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Yo fui obligado a buscar asilo en la ficción.

Disfrazada como ficción, la verdad


ocasionalmente se las arregla
para colarse.

Bion
ÍNDI CE

LA TETA .......................................................................... 4
PURA MIERDA ................................................................. 6
TORTURADOS .................................................................. 8
PAIDOPHILIA .................................................................. 15
HISTORIA DE AMOR ....................................................... 27
MI ALMA ....................................................................... 33
TENGO MIEU ................................................................. 35
FALTA DE PICO ............................................................. 37
RUMIACIÓN. .................................................................. 38
PROFE .......................................................................... 44
TSUNAMI ....................................................................... 52
TE VISTES Y TE VAS........................................................ 56
PÁJAROS ...................................................................... 58
BOSTA .......................................................................... 60
OTRA HISTORIA DE AMOR .............................................. 64
REPRESIÓN ................................................................... 69
SUICIDIO ....................................................................... 72
LA MICRO ..................................................................... 75
BONUS TRACK ............................................................... 78

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LA TETA

Y en el vacío la vi venir.
Bamboleándose a unos 50 metros. Una teta preciosa, una teta que sólo
necesitó una excusa de mujer como portadora para ser creada. Una teta que
le da sentido a la vida de más de un ser humano. Una teta que me invita a
mirarla, ya ni siquiera de reojo, ya ni siquiera de soslayo, tímido, diplomático,
incómodo o avergonzado. Una teta que me invita a mirarla y admirarla
honestamente. Directamente. Ardientemente. Soezmente. Una teta gorda,
turgente, pero real. Una teta cuya dueña debió aprender a lucir. Una teta que
no necesita ropa interior ¡Qué ofensa! Ponerle sostén a una entidad que le da
sentido al mundo. Ponerle sostén a quien sostiene la vida de tantos. Ponerle
sostén y ocultarse. No tiene sentido. Una teta que se expone, que se muestra,
que le agrada sentir frío para hacerse aún más notar. Una teta que camina
orgullosa y a la que nadie le quita la mirada. Una teta que no sólo yo admiro,
sino muchos. Me atrevería a decir todos. Una teta que me moviliza y paraliza.
Tantas veces he estado a punto de lanzarme sobre ella, apretarla, morderla,
chuparla, acariciarla, violármela con la lengua, retenerla entre mis piernas,
castigarla, acariciarla, besarla y torturarla. Pero algo me detiene. Algo me
enternece. Algo transforma en mi interior esta sensación intensa en calma, en
placer calmo, en el no tormento. En el deseo maduro. En pureza y sexualidad.
Se va, y de vuelta a la parcialidad y la masturbación, no sólo mental.

Una teta. Ni siquiera dos, porque para admirar ambas no alcanza nuestra
capacidad humana. Es demasiada belleza, una belleza insoportable, una
belleza inalcanzable a nuestra experiencia. Una belleza que sobrepasa el
límite de lo mencionable. Una belleza que me complica el existir al no poder
ponerlo en palabras. Una experiencia neptuniana, de conexión con el todo, y
me siento nadando por unos segundos en este mar inmenso e infinito de
suavidad y aromas sutiles que me elevan hasta recuerdos de momentos que
nunca viví.

Solo en la calle mirando su bambolear y me impresiono cada mañana cómo,


en 25 segundos, decido no quitarme la vida, exclusivamente porque encontré
mi espacio de nutrición, mi sentido, mi coherencia frente al mundo. Mi teta.

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Esa teta que me acoge y me hace descubrir pasiones que pensé que habían
muerto hacía tiempo. Pasiones que estaban heridas por las frustraciones.
Pasiones sexuales, pasiones carnales, pasiones sutiles, pasiones y fantasías.
Fantasías de relaciones, fantasías de cercanía.
Sé que son sólo 25 segundos. A lo mejor estoy engañándome al darle sentido
a mi día por estos 25 segundos. Quién sabe si esa teta deja de pasar en
algún momento por esta calle. Quién sabe si se cambia de casa, de ciudad,
de trabajo, o se compra un auto. Quién sabe si la volveré a ver todas las
mañanas como durante estos tres meses. Pero no me importa, porque cada
mañana le doy sentido a mi día, por estos 25 segundos de teta que me
nutren.

Ahí viene de nuevo. Es hermosa. Es mi espacio. Son estos segundos en que


vuelvo a sentirme lleno como supongo me sentí durante mis primeros meses
de vida.
Y de vuelta al vacío.

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PURA MIERDA

Y mientras tanto la caca salía y salía por el lavamanos.


Era un cuadro dantesco. Ni en la peor pesadilla, ni en la más morbosa
imaginación. Asqueroso. Terrible. No saber cómo detenerlo era lo que más
me aproblemaba. ¡¿Por qué extraña razón la caca salía por el lavamanos?!
No podíamos explicarlo y no sabíamos qué hacer. Corrí al primer piso en
busca del conserje. ¡Puta racionalización de energía! Justo cuando el
ascensor más se necesita. Al llegar a recepción no pude ni gritar ante el
espectáculo: una masa de mierda vestida con traje y gorra azul. Corrí hacia
fuera sin lograr comprender qué ocurría ¡¿Por qué el conserje se había
convertido en caca?! Nunca fue una maravilla de conserje. Dormía todo el día,
se emborrachaba cada vez que podía. Pero esto era ya demasiado.
Incomprensible.
No podía ni pensar, sólo atiné a correr en dirección a la comisaría que
quedaba cerca del edificio, pero a mitad de cuadra levanté la cabeza y me
encontré de frente ¡casi choco! con dos masas esponjosas y asquerosas de
pura mierda que iban del brazo. Volteé asustado y vi que se me acercaba una
señora con la mitad del cuerpo hecha mierda. Me pedía ayuda, pero huí. No
supe qué hacer y huí lo más rápido que pude al centro de la ciudad, a ver si
encontraba a alguien que no fuera de caca, que me pudiera ayudar. Pero no
había nadie. Sólo mierda. Perros de mierda, aves de mierda, gatos de mierda,
árboles de mierda, choferes de mierda, escolares de mierda, niños de mierda
con helados de mierda en sus manos, pacos de mierda, funcionarios
municipales de mierda, cajeros de mierda, guardias de mierdas, mendigos de
mierda, punkies de mierda pidiendo plata, mierdas viejas, mierdas jóvenes,
mierdas ricas, kilos de mierda hedionda, locas de mierda, lanzas de mierda
robando bolsos a damas adineradas con pura mierda encima, mierdas duras,
mierdas blandas, mierda café, mierda oscura, mierda verdosa, mierda
¡mierda! todo de mierda. De pronto, al otro lado de la plaza divisé a un viejito
que no era de mierda y alimentaba a las palomas, sin darse cuenta que ya no
comían ni volaban, que eran desechos. Lo alcancé y le pedí ayuda, le dije que
mi mamá estaba sola en la casa, que a esta hora ya debía estar llena de
mierda, si es que ella misma no se había ya convertido en mierda. El viejito
levantó la cabeza y me dijo: “hace tiempo ya que estamos rodeados de
mierda, hijo, lo que pasa es que nadie se había dado cuenta”. Comprendí que
su amargura no sería de mucha ayuda y que mi madre ya no podía seguir
esperando. Decidí volver solo a casa, a defenderla como fuera de la mierda

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que le rodeaba. En el trayecto pensaba en cómo podría defenderla de un
enemigo tan extraño ¿con papel higiénico acaso? ¿Con papel y
aromatizante? ¿Agua y jabón? ¿Pañales bambinos? ¿Coprofagia? Y en eso
estaba cuando vi en la cuadra de al frente a un tipo de terno que no era de
caca; crucé gritándole: “¡Hey, Usted! ¡Ayúdeme por favor, que mi mamá está
en peligro, se la va a comer la caca!”. Se dio vuelta y sin siquiera mirarme a
los ojos me gruñó y me dijo “Anda a molestar a otra parte, mocoso, cada cual
con su propia mierda”, y siguió caminando. “Hueón de mierda”, pensé.
Seguí corriendo y llegué al departamento, pero no tenía llaves “¡Mierda!”, dije,
como si no fuera suficiente con toda la que ya había. Ante mi asombro,
cuando el conserje hecho mierda me vio en la puerta, caminó hacia ella, sacó
de su bolsillo las llaves con una destreza impensable en alguien recién
convertido en excremento, y abrió. No me detuve a pensar en qué había
sucedido, sólo pasé por el lado suyo con mucho cuidado para no mancharme
y subí rápido por las escaleras – todavía no volvía la luz. Golpeé la puerta,
pero al primer toque de puño, se abrió. Temí lo peor. Y lo peor ya había
sucedido. La encontré hecha mierda en la cocina, preparando una carbonada
de mierda y lavando la ensalada de mierda con la mierda que salía por el
lavamanos (una mierda de lavamanos que estaba malo desde hacía mucho).
Fui al living, ya rendido y choqueado por el enmierdamiento de mi madre, por
el enmierdamiento de las cañerías, por el enmierdamiento de la ciudad toda, y
me senté. De pronto volvió la luz y se encendió la tele. Daban las noticias.
Fue entonces cuando comprendí.
Sentí cómo el brazo se me caía en forma de bosta y supe que yo también me
volvería mierda. Me importó una raja. Total, todo era una mierda.

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Es como si no quisiera escribir. Es como si estuviera obligado a hacerlo cada vez que me
siento frente a este estúpido computador. Como si alguien quisiera leerme. Como si yo
quisiera leerme.

TORTURADOS
Quizás el recuerdo es lo único que vale la pena de todo esto. Aunque cada
vez se hacen más vagas las sesiones y las escenas más difíciles de
recuperar. Sólo permanece intacta la primera vez, el resto desvanece ... y no
quiero que desvanezca. No me interesan las mariposas ni los claveles, sólo
quiero que no desvanezcan. Quizás es por eso que necesito contármelo tan
seguido. A lo mejor es por eso que lo repito y lo repito y da vueltas y vueltas
en mi cabeza. Porque no quiero olvidar, no me siento listo para olvidar, no me
importa no descansar si el descanso significa el fin de algo que no alcanzó ni
a comenzar completamente. ¡Fue pura imprudencia de nuestra parte!
Pudimos habernos reído nosotros de ellos. De esos fletos de mierda, de esos
desgraciados... qué linda flor... ¿en qué pensaba?... Es que mi memoria
tiende a fallar últimamente...
¡Torturadores! Sí, esos desgraciados. Concéntrate, no lo olvides, vamos un
esfuerzo más. Día a día un esfuerzo más, no lo puedes olvidar... como te
dijera Gerardo hace un tiempo atrás, inténtalo una vez más, vamos, tantos
años recordando así, un poco más... recuerda: para no olvidar algo, debes
quedarte inmóvil y contártelo cuantas veces sea necesario. Comienza.
Estábamos los dos, desnudos, rodeados de todos esos infelices... qué
cansancio, cada vez me cuesta más rec... ¡Torturadores! Infelices... no tenían
por qué hacernos eso. No les bastaba acaso con golpear, desnutrir,
electrificar. Ociosos, degenerados... ¿Por qué estoy tan molesto, en qué
pensaba? ¡Degenerados! Sí, sigue contándote hombre, sigue que se va, que
de a poco se va... estábamos los dos desnudos en medio de ese grupo de
infelices. Cuántos habrán sido... espera, eso lo recordaba bien... 5..7... ¡15! Si,
15 desgraciados, 15 pedazos de bosta alrededor nuestro, mirándonos,
riéndose, obligándonos...
Qué linda flor, esa es nueva, es pequeñito el botón, es sutil. Seguramente no
la han regado mucho, a los nuevos ya no les enseñan a regar... ¡Desnudos!
Hijos de puta, bastardos. Yo no podía, de verdad que no podía. Me
presionaban y me presionaban, pero no podía. No iba conmigo. “Que se la
chupe el morenito pa’ que se le pare”, gritó un desgraciado. El de barba, si lo
recuerdo como si lo tuviera enfrente... aunque si lo tuviera enfrente creo que

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lo mato... ya, eso, no se va olvidando... los dos desnudos... yo no quería, no
podía... el barbón infeliz grita... hasta ahí está más claro... qué cansancio, ya
no doy más, no quiero recordar...¡NO! NO, no, no, no, no. NO puedo dejarme
olvidar. ¡NO! El barbón grita “que se la chupe pa que se le pare”, y todos ríen,
una risa estridente. Lo único que quería era no escuchar más esas risas, no
me dejaban dormir de noche, y pareciera que todavía las escucho. “Si, si que
se la chupe”, me pareció escuchar del resto... de eso no estoy seguro la
verdad... sí recuerdo bien que lo golpearon mucho, mucho, y con un arma en
su cabeza no tuvo otra opción más que hacerles caso... sí recuerdo bien que
era primera vez que tenía sexo oral, aunque no fuera como me lo había
imaginado. No sé si fue por susto o placer, o algo simplemente biológico, pero
gracias a Dios se me paró, y pude .. ¡Bastardos! Eso casi lo olvidaba, más
temblaba yo que él. Pobrecito, debe haber sido extraño... ¿dolía? ... creo que
esa sensación aún la conservo. Aquella primera vez. Tuve cuidado, eso lo
recuerdo bien. No quería hacerle daño, o más del que ya nos estábamos
haciendo. Cerré los ojos, lloré, lloramos juntos, y yo lo único que atinaba era a
decirle a sus espaldas “tranquilo, tranquilito”, como si de algo le hubiese
servido. En ese momento creo que ni escuché la risa del resto, de esos
desgraciados ¡Torturadores! ... creo que se van las sensaciones de nuevo, me
debo haber movido mucho. Recuerda lo que te dijo Gerardo: sin moverte, y
cuéntatelo con lujo de detalles, así no se va nunca y lo puedes recuperar cada
vez que sientas que se quiere ir... ahora se quiere ir. De nuevo, recuento:
desnudos, rodeados de torturadores, él agachado, de rodillas frente a mi
dándome la espalda hasta que uno de esos infelices lo golpea y queda casi
en el suelo. “Así, maricón, así, en 4 patitas”... sirve, eso definitivamente lo
había olvidado ¡Bien Gerardo!... no podía, yo no podía y lo obligaron a meter
mi pene en su boca. “Usa la lengua, maricón”, le gritaban. Y la usó, ahora que
lo pienso, claro que la usó y eso fue lo que hizo que por fin se pusiera duro.
Lo golpean, fuerte, y lo obligan a ponerse en 4 patas de nuevo. “Ahora,
méteselo, pero que le duela”... de eso último no estoy seguro...lo hice lo más
suave que pude, por lo menos esa primera vez. Creo que las siguientes
fueron más rudas, pero ya estábamos de alguna manera entregados al dolor.
Rieron mucho, no sé cuánto. Me pareció ver a alguno masturbándose, la
verdad es que no estoy seguro ni me importa... ¡Infelices! No merecían vivir...
llegamos a la celda esa noche y no podíamos mirarnos, no quisimos mirarnos.
Sólo nos encerramos cada uno en su rincón, y nos desvelamos...creo que
desde entonces que no duermo.... debería descansar, ya es mucho... ¡NO!
Que se olvida, no, no, no, no.
Otra vez esa mariposa, nunca he logrado distinguir bien si es la misma o si
son varias muy parecidas. ¿Cuánto vivirá una mariposa? Eso me daría
pistas... ¡Torturadores! En qué pensaba, debo hacerle caso a Gerardo.

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Cuéntatelo, cuéntatelo... si pudiera anotarlo lo haría, pero no tengo lápiz...
desnudos, “chúpasela”, “Tranquilo, tranquilito”, desvelo. Eso, esa noche fue
de puro desvelo y lo escuché sollozar hasta que nos vinieron a buscar al otro
día... la verdad es que no logro recordar si era de noche o de día, siempre
estaba oscuro... “vamos que ahora tenemos visitas”, ¿o eso fue después?...
bueno, no importa, lo importante es no olvidar, sin importar el orden...
desnudos de nuevo, pero esta vez era distinto... ¿por qué distinto?... me
cuesta recordar... había más gente, sí. Definitivamente más gente... algunas,
no, eso era después... ¡Malditos! Claro, ya lo recuerdo. Esta vez no estuvimos
solos. Había una mujer, de pelo largo y ... ¿barba? ¡NO! ¡¡Era yo!! Claro,
ahora lo recuerdo. Esta vez me tocó a mi. Y fue muy doloroso, eso no lo
recordaba. Pero en el momento, lo entendí. Él fue muy brusco, me imagino
que de rabia por haber sido él el primero. A lo mejor yo hubiese hecho lo
mismo si me hubiese tocado a mí... a ver, me estoy enredando. Primero los
dos desnudos, los dos llorando, lo penetré... después, mucha gente mirando y
filmando, él con rabia se desquitó. Creo que sangré, pero eso prefiero no
recordarlo... creo que la técnica de Gerardo está cada vez dando más
resultados, debería contarle... llegamos al rato a la celda, creo que me
llevaron arrastrando. “Por qué no nos matan”, repetía a cada rato el morenito
– no hay caso con el nombre, cuando pienso que lo tengo en la punta de la
lengua, se va –. No me podía sentar, estaba realmente destrozado, ese negro
maricón tenía tremendas proporciones. Nunca me lo imaginé, con lo chico y
flaco que era. “Disculpa”, me dijo... ¿o fue “Por tu culpa”?... no, si me pidió
disculpas y me dijo algo así como que estaba fuera de sí. Claro, y esa fue la
noche en que nos conocimos mejor, y nos hicimos amigos... si, yo diría que
amigos. Nos consolábamos mutuamente, pero nos costó llegar al tema. De
hecho cuando le dije que lo tenía muy grande, se sonrojó y no me respondió
nada. Yo como siempre quería usar el humor para intentar de alguna forma
seguir vivo. Pero no sirvió, la vergüenza era mucha. A mi ya se me había
pasado un poco, por lo menos ahora que lo conocía y sabía su nombre...cuál
era, cuál era... mariposa otra vez. ¿Cómo saber si es la misma? Debería
intentar casarla y ponerle una marca... ¡Tortura! No, ya lo olvidé. Gerardo
ayúdame...
Esa vez fue la más dura. Había mucha más gente todavía que el día anterior.
Todos mirando, filmando, riendo, sacando fotos. Esta vez la mayoría ya se
masturbaba, parece que habían perdido la vergüenza igual que yo. Ya cada
vez costaba menos que se me parara. El moreno sabía perfectamente qué
hacer con la lengua para que fuera rápido. Y dolía menos al introducirla, no sé
si porque ya estábamos más relajados, o si era la costumbre, porque después
de varias semanas haciendo lo mismo, cualquiera se acostumbra. Parece que
los desgraciados también se acostumbraban, porque esta vez lo encontraron

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fome. Y nos obligaron a hacer muchas más cosas. Y muchos de ellos se
acercaban y a la fuerza nos violaban, ya no sólo se contentaban con mirar.
Creo haber estado con 4 tipos a la vez y el moreno desaparecía bajo una
masa de culos desnudos. Sangre y semen por todas partes esa vez en la
celda. Vomité mucho, no sé si el moreno lo habrá hecho. Pero esa fue la
noche en que nos acercamos.
Es demasiado parecida para no ser la misma. Tiene azul en la esquina inferior
del ala izquierda, toques de lila en el ala derecha, que asimétricamente luce
amarillos en los bordes. Es linda. Hoy día el sol está más fuerte que nunca,
invita a dormir, a descansar. Pero tengo esa sensación de que algo tenía que
hacer. Ya miré a la mariposa, conté los pétalos de la flor... esa es nueva, que
bien. Me encantan las flores nuevas, me hacen recordar ¡Mierda! casi lo
olvido. ¡Gerardo! Estábamos esa noche, llenos de semen todavía, el olor era
inaguantable. Y el moreno se arrinconó a la pared a llorar. No quería mirarme,
se avergonzaba demasiado. Ahora pienso que debe ser porque lo disfrutó
más que yo, si no, no tiene sentido tener vergüenza conmigo, que había
pasado por lo mismo... yo tenía rabia, mucha rabia... un poco de celos quizás.
Llorando me llamó. Tiritaba, el moreno tiritaba, y no era de fiebre, creo que no
tenía fiebre. Era de susto, o eso me dijo por lo menos. “Tengo mucho susto,
abrásame”. Me acerqué y lo abracé. Eso me tranquilizó a mi también. No me
acuerdo qué le dije, pero le hablé largo rato para que se tranquilizara.
Siempre fui bueno para eso, para hablar. En algún minuto dejó de tiritar, y
recién ahí me di cuenta que estábamos todavía desnudos, que esta vez no
nos habían devuelto ni la ropa. Recogí unos papeles que habían en el suelo y
traté de taparnos con eso. Al ratito empecé yo a tiritar. Y la única forma que
encontré de no morirnos de frío fue frotarnos suavemente entre nosotros. Su
piel era suave, típico de la piel morena, y eso me daba más calor. No
recuerdo bien en qué minuto el frío se convirtió en calor, ni menos el momento
en que el calor se transformó en pasión, pero sí recuerdo perfectamente la
sensación que tenía en la punta de los dedos mientras lo acariciaba. También
recuerdo lo mucho que me gustó que me apretara, sin darse vuelta, sin
mirarme a la cara, que lanzara su mano hacia atrás y me apretara el pene con
tanta fuerza que sentí que me lo arrancaba. ¿me lo arrancó?... nos besamos.
Si, eso lo recuerdo bien. Nos besamos. Pero antes... no, después... a ver.
Orden nuevamente: él tiritaba, yo lo abrasé, comenzamos a frotarnos para
pasar el frío, los dos desnudos nos acariciamos, me arrancó el pene, giró su
cabeza y nos besamos, primero con mucha fuerza, fuerza que fue
disminuyendo hasta transformarse en un roce o un suspiro mutuo, como si
lleváramos años de enamorados y no necesitáramos besarnos más porque
con el recuerdo de los primeros besos ya era suficiente. A ratos arremetíamos
de nuevo en un choque de lenguas, labios y mordiscos que terminaban

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nuevamente en esa tregua exquisita del beso a pequeña distancia. Ya ni
recuerdo cuántas veces hicimos el amor, sólo recuerdo que fueron muchas, y
de muchas más formas que las que nunca imaginamos se podían hacer. De
muchas más formas que las que nos habían obligado a hacer, e incluso
aquellas que con tanto dolor repetíamos día a día para la tropa de
degenerados ¡Torturadores! Parecían deliciosos pecados, sin dolor, sin
sangre, sin nadie mirándonos.
Esa mariposa no se mueve... no es mariposa entonces. No puede ser una
mariposa que no se mueva, que no... ¿está muerta? Cuánto tiempo lleva ahí
muerta y yo no me había dado cuenta. Qué tonto.
Al otro día, los malditos hijos de puta nos vinieron a buscar mucho más
temprano. Nos despertaron cuando no llevábamos ni un par de horas de
sueño. Nos encontraron abrazados, y el despertar fue ya desagradable, por
las risas estridentes que tanto me alteraban a esa altura. Al mirar al moreno -
¡cómo era que se llamaba! – recordé la noche anterior, y sonreí. Eso ya les
pareció extraño a los torturadores, que a golpes, más que otras veces, nos
llevaron a la misma sala de tortura de siempre. Pasamos por la sala de
corriente eléctrica, no paramos ahí; pasamos por la sala oscura, tampoco
paramos ahí; pasamos por ese sucucho asqueroso de las ratas, tampoco
paramos ahí. Ese día, íbamos a hacer la tortura “a Dúo”, como le llamaban los
hijos de puta, por segundo día consecutivo... creo que por primera vez fue tan
seguido. Al llegar a la entrada, hubo un enredo entre quienes nos llevaban a
cada uno, y por equivocación, quisieron hacernos entrar al mismo tiempo. Sin
querer nos rozamos las manos, y la sonrisa escondida que me dedicó el
moreno, todavía la recuerdo y con facilidad. Entramos y por primera vez
habían mujeres. Muchas mujeres. “Este es el Dúo”, le dijo sonriendo a una
mujer el malnacido que me llevaba a mí del brazo. Ya éramos famosos. Nos
hicieron desnudarnos y esperaron lo mismo de siempre, golpear, amenazar,
gritar, reír y luego masturbarse con este par de prisioneros que, llorando,
satisfacían sus asquerosas fantasías. Fue sólo mirarnos para entendernos y
darnos cuenta que no le íbamos a dar el gusto esta vez. Sin que alcanzaran a
decirnos nada, el moreno se lanzó a mis pies y de rodillas comenzó a
besarme entre las piernas, y a pasar su lengua como acostumbraba a
hacerlo, de la forma que él sabía que me encantaba. Tuvimos nuestra mejor
“performance”. Nos acariciamos, nos abofeteamos, nos sedujimos, nos
besamos y nos hicimos el amor de muchas formas. Esta vez no hubo
lágrimas, sino sonrisas y quejidos de placer. Recuerdo muy bien el silencio
sepulcral de los espectadores que estaban completamente sorprendidos con
el espectáculo. Aquellos que venían a reírse del sufrimiento ajeno se
encontraron con una escena de amor que despertó en ellos los más primitivos

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sentimientos y deseos, aquellos de los que escapaban riendo y torturando a
esta pareja, aquellos sentimientos homosexuales que disfrazaban de
sadismo, de voyerismo, aquellas sensaciones que no podían tolerar. Creo que
junto con la noche anterior, esa fue la vez que más placer he sentido en mi
vida. De pronto uno de los atónitos espectadores reaccionó. Se acercó y
comenzó a patear al moreno, que estaba en cuatro patas gritando de placer.
Con la parte de atrás del rifle me golpeó en la cara, y, mientras ambos
estábamos en el suelo, una avalancha de patadas y golpes de armas se nos
vino encima. Gritaban, algunas lloraban, pero nadie reía estridentemente ¡les
ganamos hijos de puta! Grité... o creo que grité. Comencé a reír, eso si lo
recuerdo bien, y reí y reí y reí mucho, hasta que por fin caí muerto por un
golpe en la cabeza... ¿muerto? ... bah, es cierto, casi olvidaba que ya son
años muerto. Es que mi memoria tiende a fallar últimamente... debería olvidar
entonces... aunque quizás el recuerdo es lo único que vale la pena de todo
esto... pudimos habernos reído nosotros de ellos. De esos fletos de mierda,
de esos desgraciados... que linda flor...¿en qué pensaba?.
¡No estaba muerta! Ahí va, con su rincón azul y sus alas lilas con amarillo.

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Intransigente conmigo mismo. Cansado. Ciego. Y por sobre todo culposo. Escribo esto
desde un estado extraño, entre sopor y agotamiento físico por el dolor. La sien derecha me
aprieta, me molesta, como que insiste en que tengo que pagar por algo que todavía no
quiero recordar. Por algo que todavía no quiero asumir. Por algo por lo que me niego a
pedir perdón. Por algo ante lo que soy tuerto, no ciego. Y esa tuertez es reina en mi país.
Culpa. No sé bien por qué tanta culpa. Aunque a veces lo sé, justo antes de reprimirlo. Y
en ese preciso momento me puteo, me enojo, me reto, me maltrato por ser tan estúpido
en sentir culpa. Como si de mi dependiera dejar de sentirla. Como si pudiera volver a atrás
a no hacer lo que ya hice, a no pensar lo que ya pensé. A no desear lo que deseo.
Intransigencia. Es mínimo eso. In-capacidad para trans-igir. Es eso justamente lo que
necesito. Igir. Igir por la vida, porque antes de la tan esquiva transigencia está la igencia, y
es ahí donde no me veo. Y empieza el dolor. La igencia es la madre de todas mis penas.
La cosa es así: soy ciego, y la vista se me agota en mi esfuerzo por mirar. Pero tanto va el
cántaro al agua que, cual Topacio, la vista se recupera, y empiezo a ver. Ver a medias,
tuertamente, pero ver al fin y al cabo. Y ante ese mirar me doy cuenta que la igencia me es
esquiva. Que por no poder ser igente, no puedo ir más allá. No puedo llegar a la trans-
igencia, y me vuelvo un intransigente. Y me siento culpable de serlo. No es tan malo
sentirme in-trans-igente; tampoco se siente tan mal echar de menos la trans-igencia; lo que
realmente molesta y activa el dolor, es darme cuenta que mi in-trans-igencia radica única y
exclusivamente en que no soy capaz de reconocer en mi la igencia. Que no logro encontrar
la igencia. Ser igente, y no ser trans-igente no estaría nada de mal. Es como no lograr ser
trans-persona, pero ser una persona echa y derecha. UN GÜEÑE DE TOMO Y LOMO.
¡Qué bueno ser persona! Raro, pero no creo que malo, sería ser trans-persona, sin ser
persona previamente. Pero definitivamente, y creo que en eso hay consenso, ser una in-
trans-persona es in-sopor-table para la vida humana. Algo parecido me pasa con la
igencia, la trans-igencia y la in-trans-igencia. No soporto la in-trans-igencia sin igencia.
Camilo Sesto es muy igente. Lo envidio in-sana-mente
A escondidas, tengo que mirarme.
A escondidas, como un cobarde
A escondidas, cada tarde
Mi alma vibra, mi cuerpo arde
A escondidas
Somos de esos amores prohibidos a uno mismo, por incluir a menores que son como son.
Y eso da culpa, y no deja igir. Por eso me escondo cada tarde, y mi alma vibra y me auto-
erotiso. Todo impulso parte en mi y termina en mi, Piel de Ángel, sin un poco de igencia.
Porque la igencia relaja y podrían huir los deseos. Porque si no fuera así tendría que
dejarlos ir, y no sé qué podría pasarle a otros con mis deseos. La Piel ya no sería piel, ni
Ángel tan ángel. Maldito Camilo. Es un homosexual igente, y yo no doy ni para
heterosexual intransigente. A lo mejor si cantara...

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Es ese que hubiese matado a mi papá si se lo hubiese pedido. Es esa parte de mi que me
ofrece poder con tantas ganas, que a veces me tiento a aceptárselo. Es esa parte que está
luchando con el preadolescente que quiere que lo quieran, que todos lo quieran... pero el
poder espanta. Espanta y vive solo... y ni mi preadolescente ni yo queremos estar solos.

PAIDOPHILIA
I
Echado en su cama no dejaba de pensar en esa mujer que tardó tanto en
nacer. La angustia no le dejaba dormir, la culpa le pesaba demasiado en el
cuello, como si hubiese estado toda la noche frente al computador.
Habían pasado muchas horas y ya no daba más. La angustia por lo que hizo,
el temor por las consecuencias. ¿Y si no estaba lo suficientemente
inconsciente? Ya no daba más. ¡Por qué cresta tuvo que nacer tan tarde! No,
fue un error, en realidad es mayor, hubo un error de encarnación. Y por más
que intentaba convencerse con los más extraños argumentos, la culpa no lo
abandonaba. “Pedofilia” resonaba en su cabeza, y aunque intentara olvidarlo
o engañarse con la razón, más fuerte renacían los autorreproches. Ya
comenzaba a temer no sólo los castigos de otros si no los suyos propios.
II
La abuela, de ya unos 80 y tantos, se levantó esa mañana turbada por algo,
sin saberse explicar bien si fue por algún sueño o si era uno de esos
achaques que desde hace un tiempo que ya se hacían comunes por la
mañana. Todos los días se levantaba impresionada por cómo paulatinamente
se iban haciendo más cortos los días y más largas las noches, a diferencia de
lo que siempre pensó, que los viejos apenas duermen y los sueños se
vuelven aburridos. ¡Qué mentira! Desde hace unos diez años ya que sueña
con su amor de infancia, ese amor de los 6 que nunca volvió a ver, pero que
siempre imaginó alto y fogoso. Ese amor de infancia que sueña hoy joven,
mucho más joven que ella, y siente casi todas las noches cómo viene a
poseerla, ella tal y como se ve ahora, vieja y arrugada, seca y sin ganas, y él,
joven y duro. Sueña con esta joven imagen haciéndole el amor prácticamente
noche a noche y cada mañana lucha por no despertar para no encontrarse

15
con su añeja realidad. Despierta, aún con la sensación en los muslos de la
presión que ejerce su juvenil amor encima de ella y secretamente hace el
intento de acercar su mano a su ya jubilada vagina. Generalmente termina de
despertar antes de llegar a tocarse, y secretamente se avergüenza cada
mañana.
Una vez de pie, la abuela caminó tranquila por el pasillo de esa extraña casa
que la cobijaba. Cada mañana se levanta intentando reconocer algo, algún
jarrón siquiera que le permita decir, ah, esta es mi casa. Olvida cada mañana
que ya no vive en su antigua casa de campo, que su marido murió hace más
de 30 años, que ahora vive con la familia de uno de sus cinco hijos, que dos
de ellos murieron al tratar de hundir un barco para cobrar el seguro, por
tercera vez. Cada mañana va reconociendo la casa, redescubriendo una vida
que ya se hace monótona en su seguridad, y si pudiera verse el rostro se
daría cuenta de cómo le va cambiando a medida que los recuerdos aparecen.
Se daría cuenta de cómo cada mañana al recordar la muerte de sus dos hijos
se retuerce sutilmente de dolor, de cómo al recordar la muerte de su marido le
asecha la culpa, de cómo al recordar la muerte de su madre le inunda el
desamparo y el temor.
“¿Ud. Ya no saluda?”, recrimina a su nieto, sin reparar en que estaba vestido
con la misma ropa del día anterior, lleno de sudor. Claudio saltó, como si
hubiese sido la policía y no su abuela. “Ah, vieja, me asustase”, atinó a decir
mientras se ponía de pie y huía a su pieza, sin detenerse a oír las
recriminaciones de su abuela que le gritaba desde el balcón, que por qué no
se quedaba a conversar con ella, que no la quería, que claro que ahora que
estaba vieja y aburrida todos se arrancaban como si tuviera peste.
Normalmente hubiera vuelto, habría dicho un par de bromas, un beso en la
frente y la vieja queda tranquila. Pero ahora ni la escuchó. Sólo le preocupaba
la imagen de esa pequeña niña bajo suyo, y él intentando sin que ella se diera
cuenta ... Un ruido interrumpió su pensar. Como si lo llamaran. “Pst pst”,
escuchó desde la pieza de su tía. Era su tío político, el dueño de casa, un
pequeño empresario que lo único que hacía todo el año era trabajar para
poder “verdadera y completamente descansar”, como acostumbraba decir,
por lo menos un mes en las vacaciones. En eso de descansar entraba
Claudio. Cada verano se iba a quedar durante ese mes a la casa de sus tíos,
y tenía que cubrirle las espaldas al marido de su tía en sus vacaciones. “Si vai
a descansar, descansai de todo”, acostumbraba a decirle a Claudio cuando
salían juntos a buscar mujeres de noche. No era de pretender que
descansara con la mujer al lado, y como su mujer no era de salir de noche,
Claudio se convertía en la excusa perfecta. “Se va a aburrir acá con nosotros

16
y no va a salir con las niñas”, acostumbraba decirle a su mujer. Era un
hombre de costumbres.
Veinte años tenía Claudio y su inseguridad le mantenía virgen, virginidad que
poco podía importarle a su tío, que apenas al salir por la puerta, se despedía
y tomaba un taxi a la casa de alguna de sus tantas mujeres. Pagadas unas,
gratis otras. Claudio a veces salía sólo, pero generalmente volvía a la casa,
entrando despacio por una puerta lateral que daba a la pieza de la hija mayor.
Rosita tenía 12 años y generalmente despertaba cuando Claudio entraba y
conversaban largamente hasta muy tarde, y ella lo adoraba. Esperaba con
ansias el verano para conversar con su primo mayor y secretamente
esperaba crecer para decirle que lo amaba. Claudio lo notaba, y de algún
modo eso le relajaba, porque aunque tuviera que esperar hasta los 30, veía
en esa niña una esperanza de no morir virgen.
“Oye, acércate”, le dice su tío desde la puerta. Se acercó con una extraña
sensación en el cuerpo, como si alguien le empujara al suelo, a ponerse de
rodillas y rogar perdón al padre de su víctima. Quiso llorar y explotar, gritar lo
que había hecho esa noche, que lo tomaran preso, que lo secaran en la
cárcel y abusaran de él de por vida. Sólo se acercó y el tío sonriendo le
pregunta si se había divertido anoche, al tiempo que, como de costumbre, le
pide disculpas por dejarle solo y le sonríe con esa amplia dentadura y esa
expresión de eterno niño. Claudio sólo se limita a sonreír de vuelta y cuando
gira camino a su pieza, se congela al oír que el tío le pregunta “¿Qué hiciste
anoche?”. “Entré por la puerta de la pieza de tu hija y me la violé mientras
dormía”, pensó en decirle. “Nada”, se limitó a responder.
Ya en su pieza rompe en llantos. No puede dejar de pensar en el episodio de
la noche anterior. Su cabeza vuela revisando las consecuencias: cárcel, 20
años de análisis para su prima, ¿embarazo adolescente?, castración,
definitivamente, castración. Era mucho. De pronto su cerebro recordó que no
había dormido en toda la noche, que estaba cansado y decidió, a pesar de la
oposición de Claudio, conciliar el sueño. Y como si se castigara a sí mismo,
en sueños aparecieron aquellas imágenes que le torturaban. La niña echada
sobre la cama, desnuda por el calor, de espalda y roncando, un ronquido
suave, tierno, y sobre todo provocativo, pensó en ese momento, como si
existiese cosa tal. No era primera vez que sentía una extraña atracción por
esa niña, el sólo saber que ella le deseaba a su infantil manera le excitaba de
una forma extraña. La erección fue automática y quizás fue eso lo que le
confundió. Pensó en masturbarse observándola, pero mientras comenzaba a
hacerlo fue despertando en él una violencia que nunca antes había sentido.
Quería tocarla, castigarla por dormir así, ¡qué se cree, no taparse!, sobre todo

17
sabiendo que él venía todas las noches a conversar con ella. Lo que no sabía
era que esta niña ya no lo era tanto en sus deseos, ni que esa noche decidió
esperarle desnuda, ni que decidió provocarle lo mismo que él provocaba en
ella, ni que en su niñez quería hacerle el amor, como si comprendiera tal
deseo. Era una niña decidida. No recuerda en qué momento dejó de
controlarse y se acercó a la cama. Menos recuerda por qué quiso acariciar el
desnudo cuerpo de esa pequeña niña con su pene erecto, y definitivamente
borroso está el momento en que le acariciara su virginal entrepierna. Tan
ensimismado estaba que no se dio cuenta cuando los ronquidos cedieron. No
se dio cuenta, o no quiso darse cuenta, del momento en que ella entreabre un
ojo y con temor le mira, semidesnudo. Era primera vez que veía un pene que
no fuera el de su padre. Quiso tocarlo, pero temió la reacción de su primo
mayor. Prefirió quedarse tranquila, hacerse la dormida y esperar a ver qué
ocurría. Ya sabía perfectamente lo que era el sexo, pero le costaba
dimensionar una cosa tan grande dentro de su vagina tan pequeña. Se
preguntó si dolía. No entendía tampoco porqué se sentía con tanto calor ni
qué eran esas extrañas contracciones en su abdomen. No se fijó en lo
húmeda que estaba su vagina. Sí se fijó Claudio, y fue ese el momento en
que se salió completamente de sí. Si algo de autocontrol quedaba en él, si
algo quedaba de vergüenza y temor por lo que estaba haciendo, al verla
excitada todo desapareció. Decidió en su cabeza perturbada que si su cuerpo
reaccionaba así, ya estaba lista, que no sacaba nada con postergarlo. Que si
no era con él, esa pequeña perra iría corriendo donde algún pendejo
compañero suyo a pedirle, a exigirle que le hiciera el amor. Por qué
postergarlo. Y se la violó, engañándose a sí mismo, insistiendo en que si lo
hacía despacito no iba a despertar.
Rosa se quejaba en silencio, no quería mostrarse despierta porque no sabía
qué decir. Lo amaba y en ese momento estaba pasando lo que ella siempre
quiso. No lo entendía, no era como pensaba, dolía, pero ¿no era por eso que
se había acostado desnuda? En su mente de niña aún, se hacía cargo de una
culpa que sólo le pertenece al violador. El amarlo le impedía comprenderse a
sí misma como víctima. Después del dolor comenzó el placer y eso lo
complicó todo. Fue corto, por suerte él también era virgen.
III
Y aquí está, aún desconcertado con lo que pasó, pero más consternado
porque nada pasó. No termina de entender la actitud natural y amorosa de su
prima a la hora de almuerzo, a la hora de ese almuerzo al que tanto le costó
llegar. Supo inmediatamente al verla que ella no estaba dormida, que
perfectamente comprendió lo que ocurrió esa noche, que estaba excitada

18
como nunca más en su vida lo volviera a estar, que se sentía culpable, que no
lo iba a denunciar y que hasta la tumba iba a guardar ese episodio consigo,
sin dejar siquiera entrever algún signo de perturbación por lo ocurrido.
“¿Cómo durmió anoche, mi niña?”, le pregunta su tía a la hermana de Rosa,
de sólo 8 años. Como de costumbre, no la llama por su nombre, porque aún
no se lo encuentran. Ambos padres no se decidieron nunca, querían algo
distinto, algo nuevo, mirar hacia delante para ponerle el nombre y no tomar
algo de atrás, algo así como inventar su nombre. Pero para inventar había
que ser creativo, y era eso quizás lo que más les costaba. Lo que no les
costaba era ser orgullosos, orgullo que los llevó a dejar a esa pobre niña sin
nombre. Niña, Gordita, Chilchil, y una serie de apodos o sonidos, pero nunca
un nombre, hasta que se les ocurriera el perfecto.
“Bien mamá”, respondió como pensando en otra cosa. “¿Tú tomaste mi
Barbie Fashion?”. El “no, fui yo” de Rosa caló profundo en Claudio, al recordar
perfectamente la imagen de dos muñecas que descansaban desnudas en el
velador de la niña a quien violara la noche anterior. Cómo no haber reparado
en ellas anoche, cómo haberlas omitido si eran un claro recordatorio de la
corta edad de su prima. A lo mejor de haberles puesto atención, lo habría
pensado... pero si su abuela no estuviera muerta, estaría viva, solía decir la
suya propia. “Es que desde que se me perdió la mía que se hizo fome jugar
con el Ken solo”. La imagen se iba aclarando, eran Ken y Barbie, desnudos
en el velador, una sentada encima del otro, piernas abiertas simulando un
coito, sin pene ni vagina, pero coito al fin. No le prestó atención, pero ahora
insistía en pensar en ello, como una forma de diversificar la culpa. No era sólo
que él estuviera enfermo como para no atreverse a tener relaciones sexuales
normales y tuviera que violentar a una niña para perder su virginidad, eran un
conjunto de elementos que conjugaron en la violación de esa noche. Es más,
no fue una violación propiamente tal, sino simplemente algo inevitable desde
las condiciones dadas: una niña completamente lista sexualmente para
reproducir y con un claro interés en perder su virginidad, hipersexualizada
hasta el punto de crear relaciones sexuales entre sus juguetes, enamorada de
él, un hombre que llevaba ya más tiempo de virginidad que el humanamente
soportable en esta cultura machista, el calor de la noche que la hiciera dormir
desnuda, esa maldita pieza con puerta para la hija mayor (clara
responsabilidad del padre), el tío que saliera y le utilizara como excusa
(¡quizás el mayor culpable!), la escasa evolución de las leyes en Chile sobre
la pedofilia, la naturaleza humana, el Dios masculino de occidente, la
perversión en la música axé, los mensajes satánicos en las canciones, las
novelas subidas de tono en horario familiar, los traumas infantiles por no tener
juegos didácticos, un pequeño malestar estomacal de hacía dos noches y la

19
influencia que Marte en ese momento ejercía bajo su signo. Si a esto
agregamos que ella pareciera no estar turbada, que no hubo violencia, que él
lloró toda la noche (mostrando una clara sensibilidad y preocupación por lo
que le ocurriera a la niña) y que al besarla fue muy suave y tierno, podría
decirse incluso que no fue una violación, sino un acto de amor. ¡Debería estar
agradecida! Como primera experiencia sexual fue sumamente placentera... Y
estando en esta oleada de autojustificaciones y ridículos intentos por hacer
más fácil la digestión, tocan a la puerta. Se para rápidamente la Niña a abrir y
corre hasta la puerta, pero al ver por el ojo mágico de la puerta intenta dar un
grito que se congela. Mira hacia atrás, a su madre, como pidiendo auxilio y
ésta se levanta asustada, instinto de madre supongo. Llega a la puerta, mira
por el ojo y reacciona igual que su hija, mirando hacia atrás. Cuando se da
cuenta que su madre ya era lo suficientemente vieja como para poder
ayudarle en esto, reacciona y se endereza, llevando hacia un costado a su
hija para abrir la puerta.
“Hola Sra. Tía”, le saluda cariñosamente el Escritor, percatándose sólo
entonces que no le tenía nombre. “Hola Chilchil”, y ambas, sin saber cómo
reaccionar ante el autor de sus propias vidas, ante su propio creador, saludan
con una sonrisa, como intentando caer bien para que más adelante en el libro
no se le ocurra a este caballero matarlas en algún accidente o darles una vida
triste y llena de asperezas. El Escritor adora secretamente que esto ocurra, de
hecho por eso decide introducirse a la historia. Omnipotencia, sana
omnipotencia, piensa mientras cruza el pasillo que separa la puerta del
comedor.
Al caminar hacia la mesa, saluda atentamente a todos los asistentes y se da
cuenta que la única en no reconocerle es la abuela. Decide sentarse al lado
de ella porque es quien más le intriga aún. Estaban comiendo arroz con carne
a la olla, y lo encontró poco original, pero hubiese sido demasiado alarde
apretar una tecla y borrar el menú para cambiarlo por un exquisito congrio frito
y ensaladas surtidas de acompañamiento, que tanto le había tentado la
semana recién pasada en aquel restaurant. Se dedicó a observar las
reacciones de los que le observaban en la mesa, una manera de conocer
mejor a sus personajes y ayudarse a terminar la obra, una por lo menos que
pudiera terminar.
Al ver al Tío, no pudo dejar de sonreír. Esa cara de niño que se deja bigotes
para verse mayor, definitivamente satisfacía la imagen en su cabeza. El Tío
temió al verlo, y temería durante toda su estadía en la historia. Teme lo mismo
que su mujer y su hija, el poder que este hombre tiene en sus vidas. Teme
porque sabe que él conoce su secreto del descanso veraniego. Teme que en

20
la vida de este pseudo literato, incontrolable desde su perspectiva, le
ocurriese algo que le transformase en un ultra moralista y castigador del
adulterio. Teme porque no le conoce, y sabe que él mismo es un libro abierto
(casi literalmente) para el Escritor.
Al verlo la abuela no lo reconoció. Al escucharlo, seguía sin saber quién era
esta extraña visita. Fue al olerlo que comenzó a sospechar. El resto no tenía
olor, aspecto del que nadie se había percatado. Él tenía un extraño aroma,
como si llevara un par de días sin ducharse. Sólo sospechaba algo, pero era
demasiado ridículo e imposible como para prestarle mayor atención. Se
remitió a inclinarse hacia su otro costado y respirar más por la boca.
Al verlo Rosa lo deseó, sin saber por qué. Le atraía de manera extraña esa
sensación de saberse completamente desnuda frente a él, porque es él quien
hace y deshace lo que a ella le ocurre. Le atrae el sólo pensar que al mismo
tiempo que ella lo desea, es él quien lo ha previsto y quien le hace desearle.
Le atrae de sobremanera pensar que es él quien decidió que ella se excitara
esa noche de la violación, en vez de haberla hecho sentir sucia o de haberla
hecho odiar a su violador. Le atrae que la haya hecho de 12 años y no de 15
o 20. Le atrae que la haya hecho prima de su violador y no amiga o una total
desconocida que es violada en el paradero de una micro. Le atrae hasta
físicamente. Extrañamente lo encuentra muy parecido a su victimario... y eso
no lo había previsto el autor.
El encuentro visual con Claudio fue el más interesante, porque tuvo que
sujetarlo desde el teclado un buen rato para que éste no se le lanzara al
cuello y ahogara, por la rabia que le producía conocer al desgraciado que lo
hiciera cometer esa violación y que después le diera argumentos para
sentirse menos culpable, encargándose al rato de quitarle valor a esos
razonamientos para luego volver a la maldita culpa. “Es tu coherencia como
personaje la que te hace sentir así, no yo necesariamente”, le dijo de pronto el
escritor. Claudio miró al resto que parecía seguir almorzando y conversando
como si no lo oyeran.
“No entiendo”, respondió, mirando de reojo a todos en la mesa para ver si
reaccionaban a su respuesta. Nada, parecía que sólo ambos se oían.
Efectivamente, sólo tú y yo nos oímos, necesitaba un espacio para hablar
contigo. “Hablar de qué”. De lo que pasó anoche, me cuesta conocerte bien
aún, y definitivamente te noto con mucha rabia. Quiero entender mejor esa
rabia. “¡Buena desgraciado!, si no entiendes tú, menos yo”. Dame pistas, no
sé cómo resolver esto, cómo debe seguir. “¿Pistas? Pistas quiere el maricón.
La única pista que te puedo dar es que me siento como la callampa por lo que

21
me hiciste hacer...”. Por lo que hiciste. “’¡POR LO QUE ME HICISTE HACER,
MIERDA!”. No grites. “Por lo que me hiciste hacer, si lo hice es porque tú lo
hiciste”. Yo nunca me he violado a una prima menor. “Pero seguramente algo
raro tenís en la cabeza que escribes esto”. No era mi intención venir a pelear,
mejor me voy y vuelvo en otro momento, cuando haya pasado más tiempo.
“No quiero sentirme más así, haz que deje la culpa”. No es coherente con la
historia ni contigo. “Y qué chucha me importa eso, yo sólo quiero dejar de
sentirme así”. No, lo que hiciste es terrible, y si no hay castigo externo, el tuyo
propio te someterá. “¡CÁLLATE! INFELIZ”. No grites te dij... “¡ÁNDATE A LA
MIERDA! GRITO Y GRITO TODO LO QUE SE ME ANTOJE. GRITO QUE
ERES UN PÉSIMO ESCRITOR. GRITO QUE TUS DEDOS GORDOS TE
HACEN TORPE ANTE EL TECLADO. GRITO QUE NUNCA TERMINAS
NADA. GRITO QUE TIENES MIEDO DE LO QUE VA A PASAR. GRITO QUE
NO ESCRIBES PARA TI SINO PARA EL RESTO. GRITO TU ARROGANCIA
Y TU VANIDAD. GRITO TUS CONSTANTES MASTURBACIONES. GRITO
TU TEMOR AL FRACASO EN TODO ÁMBITO. GRITO LO POCO QUE
PIENSAS LO QUE ESCRIBES. GRITO TU FLOJERA. GRITO TU PUTA
TENDENCIA A CONOCER LOS TÍTULOS. GRITO TU BANALIDAD. ¡LA
PARESSE INTELLECTUEL! GRITO QUE NO ERES NADA DE ORIGINAL.
GRITO QUE ESTO DE CONVERSAR CON EL PERSONAJE LO HIZO YA
OTRO AUTOR ANTES QUE TÚ, UNO DE LOS BUENOS. GRITO QUE TU
IGNORANCIA NO TE PERMITE SABER SIQUIERA A QUIÉN LE ESTÁS
COPIANDO. GRITO QUE ASÍ COMO ESE AUTOR PERDIÓ CONTRA SU
PERSONAJE, Y TERMINÓ HACIENDO LO QUE ÉL QUERÍA, TÚ VAS A
TERMINAR HACIENDO LO MISMO... GRITO QUE...”. Se acabó, lo que ibas
a gritar ahí, no me gustó nada. ¡Y ahora el que va a gritar soy yo! ¿Querías
dejar la culpa, querías crecer como persona? A LA CRESTA. Lo que hiciste
con esa niña no tiene perdón, ni mío, ni tuyo propio. De aquí en adelante te
estancas. Y te vas a ir arrepintiendo de gritar tanto.
IV
La miraba y buscaba de verdad amarla. Buscaba estar enamorado de esos
ojos oscuros en ese rostro claro. Buscaba disfrutar de su forma de comer, de
sus gestos de niña, de su boca, de sus grandes y ya desarrollados pechos,
del recuerdo de su cuerpo, del recuerdo de su aroma y su humedad, de su
pelo. Buscaba inspirarse en cualquier poeta barato, en algún bolero, hasta en
Arjona. Nada, y a pesar de seguir intentándolo durante el resto del almuerzo,
no logró transformar la culpa en amor. La miraba y sí, la encontraba linda,
muy linda, a ratos le excitaba, pero no, no estaba enamorado. Eso tampoco lo
explicaba. Llegó a pensar que el problema estaba no en lo que sentía, sino en
que no sabía lo que esperaba sentir. No conocía la sensación, e intentaba

22
concentrarse en mariposas en la guata, campanitas en la cabeza, mareos o
náuseas, pero nada. No pasaba nada, y la tele mentía de nuevo. No lograba
distinguir una emoción tan rara como el estar enamorado. Lo confundió
siempre con el atractivo físico, con estar caliente. A lo mejor es lo mismo. No
lo sabe.
Pero la vida seguía, o al menos eso esperaba él. Intentó, como siempre,
olvidar y rezar porque ella también lo olvidara o al menos no lo contara. Lo
más importante era que nadie lo supiera, porque podían pensar que era raro.
Eso no lo toleraría. Hubiese preferido que lo acusaran de mentiroso o ladrón,
pero de tener alguna rareza sexual no; él no podía ser así cuando siempre
ponderó sobre aquello. Años de consejería sexual, incluso a sus amigos
iniciados, mucho alarde de su acabada y temprana educación sexual, de lo
abierto de mente que fueron siempre sus padres al hablar sobre sexo frente
suyo, al no esconder de él las revistas playboy, al conversar y discutir sobre
sus dificultades y desacuerdos en la cama, etc.
Era preciso callarla, pero no se atrevía, y, como siempre, decidió esperar a
que las cosas se dieran de la mejor forma posible. ¿Y si ella lo cuenta? Debía
estar seguro, pensar en algo que decir en caso que ella hablara. Y fue
entonces cuando recordó aquellos muñecos en el velador, que sumado a lo
mucho que ella lo veneraba y deseaba como primo mayor (todos lo sabían
desde hace ya mucho), eran claros explicativos de un sueño tal. Imagínense,
una niña que se queda dormida jugando a tener relaciones con muñecos y
recordando a aquél primo deseado, obvio que soñaría con algo así. Y si en
los exámenes saliese que tuvo relaciones, no tendría por qué ser él, pudo ser
un compañero, o ella misma a lo mejor, hoy en día la masturbación comienza
muy temprano, culpa de la tele.
“Anoche, Claudio me hizo el amor”.
Hubo un momento de silencio. Largo. Eterno. Claudio quedó congelado. La
Tía no supo si oyó bien. La abuela comprendió quién era el que entró a la
casa. El Tío se levantó de su silla. Chilchil siguió comiendo.
“Anoche Claudio entró por la puerta de la pieza y me hizo el amor mientras
dormía. Pero desperté en la mitad, y eso él no lo sabe.”
Claudio sonríe. Siempre lo hace cuando está nervioso. El Tío se encendió en
ira, y sacó de órbita sus ojos. Algo le dijo a Claudio, con mucha rabia, pero
Claudio no podía oír. Estaba sordo. De nervios supone. Completamente
sordo, y veía cómo la saliva salía por la boca de su Tío y cómo su Tía lloraba

23
abrazando a su hija y como Rosita los miraba extrañados a todos y como su
Abuela se hundía en la silla y como Chilchil comía.
“¡Fue un sueño!”, atinó a decir mientras se ponía de pie comenzando a huir
del Tío que ya se acercaba con furia y diciendo más cosas que aún no podía
oír. “¡Tiene que haber sido un sueño!”. Buscó en la mirada de alguien un
aliado. Un aliado que le permitiera repartir la culpa, que le prestara un hombro
para llorar, un abrazo para disculparlo, una oreja para oírlo arrepentirse, un
amigo, un familiar, alguien querido, alguien no tan querido, un psicólogo por
último, o una de esas putas de su tío que dicen que por plata hasta te
escuchan y no te cuestionan, cosa rara por estos días. No encontró nada de
eso en su Tía. Menos en su Tío. Su Abuela casi en el suelo, destrozada.
Chilchil aún comía. Sólo una sonrisa de Rosa le dio algo de calma. Una
sonrisa coqueta que más lo confunde.
El Tío lo alcanzó, lo golpeó, lo lanzó al suelo, y lo siguió golpeando. “¡Mírala,
si le gustó!”, gritó confundido, como si un comentario tal fuese digno de un
abrazo y no de la pateadura que le estaban dando. Al rato, dejó de sentir. No
oía, no veía bien, no sentía dolor. De a poco sólo quedaba la angustia. En su
vista cada vez más nublada resaltaba el rojo de su propia sangre, y el verde
del rostro del tío. Su Tía no lo ayudaba. Pensó que ya no lo quería y recordó
lo injusto que era su Tío en tratarlo así después de años ayudándolo a
engañar a su mujer. “¡Cuéntele a la Tía donde estuvo Ud. anoche!”. Y el Tío
se congeló. Entonces, y sólo entonces, su Tía pensó. Lo miró y algo le dijo,
algo que Claudio no pudo oír, pero que hizo que le dejaran de golpear. Y
comenzó a sentir aún más fuerte la angustia. No oía lo que hablaban, no
sentía el dolor y la vista se fue del todo. Un negro profundo lo encerró, y
echado en el suelo comenzó a llorar. MALDITO. DESGRACIADO. POR TUS
PENAS, POR TUS CULPAS, POR TUS DESEOS, POR TU MARICONA
FORMA DE ENFRENTARTE A TI MISMO, POR TI YO SUFRO. YO QUE NI
SIQUIERA EXISTO, QUE NI SIQUIERA VIVO, QUE SOY CONSTRUIDO
POR FUNCIÓN TUYA, QUE ME HICISTE PARA TI, QUE CONSTRUISTE
POR TEMOR, POR VERGÜENZA, QUE NO EXISTO NI SIENTO NI VEO NI
OIGO NI PIENSO POR MI MISMO. YO QUE NO PUEDO NI AMAR Y TÚ ME
TRATAS ASÍ. Y TÚ ME MATAS ASÍ. No has muerto. PERO PREFERIRÍA
ESTARLO. No me gusta el suicidio como tema a tratar. Menos en esta obra,
que es sobre nuestra sexualidad. NUESTRA NO. TUYA, SOLO TUYA. Lo que
sea, no te vas a matar. ESO LO DECIDO YO. Lo dudo. TÚ ME PUEDES
MATAR, PERO EL SUICIDIO SOLO DEPENDE DE MI. No tienes con qué
matarte. PERO PUEDO DEJAR DE HABLAR. En silencio puedes seguir
viviendo. PUEDO DEJAR DE PENSAR. En blanco puedes aún sentir. LA
ANGUSTIA YA NO ME DEJA SENTIR. La angustia es un sentir y con eso me

24
basta para seguir escribiendo. INTÉNTALO. O ME MATAS O ME DEJAS
MORIR, PERO LOS DOS JUNTOS, EN VIDA, NO PODEMOS NI
QUEREMOS SEGUIR. No te puedo matar... aunque lo he intentado por años.
ENTONCES DÉJAME MORIR. ¿Y qué hago con la historia? Y qué pasa con
la coher... ¡PICO CON TU COHERENCIA! NADA TIENE COHERENCIA
DESDE QUE ENTRASTE AL LIBRO. NADA TIENE COHERENCIA DESDE
QUE ME VIOLÉ A MI PRIMA. La coherencia se puede mantener. PERO ES
CO-HERENCIA, NO LA PUEDES MANTENER SOLO. La mantenemos
juntos. NO CUENTES CONMIGO, YO SOLO QUIERO MORIR. No te voy a
matar. DÉJAME MORIR... Me diste pena. TE DISTE PENA. No vale la pena
seguir.

25
No sé qué me pasa, miniña, por eso te escribo. Seguro que esto no te lo muestro (aunque
me encantaría que lo leyeras), pero necesito escribírtelo a ti, porque creo que eres la única
con la que en este momento puedo compartir las cosas que siento. Siento rabia. O pena.
No sé, sólo sé que es fuerte y hace incluso que me duela la cabeza. Pensé que era
contigo, que era por no sentir que me amas, por temor a que me dejes y esas cosas, pero
parece que no es sólo eso. No sé bien lo que será, pero si sé que no es sólo eso, porque
cuando te estoy queriendo como nunca y te noto que con cariño te acercas, igual me
viene. Me viene esta cosa rara que parte por un destrozar de uñas y termina,
generalmente, con un tremendo emparedado nocturno de palta, mayonesa y tomate. O
bien en una pelea sin sentido. Con alguien o conmigo mismo, da igual. Lo importante es la
pelea. A veces peleo contigo y ni te enteras. Cuando lo miro al rato, me doy risa. Aunque
ahora que lo veo, me da un poco de temor. No quiero ser un loco, no quiero ser un cacho,
no quiero apestar a nadie. Menos a ti. Menos a mi. La última vez que pelié contigo fue
porque ... ya ni recuerdo por qué. Sí recuerdo que nunca te enteraste y que al besarte se
me olvidó por qué estaba molesto contigo.
Pero ahora no es eso. No es molestia ni contigo ni con nadie. Es como una sensación
extraña de temor. Temor a estar volviéndome loco; temor a que este dolor de cabeza sea
un derrame cerebral; temor a que la gordura me cobre la cuenta más caro de lo que
pensaba; temor a no ser un buen profesional; temor a que cuando finalmente te decidas a
hacerme el amor, no te pueda satisfacer, que no te guste hacerlo conmigo; temor a no
poder irme de la casa porque no voy a encontrar trabajo; temor a que si te vas por tu
postítulo, ni me consideres en tus planes futuros... acabo de recordar el por que de
“nuestra” última pelea: no quiero que te vayas tan fácilmente, sin siquiera preocuparte de
que nos dejaríamos de ver. Es una pelea egoísta, quiero que me consideres. Tengo claro
que es lo que tienes que hacer, y si no lo haces creo que pelearíamos porque no lo haces.
Lo que me dolió, y creo que no era molestia sino pena, fue que tan tranquilamente hablaste
de irte en agosto, como avisándome, como si la separación fuera por mi lado, y no por el
tuyo. Como si me estuvieras confirmando que efectivamente no te importo ni una mierda,
que estamos juntos porque necesitabas pololear con alguien, porque te hace bien. Es
como si me avisaras muy consideradamente, porque me tienes cariño, pero que en
realidad para ti no es nada, no significa nada más que un cambio de ciudad, un irse de la
casa a otra mejor, un emprender profesionalmente sin pérdida alguna. Estamos de
acuerdo en lo primero... quizás en lo segundo, pero no me gusta que así sea. Si te vas
quiero que eches de menos tanto como yo, quiero que te duela pensar que ya no
estaremos juntos... y después me reto por pensar estupideces. Como si las distancias hoy
en día fueran mucho, como si no pudiéramos vernos aunque trabajáramos a distancia por
un tiempo... y vuelvo a enrollarme porque nunca he creído en los pololeos a distancia. Es
una mierda todo esto. Esto hace que me duela la cabeza. Debería estar durmiendo en este
preciso instante, o haciéndome una relajación para que me dejara de doler la cabeza. O
tomando migranol. Hasta una paja a esta hora sería más productiva.
Mejor duermo, creo que el sueño me hace escribir hueás.

26
Cada vez que la veo, me tiento a dejarlo ir. Sé que la haría sufrir y que eso nos gustaría.

HISTORIA DE AMOR
Estaba solo en su cama, como siempre. A sus 20 años, creo que nunca había
estado con nadie en esa cama ni en ninguna otra, pero poco le importaba.
Estaba tranquilo consigo mismo, sabía que no tenía nada malo, que tarde o
temprano iban a aprender a disfrutar de él. Por mientras, era feliz
disfrutándose solo.
Estaba contento. Muy contento según él, porque estaba enamorado de su
mejor amiga. Recuerdo no haber logrado entender esa alegría cuando me lo
contó. “Cómo puedes estar contento si estás enamorado de una mujer que te
considera sólo un amigo”. “Ni siquiera eso”, me dijo, “me considera su mejor
amiga”. Y reímos. Este gil no está enamorado, pensé, pero ahora creo que
era su forma de estarlo.
Solo en su cama, y virtualmente solo en su casa, porque la única compañía
era la de su abuela casi sorda que dormía hacía un par de horas en la cama
de sus padres. Él no había querido ir a la nieve con ellos, según dijo porque
estaba resfriado y tenía que estudiar. Yo tengo clarísimo que no era por eso,
sino porque le encantaba disfrutarse a sí mismo en soledad. Se sentaba a ver
tele, y no la veía, solo se dedicaba a jugar a mirarse a sí mismo viendo tele.
Le encantaba estar en lugares con poca luz y sonidos tenues, para jugar a
cómo se ponía escuchando, cómo se veía mirando, cómo se sentía haciendo
distintas cosas. Él era su mayor placer, y no lo podía del todo disfrutar
estando con su familia o mucha gente.
Echado en su cama, su abuela durmiendo, y ya eran alrededor de las 10 de la
noche cuando imaginó escuchar que tocaban la puerta. Intrigado se levantó y
va a mirar por la ventana, donde para su sorpresa estaba su mejor amiga. No
supo si alegrarse por su inesperada visita o molestarse por la inoportuna
interrupción de su goce personal. Pero se veía tan linda que rápidamente se
olvidó de sí, para gozarla a ella.
“Pasa, qué sorpresa”, le dijo al abrir la puerta, con esa cara de niño de la que
siempre nos reímos en la U. Ella se veía distinta, según me contó. Se veía ás
cercana, y tenía un extraño rubor en la mejilla que nunca antes había visto y
que nunca más vio. Se acercó a saludarla como siempre, ofreciendo la mejilla
propia a la de ella. Ella se acercó a saludarlo como siempre, aceptando esta

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oferta de manera cariñosa. Él esperaba chocar mejilla con mejilla y sus labios
estaban listos para hacer el típico sonido del beso. Pero ella torció la cara, y lo
besó en el rostro, haciendo chocar sus labios – esos grandes y carnosos que
tanto nos gustaban a los dos – con su cara, siempre lavada y bien afeitada.
“Potito de guagua, como siempre”, le dijo ella, y entró. Por un par de
segundos se quedó congelado en la puerta, disfrutando de esta sensación tan
rica que le dejara el sorpresivo saludo de su amiga, y disfrutando de él mismo
congelado frente a esta situación. Estúpidamente, hizo sonar los labios como
terminando el proceso del saludo que quedara interrumpido. Ella sonríe y él
se sonroja, con lo difícil que era que eso ocurriera.
“Qué rico, tienes prendida la chimenea. Con el frío que hace”, le dice ella al
momento que se acerca al fuego. “¿Qué te trae por acá?”, le preguntó de
verdad intrigado. Era muy rara una visita a esa hora. La verdad es que era
muy raro una vista de ella a cualquier hora, porque era de esas amigas que
les gustaba que los demás se acercaran y sostuvieran el cariño. De hecho,
por eso yo me alejé de ella. “Estaba sola en mi casa, aburrida, y me acordé
que me habías contado que tus viejos se iban a la nieve”. La sonrisa que le
dedicó, según me contó, fue de otra mujer. Ella no acostumbraba ser coqueta;
menos osada. Jamás tomar la iniciativa. Pero en esa sonrisa le dejó entrever
una intención que para él era sorpresiva... incluso sospechosa, pero
definitivamente muy oportuna y esperada. Decidió dejar de lado la paranoia,
la búsqueda de segundas intenciones, la estupidez del no atreverse, el pensar
en el futuro de la amistad. Sólo le incomodaba un poco el que de pronto se
levantara su abuela sorda y destruyera toda la mística que se estaba
generando entre el fuego, la mujer que tanto deseaba y la sensación del beso
en la mejilla que aún sostenía y se negaba a dejar. Decidió también agregarle
un elemento más a esta escena tan perfecta: el vino reserva del papá.
Después se mamaría el reto o quizás al otro día iría a ver si podía comprarlo
en algún lado, pero esa noche era lo único que faltaba. Recordó de pronto un
poema que había escrito – uno de los cuatro que escribió en toda su vida – y
se sonrió, pensando en que esta situación era tal cual como la describía en
ese poema, sólo que aquél terminaba con la mujer en le baño por problemas
intestinales. Esperaba que eso no ocurriera esta noche.
Destapó el vino y le sirvió una copa. “¿Te gusta el vino?”, preguntó ella. “Más
me gusta estar contigo”, pensó en decir, pero lo encontró cursi y se remitió a
un coqueto “Si”, y agregó “Me encanta que hallas venido”. Ella se sonrió, en lo
que se estaba convirtiendo en una carrera de sonrisas coquetas. “¿Por
qué?”... rara pregunta, no le tenía respuesta. Simplemente le gustaba que
hubiese ido. Respiró y pensó que si no se la jugaba en ese minuto, todo
podría transformarse nuevamente en amistad. A la mente le llegaron dos

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respuestas: “porque tenía hambre, y tu sabís que me carga cocinar”, seguido
de una risa estridente como siempre, y la pregunta sobre algún familiar o
amigo al que no vieran hace tiempo “¿Qué será de Pepe?”; la otra respuesta
que pensó no era con palabras, sino simplemente sostener la mirada en sus
ojos, y dejarse llevar por el impulso que lo atacara, cualquiera que éste fuera.
Al contarme esto, agradecía que ese impulso no hubiera sido golpearla o
escupirla, sino hubiese tenido que dejar de estudiar para pagar al analista que
lo tratara.
Sin darse cuenta, mientras pensaba en estas dos respuestas, ya estaba
empezando con la segunda. La miraba detenidamente a los ojos, y en un
momento se quedó en blanco. No reaccionaba y no lograba distinguir impulso
alguno que le permitiera actuar. Hasta que bajó la vista de los ojos a su boca,
y sólo pudo hacer aquello que siempre quiso hacer al mirarle los labios – en
realidad, aquello que todos queríamos hacer al mirarle los labios. No recuerda
bien en qué minuto dejó de mirarla para empezar a besarla, pero si recuerda
claramente que ella se sonrió justo al momento en que sus labios se rozaron.
Me dijo que lo que más le había gustado de ese primer beso, fue que sintió
claramente cuando esos pedacitos ínfimos de cuero que siempre le colgaron
a esta mina de los labios, le rozaron. Dice que esa sensación de estar
besándola, pero poder comérsela al mismo tiempo, no fue superada por nada
el resto de la noche.
Se besaron largo rato, minutos varios dice, aunque así generalmente cuesta
distinguir el tiempo. Se besaron hasta que no aguantaron el calor de la
chimenea, que tenían frente suyo y que hacía doloroso el roce del pantalón
con la pierna. Se corrieron de ahí sólo después de haber masoquistamente
disfrutado de ese dolor quemante. Se corrieron hacia otro sillón, uno más
pequeño que quedaba más lejos del fuego, y en ese cambio, recordó a su
abuela. Quería hacerle el amor a su amiga de la forma más plena y sin
censuras que pudiera, pero la abuela en la pieza era una traba. No alcanzó a
pensar mucho más en ella, porque de un sólo movimiento quedaron ambos
sentados en el sillón, con los cuerpos entrecruzados, mirándose de frente
apoyándose cada uno en las faldas del otro. Se miraron largo rato, mucho
rato, tanto rato, que no recuerda el momento en que se desnudaron, ni como
lograron hacerlo sin moverse. Nunca más vio la ropa ni supo de ella, sólo le
importaba mirarla en su completa desnudez y su cada vez más impresionante
belleza. Al otro día me confesó que si no hubiese estado tan caliente, si no la
hubiese deseado con tantas fuerzas, no la hubiera tocado durante horas, para
poder conservar el recuerdo de cada detalle del cuadro que frente suyo se
acababa de pintar.

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Le dijo que la amaba, que hacía mucho tiempo que la amaba, que ya no
aguantaba y que ella tenía que saberlo. Quiso conversar con ella del tema,
darle tiempo para que se expresara, pero el deseo era demasiado y
arremetió. Para su sorpresa, ella se hizo un poco hacia atrás, y le sonrió –
sonrisa que ya no se le hacía extraña ni desconocida en ese rostro.
“¿Qué pasa, preciosa?”, le preguntó. Cree que hasta la voz le tiritó al
preguntar. “Acuérdate que somos amigos, no te confundas. Nada va a pasar,
nada puede pasar, porque somos amigos. Tú eres como mi mejor amiga, y lo
sabes. No deberías haberme dicho que estabas enamorado de mi, no sería
raro que me enojara. Esto nos va a alejar, vamos a dejar de ser amigos. No
debiste...”.
No sabía si era todo en serio, si era broma, si tenía razón o no. En un
segundo se cuestionó toda esta fantasía que estaba viviendo, todo este
cuento que se estaba armando. ¿Me estaré haciendo daño? Pero la miró, y
ella lo miraba fijo, como esperando una respuesta. Recién entonces se relajó.
“Este es mi sueño, preciosa, y en él tú me amas tanto como yo a ti”. Ella
sonrió nuevamente como sometiéndose a aquello que era evidentemente
cierto e inevitable. Se deshicieron besándose al lado del fuego, y la molesta
sensación de estar siendo escuchado o de pronto ser sorprendidos por la
abuela, desapareció tras la primera caricia a su tibio pecho. Decidió enviar a
la nona a la nieve, junto a sus padres, nada se lo impedía.
Sus pechos eran tan tibios como lo sospechaba, y el que tenía bajo sus dedos
caía levemente, como haciendo evidente lo real y natural del paisaje que lo
deleitaba. Es cierto que no era más que una fantasía, pero qué importaba si
era tan buena.
Se lanzaron al suelo, y el frío del piso les molestó por un segundo, hasta que
lo entibió para que no lo desconcentrara. Se siguieron besando y acariciando,
y ella, en actitud total de entrega, le dijo “Hazme el amor”. Lo encontró último
de cursi, y pensó suprimir aquello de su fantasía. Podía hacerlo. No le
costaba nada, era como retroceder una película, pero decidió fluir en su
imaginación. Qué importaba una frase cursi, en un contexto así. Decidió
hacerle caso, y le hizo el amor.
Fue rápido, ya llevaba mucho rato en su autodisfrute. Pero era perfecto, tal
cual como le gustaba. Masturbarse mientras fantaseaba con largas y
elaboradas historias de amor, sin importar que no alcanzara a llegar al
momento crucial de la fantasía. Con todo el preámbulo le bastaba. Por unos
momentos, se detuvo a disfrutar de la sensación que le dejó esta extensa
historia, hasta que por razones higiénicas se complicaba el seguir inmóvil. Se
sacó el calcetín que tenía puesto para no manchar las sábanas, se secó un

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poco los bordes con él y lo dejo al lado. Con una servilleta, cuidadosamente
dejada en su velador para estos momentos, terminó de limpiarse, dejó los
restos al otro costado de la cama, se giró, y apagó la luz, listo para descansar
después de una agotadora noche de pasión y romance.
Nunca supe por qué me contaba estas cosas, si el autoerotismo es tan
privado, pero reconozco que siempre me divertí oyéndolas.

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Desde que nos encontramos que tengo una fantasía: los dos viviendo juntos en una casa;
una casa bonita, de madera y cemento, esa mezcla que me encanta. Una casa con
segundo piso, pero uno pequeño: sólo una pieza, un hall de entrada y un baño. En el hall
de entrada hay libros, libros amontonados, desordenados, tan desordenados como los de
la biblioteca de mi papá. Tú me molestas porque hago con mis libros lo mismo que odiaba
que hiciera con los suyos. Cosas del Edipo.
El baño, pequeño por cierto, está justo arriba de la pieza que manejamos vacía para
cuando tengamos hijos; esa pieza que va a ser de ellos, llena de juguetes, con las paredes
pintadas por ellos mismos, preciosa, sin reglas, sin sentimientos que manipulen, con puro
amor y goteras de la maldita cañería del baño de arriba que nunca pudimos arreglar.
Lo más extraño de ese baño es una pecera azul. No sé bien por qué está ahí ni para qué
sirve; a lo mejor va a estar de moda en esa época. Pero ahí está, azul, como si no fuera
colocolino. Y en la pieza del fondo, yo; frente al computador escribiendo mi tercera novela,
apostando a que ésta sí va a tener tanto éxito como el primer libro de cuentos que me
publicaron. Siempre te voy a repetir que no me importan ni las ventas ni las críticas, pero
no me creas. Sí me importan y mucho. Es triste saber que a esa edad seguiré siendo igual
que ahora y que a los quince.
El computador (una mierda que se queda pegada a cada rato) va a estar lleno de polvo,
igual que los libros; y el teclado decidimos cambiarlo después que derramáramos el café
encima en un arrebato sexual. ¿Te acuerdas? Hacíamos el amor en esa pieza muy
seguido. Nos gustaba porque nos sentíamos perversos en ella, como tirar en la oficina.
Desde que nos encontramos que tengo la fantasía de volver a querer ser escritor y no
psicólogo y que tú vas a estar conmigo ahí, escuchándome, leyéndome, convenciéndome
de que no escribo tan mal como creo, ni tan bien. Que tú vas a ser la feliz de la pareja, con
la musicoterapia, y yo de escritor inestable. Que te reirás de mi cuando me traicione por
plata y haga una capacitación o algún proceso de selección. Que seremos felices, en una
casa de madera y cemento los dos. Y después los hijos.

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Lo que pasa es terrible pero ni siquiera nos atrevemos a darnos cuenta de ello.

MI ALMA
El otro día estornudé, pero tan fuerte que se me salió el alma. Ahí estaba,
sentada al lado mío en el auto, mirándome directamente a los ojos. Se notaba
meditabunda, como si intentara comprender qué había pasado y no pudiera.
Un poco confundida quizás. Por mi parte, nunca había estado en una
situación similar, así que no sabía qué hacer, cómo actuar, y no encontré
nada mejor que tocarla. Era extraño, como cálido a ratos; algo parecido a
cuando te bañas en un lago y pasan corrientes tibias.
Mi papá seguía manejando concentrado y mi hermano iba en el asiento de
adelante sumergido en un cuaderno, así que ninguno se dio cuenta, hasta
cuando le pregunté a mi alma que qué iba a hacer.
- ¿Yo? – preguntó mi hermano sin saber que no era para él la pregunta– me
voy a clases ¿Por qué? – extrañado por la pregunta se gira en el asiento y
gritó al ver mi alma.
- ¡¡¡QUÉ ES ESA HUEÁ!!! – no me gustó nada lo que dijo. Mal que mal era
mi alma y él no era nadie superior para venir a tratarla así.
- Mi alma – contesté con tono molesto
- ¿¡Tu qué!?
- Mi alma, así que trátala con más respeto, por favor, mira que no quiero que
se me enoje o se me sienta.
Ante tan extraña conversación, mi papá miró por el espejo retrovisor y casi
chocamos. Se estacionó a un costado y se dio vuelta. Sus latidos se
escuchaban hasta el asiento de atrás y se le notaba lo alterado en la mirada.
- ¿E... esa es tu alma, hijo? – me preguntó entre extrañado, asustado,
emocionado...
- ¡Sí! ¿Algún problema con ella? Porque si tenís algún problema con ella, lo
tenís conmigo.
Sí sé que fui prepotente, pero qué esperaban si en ese momento era todo un
desalmado. En todo caso no me tomó en cuenta. Los dos estaban como
idiotizados mirando mi alma que parecía cada vez más asustada. Hubo como
un momento de tensión dentro del auto en que mi hermano y mi papá nos
miraban a mi alma y a mi como con codicia.
Estaban maliciosamente felices por lo que había ocurrido. De pronto, mi papá,
que ha leído mucho sobre filosofía y otras cosas por el estilo, le preguntó a mi

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alma “¿Puedes hablar?”. Mi alma me miró como pidiéndome permiso y yo le
repetí la pregunta, con un tono un tanto más tierno para que no se asustara:
“¿Puedes?”
- Sí – dijo tímidamente
- ¿Te puedo hacer unas preguntas? – le dijo mi papá con un tono muy
tierno, ahora sí, pero una expresión ambiciosa.
- Sí – respondió nuevamente mi alma y comenzó un bombardeo de
interrogantes.
- ¿Tenía razón platón? ¿Existe el mundo de las ideas? ¿Cómo es? ¿Te
reencarnas infinitamente? ¿Cuántas vidas llevas? ¿Puedes pasear por
este mundo como quieras? ¿Te acuerdas de tus diferentes encarnaciones?
¿Cómo es la perfección? – a lo que se suma mi hermano - ¿Fumas?
¿Estás pololeando con una alma mujer? ¿Existen almas homosexuales?
¿Elvis está muerto? ¿Ves el futuro? ¿Lees mis pensamiento? A ver ¿Qué
estoy pensando ahora?
Mi alma se desesperó. Todo fue muy rápido. Ante tanta pregunta se desfiguró
y empezó a cambiar de forma, pasando por gran variedad de animales,
personas que jamás había visto, plantas, figuras abstractas, cosas varias,
hasta que tomó la mía, mi forma, mi aspecto externo, tal cual como me veo
en el espejo. Me miró directamente a los ojos, en una mirada penetrante y
como preparándose para decir algo. Me dispuse a escuchar esperando oír
algo que me guiara durante mi vida o que me tranquilizara sobre mi futuro o
por último que me dijera “Cómprate un Kino”. Pero no. Yo, el muy poca cosa,
tengo un alma insulsa y poco creativa que no encontró nada mejor que
decirme “Cuídate de ese resfriado” y se me metió dentro de nuevo. Mi papá y
mi hermano trataron de agarrarla y empezaron a tirarme el pelo y las orejas
para tratar de sacarla. Desesperados, me gritaban “¡Devuélvela, devuélvela!”.

No la devolví.

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Es aquí donde te temo. Es aquí donde te dudo y te niego. Es aquí donde me dan ganas de
reprimirte.
¡¡Ahora tú calla!!

TENGO MIEU
Siempre de niño tuvo susto, pero jamás ahora después de haber crecido.
Nunca pensó que esos ataques de miedo volverían y que volverían esas
parálisis de susto que lo mantenían debajo de las sábanas, inmóvil, por temor
a quedar completamente desprotegido y al alcance de su implícito enemigo al
sacar un brazo o moverse en la cama.
Regresaron todos los síntomas: temor a nada, susto a todo, transpiración,
inmovilización, pánico a ese enano rubio de dientes largos con un cuchillo en
la mano que después de lograr visualizarlo bien en la oscuridad y percatarse
que era tan sólo una muñeca con un lápiz bic que algún desalmado le pusiera
en la mano para asustarle, de todas formas le temiera porque cabía una
remota posibilidad (que en momentos así es una enorme posibilidad) que este
inofensivo muñequito cobrara vida cual Chucky y con esa sonrisita hipócrita e
imborrable le enterrase el lápiz bic en el pecho. Temor al ruido que se
escuchaba afuera que seguramente era la muerte que, cada vez más vieja,
debe caminar con bastón, bastón que suena como si un imbécil hubiese
dejado una caja o un tarro bajo una canaleta que baja del techo trayendo el
agua de la lluvia en forma de gotas hasta el suelo. Temor a que la silueta que
ve parada e inmóvil en la puerta de su pieza sea un ladrón o un asesino o su
muerto padre que, como en sus ataques de miedo de antaño, escuchara sus
sollozos y viniera a sacarle la cresta para evitarle la molestia de levantarse e ir
a pararse al lado de la cama de sus padres y decir tímidamente y con voz
temblorosa: “Tengo Mieu”.
Temor a que producto de ese temor, no pueda dormir en toda la noche y al
otro día esté muerto de sueño en el trabajo, como cuando niño lo estaba en el
colegio y no podía concentrarse en la prueba del libro que acababa de
terminar de leer. Y al quedarse sin más cosas a qué temerles comienza a
recordar cosas a las que semanas anteriores les había temido de igual forma
como les teme ahora, después de acordarse.
Temor a tantas cosas, tan burdas e irracionales que al pensar un poco se da
cuenta de lo tonto que es, que no hay nada a qué temerle, excepto a los
desastres naturales y a ladrones o asesinos sueltos. Y después de haber

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inventado temores racionales y plausibles sin poder hacer nada por evitarlos,
ya que no cree en Dios pues teme que haya un Demonio que lo castigue por
creer en él y a su vez teme que Dios lo castigue por creer en ese Demonio,
pasa toda la noche elucubrando y suponiendo estupideces, volviéndose
realidad uno de sus temores, ya que al otro día jamás pudo concentrarse en
su trabajo o en esa maldita prueba que le bajó todo el promedio.

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Y ni una puta palabra más. Sólo calla y déjanos pensar en cómo hacer para que no
vuelvas a sentirte bien estando conmigo. Calla y déjame imaginar que te aprieto el cuello
hasta que tus ojos me pidan que los deje seguir mirando. Calla y déjame disfrutar de
pensar en cómo te hago sufrir, perra.

FALTA DE PICO
Estaba yo escuchando Walkman en clases de inglés mientras veía cómo la
profesora movía y movía los labios pasando materia inútil, inservible. En eso
veo que la Isidora me está aleteando en el asiento de al lado. Bajo el walkman
para escucharla.
- ¿Qué estás escuchando?
- Peter Gabriel
- ¡AAAYY! Me encanta. ¿Qué canción?
- “BIKO” – y ahí empezó.
Como estábamos en primera fila, la profesora escuchó e interrumpió la clase.
- ¡Andrés! Ordinario. Ándate afuera al tiro y te vas con amonestación ¡por
grosero!
- Pe... pero, Miss, yo no dije nada
- Claro y yo soy tonta. Te escuché clarito así que ándate.

Me emputecí porque la vieja aparte de sorda, cartucha.


- ¡No me voy a ninguna parte! – grité fuerte – No he hecho ni dicho nada.
- ¡Mentira! Yo escuché clarito que dijiste ... ¡eso que dijiste!
- ¡Lo que pasa es que usted escucha lo que quiere escuchar!

Se levanta como una energúmena de su silla y me grita


- ¡Acaso estás insinuando que yo quise escuchar... ESO¡
- ¡SI! Y hasta creo que harta falta le hace.

Ahí me mandó a inspectoría, y me fui, porque ahora tenía una razón. Me


suspendieron por una semana. Al parecer me fui al chancho, lo que confirmé
cuando volví al colegio y supe que se había suicidado. Nadie sabe por qué,
pero yo creo que se mató porque le faltaba pico.

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La ira te vuelve más sabio. Te hace ver aquello que no puedes ver con otros ojos. Te hace
descubrir engaños. Te ayuda a que hagan lo que siempre quisiste. Te ayuda a que te
sigan. La ira los disminuye como seres humano y te enaltece a ti. No los deja respirar sin
que ese simple acto tenga que ver contigo. Es lo que te permite estar un poco más cerca
del creador. Dios es ira, y de la ira nace el humano. La ira penetra a una mujer, la ira la
fertiliza, con ira fuiste expulsado del útero y con ira serás sepultado. Qué caso tiene
esconderla...

RUMIACIÓN

- ¡Qué te creís, DESGRACIADO! – Grita muy exaltada frente al arco de


medicina una mujer, nada fea, a un tipo que con cara de extrañeza y
paciencia – se nota muy paciente – la intenta calmar.
- Oye, tranquila. Si yo no hice nada. De hecho esa era la parte tuya...
- Ya, ya. CLARO. Echémosle la culpa a la mujer del grupo, porque las
mujeres somos más tontas ¿cierto?
- Ya, mujer, no tiene ná que ver con eso – insiste en explicarle, como si
ella lo estuviera escuchando.
- Sabís que más: ¡cállate, y mándate a cambiar! GUATÓN MARICÓN. No
te quiero volver a ver.

Da media vuelta y se marcha. Él queda sólo y se va caminando en dirección


opuesta, claramente ofuscado. Está bien que sea paciente, pero creo que
esto es mucho ¿Guatón Maricón? Qué se cree, mocosa de mierda. Ella, la
muy regia... no, si es regia la perra, PERO NO POR ESO ME VA A VENIR A
INSULTAR...hueona mala... HUECA DE MIERDA. Perra, qué se cree... ya, ya
deja de pensar en eso. No vale la pena, tenís un certamen mañana
CONCENTRARSE. ... ... ... ¿Guatón Maricón?, guatón maricón me dijo... no,
no, no, ya. "la teoría del aprendizaje social explica la imitación diferida"... ...
¡Perra, si sabe que estoy a dieta! ¡AAAHHH! Ya, piensa en otra cosa... se
pasó esta mina en vaca, tratarme de Guatón, si sabe que estoy a dieta la
desgraciada... y ya he bajado bastante ¿se me notará? Ya, parezco maraca...
cresta, que rabia, y ahora que tengo que seguir estudiando justo me sale con
esto. Una vitrina, eso es lo mejor, las vitrinas no mienten... ¡Si, sigo guatón!
Cresta, parezco mina. Pero no puedo creer que esta hueona me venga con
esas cosas si sabe muy bien por lo que he pasado para adelgazar los putos
kilos que he bajado, la cagó la hueona de mierda me pudo haber dicho
cualquier cosa, menos guatón, lo de maricón se lo aguanto porque es de

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enojada, es como que te saquen la madre, no tiene valor alguno, pero guatón
es mucho, es como que yo le dijera hueca, porque cuando uno sabe que tiene
un defecto no quiere que los amigos se los saquen en cara, y ella es hueca y
sabe que es hueca y yo soy guatón y sé que soy guatón, pero me carga ser
guatón, si tuviéramos un hijo sería HUECÓN o GUATECO. Cresta, no voy a
poder pensar en el puto certamen. Es como si yo la molestara por que le
gusta la Yuri, con la Maldita Primavera y esas cosas, es como si la hueviara
por ser tan llorona, “Guatón” .. hija de puta, si, de puta, porque la vieja de ella,
que harto rica que está, es una cerda en la cama y le pone el gorro al viejo
hasta con el jardinero, y que si yo le dijera una huevá así capaz que no se iba
a enojar, cómo no se pone en mi lugar la yegua y me dice guatón como si no
importara. Y las huevás de canciones que escucha, esas si que son para
reírse. Si sientes queeeee, para enamorarme ahoraaaaaaa,
volveráaaaaaaaaa a mi, la maldita primaveeeeraaaaa. ¡GUATÓN TU VIEJO!
y pelao más encima, qué se cree la perra chica, que porque es mina la
culiá puede sacarme en cara el físico, como si yo alguna vez la molesté por
estúpida, todo lo contrario siempre la he defendido, qué se cree, porque de
verdad no es tonta, medio hueca, pero tiene otras virtudes, como la simpatía,
la rapidez pa las tallas, y esas tremendas tetas que una vez le pasé a agarrar
bailando y se sienten rico pero que ella no sepa que se las agarré porque se
puede enojar conmigo ¡Y QUE ME IMPORTA QUE SE ENOJE LA HUEONA
DE MIERDA! si me trató de guatón, supiera las veces que este guatón se ha
manfinfleado pensando en ella, supiera la de veces que se tiró a sus antiguas
pololas pensando en ella, supiera la desgraciada que estaba adelgazando
para gustarle un poco que fuera, pero ella me dice guatón y maricón, si querís
te muestro la pichula que esa sí que es guatona y seguro que no te molesta
que lo sea, perra, no, pero por qué pienso esas cosas de ellas si estaba
enojada y de más porque nos fue mal en esa huevá de trabajo porque ella se
equivocó y cuando uno se equivoca le echa la culpa a otros y no quiere
asumirla uno y cuando uno no tiene la culpa se siente culpable como cuando
se muere la gente que uno conoce o que no conoce o hermanos de las
amigas o primos o padrinos de los hermanos o amigos de los amigos o
historias en general. GUATÓN como me dice eso si ni siquiera me preguntó
cuánto había adelgazado en estas dos semanas ¡6 kilos, hueona! 6 kilos en
un par de meses es caleta y la hueca de mierda ni me pregunta y yo más
encima la disculpo que chucha tengo que disculpar a nadie que se pudra,
ojalá que el pololo le siga poniendo el gorro y que ella se entere y que le duela
a cagar a la perra para que vea que duele cuando a uno le dicen o se entera
de huevás que sabe pero que no quiere ver, qué se cree cabra de mierda,
conchadesumadre. SI PARA ENAMORARME AHORA VOLVERÁ A MI LA
MALDITA PRIMAVERA DE MIERDA y el guatón se pone a cantar en la calle,

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como sin darse cuenta, como si intentara dejar de escuchar sus propios
pensamientos. Y canta fuerte y Yuri invade la Diagonal y luego los tribunales,
y el paseo peatonal. Pero a pesar de cantar, su rabia no se detiene y no
puede dejar de pensar en esa perra maldita que me trató de guatón que
escucha esta música de mierda que no sé por qué la canto si ni me gusta, a lo
mejor es porque quiero demostrarle que sé de ella más cosas que las que se
ha podido dar cuenta ella de mi en estos años de amistad, que su amigo
guatón sabe de ella todo pero ella de él sólo sabe que es guatón porque es
hueca y no tiene vida interior y que aunque quiera intentar indagar en el
interior de los demás no podría porque está siempre pendiente de sí misma,
que es ciega y por eso ni se entera que me duele que me diga guatón, esa
perra, putita H U E C A. Y la Yuri que sigue fuerte por las calles de la ciudad,
y la gente que lo mira, y se preguntan quién es este guatón extraño que canta
a la Yuri. Algunos ríen, otros se asustan, algunos cantan con él, pero todos
coinciden en algo: qué Guatón con aspecto más simpático, qué ganas de
tenerlo de amigo, como si a mi me importara ser amigo de la gente, como si
quisiera tener sólo amigos, como si ser gordo implicara no poder amar u
odiar, como si ser guatón me condenara a ser simpaticón hasta con las perras
que se dicen mis amigas y que igual me tratan de guatón, cuántas veces no
habrá hablado a mis espaldas, cuántas veces no habrá comentado lo guatón
que es su amigo, su mejor amigo, ese que tiene un pene gordo igual que él
pero que nadie lo aprovecha; ese que sólo quiere hacerle el amor a la amiga
de mierda que ahora lo trata de guatón como si fuera culpa de él que fuera
tan estúpida y se equivocara en el trabajo justo en la parte que le tocaba a
ella y le dieron la más fácil y la que menos tenía que pensar porque saben
que no piensa mucho y lo peor de todo es que me dijo guatón y un niño se le
acerca y le pregunta que por qué canta y él no lo oye, porque sólo escucha
sus pensamientos y la madre que lo toma del brazo para que salga de ahí que
no lo moleste al guatón que parece que está medio loco, y que no si está con
walkman escuchando música y por eso canta y que no si tiene el audífono
colgando, no lo tiene en la oreja, que llamen a los carabineros dice una
señora como si la fuerza pública pudiera meterse en su cabeza y obligarlo a
apagar esos pensamientos en tropel sobre el insulto gordo que le dijo su
amiga, como si no le importara, a lo mejor tengo que abrir los ojos y darme
cuenta de una vez por todas que de esa mina no soy ni amigo, que ella no me
considera nadie en su vida, ni un perro fiel, ni nada, que no soy más que eso,
un guatón maricón para ella, que mi vida le importa un carajo, que no está ni
ahí con que yo ande detrás de ella, que ella sabe que le tomé la teta, pero ni
siquiera le importó, que las veces que me he masturbado pensando en ese
agarrón de teta son nimias, porque agarrón tal no existió ni en mi cabeza, solo
en mis deseos y en mi pene cuando lo aprieto. Que guatón, como es posible

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si 6 kilos en dos meses es caleta, que me falta abdominal, lo sé pero que
tengo que irme de a poco, como me dijo la nutricionista, pero que nadie sepa
que fui a la nutri, que vergüenza, me hueviarían caleta en la u, como son
estas mierdas, porque ya nadie es mi amigo porque para todos soy ese
guatón maricón que soy para esta mina, que si la veo me paso por la raja toda
la vergüenza y le agarro las dos tetas con ganas, las aprieto y las muerdo, si,
las muerdo, si soy guatón y me gusta comer por eso te como las tetas perra, y
después me cobras como le ha cobrado toda su vida tu mamá a tu papá, hija
de puta, pequemos, o déjame a mi no más pecar, total tú ya no importas
desde que me trataste de guatón y pasaste por alto todos mis esfuerzos y mis
ganas de hacerte el amor y te fuiste por esa calle y yo me fui por la otra y te
pesco y te doy vueltas y te como por todas partes y te entierro mi verga por el
trasero y por tu vagina y después te pago, no mucho, no tanto como tu papá a
tu mamá, porque tu mamá es mucho más linda y cara que tú porque tu no
vales ni la mitad, porque a tu mamá no le importó que yo fuera guatón cuando
me la tiré en tu cumpleaños pasado, porque tu mamá sí supo aprovechar al
guatón de mi pene que tú ni conoces ni te interesa, porque las tetas de tu
mamá no son tan buenas como las tuyas pero esas si que las agarré. Guatón.
Cómo que guatón, perra chica, si ni siquiera me has visto sin polera porque a
nadie le muestro mi cuerpo, porque solo lo muestro después que me han visto
el pene porque sé que a nadie le importa la guata cuando tienen un pene
entre sus piernas o sus dientes porque si para enamorarme ahora VOLVERÁ
A MI LA MALDITA PRIMAVEEEERRAAAAAAAAAA.
Y la canción se calla. La canción termina, en su cabeza y en su boca y la
gente alrededor ríe. “¡Güena Guatón!” le grita un obrero desde un edificio en
construcción. “Ahora la del apagón”, grita otro y la gente ríe y el Guatón se
sonroja. Camina más rápido y más la odia, porque la hace hacer el ridículo y
el corazón le salta, y tú perra espera que te encuentre porque ni te vas a
enterar cómo te voy a hacer sufrir y te voy a contar que me tiré a tu mamá
porque sé que eso te destruiría y te voy a decir que no me molestó que me
trataras de guatón porque eso se pasa dejando de comer mientras que la
honra de tu familia y tu estupidez innata no se mejoran con nada y sigue
caminando cada vez más rápido para huir luego de las risas y burlas. Dobla
por la plaza, y baja en dirección al parque lo más rápido que pudo. No logra
avanzar mucho porque de frente se encuentra con su amiga, con esa perra,
por qué me miras, dime algo, no me mires no te voy a saludar porque no
puedo, porque si te saludo te voy a decir lo mucho que te quiero y lo mucho
que me hizo gozar tu madre.

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- Hola, eehh... que rico que te alcancé... igual... quería ... o sea iba a
llamarte... porque te quería pedir disculpas... ¡Igual estoy enojada!...
pero me fui al chancho, si no es pa` tanto.
- Ah ... sí, si yo cacho que andas como estresada – atinó a decir, como si
en nada le hubiesen afectado las palabras que esa mujer le dijera frente
a su Universidad, como si no le importara que medio Concepción se
riera de él.
- ¿Vas pa` la U?
- Eeh.. ya...

Maldita perra como te digo que me destruiste como si me hubieras enterrado


una puñalada. No saco nada con hacerme el tonto si te odio ahora, si te
quiero, si me forniqué a tu madre y todos lo hacen, si tus amigos te siguen por
ella y por tu plata y por tus tetas, si yo te quiero y no quiero que eso influya en
nuestra amistad, si soy tan guatón cómo me vas a querer así, si soy una
mierda, si te quiero. Y la encara, la toma del brazo, ella lo mira inquieta, sabe
que algo le va a decir, no sabe qué y teme que por fin se le declare y no sabe
como decirle que no y lo mira y le angustia y él la mira, le sostiene aún el
brazo. Lo suelta. Baja la mirada antes de volver a levantarla para, con cara de
extrañeza y paciencia – se nota muy paciente – mirarla y preguntarle:

- ¿CÓMO QUE GUATÓN?.

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Y estando casi dormida al lado mío, en automático me preguntaste lo que siempre
preguntas ante un muy largo silencio.
- ¿En qué piensas? – pensé en no responder, pero mi cabeza fue más rápida, y pensó en
contestarte casi en automático que pensaba en lo muy difícil que se me hace controlar esta
estupidez adolescente del celo, esta tontera de creer que si le demuestras cariño a alguien
me lo estás quitando a mi; que pensaba en lo muy distinta que te siento cuando estás con
la gente que sé que amas, a cuando estás conmigo; que creo que no me amas; que me
tienes un simple cariño, como el que se tiene por un perrito, ni siquiera por un amigo,
porque para qué nos vamos a engañar, nunca fuimos ni hemos sido tan amigos; que siento
que a ratos te canso, que te molestan mis abrazos, y que no quieres que te bese; que creía
en ese preciso instante que estabas girada hacia el otro lado, no porque te gustara dormir
“cucharita” sino porque es la única forma que se te ocurrió de no sentirme tan cerca
durante toda la noche; que te estaba dando mucho más espacio en la cama del que
normalmente te entrego porque no quiero que te ahogues y me dejes; que en parte no te
estaba acariciando porque quería castigar lo injusta que eres conmigo al sentir todo esto y
no decírmelo; que era rabia lo que sentía por ti en ese momento, esa rabia Chicory (como
diría el Dr. Bach) que detesto en la gente, pero que se me hizo inevitable; que pensé en
largarme, en huir, para que supieras que yo sé que tú sabes que no me amas, pero que
quieres hacerte la tonta sólo por tu afán complaciente; que la sensación de temor frente a
un quiebre, frente a que me patees en la raja no se ha ido nunca, es más, aumenta con el
tiempo; que no me tomes en cuenta porque me da por temporada, y que esto que estoy
pensando ahora seguro mañana no lo pienso; que tengo miedo; que me duele imaginarme
que me dejas; ne me quitte pas; que a veces hablo contigo de cualquier tema para no
forzarte a pensar si quiera en lo que sientes; que aún le tengo celos a ese amigo tuyo, pero
mucho más celos y pánico le tengo a ese antiguo amor, ese amor que según yo nunca
dejaste de amar; que mientras más lo pienso, más seguro estoy de que no me amas; que
creo que no quieres hacer el amor conmigo porque no me deseas; porque nunca me has
deseado; que tengo la sensación de que ni mis besos te gustan; que un futuro contigo se
me hace cada vez más borroso; que tengo un sueño de mierda y que estos malditos
pensamientos no me dejan dormir; que te ves muy linda hoy y que hueles mejor que ayer,
hueles más a ti; que si te digo todo esto seguro me dejas; que mejor no te digo nada y
mañana lo escribo; que capaz que lo escriba, lo guarde y a los pocos días lo borre; que
mejor te dejo dormir...
Finalmente de mi boca sólo salió un tranquilizador “en nada”. A esa altura, sólo quería
dormir abrazado a ti.

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¿Cuál es el problema con el placer? ¿Cuál es el sentido de la culpa? Si pedimos permiso
para el deseo, deja de ser deseo. Y eso, no lo deseas ni tú ni yo.

PROFE
Y allá voy. De nuevo caminando a mi fantasía. Camino a mi trabajo como si
alguna vez hubiese podido concentrarme trabajando en esa maldita
universidad llena de modelos. Mujeres todas, ya no hay niñas. Mujeres que
deseo, que desnudo con la mirada, que penetro al dar la palabra, que
conquisto cuando les doy pista en alguna evaluación, que acaricio cuando las
interrogo en el examen. Lo único en mi vida que me ayuda a salir de la cama.
Lo único que me mantiene vigente, vivo, estudiando y trabajando para poder
seguir haciendo clases a esas mujeres hermosas. A esas deseosas de
admiración. Yo les doy esa admiración, no se preocupen. Yo las admiro y las
deseo, sólo no lo noten, porque puedo perder mi trabajo y no tendrían quién
las deseara tanto como yo. Si quieren seguir sintiéndose deseadas,
escuchadas, observadas, necesitadas, sólo guarden silencio. No digan a
nadie que tienen un profesor medianamente joven – los treinta no se escapan
tanto de sus 19 – que les hace el amor con la mirada y las palabras en cada
clase. No digan que tienen un profesor que hace clases prácticas y de mucho
trabajo grupal sólo para poder mirarlas tranquilamente mientras lo hacen; sólo
para acercarse a aclarar dudas mientras las huele de cerca. No le cuenten a
nadie que las mira a los ojos en afán de conquista, aunque sabe que eso no
ocurrirá. Guarden silencio, es nuestro secreto.
Y acá entro, y las veo. Todas ellas, futuras enfermeras esperando con ansias
a su profe psicólogo que les viene a enseñar de lo que no sabe, pero logra
disimular. Y lo saluda la rubia. Siempre la primera en saludar como si supiera
que es la preferida. Como si supiera que encarna a aquella mujer que creí
que no existía. Como si se supiera perfecta en sus formas, en su estatura –
como a la medida –, en su color de pelo, ese rubio extrañamente real en
nuestro país, con visos castaño oscuro que te recuerdan que vives en
Sudamérica; y esa sonrisa. Ese lindo y rápido y casi infantil “holaprofe”,
acompañado de una corrida interminable de dientes perfectamente tratados
en su infancia. ¡Benditos frenillos! Que bien que hicieron su trabajo. Y sus
ojos. Azules como si fuera posible que un color tal existiera en la naturaleza.
Siempre la misma respuesta: “qué tal, mucho gusto verla por acá como
siempre”, porque sé con certeza que seguido a ello me devuelve la sonrisa
coqueta, me regala otra corrida de dientes para que siga fantaseando. Para
que siga imaginando que le cuento los dientes con mi lengua, que la beso

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enfrente de todos como si no me importara perder mi trabajo, que suspendo la
clase sólo para correr a mi oficina y hacer el amor todo el día con esta mujer
perfecta de perfectas formas y perfectos colores. Me regala su sonrisa dos
veces cada semana, y ya van muchas semanas, y ya van muchas sonrisas, y
de regreso le debo muchas horas de placer. No más de 10 segundos dura
esto, pero suficiente para entrar con ganas a hacer la clase.
Me dirijo al escritorio frente al curso, y hago un rápido paneo a la clase, como
disfrutando del único placer que me entrega a la semana esta vida de mierda.
Solo los martes, triste los lunes, agotados los sábados y domingos, aburrido
los viernes y alcoholizado los jueves. Lo único que me queda de pasión desde
que me dejaran, son los miércoles. SAN MIÉRCOLES. Bendito seas entre
todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu mente distorsionada: tus
perversas fantasías. Qué lindo espectáculo. Todas esas bellezas juntas,
mirándome con deseos – de aprender, pero deseos al fin y al cabo. Siempre
de derecha a izquierda: primero es la Preciosa; esa bajita, redondita y muy
pálida de rostro, con su cabello completamente negro y liso; sus labios
rozados y gruesos que intentan esconder una dentadura no tan perfecta; su
mirada inocentona que deja entrever sus oscuras pasiones, sus ocultas
intenciones, sus deseos más descabellados; se nota al verla que detrás de
ese mirar puro y astuto se esconde una mujer que sólo piensa en sexo y en
cómo hacer sentir más placer al hombre que tenga en frente; quiero poseerla,
como a todas; quiero que se coma mi verga, ¡que se la trague! Y detrás de
ella la Pavita; esa chica extraña al hablar, un poco lesa dicen algunos, pero
rica; si, rica; cumple con esa simple y tan vilipendiada categoría; rica; rica
porque tiene un precioso cuerpo, con una pequeña cintura, y grandes senos,
pero no tan grandes como para verse extraña, sino lo suficientemente
grandes como para que su trasero no pase a segundo plano; ese trasero
gordo y duro, redondo. Y a su lado la Morena; esa que supera todos los
estándares de estatura y desarrollo físico de nuestro país; esa morena
gigante, de piel suave – lo descubrí cuando se despidió de mi la semana
recién pasada de beso en la mejilla, como si quisiera demostrarme que es ella
la que más placer me puede entregar con sólo rozarme con su piel - ; esa
morena de rasgos hindúes que seguro esconde una vagina intensa, jugosa,
grande; una de esas vaginas de labios gruesos en las que el pene nada como
si estuviera en un útero hecho a su medida. Y al otro lado, la Mala; esa que se
cree muy chora, agresiva, pero que en realidad no sabe nada de la vida; esa
que de encontrarnos solos de noche, sé que por nervios no podría hacer nada
por si sola, tendría que enseñarle todo; esa que cree que no se le nota que es
virgen aún, pero que tiene muchas ganas de dejar de serlo; esa con cara de
perversa, pero intenciones conservadoras, como su padre. Y más abajo, la
Blanquita, esa de rasgos perfectos y gestos suaves; esa que dan ganas de

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acariciar, besar, cuidar y pololear; esa que se enamora con un solo beso, y se
apasiona con una osada caricia en el trasero; esa que más que encender mis
pasiones, me regula, me equilibra antes de seguir viendo hacia la derecha y
encontrarme con la Oriental; esa chinita de tez pálida y ojos negros intensos
que me hacen explotar en deseos; esa que no dan ganas de hacer el amor
con ella, sino violársela enfrente de todos; no preguntarle, no conquistarla,
sólo hacerle el amor con fuerza y sin permiso porque ella nació y se crió para
complacer a quien quisiera complacerse con ella; penetrarla con ganas,
saciarse con su coño, hacerla gritar de dolor por el ano, y morderla, morderle
los labios, los senos, las manos, el ombligo, el pelo, la cabeza, las orejas, la
nariz, los dedos de los pies, la muñeca, los nudillos, el talón, los ojos y el
trasero; que grite, que se deshaga pidiendo auxilio porque ya no tiene más
cuerpo, porque alguien se la comió por completo; normalmente vuelvo a
Blanquita, para disminuir la erección antes que se haga demasiado notoria,
para disminuir las ganas de masturbarme frente a todas. Más a la izquierda
siempre, la Mayor; esa chica que tiene pinta de casada, pero no sé si lo
estará; esa chica que se nota sabe mucho de sexo, más que yo, más que
cualquiera en esta sala, quizás más que cualquiera en esta universidad; esa
que siempre he sentido como la única con la que realmente pudiera llegar a
tener posibilidades de concretar algo; esa que si me encuentro en un pub, me
acerco y le converso, le invito un trago, le coqueteo abiertamente y la invito a
mi departamento; la única que no me ve como a un viejo. Y la Intelectual, esa
que es muy buena alumna, que habla bonito, que me impresiona con sus
reflexiones, pero por sobre todo, esa que en su boca dice “sexo oral”; jamás
en mi vida he visto una boca tan perfecta para el fellatio, hecha a mano para
succionar; pero lo intenta ocultar, esconde su labio inferior, se lo muerde sin
saber que con eso queda al descubierto, sin saber que es eso justamente lo
que un hombre anda buscando en una boca cuando quiere sexo oral: una
boca coqueta, que no demande un pene, sino que lo insinúe; una boca que no
se note que en realidad es una vagina hecha para contener penes erectos, y
nada más.
Y la rubia. Termino siempre en la rubia que, sentada en primera fila a mano
izquierda, espera que la vuelva a mirar para dedicarme su enorme dentadura
por tercera vez en la semana. Para que deje de pensar en todo el resto del
curso y sólo remita mis deseos a ella. Tiene poder sobre mi esa sonrisa, y ella
lo sabe.
Comienzo la clase. Como siempre, un par de bromas sobre los
acontecimientos de la semana, que se casó el Chino de nuevo y esta vez de
negro, que Habemus Palpatine, que el debate de la Sole y la Michel. Cosas
nimias, burdas, pero de las que todas ríen. Cada vez estoy más convencido

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que me desean. Que no soy sólo yo, que ellas a su manera me quieren
poseer. Y les doy un trabajo grupal como de costumbre, para fantasear
tranquilo, y de paso escamotear mi ignorancia sobre el tema.
Se agrupan y, como si lo hiciesen adrede, en un grupo se juntan la morena, la
blanquita, la pavita, la mala, la mayor y la intelectual. En otro grupo, junto a
cuatro chicas desconocidas y demasiado comunes, se sienta mi rubia.
“Siéntate con cualquiera”, me tiento a decir “siempre serás tú la que
destaque”. Pero prefiere ser la única. Algo de inseguridad supongo. Y sola,
haciendo grupo con los dos únicos hombres del curso, la Oriental. Como
intentando darme celos. Como si no supiera que se sienta ahí no por decisión
propia, sino porque es su deber estar con los hombres. Al resto del curso no
lo miro. Mujeres comunes y corrientes, con las que me puedo encontrar en la
calle; mujeres como cualquier otra, que no despiertan fantasías. No las deseo
y lo notan, porque ni siquiera me llaman para aclarar dudas. La rubia si. Es
siempre la primera en acercarse a mi escritorio, y siento su aroma y me
enloquece. Pero hoy está distinta. Algo tiene, que la deseo con más fuerza.
¿Estará ovulando? No lo sé, pero al irse a su grupo debo correr al baño. “Lo
siento chicas, debo hacer algo, las dejo trabajando ¡No se copien!”, y corro.
Me suda la espalda, el pene está más duro de lo normal dentro del pantalón,
me duele al presionar contra el cierre, la deseo, te deseo, te quiero hacer el
amor, te quiero penetrar, gozar, disfrutar, pertenecer, me quiero enamorar de
ti y que te enamores de mi, te quiero dar hijos, hijas, nietos, quiero regalarte
mil orgasmos como los que me has regalado tú sin enterarte, te quiero tocar
la entrepierna cuando estás conmigo para saber si me deseas, si te parezco
atractivo siquiera, te quiero penetrar con mi lengua y llegar al útero, te quiero
explorar por dentro, te quiero rasgar las ropas y mirar los senos quiero
morderte los pezones, agarrarme de tu trasero redondo y perfecto, y besarte.
Besar tu boca tierna, tu rostro liso y suave, el lóbulo de tus orejas, que tan
sutilmente cae por debajo de tu pelo, liso y rubio y castaño y limpio y suave y
brilloso. Apoyado en la puerta del baño, no logro contener el deseo y cuando
estoy apunto de sacarme el cinturón, de bajarme el cierre, de sacar mi pene y
masturbarme con tantas ganas como cuando tenía 14, siento que alguien
entra al baño de golpe. Y es una mujer. Una chica, que me es familiar pero no
reconozco de inmediato. ¿Me habré equivocado de baño? No, ella debe
haber entrado errada. Pero no logro seguir pensando en nada, porque se me
lanza al cuello, se cuelga de mi y me besa en los labios como si me amara de
siempre. En ese momento la reconocí. Era otra alumna del curso. Una que
nunca miré porque no me interesaba mirar. Una en la que creo haberme fijado
una vez porque andaba con un sombrero grande, en medio de la sala. Una
con cara de matea. Una que si mal no recuerdo, hizo un muy buen examen el
año pasado cuando participe de la comisión de mi colega, cuando no eran mis

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alumnas, cuando conocí a mi rubia. Una que tiene un trasero
descomunalmente grande y que ahora me cuesta agarrar. El primer beso fue
en shock. Me mira a los ojos, y me vuelve a besar. El segundo ya lo disfruté.
Del tercero en adelante, olvidé el baño, la clase, mi condición de profesor, y la
comencé a desnudar. No me importó que fuera ella, que nunca me hubiese
interesado, que su trasero fuera descomunal, que usara gorros ridículos, que
su aliento no fuera el mejor, que hablara raro, como nasal, que usara mucha
ropa, que sus sostenes fueran feos, que sus calzones salieran con una
mancha café entremedio, que su figura fuera la más común de las figuras,
que al otro día me costara recordar con quien tiré en el baño, que en cualquier
minuto entraba alguien y nos descubría, que el baño estaba hediondo, que la
manilla del lavamanos se le enterraba en la espalda, que no usamos condón,
que estaba comenzando a transpirar en demasía la camisa que no alcancé a
sacarme, que ya estaba apunto de eyacular y podría quedar embarazada, que
me podían echar, que tenía 19 años, que hacía meses que no tenía
relaciones más que con mi mano, que nos veíamos patéticos en el espejo que
estaba a su espalda y frente mío, que fuera del baño hay cámaras que la
vieron entrar después que yo, que el trabajo que estaban haciendo era con
nota y se podían copiar, que era el cumpleaños de mi ex polola, que estuve a
punto de casarme y me abandonó a última hora, que todos los martes pienso
en cómo morir, que todos los jueves agradezco no haberlo intentado, que
estoy enamorado de su compañera. Nada me importó, porque ya no era ella.
En el minuto en que entró al baño y me besó, dejó de ser ella, y pasó a ser mi
fantasía. Pasó a ser la morena, y su piel suave; pasó a ser la blanquita y su
ternura apasionada; pasó a ser la oriental objeto; pasó a ser la preciosa de
dientes firmes y labios carnosos; pasó a ser la intelectual mamándome la
verga; pasó a ser la mayor enseñándome cómo sentir placer; pasó a ser la
pavita rica desatada en locura; pasó a ser la mala, preguntando qué hacer.
Todas y cada una de ellas, todas, menos ella misma. Y mi rubia no aparecía.
Al momento antes de eyacular en ella, sin importarme lo que pudiera pasar,
ahí frente al espejo, logré ver en mi rostro el amor que siento por mi rubia y la
desdicha de no poder decirlo, de no poder vivirlo con esta mujer imperfecta
que no se le acerca en nada. Logré ver que al hacerle el amor a esta chica, y
poseer a todas en mi fantasía, no lograba sacarme de la mente a la rubia,
pero la alejaba cada vez más. Que lo que siento por ella ya es más que un
oscuro deseo de un profesor degenerado. Que ya la necesito, que no saco
nada con ocultarlo, que mis orgasmos son de ella y para ella. Que esta chica
desnuda frente mío, a la que poseo en estos momentos, a la que beso, no
existe. Nadie existe. Solo existe mi rubia y yo. Que ella está destruyendo eso.
Que con hacerle el amor a esta desconocida, me alejo más de mi rubia. Que
puedo perder el trabajo si se sabe. Que si pierdo mi trabajo no volveré a ver a

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la rubia. Que debía hacer algo para que eso no ocurriera. Eyaculo de todas
formas en ella. Y fue muy bueno.
Me declara su amor, y yo solo la escucho. “Lo siento, esto no puede ser.
Puedo perder mi trabajo”. Se sonríe de medio lado, y por primera vez la
encuentro atractiva. “No es necesario”.
Volvemos a la clase, y todo sigue como siempre. Termina el trabajo, se van a
sus casas y no nos vemos hasta el otro miércoles, día a la semana donde doy
rienda suelta a mi imaginación fantaseando con todas mis alumnas mientras
poseo a una de ellas en el baño, a esa que me ofrece sexo una vez a la
semana, a esa que es hija de la amante del dueño de la universidad, a esa
que me asegura el empleo para siempre y de paso me permite fantasear con
sus compañeras, esas que son realmente deseables y hermosas, y sobre
todo esa que me regala sus dientes cada semana para cobrármelos algún día
en amor y placer. Y ahí voy de nuevo “Sigan leyendo. Voy y vuelvo”.

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Anoche encontré por fin la respuesta. Por fin me di cuenta del porqué de mi sensación, del
nombre de lo que me pasa, de lo que realmente me pasa. No lograba entender por qué me
sentía así con ella, qué me pasaba, no lograba comprender si ya le creía que me quería. Y
le creo. Lo que pasa es que no me desea. O no me siento deseado. Me quiere y le encanta
conversar conmigo. A veces está con sus amigos, esos que sólo ríen, y piensa en mi
porque tiene ganas de conversar y ya no reír. No de follarme, no de lanzarse a mi
entrepierna a comerme con furia la verga. No le interesa mi cuerpo, ni siquiera le atrae mi
mirada. Con suerte mis besos, que sirven para cuando se aburre de conversar o cuando se
avergüenza de no tener qué decir. Le sirven mis besos para sobrellevar los silencios
incómodos, que para ella siguen siendo incómodos.

Yo la veo y la quiero, la veo y la deseo, pienso en ella y quiero hacerle el amor. ¡Hace tanto
que no lo hacemos! Semanas, que son mucho para un pololeo a los 24 años. No me
desea. Sólo le gusta acariciarme o que la acaricie como cuando los perros o lo gatos se
acercan en busca de cariño. No me desea más que a su mascota.

Nos encontramos en un lugar oscuro. En uno de esos lugares que llamamos “nuestros”. Y
comenzamos a besarnos, a besarnos y cierro mis ojos e imagino que me deseas, y
comienzo a desnudarte y te gusta que lo haga, y te beso los senos, y adoras que lo haga, y
ante el accidente de mi mirada en tus ojos, me doy cuenta que no estás ahí. Que
justamente echas la cabeza hacia atrás para no verme la cara, para imaginar que es otro el
que te besa los senos. Otro cualquiera. A lo mejor otra, como en tus fantasías. Y no me
deseas. Y sigo intentando traerte acá, y te muerdo, y te toco por todas partes, y te hago el
amor con mi mano. Nada. Tu cabeza sigue tan atrás como siempre. Me levanto. No es
posible que esto siga así. Te abrazo, te lanzo sobre la mesa (escritorio o lo que sea, poco
importa) y te beso, y al darme cuenta que no soy yo el que te acaricia, que no soy yo el
que te besa sino mis manos y mi boca, al darme cuenta que sólo yo me acerco, al darme
cuenta que no te interesas por mi, sino por las sensaciones que mis partes generan en tu
cuerpo, guío tu mano hacia las mías. Te pido que me beses, que me toques, y te llevo la
mano a mi entrepiernas. Ni te inmutas, te dejas guiar, pero al soltarte tu mano cae, como si
ni siquiera hubiese existido algo que tocar. Como si tu pololo, la persona “que quieres” no
te hubiese recién gritado, reclamado, llorado por una caricia, por una demostración de
placer, de atracción, de deseo. No te dan ganas de tocarme, no te dan ganas de besarme,
de acariciarme y mucho menos de hacerme el amor. Hace tanto que no hacemos el amor.
Me masturbo y ya no quiero hacerlo, no debería hacerlo, es raro que lo haga.

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Este escrito es una mierda no logro hilvanar ideas. Pero lo único que tengo claro es que no
me deseas y eso me destruye. Pero no hay mucho que hacer con eso, para qué me
engaño. Quién me desearía, si las veces que hemos hecho el amor ha sido una mierda, si
no duro nada, ni logro entregarte el placer que buscas. Tienes acumulado mucho deseo,
años de deseo, y al parecer no soy yo el que logra dártelo. Deberías engañarme con tus
amigos, con todos, y venir a conversar conmigo cuando estés aburrida. Yo por mientras,
me seguiré masturbando, ya soy un experto en ello, y soñando con que soy una maquina
sexual. Hazlo. Engáñame, que yo me lo mamo, me lo merezco por ser tan mierda en la
cama, por ser tan penca y poco deseable, por ser un pedazo de hombre, castrado por su
historia y su mente, un degenerado, un perverso frustrado, un buen amigo, un gran
“conversador”, un gordo de ojos bonitos, un buen yerno, un mediocre profesional, un mal
hijo, un enrabiado hermano, una mierda que escribe y que es cada vez más un tío. Mi
sobrina llora. Dejo esto por ella, ni la escritura ni el sexo son lo mío, quizás la paternidad
tampoco.

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Y pensar que de todo lo que ocurre sólo puedo llegar a pensar en aquello que pienso
cuando me doy el tiempo de pensar. El pensar muchas veces no me deja pensar y eso me
aburre. Quiero pensar tanto como para no tener que volver a hacerlo nunca más. Pico con
tu inteligencia.

TSUNAMI
Y de frente veo cómo la ola gigante se acerca.
“Nunca más vengo a escribir a la mitad del puente”, es lo único que atino a
pensar cuando veo que por el río se acerca, imponente y veloz, una ola
enorme, unos 5 ó 6 metros deben ser. Por eso los pájaros. Ya me parecían
extraños tantos juntos a esta hora volando en esta dirección. Qué ironía
haberme encontrado frente al mar tras haber decidido venir sobre el río a
inspirarme del vuelo ordenado de las gaviondrinas (porque son muy pequeñas
para ser gaviotas y muy grandes como golondrinas). Había escrito antes
frente al mar, y nunca me sirvió mucho de inspiración, más de insolación y
shock salino, pero nada de inspiración. Y ahora, frente a frente a esta enorme
y salina ola, encuentro y descubro una inspiración pasajera, inspiración
pánica, como diría el Jodo. Y esa masa uniforme de alas y picos que se
acerca volando en figuras sugerentes casi justo sobre el mar, como guiándolo
en su viaje. ¡Guíenlo para otro lado, Malditos Pájaros! ¿Cuál es la idea de
traerlo para acá?
Qué envidia poder volar, poder dejarme llevar por el viento y al mismo tiempo
manejarlo a mi antojo. Podría seguir describiendo la sensación de ver venir la
muerte hasta el último minuto. Y la verdad, es que nada me detiene a hacerlo.
Si voy a morir al menos la describo, quien sabe, a lo mejor luego del desastre
encuentran mi notebook y logran rescatar el escrito. A lo mejor logro
trascender y convertirme en escritor famosos después de todo. En fin, no me
queda mucho, considerando que estoy a un kilómetro y medio de cualquier
lugar seguro y la ola se acerca velozmente. No sabría decir si en 5 segundo o
5 minutos estaré muerto, sólo puedo asegurar que lo estaré. Muerto por una
ola salada gigante que arrastra a su paso todo cuanto encuentra. Finalmente
el médico tenía razón: con esto de la hipertensión, la sal me podía matar.

52
Recién ahora comienzo a oír gritos, recién ahora que la ola está casi encima
del puente. Curioso que quise venir a escribir al medio del puente para estar
tranquilo, y ocurre esto ¿Para qué corren? Si no alcanzan a salvarse
corriendo, mejor cállense y déjenme disfrutar de estos segundos pre-mortem.
Siéntense y disfruten de su muerte. Y se acerca, la ola y mi última esperanza
son los Malditos Pájaros.
- ¿Me llevan?
- Claro, ¿adonde va?
- A cualquier parte, la verdad. Ando arrancándome del agua. No me gusta
cuando el mar me arrastra.
- A nosotros tampoco, por eso volamos. ¿Y ud. por qué no vuela? Sería
más fácil, porque nosotros, si bien somos hartos pájaros y andamos en
grupo, con su tamaño, caballero, me parece un poco difícil llevarlo.
- Pero si no sé volar, no ve que no soy pájaro.
- ¿Y como yo estoy hablando si no soy humano?
- En realidad. No lo había pensado ¿Cómo es eso de que puedes hablar
entonces?
- No sé, a lo mejor ya estás muerto. Dicen que al morir pasan estas cosas
raras.
- Pero si estuviera muerto ya no podría estar escribiendo.
- ¿Y quién te dijo que estabas escribiendo?
- Si yo no estuviera escribiendo, nadie podría estar leyendo esto, y
seguro que al menos alguien lo esté leyendo.
- JajajajaJAJajJAjajAJajJAJajAJjajAJ – ríen a coro, malditos pájaros. Se
ríen de mi porque nadie me lee, porque escribo solo y más encima
muerto y nadie me lee porque a nadie le interesa lo que escribo.
Malditos pájaros con complejo de peces, que andan en cardúmenes
aéreos formando figuras insólitas en el aire a lo lejos, como si quisieran
decirme algo.
- ¡¡¡DEJEN DE REÍR!!! Y sáquenme de aquí que ya la ola se acerca.
- Si lo pudiera ver desde acá arriba, se daría cuenta que la ola ya pasó.
- Está bien, súbanme para verlo. Y al verlo les creeré.

Malditos pájaros lo elevan y entre risas le muestran su notebook destrozado


contra una roca.
Malditos pájaros que se siguen riendo y lo sueltan para que se entere de su
muerte y de su nueva capacidad voladora. Era cierto que al morir todos
volamos.
Malditos pájaros que se van, formando figuras divertidas y novedosas en el
aire, mientras el nuevo pájaro inexperto los intenta seguir, agitando sus alas,

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haciendo un esfuerzo enorme por agitarlas más rápido que el viento para
poder elevarse y no caer al vacío; agita y vuela, hasta que se da cuenta que
no son sus alas las que se mueven veloces, sino sus dedos golpeando el
teclado de un computador portátil mientras intenta escribir su último escrito
antes de morir arrastrado por una ola de agua y sal.

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¿Y por qué ya nadie me cree cuando les digo que estoy bien? ¿Por qué todos se afanan
en encontrar lo malo? ¿Por qué si me siento bien, y sé que está bien expresarme?
Plantarme delante de los demás, ser yo y dejar de ser el gordo-simpático-inteligente-que-
no-pelea-porque-prefiere-la-paz o lo opuesto, el gordo-que-dice-lo-que-piensa-y-pelea-por-
cualquier-cosa. Siempre un péndulo, de la alegría forzada y socialmente aceptada a la
rechazada rabia. ¿Por qué si logro darme cuenta de ello estoy cuestionándome esto y
sigue la discusión girando en mi cabeza? Sé que tiene que ver con ella, nada que ver
conmigo. Sé que no anda bien y que viene a esta casa a buscar rounds conmigo o
cualquiera porque no es capaz de enfrentar sus propias frustraciones maritales. Sé que se
siente presa en una relación por el echo de haberse casado y que no tolera en su esencia
aceptar la posibilidad de que lo suyo falle. Sé que si no se sintiera presa, ni siquiera
pelearía y sería feliz en su matrimonio. Sé que la rabia venía de ella, y luego entró en mi, y
no al revés como solía ser. Sé que estoy bien. Me siento bien. Sé que he crecido y que
aunque no quiera asumirlo, en este tipo de crecimientos ya no hay vuelta atrás. Entonces
¿POR QUÉ MIERDA SIGO PENSANDO EN ESTO? ¿Será tan importante como para
escribirlo?...
Ya me siento mejor de sólo decirlo. Ya me siento mejor de sólo escribirlo. Ya se va yendo
esa sensación de rabia añeja, de resentimientos infantiles, de malestar por querer ser
“mejor persona” que el otro y no recibir confirmación de aquello.
Sorprendente cómo este fantasma antiguo sigue penando. Como este fantasma negro y
oscuro me sigue ofreciendo la muerte de los demás, la destrucción de la imagen de otros,
el poder y la agresividad como formas de vida. Es sorprendente como a pesar de todo, a
pesar las flores, a pesar del crecimiento, a pesar del amor, la rabia sigue presente. Al
parecer está en el sistema. Está en el aire y debo cambiar de aire para que deje de estarlo.
Hacerse a un lado. Esquivar el toro, no enfrentarlo, y aunque el sistema se resista, la
esencia del crecimiento está en el asumir que aunque a veces no se quiera, aunque a
veces ni uno así lo quiera, una vez que empieza a rodar, la bola no se detiene. Y la bola ya
comenzó a rodar. Y comienza la cuenta regresiva: me voy, y sin darme vuelta ni mirar a
nadie. De frente, cerrar los ojos y caminar. O volar, a veces también prefiero volar.

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Esta sensación en el estómago es muy extraña. Me suena a malestar, a hambre, un poco
de sueño, hasta anuncio de diarrea puede ser. Es una sensación ambigua, que a ratos se
pone muy fuerte, que tironea todo desde dentro y toma desde el intestino a la garganta, y
al rato se relaja, transformándose en un vacío muy chiquito, como al despertar, antes del
desayuno.
Lo imagino verde, no sé por qué. Sólo lo imagino verde. Y siento que es como cuando
entra la corriente. Al principio molesta mucho, porque el cambio de temperatura te saca de
donde estabas; al rato te acostumbras y ya no sientes el frío; luego te enfermas.
Difícil escribir esto, dar tantas vueltas cuando en realidad lo que tengo es pena. Pena y
ganas de un abrazo, un vil abrazo que cierre esta puerta de mierda que quedó abierta en
mi estómago.

TE VISTES Y TE VAS
A Ricardo le gustó el nuevo disco de los Bunkers. Le gustó porque tenía una
canción que lo identificaba, una canción que lo hacía recordar este extraño
hábito de fornicarse a sus amigos después de largas noches bebiendo y
conversando sobre la importancia de explorar sensaciones nuevas. Maricón,
como dice él mismo. No gay. “Maricón, porque un gay asume su
homosexualidad con elegancia y anda por la vida queriendo tirarse a otros
gay, y va a discotecas gay, y canta canciones gay. Yo soy maricón porque me
gusta ensartarle el pico a hombres bien machos, y después que se los meto y
dejan de ser machos, ya no me importan, porque salir con maricones, no vale
la pena”.
Le gustó mucho el nuevo disco de los Bunkers, y aunque él diga que es sólo
porque el título de esa canción lo identifica, yo sé que tiene que ver con esa
noche en que se enamoró.
Fue una morbosa delicia verlo engrupirse al mechón desde que llegó. Que
qué música te gusta, que cómo logras esos abdominales, que claro que eres
liberal y no te importa que sea maricón, que eres tan lindo, y eso que te lo
digo sin intención porque sé que eres hétero, que cuando yo supe que era
homosexual estaba pololeando, ¿qué estás pololeando? mira que
coincidencia, ¿crees en las sincronías?, ¡salud por eso!, ¿y cómo huelo? es
que es nuevo perfume y quiero ver si puedo engatusar con este olor a alguien
que me tiene de verdad enamorado, ¿te gustó? pero huele más de cerca, si
no muerdo al menos que me lo pidas jajaj, que eres tan simpático, que no se
fuma acá adentro porque a la dueña de casa no le gusta, que vamos al
balcón, que vamos te digo si no es mentira que no le gusta el humo, ¿viste?
ya te vino a retar, siempre los héteros desconfían de uno cuando los
invitamos a un lugar y vamos a quedar solos, que no, si no me ofendo,

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tranquilo, gracias por lo de que soy simpático, y ya que estamos en confianza
¿cómo me veo? es que de verdad soy muy vanidoso, y creo que con esto me
veo gordo, ¿tú crees?, ¡gracias! hacía tiempo que no me hacían un piropo sin
intención, gracias lindo, o sea que debo entender con esto que si no fueras
hétero tendría alguna posibilidad contigo, jajaj ¡salud por eso entonces!, y ya
se te acabó el cigarro, mira que rápido que chupas el cigarro jajajaj, ¡salud por
eso! ¡salud por eso también! ¡y salud por esto otro! ¿muy mareado? bah, con
ese cuerpo pensé que tenías mucho aguante, de veras, mucho músculo poco
alcohol, ¿y tienes calugas? no te creo, de verdad que no te creo, tendría que
verlas, uy que lindas ¿puedo tocarlas? mm, son duritas, mira yo también
tengo pero menos duras, menos marcadas, toca, ¿que te gusta mi piel? si
siempre ha sido muy suave, me encanta que me toques, tus manos son
firmes, ¡oye! esos son mis pechos, uy, te lo advierto que no soy yo cuando me
tocan los pezones, ¡te lo advertí! qué lindo como juegas, tan rápido que te
ablandó el trago, me gusta eso, cabecita de pollo, ¿y por qué no me besas
también?, jajaja, no te espantes, precioso, si no muerdo, ya te dije, ¿cómo?
¿me estás acariciando el pecho, y no me quieres besar porque “no soy ni un
maricón”? jajaja no te hace bien tomar ¿cierto? jajaja, ya, loco, si no vas a
querer besarme mejor saca tu mano de ahí, ¿cómo es eso que no quieres?
ah, te gustó mucho mi piel, te lo cambio por un besito entonces, si acá nadie
nos ve, si nadie nos escucha, ¡obvio que no le cuento a nadie, hombre!, si un
caballero no tiene memoria... mmmm, que suave tu boca, que rico tu aliento,
que sabrosa tu lengua, ¿escuchas? Los Bunkers, ¡me encantan! que mejor
que besarnos escuchando esto, pero no conozco este tema, ¿el último
disco? ¿te vistes y te vas? jaja, que buen nombre, si, ya, si me callo...
Lo que pasó después no lo sé, porque me hastié de ser un cerdo espiando
intimidades ajenas desde ventanas vecinas. Pero sé que se enamoró, porque
jamás le contó esto a nadie, y eso era raro en Ricardo. Un maricón que
gozaba con desvirgar traseros heterosexuales y luego hacerlo público para
vanagloriarse de su habilidad y su labia. Esta fue quizás su conquista menos
esperada, la más extraña y lejos la que hubiese sido más envidiada, pero no
la contó. El amor a veces sirve para dejar de lado hasta los vicios más
extraños, como el de querer que hablen de uno.

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“Eso creo, que lo tuyo es realmente horrible”. ¿Por qué no lo dije y ya? ¿Tanto cuesta
acaso ser sincero? ¿Ser crítico?
¡Cobarde! Te las das de artista y tienes miedo de mostrar tu arte. Te encierras en la casa
del escritor a la que ni siquiera perteneces ¿Por qué no buscas una casa del pintor?
Porque te sientes más seguro en un lugar donde no se pinta, en un lugar donde nadie
puede venir con real conocimiento de causa a decir “lo tuyo es realmente horrible”. Temor
a ser exhibido: el colmo del pintor. Deja que la detesten ¡Cobarde! Que vienes a mi mundo,
a este al que me da miedo revelarme y la embaucas a ella, a esa que le quiero decir tantas
cosas y no me atrevo ¿Por qué no lo digo y ya? ¿Tanto cuesta acaso ser sincero?

PÁJAROS
Las gaviondrinas ya no eran cosa nueva. En la prensa, en la calle, en los
restoranes, todo el país hablaba de estos extraños pájaros muy pequeños
para ser gaviotas y muy grandes para ser golondrinas. Gaviondrinas les
pusieron en honor a un cuento encontrado en un notebook destrozado a la
orilla del río tras el tsunami de hace años. La leyenda dice que hablan, pero la
verdad es que nadie las ha escuchado aún.
Lo nuevo no eran esos pájaros, sino cómo volaban desde hacía ya unas
semanas. La primera vez que los vieron hacer figuras en el cielo, la gente
comenzó a correr, asumiendo que no podía ser otra cosa más que el augurio
de un nuevo maremoto devastador en la zona. Pero eso hace ya 15 días, y
aún nada. No es un maremoto, sino ya estaríamos bajo muchas capas de
agua, sal y lodo. No es un maremoto, pero algo debe ser. Día a día cruzo el
río preguntándome qué son estos animales y qué les pasa que se mueven
así. Hoy estaban más extraños que nunca, cambiando de figuras muy rápido.
En un momento podría jurar que formaban dos figuras a la vez. Es tenebroso
pensar que algo malo podría ocurrir y que estos pájaros nos lo están
avisando. Y pensar que podría ir cruzando el puente y ver cómo de alguna
extraña manera el puente se destruye, o la ciudad se destruye, o el país. Y
pensar que al llorar sobre la destrucción descubriremos lo que estos pájaros
nos querían decir. ¡Si tan sólo fuera cierta la leyenda! Deberían hablar para
poder dejar de pensar.
Y ahí van de nuevo, gaviondrinas extrañas, haciendo figuras que no
comprendo. Y un niño en la micro juega darle formas a lo amorfo:
- ¡Mira mamá, un perro! Y ahora un gato, y ahora un pájaro gigante, y
ahora es una casa, y mira ¡una cara! ¡es la lala! Si mamá si es la lala. Y
ahora una nube, y ahora un perro de nuevo...
Y la forma final, el supuesto perro, se anquilosa. Queda fija, dura, firme. Qué
extraño, esto es nuevo, nunca había sido así. Y parece como si mirara fijo a
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algún punto, como si toda esta masa uniforme estuviera más uniforme que
nunca. Malditas gaviondrinas que no hablan y no explican. Y al girar la cabeza
buscando mirar aquello que ellas intensamente apuntan, la sorpresa
generalizada de la micro me desconcentra de mi escrito. Todos gritan,
muchos lloran, y el chofer hace lo posible por maniobrar en medio de la
histeria colectiva.
Muchos pájaros, otros pájaros, grandes y oscuros, poco uniformes, se dirigen
desde el otro lado del río, veloz y violentamente hacia las gaviondrinas. Y
ellas no se mueven. Y ellas tranquilas, y la masa no uniforme vuela directa
hacia ellas, y las gaviondrinas tranquilas. Y ya casi chocan, y el chofer que
decide frenar de golpe y mi escrito que vuela hacia adelante, y corro, y gateo
en busca de mi lápiz y el escrito y mientras agachado busco y busco, sobre
nuestras cabezas se desata una extraña guerra. Sonidos horribles, plumas
negras que caen, y el lápiz que por fin encuentro. Me siento donde puedo,
todo el mundo está de pie intentando bajarse de la micro como si al aire libre
fuera más seguro. Veo de reojo que muchos saltan al río desesperados,
mientras sangre y plumas caen del cielo.
Y la masa uniforme de gaviondrinas es cada vez más firme y como un muro
sólido, hace chocar pájaros negros en ella que caen y caen como si no se
dieran cuenta que no lo van a poder romper.
No sé cuánto dura, creo que al rededor de 15 minutos, momento en el que las
gaviondrinas rompen su quietud y atacan a los pocos pájaros negros que
quedan revoloteando por el cielo de forma desordenada. Una masacre. Gente
chorreada de sangre y las calles y el río y las micros y los autos teñidos de
rojo salpicado y plumas negras.
Y con el viento se van las gaviondrinas. Con el viento, dejándose llevar por él
a ratos, y manejándolo a su antojo por momentos, huyen hacia el sur, dejando
una enorme incógnita en la ciudad y mucho trabajo a los encargados de la
limpieza. Nadie entiende nada, pero al igual que con el maremoto, sólo se
huele en el aire la extraña sensación de que la ciudad nunca volverá a ser la
misma.

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Es tan extraño, que no lo sé describir. Menos escribir. Es una sensación de rabia,
impotencia, tristeza, mucha tristeza, angustia y desilusión. Me siento un poco traicionado,
pero no mucho. La amistad implica lealtad por sobre todo, pero no se puede obligar a los
sentimientos ¿Quién mejor que yo podría entender el hecho de que esté enamorado de
ella? ¿Quién mejor que yo, que la quiero, y sé lo especial que puede llegar a ser para un
hombre?

BOSTA
Están ahí, acostados en el sillón, amándose y acariciándose como a mi me
gustaría hacerlo. Ese bastardo que se dice mi amigo la besa y la mira con
amor. ¿Acaso no sabe que ese sentimiento es mío? La música, la gente que
está ahí en ese momento mirando la escena indiferentes, la luz, la casa, todo
es perfecto. Todo salvo que no soy yo el que está con ella. Es el traidor, el
desleal que no quiere otra cosa más que exprimirla y sacarle cariño, pasarlo
bien un tiempo para después aburrirse y botarla como a todas. Ese infeliz
que no conoce lo que es la amistad, que no tiene conciencia del mal que está
haciendo. No sabe que esto lo lleva directo al infierno, porque la traición es la
vía más rápida de acceso al hogar de Lucifer. Me lo imagino torturado y
herido, gritando, clamando por un perdón que jamás se le otorgará. Pidiendo
fin a su sufrimiento eterno. Lo quiero ver muerto. Recuerdo claro el minuto en
que vi su mano escurrirse por su espalda hasta su cuello, de donde la tomó y
la acercó a sus labios. En ese minuto una sensación de asco se apoderó de
mi. Y corrí al baño a vomitar sentimientos y recuerdos. Todo lo que me unía a
él ahora está en el water de la casa de la que debió ser mi mujer. Toda la
imagen que me había hecho de él se fue por la cañería en forma de bosta.
Siguen ahí, acostados en el sillón, amándose como yo debiera estarlo. Pero
ya no me duele tanto. Por mi mente enferma sólo pasa una idea: la venganza.
A ella no la tocaría, no podría hacerle nada. Pero él debe sufrir, porque el
sufrimiento es el mejor maestro y le enseñará a saber conservar a los
amigos...
Despierto por la mañana en otro sillón de la casa. Ya más tranquilo y sobrio,
me avergüenzo de todo lo que sentí la noche anterior. Me arrepentí de odiarlo
porque no había razón para hacerlo. Por lo demás, hacía mucho que se veía
venir. Las sonrisas que se cruzaban eran un claro indicio. Esas mismas
sonrisas que a mi me negaba cuando se las pedía con la mirada y un gesto
estúpido en mis labios. Las conversaciones que tenían. Tanto en común entre
ellos y nada conmigo. Ahora que lo pienso, no sé en qué se basa nuestra
amistad si somos tan distintos. Quizás por compartir nuestras diferencias,
pero ¿de qué le sirvo a un tipo que siendo como es consigue lo que quiere?

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Está enamorado y es correspondido; traiciona a un amigo y éste idiota lo
perdona y justifica ¿Podré seguir siendo su amigo? ¿Podré soportar el
recuerdo de esa noche en que vomité su ser por el water? Habrá que hacer el
intento y escudarse en otras personas, como siempre. Buscar sustitutos, tanto
para él como para ella.
Todavía están ahí, acostados en el sillón con sus cuerpos entrelazados y se
ven tiernos juntos. Tengo 18 años y con el tiempo se me va a pasar; pero por
el momento, por mucho que reconozca lo lindo que se ven juntos, no sé si
podré actuar y seguir siendo lo muy amigo que era de él. La verdad,
separarme sentimentalmente de ella no me será difícil. No es la primera vez
que me pasa. Lo que me da susto es no ser capaz de mantener una relación
con él. Temo volver a estar solo con el papel sin nadie con quien compartir
mis escritos.
Está sonando el teléfono. Detesto cuando eso pasa mientras escribo. Me
interrumpe el pensar.
- Aló – contesto desganado
- ¡Aló, Muchacho! – el inconfundible saludo del traidor.
- Hola, ¿Cómo estás? – respondí con mi mejor voz, mintiendo como de
costumbre.
- Bien, puh, cómo voy a estar. Te llamaba porque quiero conversar
contigo. O sea, queremos conversar contigo
Me asusté ¿A qué se refería con “queremos”? ¿Él y ella? ¿Querían reírse
acaso de mi? Intento eludir inventando algún compromiso, pero no resulta y
me convence. La verdad es que tenía ganas de que algo así pasara. Es lo
mejor, ya que ambos saben lo que siento por ella – porque asumo que ya le
debe haber contado. Es mejor hablarlo rápido. Quizás me arrepienta luego de
ir, pero no podría soportar la angustia de no saber para qué me llamaron.
Voy a su casa, y cuando estoy apunto de bajarme de la micro para llegar,
decido no pararme. Mejor me bajo más allá. Necesito caminar un poco. Por lo
demás, mientras más tarde llegue, menos tiempo voy a estar con ellos,
soportando esa imagen que la otra noche me hizo vomitar. Toco la puerta y la
madera suena como burlona: “tú-tienes-que-tocar-y-el-otro-le-mete-la-llave”.
La golpeo más fuerte para que se calle y llega el traidor a abrir.
- Tranquilo hombre, ¿porqué tanto apuro?
- Es que tengo que irme luego – Mentí.
Me hizo pasar al living y ahí estaba. Sentada en el sillón con las mejillas rosas
como si hubiesen estado haciendo el amor y los hubiera interrumpido. “¿Qué
se siente que el demonio te haga el amor, Perra?” Estuve tentado a

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preguntar. Es curioso lo fácil que es empezar a odiar alguien cuando te lo
propones. Fue más rápido de lo esperado. La saludo con el clásico y salvador
“¿Cómo estás?”. Me sonrió. Por primera vez desde que me enamoré de ella
que me regala un gesto tan lindo, tan sincero. No sé si fue idea mía, pero por
más que busqué en su gesto un atisbo de compasión por mi – lo que me
hubiese destruido al instante y definitivamente – no lo encontré. Fue una gran
y sincera sonrisa. Me senté. Y de a poco empezó a crecer el susto, en la
medida que la sonrisa se hacía más prolongada y amplia en su rostro. Me
seguía con su sonrisa sostenida.
- Bueno, te hicimos venir porque estuvimos conversando y ...
- ¡Déjame decirlo yo! – interrumpe ella, siempre con su sonrisa sostenida
que ya me empezaba a atormentar.
Él no quería que ella me lo dijera, y comenzaron a discutir ¿Decirme qué?
¿Qué estupidez se pelean por decirme? ¡Díganlo rápido y ya, mierda! Rápido
para que no duela tanto, porque seguro que va a doler. Nada puede no doler
si están los dos juntos frente mío. “Ya, está bien dilo tú”, sentenció con una
mueca de frustración, la típica mueca que hacía cuando alguien le ganaba en
un juego o se sacaba una mejor nota que él. No era más que eso, una simple
competencia para él. Como no haberlo vomitado antes.
Ella me miró, se acercó – mi corazón saltaba enorme al verla acercarse – y
me gritó fuerte al oído “¡¡¡TE VAMOS A MATAR!!!”.
Despierto, medio atontado con el golpe que me dieron, y me encuentro
amarrado a una silla. El dolor es insoportable, la cabeza me arde. Abro los
ojos y los veo, de nuevo en el sillón, amándose y acariciándose. Siento de
pronto un intenso dolor en el pecho y me miro. Veo relucir entre el rojo de mi
sangre, el brillo intenso de un cuchillo que me mata de a poco.
Intento gritar, pero no puedo porque me arrancaron la voz. No sé como lo
hicieron estos desgraciados, pero me arrancaron mi voz. Sólo me quedan mis
pensamientos, y no me agradan. Nunca me han agradado. ¡No quiero morir!
¿Por qué me hacen esto? ¿Creen que con matarme matan su culpa? ¿Creen
que no había muerto ya al verlos la otra noche? ¿Por qué hacen esto? Me
duele el pecho. Tanta agonía y tanto sufrimiento y ustedes siguen amándose.
Se besan, pero ya no es romántico como la otra noche. Ahora veo lujuria, se
desgarran las ropas. ¡Cresta que duele! No sé cómo ni por qué, pero lo siento
cada vez más adentro, como si lo fueran empujando de a poco. Ya casi no le
veo el brillo entre tanta sangre. ¡Ahora están desnudos y ya no quiero verlos
más! Este puñal de mierda me duele, pero más me duele que la penetres,
infeliz. No es un puñal, es tu pene el que me atraviesa mientras la posees.

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Por qué das esos alaridos de placer ¡No disfrutes del sexo con él! Que no es
a ti a quien atraviesa, es a mi. Me destruye.
Ya todo se acaba. Están ahí, acostados en el sillón, amándose y
acariciándose, mientras yo moribundo los observo con la traición
desgarrándome el pecho. Es como morir dos veces.

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Cada beso que recuerdo, cada abrazo, cada pelo que se cruza, cada reverberancia de tu
olor, cada caricia, el calor de tu cuerpo húmedo en mi cara, tu interior, cada pequeña
sensación, cada pensamiento, cada palabra o sonido, cada mínima vibración, cada
canción, los libros y tus escritos, tú, desnuda frente a un computador, cada imagen, olores
y dolores, cada celo, cada pasión, cada minuto sin verte, cada escritor, psicología o vida,
cada archivo de mi computador, cada idea, algún verso en mi cabeza, cada grado de
alcohol, cada amiga o cada amigo, cada historia, cada espacio interior, cada suspiro es
contigo como hacer el amor.

OTRA HISTORIA DE AMOR


La casa estaba sola. El ventanal que daba a la calle estaba recién limpio. La
nana muy patuda y medio tonta podía ser, pero a la abuela no le cabía duda
que era la mejor nana que había tenido. No tuvo muchas en su vida, pero está
segura que es de las mejores.
Hijos y nietos vienen a verlos siempre los domingos, y siempre da gusto que
lo hagan. Sobre todo la nieta mayor, que era la regalona de ambos. Los de la
hija menor no le caían muy bien, mal criados pensaba el abuelo y muy
gritones para su gusto. Pero jamás pensaron si quiera en decírselo a su hija.
Hubiese sido como morderle un pecho. Ni siquiera pensaron alguna vez en
comentarlo entre ellos, a pesar que después de 63 años de conocerse entre
pololeo y matrimonio, muchas cosas no necesitaban comentarlas para
conocer el uno la opinión el otro. “Matrimonio”. Curioso nombre para una
pareja que nunca se decidió a hacer el ritual. Curioso que les disgustara que
no los llamaran un “matrimonio”, si jamás quisieron firmar un solo papel. “Son
trámites poco románticos, eso de firmar para confirmar nuestro amor”, solían
decirse el uno al otro, aunque siempre supieron que no era más que una
excusa, una de esas mentiras que uno se cuenta como para no dejar de vivir
algo que realmente gusta. Nunca quisieron enunciar verbalmente una verdad
que les salía por todos lados: su miedo al amarre. No quisieron jamás
negarse su explorar, no quisieron jamás cerrarse a la posibilidad de que les
gustara otra persona y que la relación podía en cualquier minuto terminar. Esa
idea de no atarse que tanto defendiera la abuela durante el pololeo y que
tanto molestara y entristeciera al abuelo, se hizo cada vez más una creencia y
terminó siendo un valor. Y de ambos, no sólo de ella. No recuerda bien – a
esta edad lo recuerdos no son su fuerte – si fue una decisión, si fue alguna
experiencia en particular o si simplemente se habituó a esta idea de no
atarse, a esta idea de no comprometerse del todo, un no compromiso que
justamente hacía el compromiso mucho más fuerte, mucho más seguro y
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mucho más intenso. “Siempre has sido una arisca insegura, mi amor, aunque
no te atrevas a aceptarlo”, la molestaba continuamente entre jugueteos en la
cama. Pero hace tiempo que no juguetean.
“Ese sofá parece quedar mejor acá, frente al ventanal”, dijo la abuela, que
según el abuelo no tenía mucho sentido estético. Pero nunca la contradijo, no
quería que abriera una nueva dimensión de autocrítica. No quería que se
culpara por esto y ya no sólo por no ser clara al hablar, o por no gozar lo
suficiente en la cama, o por no saber cocinar, o por quemar hasta las
ensaladas, o por no escuchar cuando le hablan, o por desear explorar con
otros hombres, o por haber decidido quedarse con él a pesar de no estar
segura de quererlo, o por gastar el dinero que no tiene, o por llegar atrasada a
todas partes, o por ser crudamente honesta al hablar, o por no dormir de
noche y hacerlo de día, o por cantar menos de lo que debiera. “Cambiémoslo
entonces”, y se agachó con sus 81 años para tomarlo desde abajo como
cuando era joven, olvidando achaques y fuerzas perdidas. Ella sonríe
tiernamente, porque no quiere hacerle sentir viejo y acabado. Pero se acerca
a ayudarle con la pierna para que el sofá se corra más fácil. “Por suerte tiene
ruedas”, le dice para que recuerde que no es necesario tanto esfuerzo. “Pero
una está trancada, por eso tengo que levantarlo unos milímetros mientras tú
empujas”. La sonrisa se transformó en mueca, porque la verdad es que por
muy enamorada que se sintiera – aunque él siempre haya creído que no lo
estaba – nunca le gustó esta actitud de su esposo, eso de no perder nunca,
cuando mucho empatar. No hizo comentario para evitar peleas y
autovaloraciones negativas. No quería volver a escuchar en su vida una
recriminación del tipo “no me quieres tanto como yo a ti”. “Una mujer no
puede escuchar eso más de 557 veces en su vida, y tú llevas más de 1300
desde que estamos juntos”; esa fue la sentencia final en la última discusión
que tuvieron, aunque el abuelo no lo recuerda – a esta edad lo recuerdos no
son su fuerte. Siguieron empujando el sofá y obviamente comenzaron a
cansarse, y en ese cansancio comenzó el jadeo. Una respiración fuerte y
marcada, un tanto acelerada, forzada. Los recuerdos ahora si que
aparecieron en su mente, pero el abuelo calló. “Si me tachaba de hipersexual
cuando joven...”, pensó, aunque su pensamiento fue interrumpido por
palabras sorpresivas de su mujer: “si sigues respirando así, vas a lograr que
me excite”. Rió, porque no supo qué responder. Para qué ponerse cariñoso si
seguro que no iban a terminar teniendo sexo. Sus cuerpos ya no lo
soportaban. Menos la insuficiencia cardiaca de ambos. Ni hablar de los
problemas respiratorios con los que quedaron luego de la última gripe. Esa
maldita costumbre de enfermarse siempre de lo mismo. Pero ella no rió, sólo
sonrisas. Y sonrisas coquetas, como las de los 20 años. Sonrisas coquetas a
las que el abuelo no pudo sino responder, como a los 20 años, con esa

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mirada tierna y sostenida en los ojos de ella. Y creo que aquí empezaron a
morir, aunque no lo tengo del todo claro.
Se sentaron en el sofá y, como de costumbre, ella tenía razón. Un gusto
exquisito para distribuir los muebles, aunque sabía que al abuelo le cargaba.
“Hombre. Si fuera por él lo pondría al lado del refrigerador para que fuera más
práctico”. Y en silencio miraron el paisaje. Esto de vivir frente a un río, fue la
mejor idea que pudo tener su hijo. El de al medio, el único soltero, el que se
dedicó a hacer plata. Toda la plata que siempre los abuelos quisieron tener
para darse sus gustos, pero que nunca lograron.
Pájaros. Un verde claro, como el verde de la primavera acá en el centro sur.
Un avión que pasa y deja su estela en el cielo. Puras cosas cursis, que en
momentos como ese no tienen ninguna importancia. Nada afuera podía ser
siquiera visto por esos ojos porque habían olvidado sus lentes en la pieza y la
flojera de ir a buscarlos era siempre mayor. Así que decidieron mirarse, y bien
de cerca para poder disfrutarse. Hacía tiempo que no lo hacían. Algo
jadeaban aún, aunque no estaba claro si era por cansancio o si lo forzaban
adrede porque sabían que a ambos les gustaba. Se tomaron de las manos, y
fue una sensación sexual que hacía mucho no compartían.
Poco tardaron en desnudarse. Por suerte ambos vestían buzos y chalecos, y
odiaban usar muchas amarras debajo de la ropa. Hacía mucho que no se
disfrutaban sin ropas, desnudos, y recordaron tardes y noches no recordadas
hace mucho.
Afuera pasaba gente caminando con niños y adolescentes en bicicleta, era un
barrio tranquilo. Y todos se apelotonaban a mirar en la ventana a este par de
ancianos que se tocaban a vista y paciencia de los vecinos. “¡Qué tierno!”,
exclamaban algunos, aunque un tanto nerviosos seguían rápido su camino
tironeando a sus hijos pequeños que querían quedarse viendo el espectáculo
de vejez al descubierto. “¿Los tatas son así sin ropa también, mamá?”. Y la
gente se reía o se asqueaba o se enternecía al ver a estos dos abuelos
desnudos frente a un vidrio muy limpio, tan limpio que permitía distinguir hasta
el más mínimo detalle del pene semi erecto del viejo y de la canosa vagina de
la vieja. Sus manos le acariciaban el pene, como cuando recién pololeando
ella no quería tener relaciones y satisfacía los impulsos exacerbados de su
amado paja tras paja. Los mejores orgasmos del abuelo, los tuvo con esa
mano; ni siquiera el coito le generaba tanto gozo como esa mano acariciando
su pene a un ritmo que no dependía de él. Y ella se sentía húmeda. Húmeda
como pocas veces se sintió en su juventud con él. De haber sabido que de
tan vieja podía llegar a excitarse tanto, no habría dejado hace 15 años de
tener relaciones sexuales. Pero ya era demasiado tarde. Ambos sentían el

66
jadeo de su pareja, ambos sabían – aunque no alcanzaban a verlos – que
afuera debían estarlos mirando y eso los excitaba aún más. Ambos sabían
que en cualquier momento sus hijos y nietos podían llegar, y eso les
preocupaba, pero no lo suficiente como para dejar de masturbarse
mutuamente. El abuelo pensaba en la amiga de su nieta mayor, esa chica de
26 años que siempre los visitaba junto a su nieta y se excitaba aún más al
pensar que iba a descubrirlo con su pene erecto y acariciando una vagina de
mujer como nadie a su edad lo podría si quiera imaginar. La abuela piensa en
la misma amiga de la nieta, y también la desea, porque siempre quiso
explorar con otras mujeres, y nunca pudo. Envidiaba a su nieta por su
valentía, y deseaba que le prestara a su pareja unos segundos, para que le
chupara los pechos mientras su marido le acariciaba con la precisión y
delicadeza con que ahora lo hacía. Ríe al pensar que su marido debe estar
pensando en la misma mujer que ella, y se enternece al recordar que jamás
se ha percatado de que son pareja. Se molesta al recordar cómo le miraba los
pechos desde la primera vez que vino a casa a los 16 años. Pero justo en ese
momento algo hizo el abuelo con los dedos, que la sacó del pensamiento.
Sólo placer cursó por su organismo durante unos segundos, y en una entrega
total comenzó con el largo camino al orgasmo femenino. Él ya no daba más.
Sentía su pene cada vez más duro, pero no quería que esto acabara no
quería eyacular antes que su mujer alcanzara su orgasmo propio, y comenzó
a moverse para que la posición de la mano de su mujer no fuera tan perfecta
y así retrasar lo inevitable.
Olvidaron la insuficiencia cardiaca y respiratoria, y atribuyeron los jadeos y la
tos al placer. Ella ya entregada, alcanza a sentir algo en el pecho, y alcanza a
darse cuenta que de no detenerse, su cuerpo no lo tolerará. Pero el placer era
demasiado y de reojo alcanza a darse cuenta que para su marido también, y
decide morir para no interrumpir esto. Él, más torpe y bruto como siempre, no
se da cuenta de nada, sólo sonríe y disfruta de la sensación en la cabeza de
su pene. Ese hormigueo que comienza a bajar por el miembro hasta su base
y sube luego hasta la parte baja del estómago. No se da cuenta en qué
momento el dolor agudo empieza a oprimirle el pecho, porque al mismo
tiempo que se tornaba insoportable, estaba teniendo el mejor y último
orgasmo de su vida. Alcanzó a ver de reojo cómo el semen se pegaba en la
parte baja de la ventana antes tan limpia. “La nana es muy buena, no creo
que tenga problemas con esa mancha” pensó, y se dejó ir en el dolor que
sentía para finalmente morir, no sin antes mirar a los ojos coquetos de su
mujer por última vez. Ella, ya sometida a su muerte pero más lúcida, le sonríe
agradecida de vuelta, porque acababa de tener el orgasmo más intenso y
largo de su vida sexual junto a él – no está segura si el mejor de su vida, pero
sí sabe que está cerca de serlo. Y se entrega también al dolor.

67
Afuera la gente gritaba, algunos ya estaban golpeando la puerta intentando
echarla abajo porque se habían dado cuenta del ataque de ambos. No fue
necesario derribar la entrada porque llegaron los hijos con la copia de la llave.
Pero ya estaban ambos entregados a la muerte, y justo antes de morir, la
abuela alcanzó a ver, entre las sombras de sus ojos entrecerrados, el rostro
de sorpresa de su nieta mayor al verlos desnudos, muertos, frente a la
ventana, masturbándose. La miraba extrañada porque esa misma abuela que
la hizo despertar al deseo por las otras mujeres, había decidido morir bajo el
disfrute de un hombre. Si no disfrutaba de los hombres, ¿por qué su vagina
estaba tan húmeda y por qué esa cara de placer?. No sabía si tener rabia,
pena. Sólo distinguía la confusión.
Y la abuela murió en paz porque supo que por fin la comprendería del todo.

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Esto no lo estás leyendo. Sólo míralo.

REPRESIÓN
Todo comienza en la universidad (en esa maldita sala de consejo), contigo,
estudiante terneado, listo para ser por fin un profesional, en ese puto examen
oral final. Recibes aún las críticas de uno de los tres profesores de la
comisión. Esa crítica que te trastorna:
- Noo, sabe que reprobó. Está todo bueno, pero... reprobó (y aquella
sonrisa infaltable de cierre).
- Pe...por qué, si usted mismo dice que está todo bueno.
- Eeh, si, pero la verdad es que, a ver (te mira de arriba abajo, te
inspecciona como siempre) no me convence su corbata. Nos vemos en
el repete (sonrisa nuevamente).
Qué rabia, que mierda de profesor, que asco de profesional. Ese café tienta
¿no? Se ve muy caliente ahí encima de la mesa. Se vería mejor en la cara de
ese maldito profesor que te raja ¿cierto? Suéltalo. Suéltalo.
Y afuera de la sala como siempre, te esperan tus compañeros, más
apoyándose a ellos mismos en su nerviosismo que a ti mientras estás siendo
evaluado. La vida es así, sin rencores por ello.
- Cómo te fue
- Mal, me rajaron
- Chucha
- "No me convence su corbata" me dijo el infeliz. (Escucha como se ríe
ese infeliz detrás de ti. Piensa que no lo oyes, pero si lo oyes, ambos lo
oímos y sabemos qué se merece. Lo piden a gritos. Suéltalo. Suéltalo).
Ya todos pasaron. Salen en grupo, en compañía, en amargura compartida. Se
despiden y te dan ánimo como si de algo sirviera.
- Qué penca
- Me dieron ganas de aforrarle al desgraciado, de hacerle algo. ¡Qué
impotencia!
- Ya, relájate, yo me voy pa' los computadores, tengo que hacer una
hueá. Al llegar a tu casa sal a trotar o córrete una pajita por lo menos,
pero andas como cargado de mala onda. Desahógate.
- La dura. Chao.

69
Y comienzas a caminar. Intentas olvidar lo sucedido, intentas descargarte,
pensar en otra cosa como siempre. Piensas en música, eso te relaja. Y a tu
cabeza sólo viene esa maldita canción que te encanta. Esa canción de King
Crimson. “Starless” crees que se llama, y te persigue y no la evitas, aunque
sabes que siempre te deja muy cargado. Suéltalo. Suéltalo. Avanzas camino
a la Biblioteca central. Si te vieras desde acá. ¡Tu cara ya no es cara! Es toda
ofuscación. Si, esos niños te empujan, si, estás en una universidad abierta, y
niños juegan en ella y los niños no te respetan, nadie te respeta porque aún
no eres un profesional.
Sigues caminando ¡más ofuscado! Como si fuera posible. Entrar a la
biblioteca nunca te ha agradado. Menos si tienes que dejar un libro.
- Noooo, es hasta las seis – Si, es cierto. Tu reloj no miente. Son las 6
con 5 minutos y por cinco minutos te van a castigar por días y no podrás
estudiar para el examen.
- Disculpe es que vengo saliendo de un...
- Lo siento, devolución hasta las seis.
- Es que necesitaba pedir otro.
- Lo siento, son seis días de castigo.
- Pe...
- Lo siento.
Suéltalo. Suéltalo.
Sales de la biblioteca y Starless se oye más intensa en tu cabeza. Qué ganas
de desquitarte con algo, como con ese culito rico que viene por el campus.
Pero no puedes, eso no se hace y debes correr a estudiar para pasar ese
maldito repete. Sigue, sigue, tu meta está en tu casa, el fin está en tu
escritorio, el norte es tu estudio. No sacas nada con esquivar a la gente,
porque nadie te respeta, nadie te ve. No existes mientras no logres lo que te
propones. No existes y esos empellones que te da la gente te lo demuestran.
Y no puedes hacer nada, porque tu mediocridad no es culpa de ellos.
Suéltalo. Suéltalo. Qué ganas de desquitarte con ese infeliz que está tan
alegre conversando. Qué ganas de jalarlo de la chaqueta para que caiga y
ruede de esa maldita escalera que todos usan de asiento impidiéndote el
paso. Qué ganas de culparlo de lo que te ocurre. Pero no lo haces ni lo harás.
Sólo escucha la música de tu cabeza, sólo conserva y conversa con tu dolor
de cabeza. Solo retén tu rabia porque sabes que es sólo contigo. Tu rabia no
es con nadie más que contigo. El mundo es la excusa, y tú lo sabes y por
ende pierde su fuerza como excusa y no te queda más que tragarte tu rabia,
conservarla y darte cuenta que es tuya y sólo tuya. El mundo no tiene la
culpa, ni siquiera ese maldito chofer que acelera y pasa por encima del charco
de agua justo cuando tú caminas por ahí. Ni siquiera es culpa de tu mamá

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que te eligió la corbata por la que te reprobaron. No es culpa de nadie y te
quedas sin excusas. Suéltalo que no vale la pena. Suéltalo. Suéltalo.
No sacas nada con soltarlo porque de nada cambia tu vida. No cambia el
repete, no cambia el castigo por seis días, no cambia tu vida, no cambian tus
ganas de soltar porque cuando empiezas a soltar siempre quieres soltar más,
no cambia tu desconcentración al caminar, no cambia el rojo a verde, no
cambia tu descuido, ni cambia el exceso de velocidad del auto que en este
preciso momento te aplasta. No cambia ni tu muerte ni tu sorpresa. No
cambia ni la rabia que sientes por no haber soltado. No cambia nada.
Pero te hace sentir mejor. Te hace retroceder. Te hace sentir bien. Te hace
entender lo precioso de soltar. Te hace disfrutar de quemarle el rostro a ese
infeliz que sin razón alguna te rajó en el examen. Disfrutas de cómo suena el
ardor en su rostro. Sí, disfruto. Disfrutas del olor a carne quemada que sale
de su ardiente rostro. Sí, disfruto. Disfrutas de destruirle el hígado a patadas a
ese infeliz que se ríe de ti. Sí, disfruto. Disfrutas de patearlo hasta la
inconciencia en el suelo y de verlo llorar. Disfrutas de golpear a esos niños
que no te respetaban. Disfrutas de verlos respetarte ahora, de verlos huir por
temor a morir en tus manos. Sí, disfruto. Disfrutas de destruirle el libro en la
cabeza a esa estúpida rígida y poco criteriosa perra que no te aceptó la
devolución por 5 minutos. Oh, sí, eso lo disfruto mucho. Disfrutas de
manosear ese trasero descomunal y hasta disfrutas de la cachetada que te
dan de vuelta, porque aprendes a disfrutar del dolor cuando es por soltar.
Porque aprendes a disfrutar que el resto suelte como tú. Porque gozas con
correr empujando a la gente que te esquiva ahora, que ya no te empujan.
Porque ríes a carcajadas al ver rodar a ese infeliz por las escaleras que antes
le sostenían el culo. JAJAJAJAJ, ¡Sí, disfruto! Porque te admiras de ti mismo
al verte tan osado destrozando el parabrisas del infeliz que te mojó mientras
espera el verde en la esquina. Porque te encanta verle la cara ensangrentada
por las astillas que se le clavaron en los ojos. Porque nunca en tu vida te
habías sentido tan feliz, porque esa puta canción ya no suena en tu cabeza,
porque la jaqueca desapareció, porque no te queda nada por hacer, porque
ya ni el repete te molesta, porque no te molesta ni siquiera la luz del tipo que
te atropella en su maldita camioneta. Porque no te importa morir de nuevo
atropellado. Porque lo soltaste. Lo dejaste ir. El resto no vale. El resto no
importa. El resto PICHULA.

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Y el diálogo interno no tiene por qué ser siempre tortuoso. A veces es liberador, porque
cuando hablas contigo, te descubres y cuando te descubres te agradas y cuando te
agradas te dejas de detestar por un segundo, y eso vale la pena. Aunque después mueras
por la misma y detestable apatía que antes te torturara.

SUICIDIO
En la playa, bajo el árbol que está en una roca, dos personas, un hombre y
una mujer conversan. De una rama del árbol cuelga una cuerda con el nudo
hecho.
- ...¿Y tú crees que me voy a sentir culpable por tu muerte? ¿Piensas acaso
que siento en alguna parte que es mi culpa? De lo único que me voy a
sentir culpable es de sentir tu muerte como un alivio...
- No podrías ser tan cruel.
- Cállate, me tenís chato. Ya no aguanto tu egoísmo. Lo único que piensas
es en tu mierda de “Depresión”. TODOS somos malos porque no estamos
encima de ella, pendientes de ella que está TAN triste. Cállate... no me voy
a sentir culpable de tu muerte... no de la tuya.
- ... (siempre llorando) si yo te amo..
- ¡Qué vai a amar tú! Quieres poseer, quieres llenarte del cariño y cuidado
del resto, no eres capaz de amar...
- ¡¡¡¡¡¡No sigas que me mato!!!!!!
- MÁTATE, MIERDA! Y déjame ir de una puta vez.
- ¿Te tengo amarrado acaso?
- En realidad (y decidido comienza a irse con paso acelerado)
- ¡NO, quédate, quédate!
- Déjame
- ¡¡¡¡¡QUÉDATE O ME MATO!!!!!
- Tanto que lo anuncias, ahí está la cuerda, dale. No debí haberte detenido.
Recuerdan ese momento a dúo, como si sus mentes se coordinaran para
traer a colación las mismas imágenes. Se escucha un grito. Es él quien llega
corriendo y la sujeta, quitándole la cuerda del cuello.
- Qué estás haciendo!!!! No, por qué, no. Tranquilita, no (y la acaricia)
- No puedo más, no quiero más.
- Pero esta no es forma.
- No puedo más...
Pasa un rato en que se abrazan...
- Gracias. (Dice ella)

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- (sonríe)
- Eras el único que me podía salvar.
- ¿Ah?
- Que eras el único, si es por ti que muero, eras el único que podía evitarlo.
- ... a ver, si te matas, es por ti que lo haces, no por mi. No tienes nada que
achacarme.
- Si, si en realidad lo hacía por... porque no fui capaz de mantener tu amor (y
rompe en llanto).
- ...
- ¿Por qué pones esa cara si es cierto?
- Pongo esa cara porque me apesta cuando te pones así, cursi. No te creo.
“no fui capaz de mantener tu amors” (se burla).
- Que eres injusto! Mejor no me hubieras salvado.
- Para qué hacer una tontera como esa, hubiese sido peor.
- ... me salvaste por ti, no por mi... lo hiciste sólo por no sentirte culpable.
- ¿Culpable?¿Culpable?...¿Y tú crees que me voy a sentir culpable por tu
muerte?...
Y se termina el recuerdo, también al unísono, con sus mentes coordinadas.
Ambos de alguna forma saben que recordaron lo mismo, pero deciden volver
al presente. Es importante estar acá ahora.
- Ya puh, ahí está la cuerda.
- ...
- Viste, si en el fondo sabes que no sacas nada y que es peor. Si no
resuelves tus cosas en vida, la muerte no te sirve de nada.
- Por lo menos dejaría de sentirme así.
- No, si te vas a sentir igual..
- ¡¡¡QUÉ SABES TÚ DE CÓMO ME SIENTO!!!
- Hueona, hazme caso, va a ser peor.
- Ándate a la chucha.
- Ya me fui.
- Ya, déjame sola.
- Ni cagando, vas a hacer alguna hueá.
Se quedan en un largo silencio. Él se pasea, ella sentada en el suelo. De
pronto él, con cara de aburrido, empieza a patear piedras al agua y se
descuida, y sin darse cuenta ella grita y de un salto agarra la cuerda y se
cuelga, como si ya lo hubiese hecho antes, como si fuese una experta en las
artes del suicidio.
- ¿Te sientes mejor ahora?

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- La verdad es que no mucho – responde colgada desde la cuerda – pensé
que iba a ser distinto.
- Qué te dije, no sacas nada con estar muerta si no resuelves tus cosas en
vida... lo único que lograste con esto es que ahora me vas a hinchar las
pelotas para siempre. Por la mierda...
- Que eres injusto, acabo de morir y me tratas así...
- Tenía la esperanza que te enamoraras de otro, que me dejaras ir tranquilo.

- Lo dices como si fuera una pésima mujer.


- No, si no pésima, un poco loca no más. ¡Y cargosa, hostigante!
- Si mi amor te hostiga, no es mi cul...
- ¡¡¡Ya córtala con la siutiquería!!!
- Tú encuentras cursi y siútico porque nunca te has enamorado.
- No sé, lo único que sé es que ya no de ti.
- Si, si por eso me dejaste.
- ¡Por eso me maté, mierda! ME MA-TÉ. SUI-CI-DIO. Asúmelo de una vez y
déjame tranquilo. No fui capaz en vida de cortar los lazos con vos y ahora
me arrepiento. Por pendejo me condené a AGUANTARTE para siempre.
- ¿Oye, para, que crees que soy?
- Una mina cargante que ni muerto me dejó tranquilo.
- NO ERA YO LA QUE ME IBA A METER A TU CAMA CADA VEZ QUE ME
CURABA. Eras tú.
- Estaba curado...
- ¿Siempre?
- Ya, ya, si sé. Si la cagué y lo asumo, por eso me maté, porque no fui capaz
de ... aj, ya filo, ahora que estamos los dos muertos, disfrutemos de esto y
huyamos cada uno para su lado, ¿ya? No nos pesquemos más.
- No sé si voy a poder...
- Vas a tener que poder no más.
- Si no pude en vida.
- Tendrás que poder en muerte.
- Solo hace falta que uno quiera.
- ...
- y esa no voy a ser yo. (Y lo mira desafiante.)
Se detienen frente a frente. Ella lo mira incitándolo a decidirse. Él la mira
dudoso primero... más decidido luego, y con un temple más tranquilo
comienza a retroceder. Ella, comprendiendo que él está cortando termina de
morir, de rodillas en el suelo mientras él se aleja por la playa.
Y luego los padres encuentran su cuerpo. Llanto, dolor, gritos. Y la muerte
que no termina.

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Y viajas y te mueves y retrocedes en el tiempo, como si enfrentar tu vida desde tu pasado
te sirviera de algo.

LA MICRO
Un joven sale de su casa a tomar la micro, no necesita cruzar porque la micro
pasa por el mismo lado donde vive. Toda su vida ha sido fácil, nunca un
menor esfuerzo. Salvo días como este en que debe tomar una micro para
llegar a su Universidad. Un joven con mucho dinero y poco intelecto. Interés
en nada. Sólo vive y poca conciencia tiene acerca del mundo y los demás.
Pero es simple. No es malo y disfruta del observar a las personas que sí
viven, que no sólo repiten viejas historias bien contadas y fáciles de aprender.
La micro se acerca y él la hace parar, al subir y pagar, se escucha el grito de
una mujer que viene toda cargada de paquetes que sale de una casa de al
frente. Se nota que es una empleada de algún vecino. Ella le simpatiza, pero
le molesta que hable tan fuerte. Ojalá no lo salude, porque cuando empieza a
hablar no la para nadie.
La micro sigue su viaje, el joven está notoriamente molesto, como con cara de
cansado, como si hoy no pudiera disfrutar de la simpleza del viaje en la micro.
Va a una reunión sobre su pre-práctica a la que le da flojera ir, porque estaba
durmiendo siesta antes de salir de su casa. Ni siquiera se logra dar cuenta
que esa flojera radica en la flojera de crecer y hacerse cargo aunque sea de
su propia profesión. De fondo se escucha un programa de radio de
conversación, pero vagamente, no se entiende bien lo que hablan. Y se
entretiene tratando de oír y olvida la reunión.
Al poco andar hacen parar la micro tres maestros, obreros de una
construcción cercana, que le piden que los lleven por un pasaje hasta el
puente. Al lado la nana tiene muchos problemas con las bolsas, se le caen, se
manea entera. Esto ocurrió desde que se subió, pero nadie la ayudó, hasta
que suben estos maestros, uno de los cuales le acomoda las bolsas. Ella le
sonríe y mira al joven con cara de “ese si es caballero”... se nota por su cara
que acusa recibo pero no le da mayor importancia. Se sonríe solo, porque
cree haber oído “pene” en la radio.
Sigue el viaje, se bajan los obreros en el puente, y se sube una señora
notoriamente pobre. Muy pobre, sucia, y muy hedionda. Los rostros de todos
los pasajeros acusan profundo malestar por el hedor. La señora se sienta y
detrás de ella van dos niñas de colegio particular que entre risas y tapándose
la nariz comienzan a rosearla con colonia de guagua. El cruce del puente
transcurre con toda la micro pendiente del olor de esta señora (salvo la nana
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a quien se le siguen cayendo las bolsas). La señora se baja al salir del
puente, en la entrada de la costanera, y dos mujeres que no se habían
hablado entre sí todo el viaje comienzan a comentar “es el colmo de la falta
de respeto”, “una cosa es ser pobre y otra sucia”; “¡y estaba hedionda a
pichi!”, agrega una tercera sentada más atrás. Y el resto de la micro asiente
con la cabeza, con cara de que les acababan de faltar el respeto. La nana
sigue preocupada de no dejar caer las bolsas.
Un poco más allá, la micro frena bruscamente por que se cruza un perro,
todos se sujetan, se asustan, y a la nana se le desparraman las bolsas en el
suelo. Dentro llevaba comida no perecible, ropita de guagua, y otras cosas,
como cachureos bastante deteriorados. También llevaba leche, que se rompe
al engancharse con un tornillo, ensuciando la micro. El chofer mira por el
espejo y hace un gesto como de desaprobación de lo que ocurrió, pero sigue
manejando sin prestarle más atención. “Chucha” alcanza a gritar antes que
esto ocurra, y se para rápidamente a intentar evitar que la leche se siga
derramando, y mientras recoge las cosas que cayeron con ayuda de las dos
señoras que comentaban sobre la hediondez, dice para si regañando entre
dientes ”Con lo que costó que se pusiera con estas cositas. Amenaza tras
amenaza. Lo único que servía era la leche y la perdí casi toda”, y continuaba
recogiendo sus cosas..
La micro continúa; hay un silencio cómplice, y la nana sigue regañando.
Llegan a la costanera y se detiene la micro para tomar a un pasajero. Sube
una mujer sola con su hijo, a quien le dice cariñosamente que se siente
mientras paga y empieza a buscar en su cartera. En ese minuto, nuestro
joven se desconecta de la radio. Vuelve a su rostro la expresión de
aburrimiento. Mira por la ventana como buscando algo en qué divertirse, y ve
a una mujer. Una mujer de aspecto extravagante, “aputaita”, piensa “pero
bonita”. Harto poto, harta teta, teñida notoriamente y muy pintada. Se nota de
un estrato social bajo y no sería extraño que fuera prostituta. La mira bastante
fijo, pero no logra cambiar su expresión de aburrimiento, de cansancio. La
mujer lo mira y por esas cosas mágicas que ocurren en el mundo a veces, se
enternece con este joven inconsciente, con este casi niño al que sus
circunstancias no le han permitido crecer. Su rostro parece estar mirando a un
pobre niño que está cansado de tener que jugar a ser grande y quiere
entretenerse un poco, relajarse. Se cruzan las miradas, ella le sonríe y se baja
el tirante de la polera, mostrándole toda su teta izquierda. Una teta redonda,
grande, no tan firme, sino con esa caída típica de la teta no perfecta, pero
grande y bonita. Al mismo tiempo que le muestra su pecho, le regala una
tremenda sonrisa. El joven la mira y se sorprende por unos segundos,
mirando esta enorme teta que le estaban ofreciendo... y ríe. Ríe con una risa

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muy infantil, una risa agradecida, espontánea, que lo hace ver aún más niño y
al no saber cómo reaccionar, le levanta ambos pulgares y le aplaude desde
arriba de la micro. La mujer se ríe ampliamente, mostrando todos sus dientes
imperfectos y guarda su teta. Misión cumplida.
La micro parte de nuevo, y se llena con el solo sonreír del joven. Nadie más
puede entrar a esta micro, porque sólo cabe la felicidad y la risa de un joven
apático que rara vez anda en micro, pero cree empezar a hacerlo más
seguido.
De fondo se escucha música, ya no conversaciones incomprensibles.

77
BONUS TRACK
Retrocedo en el tiempo y escribo en cuadernos ya usados. Escribo con letra horrible que
casi no entiendo. Quizás por ser ésta la mejor forma de esconderme ante mis propios ojos.
Si los cierro sigo conmigo, pero si no me puedo leer no me entiendo y desaparezco.
Tengo susto de nuevo. Esta sensación de angustia porque ella no es como se supone que
deben ser las personas enamoradas. Soy una mierda autoritaria y ante la más mínima
señal de independencia emocional me descompongo.
Qué tranquilizador es sentirla como una perrita, como un pez en una pecera, que sólo
tienen sentido porque quien las mira las encuentra lindas.
Qué ganas de madurar como persona.

PEQUEÑA DULCE AGONÍA


(By Isidora Urzúa)
Ayer, al acostarme, te recordé. Vi tu cara a través de mis pensamientos, como
no lo hacía desde hacia ya unos años.
Solía olerte, y confundía las tardes de primavera con nuestras emociones. Era
sublime, único.
Tu cara, escondida entre las espinas de mis recuerdos mas hermosos, brilló
como una almendra en una caja de pasas.
Vi tus ojos cambiar de azul a verde, y disfrute del recuerdo de tu sonrisa
cuando batías el merengue de nuestro tercer invento culinario del día; me
dormí en tu risa, que era igual que la mía.
- Mi pieza es oscura. Tengo las cortinas negras que tu querías, y me compré
el póster de Tori Amos que se comió tu perra ese día, cuando te lo regalé. Si
estuvieras aquí, seguramente hubieras reclamado por el olor a cigarro que
está ya impregnado en todas mis cosas, y me recordarías el daño que le hizo
“ese estúpido vicio” al pulmón de tu papá. Lo chistoso es que, aún cuando
hacen años que no te veo, sé que me dirías “De algo hay que morirse”-
Recordarte fue un poco extraño. Me sentí… sola. Al principio, cuando recién
aparecías, sonreí; a lo mejor por inercia, a lo mejor creí hacerlo. Pero es
imposible no mirar atrás con nostalgia, con pena, inclusive con rabia. Si.
Rabia, sentimiento oculto detrás de la culpa de haberte tenido que abandonar.
Y me di cuenta también, que siempre te recordaba, solo no me daba cuenta
que lo hacía. Como cuando me dijiste que la hermana de Gastón se parecía a
ti cuando eras chica. No te quise contar que yo también me veía en ella, pero

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sé, que cuando la ves, te sientes como yo lo hago, te ves de nuevo “una”,
conmigo.
La sonrisa se borraba de mi cara y aparecían recuerdos, frases, sueños y
antiguas expectativas. Me daba cuenta de que había roto todas nuestras
promesas. Que no tomé ninguno de los caminos planeados, y que todas mis
ideas de futuro eran completamente distintas a lo que vivía, a lo que era.
Recordé muchas cosas. Volví a disfrutar de momentos de los cuales había
escapado durante mucho tiempo y pinté con tus colores ese frío nocturno,
logrando llegar a sentirte, inclusive a olerte. Me imagine como serías hoy,
como serías aquí, en esta vida y recreé en mi mente, todas tus expresiones.
Pero cuando llegué a pensar en el momento en el que nos separamos, me di
cuenta de que nunca nos dividimos. Que estábamos enlazadas por una
mirada, una azul, o gris, o verde(siempre dependiendo del clima) y que
sentirte en mí era tan fácil como respirar. Y me recordé en ese momento, en
el cual te sentí conmigo, de cuando me hablaste de los peces. Te
acuerdas? Me dijiste que eras un pez nadando contra la corriente, y que no te
importaba que te desgarraran las filosas piedras de un mar desconocido, pero
que si te quedabas serías igualmente un pez muerto. Te juro que creí que lo
correcto era dejarte ir. Era lo mas obvio y menos doloroso; claro, no te dolía a
ti que hacías lo que querías, pero yo, yo me quedaba en tierra y tendría que
recoger tu cadáver. Pero mas me hubiera dolido tenerte encapsulada en algo
que ya no querías, y verte, todos los días, preguntándote como sería si
nadaras hacia el otro lado.
Y te fuiste.
Ayer te recordé. Y dormí con el sonido de tu risa, que aún suena como la mía.
Y al levantarme me miré en el espejo, para mostrarte mis ojos, que aún
brillan, como los tuyos.

79
puracaca editores.

Y en este, un primer compendio de


cuentos, van mis vergüenzas y temores.
Mis pensamientos y sensaciones.
Un intento honesto de acercamiento a una
sensación que me gustaría sostener de por
vida: vivir de la escritura.

80

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