, tan ebrio y
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