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LEÓN ROZITCHNER

"Los medios son los pedagogos de la ciudadanía"


Aunque prefiere mantener en reserva su edad, no hay más que mirar su rostro para darse
cuenta de que los años le han pasado más lentos que al resto de los mortales. Sin olvidar
la frase “la juventud pasa” –que más de cinco décadas atrás le gritó un viejito cuando se
hacía arrumacos con una muchacha a orillas del Sena– León Rozitchner se atreve a
esbozar una hipótesis, un poco en broma y otro poco en serio, sobre su admirable estado:
“Pertenezco a un grupo de judíos que no tiene colesterol”, se ríe hilarante el filósofo y
autor de Moral burguesa y Revolución, Freud y los límites del individualismo burgués y El
terror y la gracia. Lejos de rememorar su época de estudiante en la Sorbona y de
ufanarse de haber estudiado con Maurice Merleau-Ponty y Claude Lévi Strauss, hoy hace
gala de su cabellera ondulada, de las pocas arrugas que le rodean sus diminutos y
chispeantes ojos y de su devoción por la mujer. Pero, sin duda, donde más cómodo se
siente es ejerciendo la principal concesión que le otorgó la vida: la palabra como espacio
de rebeldía.
“Al igual que hoy, a principios de los 50 el intelectual tampoco tenía un papel
preponderante. Apenas si aparecía, lo escuchaba una minoría, pero había más gente
dispuesta a escuchar que ahora. La producción de libros era menor, la tevé no existía. El
poder del capital era más grosero: no se metía tanto con la cultura. El rock no había aún
barrido con el realismo sensible del tango del barrio que cantaba con palabras porteñas.
La cultura no era un negocio financiero como ahora, donde un grupo invierte comprando
editoriales para fabricar libros como si fabricaran ladrillos, se compran las bandas o los
clubes de fútbol. Antes se buscaba qué leer, ahora una librería es un mundo feérico que
te hace guiños para seducirte desde las portadas de colores metalizados que brillan como
lucecitas prendidas. Los intelectuales fueron desplazados por los grandes medios que
compraron y privatizaron el espacio público donde las palabras circulan. Los media se han
convertido en los ‘pedagogos’ de la ciudadanía.”
AQUELLA VIEJA RABIA INTACTA
Es imposible hablar de la nueva izquierda intelectual argentina de los años 50 y 60 sin
remitirse a la figura de Rozitchner. El apasionamiento que vivía por esos días en la revista
Contorno, junto a otros íconos de la intelectualidad como Oscar Masotta, David Viñas y
Noé Jitrik, parece estar intacto cada vez que se sulfura con los medios de comunicación.
Se acomoda en la silla, sacude los brazos y eleva la voz como si su interlocutor no lo
escuchara.
–Todos los medios, salvo algunos, muy pocos, forman parte de una gran estrategia de
dominio económico, religioso y político. Dejan intersticios, es cierto, y éste es quizás uno
desde el que ahora estoy contestando sus preguntas. El objetivo al que apuntan los media
es el dominio del hombre: distorsionar el poder unitario del cuerpo pensante e imaginario
para adecuarlo a esas necesidades ajenas. Los medios nos seducen o inquietan; nos
ordenan a su gusto mientras nos desorganizan. Al hombre unitario hay que fragmentarlo
por las ideas, las imágenes o los sonidos. Penetran por los grandes orificios del cuerpo:
las figuras visuales, la palabra hablada y escrita, los sonidos. Pero activan, cada uno de
ellos, los cinco sentidos. La letra impresa de los diarios todavía deja un margen para
tomar distancia.
–¿Y la televisión?
-En la tevé, la pasividad es extrema: es casi una trampa del resplandor destellante frente
a la mirada que se rinde, sumisa. Todo se fragmenta, se mezcla, se distorsiona con
cálculos exactos y cortes imprevistos: la Biblia y el calefón sean por fin unidos. Al comprar
y unificar los medios, el poder financiero nos fabrica en serie: todos igualitos aunque
vestiditos de manera distinta.
–¿Por ejemplo?
–En Francia, hace treinta años, Le Monde era un diario muy serio, cuyo director era
nombrado por los redactores; hoy forma parte de un grupo de capital extranjero. Es casi
igual a Clarín, tanto en lo que calla como en lo que muestra. Las mismas noticias
centrales, los mismos enemigos y los mismos amigos, y la misma importancia para los
deportes: la misma estrategia.
–¿Cree que el hecho de que la política haya dejado de estar en las calles, los locales
partidarios, las universidades y las fábricas puede reducirse al papel que juegan los
medios?
–Es evidente que los medios son los que construyen la imagen de la realidad “verdadera”.
Todos los hechos y saberes que no coinciden con el sostén de esos núcleos de interés
quedan excluidos: no existen ni para la conciencia ni para la imaginación de la gente. Los
media se proponen que los propios conflictos y las necesidades colectivas se jerarquicen
o desaparezcan para quienes los viven. El colapso de los mayores bancos del mundo y la
caída de las bolsas de Estados Unidos aparece como una catástrofe sólo numérica,
abstracta: no se muestra la miseria, las muertes, las guerras, que infló con los suspiros de
la gente viva esa “burbuja” etérea, como si no estuviera llena de personas a las que se les
expropió la vida.
VENIMOS DEL TERROR
–Según su mirada, los medios parecerían haberse apropiado del debate público.
–Claro, pero en la Argentina esto se acentuó mucho más con el genocidio, porque la paz
política nos mostró en cada golpe militar o económico el fundamento de muerte que la
sostiene. La política es una tregua cuya duración está dada por nuestra resistencia: si
soportamos todo no nos va a pasar nada. La política viene de un golpe genocida que
sigue presente en el horizonte futuro, y hay un genocidio prometido con el que se nos
amenaza de múltiples formas si se quiere realmente cambiar algo. Los media son los que
sostienen el único horizonte de futuro posible. Nos moldean y al mismo tiempo nos
muestran los límites insuperables de ese molde, si queremos seguir vivos. Con el “golpe
del campo” el terror adormecido en la memoria de nuestros cuerpos volvió a despertarse,
y con él se valorizó el espacio del “divertimento” de los medios con el que nos
anestesiamos.
–¿Considera que los medios y varios sectores políticos abogaron por la búsqueda de
consenso en contraposición a la confrontación de ideas durante el conflicto del campo?
–No existía confrontación de ideas porque había una sola idea en circulación, que era la
que transmitían los medios en cadena. El consenso era el que impusieron los más fuertes.
Quedamos tan absortos como desinformados. La gente se preguntaba, impotente,
mientras volvía a sentir la amenaza del derrumbe, ¿cuándo va a venir alguien a decirnos
en verdad qué pasa? Los dos meses de desabastecimiento fueron de nuevo una
amenaza a la vida por temor al hambre. La tierra como propiedad privada perdió su
sentido como suelo de todos los argentinos. No era la tierra madre o patria, sino la tierra
financiera.
–¿Por qué hay tanto miedo al conflicto y a la confrontación de ideas?
–¿Dónde confrontar ideas si no existe ese espacio público? Ese espacio, lo sabemos, fue
comprado por el capital financiero. Las “ideas” van y vienen de un solo lado. Ni siquiera el
Gobierno fue capaz de poner la tevé en cadena para decir lo suyo e informar a la gente.
Cuando todo está unificado por el poder de los media, ni las campanas del Gobierno
suenan. A la “verdad” política del kirchnerismo sólo se la sentía en el odio que la derecha
y los ciudadanos/as ahítos gritaban: era el único índice donde la mayoría leía si el
Gobierno era el bueno o el malo. Tanto más bueno cuanto más malos se mostraban los
del campo, los curas y los políticos. Los media, sobre todo la tevé, estaban implorando al
desastre por razones contables. Los media fueron el ariete para atacar las necesidades
mayoritarias.
–¿Qué le pasa a usted frente a ese discurso de los medios?
–Los miro, los escucho, los leo, pero muy poquito: es un mundo obsceno al que terminás
espiando para evitar que, de verlos todos los días, entren a formar parte de tu propia
familia. Pasamos mirando o leyendo año tras año a esos mismos personajes cumpliendo
su faena, y con ellos convive la mayoría de nuestros conciudadanos. La “familia” está
unita por los personajes de los grandes media. Uno que sí lee y escribe trata de entender
desde abajo: cómo hemos llegado a esto. No es fácil. La gente que tiene que decir algo
en serio no está en los medios, o son muy pocos y por tiempo breve.
ESCRIBA CIEN VECES “NO SOY K”.
Sentado en el escritorio de un departamento construido durante el primer gobierno de
Juan Domingo Perón y con la pipa entre sus dedos, echa luz sobre el malentendido de
algunos medios que lo mencionaron como uno de los firmantes de Carta Abierta: “Nunca
firmé las cartas de los intelectuales, sólo asistí a la primera reunión”. Se queda en silencio
y lanza una mirada desafiante antes de completar la idea.
–Muchos de los intelectuales que firmaron la carta sólo retoman el camino que los define
como intelectuales plenos, y lo hicieron en un momento dramático de la amenaza, cuando
toda la derecha formó un frente único, como si un director invisible organizara la orquesta
para ejecutar una misma música sacra. Se sentían dueños del mundo circulando por los
caminos que les abrió el genocidio: imponer la primarización de la economía prolongando
la fuerza del terror pasado. Aunque uno no coincida en todo con lo que expresa la carta,
tenemos algunas ideas básicas que nos son comunes. Creo que es una experiencia
importante, pero cada uno busca el lugar que cree más adecuado a sus propias ganas.
Sin demasiados rodeos, evita hablar de lo que no tiene ganas. Cuando se le pregunta por
la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, corta en seco: “No creo que sea un tema
importante”. Pero sí se entusiasma cuando la charla apunta a uno de los caminos que él
mismo elige transitar: la izquierda argentina.
–Usted dijo que la derecha logró formar un frente único. ¿Qué sucede con las izquierdas
de nuestro país que no consiguen obtener un mínimo nivel de representatividad política?
–Las izquierdas de nuestro país son izquierdas políticas trabajadas por la razón patriarcal
cristiana, aunque no lo sepan. Por eso quieren bajar los conceptos a la tierra, aunque ésta
se resista. Trabajan sobre el fondo de una materialidad, como diría Marx, “no subjetiva”,
no de los cuerpos sensibles vivos: tienen sólo un corpus de palabras. Si la izquierda no
comienza a plantear los problemas desde la relación con el cuerpo y la tierra –que es por
definición el cuerpo común de los argentinos– y sólo lo hace desde las “necesidades” que
la economía define, no va a tener arraigo. Si no “materializan” el concepto de Nación para
incluirnos carnalmente en la tierra, le están regalando nuestra base terrestre a la derecha,
con cuyas categorías la gente de izquierda misma piensa

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