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La física cuántica confirma que creamos nuestra

realidad
La física moderna dice “tú si puedes”

Durante décadas, los poderes de la mente han sido cuestiones asociadas al


mundo “esotérico”, cosas de locos. La mayor parte de la gente desconoce que
la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico dominante hoy día
en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación entre el pensamiento
y la realidad. Que cuando creemos que podemos, en realidad, podemos.
Sorprendentes experimentos en los laboratorios más adelantados del mundo
corroboran esta creencia.

El estudio sobre el cerebro ha avanzado mucho en las últimas décadas


mediante las “tomografías”. Conectando electrodos a este órgano, se
determina donde se produce cada una de las actividades de la mente. La
fórmula es bien sencilla: se mide la actividad eléctrica mientras se produce
una actividad mental, ya sea racional, como emocional, espiritual o
sentimental y así se sabe a qué área corresponde esa facultad.

Estos experimentos en neurología han comprobado algo aparentemente


descabellado: cuando vemos un determinado objeto aparece actividad en
ciertas partes de nuestro cerebro… pero cuando se exhorta al sujeto a que
cierre los ojos y lo imagine, la actividad cerebral es ¡idéntica! Entonces, si el
cerebro refleja la misma actividad cuando “ve” que cuando “siente”, llega la
gran pregunta: ¿cuál es la Realidad? “La solución es que el cerebro no hace
diferencias entre lo que ve y lo que imagina porque las mismas redes
neuronales están implicadas; para el cerebro, es tan real lo que ve como lo que
siente”, afirma el bioquímico y doctor en medicina quiropráctica, Joe
Dispenza en el libro “¿y tú qué sabes?”. En otras palabras, que fabricamos
nuestra realidad desde la forma en que procesamos nuestras experiencias, es
decir, mediante nuestras emociones.

La farmacia del cerebro

En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas


emocionales. Allí, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia que
existe, donde se crean unas partículas llamadas “péptidos”, pequeñas
secuencias de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o
neuropéptidos. Ellas son las responsables de las emociones que sentimos
diariamente. Según John Hagelin, profesor de física y director del Instituto
para la ciencia, la tecnología y la política pública de la Universidad Maharishi,
dedicado al desarrollo de teorías del campo unificado cuántico: “hay química
para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia…”

En el momento en que sentimos una determinada emoción, el hipotálamo


descarga esos péptidos, liberándolos a través de la glándula pituitaria hasta la
sangre, que conectará con las células que tienen esos receptores en el exterior.
El cerebro actúa como una tormenta que descarga los pensamientos a través
de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un pensamiento, ni siquiera en los
más avanzados laboratorios, pero lo que sí se ve es la tormenta eléctrica que
provoca cada mentalismo, conectando las neuronas a través de las “fisuras
sinápticas”.

Cada célula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriéndose


a esas experiencias emocionales. Candance Pert, poseedora de patentes sobre
péptidos modificados y profesora en la universidad de medicina de
Georgetown, lo explica así: “Cada célula es un pequeño hogar de conciencia.
Una entrada de un neuropéptido en una célula equivale a una descarga de
bioquímicos que pueden llegar a modificar el núcleo de la célula”.

Nuestro cerebro crea estos neuropéptidos y nuestras células son las que se
acostumbran a “recibir” cada una de las emociones: ira, angustia, alegría,
envidia, generosidad, pesimismo, optimismo… Al acostumbrarse a ellas, se
crean hábitos de pensamiento. A través de los millones de terminaciones
sinápticas, nuestro cerebro está continuamente recreándose; un pensamiento o
emoción crea una nueva conexión, que se refuerza cuando pensamos o
sentimos “algo” en repetidas ocasiones. Así es como una persona asocia una
determinada situación con una emoción: una mala experiencia en un ascensor,
como quedarse encerrado, puede hacer que el objeto “ascensor” se asocie al
temor a quedarse encerrado. Si no se interrumpe esa asociación, nuestro
cerebro podría relacionar ese pensamiento-objeto con esa emoción y reforzar
esa conexión, conocida en el ámbito de la psicología como “fobia” o “miedo”.

Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica. Un miedo (a


no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que recurramos a
una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo. El objetivo
inconsciente es “engañar” a nuestras células con otra emoción diferente,
generalmente, algo que nos excite, “distrayéndonos” del miedo. De esta
manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará,
inevitablemente, con la “solución”, es decir, con la adicción. Detrás de cada
adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo
insertado en la memoria celular.

La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese círculo vicioso, en cuanto


quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre neuronas que es el
“pasaje a la liberación”. Porque, como ha demostrado el Instituto Tecnológico
de Massachussets en sus investigaciones con lamas budistas en estado de
meditación, nuestro cerebro está permanentemente rehaciéndose, incluso, en
la ancianidad. Por ello, se puede desaprender y reaprender nuevas formas de
vivir las emociones.

Mente creadora

Los experimentos en el campo de las partículas elementales han llevado a los


científicos a reconocer que la mente es capaz de crear. En palabras de Amit
Goswani, profesor de física en la universidad de Oregón, el comportamiento
de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace el observador:
“cuando el observador mira, se comporta como una onda, cuando no lo hace,
como una partícula”. Ello quiere decir que las expectativas del observador
influyen en la Realidad de los laboratorios… y cada uno de nosotros está
compuestos de millones de átomos.

Traducido al ámbito de la vida diaria, esto nos llevaría a que nuestra Realidad
es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias expectativas. Si una
partícula (la mínima parte de materia que nos compone) puede comportarse
como materia o como onda… Nosotros podemos hacer lo mismo.

La realidad molecular

Los sorprendentes experimentos del científico japonés Masaru Emoto con las
moléculas de agua han abierto una increíble puerta a la posibilidad de que
nuestra mente sea capaz de crear la Realidad. “Armado” de un potente
microscopio electrónico con una diminuta cámara, Emoto fotografió las
moléculas procedentes de aguas contaminadas y de manantial. Las metió en
una cámara frigorífica para que se helaran y así, consiguió fotografiarlas. Lo
que encontró fue que las aguas puras creaban cristales de una belleza
inconmensurable, mientras que las sucias, sólo provocaban caos. Más tarde,
procedió a colocar palabras como “Amor” o “Te odio”, encontrando un efecto
similar: el amor provocaba formas moleculares bellas mientras que el odio,
generaba caos.

Por último, probó a colocar música relajante, música folk y música thrash
metal, con el resultado del caos que se pudieron ver en las fotografías.

La explicación biológica a este fenómeno es que los átomos que componen las
moléculas (en este caso, los dos pequeños de Hidrógeno y uno grande de
Oxígeno) se pueden ordenar de diferentes maneras: armoniosa o caóticamente.
Si tenemos en cuenta que el 80% de nuestro cuerpo es agua, entenderemos
cómo nuestras emociones, nuestras palabras y hasta la música que
escuchamos, influyen en que nuestra realidad sea más o menos armoniosa.
Nuestra estructura interna está reaccionando a todos los estímulos exteriores,
reorganizando los átomos de las moléculas.

El valioso vacío atómico

Aunque ya los filósofos griegos especularon con su existencia, el átomo es


una realidad científica desde principios de siglo XX. La física atómica dio
paso a la teoría de la relatividad y de ahí, a la física cuántica. En las escuelas
de todo el mundo se enseña hoy día que el átomo está compuesto de partículas
de signo positivo (protones) y neutras (neutrones) en su núcleo y de signo
negativo (electrones) girando a su alrededor. Su organización recuerda
extraordinariamente a la del Universo, unos electrones (planetas) girando
alrededor de un sol o núcleo (protones y neutrones). Lo que la mayoría
desconocíamos es que la materia de la que se componen los átomos es
prácticamente inexistente. En palabras de William Tyler, profesor emérito de
ingeniería y ciencia de la materia en la universidad de Stanford, “la materia no
es estática y predecible. Dentro de los átomos y moléculas, las partículas
ocupan un lugar insignificante: el resto es vacío”.

En otras palabras, que el átomo no es una realidad terminada sino mucho más
maleable de lo que pensábamos. El físico Amit Goswani es rotundo:
“Heinsenberg, el codescubridor de la mecánica cuántica, fue muy claro al
respecto; los átomos no son cosas, son TENDENCIAS. Así que, en lugar de
pensar en átomos como cosas, tienes que pensar en posibilidades,
posibilidades de la consciencia. La física cuántica solo calcula posibilidades,
así que la pregunta viene rápidamente a nuestras mentes, ¿quién elige de entre
esas posibilidades para que se produzca mi experiencia actual? La respuesta
de la física cuántica es rotunda: La conciencia está envuelta, el observador no
puede ser ignorado”.

¿Qué realidad prefieres?

El ya famoso experimento con la molécula de fullerano del doctor Anton


Zeillinger, en la Universidad de Viena, testificó que los átomos de la molécula
de fullerano (estructura atómica que tiene 60 átomos de cárbón) eran capaces
de pasar por dos agujeros simultáneamente. Este experimento “de ciencia
ficción” se realiza hoy día con normalidad en laboratorios de todo el mundo
con partículas que han llegado a ser fotografiadas. La realidad de la
bilocación, es decir, que “algo” pueda estar en dos lugares al mismo tiempo,
es algo ya de dominio público, al menos en el ámbito de la ciencia más
innovadora. Jeffrey Satinover, ex presidente de la fundación Jung de la
universidad de Harvard y autor de libros como “El cerebro cuántico” y “El ser
vacío”, lo explica así: “ahora mismo, puedes ver en numerosos laboratorios de
Estados Unidos, objetos suficientemente grandes para el ojo humano, que
están en dos lugares al mismo tiempo, e incluso se les puede sacar fotografías.
Yo creo que mucha gente pensará que los científicos nos hemos vuelto locos,
pero la realidad es así, y es algo que todavía no podemos explicar”.

Quizás porque algunos piensen que la gente “de a pie” no va a comprender


estos experimentos, los científicos todavía no han conseguido alertar a la
población de las magníficas implicaciones que eso conlleva para nuestras
vidas, aunque las teorías anejas sí forman parte ya del dominio de la ciencia
divulgativa.

Seguramente la teoría de los universos paralelos, origen de la de la


“superposición cuántica”, es la que ha conseguido llegar mejor al gran
público. Lo que viene a decir es que la Realidad es un número “n” de ondas
que conviven en el espacio-tiempo como posibilidades, hasta que UNA se
convierte en Real: eso será lo que vivimos. Somos nosotros quienes nos
ocupamos, con nuestras elecciones y, sobre todo, con nuestros pensamientos
(“yo sí puedo”, “yo no puedo”) de encerrarnos en una realidad limitada y
negativa o en la consecución de aquellas cosas que soñamos. En otras
palabras, la física moderna nos dice que podemos alcanzar todo aquello que
ansiamos (dentro de ese abanico de posibilidades-ondas, claro).

En realidad, los descubrimientos de la física cuántica vienen siendo


experimentados por seres humanos desde hace milenios, concretamente, en el
ámbito de la espiritualidad. Según el investigador de los manuscritos del Mar
Muerto, Greg Braden, los antiguos esenios (la comunidad espiritual a la que,
dicen, perteneció Jesucristo) tenían una manera de orar muy diferente a la
actual. En su libro “El efecto Isaías: descodificando la perdida ciencia de al
oración y la plegaria”, Braden asegura que su manera de rezar era muy
diferente a la que los cristianos adoptarían. En lugar de pedir a Dios “algo”,
los esenios visualizaban que aquello que pedían ya se había cumplido, una
técnica calcada de la que hoy se utiliza en el deporte de alta competición, sin
ir más lejos. Seguramente, muchos han visto en los campeonatos de atletismo
cómo los saltadores de altura o pértiga realizan ejercicios de simulación del
salto: interiormente se visualizan a sí mismos, ni más ni menos que realizando
la proeza. Esta técnica procede del ámbito de la psicología deportiva, que ha
desarrollado técnicas a su vez recogidas del acervo de las filosofías orientales.
La moderna Programación Neurolingüística, usada en el ámbito de la
publicidad, las relaciones públicas y de la empresa en general, coincide en
recurrir al tiempo presente y a la afirmación como vehículo para la
consecución de los logros. La palabra sería un paso más adelante en la
creación de la Realidad, por lo que tenemos que tener cuidado con aquello que
decimos pues, de alguna manera, estamos atrayendo esa realidad.

La búsqueda científica del alma


En las últimas décadas, los experimentos en el campo de la neurología han ido
encaminados a encontrar donde reside la conciencia. Fred Alan Wolf, doctor
en física por la universidad UCLA, filósofo, conferenciante y escritor lo
explica así en “¿Y tú qué sabes?” de la que se espera la segunda parte en
pocos meses: “Los científicos hemos tratado de encontrar al observador, de
encontrar la respuesta a quién está al mando del cerebro: sí, hemos ido a cada
uno de los escondrijos del cerebro a encontrar el observador y no lo hemos
hallado; no hemos encontrado a nadie dentro del cerebro, nadie en las
regiones corticales del cerebro pero todos tenemos esa sensacion de ser el
observador”. En palabras de este científico, las puertas para la existencia del
alma están abiertas de par en par: “Sabemos lo que el observador hace pero no
sabemos quién o qué cosa es el observador”.

Hoy recuperadas por la física cuántica, muchas de estas afirmaciones eran


conocidas en la Antigüedad, como en el caso del “Catecismo de la química
superior”, de Karl von Eckartshausen.

—————————————————————————————

Cuadro 1 Nuestro cerebro: un ordenador que procesa información

A cada segundo, en una vida como la moderna llena de estímulos: nos


bombardean enormes cantidades de información. El cerebro solo procesa una
mínima cantidad de ella: 400 mil millones de bits de información por
segundo. Los estudios científicos han demostrado que sólo somos conscientes
de 2.000 mil de esos bits, referidos al medio ambiente, el tiempo y nuestro
cuerpo. Así pues, lo que consideramos la Realidad, es decir, aquello que
vivimos, es sólo una mínima parte de lo que en realidad está ocurriendo.
¿Cómo se filtra toda esa información?

A través de nuestras creencias: El modelo de lo que creemos acerca del


mundo, se construye desde lo que sentimos en nuestro interior y de nuestras
ideas. Cada información que recibimos del exterior se procesa desde las
experiencias que hemos tenido y nuestra respuesta emocional procede de estas
memorias. Por eso, los malos recuerdos nos impulsan a caer en los mismos
errores.

Cuadro 2: Cómo romper con esos malos hábitos del pensamiento

El cerebro crea esas redes a partir de la memoria: ideas, sentimientos,


emociones. Cada asociación de ideas o hechos, incuba un pensamiento o
recuerdo en forma de conexión neuronal, que desemboca en recuerdos por
medio de la memoria asociativa. A una sensación o emoción similar,
reaparecerá ese recuerdo en forma de idea o pensamiento. Hay gente que
conecta “amor” con “decepción” o “engaño”, así que cuando vaya a sentir
amor, la red neuronal conectará con la emoción correspondiente a cómo se
sintió la última vez que lo sintió: ira, dolor, rabia, etc. Según Joe Dispenza “si
practicamos una determinada respuesta emocional, esa conexión sináptica se
refuerza y se refuerza. Cuando aprendemos a “observar” nuestras reacciones y
no actuamos de manera automática, ese modelo se rompe”. Así pues, aprender
a “ver” esas asociaciones es la mejor manera de evitar que se repitan: la llave
es la consciencia.

Cuadro 3: La mecánica de la erección

La mejor metáfora del pensamiento creador es el miembro masculino. Una


sola fantasía sexual, es decir, un pensamiento erótico, es capaz de producir
una erección, con toda la variedad de glándulas endocrinas y hormonas que
participan en ello. Nada hay fuera de la mente del hombre pero, sin embargo,
se produce un torbellino hormonal que desemboca en un hecho físico
palpable. En el lado femenino, también el poder del pensamiento asociado al
erotismo se convierte a menudo en hechos físicos, demostrando la capacidad
del pensamiento para crear situaciones placenteras… o adictivas. Los más
firmes defensores del poder de la visualización llegan a proponer que se puede
obtener a través de ella casi todo lo que deseamos.
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Física cuántica y conciencia de la realidad


Cuando miramos un árbol, decimos, "sus hojas son verdes": "mi verde". Es
nuestra realidad cotidiana. Sin embargo, no somos conscientes de que el color
que manifiesta el árbol es el que refleja, es el que "no quiere", el que "rechaza",
pues sólo permite que penetre en su estructura celular el resto de colores del
espectro visible, que es la banda de frecuencias que exige de la radiación solar
para llevar a cabo la fotosíntesis. El color que muestra es sólo su autoafirmación
de especie frente al ambiente que le rodea. Por tanto, ¿cuál es la realidad?, el
verde que vemos o la fracción de frecuencias representadas por el resto de
radiaciones del espectro que permiten al árbol seguir viviendo?.
Actualmente, los físicos se preguntan si el mundo que llamamos real es algo
concreto, tal como se nos presenta, o por el contrario es la percepción
holográfica de una gran cohorte de partículas elementales que se ordenan ante
la inferencia humana. Si no se obtiene una percepción directa de la realidad,
¿existe tal realidad?, y especialmente, ¿si cuando dejamos de percibirla (olerla,
saborearla, tocarla, mirarla, ponderarla, evaluarla, etc.), queda sólo como una
sensación inconcreta que se desdibuja en el tiempo?. Por ello, las preguntas que
se deben hacer, por simple asociación, son:
1. No conozco, no tengo conciencia del fenómeno, ¿luego no existe?;
2. ¿Sólo existe cuando lo percibo?;
3. Lo que percibo, ¿es el mundo real?, o ¿sólo es "mi mundo real"?;
4. Mi mundo real, ¿es solamente "mi presente"?;
5. En cada instante de mi presente, ¿se encuentra la profundidad de
la eternidad?;
6.¿Puedo inmovilizar e intemporalizar ese "mi instante"?, y si es así,
7. ¿Puedo tomar conciencia de la eternidad?.
Aparentemente, son preguntas cuyas respuestas parecen ser altamente
complejas. En los años 30 del siglo pasado, Einstein, Rosen y Podolsky,
afrontan este problema escribiendo:" No cabe esperar ninguna definición
mínimamente razonable de la realidad que nos rodea". El rol de la conciencia
del observador en la creación de la realidad cuántica, se presenta como uno
de los grandes retos de la física actual, ya que este observador al encontrarse
aparentemente fuera del sistema cuántico que es abierto e impredecible, es
incapaz de definir tal realidad y mucho menos, formularla, por lo que su
interpretación no sólo no puede ser objetiva, sino que ni siquiera la alcanza el
campo de la subjetividad.
Ante estos hechos, Capra, de la Univ. de California, propone una interpretación
intuitiva, metafísica y mística de la esencia de la Naturaleza. Anteriormente y en
la misma línea, Bohr, al exponer el constructor atómico y por ello ser
nombrado caballero, elige como escudo de su blasón el esquema del yin y del
yang, oriental. Schrödinger, tras sus investigaciones, acaba dando amplio
crédito a la religión budista. La física de Newton ya nos permitía entrever la
existencia de este problema, sin embargo, es la física cuántica la que nos puede
dar algunas respuestas.
La ciencia, tal como se la define actualmente, propone un conocimiento
crítico e intenta describir la realidad y explicarla mediante leyes que
son proposiciones universales que establecen bajo qué condiciones
se producirán ciertos hechos, permitiendo así la predicción de los
fenómenos, a condición de estar despojados de sentimientos,
sensaciones y emociones. La física, por un lado, nos acerca al
conocimiento de los elementos materiales que constituyen la
Naturaleza próxima, y por otro, intenta investigar el origen del
Universo y su evolución mediante modelos analíticos teóricos, y todo
ello, recurriendo a la abstracta razón de la útil herramienta de las
matemáticas. Los físicos se valen de la investigación en su vertiente
fundamental o aplicada, dependiendo de si son teóricos o
experimentadores. En cualquier caso, el objetivo último, tal vez
utópico, es el de construir un modelo capaz de resolver todas y cada
una de las cuestiones que se pueden plantear desde la relatividad
general y la física cuántica, unificándolas en una sola teoría. En este
momento, sin embargo, no parece posible un modelo físico-teórico
que contenga a la vez, las fuerzas que interrelacionan la materia con
la energía (electromagnetismo, gravedad, fuerza débil o de Fermi y
fuerza nuclear) y las ondas y partículas elementales cuánticas.
La física cuántica establece que las partículas elementales,
constituyentes del átomo, no son elementos esencialmente reales
dada su imprecisión existencial. Se pueden comportar como
partículas en un momento dado y como ondas en el siguiente o en el
anterior. Existen en un espacio y un tiempo que no reconoce el
presente, saltan del pasado al futuro, y a la inversa. El presente
material sólo es reconocido como una necesidad y una arbitrariedad
de la observación humana. No obstante, contradictoriamente, las
partículas elementales y las ondas exigen su derecho de ser el
fundamento de la materia. Paradigma complejo y de difícil solución.
La curiosidad estriba en que tanto la física relativista como la
cuántica resuelven problemas siempre que no sea simultáneamente.
Esta disyuntiva generó el Principio de Incertidumbre propuesto por
Heisenberg, que expresa el que no hay ningún elemento que exista
en un lugar y en un tiempo determinados. Por tanto, la velocidad y
situación de una partícula elemental solamente se puede fijar en un
instante dado (por el diagrama de Friedmann), pero nunca se sabrá
que sucederá en el instante siguiente, y tampoco si actuará como tal
partícula o como función de onda.
La física clásica la erigió Newton como respuesta al sentido común.
La materia se puede evaluar, se precisa su posición y su
comportamiento, se prevén los movimientos y velocidades, sus
energías y sus resultados. Las ondas eran elementos de segundo
orden en comparación con las partículas que por sí solas eran
suficientes para conformar la materia. La física clásica no intuyó con
la perspicacia necesaria, las posibilidades de las ondas actuando
como partículas, al no conocer estos elementos subatómicos, a la vez
extremadamente cercanos y lejanos, pero vinculados estrechamente
a la vida de los átomos. No fue más allá del horizonte molecular.
La física cuántica teoriza sobre la constitución íntima de la "materia
real" fundamentándola en dos partículas elementales: fermiones y
bosones.
Los fermiones son las partículas que construyen la estructura de la materia, y
se encuentran representados por los electrones, protones y neutrones. Son
partículas que actúan con cierta independencia y autonomía. Los bosones son
los vectores que transportan la esencia y la fuerza de la Naturaleza, facilitando la
conjunción del Universo. Son partículas independientes que siempre
interactúan entre sí, a veces sincrónicamente, pero que en ciertas condiciones
pierden su individualidad. Esta paradoja de la interdependencia e
individualidad de estas partículas fue enunciada por Einstein, Podolski y
Rosen. Los bosones están constituidos por los gluones, gravitones y fotones,
siempre con tendencia unívoca a la reunión dispersa.
La interrelación dinámica entre fermiones y bosones, la fundamenta,
especialmente, el fotón, que al no tener carga, es su propia antipartícula. Pares
de electrones y positrones pueden ser creados espontáneamente por fotones, y
este proceso se puede invertir como consecuencia de su propia aniquilación. La
antipartícula del electrón es el positrón. La colisión de un fotón (γ) con un
electrón (e-) genera un brusco cambio en la dirección de este. El e- absorbe al γ.
Luego, lo emite cambiando de nuevo su direcciσn.
Para ver el gráfico seleccione la opción "Descargar" del menú superior
Diagrama en el que se describe la colisión de un electrón y un fotón.
Obsérvese que entre las dos colisiones A y B, el electrón ha cambiado
su trayectoria en el espacio y ha invertido el tiempo.
Fermiones y bosones, son partículas elementales que sostienen y actúan en
instantes indeterminados como funciones de onda.
Por causa de los bosones, los fermiones se mueven y se mantienen
coherentes entre sí, aunque independientes, en el proceso de creación. Cuando
los bosones se solapan por la afinidad generada por una información
compartida resonante (concepto introducido por el autor) conllevan una
determinada identidad, pero las probabilidades de existencia como tales
partículas individuales, disminuyen, concretándose la materialización. A este
proceso se le denomina caída de la función de onda. Esta primigenia afinidad
puede hacer suponer la presencia de un inicial estado elemental de conciencia.
La pérdida de la cualidad individual de los bosones, es la responsable directa
de la aparición de un primer estadio de una estructura material consciente de su
propia existencia.
La teoría cuántica sólo es posible expresarla en términos matemáticos y describe
a la materia como una abstracción. En este sentido, la materia no ocupa ni un
espacio puntual ni un tiempo determinado, se encuentra difundida y en un
constante movimiento discontinuo, aleatorio e impredecible, en todo el
Universo. Las partículas elementales no obedecen a leyes predeterminadas, por
lo que para quien las observa en este estado inicial, resultan parecer la
consecuencia de una situación caótica.
Primero Minkowski y luego su alumno Einstein, proponen los campos o
planos de referencia inercial. Supongamos que un turista, que se encuentra en
Sacrè Coeur, París, pregunta dónde se encuentra el edificio número 10, en la
Place de Tête. Para un parisino domiciliado en esa zona le será muy fácil
explicar, ya sea topológica o matemáticamente, lo que debe hacer el turista para
llegar a esa exacta dirección. Sin embargo, a nadie se le ocurrirá preguntar por
esa misma dirección si se encuentra a 1.000 kilómetros de altura. En todo caso
preguntará dónde se encuentra Europa. Es decir, los hechos responden a
determinados planos de referencia inercial. De aquí surge la relatividad, que en
todo caso responde a la referencia asociada al propio observador. Es el mundo
de las certezas, donde el movimiento es natural pues lo controlamos por el
espacio recorrido, por el tipo de velocidad, el tiempo y la energía empleada. Sin
embargo, para la teoría cuántica, no pueden existir planos de referencia, excepto
los que devienen de un preciso instante dado. Es el mundo de lo impredecible,
donde todo fluye, donde las partículas aparecen y desaparecen, sus movimientos
son discontinuos y giran sin cesar en todas direcciones, a veces como tales
partículas y a veces como funciones de onda. El espacio y el tiempo se difunden
en el mundo de las partículas que circulan sin orden cronológico, se diluyen en
campos de magnitudes de onda en su propio y aleatorio espacio y se
complejifican en ocasiones, permitiendo la materialización, y en otros instantes
invirtiendo el curso del tiempo. Las realidades cuánticas son estados
potenciales.
Naturalmente, para un observador es más simple desenvolverse en el mundo de
la física clásica; no podría hacerlo en el mundo cuántico, pues este observador
necesita de hechos entendibles no desde la acronología. Sin embargo, los
fermiones, y especialmente los electrones, sí. Es el denominado
acontecimiento de reversibilidad temporal, en el que los sucesos ocurren de una
manera tal, que permiten adoptar cualquier dirección en el espacio y en el
tiempo. Es por esto por lo que el observador influye definitivamente en la
creación de la materia, es el que le aporta conciencia a la realidad. Ello permite
las dualidades onda-partícula, cuerpo-conciencia y mente-realidad, aspectos
todos ellos, indisociables de la existencia. Es el observador el que crea la
realidad del instante presente. Si este instante no es observado se puede
generalizar diciendo que se difundirá, extinguiéndose en el tiempo. Por tanto,
sólo es la conciencia del observador del suceso lo que le aporta realidad. Pero, ¿y
si no se tiene conciencia de ese mismo suceso, existe en realidad?.
Las partículas elementales parecen estar aparentemente alejadas en el espacio-
tiempo, pero en realidad, en un dominio subyacente, el dominio implícito
cuántico, permite que se encuentren vinculadas entre sí. Según Bohm, este
dominio se comporta como el patrón de interferencias de un holograma. En el
dominio implícito de las frecuencias no existe el espacio, ni las distancias, y por
ello, tal como dice Pribiam: "la separatividad es una ilusión construida en
nuestro cerebro".
Es conocido el problema de "quién mató al gato" propuesto por Schrödinger.
Pensó en quién mataría a un gato dentro de una jaula. Colocó comida en un lado
y un tóxico mortal en el otro. Por delante puso un líquido radioactivo que
desprendería una partícula que podría subir o bajar. Si esta partícula sube, se
destapará la comida, pero si baja, destapará el veneno. Se trata de saber que le
sucederá al gato. Según la ecuación del autor de este acertijo, nada físico puede
decidir la suerte del gato. Al tratarse de una realidad cuántica se encuentra en
un estado potencial. Vivo y muerto al mismo tiempo, en dos estados probables,
solapados e interpuestos. Sólo la mirada del observador puede determinar el
desenlace final.
La realidad cuántica es diferente según se perciba o no, según se observe o no.
Imaginemos la infinidad de trayectorias de partículas elementales y
ondas (los trazos del dibujo de Doré) que se han ordenado en el
instante dinámico de la interferencia del observador, ofreciendo a la
organización cerebral la proyección del espejo de la realidad.
Individualmente, cada línea o trayectoria de una partícula no se
traduce en una imagen reconocible, sin embargo, el conjunto
ordenado de ellas conforman nuestra realidad cotidiana.
Electrones que antes de la percepción del observador eran partículas u ondas
indefinidas e impredecibles, se transforman, como consecuencia de esa misma
observación, en partículas y ondas de carácter formal, mediante unos fotones
invisibles que responden a la llamada del observador como consecuencia de su
experimento. El gato vivirá o morirá, concretando uno de los dos estados
latentes superpuestos en el momento de la observación. Dependiendo del
instante de la observación, Schrödinger lo acariciará o lo enterrará.
A partir de aquí se plantea un gran problema. ¿Qué poder virtual tiene el
observador sobre la creación de la realidad?. El conocimiento de los elementos
que nos rodean, parece ser el eslabón entre el mundo cuántico y la realidad
común. Es decir, la conciencia del observador es la que hace realidad lo
observado. Por eso, Prigogine dice: "La realidad se nos revela sólo a través de
una construcción activa en la que participamos" . La ciencia, tal como se
definió anteriormente, no responde a estas características quedando corta en
sus objetivos, ya que su campo de actuación no contempla a la conciencia.
De acuerdo con Louis de Broglie:
"En la dimensión espacio-temporal, todo lo que para cada uno de nosotros
constituye el pasado, el presente y el futuro, se da en bloque... Cada observador,
a medida que su tiempo va pasando, descubre nuevas porciones de espacio-
tiempo que aparecen ante él como aspectos sucesivos del mundo material,
aunque en realidad, el conjunto de sucesos que constituyen el espacio-tiempo,
existe con prioridad a su conocimiento de ellos"
La reducción de la probabilidad y su conversión en realidad se encuentra
asociada a la actividad y "actitud" de los bosones, por lo que pueden ser
considerados como los antecedentes primarios de la conciencia (Martínez de
la Fe, 1991).
La conciencia está en estado latente en la materia, por lo que no es algo extraño
al mundo cuántico: las partículas elementales asocian los cambios en su medio a
la interferencia del observador. Existe un diálogo inexplicable entre el hombre y
la partícula. Tal vez sea este "... el secreto del Viejo", tal como dijo Einstein. La
conciencia brota a partir de una relación de fotones virtuales coherentemente
ordenados en el sistema cuántico del cerebro.
El observador se convierte de esta manera en el espejo de la realidad, que su
conciencia debe conocer y asume la dualidad: onda-partícula, cuerpo-
conciencia, mente-realidad, aspectos diferentes pero todos ellos integrados en la
existencia. Desde la física cuántica se puede afirmar que la realidad no es más
que un holograma constituido por partículas elementales ordenadas en nuestro
cerebro.
De esta forma, el hombre cuántico se convierte en la gran paradoja de la física
de las partículas cuánticas.
BIBLIOGRAFÍA:
Sergio A. R. Gutiérrez Morales y Victor Smith-Agreda: "Biomedicina:
Fundamentos, Práctica Clínica e Investigación", Mandala, Madrid, 2001.
Ortoli, Pharabod: "El cántico de la cuántica", Gedisa, Barna, 1987.
Dennis Flanagan: "La ciencia ante el S XXXI", Temas de Hoy, Madrid, 1989.
Danah Zohar: "La conciencia cuántica", Plaza y Janés, Barna, 1991.
Ilya Prigogine: "Entre le temps et l´eternité", Fayard, París, 1988.
Martínez de la Fe: "¿Existe lo que no vemos?", Heptada edic., Madrid, 1991.
López Royo: "Física General", Catedrático de la Facultad de Física,
Universidad de Las Palmas, Islas Canarias.
Fritjof capra: "El Tao de la Física", Sirio, Málaga, 2002.
Ph. D. Sergio A. R. Gutiérrez Morales
Med. Bioenergética – Epidemiólogo
sergumor[arroba]hotmail.com

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