You are on page 1of 5

Los nazis en México

Juan Alberto Cedillo

Mexicanos al servicio de Hitler (Proceso1622/ 2 de diciembre de 2007)

Nuevas y reveladoras evidencias sobre la injerencia del régimen de Hitler en el


país durante los años de la Segunda Guerra Mundial son aportadas por un
trabajo de investigación periodística titulado Los nazis en México. Escrito por el
reportero Juan Alberto Cedillo, es “una historia de intrigas, espías, políticos
corruptos, militares traidores e intelectuales que no ocultaron su filiación por el
régimen de Hitler” y, más aún, que colaboraron con dicho gobierno en forma
sistemática, según afirma la editorial Random House Mondadori, que acaba de
poner en circulación el texto, ganador del Primer Premio Debate de Libro
Reportaje 2007. Con el permiso del autor y la editorial, adelantamos aquí
fragmentos sustanciales del capítulo II, titulado Narcotráfico: arma secreta de
los nazis contra Estados Unidos.

En los albores de la Segunda Guerra Mundial el tráfico de opio, mariguana y


heroína hacia los Estados Unidos mantenía niveles estables. Sin embargo,
durante los últimos años de la década de los treinta registró un auge
considerable. (...) los nazis y los japoneses optaron por “drogar” el sur de esa
nación, valiéndose de las rutas abiertas por los chinos y afianzadas por los
mexicanos que incursionaban en el negocio ilícito.

Los resultados de la injerencia nazi no tardarían en verse; el Departamento del


Tesoro de Estados Unidos, por ejemplo, estimó en 1943 que la producción de
opio mexicano ascendía a 60 toneladas, tres veces más que en 1942. Pero el
aumento de la producción no se limitó a la goma de opio. El representante del
Departamento del Tesoro en México, H. S. Creighton, destacó “el gran número
de decomisos que los aduanales de Estados Unidos están realizando en la
frontera, lo cual significa un incremento en la disponibilidad de opio y
mariguana en México”. Los agentes antinarcóticos subrayaron, por su parte,
que el opio decomisado en la ciudad de El Paso “era de muy alta calidad”.
Sin lugar a dudas, el boom de la droga fue resultado del trabajo llevado a cabo
por los agentes de la inteligencia nazi y japonesa, cuya estrategia era utilizar
las drogas para “debilitar la moral” de los soldados y marines que vigilaban las
bases navales ubicadas en la costa del Pacífico. El narcotráfico formaba parte
de una operación de mayor envergadura: sabotear la producción armamentista
de la Unión Americana. Los aliados alemanes en los Estados Unidos robaban
piezas fundamentales para las máquinas, frenando así la industria bélica
estadunidense; hubo casos en los que incluso quemaron y volaron fábricas
completas.

La estrategia de los países del Eje fue implementada durante varios años, de
manera lenta, exacta y soterrada. Durante los últimos años de la década de los
treinta inició el trabajo de preparación y en la antesala de los cuarenta
comenzó el flujo de los narcóticos. La prensa mexicana reportó, hacia los
primeros meses de 1939, un incremento en el tráfico de drogas en la frontera
entre México y Estados Unidos, principalmente en el poblado de Naco, Sonora.
El 8 de abril del mismo año, la primera plana de El Porvenir de Monterrey
reportó que “Japón y Alemania tratan de envenenar con opio a la juventud de
los Estados Unidos. Pasan la droga por nuestro país. Varios contrabandistas han
sido detenidos en los últimos meses en Douglas, Arizona”.

No sólo la prensa mexicana hablaba de lo que estaba pasando. La “operación


secreta” también fue descubierta por las autoridades mexicanas, en particular
por la Procuraduría General de la República (PGR), que denunció la existencia
de “un plan entre Alemania y Japón para introducir estupefacientes en Estados
Unidos con el objetivo de debilitar a los hombres jóvenes de aquel país”. El
cártel nazi fue identificado, con mayor precisión, por los servicios de
inteligencia estadunidenses, que indicaron que se trataba de “una organización
de sabotaje y espionaje” encabezada por militares y políticos mexicanos; según
estos informes, se buscaba recolectar información sobre los movimientos
militares estadunidenses y sobre los navíos del Golfo de México y del Pacífico.

Aunque resulta extraño pensarlo, quizá los informes enviados a Washington por
los agentes estadunidenses tengan el mismo valor hoy en día que cuando
fueron redactados. La información referente a quiénes integraron el primer
cártel del narcotráfico y, sobre todo, a cómo era el modus operandi del mismo,
tiene en nuestros días una importancia extraordinaria, pues hablamos del
nacimiento de los cárteles modernos. Durante la Segunda Guerra Mundial el
trabajo de la inteligencia estadunidense impidió que los alemanes alcanzaran
su objetivo; hoy este trabajo debería ayudarnos a descifrar una de las claves
del tráfico de tóxicos actual: la infiltración de los cárteles en los círculos de alta
política.

Un parte escrito el 7 de enero de 1942 reporta a Washington “la penetración de


fuerzas extranjeras en la política mexicana”. El documento, enviado por algún
miembro de la Inteligencia Naval que se identifica sólo con las iniciales O.N.I.,
asegura también que los dirigentes del grupo que introducía las drogas a los
Estados Unidos eran encabezados por el general Francisco J. Aguilar, militar
que durante toda su carrera realizó actividades de contrabando.

El parte precisaba: “Una organización de espionaje y sabotaje está trabajando


desde hace tiempo para los nazis y japoneses bajo la dirección del General
Francisco Aguilar. Sus principales asistentes son los líderes de un ilegal tráfico
de drogas y de los círculos del contrabando. Él también controla los espías y
agitadores que trabajan para los grupos nazis y nipones. Encajaron de manera
natural en este cuadro, ya que habían estado en contacto con los agentes
germanos desde años atrás, debido a sus actividades en el tráfico de drogas.
Aguilar parece haber sido preparado para esta tarea durante un largo período”
(…)

Fue durante su segunda estancia como agregado militar en Washington, hacia


1933, cuando el general inició sus actividades de contrabandista; era la época
de las prohibiciones a las bebidas alcohólicas y al tabaco (…) Estas actividades
fueron denunciadas muchos años después, ante el presidente Adolfo López
Mateos, por uno de los superiores de Aguilar en la capital estadunidense, el
general José Beltrán M., quien citó los lugares y las fechas en las que se
realizaron las operaciones de compra-venta, así como las entregas y los
depósitos.

Entre 1935 y 1938, Aguilar se convirtió en ministro plenipotenciario de la


Embajada Mexicana en Japón. Fue durante estos años en los que el general
estableció vínculos con el gobierno de aquel país, nexos que posteriormente lo
impulsarían a colaborar con los servicios de inteligencia de los países del Eje.

En el frente político del primer cártel mexicano jugaba un papel fundamental el


que fuera gobernador de San Luis Potosí, Gonzalo N. Santos. Era este
ambicioso político, que los agentes estadunidenses calificaban de “un
reconocido asesino que mató por propia mano a estudiantes y mujeres”, quien
cerraba la pinza que tenía Aguilar en el otro extremo. También participaba en el
cártel (…) Donato Bravo Izquierdo, exgobernador de Puebla “asociado con el
tráfico de drogas desde que ostentara ese cargo”, según precisa el informe de
Washington. Gonzalo N. Santos y Bravo Izquierdo también habían adquirido
una amplia experiencia para sus actividades ilícitas en los ámbitos diplomático
y legislativo (…)

Los informes enviados a Washington precisan que los tres personajes


“encajaban en el proyecto de introducir drogas a Estados Unidos, ya que
habían estado en contacto con los agentes alemanes y japoneses desde hacía
varios años”. La inteligencia naval incluso aventuraba a deslindar las
actividades de cada uno: mientras Aguilar era la cabeza del contrabando y N.
Santos de las relaciones políticas, Bravo Izquierdo era el responsable de “lavar”
el dinero generado por el comercio de las drogas. Para llevar a cabo esta labor,
el exgobernador de Puebla se apoyaba en un hombre de origen sirio llamado
Habed, “quien por muchos años ha sido el banquero de toda la actividad del
narcotráfico” (…)

La organización encabezada por el general no sólo traficaba con drogas. En


realidad, el primer cártel mexicano era la red más grande de espionaje al
servicio de los agentes de la Gestapo y de la Abwehr. Aguilar, N. Santos y
Bravo fueron capaces de infiltrar espías hasta en el equipo del presidente
Manuel Ávila Camacho. Esta red era la responsable de informar sobre las
actividades que los agentes de las naciones aliadas realizaban en nuestro país
y de encubrir las acciones de los espías alemanes y japoneses, sobre todo las
referentes al tráfico de materias primas –las cuales eran enviadas a la industria
militar germana para la fabricación de explosivos– y al comercio de
hidrocarburos, como veremos más adelante.

El primer cártel mexicano incluso preparó planes para, si en determinado


momento así lo requería el conflicto bélico, volar los pozos petroleros
mexicanos. Un informe confidencial entregado al presidente Lázaro Cárdenas
por los servicios de inteligencia destacaba que “el asunto de un posible
saboteo a la producción de petróleo es el más grave que tienen entre manos”.
La advertencia precisaba que los agentes alemanes incluso contaban entre sus
aliados a funcionarios que trabajaban “en Petróleos Mexicanos, tanto en la
administración y en las refinerías como en los campos mismos. Se encuentran
gran número de empleados y técnicos nazis, cuyas actividades deben ser
investigadas”.

Conrad Eckerle, un importante agente nazi que formaba parte del proyecto del
cártel, fue identificado en un informe enviado al Departamento de Estado como
el responsable del centro de operaciones alemán encargado de narcotizar a los
Estados Unidos. El búnker se ubicaba en una casa comercial llamada La
Germania, ubicada en el número 2 de la calle Ayuntamiento. Eckerle, quien
había sido oficial de la armada germana, fue enviado a México por la embajada
nazi en Washington. Su misión principal, antes de que se le encomendara el
tráfico de las drogas, fue organizar el partido y llevar a cabo trabajos de
sabotaje. El grupo encabezado por Aguilar, N. Santos y Bravo mantuvo siempre
un estrecho contacto con Eckerle.

El modus operandi de la red conformada por los alemanes y los funcionarios


mexicanos fue precisado de la siguiente manera por los agentes del
Departamento de Estado: “Han convertido la venta ilícita de heroína en una
actividad cotidiana. Es traída desde Hamburgo hasta Veracruz a través del
barco de vapor alemán Orinoco. Posteriormente, es enviada hacia la ciudad de
Puebla en automóviles conducidos por mensajeros personales. Pasa por la
ciudad de México, San Luis Potosí y Laredo (…)”.

El agente antinarcóticos encubierto M. Monroy envió el siguiente parte a


Washington, precisando cómo participaba el gobernador de Veracruz, Miguel
Alemán Valdés, en las actividades del cártel. La información de Monroy se
basaba en los testimonios de uno de sus informantes, Luis R. León Avendaño,
quien había trabajado en la Guardia Costera mexicana del Océano Atlántico.
“En los años de la Segunda Guerra Mundial, un gran yate privado con bandera
estadunidense de nombre Blue Eagle se conducía de manera sospechosa cerca
de Veracruz. El capitán respondió con evasivas al ser interrogado. Al abordar el
yate las autoridades mexicanas encontraron un cargamento de opio y morfina.
Detuvieron al barco y lo llevaron al puerto. Unas horas después el gobernador
de Veracruz, quien posteriormente sería Presidente de México, Miguel Alemán,
fue a la oficina de la guardia costera y pidió que el barco fuera devuelto. Se
rechazó su petición por no tener autoridad para una demanda de esa
naturaleza. Dos días después llegaron órdenes desde la ciudad de México y el
barco fue entregado. Continuó su viaje con destino desconocido”.

Otro de los gobernadores que se benefició del dinero generado por las drogas
fue Maximino Ávila Camacho, entonces mandatario de Puebla y amigo íntimo
de Gonzalo N. Santos (…)

You might also like