A Guía de 12 meses para orar mejor
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About this ebook
Prayer is simply talking with God - yet even the disciples asked Jesus to teach them to pray. Since then, godly men and women have elaborated on "the Lord's prayer" to help others find union and intimacy with God - and their most insightful comments are included in A 12-Month Guide to Better Prayer. Featuring the words of giants of the faith-life such as Andrew Murray, E. M. Bounds, Charles Spurgeon, and Hannah Whitall Smith, it's arranged into 12 key topics, ideal for use as a one-year prayer guide.
Barbour Publishing
Barbour Publishing is a leading Christian book publisher offering bestselling books featuring exceptional value, biblical encouragement, and the highest quality. Barbour is the home of New York Times Bestselling author Wanda E. Brunstetter along with well-known fiction authors Olivia Newport, Michelle Griep and many others. If your interest is Christian Living or Bible Reference, you’ll find excellent titles by bestselling authors Josh McDowell, Jonathan McKee, Debora Coty, and Stephen M. Miller’s The Complete Guide to the Bible. Barbour also publishes the top classic devotionals God Calling by A.J. Russell, and Come Away My Beloved by Frances J. Roberts. With inspirational Christian books available in all genres--fiction for adults and children, Bible Promise books, devotionals, Bibles, Bible reference, puzzle books, and gift books there's something for everyone to enjoy.
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A Guía de 12 meses para orar mejor - Barbour Publishing
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La oración: sus posibilidades
E. M. Bounds
Abre tu boca y yo la llenaré.
SALMO 81.10
¡Cuán inmensas son las posibilidades de la oración! ¡Qué amplio es su alcance! ¡Cuán grandes cosas se han logrado a través de este medio de gracia señalado de forma divina! Pone su mano sobre el Dios Todopoderoso y lo mueve a hacer aquello que, de otro modo, no haría si no se ofreciera la oración. Hace que ocurran cosas que jamás habrían sucedido. La historia de la oración es la de los grandes logros. La oración es un poder maravilloso que el Dios Todopoderoso ha colocado en las manos de sus santos que pueden ser utilizados para llevar a cabo grandes propósitos y lograr resultados inusuales. La oración llega a todas partes, recoge todas las cosas, grandes y pequeñas, que Dios promete a los hijos de los hombres. Los únicos límites a la oración son las promesas de Dios y su capacidad de cumplirlas. «Abre tu boca, y yo la llenaré» (Sal 81.10).
Los registros de los logros alcanzados por la oración son alentadores para la fe y esperanzadores para las expectativas de los santos, y una inspiración para todo aquel que ore y pruebe su valor. La oración no es una mera teoría que no ha sido puesta a prueba. No es un cierto esquema único y extraño, inventado en el cerebro de los hombres y puesto en marcha por ellos, una invención que nunca ha sido analizada ni demostrada. La oración es un acuerdo divino en el gobierno moral de Dios, diseñado para el beneficio de los hombres y previsto como medio para avanzar los intereses de su causa sobre la tierra y para llevar a cabo sus clementes propósitos en redención y providencia. La oración se prueba a sí misma. Es susceptible de demostrar su virtud por parte de aquel que ora. La oración no necesita más prueba que sus logros. «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios» (Jn 7.17). Si algún hombre quiere conocer la virtud de la oración, si quiere saber cuál será su efecto, que ore. Que ponga a prueba la oración.
¡Qué amplitud se le da a la oración! ¡Qué alturas alcanza! Es la respiración de un alma inflamada para Dios y para el hombre. Llega tan lejos como lo hace el evangelio, y es tan amplia, compasiva y conlleva tanta devoción como ese evangelio.
¡Cuánta oración no requerirán todas esas provincias tan poco atractivas y aisladas de la tierra para poder recibir iluminación, impresionarlas y llevarlas hacia Dios y su Hijo, Jesucristo! Si los que profesaban ser discípulos de Cristo hubieran orado en el pasado como debían haberlo hecho, los siglos no habrían hallado estas provincias todavía esclavas de la muerte, del pecado y de la ignorancia.
¡Pero ay! ¡Cómo ha limitado la incredulidad de los hombres el poder de Dios para obrar por medio de la oración! ¡Qué limitaciones han impuesto los discípulos de Jesucristo sobre la oración por su falta de intercesión! ¡Cuán erizada ha estado la Iglesia con respecto al evangelio, por haber descuidado la oración, y cómo ha cerrado sus puertas de acceso!
La oración posibilita puertas abiertas para que el evangelio entre: «Orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra» (Col 4.3). La oración les abrió puertas a los apóstoles para la palabra, creó oportunidades y posibilitó que se predicara el evangelio. La oración suponía una solicitud a Dios, porque él se conmovía por la oración. Por este medio, se movía para hacer su propio trabajo, de una forma ampliada y por medio de nuevas formas. La posibilidad de la oración no solo proporciona un gran poder, y abre las puertas del evangelio, sino que también facilita el evangelio. La oración hace que este se mueva más rápido y que lo haga con una celeridad gloriosa. Un evangelio proyectado por las poderosas energías de la oración no es lento, perezoso ni aburrido, se mueve con el poder de Dios, con su refulgencia, y con velocidad angelical.
«Hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros» (2 Ts 3.1). Es la petición del apóstol Pablo, cuya fe alcanzó las posibilidades de la oración por la Palabra predicada. En general, el evangelio progresa con demasiada lentitud, a veces con timidez y pasos débiles. ¿Qué hará que se mueva a la velocidad de un corredor en una carrera? ¿Qué le aportará esa divina refulgencia y esa gloria, haciendo que se mueva a una rapidez digna de Dios y de Cristo? La respuesta está ante nuestros ojos. Oración, más oración, y mejor oración lograrán este hecho. Esto significa que la gracia dará un ritmo más rápido, esplendor y divinidad al evangelio.
Las posibilidades de la oración llegan a todas las cosas. Cualquier preocupación que tenga que ver con el mayor bienestar del hombre, y todo lo que esté relacionado con los planes y los propósitos divinos con respecto a los seres humanos sobre la tierra, es un tema de oración. En el «todo lo que pidiereis» (Jn 14.14) se abarca todo lo que nos inquieta a nosotros o a los hijos de los hombres y a Dios. Todo lo que se deje fuera de ese «todo» queda excluido de la oración. ¿Dónde trazaremos las líneas que dejan fuera o que limitarán la palabra «todo»? Defínelo e investiga y publica las cosas que el término no incluye. Si ese «todo» no abarca todas las cosas, entonces añádele la palabra «algo». «Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14.14).
¡Qué riqueza de gracia, qué bendiciones espirituales y temporales, cuánto bien para el tiempo y la eternidad, habrían sido nuestras si hubiéramos conocido las posibilidades de la oración y nuestra fe hubiera asimilado el amplio abanico de las promesas divinas para nosotros en cuanto a contestar la oración! ¡Qué bendiciones sobre nuestros tiempos y qué fomento de la causa de Dios habríamos conseguido, si tan solo hubiéramos estado al tanto de cómo orar con grandes expectativas! ¿Quién se levantará en esta generación y le enseñará esta lección a la Iglesia? En simplicidad, es una lección infantil, ¿pero quién la sabe lo suficientemente bien como para poner la oración a prueba? Es una gran lección por su beneficio incomparable y universal. Las posibilidades de la oración son indecibles, ¿pero quién ha aprendido la lección de oración que entiende y está al nivel de estas posibilidades?
Nuestro Señor, en su discurso de Juan 15, parece relacionar la amistad hacia él con la que se tiene por la oración, y la elección que hizo de sus discípulos parece haber seguido el designio de que, por medio de la oración, llevarán mucho fruto. Él declaró: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando […]. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé» (Jn 15.14, 16).
Aquí tenemos de nuevo el término indefinido e ilimitado «todo» como inclusivo de los derechos y las cosas por las que debemos orar dentro de las posibilidades de la oración.
Y otra declaración más de Jesús: «De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Jn 16.23-24).
Aquí tenemos una exhortación definida de nuestro Señor en cuanto a la amplitud a la hora de orar. Se nos insta de forma concreta a pedir cosas grandes, y se anuncia con la dignidad y la solemnidad que indica la ceremoniosa frase: «de cierto, de cierto». ¿Por qué estas maravillosas urgencias en la última conversación vital que se recoge de nuestro Señor con sus discípulos? La respuesta es que podría estar preparándolos para la nueva dispensación en la que la oración debía tener maravillosos resultados, y en que la oración debía ser la intermediación principal para conservar y dar agresividad a su evangelio.
En el lenguaje de nuestro Señor con sus discípulos en cuanto a escogerlos para que llevaran fruto, en esta rica declaración de nuestro Señor, claramente nos enseña que este asunto de orar y llevar