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Yom Kippur: Tiempo De Amor Y Perdon
Yom Kippur: Tiempo De Amor Y Perdon
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Yom Kippur: Tiempo De Amor Y Perdon

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About this ebook

Una historia que nace de la mezcla de testimonios de la vida real y ficcin, en la que sus personajes , una familia juda, los padres y sus pequeos hijos, soportan los horrores del Holocausto.En medio de la ms cruel separacin , cuando sobrevivir es el milagro de cada da, un slo pensamiento los une : vivirn para volver a reunirse! Soportando el dolor en la ms terrible condicin, sus sentimientos fluctuan pasando del odio al amor , de la calma a la tormenta. Podr un nio olvidar las escenas que vio en una "sala de operaciones" de un campo de concentracin? Ser posible que su enemigo, le ayude a escapar? Surgir en medio del caos y la destruccin, del final de la guerra,un amor capaz de vencer fronteras de enemistad y rencor? Unirn su destino a un botn de guerra maldito ? Ser el itinerario del oro Nazi el camino que los llevar a la liberacin?Yom Kippur, con un desenlace sorprendente te guiar paso a paso a encontrar las respuestas de estos interrogantes, envolvindote en su llamado de amor y perdn,hasta las lgrimas.

LanguageEspañol
PublisheriUniverse
Release dateDec 20, 2013
ISBN9781475947816
Yom Kippur: Tiempo De Amor Y Perdon
Author

Silvia Ruarte Funes

Silvia Ruarte Funes: Nació en Argentina , en la ciudad de Mendoza. Es docente, ejerció la profesión durante 24 años. Perfeccionó sus estudios en el Departamento de Arte, en los cursos de Autor Teatral,  fue presentada como escritora  en la Sala Municipal de Cultura, de su ciudad en 1991. Sus prosas y poemas, fueron transmitidos por un año en radio FM, produciendo una cálida respuesta de sus oyentes. Ha participado en eventos culturales como la exposición de pinturas y poemas, "Pintando con palabras la belleza de la vida." Después de muchos años, ahora presenta su novela Yom Kippur, " Tiempo de Amor y Perdón", basada en una mezcla de hechos de la vida real y ficción.  Actualmente vive en Texas, EE.UU., donde continúa expresando sus escritos y sus experiencias. En su trabajo ,cada palabra y cada línea es un mensaje directo, escrito con el alma que llega profundamente y nutre el espíritu.

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    Book preview

    Yom Kippur - Silvia Ruarte Funes

    Copyright © 2000, 2013 Silvia Ruarte Funes.

    All rights reserved. No part of this book may be used or reproduced by any means, graphic, electronic, or mechanical, including photocopying, recording, taping or by any information storage retrieval system without the written permission of the publisher except in the case of brief quotations embodied in critical articles and reviews.

    This is a work of fiction. All of the characters, names, incidents, organizations, and dialogue in this novel are either the products of the author’s imagination or are used fictitiously.

    iUniverse books may be ordered through booksellers or by contacting:

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    Any people depicted in stock imagery provided by Thinkstock are models, and such images are being used for illustrative purposes only.

    Certain stock imagery © Thinkstock.

    ISBN: 978-1-4759-4780-9 (sc)

    ISBN: 978-1-4759-4781-6 (e)

    iUniverse rev. date: 12/17/2013

    TABLA DE CONTENIDO

    Capitulo 1 Operación limpieza

    Capitulo 2 Tiempo de expiación

    Capitulo 3 Cautivos del dolor

    Capitulo 4 Una chispa en la oscuridad Auschwitz

    Capitulo 5 Camino de Luz

    Capitulo 6 Tesoros del terror Unidos en el Peligro

    Capitulo 7 En el vientre del pez

    Capitulo 8 Misión en Sudamérica Ventana de Esperanza

    Capitulo 9 Del odio al amor Calma en el Paraíso

    Capitulo 10 David Raíces de rencor

    Capitulo 11 La maldición del oro

    Capitulo 12 Calma antes de la tormenta

    Capitulo 13 Vórtice mortal

    Capitulo 14 Yom Kippur Sol De Justicia

    EPILOGO

    Estoy agradecida a Dios por haberme inspirado, a mi esposo, mis hijos: Gabriela, Gustavo, Marcos, Meliza, Mauricio e Ingrid y a mis nietos.

    A Horacio Zain por ayudarme con la investigación con gran paciencia y cariño, a Miriam por sus oraciones.

    A todos mis amigos que me han apoyado con tanto amor y palabras de aliento. Especialmente a mi hija, Gabriela, por su amor, dedicación y paciencia.

    Gracias a todos por compartir este sueño, que se ha hecho realidad.

    Que la luz de esta historia, impacte las mentes y los corazones de los descendientes de aquellos que estuvieron involucrados en éste triste pasado y de todos los lectores, y pueda traer perdón y reconciliación, para sanidad de muchos corazones.

    CAPÍTULO 1

    Operación limpieza

    "Ni mucho oro, ni muchas riquezas,

    serán para el hombre

    tesoros que no perezcan."

    D enso fuego de artillería sacudió el avión Stuka que Hans infructuosamente piloteaba, tratando de evadir el intenso fuego enemigo. El avance de las fuerzas aliadas se había multiplicado, a tal punto que simultáneamente se estaban librando combates en todos los frentes.

    El avanzó y penetró a lo largo de las líneas de combate alemanas. El ataque del enemigo, se intensificó, numerosos proyectiles impactaban en su avión, las posibilidades para Hans de mantener su posición de vuelo, se estaban volviendo cada vez menores. La tensión fue aumentando. De repente, un avión inglés se acercó en vuelo directo al costado derecho de la cabina. La sorpresiva y estratégica maniobra del enemigo y sus certeros disparos no le dieron, al joven oficial alemán, el tiempo suficiente para evitar la serie de disparos que dieron en la parte del timón de cola y desprendieron parte que voló por el aire. Al perder el control del avión, este comenzó un descenso alucinante, que impidió cualquier maniobra por parte del oficial.

    La sangre brotaba caliente; su brazo derecho comenzó a adormecerse. Los desesperados intentos de Hans y su copiloto no habían logrado estabilizar la máquina cuando una nueva descarga de proyectiles impactó de lleno sobre ellos, destruyendo totalmente la cabina. Los segundos eran interminables. Su acompañante se dobló en el asiento, su pecho estaba bañado en sangre; estaba muerto.

    Un gesto de desesperación y dolor se había instalado en el rostro del hombre. La caída continuaba vertiginosa y sin control. En un sobrehumano esfuerzo logró saltar del incendiado avión, que continuó su marcha. Desde el aire vio su máquina estrellarse entre los árboles, y un pensamiento pasó por su mente en aquella hora: quería mucho ese avión, con el había batallado en la conquista y destrucción de Checoslovaquia y ahora era un montón de retorcidos y humeantes, hierros!

    Mientras su paracaídas lo transportaba hacia abajo, pensó en el incierto destino que le esperaba, pero el intenso dolor de sus pies al chocar contra la tierra le sacó bruscamente de sus cavilaciones. De inmediato, su olfato, fue sorprendido por el nauseabundo olor del lugar. Mientras se incorporaba, levantó la cabeza y divisó a la distancia sombrías columnas de humo que se elevaban desde grises barracas. Reconoció de inmediato el lugar; era un campo de concentración.

    Con pasos lentos, escondiéndose entre los árboles, se abrió paso hacia el edificio más cercano que se perfilaba ante sus ojos cansados. El frío era intenso, se sentía muy débil, la sangre que había perdido, lo dejó casi sin fuerzas. El insoportable olor del lugar hería su nariz y revolvía su estómago. Sintió deseos de ir en la dirección opuesta, pero su sentido de autoconservación lo obligó a seguir avanzando hacia ese horrible lugar. Llegó al alambre de púas y observó los movimientos de los guardias. Trató de gritar, pero todo empezó a girar vertiginosamente ante su vista. Una oscuridad no conocida, lo inundó todo ante él y cayó sin sentido, en el húmedo suelo, que recibió su debilitado cuerpo. Lo último que oyó fue los ladridos de los perros que se acercaban.

    Cuando Hans despertó, se encontró en una extraña habitación. Sus paredes blancas y el acre olor de los medicamentos le indicaron que estaba en una especie de enfermería. Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la luz que entraba por la estrecha ventana. Debía ser mediodía. No podía saber cuánto tiempo había estado inconsciente. El sonido de los pasos que se acercaban despertó su curiosidad. Un delgado y casi calvo doctor entró en la habitación, con sus gafas que parecían jugar sobre su pequeña nariz aguileña. Le recordó una increíble y graciosa caricatura, al ver dos dientes largos que sobresalían de los labios del médico, cuando lo saludó con una leve sonrisa. Hans devolvió el saludo, dando a conocer su nombre y rango. El médico le informó sobre su estado de salud y su período de recuperación, que iba a ser alrededor de una semana y media, ya que la herida en su brazo, era relativamente profunda y necesitaba tiempo para cicatrizar. Milagrosamente, ninguno de sus huesos se había roto, pero aun así, el doctor le indicó que tratara de descansar.

    Los dos primeros días, siguió las indicaciones del doctor, de hacer reposo, pero las horas le parecieron interminables, no estaba acostumbrado a tanta inactividad. De vez en cuando, podía oír gritos desgarradores, no solo de adultos, también de inocentes niños, que lloraban con desesperación. Esto le causó gran inquietud, al punto, que de noche, sin conciliar el sueño, todavía escuchaba, los quejidos de aquellas personas. Más tarde descubrió, que estos gritos eran causados por los despiadados doctores, que hacían operaciones quirúrgicas en hombres, mujeres y niños, usándolos como simples animalitos de laboratorio, para hacer sus terribles experimentos. Todas sus prácticas eran sin anestesia previa; causándoles dolores insoportables, lo que para muchos de ellos significaba una tortura mortal.

    El dolor y la desesperación de estas personas, que estaban siendo flagelados hasta la muerte con frialdad, conmovían, sin quererlo, el corazón de Hans. El había desarrollado su carrera, específicamente en la aviación, esto lo había mantenido alejado e ignorante de ciertos aspectos de la realidad de la ocupación alemana. Como soldado, conocía bien los horrores de la batalla, pero torturar civiles inocentes y desprotegidos, le fue imposible de comprender, debido a su fuerte sentido de honor, aunque fuese tiempo de guerra o no. Sin embargo, su país estaba en tiempo de guerra y Hans era muy consciente de su lugar, él era solamente un soldado más, entre los muchos rangos del ejército alemán. El debía obedecer a sus superiores, se equivocaran o no, ya que dudar de ellos le condenaría como traidor.

    Su recuperación fue más rápida de lo esperado, por lo que al tercer día fue capaz de sentarse en su cama, levantarse y dar unos pasos. Esa tarde estaba absorto en sus pensamientos, observando por la pequeña ventana del cuarto. Fuera de su habitación, había sonidos constantes de las personas que iban y venían. El ruido de la puerta lo sacó de sus cavilaciones. Giró su cabeza con curiosidad para encontrarse con la misma sonrisa que lo recibió el primer día.

    El doctor entró en la habitación diciéndole:

    —Bueno, veo que se siente mucho mejor hoy, ya que lo encuentro en pie.

    Él le contestó:

    —Sí, me siento bastante mejor; necesitaba descanso. Tengo deseos de caminar un poco. ¿Sabe usted quién puede encargarse de limpiar mis botas? Están muy sucias de barro.

    —Hay un muchacho judío que se encarga de esas tareas. ¿Le molestaría a usted que él hiciera ese trabajo? —le preguntó el médico.

    Hans lo miró por un momento y luego respondió:

    —Yo no veo por qué no; no me molesta que él las limpie. ¿Dónde puedo encontrarlo? —respondió Hans.

    —Hace unos momentos estaba limpiando la sala contigua a esta. ¿Quiere que lo envíe a usted?

    —No, gracias, prefiero caminar, voy a buscarlo yo mismo —contestó el oficial.

    —Como usted guste —agregó el doctor y salió de la habitación.

    Al entrar al cuarto, Hans encontró al niño quién, aparentemente, había acabado de limpiar el piso. Notó unas ampollas frescas en sus pequeñas manos encallecidas. La ropa raída y despintada que colgaba del delgado cuerpo del niño, estaba húmeda, con manchas de sangre y agua sucia. La alta figura que entró al cuarto le sorprendió y saltó como si quisiera escaparse. Acercándose el oficial, le dijo:

    — ¡Muchacho! ¡Ven!

    Una mirada de pánico asomó a sus ojos, cuando David miró la sombra amenazadora que se acercaba hacia él. Permaneció en silencio unos instantes, incapaz de responder.

    Hans le tomó por el brazo, percibiendo al instante, el terror que sentía el niño y la carga agobiante de las tareas grotescas que se habían impuesto sobre él. Hablándole sin violencia le preguntó:

    — ¿Eres sordo?

    David comprendía bastante del idioma alemán y entendió su pregunta, saliendo del estupor respondió balbuceando:

    — ¡No, señor! —respondió, en tono apenas audible.

    — ¿Cómo te llamas? —David —tartamudeó, mirando el piso con temor.

    — ¿Tú eres el que limpia los zapatos? —el hombre le preguntó con calma, lo que tranquilizó bastante a David.

    —Sí. Sí, señor. ¿Desea usted que limpie los suyos?

    —Sí, ven. Necesito que asees mis botas; espero que queden relucientes.

    Ambos se encaminaron hacia a la habitación de Hans, de pronto un guardia que pasaba apresurado por allí, atropelló a David, que calló golpeándose en el duro suelo.

    — ¡Judío torpe! ¡Ten más cuidado, mira por donde caminas! —refunfuñó.

    Lágrimas llenaron los ojos de David, mientras se levantaba del piso. Hans detectó más manchas, de sangre seca, en la ropa andrajosa del niño y huecos en las plantas de sus zapatos destrozados. Sintió una extraña sensación, había en ese niño algo especial, que no podía descifrar claramente.

    Cuando entraron a la habitación, Hans simplemente señaló las botas sucias.

    —En un momento estarán listas, señor —respondió el niño, ya más tranquilo, levantando las botas pesadas a su falda pequeña para comenzar su tarea.

    Mientras que David trabajaba en silencio, ambos estaban absortos en sus pensamientos.

    Hans examinaba al niño. ¿Qué edad tenía? ¿Tal vez diez años? ¿O algunos más? Lo veía débil, pequeño, desnutrido. Sentía que había algo que no podía entender sobre él, que le resultaba muy familiar… ¿algo de su pasado, tal vez?

    Al mismo tiempo, David se mostró sorprendido con el comportamiento amistoso de este soldado de rostro duro que, a pesar de su apariencia, era muy joven y agradable.

    David lustró las botas de Hans hasta que brillaron, con un toque perfecto.

    — Date prisa, que oscurecerá muy pronto, y no quiero que seas castigado por estar fuera de tu barraca tan tarde. —Dijo Hans mostrando cierta preocupación por él.

    Apresurado, viendo que se acercaba la noche, David recogió sus cosas. Ya acercándose a la puerta para salir, de repente, Hans lo detuvo, sorprendiéndolo al entregarle una barra de chocolate que extrajo de su bolsillo, y sonriente le dijo:

    —Te espero mañana, otra vez tendré trabajo para ti.

    Esa noche, en el silencio de la lúgubre barraca, David todavía recordaba el inesperado encuentro con aquel hombre. Ningún soldado para quién David realizo tareas le había demostrado la más mínima señal de agradecimiento, mucho menos compartirle una sonrisa y un chocolate. Aún a su tierna edad, David había aprendido a ser cauteloso, especialmente cuando se trataba de los oficiales alemanes, pero este hombre parecía

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