La muerte: Siete visiones, una realidad
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La muerte - José Luis Meza Rueda
La muerte
Siete visiones, una realidad
José Luis Meza Rueda
(DIRECTOR)
Leonardo Garavito Goubert
Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz
Roberto Solarte Rodríguez
Nubia esperanza Torres calderón
Samuel Vanegas Mahecha
Eugenia Villa Posse
Reservados todos los derechos
© Pontificia Universidad Javeriana
© José Luis Meza Rueda
© Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz
Primera edición: diciembre de 2011
Bogotá, D.C.
ISBN: 978-958-716-502-9
Número de ejemplares: 300
Impreso y hecho en Colombia
Printed and made in Colombia
Editorial Pontificia Universidad Javeriana
Carrera 7a n.° 37-25, oficina 1301
Edificio Lutaima, Bogotá, Colombia
Teléfono: (57-1) 2870691 ext. 4752
www.javeriana.edu.co/editorial
Bogotá, D. C.
Corrección de estilo
Juan David González Betancur
Diseño de cubierta
Isabel Sandoval
Diagramación
Isabel Sandoval
Desarrollo ePbub
Lápiz Blanco S.A.S.
La muerte : siete visiones, una realidad / director José Luis Meza Rueda ; Leonardo Garavito Goubert.. .[et al.]. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2011. -- (Colección creación literaria).
214 p. ; 24 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-716-502-9
1. MUERTE. 2. MUERTE EN LA LITERATURA. 3. MUERTE - ASPECTOS SOCIALES. 4. MUERTE - ASPECTOS PSICOLÓGICOS. 5. MUERTE - ASPECTOS RELIGIOSOS. 6. ACTITUD HACIA LA MUERTE. I. Meza Rueda, José Luis, Dir. II. Garavito Goubert, Leonardo, 1955-. III. Rodríguez Ruiz, Jaime Alejandro. IV. Solarte Rodríguez, Mario Roberto. V. Torres Calderón, Nubia Esperanza. VI. Vanegas Mahecha, Samuel. VII. Villa Posse, Eugenia. VIII. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales.
CDD 128.5 ed. 21
Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. ech. Noviembre 22 / 2011
Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.
A Ana Julia,
por haber sabido amar la vida
y jugar con la muerte.
¡Salve, Osiris, Padre mío! He venido a cuidarte para que
así tú cuides de mi cuerpo. Estoy intacto como mi padre
Khepri, esto es, soy uno que se parece a Aquél que no muere
nunca. ¡Ven pues! Da poder a mi aliento por medio del tuyo
[...] y hazme duradero, pues has hecho de mí un poseedor de
sepultura y me has hecho acceder al País de la Eternidad...
FÓRMULA PARA NO DEJAR QUE EL CUERPO PEREZCA
,
DEL Libro de los muertos, cap. 154
En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi palabra y
cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre
en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos
en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios,
y los que la oigan vivirán [...]Llega la hora en que todos
los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que
hayan hecho el bien para una resurrección de vida...
JUAN 5, 24-29
Prólogo
Cuando rastreamos las primeras pisadas de los seres humanos sobre la tierra, los ritos funerarios aparecen como una de las expresiones culturales más antiguas. Cada pueblo ha recordado a sus difuntos de acuerdo con su particular cosmovisión y ha manifestado sus creencias sobre lo que nos espera al traspasar el umbral de la muerte. Visualizo esta infinita variedad de manifestaciones religiosas y culturales sobre la muerte como si estuvieran dispuestas en una enorme sala de exposiciones: diseños de las tumbas, objetos con los que enterraban a los difuntos, ritos, cánticos, procesiones, oraciones, etcétera.
Pues bien, existe una ruptura entre esas tradiciones milenarias que testimonian que la realidad de la muerte ocupaba un lugar importante dentro de esas comunidades y la cultura contemporánea que rechaza toda referencia a la muerte. La sociedad desearía que los seres humanos abandonaran el mundo de los vivos en puntillas, discretamente, sin impresionar a los niños y sin que los adultos se sintieran amenazados.
La negación de la muerte -que implica, igualmente, la negación de la enfermedad y el dolor- genera problemas muy serios porque no estamos preparados para afrontar estas realidades ineludibles. Tenemos que reconocer que no estamos dispuestos para estas situaciones que son parte integral de nuestra condición humana. Cuando sentimos que flaquea la salud, entramos en pánico; los familiares no saben cómo actuar y qué medidas tomar; los profesionales de la salud, de quienes se esperaría un claro liderazgo en estas situaciones, no han desarrollado unas competencias básicas que los capaciten para un acompañamiento integral de los pacientes y de las familias.
En pocas palabras, la muerte, la enfermedad y el dolor no son objetos de reflexión personal, ni se considera de buen gusto que sean incluidos como tema de conversación. De ahí el valor de este libro que ilumina, desde diversas disciplinas, las preguntas sobre el misterio de la muerte que tanto nos preocupa, aunque queramos ignorarla.
Durante más de treinta años, como sacerdote católico y como doctor en Teología Moral, mi vida se ha movido en el fascinante microcosmos de una excelente universidad que cuenta con una reconocida Facultad de Medicina y un Hospital Universitario. En ese contexto, he visto los mil rostros con que se presenta la muerte. He visto cuándo la muerte se ha acercado a la cama del enfermo que la acoge en paz, rodeado del amor de su familia. También, he sido testigo de la negación obcecada de unos familiares que se empeñan en creer que todo va a culminar felizmente y que, en razón de esta negación, impiden al enfermo que resuelva asuntos personales de gran importancia, por ejemplo, la reconciliación con un hijo, disponer de sus bienes o ponerse en paz con Dios. Me he llenado de admiración ante la entrega de médicos y enfermeras que, buscando siempre lo mejor para sus pacientes, han usado responsablemente las posibilidades que ofrece la tecnología, sin emprender procedimientos heroicos pero inútiles. Ellos han sabido poner en práctica el sabio consejo: si puedes curar, cura; si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, consuela
.
En las salas de espera, junto a las unidades de cuidados intensivos, se manifiestan los sentimientos más nobles así como los más bajos: amor, angustia por la suerte del ser amado, sentimientos de culpa, rivalidades, ambiciones ante la posibilidad de heredar. La proximidad de la enfermedad, del dolor y de la muerte toca las fibras más íntimas y permite que afloren los sentimientos que hemos incubado durante años, los más nobles y los más ruines.
Este libro, escrito por reconocidos especialistas en Ciencias Sociales y Humanas, puede ayudar a educar para asumir la enfermedad, el dolor y la muerte. ¿Cómo concibo este aporte educativo? Cuando me refiero a educar para asumir la enfermedad, el dolor y la muerte
, no estoy pensando en cursos presenciales o virtuales, con un determinado número de horas durante las cuales se desarrollan unos módulos y al final se entrega un certificado de asistencia. Definitivamente no.
La manera de prepararse para afrontar estas realidades ineludibles es desarrollar un proyecto de vida cargado de sentido. La convicción de que la vida vale la pena se nutre de los valores éticos y espirituales. Si nuestra vida está inspirada por el amor comprometido y responsable, el trabajo honrado, la solidaridad con los pobres, la conciencia de ciudadanía y la búsqueda espiritual, el pensamiento de la muerte no será motivo de angustia. Esta será vista como el momento en que se cosecha lo que se ha sembrado a lo largo de los años.
En este horizonte, la expresión educar para la enfermedad, el dolor y la muerte
carece de connotaciones lúgubres. En última instancia, se trata de educar para construir una vida feliz, llena de sentido, nutrida por los valores, que tiene como norte el sentido trascendente de la existencia.
Después de plantear este enunciado general, demos un paso adelante para referirnos a algunas situaciones concretas que tienen que ver con los profesionales de la salud y los ministros religiosos, por el protagonismo que ellos tienen en estas situaciones de enfermedad, dolor y muerte.
Las facultades de Ciencias de la Salud tienen una enorme responsabilidad en cuanto a la formación científica, ética y humana de los futuros profesionales de Medicina y Enfermería. La formación de estos estudiantes no puede reducirse a lo puramente técnico, sino que debe usar todas las estrategias pedagógicas para formar profesionales de la salud que sean capaces de comunicarse con los pacientes y familiares, interpretar sus angustias y comprender su contexto vital. Por eso, la estructura curricular de estas carreras debe dar un espacio generoso en la formación humanística.
En sus prácticas clínicas, los futuros profesionales deberán recibir de sus maestros la sabiduría que les permita decidir cuándo intervenir y cuándo cesar toda intervención extraordinaria, en el caso de que su único efecto sea prolongar inútilmente una vida que no tiene posibilidades de recuperación.
En ocasiones, los médicos que trabajan en las unidades de cuidados intensivos realizan procedimientos muy complejos que no tienen una posibilidad real de éxito. Lo hacen, no tanto pensando en el bienestar integral del paciente, sino presionados por su ego que se cree cuasi omnipotente y no acepta los límites impuestos por la naturaleza. Por eso, los profesionales de la salud, además de su entrenamiento estrictamente profesional, necesitan una cuidadosa formación para poder actuar, de manera humana, frente a la enfermedad, el dolor y la muerte, que son la realidad cotidiana en su ejercicio profesional.
Otro colectivo que necesita una educación especial para acompañar en la enfermedad, el dolor y la muerte es el de los ministros religiosos (sacerdotes, pastores, rabinos, etcétera). Con frecuencia, las homilías que se pronuncian en las exequias no son otra cosa que una colcha mal cosida de frases genéricas, lugares comunes y expresiones acartonadas de dolor, que no logran hacer click con los sentimientos de los familiares y amigos. Desperdician así una magnífica oportunidad para anunciar la buena nueva del sentido de la vida y de la muerte, en una perspectiva trascendente, a personas que suelen vivir alejadas de la práctica religiosa y que solo van a los templos para despedir a sus amigos.
Finalmente, estoy seguro de que el lector encontrará ricos aportes en la variedad de enfoques que ofrecen los autores de este libro. Tales aportes le permitirán afinar su visión acerca de la muerte y le ayudarán a asumir responsable y gozosamente el don maravilloso de la vida.
JORGE HUMBERTO PELÁEZ, S.J.
CALI, MARZO DE 2011
Introducción
José Luis Meza Rueda
DIRECTOR DE LA OBRA
El hombre no es eterno por muy rico que sea...
SAL. 49,12
Dios no ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos.
SAB. 1,13
Los seres humanos sabemos que vamos a morir y, aunque compartamos en un alto porcentaje nuestro genoma con otros seres vivos, estos últimos ignoran que son mortales. ¿Fortunio o desgracia? Sin duda, algunas personas quisieran vivir sin pensar en esta condición, ni vivir ninguna situación que se las recuerde. E. Duque afirma que la sociedad actual expele la muerte y, en consecuencia, ha cifrado una conspiración para silenciarla. Queremos esconder la realidad de la muerte para distraernos en una vida llena de cosas superfluas y banales. Adicionalmente, cada vez más existe un rechazo fragante al duelo, llegando incluso a su supresión.
Frente a la muerte de alguien, ojalá cercano, hemos acuñado formas de hablar que le restan trascendencia: pues nada, la vida sigue...
, mañana será otro día.
, este sentimiento ya pasará y la vida volverá a la normalidad.
. Sin embargo, allá en lo profundo, una voz clama y reclama por el deseo de vivir el dolor de la muerte y encontrarle significado. La conciencia de nuestra condición finita nos invita a aprender a vivir con la idea de la muerte, pero de un modo que nos dé pistas para comprenderla y aceptarla, aunque no resulte fácil.
Qué es la muerte es una pregunta que salta una y otra vez a medida que recorremos el camino de la vida. Ahora que me encuentro en la adultez media, no han sido pocas las ocasiones en las que he sido partícipe de la noticia de la muerte de familiares, amigos y allegados y, en sus velaciones, exequias y entierros, no ha faltado quien recuerde la pregunta con cualquiera de sus variantes: ¿qué pasa cuándo morimos? ¿Por qué Dios se lo llevó? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Qué será de nuestra vida sin él o ella? Estas y otras preguntas están demandando una respuesta que le dé sentido a la muerte. Pero, no solo a ella sino también a la vida. Ricoeur afirmaba a este respecto que la muerte, lejos de ser un acto meramente biológico o médico, nos lleva a encontrar un sentido que guía nuestra libertad y nos indica si hemos apreciado la vida en su verdadero valor, si hemos alcanzado lo que nos propusimos y si hemos vivido con autenticidad.
Una de las intenciones más importantes de este libro es proponer diferentes claves de lectura al fenómeno de la muerte. Las voces reunidas aquí, si se quiere, desde una plataforma académica muy propia de una cosmovisión occidental, quieren brindar una respuesta que restablezca la dignidad de la muerte. No podemos negar que otros estudiosos del tema y de sus fenómenos concomitantes, como Elisabeth Kübler-Ross e Isa Fonnegra, han sabido devolverle a la muerte su dignidad. En estados de enfermedad y declive, tenemos derecho a saber que viviremos pero, igualmente, que moriremos. La muerte, como existenciario antropológico, merece ser pensada más aún cuando se sabe de su proximidad. Si bien el sofisma de Epicuro que reza la muerte no tiene por qué preocupar al hombre, pues, mientras este sea, ella no será, y cuando ella sea, aquel no será
puede aliviar en algo la ansiedad ante la muerte, no debería llevarnos a desatenderla y encontrarle sentido.
K. Rahner señala que la muerte es lo más trágico de la vida humana
y, dentro de una lectura substancialista negativa, podríamos entender esta afirmación como la principal agresión a la vida. En otras palabras, si la vida es ser, la muerte es dejar de ser. En palabras de A. Iniesta, la muerte es el mal absoluto que nos roba de una vez y para siempre todo lo que tenemos y todo lo que somos
. Tal comprensión fortalecería nuestra resistencia a aceptar la muerte y buscar, por todos los medios, la manera de permanecer con y en la vida porque en ella está la totalidad de nuestro ser. Como consecuencia, conspiramos, reprimimos y negamos vitalmente la muerte para poder vivir. Nos encerramos en nosotros mismos para evitar la muerte e imaginamos que participamos en algo con valor duradero para creer que trascendemos la muerte al crear un sistema de héroes.
Por el contrario, si dejamos de concebir la muerte como lo opuesto a la vida, y la concebimos como una experiencia de la vida misma, ya no habría resistencia, aunque persista algo de miedo frente a la muerte. H. Nouwen dice que, en general, nosotros no queremos morir aunque tengamos que afrontar la muerte. Por eso, lo mejor es entablar amistad con la muerte para reconocerla plenamente como una realidad que forma parte intrínseca de nuestra humanidad. Sin embargo, aunque podemos reconocer que la muerte ha formado siempre parte de nuestra vida, sigue siendo la mayor incógnita de nuestra existencia. Tal cuestión no debería paralizarnos en la búsqueda de sentido, aunque su elaboración sea incompleta y no satisfaga del todo a quien se hace la pregunta.
No es gratuito que el libro que tiene en sus manos aventure una múltiple respuesta a la pregunta de qué es la muerte por parte de algunas disciplinas que, por su naturaleza epistemológica, les sería insoslayable. Todas ellas se inscriben dentro de las Ciencias Sociales y Humanas y, por lo tanto, la muerte les resulta un problema que, para el caso de los autores invitados, les cuestiona, les inquieta y les apasiona. Cada uno de los profesores investigadores que exponen aquí sus ideas ha tenido la oportunidad de reflexionar acerca del tema de la muerte durante años dentro del marco de su ejercicio profesional sin dejar de lado la vida misma. Este ha sido de uno de los factores que ha ayudado para que este proceso editorial se hubiera realizado con cierta celeridad.
En mi caso, debo reconocer que el tema de la muerte me ha inquietado desde hace mucho tiempo. De hecho, como teólogo, he incursionado en la antropología teológica y la escatología para encontrar respuestas a la pregunta por la muerte. Sin embargo, hace poco más de un año, en una de celebración exequial, un amigo muy cercano me pedía que le explicara qué es esto de la muerte, pero me ponía como condición que la respuesta debería ser comprensible para él, una persona con formación universitaria pero desconocedor de aquellos lenguajes metafísicos que, a cambio de aclarar las cosas, solo generan un enredo interno y abocan al sujeto a volver a verdades dogmáticas y doctrinales. Este suceso suscitó en mí el deseo de convocar a otros profesores de diferentes disciplinas que compartieran mi inquietud. Debo resaltar que, por el trabajo que realizo en la Pontificia Universidad Javeriana, no me fue difícil comprender que, si quería dar una
respuesta a la pregunta, debería ser desde diversos flancos. Así, a través de algunos departamentos, me puse en contacto con los profesores que en esta obra fungen como autores. Me resulta significativo recordar que ninguno de aquellos a los cuales cursé la invitación me dijo que no. Al contrario, la respuesta fue positiva e inmediata.
Pronto vino una reunión de todo el grupo para revisar la propuesta y, al final, acordamos que sería un libro dirigido a aquel público que, teniendo una formación profesional, estaría interesado por el tema de la muerte y, aunque las diferentes exposiciones integraran términos, ideas y expresiones especializadas, debería ser pedagógico en su exposición. Su lenguaje habría de revelar un tono sereno y claro. Buscar este justo medio sería una señal de respeto al lector para no subestimarlo de ningún modo, pero tampoco para aburrirlo con ideas muy densas. Adicionalmente, se le pidió a cada autor que en el desarrollo de su exposición -ya fuera en un tono narrativo, analítico, refleXIVo, fenomenológico, etcétera- debía reconocer la riqueza que encierra la muerte y explorar su significado como experiencia, símbolo, memoria, realidad vital o sacramento. Por supuesto, le corresponde al lector juzgar si logramos este cometido a medida que avance en sus páginas.
Este libro tiene siete capítulos, cada uno a cargo de un profesional y estudioso de las siguientes disciplinas: Literatura (Jaime Alejandro Rodríguez), Antropología (Eugenia Villa), Sociología (Samuel Vanegas), Psicología (Nubia Esperanza Torres), Medicina (Leonardo Garavito), Filosofía (Roberto Solarte) y Teología (José Luis Meza). Cada capítulo se desarrolla bajo tres movimientos: primero, una problematización a manera de introducción; segundo, una profundización desde los elementos propios del saber en el cual se enmarca el capítulo y, tercero, un cierre a manera de conclusión y prospectiva. Desde ahora, el lector puede suponer que se trata de miradas parciales en donde saltan las opciones que cada autor ha hecho para dar cuenta de la pregunta por la muerte. En consecuencia, estas lecturas se comportan como provocaciones alrededor del tema y, por lo tanto, podrían suscitar nuevas preguntas.
En el primer capítulo, Jaime Alejandro Rodríguez ofrece cinco aproximaciones literarias acerca de la muerte. En primer lugar, la ilustración de dos intenciones literarias clásicas: la presentificación, es decir, siguiendo a Gumbrecht (2004), la capacidad que tiene la literatura en cuanto dispositivo mimético de hacer presente la experiencia humana. Para ello, se comenta lo que hace Tolstoi en su pequeña obra maestra La muerte de Iván Illich. El otro modo literario es el simbólico, es decir, la capacidad literaria de sugerir otros significados de la muerte. Para este propósito, se comenta brevemente el cuento de Borges titulado La muerte y la brújula
. En una segunda aproximación, se explica el modo simbólico de la literatura utilizado en la novela El infierno de Amaury (2006), la cual puede considerarse a la vez como presentificación de la llamada experiencia cercana a la muerte y como alegoría de la transición cultural actual (muerte de una era, nacimiento de otra). La tercera aproximación tiene la forma de una epístola en la que se cuenta lo que algunos han llamado la muerte de la literatura
. En seguida, se ofrece, en el modo de crónica, una diferenciación entre las actitudes ante la muerte de dos pueblos latinoamericanos: el colombiano y el mexicano. Finalmente, se presenta un cuento breve que tiene la muerte como temática.
El segundo capítulo es una bella expresión del trabajo investigativo realizado por la antropóloga Eugenia Villa durante más de veinte años. Su escrito hace un reconocimiento a la gran variedad de cultos, ritos y creencias con que los seres humanos de todas las épocas y lugares han buscado explicar y manejar el tema de la muerte. El capítulo consta de dos partes. La primera se refiere a la muerte, al miedo a la muerte, al entierro humano y sus significados para conocer la evolución de la cultura humana y entender las relaciones entre muerte y religión. En la segunda parte, se hace una amplia relación del tema de la muerte desde la agonía, la muerte, los procedimientos con el cadáver y el culto a los muertos en distintas culturas humanas. Ambas partes muestran cómo el hombre¹ de todas las culturas y de todos los tiempos ha desarrollado gran variedad de ritos y creencias para explicar y manejar la muerte: procedimientos con el cadáver, ceremonias de despedida, culto a los muertos y el más allá.
Las sociedades arcaicas tienen integrada la muerte en su vida cotidiana. Cuando muere alguien, se avisa a toda la comunidad y se procede con los rituales sagrados de preparación del cadáver, velorio y consumo de alimentos, procedimientos con el cadáver (inhumación, incineración, embalsamiento, inmersión, etcétera). Todos los grupos humanos tienen la idea de un más allá al que se llega después de un largo y penoso viaje para el cual el muerto es preparado. El culto a los muertos se encuentra en todas las culturas, lo mismo que un día especial para honrar a los muertos que en ese momento se hacen presentes. Sin embargo, de otra parte, nos hace caer en cuenta que para el hombre