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La orquidea blanca
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Start Reading- Publisher:
- Olelibros
- Released:
- Jun 28, 2016
- ISBN:
- 9788416646654
- Format:
- Book
Description
Enca Bouzas muestra su maestría a la hora de expresar sentimientos. Esta novela basada en una historia real supone un gran descubrimiento para las letras. Su prosa sencilla y bien construida junto con sus dotes para transmitir emociones deja sin habla a todo aquel que se acerca a esta lectura. Una novela trepidante que te atrapará nada más abrir la primera de sus páginas.
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La orquidea blanca
Description
Enca Bouzas muestra su maestría a la hora de expresar sentimientos. Esta novela basada en una historia real supone un gran descubrimiento para las letras. Su prosa sencilla y bien construida junto con sus dotes para transmitir emociones deja sin habla a todo aquel que se acerca a esta lectura. Una novela trepidante que te atrapará nada más abrir la primera de sus páginas.
- Publisher:
- Olelibros
- Released:
- Jun 28, 2016
- ISBN:
- 9788416646654
- Format:
- Book
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La orquidea blanca - Enca Bouzas Tallon
conmigo.
I
Caracas, 1974
La veía mover los labios pero no entendía nada. No podía entenderla. ¿Qué estaba diciendo esta mujer? ¿Qué significaba aquello?.
—No puede ser…
—Señora, se ha ido con su padre. Vino hace poco más de una hora y se la llevó. Dijo que usted estaba enferma y no podía venir a recogerla.
—Pero, míreme, estoy aquí, no estoy enferma, ahora sí… ¿por qué?, ¿por qué le dejó?
—Señora es su padre, tiene derecho…
—¡No lo tiene! —grité.
No recuerdo qué hice después, no sé si esperé un rato sentada, si tardé mucho en salir. Me vi de repente en la calle, achicando los ojos porque me molestaba la luz del sol. Con un miedo insoportable dentro que no me dejaba respirar.
Volví a mi casa. Me esperaba el peor trayecto de mi vida. Horrorizada dejé de ver, de sentir, de oír, no entiendo cómo llegue a ese piso.
Había dejado de ser mi casa, ya nunca lo sería. A duras penas lo fue en algún momento.
Abrí la puerta con la esperanza de estar aún en el purgatorio, recorrí todas las habitaciones. Eran pocas. Esperaba oír sus voces, bueno, la de ella, chillona y alegre. El silencio era aterrador. No podía soportarlo. Corrí a casa de Esther y nada más sentir sus ojos me desmayé.
—¡Despierta Sofía!, ¿qué tienes?.
—Me muero, me muero…
—Deja de decir tonterías y explícame ahora mismo qué te pasa, me estás asustando.
—Esther, se la ha llevado, se la ha llevado…
—Pero qué dices, no entiendo nada.
—He ido al colegio y no estaba, él había ido con excusas a por ella antes de que terminasen las clases y ahora ¡no están!
—Mujer, no te preocupes, te querrán dar una sorpresa.
—Esther, por favor, ¿no lo conoces? Jamás un regalo, jamás un gesto… ¡se la ha llevado! —chillé fuera de mí.
—Bueno, tranquilízate, vamos a buscarlos, seguro que no será para tanto.
Las tragedias se repiten si no se aprende de ellas. Hechos paralelos, inexorables, que se van sucediendo generación tras generación.
II
Galicia, 1950
En los escalones de mi madrina, con la única tarea de tirar piedras para que Lucera me las devolviese. Estuve toda la tarde sentada. Acababa de tener una hermana. Aún ignoro si esto tuvo algo que ver con mi traslado, nunca han sabido decirme por qué decidieron llevarme a vivir con mi madrina. Desde luego, la adoraba, pero crecí desubicada. Eso es innegable.
Aquella tarde no me apetecía ni perderme por el campo, una de mis aficiones favoritas. Lucera no entendía nada tampoco. Estaba esperando a que arrancara el paso pero no me moví de aquellas escaleras hasta que mi tía me avisó. Estaba la cena hecha. Mi preferida: estofado de carne con patatas.
Así arrancó mi vida, con este recuerdo, lejano y desvaído, sin ninguna conexión con nada. Los siguientes que tengo son de mucho más tarde, imagino que durante ese tiempo yo viví de manera confortable. Iba al colegio, estudiaba, aunque no me gustaba demasiado y mi tía Gloria intentaba hacer todo lo posible para que no me faltase de nada. No tenía amigas porque las pocas chicas que había en el pueblo no eran de mi clase social y nunca me dejaron mezclarme demasiado. En aquella época, las convenciones sociales y el qué dirán gobernaban la vida de todos, era muy difícil abstraerse de ellas. Lucera fue mi única compañía hasta que murió, nunca más he vuelto a tener perro.
—Sofía, ve a arreglarte que tenemos visita.
—Ay, tía, pero si estoy bien ya así.
—De eso nada, ve a cambiarte de vestido. Tu tío tiene invitados para comer, no sé quién ha venido de Venezuela.
—¿Cuándo vendrán?
—A las dos les ha dicho que estaremos en la mesa.
—Voy. —Subí la escalera mirando fijamente al reloj de cuco que la presidía, la una y media. Espero que no sean tan estirados como la señora Martina. La comida del pasado domingo fue un suplicio por su culpa.
Al entrar en mi habitación, luminosa, blanca y limpia, me entraron ganas de quedarme allí con cualquier excusa. No me apetecía estar más tiesa que una vela dos horas, sin apenas probar bocado y sonriendo a cualquier sandez que se le ocurriese a esos invitados. Tenía curiosidad por ver cómo eran unos señores que vivían tan lejos, ni siquiera sabía situar en el mapa ese lugar, pero me aburría soberanamente la manía de mi tío de relacionarse con las personas más aburridas que encontraba a su paso.
Me estaba arreglando cuando oí voces nuevas en el rellano, mejor dicho, una voz nueva. Corrí para acabar cuanto antes, si no mi tío se enfadaría y bajé tan deprisa que casi me mato en las escaleras. Cuando entré al salón, mis tíos conversaban amenamente con un casi adolescente que nada tenía que ver con esas visitas que tan poco me gustaban.
—Entra Sofía, te presento a Marcos Leal, es hijo de la señora Angustias y de mi primo Juan, se fue hace unos años a Venezuela y ahora ha venido a hacer una visita a sus padres.
—Hola —dijo entornando los ojos— tanto gusto.
—Encantada —me senté en la otra punta de la sala. Me gustaba observar a las personas antes de relacionarme con ellas.
—Cuéntanos Marcos, cómo es la vida por allí —dijo inmediatamente mi tío, mientras me echaba una mirada fulminante.
A él no le gustaba tanto esa manía mía de observar. Decía que era de mal gusto. Pero yo no tenía nada que decir en la conversación y siempre me ha gustado mantener un espacio vital de seguridad.
—Difícil, desde luego nadie te regala nada pero me voy apañando, tengo un piso y un buen trabajo, poco a poco, voy progresando y creo que en breve podré ser socio de mi empresa.
—¿En qué trabajas? —quiso saber mi tía.
—En una fábrica de acero inoxidable, no se pueden hacer una idea de la moda que hay allí con el acero, todo se hace de este material, así que no me puedo quejar.
—Muy bien, siempre has sido un buen chico, seguro que encontrarás la manera de que te asciendan en tu trabajo, para eso te fuiste tan lejos, ¿no?
—Sí, claro —dijo el chico mientras bajaba la cabeza.
—Y ¿por qué no han venido tus padres?, les dije que viniesen también, para una vez que nos juntamos…
—¡Ay tío! Ya sabes lo raro que es mi padre, además, dice que tiene mucho trabajo en la taberna y que no podían dejarla desatendida.
—Y tanto que lo conozco, y tanto…
—Bueno, yo creo que va siendo hora de comenzar a comer. Sofía, hija, vamos a pasar al comedor.
—Voy tía —dije cogiendo su mano.
Cada uno ocupó su lugar en la mesa. Marcos, se sentó junto a mi tía, casi frente a mí.
—Esperamos que te guste la comida —le decía mi tío al chico—. Hemos pensado que por allí no comerás demasiado cocido y Gloria ha preparado uno bien rico para la ocasión.
—Muchas gracias, me encanta.
Tuve que levantar la cabeza. Sentía sus ojos clavados en mí. No pude probar bocado, esta vez sin esfuerzo.
Al domingo siguiente, al salir de misa nos volvimos a encontrar con ese muchacho. Se tomó la confianza de pedirle a mi tío si podía sacarme a pasear por la tarde. Mi tío encantado, claro. Después de lo que había pasado me quería cuanto más lejos mejor.
Salimos de casa sin mediar palabra, al poco el intentó romper el hielo.
—Y… ¿qué haces?
—¿Tú qué crees…?
—No sé, te pregunto…
—Mira, Marcos, no quiero ser descortés, pero la próxima vez que quieras pasear conmigo me lo dices a mí, mi tío no pinta nada aquí.
— ¿Perdona? —se podía leer la incredulidad en su cara.
—Perdonado, pero ya lo sabes, si quieres volver a pasear conmigo, o lo que sea, me lo dices a mí. Adiós. —Di media vuelta y me fui muy derecha a mi casa. Sin mirar atrás.
— ¡Pero bueno!, ¿adónde vas?… —eso ya lo oí en la lejanía.
Fin de la salida. No estaba dispuesta a que todo el mundo decidiera por mí, tenía 16 años. Se había acabado ese tiempo. A partir de ahora, era yo y sólo yo la que tomaría mis propias decisiones.
III
—De verdad, no sé qué se piensa —oía la voz furiosa de mi tío.
—Es una niña, no se lo tomes en cuenta, déjala —suplicaba mi tía.
—Estoy harto de ella, quiero que se marche ya de esta casa, llevamos haciéndonos cargo de ella un montón de años y ni una palabra de agradecimiento de nadie…
—Ni se te ocurra amenazarme, no podíamos tener hijos y mi hermana fue tan generosa que nos dejó a la niña y ahora tú sales con estas…
—Sí, generosa, ja, ja, no me cuentes historias... Óyeme, estoy harto…
—Para, para y no sigas. No te lo voy a consentir, ¿me has oído? Te quiero pero no te lo voy a consentir… —Nunca había oído a mi tía tan enfadada, gritaba como loca.
—Mujer, no te pongas así, claro que no estoy amenazándote, sólo… —mi tío había cambiado el tono por completo. Sabía cómo conquistar a una mujer, eso era innegable— es que… —no podía oír nada.
Dejé de oír por completo durante un buen rato.
—Mira Sofía, tienes que ser más educada con las visitas, el otro día me contó la Eulalia que su hijo llegó hecho una fiera porque le habías dado un plantón de mucho cuidado… ese no es el comportamiento propio de una señorita.
—Tía, yo no lo dejé plantado, le dije que me respetara, que si quería algo conmigo tenía que pedírmelo a mí, a nadie más.
—Pero mujer… —mi tía no podía evitar reírse, vi el alivio en su cara— así que te gusta el muchacho… venga dímelo que no pasa nada.
—Pero si no lo conozco de nada y, además, la primera en la frente… —dije roja como un tomate— no quería ofenderlo pero es que no pude controlarme, me entró una cosa, que me tenía que ir, no lo podía soportar.
—Ay, mi niña, qué carácter tiene… —podía ver su mirada de orgullo— pero tienes que ser más cuidadosa, ¿acaso no sabes dónde vives? Por favor, hazlo por mí. El chico dice que vendrá esta tarde a verte, haz el favor de portarte bien con él.
—Claro, tía —dije entre decepcionada, alegre y expectante. Sí, muchas veces caben todos esos sentimientos en un mismo cuerpo.
—Eh —Esas fueron sus únicas palabras de saludo. Pensé que estaba enfadado. Seguro que sí, así que intenté por todo los medios ser amable.
—Hola, siéntate, ¿quieres un café? Es de contrabando de Portugal, —bajé la voz— está buenísimo, creo que lo traen de Brasil —no me atrevía ni a mirarlo. Lo dije todo de corrido, sin pensar si debía decir eso o no.
—Vale. —Se sentó con la cabeza gacha. Empezábamos bien. Salí como una exhalación a la cocina y tardé un poco más de lo necesario, no podía, sabía que no podía, por mí, por mi tía, pero tenía que castigarlo de alguna manera.
—Aquí lo tienes, bien calentito —olía divino, pero pastas no le ofrecí. Si me decían algo diría que se me había olvidado de la emoción, no querían eso, pues…
—Rico… —dijo dejando la taza otra vez en el platillo. Se hizo otra vez el silencio.
—Bien, y ¿cuándo te vuelves a Venezuela?—tenía que preguntárselo, tarde o temprano, y en vista de la locuacidad de él, pues hala.
—La semana que viene —dijo mirando al florero de la mesa.
— ¿Tan pronto? Vaya… —eso no me lo esperaba. Me sorprendí sintiendo ya la pérdida, increíble.
—Tan pronto —por primera vez en aquella tarde sentí sus ojos sobre mí. Me gustó. Mucho. Lo perdoné.
— ¿Quieres que demos un paseo? Esto… siento lo de la otra tarde, lo siento de verás… —dije como para convencerlo, si no lograba que dejara de estar enfadado es posible que nunca lo volviese a ver y no me lo podía permitir.
—Vale —y se levantó como si la silla le quemase.
—Voy a por una rebeca y bajo enseguida, puedes esperarme fuera si quieres —veía sus ganas de salir.
El paseo fue tranquilo, poco hablado y lleno de un sentimiento raro para mí, quería que me tocara, que hiciese algo, algo que no sucedía y, lo peor, sabía que no iba a suceder.
—Te escribiré —dijo muy serio.
—Me encantaría.
—Bien —y dio media vuelta y se fue. Allí me dejó, clavada en el suelo, pensando en si esto era normal, si la gente se relacionaba así. Con una sensación agridulce entré en la casa. Allí estaba mi tío, sentado en su sillón, sonriendo, feliz. No me gustó. Nada. Una noche más que no cenaba sin esfuerzo alguno.
IV
La decisión estaba tomada. No podía quedarme más tiempo en esa casa. Me desgarraba por dentro separarme de mi tía Gloria, pero la convivencia con mi tío era insoportable. Buscaba cualquier momento para demostrarme que lo que había pasado entre nosotros marcaba un antes y un después que nunca iba a repararse. Me hacía sentir culpable por ese momento que hizo que dejara de ser una niña desubicada para convertirme en una adolescente aterrada. Era mi escapatoria. Irme lejos y buscar una nueva vida. Me casaba por poderes con Marcos.
— ¿Cuándo acabas el curso?
—La semana que viene, ya casi hemos terminado.
— ¿Y te gusta, hija?
—A ver, no está mal, no entiendo por qué se le ha metido en la cabeza que lo haga, pero bueno, hecho está.
—Pues es posible que piense que una mujer si sabe peinarse puede ir a cualquier sitio perfecta, decía que iba a ser socio de la empresa, imagino que esos serán sus planes.
—Sí, imagino.
— ¿Estás segura de tu decisión, de verdad quieres hacerlo? —mi tía me miraba fijamente, muy seria.
—Sí, tía, tengo que hacerlo, creo que es lo mejor para todos, me gustará vivir en aquel lugar. Él tiene un buen trabajo, un buen piso, conoceré mundo, él me gusta, creo que es un buen chico, es familia del tío. Seguro que me tratará bien.
—Pero es que está tan lejos… —dijo mientras me colocaba una flor en la solapa.
—Venga tía que llegamos tarde, ya no hay vuelta atrás.
Salimos y mi tío nos esperaba ya en la puerta. Caminamos despacio hasta el autobús. Pontevedra no estaba lejos pero las carreteras eran difíciles. Tardamos más de lo que yo había pensado en llegar al notario, pero llegamos. Firmé. No hubo flores, excepto la de mi solapa, ni invitados, ni fiesta. Sólo una firma. Sólo eso.
El siguiente viaje lo hice hasta Vigo, no había salido de mi pueblo en 16 años y en apenas unas semanas ya había ido a dos sitios diferentes. Claro que este viaje era más largo.
Antes me despedí de mi vida, mis padres no opusieron resistencia a mi decisión. Mi madre me hizo prometerle que escribiría y llamaría, pero sin convicción; a mis hermanos les dio igual. Tenía tres: dos hermanas y un hermano. Juan, Angustias y Dolores, por orden de nacimiento. El de la última marcó mi salida de escena y la entrada en la de mi tía. Nos veíamos continuamente, vivíamos en el mismo pueblo, pero no teníamos la confianza debida, ni siquiera de primos.
El día de mi partida, llegamos y lo vi, gigante, inmenso. Sentí que se me encogía el estómago. Miré a mi tía que lloraba desconsolada, mientras apoyaba la cabeza sobre mi tío, contento. El único que lo estaba. Se había salido con la suya. No volví a mirarlo. ¿Para qué?. Abracé a mi tía. La quería tanto. Cogí mi maleta de cartón y una bolsa con pan, queso y algunas cosas más que me habían preparado. El bolso tan pegado al pecho que no podía coger aire. Así subí por aquellas escaleras. Muerta de miedo.
Ni siquiera tuve el valor de quedarme a ver cómo se alejaba la vida que conocía. Fui directamente a mi camarote. Nunca había estado en un barco. Di algunas vueltas aturdida y al final lo encontré. Lloré hasta cansarme. No salí de allí hasta que noté los primeros síntomas de mareo. Me daba vueltas todo. No podía moverme, pero tenía que avisar a alguien. Creía que me iba a morir allí, sin nadie que me reconociese. Como pude me levanté de la cama, ya era de noche, el barco no paraba de moverse. Vi a un oficial en el pasillo, no entendí nada de lo que me dijo, hablaba italiano, no sabía castellano. Me llevó a la enfermería. Descubrí con pavor que nadie hablaba mi idioma. Me encontraba muy mal. No podía prácticamente
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