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Economía no liberal
para liberales y no liberales
ISBN: 84-688-9261-0
Y, en especial,
a quienes combaten activamente el liberalismo.
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
LA MISERIA DE LA FALSA LIBERTAD
1. Ciegos ricos, ciegos pobres
2. El papel de los mercados en la economía moderna
3. Las desigualdades buenas, y las malas
4. El papel del gobierno
5. Bueno, combinemos mercado y gobierno: ¿pero cuánto de cada?
6. Globófobos, globófilos y globotúpidos
7. Globofobia, capitalfobia y democracia
8. Explotación infantil... y de la otra (juvenil, madura y senil): el
mercado no se priva de nada
9. La explotación de la naturaleza
10. La globalización de la desigualdad en el mundo
11. A vueltas con la “tasa Tobin” (y otras reformas fiscales)
12. Rusos y otros puñeteros
13. Profecías económicas
14. El autismo del mercado
15. Lo que no quiso decir, ni pudo decir, ni nunca dirá don Xavier
Sala i Martín
16. Y lo que no saben decir ni Sala ni Estefanía (es decir, las dos
variantes de liberal)
17. Apéndice: el comunismo que viene
SEGUNDA PARTE
CRÓNICAS DE ECONOMÍA NO LIBERAL
1. De la Bolsa y otras crisis
2. Globalización y subdesarrollo
3. Maldita competitividad
4. El desempleo y la distribución de la renta
5. Gobierno y mercado se dan la mano
6. La tercera vía y la cuarta
7. Imperialismo, nacionalismo, comunismo
8. El pensamiento no liberal (continuación...)
PREFACIO
2[2]
Adam Schaff (1997): Meditaciones sobre el socialismo, México: Siglo
XXI, 1998.
enriquece, siendo en 1999 la renta per cápita de la segunda
cuatro veces superior a la de la primera.
* Algo parecido sucede en Corea, pero con un
desequilibrio aun mayor (que se eleva a una relación de 14 a
1 en el año 2000).
* Lo que sucedió con los cuatro “dragones” asiáticos
(Corea, Hong Kong, Singapur, Taiwán, que imitaron a
Japón), y luego con sus sucesores, los “tigres”, fue
sencillamente que adoptaron la economía de mercado. No
es cierto que el “dirigismo estatal” fuera “ni mucho menos la
clave que los condujo a la prosperidad”, como lo demuestran
los casos chinos e indio: “mientras estos dos países
mantuvieron políticas socialistas de planificación central (...)
la población (...) vivió en la miseria más absoluta”; pero
cuando China comenzó a “privatizar” y a “abrir la economía
al exterior”, la renta per cápita “se cuadriplicó en menos de
veinte años” y “en 1999 se convirtió en la segunda potencia
mundial en términos de producción y renta total” (pp. 37-39).
Ésa es toda la explicación que ofrece nuestro autor, y sin
duda se fue a descansar después de tanto esfuerzo.
3
3[3]
Hoy (16-5-02) informa El País que Napster –el famoso servidor que
hace tres años “revolucionó la forma de escuchar música por Internet”--
está “al borde la quiebra”. Y eso que su inventor, Shawn Fanning, se
cuenta entre los míticos emprendedores “subterráneos”, e “ideó el
sistema en el sótano de su casa”. Parece que los sótanos y los garajes
ya no son lo que eran. No sé si es casualidad o no, pero precisamente el
mismo día he recibido el siguiente email: “Napster Adult-X is Back -
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tan pobremente como dice, tanto en la Edad media como en
la moderna, por no remontarnos aun más atrás?
Por otra parte, y sin salirnos de su famosa tabla Forbes,
debería explicarnos en qué consiste el misterioso
“emprendimiento” de esos empresarios tan “emprendedores”
y tan ricos, como son los tres miembros de la familia Mars
(en la lista de 2000) o los 5 de la familia Walton4[4]? ¿Supone
que todos ellos son tan inventores y tan trabajadores como
los Michael Jordan, los Rivaldo o los Tiger Woods, que él
menciona, o son más bien simples herederos y/o rentistas
que se aprovechan de la explotación masiva de sus
asalariados, ya lo hagan por primera vez, ya por larga
tradición familiar? ¿Y ha pensado don Xavier que si los
Jordan y los Rivaldo quieren seguir siendo ricos de por vida,
y que sus hijos sean también ricos aunque no sepan jugar al
fútbol o al baloncesto, no tienen más remedio que montar
negocios, comprar acciones o convertirse en una u otra
especie de capitalista que sólo podrá reproducir su riqueza a
base de un emporio de mano obrera asalariada?
Sin embargo, lo más importante es completar los datos
que aporta Sala con otros de los que parece no tener ni idea
(o, si los conoce, se olvida de citar: quizás los evita para no
llegar a las conclusiones que necesariamente se extrae de
ellos). Me estoy refiriendo a las diversas medidas de la tasa
de plusvalía que puede encontrar en numerosos libros que
se siguen escribiendo en la actualidad utilizando las
categorías concebidas dentro de la teoría laboral del valor,
una teoría que sin duda él creerá ya periclitada, pero que no
lo está en absoluto, como lo demuestra el hecho de que los
trabajos e investigaciones que se llevan a cabo en la
actualidad puede encontrarlos a montones hasta en
Internet5[5].
4[4]
Según la edición de Forbes para 2001, los lugares 5 a 10 de la lista de
“las mayores fortunas del mundo” son miembros de la misma familia: Jim
C. Walton (de 54 años), John T. Walton (56), Alice L. Walton (53), S.
Robson Walton (58) y Helen R. Walton (82) (véase El País de 1-3-2002,
p. 72).
5[5]
Sólo citaré dos trabajos en cada una de estas tres lenguas: inglés,
francés y español. Se trata de: Shaikh, A.; E. Tonak (1994): Measuring the
Wealth of Nations. The Political Economy of National Accounts, Cambridge
University Pres, Cambridge; Moseley, F. (1982): The Rate of Surplus-
Value in the United States: 1947-1977. Ph. Dissertation. University of
En otro lugar he escrito que la perspectiva que usan los
economistas liberales es lo que se llama el “enfoque de cero
clases”, frente al enfoque de dos clases que prefiero utilizar
yo. Me explico: en ambos casos hay que distinguir lo que es
el modelo teórico abstracto de lo que son los análisis de las
realidades históricas concretas. Por ejemplo, los defensores
del modelo de cero clases no tienen inconveniente, como
hemos visto en el caso de Sala, en dividir las economías
nacionales reales en tres supuestas clases –llamadas “alta”,
“media” y “baja”--. De igual manera, los economistas no
liberales sabemos que al estudiar economías reales
necesitamos mucha más precisión, y por supuesto no
podemos pasar por alto las diferencias entre, digamos, un
taxista que trabaja como autónomo usando su propio taxi y
un segundo taxista que es un asalariado del sector y maneja
uno de los taxis de un empresario capitalista (pequeño o
grande). Sin embargo, en nuestro modelo, como primera
aproximación teórica, no hay inconveniente en contraponer
al modelo neoclásico de 0 clases (es decir, a la idea de que
todos los individuos son sustancialmente iguales desde el
punto de vista social, y pertenecientes a la clase única de
“consumidores-que-son-a-la-vez-propietarios de algún vector
de factores”, lo que equivale a afirmar que no hay clases en
la sociedad, pues 1 clase y 0 clases son equivalentes en la
teoría) otro alternativo construido a partir de dos clases,
según que éstas vivan mayoritariamente del “capital” o del
“trabajo”.
Los neoclásicos y liberales sólo hablan de individuos.
Pero los que no somos neoclásicos ni liberales sabemos que
el hecho de ser un propietario de medios de producción
suficientes para contratar mano de obra ajena, o de ser un
simple asalariado, condiciona de forma decisiva nuestro
comportamiento económico global. Usar, por tanto, un
8[8]
Por supuesto, las estadísticas convencionales siempre tratarán de que
el fenómeno sea lo menos visible posible, acudiendo incluso a todo tipo
de artimañas metodológicas, como la de considerar autónomos a lo que
todo el mundo sabe que son “falsos autónomos” --obligados por sus
patrones capitalistas a inscribirse como tales en la Seguridad Social,
para abaratar la mayor carga que para la empresa supone el trabajo de
un asalariado-- o la más reciente, y más graciosa, de llamar a los
vendedores ambulantes “empresarios sin establecimiento”.
Y si miramos objetivamente al cuadro 1, lo que
encontramos es que la situación relativa de los asalariados
(que, al incluir a los parados, se nos convierten en “el
proletariado”9[9]) simplemente ha empeorado tanto y tan
deprisa que, en los 35 años que van de 1965 a 1999, su
participación corregida en la renta nacional se ha hecho tres
veces más pequeña que la correspondiente a los no
asalariados. El cálculo es muy sencillo de hacer y de
comprender: la parte del proletariado en el PIB sólo ha
aumentado un punto en 35 años (un 2% en términos
porcentuales); pero como su parte en la población activa ha
crecido un 40%, eso significa que su participación
“corregida” ha bajado un 27.1% (descenso del coeficiente
que refleja la depauperación desde 0.84 a 0.61). Por su
parte, los no asalariados han bajado su peso en la población
activa un 57%, a pesar de lo cual sólo ha disminuido su
parte en el PIB en un 2%, lo que significa que su
participación corregida ha subido un 125.5% (su coeficiente
de enriquecimiento ha subido desde 1.23 a 2.77). Por
consiguiente, el cociente de ambas participaciones
corregidas se ha disparado desde menos de 1.5 a más de
4.5, lo que significa un crecimiento de la desigualdad que, a
lo largo de esos treinta y cinco años, se ha multiplicado
exactamente por 3.09.
Permítame el lector reclamar una relevancia mucho mayor
para un cuadro como el 1 --que, con todas sus limitaciones,
ofrece una panorámica de la distribución de la renta de toda
la población activa de un país-- que para unas estadísticas
como las que ofrece la revista Forbes, limitadas a sólo veinte
individuos (por muy ricos e importantes que sean). Por lo
demás, esta revista es tan privada como esos millonarios,
mientras que las cifras utilizadas para construir el cuadro 1
proceden todas de estadísticas oficiales de nuestro Instituto
Nacional de Estadística.
9[9]
Soy muy consciente de que esta terminología choca, pero no choca
porque sea falsa, sino porque la mayoría de los analistas e intérpretes
están prestos a dejarse “chocar” por todo lo que se salga de su perezosa
costumbre a no pensar. Es decir, en este caso, por su tendencia a
imaginarse al proletario en la forma de un obrero en alpargatas, como si
estuviéramos a mediados del siglo XIX. Curiosamente, este pecado de
lesa actualización, del que tanto acusan a los demás, son ellos los
primeros en cometerlo.
Cuadro 1:
Depauperación obrera y enriquecimiento de los no asalariados en España,
según la Contabilidad Nacional de España (CNE)
11[11]
Íbid., p. 167. Por tanto, si lo que buscan los liberales es forzar y
reforzar el Estado, lo que está haciendo Schwartz no es sino adelantarse
14 años a la famosa tercera vía de Tony Blair (véase el capítulo 6 de la
segunda parte de este libro), para quien “la Tercera Vía no es un intento
de señalar las diferencias entre la derecha y la izquierda. Se ocupa de
los valores tradicionales de un mundo que ha cambiado. Se nutre de la
unión de dos grandes corrientes de pensamiento de centro-izquierda --
socialismo democrático y liberalismo-- cuyo divorcio en este siglo debilitó
tanto la política progresista en todo Occidente. Los liberales hicieron
énfasis en la defensa de la primacía de la libertad individual en una
economía de mercado; los socialdemócratas promovieron la justicia
social con el Estado como su principal agente. No tiene por qué haber un
conflicto (...)” (Blair, La Tercera Vía, p. 55). La patronal sabe
perfectamente a quién tiene que apoyar en cada momento. Así, por
ejemplo, Joaquín Estefanía recordaba en su libro sobre La Trilateral en
España cómo el programa que encargó la CEOE a Schwartz fue
directamente a la basura, por dogmático e impracticable. Un cuarto de
siglo más tarde, la prensa nos recuerda que los empresarios franceses,
no sólo no le han encargado nada a Le Pen, sino que se han
manifestado en contra suya, y a favor de Chirac, en la segunda vuelta de
las elecciones presidenciales francesas (El Mundo, 30-4-02, p. 16 ).
Hubiera sido un interesante ejercicio de historia-ficción asistir a las
recomendaciones patronales de voto en un ya imposible duelo Jospin-Le
Pen. En cualquier caso, no es difícil adivinar qué habría pasado].
establecer y mantener el marco en el que vaya a florecer la
actividad individual”12[12].
Según Sala i Martín, el gobierno tiene que ocuparse de
cuatro tipos de tareas: 1) “la defensa y garantía de los
derechos de propiedad”, 2) la de “la competencia”, 3) la
“regulación” en el caso de ciertos bienes “problemáticos” (o
“no normales”, a saber: “bienes públicos, externalidades y
bienes comunales”), y 4) lo que llama “protección de los
desprotegidos, bienestar e igualdad de oportunidades”.
Veamos cada una a un tiempo.
1. La salvaguarda de los derechos de propiedad se lleva
a cabo, claro está, mediante “la defensa nacional, la policía y
el sistema judicial”. Seguro que, si se le pregunta, no tendrá
nuestro autor problemas en encontrar partidas, dentro de
esos ministerios de Defensa, Interior y Justicia, que le
parecerán más bien señales de despilfarro que de defensa
de la sacrosanta propiedad privada. Pero lo más curioso es
que aprovecha en este punto para recriminar a los africanos
por ser culpables --¡cómo no!-- de su pobreza (lo cual forma
parte de la estrategia neoliberal típica: también los parados
son los culpables de su desempleo; los televidentes,
culpables de la televisión basura que se les ofrece; los
votantes, de la pobre oferta que les ofrecen los partidos,
etc.): “Con toda seguridad, uno de los principales factores
que explica la extrema pobreza de la mayor parte de los
países africanos son las continuas guerras que han asolado
el continente desde su independencia” (p. 50). Yo le
preguntaría por qué las guerras (incluidas dos llamadas
“mundiales”, pero que son básicamente europeas) que han
asolado el continente europeo desde hace siglos13[13]
12[12]
Íbid., pp. 166, 173 y 183; itálicas, añadidas. La utopía ultraliberal de
que es posible volver a un Estado delgado y barato, como el
manchesteriano, pero siglo y medio más tarde, sólo la defienden algunos
discípulos de Schwartz, como Carlos Rodríguez Braun, quien cree en un
“pequeño Estado benefactor con una presión fiscal máxima de, digamos,
un 20 por ciento del PIB”. Su maestro es, sin embargo, escéptico a este
respecto, pues no olvida que “este modelo archicapitalista se acerca
mucho al anarquismo”, tanto que hay un “ejemplo de anarquista, el de
Thomas Hodgskin, quien, considerándose socialista utópico, escribía los
editoriales en pro del laissez-faire en The Economist durante los años
posteriores a su fundación en 1843”.
13[13]
¿Acaso Sala no ha leído a ese maestro de liberales que fue Isaiah
Berlin, para quien el siglo XX es el “siglo más terrible de la historia del
explican, por el contrario, su “extrema riqueza” (en términos
relativos), y por qué la relativa ausencia de guerras en África
antes de su independencia no fue responsable de un
incremento en su riqueza.
2. Para garantizar la competencia, Sala insiste en la
necesidad de limitar los monopolios, aunque matiza
repetidamente que en este punto no es tan importante la
“privatización” como la “liberalización”; es decir, da igual que
una empresa pase del sector público al sector privado si no
se consigue eliminar su poder monopolista e introducir una
competencia real que beneficie a los consumidores. Vemos
en primer lugar aquí una crítica soterrada de la estrategia del
gobierno del PP: “algunos gobiernos que se autoproclaman
liberales han sido muy rápidos a la hora de privatizar (...),
pero menos rápidos a la hora de liberalizar (...) un monopolio
privado tiene tan pocos incentivos a [sic] satisfacer a los
consumidores como un monopolio público”.
Pero lo que nos parece más relevante de este discurso
es, una vez más, la manía contra los monopolios, que es tan
típica entre los liberales (véanse la entrevista a Milton
Friedman en El País de 11-XI-01) como entre los militantes
de los partidos de izquierda que se han dejado influir por las
ideas leninistas. Esta manía no se refiere al monopolio
realmente criticable –el de la propiedad privada, que, por ser
privada, es exactamente monopolista de aquello que es
apropiado--, sino parece asentarse en el desconocimiento de
que, la mayor parte de las veces, los “monopolios” de la
Microeconomía liberal no son el resultado de una
intervención perversa de gobiernos antiliberales, sino
simples ejemplos de eso que el propio Sala llama
“monopolios naturales”, y que los liberales tienden a
presentar confusamente como la excepción en el universo
de los monopolios. Nuestro autor reconoce que en estos
casos de monopolio natural, las tres posibles soluciones
existentes –a saber: no hacer nada, fijar precios públicos o
nacionalizar-- plantean “graves problemas”; pero de hecho
15[15]
Curiosamente, los editores del libro de Sala en español (que tuvo
una edición anterior en catalán) traducen el nombre de Barro de Robert a
Roberto, pero no hacen lo propio con el de Xavier (que debería ser
Javier, en eso que llaman castellano y que es más bien el español). Esto
probablemente tenga que ver con esa especie de “patente” (no à la
North, sino à la Gellner) que tienen en nuestros días las lenguas
“periféricas” de España, debido al complejo de inferioridad política que
sufre la mayor parte de la izquierda española. La razón no es difícil de
entender: lo que ahora sienten como un exceso de identificación pasada
con el franquismo (en la época en que vivieron bajo ese régimen) los
lleva a una especie de síndrome de Estocolmo invertido que los mueve a
compensar los excesos franquistas con una política consentidora de
excesos aparentemente “antifranquistas”, que legitime su
“distanciamiento” a destiempo respecto del franquismo. Tanto antes
como ahora se equivocan. España, para bien y para mal, existe, y su
historia hay que conocerla, no tergiversarla ni adaptarla al gusto de cada
época. Algunos de los que se inventan naciones --con el propósito,
confesado o no, de inventar luego los Estados burgueses
correspondientes-- no tienen inconveniente en inventarse también la
historia, y suelen usar el procedimiento de borrar “lo malo” para quedarse
y exagerar lo que ellos consideran “bueno”. Esto lleva a cosas de lo más
peregrinas, como el que tanto la izquierda como la derecha de muchas
partes de España eviten, consciente o inconscientemente, usar la
palabra España. Estos señores no han oído hablar de Spinoza, que ya
señaló que la palabra perro no muerde. Muchos derechistas e
izquierdistas españoles creen, por el contrario, que la palabra España,
no sólo muerde, sino que vota (y vota contra su opción política preferida),
razón por la cual prefieren usar el fascista circunloquio de “Estado
español”, engendro franquista para denominar un Estado que no era ni
una república ni una monarquía. Pues bien, todo esto viene a cuento de
que, al parecer, nuestro don Xavier Sala nació “en el Estado español”, lo
cual, si bien nos aclara la circunstancia temporal, no hace lo mismo con
la geográfica, y nos deja con la desagradable incertidumbre de no saber
si la cigüeña que lo trajo al mundo lo dejó en los tejados del Palacio de El
Pardo o en los del Banco de España (ya que debemos suponer que no
fue ni en los de la Generalidad de Cataluña ni en los del Palacio de la
Moncloa, que por aquella época no ejercían de tales). Lamentablemente,
estas alegrías no las cometen sólo los liberales o las editoriales
“burguesas”, sino que las reproducen con mayor ahínco aun los
comparten hoy en día los liberales que no se sienten
cómodos con el catecismo ultra.
Por ejemplo, Sala no tiene inconveniente en reclamar un
“sistema fiscal progresivo”. Ahora bien, al igual que hizo
Keynes, tiene buen cuidado de recordar que “es importante
resaltar que la redistribución debe ser parcial, puesto que
una igualación excesiva de los resultados finales conlleva,
como hemos visto, una reducción de los incentivos para
estudiar, invertir y trabajar. Y eso es malo”. Como vimos, ésa
era exactamente la posición de Keynes.
Por otra parte, y como se comprobará en capítulos
posteriores de nuestro libro, Sala no es ajeno a la
terminología que usan los sindicatos y los partidos de
izquierda, que poco tienen que ver hoy con los partidos y
organizaciones de las que históricamente surgieron. Si
socialistas y comunistas aspiraban originalmente a la
liquidación de la sociedad capitalista, hoy no hace falta
recordar que a lo que aspiran es a algo, no sólo mucho más
modesto, sino claramente opuesto a lo primero: aspiran a
conservar el orden social capitalista. Y para ello, nada mejor
que reclamar una y otra vez la “cohesión social” (los
sindicatos españoles “de clase”, CCOO y UGT, llegan al
extremo incluso de criticar al gobierno del PP por crear
“crispación” en la sociedad mediante una política económica
y social que estorba dicho objetivo supremo de la cohesión
social). A Sala, como buen liberal, le encanta dar con un país
donde (en su opinión) la pobreza disminuye: cita al respecto
el caso de Indonesia, del que dice que “el aumento del
bienestar de los pobres generó una cohesión social que
permitió al país, a todo el país, mantenerse en la vía del
desarrollo y el progreso” (p. 60).
Y es que, en efecto, Sala no es sólo un “keynesiano”
moderado en el sentido fiscal, sino que es un progresista, un
reformista y un conservador. ¿Qué cómo se come esta
ensalada? Muy sencillo: dándose cuenta de que esos
ingredientes nunca faltan en ninguna posición política. Tanto
18[18]
Marx protesta contra Adolph Wagner con las siguientes palabras:
“Según el señor Wagner, la teoría del valor de Marx es ‘la piedra angular
de sus sistema socialista’ [p. 45]. Como yo no he construido jamás un
‘sistema socialista’, trátase de una fantasía de los Wagner, Schäffle e
tutti quanti”.
en opinión del señor Sala)? Aunque en mi opinión a esa ley
se la debería llamar con mayor justicia la “ley de Marx” (si
bien, debido a la variedad de leyes económicas descubiertas
por este autor, sería problemático y equívoco hablar de una
“ley de Marx” en singular), la tesis que encierra la misma
está sacada de la realidad empírica más indiscutible de
todos los países capitalistas realmente existentes: el peso de
los ingresos y gastos públicos no hacen más que crecer, a
largo plazo, como porcentaje del producto social anual; y ello
no se debe en absoluto a que ningún agente económico así
lo planee o lo desee, sino que es pura consecuencia, o
fuerza neta resultante, de todo un conjunto o sistema de
fuerzas dispares, que empujan en las direcciones y sentidos
más diversos, como resultado del crecimiento secular de los
antagonismos sociales y de la contraposición creciente de
intereses económicos que se dan en el seno de la economía
de mercado.
6
La explotación de la naturaleza
Figura 1:
Índices de desigualdad medidos
“entre países” o “entre personas”
Fuente: Sala i Martín
Figura 2:
Porcentaje que representa la población
de la OCDE en el total mundial
(Fuente: Maddison, 1995, y elaboración propia).
Figura 3:
Porcentaje que representa la producción
24[24]
La economía mundial, 1820-1992.
de la OCDE en el total mundial
(Fuente: Maddison, 1995, y elaboración propia).
Figura 4:
La posición relativa de los países de la OCDE en relación con el
resto de países del mundo, en términos de PIB per cápita
(Fuente: Maddison, 1995, y elaboración propia).
25[25]
Atiendan los monaguillos del llamado “modelo social europeo” a la
noticia que publicaba El País de 10-7-01: “Veinte millones de personas
trabajan sin contrato en la Unión Europea” (p. 48). Y eso no lo dicen los
rojos antiglobalización, sino nada menos que “Bruselas”, que añade, por
cierto, que esa población genera “una riqueza de entre el 14% y el 20%
del PIB de la UE, según datos difundidos por el comisario de Justicia e
Interior, [el portugués] António Vitorino”.
Figura 5:
Porcentaje que representa la demanda pública en el PIB
(España, 1850-1958)
(Fuente: Carreras, 1990, y elaboración propia).
Profecías económicas
30[30]
Si uno entra en la página de http://www.elpaisuniversidad.com/, es
probable que lo primero que se encuentre sea la siguiente publicidad:
“Santander Central Hispano. El banco de los universitarios”. Debajo,
encontrará el típico periódico digital, actualizado a diario, desde el cual
podrá acceder rápidamente al enlace “Universia.es, el portal de los
universitarios”, permanentemente actualizado. Así, por ejemplo, el 14-5-
02 se puede leer: “El Príncipe de Asturias inaugura un nuevo edificio
en la Universidad Carlos III. La inauguración, que ha sido retransmitida
on-line, ha contado con la asistencia del Presidente de la Comunidad de
Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón y el Presidente del Santander Central
Hispano, Emilio Botín. [+]”. Desde luego, esta interactiva conexión entre
lo público y lo privado (a la que tampoco faltó el Rector de la Carlos III,
don Gregorio Peces-Barba, tan activo él contra las privatizaciones que
promovía la LOU) es lo más parecido que se me ocurre a eso que
llamaba nuestro don Xavier Sala las “instituciones pseudomedievales”,
pero no creo yo que nuestro liberal sea un adivino con tanto arte como
para estar pensando en esto cuando escribió aquello.
“para corregir esta coyuntura se necesita domesticar la
globalización”, es decir, “más globalización, pero más
regulada”. No estoy de acuerdo, pero no porque yo sea un
antiglobalizador. Yo quiero más globalización, pero una
globalización postcapitalista, que sustituya a esta lamentable
globalización del capital que tenemos desde que existe
capitalismo (pues la globalización es sólo una tendencia
intrínseca en el desarrollo de las fuerzas productivas).
Si usted denuncia el fin de la permisividad del capitalismo
abusivo, y al mismo tiempo el Comité de Lectura de El País
practica la falta de permisividad que nos impide a los no
liberales expresarnos, algo falla y cualquiera lo
comprenderá. Y lo que falla es la retórica de la libertad (falsa
libertad) de todos los liberales, los neo y los paleo. Y le voy a
explicar por qué digo que es falsa esa libertad tan
cacareada.
No sólo porque la primera libertad que reconoce nuestro
sistema económico es la libertad de explotación, que
equivale, para la mayoría, a la exigencia de que se deje
explotar –es decir, que permita vivir de su propio trabajo a
los pocos que no trabajan ni necesitan hacerlo porque el
capitalismo les pertenece-- como único medio de sobrevivir,
sino por más cosas que enumero a continuación,
empezando por la fundamental. Le pregunto a usted para
que me responda usted o cualquiera de los representantes
del mercado (con o sin Estado).
¿De qué democracia hablan: de la que se basa en el
principio “una persona, un voto”, o de la que se asienta en el
principio “un euro, un voto”? En los consejos de
administración de las sociedades anónimas funciona la
segunda. Y eso quiere decir que dentro de las empresas
(fábricas, talleres, oficinas, comercios, cortijos) no funciona
la democracia de “un hombre, un voto”. Pero tampoco
funciona fuera, porque fuera lo que hay es mercado, y en el
mercado también rige el mismo principio de “un euro, un
voto”. Y no sólo en el mercado de la cesta de la compra.
También en el mercado electoral: igual que no podemos
echar la culpa de la televisión basura a sus consumidores
(porque en estos casos la oferta crea la demanda, y hasta
un liberal como Popper analizó esto muy bien), lo mismo
ocurre con las elecciones. Sólo se puede elegir –y además
sólo cada cuatro años-- a quienes tienen los euros
suficientes para convertirse en empresas electorales
(llámense partidos o coaliciones). Y lo mismo ocurre en el
ámbito internacional: ¿por qué no usan los organismos
internacionales, empezando por la ONU, el FMI y el Banco
Mundial, el simple mecanismo de ponderación de voto, que
se aplica hasta en la universidad española, para que los
países tomen las decisiones que afectan a todos de acuerdo
con la regla de voto ponderado, pero ponderado según su
número de habitantes y no según su peso en oro (es decir,
en euros)?
Estimado Joaquín, termino. No olvide que trabaja en una
empresa. Su Comité de Lectura no representa a los lectores
ni a los trabajadores del periódico, sino al capital social de la
empresa, que es quien elige a la dirección ejecutiva, que a
su vez elige al Comité de Lectura.
Yo no voy a votar a un Le Pen porque no me publiquen
este artículo. Pero mucha gente, menos racionalista quizás,
y sin la costumbre de escribir y expresar abiertamente estas
ideas, votará --ante la ausencia de opciones que
representen las ideas que a los liberales no les gusta oír-- al
primero que pase con una oferta antisistema. Esto es lo que
debe preocuparles, y no la longitud de los brazos del
ambidextro matón capitalista.>>
17
SEGUNDA PARTE
CRÓNICAS DE ECONOMÍA NO LIBERAL
La segunda parte del libro recoge una veintena de
artículos publicados en distintos medios de comunicación,
así como otros que se escribieron con ese propósito pero no
llegaron a publicarse. No siendo un colaborador en nómina
de ninguno de ellos, quizás el lector me perdone que haya
incluido algunas muestras de esta segunda clase de trabajos
(los no publicados). Ya sé que es más fácil publicar en la
prensa liberal artículos de contenido liberal que de contenido
no liberal –como son los míos--, pero eso no me lleva a
pensar que se ejerza una censura sin más sobre lo que
escribimos los críticos. Precisamente, en el capítulo 8 de
esta segunda parte, donde se recoge buena parte de los no
publicados, se ofrecen algunas reflexiones sobre las razones
que pudieran estar detrás de su no publicación, entre las
cuales la principal --no me cabe duda—es el exceso de
ardor guerrero que a menudo pongo en mis escritos,
reforzado por el carácter impulsivo que me caracteriza.
Debo pedir al lector que tenga también en cuenta la
fecha de elaboración y publicación de estos artículos. En
algún caso se ha podido producir alguna modificación entre
lo que antes pensaba y lo que ahora pienso, pero en general
suscribo todas y cada unas de las palabras que escribí en su
momento. Es posible también que el lector encuentre
algunas repeticiones, pero debe pensar que los artículos
fueron escritos en distintos momentos y de forma
completamente independiente.
1
EL PRECIO DE LA BOLSA
Globalización y subdesarrollo
36[36]
Que se receta en dosis diferentes, según el grado de izquierdismo
con que se haga la crítica socialdemócrata del neoliberalismo.
movimientos del mercado (necesarios, pero a menudo
peligrosos, según esta interpretación).
Por su parte, la globalización es un fenómeno muy
distinto según se interprete como un proceso real que tiene
lugar en la economía mundial, o como un momento
puramente ideológico (es decir, retórico) del actual
pensamiento económico de moda. Como fenómeno
económico real, es una tendencia que se impone
progresivamente, y que, por tanto, existe desde que el
capitalismo impera en la economía mundial, por lo que es al
menos tan viejo como el propio capitalismo industrial (o tanto
como el capitalismo mercantil, incluso). Como expresión
ideológica, es un recurso retórico de aparición relativamente
reciente, asociado con una serie de fenómenos
concomitantes (en una lista que puede hacerse más o
menos larga, según los múltiples autores que tocan el tema)
pero que, a mi juicio, tiene principalmente que ver con el
cambio en el tipo de batalla ideológica que el discurso
capitalista --¿hace falta recordar que la ideología dominante
es la ideología de la clase dominante?-- se ha visto forzado
a emplear desde la caída del muro de Berlín.
Ese episodio, casi universalmente identificado con el fin
del socialismo, fue el símbolo de la caída de los regímenes
políticos imperantes hasta entonces en los llamados países
del socialismo real. El que los dirigentes de esos países
insistieran y proclamaran a los cuatro vientos que estaban
desarrollando e implantando el socialismo de Marx facilitó
mucho la tarea a la clase dirigente occidental para, en su
labor de denuncia de los males y problemas de las
economías del Este --finalmente demostrados
científicamente (fácticamente) con el hundimiento del
sistema--, utilizar dichas críticas como crítica del socialismo
en cuanto tal, que es un movimiento real y objetivo que no
puede separarse del desarrollo capitalista mismo, pues
consiste básicamente en el proceso de socialización del
trabajo (que pone poco a poco fin a la fase de privatización y
fragmentación del trabajo en unidades individuales aisladas
y separadas) característico del capitalismo.
Conviene también aclarar que lo que durante tanto
tiempo se llamó la guerra fría no era sólo una rivalidad
interimperialista entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética, o entre los respectivos bloques de países
pertenecientes al primer mundo o al segundo mundo
(supuestamente capitalistas y socialistas, según sus propias
autodefiniciones), sino también una parte de la batalla
ideológica antes mencionada, que tenía y tiene por objetivo
--puesto que sólo los ilusos se creen hoy que la guerra fría
ya se acabó-- extender la ideología dominante por todos los
rincones del planeta. Es natural que si el capital busca por
su propia naturaleza penetrar con sus mercancías y sus
recursos financieros hasta la última hectárea del globo
terráqueo (o más allá, si fuera posible), otro tanto puede
decirse de la ideología que su propia expansión conlleva.
Por eso, los enemigos ideológicos del capitalismo eran y son
todos cuantos se oponen de alguna forma al funcionamiento
libre y pleno de la sacrosanta economía de mercado en su
forma canónica, es decir, ideológicamente identificada con la
llamada ideología occidental y la correspondiente defensa de
los derechos humanos.
Los países del Este eran (y son) enemigos ideológicos de
Occidente porque, aunque fueran en realidad países
capitalistas, practicaban un capitalismo heterodoxo e
idiosincrático, caracterizado por métodos de acumulación
distintos, con una presencia muy superior del Estado y otros
rasgos que no podemos analizar en el espacio de este
artículo37[37]. Esto convertía al segundo mundo entonces, lo
mismo que a lo que queda de él en la actualidad (China,
Cuba), en enemigos ideológicos de Occidente, pero, más
que por su práctica real --repito, capitalista pura, con
variantes--, debido a su defensa verbal y retórica del
socialismo y del marxismo, y a su pretensión de defender la
idea de que la democracia real era la que se practicaba, o se
practica, en sus países, en vez de la democracia burguesa
del primer mundo.
Pero, por esa misma razón, los países del llamado tercer
mundo también son enemigos ideológicos del primero,
porque, desde el punto de vista de éstos, a pesar de ser una
37[37]
Véase el excelente libro, ya citado, de Chattopadhyay (1994), donde
se ofrece una detallada y minuciosa interpretación de la experiencia
económica soviética, basada en la teoría de Marx, y se compara con la
ofrecida por muchos de sus discípulos, que, en muchos casos, prefieren
partir de ideas total o parcialmente ajenas al sistema conceptual del
primero.
fuente de lucrativos negocios para las empresas del centro
del sistema, y, no sólo eso, sino una parte esencial del
funcionamiento de la economía capitalista mundial en su
conjunto, no por ello desprestigian menos al capitalismo
occidental desde el punto de vista ideológico, en la medida
en que ponen en práctica economías de mercado sui
generis, caracterizadas como políticamente corruptas, y
donde abundan actitudes y hábitos poco compatibles con el
propio discurso ideológico de la avanzada democracia
burguesa de los países capitalistas más desarrollados.
Ahora bien, la única manera de oponerse a este
pensamiento único, y a su globalización, es oponer a su gran
mentira la gran verdad que la guerra fría antigua y nueva --
pues el propio pensamiento único es sólo el nuevo nombre
de esta guerra ideológica-- pretenden ocultar. Hay que
repetir la verdad por mucho que se la tache de anticuada por
parte de tanto moderno como hoy abunda. Y una parte
indudable de la verdad es que resulta totalmente imposible
compatibilizar una auténtica democracia con cualquier tipo
de mercado y de economía de mercado, pues en estos
sistemas la democracia es una mera superestructura
burguesa y plutocrática --es decir, basada en el principio
“una peseta, un voto”--, y no una estructura real de
relaciones sociales democráticas en el sentido demográfico
–“un hombre, un voto”--. Además, la democracia occidental
prácticamente queda reducida a un acto electoral realizado
cada cuatro o cinco años, y realizado por una parte (por lo
demás, decreciente) de la sociedad; pero lo que más cuenta
para la democracia de verdad son los actos que realiza todo
el mundo, y que realiza todos los días, empezando por el
más importante en cualquier jerarquía antropológica que
adoptemos, como es el de ganarse la vida (la subsistencia).
Si al trabajar, al hacerse con los medios de vida, al tomar las
decisiones que ejecuta el mercado, no somos todos iguales,
no puede hablarse de nada que se parezca lo más mínimo a
una auténtica democracia. La pseudo-democracia
neocensitaria que padecemos cotidianamente, esta corrupta
democracia de los mercados, nos parecerá muy pronto tan
limitada y tan superada por la altura de los tiempos como
nos lo parecen ya hoy la democracia ateniense, la
democracia censitaria decimonónica propiamente dicha, o la
democracia de los varones donde las mujeres no tenían
nada que decir.
“Introducción” al capítulo 14
de Arriola y Guerrero (eds.):
La nueva economía política de la globalización.
GLOBALIZACIÓN Y POBREZA
Maldita competitividad
MITOS DE LA COMPETITIVIDAD
LA MALDICIÓN DE LA COMPETITIVIDAD
EL DESEMPLEO
BORBÓN, S.A.
Muy recientemente, el conocido economista Julio Segura38[38] escribía una
vez más sobre la decisiva cuestión de “el sector público en las economías de
mercado”39[39]. Y lo hacía, además, empezando por señalar, muy correctamente,
que “existe un discurso muy extendido que trata de enfrentar al Estado con los
mercados como entidades antagónicas, casi incompatibles, y cuya versión
extrema es la identificación reduccionista entre mercado y sociedad civil”.
Efectivamente: ese discurso, también conocido como “liberal” o “ultraliberal”,
está muy difundido en la actualidad. Pero no menos popular es el discurso al
que se adscribe el propio Segura, que no es sino otra variante del mismo
tronco común del liberalismo. Por ejemplo, tanto el FMI y demás instituciones
gemelas como muchos de los críticos superficiales de la “globalización”
apuestan por un liberalismo más intervencionista, como defiende en España el
propio Segura, o a escala universal el mundialmente conocido George Soros,
gran filántropo y gran especulador, que son dos características que suelen ir
muy unidas en el cariñoso corazón de los capitalistas (que, como todo el
mundo sabe, tan bien se portan con sus nietos). Así, Segura escribe:
“Hoy día, tras varios episodios que han puesto de manifiesto los riesgos
sistémicos potenciales de algunos comportamientos y la dificultad de valorar,
tanto interna como externamente, los riesgos de las instituciones financieras,
se empiezan a discutir en organismos internacionales instrumentos para
regular los movimientos de capital a corto plazo desestabilizadores; y la
búsqueda de una supervisión y regulación financieras de carácter
supranacional es activa en los foros internacionales. Lo que ha dado en
llamarse un proceso de re-regulación financiera”.
Aunque lo anterior sea bien verdad, las conclusiones que de su artículo
extrae nuestro autor no me parecen tan defendibles. En el capítulo que dedica
a ellas, empieza arremetiendo tanto contra quienes llama “criptoliberales” como
contra los que denomina “paleocolectivistas”, para terminar escogiendo la vía
del medio, desde donde, según él, se ve claramente no sólo que el dilema “no
es Estado contra mercado o mercado contra Estado”, sino también que la
aparente solución exige “una combinación entre mercados y Estados
imperfectos que se complementen y potencien mutuamente”.
No hay duda de que Segura no es un “paleocolectivista”, aunque algo de la
era paleolítica sí parece quedarle en sus genes porque se ha olvidado de que,
desde hace dos o tres siglos, el conflicto social fundamental no es ya entre
“ricos y pobres”, como él lo entiende, sino entre capitalistas y asalariados. Por
otra parte, no es exacto que quien concibe la opción real como una elección
“entre mercados perfectos” y “Estado imperfecto” sea un criptoliberal: sería más
bien un liberal de los pies a la cabeza, y lo sería bien a las claras, sin ocultar
para nada su bandera ideológica liberal (que sería lo que, por el contrario,
denotaría la figura del criptoliberal).
En mi opinión, el criptoliberal cuasi perfecto es Julio Segura: o sea, el típico
liberal que quiere presentarse como crítico del liberalismo o, cuando menos,
crítico de sus excesos (eso que se califica corrientemente de neoliberal). Su
38[38]
Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad Complutense de
Madrid, Consejero Ejecutivo del Banco de España, Premio Rey Juan Carlos de Economía y
Académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, etc., etc. En realidad, dada la
larga lista de títulos académicos, empresariales y de todo tipo acumulados por tan ilustre
colega, es lógico que no se sienta obligado a recordarle al lector que también fue durante un
tiempo el responsable de la sección económica del Partido Comunista de España.
39[39]
Véase el Boletín Informativo, Fundación Juan March, nº 306, enero de 2001.
criptoliberalismo rezuma a todo lo largo y ancho del escrito que comentamos,
tanto en las presencias como en las ausencias que hay en él. Por ejemplo
cuando escribe sobre “los efectos distorsionadores de todo sistema fiscal” se
está refiriendo a sus efectos distorsionadores sobre el funcionamiento del
mercado capitalista. Pero para un liberal --aunque sólo sea cripto-- lo general
se confunde siempre con lo particular. Por eso el sistema fiscal, según él,
“distorsiona” (porque distorsiona al sacrosanto mercado), y, sin embargo, el
mercado en su opinión no distorsiona (ningún economista, ningún manual, se
expresaría así, aunque a mí no me cabe duda de que la economía de mercado
lo primero que hace es distorsionar, contorsionar, contusionar, “fisionar”,
fracturar, e incluso quebrar, todo el esqueleto vertebral de la existencia
humana, tanto individual como colectiva, a la que convierte en una piltrafa de
carne envenenada y arrebujada con un montón de relaciones sociales
corruptas).
El criptoliberal Segura aboga por “un mejor Estado y mejores mercados”, y
eso lo hace desde “la perspectiva del economista”. Oiga usted, señor mío,
perdone: hable usted en nombre de los economistas de su clase (si quiere),
pero no nos incluya a todos los economistas y no me obligue a repetir lo que
Marx le espetó a Proudhon. Es verdad que ahora tienen ustedes la mayoría --
de eso no hay duda--, pero a la minoría irreductible no nos van a doblegar por
mucho dinero con que cuenten para ese fin. Que su bonito artículo aparezca en
el Boletín de una benéfica institución como es la Fundación Juan March --aquel
benefactor empresario mallorquín que tan generosamente financió los costes
de la guerra del general Franco contra una mayoría de españoles--, que hoy
preside su nieto Carlos March, el hombre más rico de España según la revista
Forbes, tan filántropo como su abuelo --no en vano nos ofrece en la calle
Castelló, de Madrid, una excelente exposición con 68 obras maestras 40[40], y
todo ello sin cobrarnos a los visitantes ni un solo duro41[41]--, nada de eso le da
derecho a arrogarse el supuesto punto de vista (en singular) de el economista.
Sepa usted que estamos mirando para el mismo lado y vemos cosas
completamente distintas: o bien es usted muy miope o bien las gafas que le
puede haber regalado don Carlos March son de oro también en la parte del
cristal. Si es así, haga el favor de quitárselas cuando hable de la realidad. Y
recuerde que el amarillo oro --y usted lo recordará en alguna pesadilla
nocturna-- no borra del todo esa mezcla de naranja-fuego y rojo-sangre con
que se construyen los ladrillos de las benéficas instituciones capitalistas.
[Llegado a este punto, se preguntará el lector: ¿y todo esto qué tiene que ver
con un título como el de Borbón, S. A.? Simplemente: que ayer soñé que había
un grupo empresarial español llamado así, con unos “relaciones públicas”
maravillosos, altísimos y guapísimos --gente guapa, pero guapa, guapa--, y que
tenían un gestor llamado Carlos March y un botones para todo llamado don
Jesús Polanco. ¿Se dan cuenta ustedes de las locuras que puede uno llegar a
soñar?].
Realidad, V (36), marzo 2001.
40[40]
Me refiero a la exposición de pintura “De Caspar David Friedrich a Picasso. Obras
maestras sobre papel del Museo de Wuppertal” (19 de enero a 22 de abril de 2001).
41[41]
Aunque, pensándolo bien, ¿qué más le da a un señor con una fortuna de más de
trescientos mil millones de pesetas un duro más o un duro menos?
6
Contra lo que dicen algunos, El País es un periódico abierto a todas las vías
del diálogo democrático. Aunque muestre preferencia por la tercera vía, esto
debe interpretarse como un subproducto de su “modernidad” como principio
inspirador. Podría incluso leerse como una vocación “mayoritaria” de un
periódico que no sólo busca ganar cuotas de mercado (como cualquier
empresa capitalista) sino contribuir a la formación de pensamiento de un país,
como España, necesitado de él. Aun sin negar, por tanto, esta preferencia de la
tercera vía, me voy a fijar en la presencia en sus páginas de puntos de vista de
la primera y la segunda vías.
Entre los partidarios de la primera destaca Carlos Rodríguez Braun, que se
queja42[42] del escaso acceso que tiene a El País, pero a menudo desde las
páginas de este periódico. Braun ha publicado recientemente un libro a base de
artículos ya publicados en distintos medios, entre los que se cuentan seis de El
País y dos de Claves (entre mayo de 1995 y diciembre de 1998) que reflejan
sus ideas neoliberales. Aparte de no estar solo en esta línea, pues el 10-7-99
se incluía nada menos que un artículo de Milton Friedman que aseguraba que
“no hay una ‘tercera vía’ al mercado”, y concluía que “existen pocas reglas para
superar la tiranía de lo establecido”, pero una muy clara: “si se va a privatizar o
eliminar la actividad de un Estado hay que hacerlo del todo”; es decir, que “no
se debe plantear la privatización parcial o la reducción parcial del control
estatal”. Otro ejemplo43[43] lo da José María Ridao (28-12-99), pues, al insistir en
que el proceso de globalización ha sufrido un serio revés en Seattle, se
pregunta, apoyándose en una inteligente lectura de Hayek, si “estamos
absolutamente seguros de que la globalización deriva de una lógica liberal y no
de una lógica distinta, que en el fondo niega y contradice la anterior”.
En cuanto a la segunda línea, Luis Sebastián, Sami Naïr o Francisco
Fernández Buey la muestran a menudo en estas páginas. Por ejemplo, el
42[42]
En carta a El País, Rodríguez Braun protestaba por mis palabras: “En su artículo del 28 de
enero, Diego Guerrero afirma que yo me he quejado del escaso acceso que tengo a EL PAÍS.
Es falso. Estoy feliz de poder publicar un par de artículos al año, y aun más feliz de poder leer
aquí a Mario Vargas Llosa un par de veces al mes. Lo único que he dicho, y mantengo, es que
tales frecuencias empalidecen frente a la presencia cotidiana de antiliberales en estas páginas”
(5-2-00). Evidentemente, el “ultra” Braun considera que todo el que no llega a su increíble
grado de liberalismo es un “antiliberal”. Pero hay que ser ciego para negar el liberalismo
acendrado de las contribuciones que normalmente acoge ese diario. Por eso le repliqué en otra
carta (publicada el 14-2-00), a la que esta vez no contestó, en la que escribía yo --tras
recordarle un artículo suyo de 31-12-97 en el que aseguraba que la supuesta marginalidad del
liberalismo en El País “se reproduce en todos los medios de comunicación”-- que esto “podría
hacer sonreír a más de uno de los que se acuerden cómo continuaba aquel artículo suyo, en
donde, tras acusar, con razón, a los socialistas de esquizofrenia ‘entre lo que dicen y hacen’, él
mismo afirmaba que éstos ‘lo que hacen es aceptar el liberalismo, pero matizándolo con la
solidaridad, la dimensión social y los diferentes y hermosos nombres que acuñan los
socialistas’. Lo cual es completamente verdad, pero termina por darme la razón a mí, que
interpreto, como él, a los socialistas como una variante del liberalismo”.
43[43]
El señor Ridao, en carta a El País que he perdido, me hizo ver que mi interpretación de su
artículo era errada. Por eso, la corregí así (en una carta al Director, publicada en El País de
5.2.00): “Tiene razón el señor Ridao al mostrar su asombro por mi equivocada interpretación de
su artículo del 28 de diciembre de 1999, debida probablemente a una precipitada lectura, ya
que mi artículo al que él se refiere fue enviado a EL PAÍS ese mismo día y posiblemente hacía
un repaso excesivo de contribuciones. Sin embargo, tras releer su artículo, le reitero el elogio
que en él hacía, pues su lectura de Hayek sigue siendo inteligente, y en la línea de la de
autores tan importantes como Geoffrey Hodgson y otros neoinstitucionalistas y evolucionistas.
Corríjame el señor Ridao si me equivoco de nuevo, pero la relectura de su artículo me ha
convencido de que se sitúa en algún punto entre la segunda y la tercera vías, ya que ambas
optan por el socialismo liberal de la vieja socialdemocracia que reclama explícitamente ese
cóctel, desde Roselli a Bobbio. Pero permítame apostillar dos cosas. Puede que liberalizar los
mercados financieros sin hacer lo mismo con el comercio mundial sea una locura, pero se trata
de ese tipo de locuras que antes Keynes, y ahora Soros, quisieran evitar; la cuestión es: ¿se
pueden evitar desde dentro del sistema? En segundo lugar, afirmar que la globalización
depende de la ‘estricta voluntad de los Gobiernos’, y no ‘de los cambios tecnológicos’, es
probablemente una forma de idealismo que no comparto, pero muy acorde con el terreno
ideológico que justamente reivindica el señor Ridao en su reciente carta.”
primero nos invitaba a “repensar la segunda vía” (6-7-99), “o sea., el socialismo
como alternativa al capitalismo”, que, según él, “surgió de la necesidad
histórica de repartir de una manera más equitativa los beneficios de la
revolución industrial”. Él cree que el socialismo “trata de ser una respuesta a la
doble cuestión de la distribución y de la desigualdad” y apuesta por una
segunda vía que “tendría que dirigirse a hacer más equitativa la distribución de
la riqueza y el ingreso, y asegurar una mayor igualdad en las condiciones de
vida de todos los ciudadanos”. El problema que veo en su propuesta –“En
principio se podría socializar la gestión de los recursos sin socializar la
propiedad de los mismos”, de forma que “en el mundo moderno, la gestión
social de los recursos podría ser compatible con la propiedad privada” y “los
accionistas podrían seguir percibiendo los réditos”-- es que no está clara la
diferencia con el neoliberalismo de Braun, pues, tal y como lo define Sebastián,
su propuesta parece una descripción de la forma de funcionar del capitalismo,
aunque él prefiera llamarlo “socialismo descentralizado” o “amigo”, un
socialismo que, según él, se pide “por favor”.
Más recientemente, El País acogía también al francés Sami Naïr,
denunciando que, “en la época de la tercera vía, la derecha está cada vez más
en la izquierda” (17-12-1999), y criticando al canciller Schröder, por haber
declarado en Le Monde (20-11-99) que no creía “que sea ya deseable una
sociedad sin desigualdades”. Tras matizar que ningún socialista serio ha
confundido jamás “la igualdad” con “el igualitarismo estúpido y primario”, Naïr
recuerda los malos resultados electorales de los partidos europeos de la
tercera vía, afirmando que el público prefiere “el original (el pensamiento de
una derecha afirmado sin ambages) a la copia (el pensamiento de una
izquierda que se sitúa en las filas de la derecha sin decirlo abiertamente)”. Jordi
Sevilla responde a Naïr con un artículo (28-12-99) que retoma la frase de
Indalecio Prieto --”socialista, a fuer de liberal”--, preguntándose hasta qué punto
el discurso socialdemócrata puede presentarse hoy “como anti-liberal o debe,
más bien, ser posliberal”. Según él, el reto de la izquierda europea es saber
cómo extender los derechos políticos al campo de los derechos sociales, y para
ello debe seguir una estrategia “posliberal” que dé respuesta, paradójicamente,
a la pregunta de cómo organizar el comunismo, ya que, en su opinión, de lo
que se trata es de “cómo conseguir, de manera eficiente y efectiva, que cada
uno aporte a la sociedad de acuerdo con sus capacidades personales y que
cada uno reciba según sus necesidades básicas, socialmente determinadas”.
Curiosamente, el mismo día en que aparecía ése, aparecía otro de José
María Mendiluce; y ese mismo día recibía yo el último número de la revista de
la Federación de Enseñanza de CCOO, que incluía otro de este autor sobre El
pensamiento alternativo. Mendiluce apuesta en éste por “construir una tercera
izquierda”, ya que “nada hay más acientífico que los análisis lamentables de la
izquierda testimonial y la renuncia a los cambios de la prágmática” (o sea, las
dos izquierdas tradicionales). Sin embargo, al resumir Mendiluce recupera el
discurso “segundista” contra el ultraliberal, pues --asegura-- lo que hay que
hacer es “volver a colocar la política en el puesto de mando y salvar la
democracia herida”.
Este embridamiento del mercado por parte de la política es un mensaje que
repite con frecuencia la Internacional Socialista, donde conviven partidarios de
la segunda y de la tercera vía. En el artículo en El País, recién elegido
Presidente de Greenpeace (“Green, peace: Greenpeace), Mendiluce aclara
algunas cosas del otro artículo, como que la ecología está ausente “de la
política y de la economía”, por lo que, en vez de embridar a la economía con el
control político, prefiere hablar ahora de “cuestionar lo político y lo económico
con una nueva lógica ecológica”. En cuanto a la tercera izquierda “utilizadora
de las nuevas tecnologías”, a la que se refería en el otro artículo, aclara que la
nueva generación de ciudadanos, cansada de “retóricas”, prefiere “la postal
reivindicativa o el e-mail solidario, a la asamblea previsible o la reunión
conspirativa”. Por eso, se alegra de lo acontecido en Seattle, con ocasión de la
cumbre de la OMC, y promete actuar desde Greenpeace como un “catalizador
de esfuerzos e iniciativas rebeldes, concretas, locales y globales” que vayan
más allá de “la búsqueda del beneficio como único horizonte”.
Otro ejemplo de defensa de la segunda vía lo ofrece Fernández Buey en su
respuesta al artículo de López Garrido en que éste, a la pregunta sobre “el
futuro de los partidos comunistas”, asegura que “el comunismo no es
reformable; los PC, sí” (27-6-99). Buey declara: “Decir que los partidos
comunistas existentes deben disolverse o cambiar de nombre o de naturaleza
no es un argumento sobre el futuro de los partidos comunistas”, pues “si lo que
se pide es su desaparición como tales, no hay futuro”, y “nadie tiene derecho a
exigir la muerte de otro y a sermonearle al mismo tiempo sobre su futuro”. Y
concluye que “hay al menos una razón moral para no escuchar el ‘disuélvanse’
de la guardia civil intelectual del momento: es Hamlet quien tiene que decidir
sobre su ser o no ser”.
Por su parte, Estefanía critica frecuentemente a la tercera vía, como cuando
la denunció como “pensamiento único” (El País, 25-7-99). O el prestigioso
Birnbaum, en su De Florencia a Seattle, expone que “lo que está claro es que
la Tercera Vía, como un intento de Blair y Clinton de organizar una capitulación
honrosa por parte de los Gobiernos democráticos ante el mercado, no conduce
a ninguna parte” (20-12-99). En cambio, El Roto nos recuerda que “todas las
terceras vía llevan a Wall Street” (21-12-99). Por último, los propios periodistas
de El País no dejan de ser críticos, desde la izquierda, con la tercera vía. Así,
por ejemplo, O. M., desde París, nos comenta, con ocasión de la cumbre
socialista de Buenos Aires (27-6-99) que Jospin no quiso firmar el famoso
manifiesto de Blair y Schröder, pero, que, “no obstante, Jospin, que formó
Gobierno con el apoyo de los comunistas”, ha “privatizado en dos años más
empresas que los dos ex primeros ministros conservadores Juppé y Balladur
en cuatro”.
Está claro, por tanto, que las tres vías están bien representadas en El País,
porque son manifestaciones distintas de los planteamientos democráticos
contemporáneos. El problema estriba precisamente en esto de la
contemporaneidad, porque nos puede dejar fuera a los que vivimos a caballo
entre el pasado y el futuro, sin pisar el suelo de la realidad presente, flotando
en nuestra ucrónica utopía. Confesado mi pecado, agrego que sólo querría
tener la oportunidad de publicar varias preguntas en El País, ya que otras
veces no he podido: ¿qué se ha hecho de quienes no creen en esta
democracia porque, como se decía antes, piensan que es una simple
democracia burguesa, formal, sin contenidos reales? ¿Queda alguno aparte de
mí? ¿Tienen cabida en el diálogo democrático con las otras tres vías? ¿Cabe
pensar que representan una cuarta vía que comienza a expresarse en el
presente, o más bien que está condenada a esperar que el futuro se haga más
presente para que estas esperanzas de publicación se conviertan en realidad?
¿Significará la publicación de un artículo como éste que está comenzando a
abrirse esa nueva vía, y no sólo en El País?
El País, 28-I-00.
Tras la publicación por El País de mi artículo ¿Sólo pasan “tres vías” o cabe
una cuarta? (28-1-00), algunos amigos han echado de menos que --tras el
repaso que en él hacía del contenido básico de las posiciones de las vías
Primera y Segunda, junto a la de la (aparentemente) más novedosa Tercera
vía-- no hubiera explicado con más detalle los perfiles por los que habría de
transcurrir lo que para algunos era una sugerente (pero meramente enunciada)
Cuarta Vía. El propósito de este artículo está, pues, claro: trataré de ser más
explícito en la formulación de lo que, a mi juicio, son las tres grandes reformas
que necesita el capitalismo actual para avanzar por el camino de esta Cuarta
Vía. Sin embargo, se impone un recordatorio mínimo de las propuestas de las
otras tres vías, a fin de situar al lector que no haya leído el artículo citado, o no
recuerde lo que en él se decía.
La introducción del reciente libro de Carlos Rodríguez Braun (Estado contra
mercado) deja muy claro el planteamiento de la Primera Vía: “La tesis de este
ensayo es que el Estado ha crecido excesivamente a expensas del mercado y
ha usurpado derechos y libertades de los ciudadanos no sólo más allá de lo
económicamente conveniente sino también de lo políticamente lícito y lo
moralmente admisible (...) No hay ‘terceras vías’ entre el mercado y su
eliminación: esta última alternativa ha desaparecido (...) Pretendo combatir
frente a un adversario más difícil, pero también más trascendental: no el
agresivo Estado comunista sino el benévolo Estado democrático, que no
comporta la aniquilación del mercado sino que lo admite, aunque lo condiciona
y limita en aras del emprendimiento de costosas políticas económicas,
principalmente de carácter redistributivo”.
Igualmente claro es el prólogo de Joaquín Estefanía a su no menos reciente
Aquí no puede ocurrir, donde se presenta la Segunda Vía como una apuesta
expresa por el capitalismo regulador frente al capitalismo sin reglas: “El
economista, el sociólogo, tienen que reivindicar ante los poderes el deber de la
impertinencia. La historia demuestra que en estos territorios conviene ser
prudente. Máxime cuando se cree que sin una crítica reforzada, el capitalismo
continuará destruyendo la cohesión social y cuando se entiende urgente hacer
el análisis del nuevo espíritu del capitalismo tras la caída del muro de Berlín: el
capitalismo global (...) Hay en estos tiempos una coincidencia generalizada en
considerar que muerto el socialismo real se ha dado un triunfo del capitalismo
con características casi universales. Pero decir esto no basta: ¿qué tipo de
capitalismo es el vencedor? ¿Un capitalismo sin reglas?, ¿un capitalismo
regulador?”.
El proyecto de la Tercera Vía es asimismo nítido, pues en el famoso libro de
su ideólogo, Anthony Giddens --La Tercera Vía (1998)--, se explica su
contenido ya en el propio subtítulo: “La renovación de la socialdemocracia”; y
un poco mejor al final del capítulo primero, donde Giddens trata del “socialismo
y su posteridad”: “¿Qué orientación debería tener [la socialdemocracia] en un
mundo en el que no hay alternativas al capitalismo? (...) Daré por hecho que la
‘tercera vía’ se refiere a un marco de pensamiento y política práctica que busca
adaptar la socialdemocracia a un mundo que ha cambiado esencialmente a lo
largo de las dos o tres últimas décadas. Es una tercera vía en cuanto que es un
intento por trascender tanto la socialdemocracia a la antigua como el
neoliberalismo”. El propio Tony Blair asimiló así las enseñanzas de Giddens en
un folleto homónimo (también de 1998): “La tercera Vía (...) se nutre de la unión
de dos grandes corrientes de pensamiento de centro-izquierda --socialismo
democrático y liberalismo-- cuyo divorcio en este siglo debilitó tanto la política
progresista en todo Occidente”. Y José Borrell, en el prólogo a la edición
española del librito de Blair, fue aun más sintético, ya que, según él, se trata de
“compatibilizar mayor globalización y mayor cohesión social”, lo que ya habrían
hecho hace tiempo los socialistas españoles: “Un gran líder del PSOE,
Indalecio Prieto hizo famosa, ya en 1922, la frase ‘Soy socialista a fuer de
liberal’, frase que Felipe González repitió abundantemente siendo presidente
del Gobierno”.
Pues bien, ¿en que consiste la Cuarta Vía que yo propongo? Podría decirse
que consta, por ahora, del simple núcleo de un modelo de reforma del
capitalismo que no puede aspirar a ser un auténtico programa alternativo hasta
que no haya un grupo suficiente de gente trabajando en torno a dicho
programa, elaborando y reelaborando en el terreno de lo concreto las
propuestas que aquí sólo se ofrecen en un plano conscientemente abstracto
(como resultado, sin embargo, de lo que pretende ser buena, y no mala,
abstracción, algo imprescindible para desarrollar cualquier verdadera teoría).
Dicho núcleo, formado por las tres propuestas que se analizan a continuación,
se basan en el rechazo de la hipótesis implícita en las tres primeras vías (la
supuesta necesidad del mercado en cualquier tipo de economía capitalista). Lo
que aquí se propone es una reforma del capitalismo que permita pasar a un
capitalismo sin mercado, es decir: con planificación, con decisiones
descentralizadas y democráticas, y sin capitalistas. Intentaré explicarlo
sucintamente.
1. Las técnicas de planificación económica no estaban desarrolladas
suficientemente cuando las sociedades del Este de Europa pretendieron
planificar sus economías. Hoy en día no sólo contamos con la aportación
teórica de Kantoróvich y su escuela (Rubínov, Makárov, etc.), la del húngaro
András Bródy, y otras, sino que sabemos que, por primera vez, es ahora
posible planificar una economía donde existen millones de bienes y servicios
(de consumo y de producción) diferentes, como lo cuentan Cockshott y Cottrell
en su reciente libro, Towards a New Socialism. Lo primero que la sociedad
capitalista reformada debe planificar es la porción de la producción global que
desea someter a decisiones colectivas centralizadas y, por consiguiente,
también la fracción restante, la que pretende someter a la decisión y el reparto
descentralizados de los ciudadanos. La categoría de ciudadano del mundo es
de importancia fundamental, puesto que en esta sociedad del Internet y de la
Información ya existen los medios técnicos necesarios para que toda la
población mundial vote simultáneamente una propuesta planteada
colectivamente por una instancia política global.
2. Entre dichos medios técnicos cabe citar --aparte de los ordenadores
superveloces que exige la planificación detallada, o de las técnicas de cálculo
iterativo que facilitan enormemente la eficacia y la velocidad del rendimiento
computacional-- lo que yo llamo para mi fuero interno la “Visa político-
económica”. Aun a costa de ser acusado de hacer publicidad encubierta
(aunque no creo que sea más grave este caso que el de quien dice de pasada
que necesita una aspirina), creo necesario usar este concepto para explicar la
idea que encierra esa expresión. Se trata, sencillamente, de que, como primer
paso en dirección a reformas futuras (sin duda más perfeccionadas), es ya
factible dotar a cada uno de los seis mil millones de terráqueos de una tarjeta
electrónica de identidad que le permita votar, a la vez, política y
económicamente. Los economistas ortodoxos que hablan de que los
consumidores votan en el mercado cada vez que eligen un producto frente a
otro rival, están sin duda en lo cierto. Únicamente olvidan el pequeño detalle de
que el voto a través del mercado es, respecto al voto que yo propongo, algo así
como la democracia censitaria comparada con el sufragio universal.
Mi propuesta tampoco debe confundirse con la de socialismo de mercado
que defienden los marxistas analíticos, escuela que propugna el mercado
(tanto o) más que los economistas que ella critica. Es importante comprender
que, aunque la capacidad generalizada de decisión económica descentralizada
surgió, históricamente, con el desarrollo del mercado, no se necesita ya de
ningún mercado para desarrollar aun más esta capacidad de decisión
autónoma y descentralizada, que no sólo no entra en contradicción con la
planificación, sino que la refuerza, la ayuda a tomar decisiones y la
democratiza. Fíjese el lector en que en este capitalismo reformado cada
ciudadano votaría de forma enteramente democrática, pues cada uno --sea
hombre o mujer, niño o viejo, habitante de lo que hasta ahora se ha llamado
Primer Mundo o del Tercero, etc.-- tendría la misma capacidad adquisitiva
descentralizada que cada uno de los demás cinco mil novecientos noventa y
nueve millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve
ciudadanos del mundo, incluidos los que en el capitalismo prerreformado han
ejercido de reyes, de millonarios, de Papas o de cualquier otra profesión ya
periclitada.
El tercer punto de reforma, sin duda el más difícil de poner en práctica y el
que más espacio exigiría para ser desarrollado mínimamente, se puede
resumir, no obstante, diciendo que consiste en la eliminación de los capitalistas
(y demás profesiones ligadas a esa figura social anticuada). No se trata, claro
está, de su eliminación física, pues el modelo de reforma que aquí se presenta
no exige violencia alguna que no sea defensiva, es decir, que no sea la pura
autodefensa de la población amenazada ante los ataques de los que,
previsiblemente, mostrarían agresivamente que no están dispuestos a
renunciar a sus privilegios. Sin embargo, ya se advirtió al principio de que aquí
se está exponiendo un simple modelo, y, como dice mi amigo, el catedrático de
Teoría económica Alfons Barceló, siguiendo a su maestro, el filósofo argentino-
canadiense Mario Bunge, los modelos son como los mapas: de nada nos
servirían si tuvieran que ser de escala 1:1.
Por tanto, admitida la necesidad y conveniencia de simplificar, puesto que
estamos haciendo teoría --que sea buena o mala teoría lo tendrá que decir el
lector--, no me toca a mí, sino a todos los que quieran trabajar por la Cuarta
Vía, pensar en las formas concretas en que hay que organizar la
materialización de la reforma número tres aquí propuesta. Evidentemente, yo
tengo algunas cosas pensadas al respecto, pero razones de espacio aconsejan
dejar esas reflexiones para un artículo ulterior, contando, claro está, con la
magnanimidad del periódico al que se destinan estas líneas.
Febrero de 2000
44[44]
Si no recuerdo mal, este artículo me lo pidió mi amigo Javier Alvarado, por encargo de su
amiga Paloma, que trabajaba en Mundo Obrero, en febrero de 2000. No sé, pero dudo, que se
publicara en esa revista, aunque yo lo escribí gustoso. Sé que CCOO, a las que pertenezco,
me censuran, pero no sé si el PCE, al que no pertenezco, me censuró.
que hizo y escribió lo hizo única y exclusivamente inspirado en un solo
principio: su férrea defensa del libre pensamiento). Lo que oscurece bastante la
claridad de ideas a este respecto es la asociación involuntaria que se tiende a
hacer entre dictadura del proletariado y el tipo de dictadura de proletariado que
Lenin parecía defender.
Recuerdo que, más o menos en mi época de militante del PCE, el partido se
debatía entre su autodescripción como “marxista-leninista” y su definición como
“marxista revolucionario de inspiración leninista” (o algo así: se trata de
expresiones aproximadas que nuevamente menciono de memoria). Toda la
izquierda leninista --que incluía no sólo a los partidos comunistas occidentales
mayoritarios, sino también a los estalinistas, los trotskistas, los maoístas, etc.--
era fiel a Lenin en la interpretación que éste hacía de la dictadura del
proletariado de Marx. Sin embargo, yo por entonces no conocía que otros
marxistas, como Rosa Luxemburgo, o luego Pannekoek, Korsch, Mattick y
tantos otros, eran partidarios de una dictadura del proletariado de tipo diferente
al que proponía Lenin y, muy posiblemente, de un contenido mucho más
próximo a lo que el propio Marx entendía por ella.
No me puedo extender sobre esto, pero sí traer a colación a la gran hispano-
peruano-francesa Flora Tristán, que fue la primera en acuñar la consigna de
que la emancipación de los trabajadores debía ser la obra “de los propios
trabajadores”. Esta idea la desarrolló luego Marx, especificando que, por
consiguiente, dicha emancipación no podía ser obra de alguien que, viniendo
de fuera, inoculara en los trabajadores una especie de vacuna ideológica
suficientemente fuerte como para hacerlos capaces, no sólo de resistir la
epidemia de gripe social permanente que supone el capitalismo --y que a
tantos ha llevado al cementerio después de hacerlos pasar por diversos
episodios recurrentes de bronconeumonía aguda--, sino de curarse y
recuperarse por completo, hasta el punto de terminar gozando de una salud de
hierro gracias a la labor altruista de estos filántropos médicos venidos de no se
sabe dónde, hasta poder aspirar a una sana vida feliz dirigida por tal
vanguardia sanitaria.
Hay un episodio en la historia del marxismo que es prácticamente
desconocido para muchos, y que sin embargo, en mi opinión, reviste la mayor
trascendencia. Cualquiera con una mínima formación sabe que Eduard
Bernstein es el gran padre del revisionismo dentro del marxismo. Esto ocurrió a
partir de la última década del siglo XIX. Algunos sabrán también que, antes de
llegar a sus posiciones revisionistas, Bernstein, que era cinco años mayor que
Kautsky, y que había trabajado codo con codo con el viejo Engels, era un fiel
defensor de la ortodoxia marxista y un fiel colaborador de Engels en sus
trabajos políticos y editoriales. Sin embargo, lo que desconoce la mayoría es la
primera etapa (anterior a las dos citadas) de la vida de Bernstein, o, al menos,
un episodio de la misma que lo llevó a firmar, junto a otros dos colegas
socialdemócratas, un manifiesto --que por entonces se conoció como el
manifiesto de los “tres de Zúrich”, pues era en esta ciudad suiza donde
residían-- en el que se reclamaban varias cosas. Entre otras, mayor presencia
para los intelectuales dentro del partido y mayor moderación en sus posiciones
políticas, porque, según los firmantes, cosas como la defensa de la Comuna de
París y otros extremismos alejaban a las masas de los planteamientos del
partido y las empujaban hacia el terreno de los partidos burgueses.
Pero resulta que cuando esta carta-manifiesto se hizo pública (en 1879)
Marx todavía estaba vivo (murió en 1883), y, junto con Engels, redactó una
respuesta a la misma tan tajante y tan clara que todo marxista la debería leer --
y no sólo leer, sino estudiar a fondo-- si quiere de verdad comprender cuáles
eran los planteamientos de los fundadores del marxismo. Muchos
socialdemócratas saben que su teoría tiene un lejano origen en Marx y en otros
pensadores socialistas del siglo XIX, pero argumentan básicamente que el
capitalismo ha cambiado mucho para que pueda seguir siendo válida una
teoría que no esté completamente actualizada. En realidad el argumento del
paso del tiempo --el ardid cronológico lo llamaría yo-- es un argumento que se
usa siempre a beneficio de inventario, es decir, sólo contra los autores que no
nos gustan, renunciando cada cual a aplicarle idéntica crítica a aquellos
clásicos más afines en los que, en último termino, se fundamentan siempre las
propias teorías. Y es así como lo usaba Bernstein, al decir que el capitalismo
de 1890 ya no era como el de Marx (a lo que cualquiera podría replicar hoy,
con igual o más razón, que el capitalismo del año 2000 no es como el de 1890).
Pero es más interesante rememorar el debate en torno a las posición de este
“primer” Bernstein.
Éste, recién llegado a Suiza desde Alemania, pasó a trabajar como
secretario de un tal Höchberg, y entre ambos, junto a Schramm, escribieron en
1877 un artículo sobre “El movimiento socialista en Alemania: su pasado”. En él
se defendía la posición de Lassalle, en contra de la de Marx:
“El movimiento que Lassalle consideró como eminentemente político, al que
llamó no sólo a los obreros sino también a todos los demócratas honestos, a
cuya cabeza deberían marchar los representantes independientes de la ciencia
y todos los que estuviesen animados de un verdadero amor por la humanidad,
se rebajó, bajo la presidencia de Johann Baptist von Schweitzer [el sucesor de
Lassalle en la dirección del Partido], al nivel de una lucha estrecha de los
obreros de la industria por sus intereses”. Los autores reprochan al partido su
“rechazo de la democracia burguesa” porque esto ahuyentará a las capas
burguesas; en cambio con una postura más abierta, “harán su aparición
numerosos adherentes de los círculos de las clases cultas y pudientes. Pero si
la agitación que se lleva a cabo ha de alcanzar resultados apreciables..., es
preciso empezar por ganar a éstos” (p. 302). Según ellos, el socialismo alemán
ha “atribuido demasiada importancia a la acción de ganar a las masas, y con
ello ha descuidado la enérgica propaganda en las llamadas capas superiores
de la sociedad”, por lo que “al partido le siguen faltando personas preparadas
para que lo represente en el Reichstag”, pues “es deseable y necesario conferir
el mandato a hombres que tienen tiempo y oportunidades para informarse
plenamente de la documentación importante. El simple obrero y el pequeño
empresario... no tienen para eso, salvo raras excepciones, tiempo libre (...)
Precisamente en los tiempos actuales, bajo la presión de la ley de excepción
contra los socialistas, el partido demuestra que no se inclina a seguir el camino
de la violenta y sangrienta revolución, sino que está resuelto... a seguir el
camino de la legalidad, es decir, de la reforma (...) Cuanto más sereno, objetivo
y razonable sea el partido, esto es, en la medida en que se manifieste con
críticas a las condiciones existentes y proposiciones para introducir cambios en
ellas, tanto menos posible será una repetición de la actual estrategia exitosa
(cuando se promulgó la Ley de excepción contra los socialistas) por la cual la
reacción consciente ha aterrorizado a la burguesía con su miedo al espectro
rojo (...) Que nadie nos interprete mal”; no queremos “abandonar nuestro
partido ni nuestro programa, pero piénsese que durante años tendremos
bastante que hacer si concentramos toda nuestra fuerza y energía en el logro
de ciertos objetivos inmediatos que de todos modos es preciso alcanzar antes
de poder pensar en la obtención de objetivos de más largo alcance” Entonces
los burgueses, pequeños burgueses y obreros que “en la actualidad están
alejados, atemorizados... por los reclamos de largo alcance, se nos unirán en
masa”. Los “exagerados ataques contra los fundadores de compañías” o el
apoyo del partido a la Commune tuvieron la desventaja “de que gente por otra
parte bien dispuesta hacia nosotros se alejó, y en general aumentó el odio de
la burguesía contra nosotros”. Además, “el partido no está completamente libre
de culpa por la promulgación de la Ley de octubre, porque había aumentado el
odio de la burguesía en forma innecesaria”.
La respuesta de Marx y Engels ilustra lo que Löwy ha calificado “el episodio
más representativo de las divergencias entre Marx, Engels y los sectores
reformistas del Partido” después del “asunto del programa de Gotha”, es decir,
lo que Fernández Buey ha llamado “el combate librado contra los intelectuales
‘contrarrevolucionarios’ (grupo de Zúrich) y el ala derecha de la fracción
parlamentaria”. En carta a Sorge (1877), Marx se queja de que “en Alemania
haya prevalecido un espíritu ‘podrido’ en nuestro Partido, no tanto en la masa
como en los jefes”, y en especial de la “banda de estudiantes inmaduros y de
doctores demasiado sabios que quieren darle al socialismo un ‘giro ideal más
alto’”. Ante la propuesta del grupo de Zúrich sobre una política no tan obrera
para el Partido, Marx y Engels responden en una carta circular que, según
Löwy, “pertenece a la categoría de los documentos olvidados del marxismo”.
Tras resumir las tesis del artículo, el Moro y el General pasan al ataque:
“En resumen, la clase obrera es incapaz de lograr por sí misma su propia
emancipación. Para lograrla, debe ponerse bajo la dirección de burgueses
‘cultos y pudientes’, los únicos que poseen el ‘tiempo y las oportunidades’ para
informarse de lo que es bueno para los obreros. Y en segundo lugar, no hay
que combatir de ningún modo a la burguesía sino que hay que ganarla
mediante una enérgica propaganda (...) No hay que abandonar el programa,
sino únicamente postergarlo... para las calendas griegas. Se lo acepta, no para
uno mismo y para la época en que ha de vivir, sino como programa póstumo,
como legado a transmitir a su hijos y a los hijos de sus hijos. Entretanto, uno
dedica ‘toda la fuerza y la energía’ a toda clase de bagatelas y a remendar el
orden social capitalista, para tener por lo menos la apariencia de que se hace
algo sin amedrentar al mismo tiempo a la burguesía (...) En lugar de resuelta
oposición política, espíritu general de conciliación; en lugar de lucha contra el
gobierno y la burguesía, tentativas de ganarlos y persuadirlos (...) La gente que
en 1848 se declaró demócrata burguesa puede hoy llamarse con razón
socialdemócrata. Para aquella gente, la república democrática era
inalcanzable, remota, y para esta gente el derrocamiento del sistema capitalista
también lo es (...) Lo mismo sucede con la lucha de clases entre el proletariado
y la burguesía. Se la reconoce sobre el papel porque ya no puede negarse su
existencia, pero en la práctica se la oculta, se la diluye, se la atenúa (...) Ésta
es la misma gente que, so pretexto de infatigable actividad, no sólo no hace
nada, sino que también trata de impedir que ocurra cualquier cosa que no sea
charlar (...) Es un fenómeno inevitable, enraizado en el curso del desarrollo,
que gente proveniente de la que ha sido la clase dominante se una al
proletariado militante y lo provea de elementos culturales. Esto lo hemos dicho
claramente en el Manifiesto. Pero en este caso es preciso agregar dos puntos:
Primero, para ser útiles al movimiento proletario, esta gente debe aportar
verdaderos elementos culturales (...) En este caso hay una total ausencia de
material cultural verdadero, sea práctico o teórico. En su lugar tenemos intentos
de armonizar superficialmente las ideas socialistas con los más variados
puntos de vista teóricos que esta gente trae consigo de la universidad o de
cualquier otra parte (...) Segundo, si gente de este tipo, que proviene de otras
clases, se une al movimiento proletario, la primera condición es que no traiga
ningún resto de prejuicios burgueses, pequeñoburgueses, etc. (...) Pero esos
caballeros, como lo han demostrado, están atiborrados y empachados de ideas
burguesas y pequeñoburguesas (...) No podemos comprender cómo el partido
puede seguir tolerando a los autores de este artículo (...) En cuanto a nosotros,
teniendo en cuenta todo nuestro pasado, sólo nos queda un camino. Durante
casi cuarenta años hemos insistido en que la lucha de clases es la fuerza
motriz esencial de la historia, y en particular que la lucha de clases entre la
burguesía y el proletariado es la máxima palanca de la revolución social
moderna; por ello nos es imposible colaborar con gente que desea desterrar
del movimiento esta lucha de clases. Cuando se constituyó la Internacional
formulamos expresamente el grito de combate: la emancipación de la clase
obrera debe ser obra de la clase obrera misma. Por ello no podemos colaborar
con personas que dicen que los obreros son demasiado incultos para
emanciparse por su cuenta y que deben ser liberados por los filántropos
burgueses y pequeños burgueses. Si el nuevo órgano del partido adopta una
línea que corresponde a las opiniones de esos caballeros, si es burgués y no
proletario; entonces no podríamos hacer otra cosa, por mucho que lo
sintiéramos, que declarar públicamente nuestra oposición al mismo y terminar
con la solidaridad con que hasta ahora hemos representado al partido alemán
en el extranjero”.
Releyendo el artículo, caigo en la cuenta de que no habido espacio para
referirse a la cuestión de la izquierda y el nacionalismo, pero quizás esto pueda
tocarse en un nuevo artículo.
Nómadas, nº 1, enero-junio 2000
7
AMÉRICA Y ANTI-AMÉRICA
45[45]
Demasiado a menudo decimos Israel cuando queremos decir “gobierno israelí actual”, que
representa tan poco a los israelíes como el resto de los gobiernos “democráticos” occidentales
hacen con sus respectivos pueblos. En la prensa del 12-5-02 se podía leer que “Miles de
pacifistas israelíes piden en Tel Aviv la salida del Ejército de los territorios palestinos” (unas
60.000 personas, según la policía de Israel, y 100.000 según los grupos israelíes convocantes,
se podía leer en la página 4 de El País de ese día, donde se incluía también una foto de la
manifestación en la que se veía un a pancarta en inglés con el siguiente lema: “¡Detengamos el
terrorismo del ejército israelí!” [Stop IDF Terror!, donde IDF significa Israel Defense Forces]).
Por tanto, mientras que el Gobierno de Israel acusa a “los palestinos” de terroristas, miles de
israelíes acusan de terrorista a su propio Gobierno.
En su artículo en El País de 20-X-01, Fernando Savater usa elegantemente
la figura dieciochesca de Lady Mary Montagu para argumentar que el presente
conflicto internacional que ocupa las primeras páginas de los periódicos desde
el 11 de septiembre último no puede ser en ningún caso un “conflicto de
civilizaciones” –ya que la civilización es sólo una--, sino más bien un conflicto
“de sistemas políticos”, y, más particularmente, un “choque” entre
“democracias” y “teocracias”.
Estoy de acuerdo con Savater en que “sólo hay una civilización, la que
proyecta más allá de las limitaciones culturales con las que uno ha nacido y
nos urge a comprender, aunque no forzosamente a compartir, las restantes
formas que ha sabido darse el espíritu humano”. Me parece por tanto indudable
que lo que hoy presenciamos no es un “conflicto de civilizaciones” à la
Huntington. Pero me sorprende mucho que Savater, que tan agudos análisis
políticos ha hecho otras veces, presente en ese artículo una visión tan ingenua
y simplista de la democracia como la de Francis Fukuyama, que insistía al día
siguiente, en el mismo periódico, en que “seguimos en el fin de la historia”
porque aún estamos en la “modernidad, caracterizada por instituciones como la
democracia liberal y el capitalismo”.
Las simplificaciones de Savater pueden ser tan peligrosas como las de
Fukuyama. Si el enfrentamiento mundial actual se reduce al dilema
“democracia versus teocracia”, tendremos que concluir que Israel es un
ejemplo de lo segundo, y Cuba, de lo primero. Si la democracia se identifica
con la libertad de prensa –y podemos entender que un escritor prolífico como
Savater sea tan sensible a esa libertad fundamental--, haríamos bien en tener
en cuenta lo que en aras de la libertad de expresión escribe Norman Birnbaum,
catedrático de ciencia política en Georgetown (Estados Unidos): “La prensa
que piensa de sí misma que es libre es en realidad un gigantesco ministerio de
propaganda”; o también: “El ciudadano [de Estados Unidos] ha dado paso al
creyente, y las funciones del presidente se parecen más cada día no a las de
un jefe de Estado electo, sino a las de un Pontifex Maximus de una iglesia
monolítica”, lo que significa “una amenaza para nuestra salud nacional peor
que la del ántrax (carbunco)” (El País, 21-X-01). Podemos comprender que las
necesidades de la “guerra contra el terrorismo” coloquen la realidad actual en
una situación “excepcional”, pero lo que algunos nos tememos es que los
“estados de excepción”, que para muchos de sus pacientes han constituido
más la norma que la excepción, se conviertan finalmente en la norma suprema
que entierre las libertades de todos bajo un montón de escombros más
descomunal aun que el de la tristemente famosa “zona cero”.
Las concepciones simplistas de la democracia, al estilo de Savater o
Fukuyama, pueden ser atacadas tanto desde un punto de vista formal como
desde la perspectiva de los contenidos de hecho de la realidad democrática
que reclaman. Si nos fijamos en lo primero, dos anécdotas pueden servir de
ejemplo. Cuando en diciembre de 1990 cuatro profesores españoles de
Economía Política (la profesión de Fukuyama) hicimos un viaje de trabajo a
Nueva York –que no nos impidió visitar el mirador de las Torres gemelas, por
cierto, que, por fortuna, en Europa se pueden seguir citando en público, y no
como en Estados Unidos, cuyo democrático gobierno ha censurado
momentáneamente, al parecer, hasta a John Lennon y a Frank Sinatra--, nos
vimos “obligados” a mentir al solicitar nuestro visado, afirmando que ninguno de
los cuatro pertenecíamos o habíamos pertenecido a “organizaciones
comunistas” (lo cual era falso en todos los casos). Años antes, mi amiga
alemana Beate D. era rechazada en unas oposiciones para cartero en su país
por la misma razón, ya que la democrática Alemania Federal no admitía a
funcionarios “comunistas”.
Trascendiendo lo anecdótico, puede añadirse que el “sistema político”
parece significar, para Savater, algo exclusivamente reducido al ámbito
nacional o estatal. Sin necesidad de comulgar con la pesadísima propaganda
de la “globalización” –ya que el capitalismo ha estado globalizado desde el
principio--, es evidente que el aparato estatal y demás instancias políticas,
como en general las relaciones sociales básicas del mundo actual, tienen una
dimensión “inter” o transnacional que no puede estar ausente en ninguna
concepción seria de la democracia. Así, resulta que los Bin Laden o los Sadam
Hussein --o incluso los Noriega o los Franco, por salir un poco de la esfera
musulmana-- eran buenos amigos “democráticos” de los aliados
estadounidenses (o sea, fueron cocineros antes que frailes). La democracia
“orgánica” de Franco repugnaba a muchos españoles, pero a los gobiernos de
los Estados Unidos y a los organismos internacionales controlados por ellos les
parecía extremadamente compatible con sus democracias inorgánicas. Las
corruptas y teocráticas oligarquías de los países del Golfo pérsico –y en
general todo lo que el economista egipcio Samir Amin ha denunciado como
representación del “Islam político ultraconservador y reaccionario”— han sido y
son aliados estructurales de los Estados Unidos (aparte de la amplia gama de
aliados coyunturales más o menos presentables cosechada estos días). Y en
los organismos internacionales de todo tipo (desde la ONU al FMI), los votos se
recuentan en dólares y no según el principio democrático de “un hombre, un
voto” (ni siquiera, en términos de un voto por país).
Pero es más fundamental la crítica de los contenidos de la democracia que
la de sus formas. ¿De qué le sirve a los habitantes del País Vasco vivir
formalmente en un “Estado social y democrático de derecho” si las
circunstancias fácticas impiden que sus ciudadanos practiquen la democracia y
hacen que se vean amedrentados por el “terrorismo” sin control? ¿Diría
Savater que la democracia “formal” es suficiente en este caso? Todo el que
pretenda guiarse sólo por los dictados del libre pensamiento sabrá reconocer
con humildad y sin fariseísmos que, cuando se condena el terrorismo, de hecho
condenamos en nuestro fuero interno el uso del terror para fines que no
aprobamos. Sin embargo, cuando el fin lo justifica, todo el mundo acepta el uso
del terror como algo “necesario”. Y, si no, veamos algunos ejemplos. Las
bombas atómicas que destrozaron Hiroshima y Nagasaki se pueden justificar,
con sus miles de muertos, si se consideran un medio ineludible de poner fin a
una guerra “aun peor”. Incluso la estrategia de fingir sorpresa ante el previsto
ataque japonés a Pearl Harbor –conocido por los servicios secretos
estadounidenses, pero ocultados por Roosevelt46[46] y su gobierno (como se ha
46[46]
El País publica hoy (17-5-02) la siguiente noticia –bajo el titular: “Bush sabía antes del 11-S
que Al Qaeda planeaba secuestrar aviones. Las revelaciones de la CBS dejan a la Casa Blanca
bajo sospecha”--, que recoge en Washington su corresponsal, Enric González: “George W.
Bush supo, un mes antes del 11 de septiembre de 2001, que Al Qaeda quería secuestrar
aviones comerciales estadounidenses. Sabía desde mucho antes que Osama bin Laden tenía
el plan de utilizar aviones secuestrados como proyectiles. Y un agente del FBI advirtió a sus
jefes, también en agosto de 2001, de que personas sospechosas procedentes de Oriente
Próximo tomaban lecciones de vuelo en escuelas de EE UU. Casi todas las piezas del
divulgado repetidamente ahora por los media de aquel país), en aras del bien
superior de la humanidad, ya que el “campeón de la democracia” estaba
obligado a entrar en la guerra para “defender el derecho internacional y la
libertad de los pueblos”-- puede encontrar una justificación similar. Y sin salir de
España, ¿habrá que recordar cómo mucha gente (entre la que me incluyo yo,
para no ser hipócrita) justificaba de alguna manera el terrorismo de ETA porque
contra Franco todo parecía valer, pero lo empezamos a rechazar sin
contemplaciones cuando quedó claro que el objetivo de un nuevo Estado
independiente (y capitalista) más sólo serviría, más allá de la propaganda, a los
mismos intereses de clase que había defendido el propio Franco?
Sin embargo, si toda esta argumentación debe llevarnos hacia alguna
conclusión, la más importante es no olvidar que la racionalidad, siempre
amenazada, pero gravemente herida en tiempos de guerra como el actual, es
algo a lo que no debemos renunciar nunca. Hay que hacer un esfuerzo por ver
más allá del 11 de septiembre y del skyline de Nueva York. La actual oleada de
antiamericanismo la mueve el viento del americanismo, y cuando se apacigüe
la tormenta de antiamericanismo musulmán, tomará el relevo un nuevo
huracán. Así que mejor haríamos en sustituir la mitología por la meteorología,
pues el pertinaz combate entre modernos Eolos y Poseidones nos retrotrae al
bello pero limitado mundo de los mitos, y nuestra civilización no puede
permitirse el lujo de dejar a la poesía huérfana de ciencia.
Habría que comprender que la irracionalidad del movimiento “luddita” y su
lucha contra las máquinas era hija de la cruel racionalidad del progreso
mecánico e industrial capitalista, y, en ese sentido, tan “racional” como ésta. En
un mundo donde las clases existen a pesar de todos los miopes incapaces de
verlas, donde la explotación capitalista a escala planetaria exige que el aparato
de Estado supranacional funcione con cierta eficacia a escala también “global”,
donde el aparato represor de los dominados por los dominadores no puede
sino reflejarse de forma extremadamente distorsionada en el espejo
horriblemente cóncavo de la irracionalidad política, religiosa o militar –por
mucho que los analistas más vulgares quieran reducirlo todo a economicismo
barato, cuando no a una guerra por el petróleo--, estas cosas tan terribles
“tienen que pasar”.
¿De qué nos sirve llamar locos a los Bin Laden y a los Mohamed Atta? ¿De
qué sirve calificar de igual manera a Hitler? Hay que saber que, como ha
recordado Balibar, la historia se empeña muchas veces en “avanzar por su lado
malo”, y que estas cosas seguirán pasando mientras el discurso universal siga
siendo retórico y falso. No se practica impunemente el doble lenguaje de
ensalzar la democracia de los votos mientras se ejerce la dictadura del dinero.
Las gentes parecen creerse todo, y es cierto, como dice Birnbaum, que “repiten
como propias las banalidades que han oído en la televisión”. Pero los
momentos de lucidez reaparecen cuando menos lo espera uno, o bien operan
de forma continua aunque lo hagan en el nivel del subconsciente y no siempre
salgan a la luz de forma pacífica.
Por grande que sea la fuerza de la televisión global, será muy difícil
convencer a todos y para siempre de que el mundo ya vive en democracia, y
de que la Historia se ha terminado tras el reparto del último guión, en el que
tanto el emperador como sus senadores provinciales dicen haber distribuido las
rompecabezas estaban sobre la mesa, pero Bush no hizo nada. El escándalo reventó el
miércoles por la noche (...)” (p. 9).
tablas de la ley “definitivas”, que asignan a una mayoría el discutible papel de
esclavos. A los imperios, y sobre todo a los sistemas sociales que los
sustentan, les ocurre como a los organismos vivos, que a menudo enferman de
repente cuando más sanos parecen estar. Y es que se olvida que sólo vivir
mata. Y lo mismo que sucede con los individuos acontece a escala social. La
democracia capitalista, por mucho que guste a algunos, es posible que
padezca un cáncer incurable. Lo padece indudablemente en mi opinión.
Puede que erupciones tan llamativas, pero superficiales, como las de Nueva
York y Washington no sean, al auténtico cáncer de esta sociedad, más que lo
que los molestos síntomas del ántrax cutáneo y benigno son al carbunco
homicida que acecha en el interior del sistema. Mientras médicos y curanderos
discuten en un plató de televisión sobre cómo curar al enfermo, el tiempo se
encarga de ir cavando su fosa a espaldas de las cámaras.
Octubre de 2001
47[47]
Mi compañero de la Universidad del País Vaco, Joaquín Arriola, le replicaba así a Guillermo
de la Dehesa: “Con todo, el último párrafo del artículo es el más útil para entender lo que es la
globalización: el tono zahiriente del comentario con el cual pretende despachar los argumentos
del profesor Diego Guerrero destila la misma prepotencia a la que se enfrentan los gobernantes
subsaharianos o latinoamericanos en sus relaciones con las misiones del Fondo Monetario
Internacional, los sindicatos ante la patronal y los Gobiernos neoliberales o los trabajadores
precarizados e individualizados al pretender reivindicar algo frente a sus empleadores: el
autoritarismo que segrega continuamente el capital frente al trabajo, en todas sus formas y
dimensiones” (carta al Director, en El País, 6-5-01). Sin embargo, como digo en el texto, el
comentario de De la Dehesa no me zahirió nada: simplemente se equivocaba de plano al
interpretarme como un “quiebraquilo”.
Pues bien, sí que me había leído el artículo de Vargas Llosa, y tengo que
decir que no me siento identificado con los quiebraquilos en absoluto. Al
contrario: son los liberales de derecha y de izquierda, tanto los dogmáticos
como los pragmáticos, los que se empeñan en detener la rueda del tiempo en
la que Vargas Llosa sí cree. Éste, en el prólogo de los Nuevos ensayos
liberales de su amigo y liberal Pedro Schwartz, está de acuerdo con Schwartz
en denunciar, con mucha razón, que la mayoría de las críticas hacia el
liberalismo son en realidad una crítica de su caricatura neoliberal. Schwartz
tiene toda la razón al afirmar que los liberales siempre han tenido un programa
basado en un Estado pequeño pero fuerte y “baluarte de las libertades
individuales”. Esto es exactamente lo que propone el líder actual del partido
socialista en la entrevista que le hace el director de El País el 6-5-2001: “la
identificación de la libertad como esencia de un proyecto progresista”. Y este
liberalismo del PSOE llega al extremo de acusar al PP de poco liberal, pues --
como dice Zapatero tras justificar su proyecto de “una reducción muy drástica
de los tipos” del IRPF-- la liberalización prometida por el PP es sólo “presunta”
y no “real”, no en vano “tenemos el Gobierno más intervencionista desde la
transición. Ese intervencionismo es muy negativo. Este Gobierno no tiene
verdadera voluntad de fomentar la competencia. Lo que ha fomentado es la
concentración de poder económico en pocas manos”.
Estos liberales de izquierda y de derecha parecen olvidar que es
precisamente la competencia el mecanismo que provoca la concentración del
poder económico en pocas manos. Parecen olvidar que cuando declaran a los
cuatro vientos que las grandes empresas, multinacionales y bancos españoles
se tienen que concentrar para ser competitivas en este mundo global, donde
las multinacionales extranjeras son todavía mayores y más competitivas, están
precisamente abogando por la concentración del poder económico en pocas
manos. ¡A los liberales de izquierda incluso les molesta que los liberales de
derecha no sean suficientemente liberales! Y agrega Zapatero: “Lo lógico es
que las empresas busquen el beneficio” --ni se les pasa por la cabeza siquiera
la distinción entre la empresa capitalista, típica del presente, y la empresa
postcapitalista que puede predominar en el futuro--; y “lo que no es lógico es
que este Gobierno les ofrezca un día bajar los impuestos y luego les diga que
no los baja, en función del dato de inflación”.
Todos estos liberales, incluidos los críticos de los neoliberales que ven en
Vargas Llosa a un criptosocialista (por ejemplo, Estefanía), como contrapartida
de que éste vea en ellos a criptoliberales, no se dan cuenta de lo antiguo que
se ha quedado ya su liberalismo. Los que defendemos las libertades concretas,
reales y múltiples de todos, y no sólo de unos pocos, tenemos que criticar
directamente al liberalismo, y no sólo a su caricatura, el neoliberalismo. (Si nos
acostumbramos a pelear con los de cuarta fila, nunca estaremos preparados
para debatir con los liberales listos). Es más, tenemos la obligación de
denunciar que la crítica del neoliberalismo puede ser sólo una capa para tapar
la aceptación más o menos vergonzante de la idea liberal.
Como yo no soy liberal –y, gracias a Dios, nunca lo he sido--, y como no
tengo el complejo que tienen los socialistas y comunistas de partido por haber
llegado más tarde al liberalismo que los liberales tradicionales, puedo hacer la
prueba aquí, una vez más, para ver si un periódico tan liberal como El País es
capaz de acoger en sus páginas un alegato antiliberal. No soy liberal porque
los liberales son los retóricos de la libertad, y se llenan la boca con su espuma
prolibertaria que sólo pretende asegurar la libertad de explotación y de
beneficios. El socialismo liberal o burgués, ya de antiguo denunciado por los
maestros antiliberales, cree que los capitalistas tienen que seguir siéndolo en
beneficio de la clase obrera. Los asalariados contemporáneos, aunque no nos
hayamos reunido todavía en la organización Asalariados Sin Fronteras, somos
ya lo bastante mayorcitos como para saber que los obreros de hoy en día --que
ya no somos como los de antes, pues se nos unen, por ejemplo, los 3000
llamados “directivos” que la Hewlett Packard va a despedir este año-- no
necesitamos de los capitalistas para defender nuestros intereses (más bien al
contrario). Los medios de producción no nos pertenecen, claro; pero sentimos
que el futuro nos habla y nos dice que algún día sólo pertenecerán a los que
estemos dispuestos a participar conjuntamente en la producción, y no a los que
se aprovechan de la producción ajena para seguir siendo dueños de nuestra
esclavitud.
Es sólo cuestión de tiempo: el reloj de Vargas Llosa y de los liberales
sensatos mueve sus manillas siempre en la misma dirección, igual que se
empeña en moverse este planeta nuestro (y no sólo de Cardoso). Qué le
vamos a hacer. La ley de la gravedad hace que las cosas caigan para abajo. La
ley del tiempo hace que los relojes se muevan sólo “en el sentido de las agujas
del reloj”, como a lo mejor podía haber dicho Descartes. Los socialistas y
comunistas de partido quieren salir ahora en la foto liberal simplemente porque
no saben qué decir y se han dejado convencer por los dueños de los
correspondientes gabinetes fotográficos (¿subcontratas de Kodak y Canon,
quizás?).
Pero los no liberales siempre estaremos ahí para recordar que no. Que no
se necesitan capitalistas para seguir haciendo fotografías (o cualquier otra
cosa). Sólo se necesita trabajo, y en el futuro acabaremos repartiendo el
trabajo entre todos, mal que les pese. Por mucho que la derecha y la izquierda
se empeñen ahora en hacernos creer lo contrario.
Mayo de 2001
¿ES BUENO SER LIBERAL?
48[48]
Recuérdese el respeto que le tiene el señor Sala a don Thomas Jefferson, a quien coloca
al mismo nivel que a Adam Smith.
Por cierto, que este Wagner era partidario de: 1) la abolición de la propiedad
privada de la tierra (como el radical burgués americano Henry George), 2) de
una política social redistributiva, y 3) de un sistema de fiscalidad basado en el
principio de progresividad. Pero al tiempo fue un gran crítico de otro socialista
más radical, Carlos Marx, que se había anticipado a la famosa “ley de Wagner”
en casi treinta años. No se sabe a ciencia cierta si la ley de Wagner se llama
así porque la Academia, como es lógico, le tiene más respeto a los socialistas
“de cátedra” que a los de mal asiento; o bien porque los académicos, que no
siempre son necesariamente ignorantes, desconocían en este caso la obra del
joven Marx, que ya en 1850 --y en una revista poco académica, desde luego--
escribió que “el Estado burgués no es más que una sociedad de seguros
mutuos de la clase burguesa contra sus miembros individuales y contra la clase
explotada; el costo y la aparente autonomía frente a la sociedad burguesa de
dicho seguro irán en aumento, porque reprimir a la clase explotada se vuelve
cada vez más difícil; el cambio de nombre de este seguro en nada modifica sus
condiciones (...)”
Claro que este autor también se había anticipado un siglo (en 1844, con sólo
26 años) a lo que podría haber constituido la base de la crítica, por parte de la
izquierda, de lo que a mediados del siglo XX empezó a llamarse “Estado del
Bienestar”:
“Los Estados que se han preocupado del pauperismo nunca han pasado del
nivel de las medidas administrativas y caritativas, cuando no han quedado por
debajo de este nivel. ¿Puede actuar el Estado de otra manera? El Estado
nunca buscará la causa de las imperfecciones sociales ‘dentro del mismo
Estado y de las instituciones sociales’ (...) Donde existen partidos políticos,
cada partido considera que la causa de estos males es que quien dirige el
Estado es el partido adversario y no él. Incluso los políticos radicales y
revolucionarios buscan las causas del mal no en la naturaleza del Estado, sino
en una forma particular de Estado, que quieren reemplazar por otra (...) En
última instancia, cada Estado busca la causa del fenómeno en los defectos
accidentales o intencionados de la administración y pretende resolver el mal
con una reforma de la administración. ¿Por qué? Simplemente, porque la
administración es la actividad organizadora del Estado mismo. La contradicción
entre los objetivos y las buenas intenciones de la administración, por un lado, y
los medios y recursos, por otro, no puede ser abolida por el Estado sin abolirse
a sí mismo, porque esta contradicción es su propio fundamento. El Estado se
basa en la contradicción entre la vida pública y la privada, entre los intereses
generales y los particulares. Por consiguiente, la administración ha de limitarse
a una esfera de actividad formal y negativa, porque su poder termina donde
empieza la vida civil. Ante las consecuencias del carácter antisocial de la vida
de la sociedad civil, de la propiedad privada, el comercio, la industria, de la
expropiación mutua de los diferentes grupos de la sociedad civil, la ley natural
de la administración es la impotencia. Estas divisiones, este envilecimiento y
esta esclavitud de la sociedad civil son los fundamentos naturales del Estado
moderno, del mismo modo que la sociedad civil era el fundamento de la
esclavitud en que se basaba el Estado de la antigüedad. La existencia del
Estado y la existencia de la esclavitud son inseparables (...) El principio de la
política es la voluntad. Cuanto más parcial y acabado es el pensamiento
político, más cree en la omnipotencia de la voluntad y menos capaz es de ver
las limitaciones naturales y mentales de la voluntad, menos capaz es de
descubrir la causa de los males sociales”.
Tras leer estas tesis del joven de Tréveris, uno no puedo menos que
extrañarse de la cantidad de utopía que encierra la ilusa creencia liberal en que
es posible volver a un Estado delgado y barato, como el manchesteriano, pero
siglo y medio más tarde. Mi colega liberal Carlos Rodríguez Braun lo cree, sin
embargo, posible cuando piensa en un “pequeño Estado benefactor con una
presión fiscal máxima de, digamos, un 20 por ciento del PIB”. Pero su maestro
Pedro Schwartz parece más escéptico, y más consciente de que “este modelo
archicapitalista se acerca mucho al anarquismo”, tanto que hay un “ejemplo de
anarquista, el de Thomas Hodgskin, quien, considerándose socialista utópico,
escribía los editoriales en pro del laissez-faire en The Economist durante los
años posteriores a su fundación en 1843”. Para Schwartz, la libertad
económica “sólo es concebible dentro de un marco legal, y la utopía anárquico-
mercantil es un óptimo inalcanzable”.
Del 3 al 5 de febrero se han celebrado en Albacete las poco académicas VII
Jornadas de Economía Crítica (JEC, cuya tradición viene de 1987, en una
especie de heterodoxa vuelta a España que las ha hecho pasar por Madrid,
Bilbao, Barcelona, Valencia, Santiago y Málaga en sus seis etapas anteriores).
Ante la ausente mirada de los medios de “comunicación” e “información”
liberales, los dos centenares de economistas allí reunidos hemos debatido
sobre mercado y Estado una vez más. Es gracioso que Rodríguez Braun se
queje a menudo de que los medios de comunicación españoles abran sus
páginas más fácilmente a los “intervencionistas” que a los liberales. Quizás
tenga razón respecto a los “intervencionistas liberales”. Pero lo que sí sabemos
todos los colegas de las JEC es que cuando coincidimos en una misma región
los intervencionistas liberales y los no liberales, como ocurre en estas
Jornadas, no sólo no aparecen los medios de comunicación que prestan más
atención a los “liberales no intervencionistas”, sino que tampoco están los que
se la prestan a los “liberales intervencionistas”. ¿Será por si se nos escapa a
alguno de los asistentes --con el consiguiente riesgo de tenerlo ellos que
reproducirlo, de acuerdo con los principios de la honradez periodística-- aquello
que dijo una vez el citado treverisino, sobre que la primera libertad en la
sociedad actual es la “libertad de explotación”, algo que tal vez suene muy real,
pero desde luego poco liberal, en el umbral del siglo XXI?
Febrero de 2000
INTELECTUALES
“¿Por qué no [te] dedicas (...) a buscar soluciones más prácticas, como el
reformismo?” (Guillermo de La Dehesa, en email de 27-2-01 dirigido al autor;
itálicas, añadidas).
El pragmático Guillermo de la Dehesa, que en su juventud leyó obras
“marxistas”, conserva en la frase citada el sentido que desde la tradición
“revolucionaria” (por ejemplo, leninista) se atribuía al término “reformismo”.
Pero no hay por qué limitar el “reformismo” a ese ámbito tan reducido. En cierto
sentido, desde luego más amplio, yo también me considero un reformista: por
ejemplo, me parecen bien las propuestas de quienes quieren reformar esta
sociedad eliminando de ella las relaciones de producción capitalistas y
manteniendo todo lo demás. En cierto sentido, lo anterior significa también ser
“conservador”, pues sin duda a mis admirados reformistas les gustaría
conservar todo lo que en esta sociedad quedaría de bueno una vez suprimida
la relación capitalista --y el capital-- en todas sus dimensiones.
Sin embargo, De la Dehesa, que fue viceministro en el gobierno capitalista
de un partido llamado socialista, probablemente no comparta mi concepción del
“reformismo” y del “conservadurismo”. Y esto no lo digo sin fundamento, ya que
en el mismo mensaje citado al principio se mostraba bastante explícito al
respecto: “Tu artículo (...) estaba perfectamente en tu línea: mientras no se
acabe con el capitalismo no hay nada que hacer. Puestos a soñar, cualquier
pensamiento puede ser válido, pero no deja de ser utópico, al menos en este
siglo. Menos mal que no lo veremos, ya que las alternativas hasta ahora han
sido desastrosas.”
Sin embargo, GD no está acertado al caracterizar “la línea” de DG. Si yo
pensara que “mientras no se acabe con el capitalismo no hay nada que hacer”,
me prepararía para un ocio extremadamente prolongado, cosa que nunca voy a
hacer. Intento hacer otras cosas, como todos. Lo que pasa es que los
intelectuales liberales (los de derecha y los de izquierda) participan de la falsa
creencia de que “hacer” algo se reduce a hacerlo dentro del estrecho abanico
que va desde los puestos de control de la maquinaria gubernamental (que sólo
controla una pequeña parte de la amplia esfera que se imaginan algunos
ilusos) a los puestos correspondientes en este gran salón de danza globalizado
donde sólo se practica el “baile de San Vito” de la izquierda universal --que
consiste sólo en “moverse”, moverse cuanto más mejor, y cada uno al ritmo
que le marca su orquesta preferida (todas tocando, por cierto, al mismo
tiempo), mientras se tararea la letra del último twist de moda--. A los que no
hemos sido nunca muy aficionados a las discotecas no nos choca esta
concepción “bailonga” de la militancia, y ya hace mucho tiempo que nos ha
dejado de hacer mella la inevitable acusación de sosos que se nos viene
encima. Seguimos, pues, pensando que sin música se piensa mejor.
Los intelectuales típicos, siempre tan ilusos, se creen una cosa
sustancialmente distinta del “trabajador normal”. Los estudiantes, que son esos
mismos intelectuales típicos pero unos años más jóvenes, reproducen la misma
creencia, y lo hacen con la misma comprensible fidelidad con que los
receptores de radio reproducen las ondas de las emisoras. Por eso, si un
intelectual osa autoincluirse dentro del proletariado mundial, aunque sea en el
contexto singular de un curso sobre “Economía marxista” en la Universidad de
Bilbao, se arriesga a que le pase lo que me sucedió a mí el otro día: que los
estudiantes protesten esa letra ante el notariado general de la opinión pública:
“Oiga usted, que aquí ya no llevamos alpargatas...”. Esto quiere decir que los
intelectuales liberales han convencido a todos de que el intelectual no es un
proletario, que las clases ya no se definen “económicamente”, sino
ideológicamente, y que si la mayor parte del proletariado piensa como quienes
lo explotan, eso es señal inequívoca de que la Historia se ha terminado. Pero
estos maestros y aprendices de liberalismo ni siquiera han entendido a Hegel.
No se han parado a pensar que los zapatos de hoy cuesta menos
producirlos que las alpargatas de ayer, y que, por eso, aunque ellos trabajen el
mismo tiempo en ambos casos (quizás más ahora), aunque más intensamente
cada vez, les sobra una proporción cada vez mayor de su jornada laboral, con
la cual es posible pagar a un tiempo:
1) las deportivas de marca del hijo mimado del comprador de calzado;
2) los esquíes del comerciante que le vendió al primero los zapatos y las
deportivas;
3) los exquisitos Armani del financiero que prestó el dinero al comerciante
que lo necesitaba para abrir su tienda;
4) los suaves mocasines del cura que le da al financiero la comunión un
domingo sí y otro no (o también); y
5) hasta las botas Segarra que usan los soldados y los policías de nuestro
glorioso Estado del Bienestar, más “social” y más “de Derecho” que ninguno de
nuestro entorno (entorno “competitivo”, por supuesto), para patrullar la zona
vigilada por el gobierno, incluidos los alrededores del gran salón de baile donde
nuestros liberales (intelectuales y manuales) usan sus pies para consumir
zapatos.
Pero si uno se pone las babuchas y se sienta frente al ordenador para decir
estas cosas, será censurado severamente si mientras escribe no acompaña el
ruido del teclado con un distraído movimiento de su pie, al cacofónico son del
sonsonete de la música de anoche... que suena en el aparato reglamentario.
Seguramente, GD considere que el “reformismo” (en el sentido de lentitud en
el ritmo de cambio) del actual gobierno es excesivo. Otros reformistas actuales
considerarán todavía hoy (y muchos más lo consideraban antes) que el
“reformismo” de GD y de su gobierno (llamado “socialista”, ¡qué risa!) “de
entonces” era también excesivo. Eso es lo bueno que tiene el “reformismo”:
que es un remedio contra la soledad porque, en él, todo el mundo se siente
acompañado --ya sea crítico y/o criticado— y, sobre todo, cuando más lo
necesita. Pero a los reformistas que creemos, a pesar de todo, en la
“actualidad de la revolución” (sin que eso signifique que seamos “mandelistas”)
no nos dejan ser reformistas ni siquiera para, en vez de mirar al futuro, echar la
vista al pasado. Y esto es muy necesario, sobre todo cuando uno pretende
llegar a inteligir algo algún día. Porque el pasado nos ayuda a comprender el
presente y también el futuro. Gracias precisamente a que la realidad tiene un
pasado podemos aprender ciertas cosas. Aprender, por ejemplo, que las
revoluciones sociales siempre se han producido sin que los intelectuales las
imaginasen primero (sólo las “imaginan” a posteriori, y lo hacen en sentido
literal: casi inevitablemente mal).
Muchos intelectuales se parecen al ladrón del refranero, ése que se cree
que todos son de su condición. Pero no todos los intelectuales pensamos que
en el futuro se tengan que producir las revoluciones gracias a la clarividente y
benéfica inteligencia de ningún grupito. Al contrario. Los intelectuales hoy dicen
que ya no habrá más revoluciones en el futuro, confirmando así lo que nadie
duda: su ignorancia. Pero su ignorancia del futuro no debería llevarlos al deseo
de ignorar también el pasado, ni tampoco a huir del presente mediante el
recurso a la ideología liberal más fina: por muchos malabarismos que hagan en
su circo mediático y multicolor, la relación objetiva capitalista/asalariado está
ahí. Más allá de las vallas circenses, donde campan a sus anchas los
“equilibristas” (los de Paco Alburquerque y los otros), está en el mundo real,
cada vez más amenazante para la estabilidad emocional de los liberales. Pero
esta realidad está como tiene que estar: envuelta en un refinado papel regalo
que suelta la inevitable fragancia cuando se lo desenvuelve. Si los dominados
no participaran de la ideología de los dominadores, ¿qué sentido tendría la idea
cierta de que “la ideología dominante es la ideología de la clase dominante”?
Pero vayamos ahora a la objeción que suele aparecer justo en este
momento en la letra del karaoke discotequero y repetitivo de los liberales: la del
“simplismo” del que hacemos gala los no liberales. En general, llaman
“simplismo” a mucho de lo que decimos quienes preferimos hablar, por
ejemplo, de “complicación”, y evitar rimbombantes “complejifisticaciones” (que
ellos, sin duda, “descomplejifisticarían” si buenos “descomplejifisticadores”
fueran...) y otras lindezas terminológicas aun peores. El liberal se cree libre,
pero como ignora el pasado, eso suele deberse a que nunca llegó a leer al
clásico que dejó escrito para siempre aquello, tan verdadero, de que “el hombre
se cree libre porque no se apercibe de sus cadenas” (que no es el clásico en el
que están pensando). Como mucho, el liberal leería (cuando estaba de moda,
claro) al otro clásico que criticó a los liberales por defender el sistema de
libertades basado en la “libertad de explotación”. Pero seguramente de eso ya
no se acuerda el liberal actual, antiguo marxista, o le da vergüenza acordarse
(y sobre todo, que se lo recuerden). Y ésos eran los mejores: la mayoría ni
siquiera llegó a la página donde se decía eso (Y, si no, hagan la prueba y
pregúntenles).
Esto quiere decir que los intelectuales de hoy son tan sólidos como los
azucarillos verbeneros de las zarzuelas de antaño. Se reían de Marta
Harnecker cuando, tras haber leído poco más que el libro de esta señora (si
acaso; la mayoría sólo oyó hablar de él), algún intelectual más culto les
reprochaba la simpleza con la que hablaban de “fuerzas productivas” y
“relaciones de producción”. Ahora que dicen lo mismo, pero en lenguaje
“complejifisticado”, aparentan reírse de su propio pasado --cuando es al revés:
su pasado se ríe de ellos, sólo que, de momento, por lo bajinis--, porque han
seguido la misma trayectoria que la pobre Marta, que dejó la senda de
Althusser para seguir la del lama Castells.
Además de miopes, estos intelectuales parecen estar sordos. Por eso no
oyen las risas de las “fuerzas productivas” y las “relaciones de producción”, que
–perdóneme el lector-- se descojonan de ellos. Ellas sí saben qué
insignificantes y simple son, a largo plazo, los complejifisticados cerebros de
nuestros intelectuales.
25-noviembre-01
Todos tenemos manos, pero unos son manitas y otros somos manazas. No
todos los que no se dedican a actividades intelectuales --por ejemplo, la
mayoría de los albañiles-- son necesariamente manitas. Igualmente, no todos
los que nos dedicamos a actividades intelectuales somos necesariamente
inteligentes (por ejemplo, Manuel Castells). Por tanto, yo sólo reivindico aquí mi
papel de intelectual, lo cual no quiere decir, como demuestra el ejemplo citado,
inteligente.
Aclarado entonces que ser modestos no requiere autoexcluirse de la
calificación de intelectual, entremos en materia. A los intelectuales se les
atribuye un papel especial en la vida pública, quizás al menos desde la época
en que Platón pensara su república de sabios. Pero aquéllos eran sin duda
otros tiempos, donde la democracia significaba algo distinto. Hoy, la
democracia significa lo que no tenemos y aquello por lo que luchamos: iguales
posibilidades materiales e iguales derechos, presupuesto imprescindible para
desarrollar de verdad la diversidad individual y enriquecer certeramente la vida
social. No me cabe duda de que nada de esto será posible con el capitalismo, a
pesar de lo cual algunos intelectuales prefieren imaginar que lo único que es
posible es el capitalismo (llueven los media sobre sus cabezas sin paraguas,
sus cerebros hacen de filtro, y hablan sus bocas: “amén, Fukuyama”).
Pero me quiero fijar aquí en un aspecto del papel de los intelectuales, a los
que, gracias a Dios (que no existe), no represento. Precisamente en este
aspecto quiero insistir: cada intelectual tiene que pensar por su cuenta; si no,
será sólo intelectual por decreto. Por ejemplo, si mi trabajo se incluye en el
“personal docente e investigador” de la universidad, siempre habrá alguna EPA
y algún funcionario del INE o de otro organismo que me encasillará, por ese
solo motivo, entre los intelectuales. Pero el auténtico intelectual es el que va
notando cada vez más nítidamente su soledad de corredor de fondo, y no le
importa. Recuerda que antes corría en medio de un pelotón amplio, pero
también que --no sabe muy bien por qué-- la gente que había a su alrededor ha
ido desapareciendo. Se han ido metiendo en callejones sin salida --que, como
en las películas de Hollywood, están siempre llenos de cubos de basura--; o se
han dejado deslumbrar por anuncios fluorescentes, y a menudo sonoros, y han
perdido el rumbo; o se han parado a descansar, derrotados, en algún bar de
esquina... Uno sigue corriendo a paso tranquilo, en dirección a la meta que
desde un principio se fijó, o le fijaron, o no tenía más remedio que fijarse, y no
entiende qué es lo que hacen los demás (que, encima, de vez en cuando le
gritan como si fuera él el que ha descarrilado).
Desde que empezó la carrera, el intelectual fondista se viene fijando en lo
que sucede a su alrededor. De vez en cuando, alguno se coloca a su lado y le
dice que si sigue en línea recta, encerrado en su senda, no experimentará la
riqueza de experiencias que se tiene cuando se dedica uno a chapotear en
todos los charcos, a mear en todas las esquinas o a montarse en el primer
carro que pasa, aparentemente en dirección a la primera meta volante. El
corredor tiende a pensar que eso suena a cantos de sirena, pero que deben ser
mucho más desafinados que los que Ulises no quería oír, algo así como si el
pasajero acompañante pretendiera convencerle para aceptar el gato de la
“Rosa de España” a cambio de la liebre de Renata Tebaldi.
Pero es realmente curiosa la cantidad de ocasionales acompañantes de
este tipo que surgen en la carrera de un corredor de fondo, y, curiosamente,
todos con su dorsal, donde uno puede leer “ecologista”, “feminista”,
“sindicalista”, “miembro de una ONG”, “pacifista”, “nacionalista”..., y hasta
recuerdo a uno que llevaba escrito: “un poco de todo a la vez”. Más adelante,
aparecen otros pegajosos corredores de ocasión que se atreven a llevar un
cartel liviano en su mano derecha (o izquierda), donde uno puede leer: “abajo
las reválidas”, o “de transvases, nada”, etc.; y recuerdo a uno, muy curioso, que
llevaba uno en cada mano: en la derecha se leía: “memos impuestos, que es lo
progresista”, y en la izquierda: “más impuestos, que es lo progresista” (el pobre,
con tanto peso, sólo pudo aguantar diez pasos).
Ahora bien, los más persistentes de este bullicioso grupo --he llegado a la
conclusión-- se pueden agrupar en dos tipos: aquellos a los que llamaré
“militantes a la antigua”, y los que voy a denominar “novedosos militantes”.
Tanto unos como otros se dirigen al corredor de fondo desde el coche en que
viajan (llevan un chófer al volante) y por medio de un altavoz; y en ambos
casos me he fijado que en los coches pone: “Mercado político, S. A.”, aunque
en letra pequeña. Como yo le tengo pánico a los mercados, cada vez que
aparece un coche de éstos, espontáneamente acelero, pero, claro, poco puedo
hacer contra la gasolina sin plomo. Así que me resigno a escuchar sus
mensajes desaboridos. Dicen los “neo-militantes”: “Vivan los nuevos
movimientos sociales y la madre que los parió” (no me digan que no tiene su
gracia). Yo, ni caso; pero me acuerdo una vez que, aburrido transitoriamente de
tanta carrera, entablé diálogo con ellos: “¿por qué habrían de vivir: porque son
nuevos, porque son movimientos o porque son sociales?”. El del coche
aparentaba no oírme, o a la mejor es verdad que no me oía, pero yo insistía:
“En lo nuevo hay cosas buenas y malas, como en botica; entre los
movimientos, los hay terribles, como el sangriento Movimiento Nacional de
Franco; y en lo social, también hay de todo, hasta brigadas político-sociales”. Al
cabo de un rato, el chófer paró en un mesón de carretera, y ya no los volví a
ver.
Luego, me acuerdo también de los coches de los “viejos militantes”. Estoy
seguro de haber reconocido esos coches porque en más de uno me había
montado yo mismo hasta que decidí dedicarme al atletismo intelectual, y
cambiar la gasolina sin plomo (que entonces era horriblemente plúmbea) por el
libre pensamiento. Incluso reconocí a más de un chófer y a más de un piquito
de oro. Lo que más curioso me pareció es que no inventaran un lema propio,
sino que se limitaran a repetir el mismo que gritaban los “neo-militantes”, si bien
es verdad que con una pequeña variante. Los “paleo” decían: “Vivan los
nuevos movimientos sociales y la madre que los parió, que soy yo”.
Desde luego, resultaba un poco extraño oír al camarada Roberto, con su
bigote de siempre, gritar lo de “la madre que los parió, que soy yo”, pero ya se
sabe que en la buena militancia uno debe estar dispuesto a todo...; y recuerdo
muy bien el tándem que formábamos Roberto y yo, pues en las pegadas de
carteles no había quien nos superara.
Bien. Y ahora me pregunta usted que a dónde me dirijo. Pues le contesto.
Quiero una democracia de verdad, no como la que me quieren vender los
liberales (los de verdad y los de pacotilla). Quiero que el principio “un hombre,
un voto” se aplique siempre y en todas partes:
1) en las empresas, para que los antiguos dueños (es decir, los actuales)
dejen de mandar;
2) en el mercado, para que éste se transforme en otra cosa y para que Bill
Gates, por ejemplo, que posee 52.800 millones de dólares, no vote 52.800
millones de veces más que yo, que sólo tengo un dólar;
3) en la ONU y demás organismo internacionales, para, entre otras cosas,
poner a Israel49[49] y a Estados Unidos en su sitio; es decir, para que la gente
que vive en esos desgraciados países pueda celebrar la alegría de liberarse de
semejantes gobernantes sanguinarios;
4) en los parlamentos, para que no haga falta ser millonario (es decir,
miembro de una familia millonaria, o de un partido millonariamente
mercantilizado) como condición necesaria para ser diputado;
5) en los medios de comunicación, para que sean los periodistas los que
informen, y no los dueños de los periódicos los que desinformen;
6) etcétera.
49[49]
Véase el excelente artículo de José María Ridao en El País de hoy (15-5-02).
¿Le parece a usted que esa meta no merece la pena, y que me voy a
detener en la carrera porque el primero que pase me invite a una caña? No me
conoce, entonces, no. Esta carrera la corremos para denunciar tanto al malo
como a su apuntador. El malo es el mayor culpable: él nos obliga a correr,
cuando lo que queremos es caminar con tranquilidad; pero no olvide usted que
su papel de malo es una exigencia del guión.
Ahora bien, el apuntador es peor, si me apura. Porque el guión le daba
libertad y ha escogido la traición.
50[50]
Que celebra su reunión anual en un local común, normalmente --como en el caso de la
Asociación Americana de Economistas del Este-- en uno de esos macrohoteles de Nueva York,
Boston o Washington.
No es casual que, justo tres días después (1-2 julio) comience también en
Londres la Conference of Socialist Economists (en la University of London
Union), dedicada esta vez al tema “Capital global y luchas globales:
estrategias, alianzas, alternativas” (más información en
M.DeAngelis@uel.ac.uk). ¿Alguien se puede extrañar de que, siendo Londres
(todavía) el centro financiero del capital mundializado, sea también el centro de
los economistas críticos con la mundialización? ¿A alguien le parecerá raro que
el contacto entre los economistas críticos españoles y extranjeros se haga cada
vez más estrecho, y pase cada vez más por Londres y Nueva York? Con
mucho gusto, ampliaremos esta información (diego.guerrero@cps.ucm.es) a
quienes también en España --y eso nos consta sin ninguna duda-- quieren
echar a andar en esta dirección, pero se encuentran desnortados y cegados
por el sol del capitalismo globalizador. Por ello, es de agradecer la colaboración
de un periódico que, como se puede comprobar, también nos da cabida a los
economistas críticos españoles y a nuestras Jornadas, unas JEC cuyo
desarrollo todos estuvimos de acuerdo en multiplicar y que encuentran ahora
una buena oportunidad para dar el salto cualitativo que necesitamos.
Febrero de 2000
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Por lo que no extraña que no lo cuenten ni siquiera entre los teóricos de la Escuela de
Frankfurt, en cuya creación colaboró tan activamente, y que hoy se identifica universalmente
con la aportación de la “teoría crítica” de contenido sobre todo filosófico, sociológico, estético,
etc., pero nunca económico.
muy poco tiempo para que la emisión de dinero y de crédito junto a una
espectacular burbuja de la bolsa destruyera completamente el sistema”. Sin
embargo, antes de que ocurriera el desastre, “las autoridades” se oponían a
que terminara la fiesta, “igual que hacen ahora la Reserva Federal y el Tesoro
con la burbuja Greenspan”. Al contrario, ya en época de Law “sus esfuerzos se
dirigían cada vez más a sostener la burbuja con emisiones frenéticas de dinero
y manipulaciones de mercado”, y lo mismo sucede hoy, cuando “una dinámica
muy similar propicia una manía aun mayor”. Por eso, la conclusión final de
Noland y su equipo es bien simple: teniendo en cuenta que “un sistema
monetario dominado por la monetización de activos y por la política
acomodaticia de la Reserva Federal, abasteciendo ilimitadamente de oferta
monetaria, es la receta exacta para el desastre” --y, además, una “réplica
insensata del fiasco de Law”--, “estamos completamente seguros de que los
historiadores económicos verán a Greenspan como el mayor inflacionista. A
este respecto, no cede el paso a nadie, ni siquiera de John Law”.
Sólo me falta, para concluir, hacer un pronóstico --sin desconocer el riesgo
que expresa la definición del economista como “alguien que explicará mañana
por qué lo que predijo ayer no se ha cumplido hoy”--: la explosión de la burbuja
bolsística mundial va a ser tan estrepitosa que todo el mundo sufrirá, como el
menor de los males, sordera y pérdida de memoria. Por suerte para Estefanía,
eso ocurrirá después de que haya vendido ya muchos libros. Pero, tras esa
explosión, aunque todo el mundo se va a acordar del nombre de ese libro,
quizás la gente se dedique a comprar otra clase de libros, y desde luego
muchos se quedarán sin dinero para comprar libros por mucho tiempo.