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La ventana “abierta” representa las cosas que ambos conocemos. Las que uno
sabe sobre sí mismo y que el otro también conoce. (Yo sé-tú sabes)
La ventana “oculta” representa aquello que yo conozco sobre mí, y que mi
interlocutor desconoce completamente. (Yo sé-tú no sabes)
La ventana “ciega” representa las cosas que mi interlocutor sabe sobre mí, pero
de las cuales yo soy inconsciente. (Yo no sé-tú sí sabes)
La ventana “desconocida” representa aquello que yo no conozco sobre mí
mismo, y tampoco puede conocerlas mi interlocutor. (No sabemos)
Mirar por la ventana desconocida sería mirar por ese “otro cristianismo posible”, que
evidentemente tiene trazas abundantes en la realidad actual. Por eso, al hablar de los
derroteros por los que nos ha llevado la historia, me refiero a ‘derroteros
institucionales’, ‘oficiales’, porque sabemos que todos los elementos han estado siempre
presentes en la historia del cristianismo: no los hemos inventado nosotros. La cuestión
es “configurar el cristianismo desde ellos, y no desde otra cosa. Aunque podemos intuir
ese otro cristianismo, no deja de ser un cristianismo ‘desconocido’ hoy, al menos en su
lado institucional.
Esta descripción de las ventanas estaría, de algún modo, cambiando según lugares y
épocas (engrosando la lista de lo ‘oculto’ hoy).
Tenemos que intentar ser más abiertos con el mensaje, para que todos puedan
conocer el tesoro que tenemos. Para ello debemos insistir en lo positivo, lo que
une, lo que otros cristianos de otras confesiones también viven, lo que construye
humanidad, lo que es buena noticia. Y sobre todo, hemos de seguir dando
testimonio, contagiando.
No tenemos que ocultar nuestro tesoro cristiano, mediante insistencias que
hacen “desconectar” a la gente de hoy, y desnaturalizan la propuesta cristiana.
Debemos ir a lo fundamental, a lo más evangélico, a lo compartido desde los
orígenes, sin maquillajes y deformaciones posteriores que comprometen la
unidad (y el sentido común).
Ojalá evitemos estar ciegos. Tenemos que ver lo que nos están diciendo la
sociedad, otras iglesias, otras religiones (y por supuesto otros cristianos,
especialmente mujeres y laicos). Ojalá estemos dispuestos a escuchar de
verdad, a perder cegueras, a quitarnos orejeras, a ser curados, a convertirnos
de corazón (y de estructuras), para poder completar la visión de la maravilla de
ser cristiano sin artefactos ideológicos y estructurales que consideramos
intocables.
Arriesguémonos, entremos en el mundo del cristianismo desconocido.
Probemos otros caminos, desde otros paradigmas, desde otros lenguajes,
desde otras insistencias, desde la praxis del amor, desde la locura de un
evangelio que no necesita tantos aparatos institucionales. Sacudámonos el polvo
del camino, y andemos descalzos por senderos desconocidos, guiados por la fe,
por la constatación de un “algo está fallando”, por el deseo de “otro
cristianismo posible”, por la intuición de que “algo nuevo está viniendo”…
Y hablando de ventanas, ¡gracias Juan, por recordarnos que tenemos que “abrir las
ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco”!. Hacen falta, al menos, XXIII
cristianos como tú. Menos mal que hay muchos más, que intentan abrir tantas ventanas
para que siga entrando aire fresco en el mundo y en la Iglesia.