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Primera crnica de viaje

A travs de los ojos se nos abre una ventana, esta afirmacin parece consabida, sin embargo, no lo es porque ver no es lo mismo que mirar, y porque tampoco es igual que el paisaje enamore nuestro sentido a que por sus nias la luz describa el horizonte frente a nosotros: no basta la luz para observar el brillo esencial de los seres y las cosas, la inteligencia y las emociones son fundamentales. He aqu, entonces, la relacin de mi viaje, nuestro viaje (acompa a mi amigo Sal, y me acompa de mi asombro), el primero de muchos, espero, a la ciudad poema: Guanajuato. En efecto, tiene todo lo que un poeta romntico requiere: antiguas construcciones coloniales, calles de misterio y de ensueo, leyendas de amor y muerte, colores que resplandecen a la primera mirada, subterrneos fuera del tiempo, iglesias luminiscentes, cielos de ail incomparable, infinita belleza en los rostros de sus mujeres, madrugadas cuya atmsfera mata de embriaguez el alma, visiones vespertinas de tranquilidad, noches de secretos develados, una fuerza que desvanece distancias, clidas y, a veces, terribles profundidades llenas de plata. Un mundo hermoso y, sin abuso del trmino, romntico. Para enamorarse. Tras un largo viaje de cinco horas, llegamos a la estacin de autobuses de la ciudad a las cinco y media de la maana. Esperbamos el primer autobs del servicio pblico, pero nos dijeron que tardara, as que nos dirigimos en taxi al Centro Histrico de la ciudad. El conductor nos dej a las afueras de una cantina, como si adivinara en nuestras caras la sed de un largo viaje. Comenzamos, pues, a estirar las piernas: vimos el mercado que an no abra sus puertas, su imponente fachada; mi amigo la fotografi. En frente haba un arco a la entrada de una plazuela, seguimos tomando fotos. A un lado se hallaba una iglesia abierta, aunque sin ninguna misa todava. Seguimos por la pequea plaza, misma que daba a la Facultad de Arquitectura de la Universidad y al Teatro Universitario. Regresamos a la avenida principal y bajamos al camino subterrneo para dar al Callejn del Beso, que, a esas horas del amanecer posea un

encanto extraordinario que, estoy seguro, no tiene en ningn otro instante del da, verlo fue la primera magia.

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