ESTRUENDO, ESTRÉPITO.
Me encuentro tras bambalinas en la final de Panorama, competencia que reúne a las mejores bandas de acero de Trinidad el sábado previo al Carnaval. Diez bandas grandes se forman en la pista pavimentada que conduce al escenario del Grand Stand. Todas aprovechan para ensayar con fuerza y por última vez la pieza con la que competirán antes de que comience el concurso. Mis oídos procuran absorber el asombroso choque de ritmos y melodías, en parte porque el sonido es ensordecedor aun sin amplificadores. Es como si el modernista Charles Ives hubiera sido caribeño.
Muchos asociamos los tambores metálicos con el sonido carcaterístico del Caribe, una suerte de equivalente auditivo de un coctel con sombrilla. Sin embargo, este instrumento de percusión pertenece a Trinidad: una hazaña improbable de convertir barriles de petróleo desechados en instrumentos melódicos que se concibió en los barrios hostiles de Puerto España.
Llamado pan, el tambor metálico es un instrumento cuya maestría es engañosamente difícil. A diferencia del piano o mi instrumento, el trombón, donde las notas se disponen en línea, en este tambor un do no está a un lado de un do sostenido, sino en la parte opuesta. Esto desconcierta y, al mismo tiempo, cautiva al trombonista en mi interior. Siempre en busca de nuevos sonidos e ideas musicales para mi propia orquesta de jazz, me urgía conocer esta exhibición, la más intensa y alegre de tambores metálicos en el mundo.
Estoy en medio de un grupo de aficionados que vino a ayudar a su banda favorita a “empujar los tambores”. Los instrumentos descansan sobre repisas con ruedas mientras aficionados y percusionistas ruedan la batería por el pavimento hasta subirla al escenario. Me abro paso entre la multitud y busco reconocer alguna banda. Identifico a Phase II Pan Groove, una de las mejores bandas de acero “numerosas” de años recientes
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