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C2 - Serie Novelas en Español Nivel Muy Avanzado: Spanish Novels Bundles, #6
C2 - Serie Novelas en Español Nivel Muy Avanzado: Spanish Novels Bundles, #6
C2 - Serie Novelas en Español Nivel Muy Avanzado: Spanish Novels Bundles, #6
Ebook374 pages9 hours

C2 - Serie Novelas en Español Nivel Muy Avanzado: Spanish Novels Bundles, #6

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About this ebook

¿Estás buscando historias para mejorar tu español?

 

Sé lo difícil que es encontrar buenos libros para ayudarte a aprender un nuevo idioma.

Usualmente no tienes un vocabulario extenso.

No puedes leer novelas largas y complejas destinadas a hablantes nativos.

Te gustaría ir directamente a las cosas divertidas, pero tal vez sea demasiado difícil para ti ahora.

Las típicas lecturas fáciles en español para principiantes no son interesantes o son realmente aburridas.

Pero este libro no es así.

 

Aprender y practicar español con esta serie de lecturas es bien fácil. Olvídate de textos largos y difíciles con traducciones al inglés. Este libro para estudiantes de español no es así: ¡te llevará al siguiente nivel en muy poco tiempo! Eso significa menos esfuerzo en tu camino hacia la fluidez en español. Mejorar tu español puede ser divertido.

 

Una serie de lecturas Nivel Muy Avanzado (C2)

 

La Serie de Novelas en Español Nivel Muy Avanzado (C2) incluye cinco libros de la serie de novelas en español. Una muy buena manera de continuar tu camino de aprendizaje al terminar los niveles A1, A2, B1, B2 y C1. Estas lecturas de dificultad graduada están repletas de expresiones útiles que se necesitan en situaciones cotidianas: saludos, comprar cosas, hablar con amigos, etc. Cualquier aprendiz que tenga un conocimiento avanzado de la lengua española aprovechará estas lecturas. En este nivel ya te sientes cómodo/a leyendo textos largos que expresan ideas, sentimientos, y otras cosas abstractas. También eres capaz de seguir tramas más complejas y de entender matices sutiles del idioma.

 

Esta serie de lecturas C2 incluye los títulos:

  1. La última apuesta
  2. Tsunami
  3. Elektra

 

Esta serie de libros en español Nivel Muy Avanzado te mostrará las estructuras gramaticales más utilizadas en diferentes situaciones. Como el nivel de dificultad es el correcto, aprenderás y lo disfrutarás al mismo tiempo. Este libro de español para avanzados te ayudará a seguir mejorando para abordar lecturas más complejas.

 

¿Por qué leer estas historias en español?

  • Historias divertidas
  • Modernas y actuales
  • Vocabulario relevante
  • Gramática variada
  • Diálogos cotidianos

Una serie de lecturas graduadas en español ACTUAL Nivel Muy Avanzado (C2)

 

Extracto de una de las historias (Tsunami):

 

Cuando se despertó esa mañana ya sabía que había sucedido algo malo. La luz de alerta de sus lentes de realidad virtual no fallaba: cuando se prendía era porque de verdad había sucedido algo. Por la intensidad y el color de la luz, Karen ya sabía que era una noticia internacional. En el año 2034 los periodistas están más conectados que nunca. Tienen dispositivos tecnológicos de todo tipo que emiten alertas sobre las últimas noticias en cuestión de segundos. Al recibir las notificaciones deben reportarse a los grandes grupos de redes sociales que dominan el planeta. 

 

 

Llegó el momento de leer en español. ¡A practicar!

 
LanguageEspañol
PublisherPaco Ardit
Release dateOct 5, 2017
ISBN9781386170549
C2 - Serie Novelas en Español Nivel Muy Avanzado: Spanish Novels Bundles, #6

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    C2 - Serie Novelas en Español Nivel Muy Avanzado - Paco Ardit

    PACO ARDIT

    Copyright © 2017 by Paco Ardit

    2nd edition: January 2019

    All rights reserved. 

    This book is a work of fiction. Names, characters, places, and incidents either are products of the author’s imagination or are used fictitiously. Any resemblance to actual persons, living or dead , events, or locales is entirely coincidental. 

    No part of this book may be reproduced in any form or by any electronic or mechanical means including information storage and retrieval systems, without permission in writing from the author. The only exception is by a reviewer, who may quote short excerpts in a review. 

    24 Free Resources for Spanish Learners (PDF)

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    The Books & the Author

    High Advanced Learner's Bundle is a package of three advanced (C2) Readers for Spanish learners. The book is written in a simple and direct style. In these advanced titles you'll notice that the chapters and sentences are longer and more complex. In order to help you start thinking in Spanish, no English translations are provided.

    Paco Ardit is a Spanish writer and language teacher living in Argentine since the 1980s. He loves helping people learn languages while they have fun. As a teacher, he uses easy readers with every one of his students. Paco speaks Spanish (his mother tongue), and is fluent in French and English.

    Website

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    Who Should Read These Books

    This bundle is intended for High Advanced learners (C2). I assume you have a very good command of Spanish. At this level you are comfortable reading long texts that express ideas, feelings, and other abstract things. You are also able to follow more complex plotlines and grasp subtle nuances of the language.

    La última apuesta

    Capítulo 1

    -¡No va más! -dijo el croupier, mientras giraba la rueda de la ruleta.

    Diego acababa de poner todas sus fichas -unos 40000 dólares- al color rojo. Esta era la tercera vez en el día en que hacía la misma apuesta: a todo o nada. O doblaba la cantidad de dinero o se iba con las manos vacías. Nunca le habían gustado los términos medios. Si ganaba quería ganar a lo grande, y si perdía también. Prefería mil veces irse rico que irse con solo un poco de dinero. Lo tenía perfectamente claro: si perdía esta jugada no iba a tener más remedio que pedir otro préstamo. Pero esta vez ya no sería para seguir apostando, si no para pagar su viaje de regreso a México. No sería la última vez que hubiera tenido que pedir dinero para regresar a su país después de haberse gastado hasta lo que no tenía en apuestas.

    La rueda de la ruleta giraba lentamente, con una paciencia infinita. Diego miraba al croupier y a la rueda, una y otra vez de forma alternada. Tenía la seguridad de que el croupier sabía el resultado de antemano. Aunque Diego apostaba en casinos desde los 18 años, aún no había acumulado tanta experiencia como para leer los rostros inexpresivos de los empleados de los casinos. No había forma de obtener la menor información a través de sus gestos. La rueda de la ruleta empezó a desacelerar poco a poco. Unos segundos más tardes se clavó en un número: el 14. Rojo, el 14.

    Diego miró al croupier con aires de superioridad, mientras le acercaba el montón de fichas que había ganado. En unos instantes había pasado de tener 40000 dólares a 80000 dólares. Exactamente el doble. Este era el momento ideal para retirarse, empacar las maletas y tomar el avión de regreso a México. Es lo que hubiera hecho cualquier persona sensata. ¿Cuál podía ser el sentido de seguir apostando y arriesgarse a perder parte de lo ganado? Cualquier persona razonable puede darse cuenta de eso. Diego es muy inteligente, pero a veces no es tan razonable. Su ambición de dinero lo lleva a poner en práctica las tonterías más grandes. Tonterías que el resto del mundo solo imagina. Eso es justamente lo que lo lleva a quedarse en el casino incluso después de haber duplicado su stack de fichas con un valor de 40000 dólares. Duplicar a 80000 dólares no es suficiente. Necesita ganar aún más. Necesita seguir jugando hasta hacer una diferencia. Sebastián –su compañero de apuestas– lo mira y no entiende. Sabe que está mal seguir apostando, quedarse en el casino después de haber ganado tanto dinero. Lo sabe, lo comprende. Pero también conoce esa sensación de aún no es suficiente, puedes ganar un poco más.

    -Diego, ya estás hecho por hoy. No sigas jugando. Sabes muy bien cómo sigue esto -le dijo Sebastián, en voz baja.

    -Claro que lo sé. Sé perfectamente cómo sigue esto: si me voy, regreso tan pobre como he venido. Si sigo apostando, puedo regresar rico y darle a mi familia la vida que se merece.

    -Vamos, man. 80000 dólares no es poco dinero. ¿Regresar con 80000 dólares en ganancias es regresar pobre?

    -Sé que puedo ganar mucho más que eso. Al menos 250 mil. Un cuarto de millón. Sé que puedo hacerlo.

    -80000 dólares es buen dinero. No necesitas seguir jugándolo -volvió a decirle Sebastián, intentando convencerlo.

    -Tú harías lo mismo... tú también seguirías apostando.

    -Sí, es posible. Pero yo no tengo una hija de 11 años. Tú sí. Tienes que proveer para tu familia.

    -Es justamente lo que estoy haciendo. Quiero hacer una cantidad suficiente de dinero para darles la seguridad que se merecen.

    -Diego, 80000 dólares es bastante dinero. Puedes invertirlo.

    -Eso es lo que voy a hacer. Voy a reinvertir ese dinero aquí en el casino. Voy a multiplicarlo.

    Sebastián lo miró desanimado. Sabía que no tenía sentido seguir insistiendo. Durante los últimos 10 años habían tenido la misma conversación decenas de veces. Siempre que Diego ganaba una suma considerable en un casino, su amigo intentaba convencerlo para que se retiraran, para no seguir apostando. Sabía que, eventualmente, Diego siempre terminaría perdiéndolo todo. No tenía la capacidad de auto-controlarse, de decir hasta aquí llego. De decir no va más, como el croupier de la ruleta, y dejar de apostar. Diego estaba convencido de que siempre se podía jugar un poquito más, de que estaba la posibilidad de sacar un pequeño margen extra. Aunque siempre terminaba perdiendo, tenía la esperanza de que un día tendría un golpe de suerte. Ganaría una suma tan grande que ya no sentiría la necesidad de quedarse en el casino, de seguir apostando. Ahí sí se iría satisfecho, con la certeza de tener lo suficiente para el sustento de su familia por el resto de sus vidas.

    Diego guardó todas su fichas en un pequeño bolso y empezó a caminar solo por el casino. Era uno de los casinos más grandes en El Paso, Texas. Aunque estaba a más de 1000 km de Monterrey, así y todo era mucho más cerca que ir a Las Vegas. Los viajes a Las Vegas eran una constante desde que cumplió la mayoría de edad, pero no siempre tenía dinero suficiente para los pasajes de avión (era muy lejos para ir en auto). Además había que contar el dinero para el alojamiento y otras necesidades. Con el tiempo, él y sus amigos apostadores aprendieron a conformarse con casinos más pequeños y premios más modestos. En Texas y Nuevo México había suficientes opciones como para elegir.

    Sebastián lo seguía de cerca, unos pasos detrás. En este momento no había nada que pudiera hacer para frenar a su amigo en lo que inevitablemente sucedería. Lo único que quedaba era ver cómo poco a poco iría dilapidando esa enorme cantidad de fichas que había acumulado. Cómo las iría perdiendo de a cientos o miles de dólares. Diego simplemente no tenía la habilidad para decir basta. No tenía la fuerza de voluntad necesaria para detenerse, reflexionar y decirse a sí mismo Okay, esto es suficiente. Con esta cantidad de dinero ya me puedo ir. Eso estaba fuera de su imaginación. En todos sus años apostando en casinos, sus amigos lo habían visto apenas dos o tres veces salir de un casino con ganancias. El resto de las veces Diego se iba con las manos vacías. Las pocas veces en que logró ganar dinero, por lo demás, apenas pudo disfrutarlo. Tenía tantas deudas que pagar, tantos préstamos de dinero que saldar, que después de pagar todo eso no le quedaba prácticamente nada. Mientras caminaba detrás de su amigo, Sebastián se preguntaba cuánto tiempo le llevaría a Diego gastar los 80000 dólares que había ganado. Este era el tercer día de apuestas. Al momento de viajar se habían prometido que no se quedarían más de tres días. Si Diego conseguía pasar al menos unas horas más sin perder demasiado podría regresar a México con una buena diferencia. Eso ya sería un logro extraordinario.

    Aunque era un fanático de la ruleta, Diego tenía experiencia en todos los juegos de los casinos. A lo largo de los años había pasado por épocas en las que jugaba más al póker, otras en que apostaba a craps, blackjack o baccarat. Como se había tomado el tiempo de aprender las reglas y la estrategia de todos y cada uno de ellos, podía jugar su dinero en el que quisiera. Es cierto que no dominaba todos los juegos por igual, pero le gustaba la flexibilidad de poder elegir cosas distintas. Incluso, si se cansaba de los juegos de mesa podía optar por juegos más simples. Eso es lo que hacía los días en que no quería interactuar demasiado con otras personas: se dedicaba exclusivamente a los slots y a las máquinas tragamonedas. La elección de apuestas casi siempre dependía del día y de su humor. Según cómo se levantaba y cómo se sentía, así era el tipo de juego que elegía para invertir su dinero, como le gustaba decir.

    Después de la gran victoria en la ruleta fue directamente a las mesas de craps. Los dados nunca habían sido su fuerte, pero cuando se sentía optimista no podía dejar de hacer unas cuantas apuestas allí. Voy a separar 10000 dólares. Si en los primeros 15 minutos no pierdo más de 5000 dólares agregaré un poco más, pensó Diego mientras se acercaba a las mesas de dados. Antes de empezar a apostar le gustaba ponerse límites personales, como apostar solo una cierta cantidad de dinero, o retirarse de la mesa de juego después de X tiempo, o de perder tanto dinero. Diego se jactaba con sus amigos de su enorme auto-disciplina y determinación para cumplir lo que se proponía. La verdad es que Diego siempre seguía el protocolo que él mismo se proponía. Tenía disciplina para llevarlo a la práctica, y nunca había tenido inconvenientes para hacer lo que tenía que hacer. Pero había un pequeño inconveniente con su sistema: era totalmente arbitrario. Las disciplinas que él mismo se imponía no tenían ningún fundamento o razón de ser. Se le ocurrían mientras caminaba, uno o dos minutos antes de empezar a apostar. No estaban basadas en ningún sistema o método. No tenían en cuenta ningún tipo de riesgo o de probabilidad. Era simplemente lo que a Diego le parecía que podía funcionar. Innumerables veces Sebastián había intentado disuadirlo para que dejara de usar ese sistema irracional. Pero siempre se encontraba con las mismas respuestas.

    Al llegar a la mesa de craps Diego le dijo a su amigo que no invertiría más de 10000 dólares. Y que luego vería, según como continuara todo después de 15 minutos de apuestas. Sebastián lo miró sorprendido:

    -Diego, ¿por qué sigues usando el mismo sistema? ¿No ves que no te ayuda en nada? Al contrario...

    -Eso lo dices porque no lo has probado. ¿Qué es peor que un sistema? No tener un sistema. ¿Tú tienes un sistema?

    -No, no tengo un sistema -respondió Sebastián-. Pero tengo otras cosas que me ayudan a controlar lo que gasto.

    -Sí, sí, eso de los presupuestos y la planificación. Ya sabes lo que opino del tema...

    -Ya lo sé, pero así y todo deberías probarlo. Es más racional.

    -Es para gente que vive en la escasez. Prefiero vivir en la abundancia.

    -¿De qué abundancia hablas? Yo no veo que tengas mucha abundancia.

    -Acabo de duplicar en la ruleta. Tengo 80000 dólares en fichas. Si eso no es abundancia entonces yo no sé qué es.

    -Ay, mi amigo, ¿cuánto tiempo te durará ese dinero? Si nos vamos ahora mismo del casino con los 80000 sí podrás decir que estás en abundancia. Si te quedas y te lo juegas todo vas a volver a la escasez. Sabes muy bien que es así.

    Diego miró a su amigo con atención durante unos segundos, reflexionando sobre sus últimas palabras. Por un instante, Sebastián creyó que su amigo recapacitaría y le diría tienes razón, vámonos ya mismo. Pero no. La respuesta de Diego fue:

    -Por ahora seguiré apostando. Tenemos unas horas más antes de que termine el día. ¿Por qué dejar dinero sobre la mesa cuando tengo la posibilidad de ganar más?

    Esta vez Sebastián no le respondió. Se limitó a mirarlo como había hecho cientos de veces en situaciones similares. Diego tomó algunas fichas de 50 dólares y las distribuyó en la mesa de craps. Cuando llegó había otros ocho jugadores. La mayoría hacía apuestas muy conservadoras, en busca de algunos patrones o de información extra por parte del croupier. Los mejores croupiers tenían una técnica muy depurada, por lo que eran capaces de predecir con gran precisión cuáles serían los valores que saldrían en las próximas rondas. De acuerdo al tipo de lanzamiento que hacían para hacer rodar los dados, sabían quiénes de los jugadores saldrían beneficiados en cada ronda. La estrategia del juego no era demasiado compleja, por lo que cualquier jugador que deseara comprender cómo funcionaba la modalidad de apuestas no tenía más que leer uno o dos libros. Diego había leído más de una docena y conocía muchas sutilezas del juego que solo estaban al alcance de los verdaderos profesionales de las apuestas. Sabía, por ejemplo, que lo mejor era arrancar con pequeñas apuestas para tener una sensación de cómo estaba la mesa de apuestas. De acuerdo a la cantidad de dinero que se ponía en juego en cada ronda, el croupier podía beneficiar a solo uno o a varios jugadores. Las primeras jugadas tenían como propósito identificar quiénes eran los que estaban apostando más fuerte. El objetivo era entender la dinámica de apuestas de ese momento en el menor tiempo posible.

    Después de 15 minutos de apostar había perdido solo 500 dólares. Ya tenía la información suficiente para empezar a arriesgar un poco más y aspirar a ganar algo de dinero. Poco a poco fue aumentando sus apuestas y a jugar de forma más agresiva. En cada jugada ahora invertía 200 o 300 dólares. A ese ritmo sabía que los 10000 dólares no le durarían más de unos 5 o 10 minutos. Pero no le importaba. Sabía que si jugaba con precisión tenía la oportunidad de llevarse un buen margen. Todo era una cuestión de timing.

    Toda la mesa estaba en silencio. Los jugadores miraban sorprendidos cómo Diego aumentaba sus apuestas de forma gradual. Mientras tanto, el resto seguía jugando de forma conservadora. En solo dos minutos, Diego había perdido 3000 dólares. Pero tenía tanta confianza en su plan que no iba a dejar de apostar al ritmo que lo venía haciendo. En las cuatro rondas siguientes, logró duplicar su stack en dos oportunidades. De pronto tenía 16000 dólares. Siguió apostando durante unos 5 minutos más y se retiró satisfecho de las mesas de craps. Había hecho una ganancia neta de casi 21000 dólares.

    -Viste, te lo dije. El que no apuesta no gana -le dijo a Sebastián, sonriendo.

    -Tuviste suerte, Diego. No me digas que tenías todo controlado. Sabes muy bien que no es así.

    -Un poco de suerte, puede ser. Pero tuve agallas para apostar más cuando el resto de los jugadores seguían jugando unos pocos dólares.

    -Sí, eso es lo que te dio la diferencia de dinero. Pero eso es también lo que te lleva a perder miles y miles de dólares en cuestión de minutos.

    -Es lo que te he dicho: el que no apuesta no gana. El que apuesta poco, gana poco. El que apuesta a lo grande, gana a lo grande.

    -El que apuesta a lo grande, gana a lo grande, o pierde a lo grande. Te faltó esa parte.

    Diego le sonrió con aire altanero, diciéndole con la mirada que hoy se iría ganador. Estaba apostando a lo grande para reunir el cuarto de millón de dólares que le había prometido a su esposa. Aunque sabía que ella se conformaría con mucho menos que eso (se lo había dicho infinidad de veces), en el fondo él sentía que debía regresar a casa con una suma igual o superior a los 250000 dólares. De lo contrario se sentiría un perdedor. No podía evitar pensar en los regalos que le haría a su hija. En última instancia, ella era la verdadera razón detrás de todo esto. Diego solo quería asegurarle un buen futuro; darle todas las oportunidades que él no había tenido.

    Quitando las propinas que le dejó a los croupiers de la ruleta y de craps, Diego tenía casi 100000 dólares en fichas. Sin dudas, hoy tenía una de esas rachas positivas que no se daban tan a menudo. Si volvía a duplicar su stack estaría a solo 50000 dólares de su objetivo. Sebastián intentó hablarle por última vez, pero Diego lo interrumpió antes de que terminara la primera frase. No iba a permitir que su amigo se interpusiera entre él y su cuarto de millón de dólares. Estaba cada vez más cerca de lograrlo.

    Para la próxima apuesta podía elegir entre una docena de juegos distintos. Las mesas de blackjack y baccarat, sin dudas, eran dos excelentes opciones. Muchas veces había duplicado buenas cantidades de dinero en estos juegos. Hoy podía repetir la hazaña. Por otra parte, conocía bastante de las estrategias más usadas en estos juegos. Se acercó a las mesas para tener una sensación de lo que ocurría en cada una de ellas, pero prefirió seguir su camino. Diego se guiaba mucho por su intuición. Cuando no sentía que era el momento de hacer apuestas en un determinado juego, escuchaba a su instinto y seguía de largo. Era difícil saber hasta qué punto esto influía sobre sus resultados, pero lo cierto es que ya lo había adoptado como un hábito.

    Después de recorrer rápidamente los dos pisos del casino volvió a su mesa preferida: la ruleta. Nunca había ganado dos grandes jugadas de ruleta durante una misma jornada, pero hoy podía ser la primera vez. Sí, ¿por qué no? Hoy puede ser el día en que cambie mi suerte, de una vez y para siembre, pensó Diego, fantaseando con el cuarto de millón de dólares.

    Para entrar en calor hizo una apuesta de 2000 dólares a par. En esa vuelta salió el número 31. Una vez más, volvió a jugar 2000 dólares a par. En esta ocasión salió el 3. Okay, son solo 4000 dólares. Tal vez esta es una señal de que debo dejar de apostar como un niño. Vamos a apostar a lo grande, pensó, con la vista fija en el paño verde de la mesa. Sin pestañear, Diego tomó poco menos de la mitad de sus fichas y las puso debajo de la apuesta a rojo. Eran unos 45000 dólares. Después de colocar su apuesta miró al croupier a los ojos. Su rostro se veía tan inexpresivo como siempre. La bolilla dio las últimas vueltas sobre la ruleta y terminó reposando sobre el número 35. Negro el 35. Sin dudarlo un segundo, Diego tomó la otra mitad que le quedaban (unos 50000 dólares) y los colocó debajo de la apuesta a negro. Miró nuevamente al croupier, con una mezcla de angustia y adrenalina. La bolilla volvió a dar vueltas sobre la ruleta para quedar fija en el número cero. Ni negro ni rojo. Una vez más había perdido todo en el casino. Hoy también se iría con las manos vacías.

    Capítulo 2

    El viaje de regreso a México era interminable. Viajar en auto era mucho más barato, pero también era más largo y agotador. En esta situación era la única alternativa que podía considerar. Como no quería ni podía seguir agregando ceros a su ya abultada deuda, decidió que lo mejor era volver en auto. A través de un grupo de Facebook, Diego logró dar con una persona que iba en dirección a Monterrey ese mismo fin de semana. Compartir gastos con el conductor y otras dos personas reduciría muchísimo el costo del viaje de vuelta (terminaría pagando unas monedas, en comparación con lo que hubiera gastado en un pasaje de autobus o regresando en avión). Su amigo Sebastián, por su parte, se quedaría unos días más en Estados Unidos antes de regresar a México en avión. Le daba bronca y envidia, pero no podía culparlo: él sí administraba su dinero de manera más o menos ordenada, por lo que nunca le faltaba para pagar pasajes de avión de ida y vuelta.

    Volver a su casa con un grupo de desconocidos de Facebook no era lo que más le gustaba en el mundo. Supongo que es a lo máximo que puedo aspirar en este momento, pensaba en el asiento trasero del auto. Durante la mayor parte del viaje sonaban temas pop en español. Por una de esas casualidades, el conductor estaba aprendiendo castellano. En cuanto surgió la oportunidad, el hombre que conducía aprovechó para practicar el idioma con Diego:

    -¿Cuánto hace que está en México? -le preguntó, en un español desarticulado.

    -Hace 35 años ya.

    -¡Oh, eso es muy mucho! ¿Ha nacido usted en México?

    -Sí, es mucho -respondió Diego, sin animarse a corregir el error-. Y sí, nací en México, en Monterrey.

    -Qué bonito, México.

    -¿Conoces Monterrey?

    -No, esta es la primero vez.

    -Ah, la primera vez. Qué bien... -dijo Diego.

    -Oh, sí, eso. La primera vez que voy -repitió el conductor, como buen estudiante.

    El viaje duraba más de 12 horas, por lo que pasarían una noche en un motel cerca de la carretera. José, el conductor, sabía cuáles eran los más baratos. Como los cuatro estaban en plan de ahorro fueron al más económico de todos. Después de todo, no era más que para pasar la noche y seguir el viaje rumbo a Monterrey. Por suerte, el motel no tenía ni una sola máquina tragamonedas. Hubiera sido una tentación demasiado grande tener que pasar la noche cerca de una máquina sin jugar dinero. Diego se conocía muy bien: si había una oportunidad cercana para apostar era capaz de pedir dinero prestado a desconocidos. Más de una vez lo había hecho.

    Llegaron al motel cerca de las 11.30pm, compraron unas bebidas para refrescarse y fueron a su habitación compartida (un solo cuarto con dos camas individuales). A Diego no le hacía mucha gracia tener que compartir el cuarto con un desconocido, pero era bastante más barato que rentar habitaciones individuales. Bueno, después de todo ya no es tan desconocido. Compartimos el viaje en auto durante unas cuantas horas. Y lo conozco más que cuando lo contacté por Facebook, pensaba, mientras caminaba hacia la habitación 14. José, el conductor, lo seguía unos pasos atrás. Por la expresión de su rostro, parecía estar contento de compartir la habitación con Diego.

    -No está tan malo, ¿verdad? -dijo José, observando la habitación 14 por dentro.

    -No, no está tan mal. Tiene dos camas, tiene colchones. Es todo lo que necesitamos.

    -Jaja, ¡me haces reír Diego! Tienen dos camas.

    -No sabes en los moteles que he estado. Esto es un lujo, en comparación. Un hotel cinco estrellas.

    -¿Tan malos eran? -preguntó José, con curiosidad.

    -Peores que malos.

    -¿Existe algo "peor que malo"? ¿Cómo le llaman a eso?

    -¡Es una forma de decir! Eran horribles. Las camas ni siquiera tenían camas, y estaban llenas de pulgas. Espero que estas sean distintas.

    José se acercó a una de las camas con rostro asustado. Levantó la colcha y, al ver que había sábanas, respiró aliviado.

    -¡Están las dos sábanas! La de abajo y la de arriba.

    ––––––––

    Desde pequeño Diego ya sabía que tendría una familia típica: dos o tres hijos, una esposa y un perro. Era lo que veía en su propia casa, y también era lo que estaban haciendo sus primos, hermanos y amigos. Conseguían un trabajo, se ponían en pareja y tenían su primer hijo. Cuando le preguntaban cuántos hijos le gustaría tener cuando fuera grande Diego siempre respondía dos, tres, cuatro o más. Por alguna razón, creía que tener más de un hijo estaba conectado con la abundancia. Suponía que, si tenía varios hijos, tendría que esforzarse más para ganar aún más dinero (por lo que probablemente terminaría siendo millonario). Con el tiempo se dio cuenta de que este era un razonamiento totalmente falaz. Para ganar mucho dinero no necesitaba esforzarse por tener más hijos, si no esforzarse por generar más ingresos. De todos modos, nunca llegaría a saber si estaba en lo cierto o no. Contra todos los pronósticos Diego terminó teniendo una sola hija: Valeria.

    Durante años, con Natalia -su esposa- intentaron darle un hermanito a su única hija. Los médicos les decían que siguieran intentando, que eventualmente Natalia volvería a quedar embarazada. Todos los análisis de fertilidad daban resultados positivos. Tanto él como Natalia eran súper fértiles. Los médicos no se podían explicar cómo era posible que después de tanto tiempo intentando no lograran resultados. Lo único que hacían era repetir una y otra vez: eventualmente, eventualmente.... Lo que terminó sucediendo, eventualmente, fue que un día dejaron de intentar. Valeria tenía ya 8 años, por lo que prefirieron dejar de buscar un hermanito para su hija. No querían que la diferencia de edad fuera demasiado grande.

    Las amigas de Natalia intentaron convencerlos de que esa no era una buena razón para dejar de buscar un hijo. Pero para ellos lo era. Cuando alguien sacaba el tema e intentaba convencerlo de que siguieran buscando un hijo, Diego solía contestar: Queríamos darle un hermanito, no un hijo, refiriéndose a la diferencia de edad cada vez mayor que Valiera tendría con un futuro hermano. Por su parte, Valeria estaba perfectamente bien como hija única. Aunque la idea de tener un hermanito le parecía divertida (varias de sus amigas tenían uno o dos hermanos pequeños), tampoco hacía una gran diferencia para ella. En realidad eran sus padres quienes creían que ella necesitaba un hermano. Si alguien le preguntaba si quería tener un hermanito ella respondía con indiferencia: Me da lo mismo. Si tengo un hermanito está bien, y si no también está bien. A diferencia de sus padres, Valeria había aprendido desde muy pequeña a aceptar lo que el mundo le traía.

    En México había cada vez más parejas que tenían un solo hijo. La nueva familia típica parecía ser la de tres integrantes, en la que los dos padres trabajaban y se repartían las tareas domésticas. En el caso de Diego y Natalia esto no era exactamente así. Desde muy joven Natalia era maestra de escuela y hacía muchas tareas como ama de casa. Diego, en cambio, no tenía un trabajo formal. De hecho, nunca duró en un trabajo más de 6 meses. A los pocos meses -a veces, a las pocas semanas- se cansaba, se aburría y volvía a lo de siempre: las apuestas. Los sueldos que pagaban

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