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Mezcla de Olores

Por Emma Monserrat Castillo Martínez

Se abren las puertas ¡Hemos llegado! Estamos en la estación del metro


Balderas, frente a nosotros se encuentra la biblioteca nacional “José
Vasconcelos” y a un costado el punto de reunión mas buscado por cientos y
cientos de personas.

Grupos de la tercera edad, aquellas personas que por el hecho de tener mas
de 60 años se creen inútiles y que ya no sirven para nada, aquí en este lugar
podemos ver que la realidad es otra. La ciudadela es un mundo del cual yo lo
ignoraba casi todo y del que todas las personas y en especial los adultos
mayores son los actores principales.

No encontramos frente a un grupo de personas a las


cuales les fascina bailar, “el tango es muy bonito y es
un género poco practicado, es por ello que nosotros
tratamos de promoverlo”.

“Señorita, me permite bailar esta pieza con usted”


es que no se bailar este tipo de música... “no importa,
yo le enseño”.

Haber se da un paso chico a la derecha, uno hacia


atrás, otra para la izquierda, otro hacia adelanta y
¡listo!. Comencemos 1, 2, 3, 4... 2, 3, 4 ya vio que fácil
es.

¿Hace cuanto tiempo que viene? Yo vengo desde el


2003 y empecé a bailar porque en mi existía la
inquietud de aprender y no ser un burro orejón como
me decían mis amigos de la juventud.

Recuerdo que cuando yo era joven no me gustaba ir a fiestas porque no


sabia bailar y si iba solo estaba sentado pero, míreme ahora, parezco trompo
chillador.

Nadie me dijo que viniera. Un día caminaba por aquí y escuche diferente tipo
de música lo cual llamo mi atención, me acerque a ver que era lo que sucedía,
en eso paso un señor pidiendo cooperación y le pregunte que cuál era el fin de
eso y él me dijo que difundir el baile y enseñar a los que no saben, entonces
me dije, ¡Pancho, nunca es tarde para aprender!.

Terminó la pieza, don Francisco González es un señor que al igual que todos
asiste a este lugar con el fin de aprender más y más acerca de lo que le gusta.
Llegada la tarde en el salón de baile más famoso del Distrito Federal se
mezclan todo tipo de olores: pedo, cigarro, patas y sobre todo un olor a huevo
que ¡hay que bárbaro! Le mataría a cualquier persona las ganas de comer.

Un señor se sentaba en un banca a lado de unas mujeres vestidas de blanco


con velo y zapatos negros eran monjas y pertenecían a la congregación de
Jesús el Buen Pastor, vendían galletas, rompope, pays y chiles a comer su
tortota de huevo, ese olor inundaba el ambiente ¡guacala! Era espantoso, tan
espantoso que una señora que se encontraba cerca de allí corrió al baño... ¡le
dieron las guacaras!

La lluvia estaba a punto de mojar las calles de la Delegación Miguel Hidalgo,


lo que comenzó con un día muy acalorado terminaba entre truenos, rayos y
centellas.

No queríamos ser las siguientes victimas, los vendedores ambulantes


recogieron, las monjas se espantaron, el señor de la torta la guardó y nosotros
corrimos como ratas mojadas hacia el metro.

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