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JUAN MANUEL PÉREZ GARCÍA

EL MISTERIO
EQUINOCCIAL

LD
Lemnos Drawing
Primera edición: 2010

Diseño editorial y forros: Juan Manuel Pérez García


Ilustración de cubierta: «Huitzilopochtli», Códice Telleriano
Remensis. Domino Público. Wikimedia Commons.
Ilustración de portadilla: «Sacrificio humano», Códice Florentino.
© Juan Manuel Pérez García
© Lemnos Drawing
lemnosdrawing.blogspot.com

Comentarios: lemnosdrawing@gmail.com

CC BY-ND 2.0

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Ciudad de México, Marzo de 2010

Cada mañana el águila celeste despliega sus re-


gias alas y emprende el diario vuelo hacia po-
niente, disipando con su plumaje grana la lobre-
guez nocturna. Los antiguos mexicanos daban
al sol en su primera etapa de su largo camino
diario, que va desde la aurora hasta que el sol
alcanza el cenit, el nombre de Cuauhtlehuanitl
«águila ascendente». Esta ave, dentro de la cul-
tura nahua, estaba íntimamente relacionada
con el sol y era un símbolo sacro de Huitzilo-
pochtli. Para los mexicas, este momento del día
simbolizaba el mayor acto heroico de su prin-
cipal divinidad. Suceso ocurrido in illo tempore
«fuera del tiempo», pero que este pueblo recor-
daba día con día.
Sin embargo, cada año, en el mes Tlacaxi-
pehualiztli «desollamiento de hombres», se-
gundo del calendario solar xihuitl, se realizaba
una importante celebración, conocida como
Coailhuitl «fiesta universal», estrechamente
El misterio equinoccial
relacionada con un fenómeno astronómico: el
equinoccio de primavera; momento en el año
a partir del cual los días se hacen más largos,
hasta llegar al solsticio de verano.
Era, en el marco de esta ceremonia sagrada,
donde los mexicanos vivían y presenciaban el
nacimiento y triunfo de Huitzilopochtli sobre
su hermana Coyolxauhqui y los Centzonhuitz-
nahua. Acto creador, dador de vida, que daba
fin al largo periodo invernal de esterilidad y
muerte y con el cual se iniciaba un nuevo ciclo,
un nuevo año, fértil, lleno de vida, donde la
vegetación se regenera y todos los seres vivos
procrean. ¡Qué manera más hermosa y poética
de representar el nacimiento de un nuevo día o
el inicio de un nuevo año, que como un águila
que asciende! Esta era Huitzilopochtli y todos
debían adorarlo.
Para comprender a cabalidad el misterio
mexica del equinoccio de primavera, resulta de
gran importancia conocer los ritos que se lle-
vaban a cabo durante la celebración del Coail-
huitl. El ilustre y sabio cronista franciscano Fr.
Bernardino de Sahagún, en su monumental
obra Historia general de las cosas de la Nueva
España, hace una detallada descripción de los
rituales que se realizaban en esta ceremonia.
La celebración se iniciaba en el último día del
primer mes del calendario solar: Atlacahualco.
Pasado el medio día y posterior a un periodo
de vigilia, daban comienzo con muy solemne
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El misterio equinoccial
areito y los que habían de morir en el sacrificio,
velaban toda la noche en la casa que llamaban
calpulco. En este lugar les arrancaban los cabe-
llos de medio de la coronilla de la cabeza y les
sacaban sangre de las orejas para ofrecerla a los
dioses. Todo este ritual lo hacían junto al fuego
y a la media noche.
A la mañana siguiente, primer día del mes
Tlacaxipehualiztli, a la hora del alba, condu-
cían a las víctimas al Hueyteocalli o Templo
Mayor, que era la residencia de Huitzilopochtli,
donde se realizaría el sacrificio. Llegados a este
lugar los tendían de espaldas sobre una piedra,
que ellos llamaban téchcatl, y dos hombres los
tomaban por los pies, dos por las manos y otro
por la cabeza, mientras un sacerdote, y en oca-
siones el mismo hueytlatoani, con un cuchillo
de pedernal abría el pecho de los inmolados y
por aquella abertura metía la mano y les arran-
caba el corazón, el cual inmediatamente era
ofrecido al sol y a los otros dioses, señalando
con él hacia las cuatro partes del mundo.
Hecho esto echaban los cuerpos hacia
abajo, por las escaleras del templo, e iban ro-
dando y dando golpes hasta llegar a los pies del
hueyteocalli, donde se encontraba el monolito
que representa a Coyolxauhqui. En este lugar
otros sacerdotes tomaban los cuerpos y los de-
sollaban. Todos los corazones después de ha-
berlos sacado y ofrecido, los depositaban en
una jícara de madera y los llamaban cuauhno-
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El misterio equinoccial
chtli «corazones de águila» y a los que morían
después de sacados los corazones, los llamaban
cuauhteca «habitantes del país del águila».
Después de desollados los cuerpos eran lle-
vados al calpulco, donde aquellos que los ha-
bían cautivado los hacían pedazos y repartían
su carne entre sus parientes, para cocerla con
maíz y en un acto de comunión comerla. Lla-
maban a aquella hostia consagrada tlacatlaolli.
A grosso modo, este era el ritual realizado
en la celebración del Coailhuitl. A nosotros, en
la actualidad, nos impacta más la crueldad del
rito; pero toda la ceremonia está conformada
por una compleja estructura simbólica, que
impide al hombre contemporáneo comprender
su profundo sentido cósmico. En principio,
todo ritual tiene un modelo divino, un arque-
tipo, un origen. Por esta razón todo pueblo pri-
mitivo buscó siempre hacer lo que los dioses
hicieron al principio; especialmente cuando el
acto divino había sido la creación del mundo
o el triunfo de la deidad sobre aquellos seres
que buscan destruirlo, para que impere el caos.
La repetición exacta de aquel suceso original
mediante el rito, aseguraba al hombre la con-
tinuidad de la realidad, el que el mundo pu-
diera continuar existiendo tal y como el dios
supremo lo había creado.
Por eso es necesario conocer el modelo
arquetípico que le da fundamento al ritual
descrito por Fr. Bernardino de Sahagún; el
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El misterio equinoccial
que los antiguos mexicanos buscaban repro-
ducir cabalmente mediante la celebración del
Coailhuitl, la fiesta universal. El mito sobre el
nacimiento de Huitzilopochtli se reproduce
en diversas fuentes, pero el cuerpo principal
del relato proviene también de la Historia ge-
neral de las cosas de la Nueva España, del
erudito franciscano a quien he referido ante-
riormente. Por la extensión del texto me es
imposible presentar la narración de manera
completa, por lo cual solo consignaré una
breve reseña de la misma.
Una vez que los mexicas salieron de Aztlán,
su lugar de origen, e iniciaron su larga peregri-
nación, pasando por muy diversos sitios, les
pareció que su viaje ya era muy largo y se es-
tablecieron junto a un cerro, al que dieron por
nombre Coatepec «montaña de la serpiente»,
lugar vecino a la antigua ciudad de Tula. Fue
en este sitio donde ocurrió uno de los grandes
misterios de la religión nahua. Una mujer muy
devota y adicta al culto a los dioses, de nombre
Coatlicue «falda de serpientes» ―madre de los
Centzonhuitznahua «cuatrocientos surianos»
y de Coyolxauhqui «la de los cascabeles en la
cara»―, muy de mañana y fiel a su costumbre,
se ocupaba en barrer el templo, cuando miró
como una bola de plumas finas bajaba por el
aire. Ella la tomó y la guardó en su seno junto a
su vientre, debajo de las nahuas, con ánimo de
emplear las plumas en el adorno del altar.
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Cuando acabó de barrer buscó aquellas
plumas, pero no las pudo hallar; además quedó
asombrada al reconocerse encinta desde aquel
momento. Como el embarazo aumentó y se
hizo notable, sus hijos los Centzonhuitznahua
se enojaron bravamente, pues aquel hecho los
afrentaba. Molesta también por la gravidez de
su madre, Coyolxauhqui incitó a sus hermanos
a matar a Coatlicue. Cuando esta lo supo, se
espantó y una gran pesadumbre sobrevino en
ella; pero cuando menos lo pensaba, oyó una
voz que salía de su vientre y le decía: «No temas,
madre mía; que yo te libraré con mucha honra
tuya y gloria de mi nombre». Cuando Coatlicue
escuchó las palabras de su hijo, mucho se con-
fortó, se calmó su corazón, se sintió llena de
tranquilidad.
Los Centzonhuitznahua se juntaron e iban
engalanados como capitanes de guerra, mar-
chando en fila como ordenado escuadrón, a
ejecutar el golpe meditado, a quitarle la vida a
su madre, conducidos y animados por su her-
mana Coyolxauhqui, que había sido la más ar-
diente en la empresa. Sin embargo uno de ellos
Cuahuitlicac «el que se para como águila»,
subió a la cumbre de la montaña, para ha-
blar con Huitzilopochtli, que aún estaba en el
vientre de su madre, e informarle por donde
iban sus hermanos; y cuando Coyolxauhqui y
los Centzonhuitznahua ya se encontraban en la
cumbre, dispuestos a dar muerte a Coatlicue,
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El misterio equinoccial
nació Huitzilopochtli con un escudo de plumas
de águila en la mano siniestra y una Xiuhcoatl
«serpiente de fuego» ―un lanza-dardos de tur-
quesa con forma de culebra― en la diestra, con
un penacho de plumas verdes en la cabeza, la
cara rayada de color azul, la pierna izquierda
delgada y emplumada, y rayados también de
azul ambos muslos y ambos brazos.
Luego que salió a la luz, pidió a un gue-
rrero de nombre Tochancalqui «el que habita
en nuestra casa» encendiera su Xiuhcoatl de
turquesa y con él hirió a Coyolxauhqui, le cortó
la cerviz y su cabeza fue a quedar allá abando-
nada en la cuesta de la montaña de Coatepec,
su cuerpo rodó hasta la falda, se hizo trizas: por
una parte y por otra iban cayendo sus manos,
sus pies, su cuerpo. Después arremetió sobre
los Centzonhuitznahua con tal furor, que no
pudieron resistir con sus armas y los acosó, los
venció, los hizo huir.
A grandes rasgos este es el mito del naci-
miento de Huitzilopochtli; y para poder in-
terpretarlo con claridad, es necesario ir deve-
lando cada uno de los elementos simbólicos
que lo conforman. Dentro de la mitología
nahua, Coatlicue es una de las formas de la
diosa madre; y en otro importante relato mí-
tico, se menciona como los dioses Tezcatli-
poca y Quetzalcoatl, convertidos en enormes
serpientes, se anudaron al cuerpo de la diosa,
uno del lado izquierdo y otro del lado derecho,
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El misterio equinoccial
y estrujándolo con fuerza lo partieron por la
mitad. Con una parte se hizo el cielo y con la
otra la tierra.
En cuanto a Coyolxauhqui, para los
mexicas era la diosa de la luna y sus hermanos,
los Centzonhuitznahua, las estrellas. Como el
cielo fue hecho con una parte del cuerpo de
Coatlicue, podemos fácilmente entender, el
porqué los antiguos mexicanos veían en ella a
la madre de las estrellas y la luna. Finalmente
la figura de Huitzilopochtli tiene una connota-
ción solar. Dentro de este aspecto, Coatlicue
tiene un papel importante; pues siendo tam-
bién la tierra, cuando guarda en su seno la bola
de plumas finas y queda preñada, debe enten-
derse esta imagen simbólica, como la tierra
que noche a noche, grávida del sol, lo engendra
diariamente al alba.
Por esta razón, tanto Coyolxauhqui como los
Centzonhuitznahua, siendo deidades nocturnas,
buscaban matar a su madre e impedir el naci-
miento del sol, pues de esta forma la oscuridad
y el caos prevalecerían. El mito del nacimiento
de Huitzilopochtli narra «el triunfo diario del
sol sobre los poderes nocturnos, gracias al arma
[de este dios] la Xiuhcoatl, que no es otra cosa
que el rayo matutino que disipa las tinieblas de
la noche». El sol, como un águila que asciende,
encumbra las montañas, decapita a su hermana
la luna, destroza su cuerpo y vence también a las
estrellas, quienes ante su presencia huyen.
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El misterio equinoccial
Cada mañana los antiguos mexicanos pre-
senciaban la victoria de Huitzilopochtli; mas
era en el mes Tlacaxipehualiztli, durante la
celebración del Coailhuitl, cuando este pueblo
rendía verdadero culto a este dios solar. Dentro
de una concepción circular del tiempo, en la que
un punto se repite tras determinado periodo, el
equinoccio de primavera marca el fin de un ciclo
y el principio de otro; es el momento en el que la
naturaleza da comienzo a su regeneración, tras
la crudeza y esterilidad del invierno; pero prin-
cipalmente, es el lapso en cual el sol inicia su
ascensión, hasta alcanzar su punto culminante
durante el solsticio de verano; dando fin a un
periodo de declinación, en el cual la energía
solar se debilita ante las fuerzas nocturnas.
Esta cultura comprendía así este fenómeno
astronómico; y para asegurase que un nuevo
ciclo diera comienzo, que esta ascensión del
sol ocurriera, que todo tuviera nueva vida, los
hombres debían hacer lo que los dioses hi-
cieron al principio. Por eso era necesario rea-
lizar las mismas acciones del dios, dentro de
esta ceremonia sagrada. En el Coailhuitl, el sa-
cerdote o el hueytlatoani de manera simbólica
eran Huitzilopochtli y los cautivos, a quienes
sacrificaban, sus oponentes. De esta manera
el cuerpo de los inmolados, una vez arrancado
el corazón, eran arrojados por las escaleras del
Templo Mayor, como fue arrojado el cuerpo de
Coyolxauqui por las laderas de la montaña de
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Coatepec; de hecho el Hueyteocalli simbólica-
mente era esta montaña mítica y por ello a los
pies del templo se encontraba el monolito que
representa a esta divinidad lunar, completa-
mente desmembrada.
Tras toda esta larga explicación, podemos
llegar a concluir que, para los antiguos mexi-
canos, el equinoccio de primavera no era sólo
un fenómeno astronómico, sino la gran hazaña
heroica de Huitzilopochtli, al vencer los po-
deres nocturnos que intentan implantar el caos.
Por eso era necesario repetir este acto mítico,
cada año, por medio del ritual. De esta forma,
el hombre prehispánico se aseguraba que el
mundo no quedaría sumido en la oscuridad per-
petua y todo lo que esto representa: la muerte.
En la actualidad, el hombre posmoderno
contempla estos fenómenos celestes de manera
indiferente, completamente desprovistos de
importancia, de trascendencia. Todas las ma-
ñanas nos despertamos y nos alistamos para
ir al trabajo. Pocas veces nos detenemos a con-
templar siquiera estos eventos llenos de natural
belleza y mucho menos le damos un momento
de reflexión. Interesante sería que en algún mo-
mento, movidos por la nostalgia, dirigiéramos
nuestra mirada a oriente y pudiéremos ver en
el alba, a esta águila de hermoso plumaje grana,
desplegar las alas y remontar el vuelo. Ave regia,
símbolo nacional, que no es más que nuestro
antiguo dios olvidado: el sol, Huitzilopochtli.
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El misterio equinoccial
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
MATOS MOCTEZUMA, Eduardo. Tenoch-
titlan. México, Fondo de Cultura Econó-
mica, El colegio de México, Fideicomiso
Historia de las Américas, 2008.
SAHAGÚN, Bernardino Fr. Historia general de
las cosas de la Nueva España, México Po-
rrúa, 1997 (Sepan cuantos… 300).

16
Lemnos Drawing es un proyecto y marca personal
bajo el cual se edita y publica el trabajo creativo y
académico realizado por Juan Manuel Pérez Gar-
cía, escritor, editor y docente, con estudios en Len-
gua y Literaturas Hispánicas, en la Universidad Na-
cional Autónoma de México. Si deseas conocer más
sobre su labor literaria y leer diversas publicaciones
de su autoría, como son microcuentos, cuentos bre-
ves, cuentos, poesías, ensayos y crónicas, accede al
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El misterio equinoccial, de Juan Manuel Pérez
García, se terminó el mes de marzo de 2010 en los
estudios de Lemnos Drawing. Primera edición. Su
composición se realizó en tipo Georgia en 12:00,
14:00 y 16:00 puntos. La edición es exclusivamente
digital.

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