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Crisis y endeudamiento
En este artículo se aborda en el exceso de endeudamiento
como factor relevante en la actual crisis, al tiempo que se
analizan cuáles han sido sus causas y las respuestas ofrecidas
por los dirigentes políticos, que optaron en su día por dilatar el
problema en el tiempo.
Resulta hasta cierto punto sorprendente cómo, en el análisis y debate de las políticas
públicas anti-crisis, se prescinde de la referencia que, en nuestra opinión, es central
para entender el origen, evolución y perspectivas de esta crisis económica: el
endeudamiento o, si se prefiere, el sobreendeudamiento. La situación de
sobreendeudamiento se encuentra en todas las crisis financieras y es precisamente el
factor que, llegado un determinado límite, hace imposible que la burbuja financiera
continúe creciendo y provoca su estallido, de una u otra forma.
En este contexto de optimismo, sólo hay un pequeño problema. Que, por debajo de
todas estas variables, los niveles de endeudamiento se elevan de forma paralela -o
sensiblemente superior- al PNB, acreditando que el crecimiento de la economía se
debe a este incremento del endeudamiento. Esto, por supuesto, no figura ni en las
grandes declaraciones políticas ni en los informes macroeconómicos. ¿Para qué, si
todo va sobre ruedas?
Un crédito vivienda, por ejemplo, puede permitir a las familias evitar a largo plazo el
coste del alquiler. Un crédito empresarial puede permitir mejorar la capacidad
tecnológica o productiva en la medida necesaria para generar una riqueza superior al
importe del crédito a reembolsar. El problema surge cuando el endeudamiento crece
de forma manifiestamente superior al crecimiento real de la economía.
La estrategia más correcta, sin embargo, es la de iniciar cuanto antes el ajuste, que
puede afectar tanto a las políticas de los bancos centrales, a las políticas regulatorias o
de supervisión del sector financiero, o a los procesos de inflación de activos
financieros o inmobiliarios.
¿Es esto una solución para el problema de fondo? Evidentemente no, pero
conseguimos que los problemas de corto plazo se transformen en problemas de largo
plazo y que, en todo caso, sean otros futuros gobiernos los que hagan frente al
problema, o lo vuelvan a agravar y dilatar en el tiempo.
Con el tiempo, cada vez es más difícil que estas políticas cortoplacistas produzcan el
efecto deseado. ¿Por qué? Porque los importes de los intereses a pagar y los
vencimientos de la deuda son cada vez mayores y cada vez son mayores también los
esfuerzos que deben realizar las políticas públicas expansivas para retrasar el
problema. Finalmente, las crisis financieras acaban por estallar.
Y en ese momento, otra vez, las tentaciones a favor de políticas financieras expansivas
-e intentar así otra vez alargar el problema- son muy grandes. Lo contrario, atacar
directamente el sobreendeudamiento, requiere situar a ciudadanos, empresas y
gobiernos ante la realidad y, sobre todo, requiere asumir el coste político de la
reestructuración del sector financiero. Y ello no es nada fácil para los dirigentes de
nuestros países.
A partir de este criterio, son dos las decisiones a adoptar. Primero, en qué medida
vamos a abordar el problema de fondo y asegurar la reducción del
sobreendeudamiento o vamos a intentar una vez más retrasar el problema.