Suficiente

Copyright © 2014 por Marisol López.

Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:      2014905578

ISBN:          Tapa Dura                    978-1-4633-8081-6

                    Tapa Blanda                 978-1-4633-8080-9

                    Libro Electrónico         978-1-4633-8079-3

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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

Fecha de revisión: 19/09/2014

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ÍNDICE

Prólogo

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

Esta es tu obra, Brian. Haberte tenido

fue como tenerlo todo, fue suficiente…

¿Dónde estás, amor? Te fuiste sin decir adiós. Seguiste tu camino, fingiendo que todo terminó. No sé qué sentiste ¿Amor? ¿Ilusión?

Entre tus brazos, sintiendo tus caricias, confieso que me estremecía. Volamos juntos, explorando firmamentos nuevos; recorriendo otro mundo, un mundo de sueños. Sueños de mil colores, cada uno deteriorándose, poco a poco muriendo. Todo porque sé que ya no te tengo. Se repite infinitamente la incógnita: ¿Amor? ¿Ilusión?

El sabor de tus caricias aún se pasea en mis recuerdos y fantasías: mi rostro junto a tu pecho, escuchando el palpitar de tu corazón que me susurra algo sobre un amor eterno.

Te juro que me aferro a esos recuerdos. Mi amor te pertenecía, y tú me correspondías. Eso creía. Hoy me pregunto, ¿Qué sentías, amor o ilusión? Eres el protagonista de esta historia. Rescataste un alma vacía. Una mujer que creía estar marchita, llenándola de esperanzas que no eran más que espejismos; producto de su fantasía.

De mí, te entregué todo; mi corazón frágil, un amor único, un mundo de sueños, un cuerpo sintiéndose fallido, una mirada plena. Mis ojos inundados de ilusión, un beso desesperado. Un alma inocente, intentando creer en el amor. Al final, fui yo quien quedó en este infierno. Ahora, el dolor desgarra mi corazón. Mi alma se consume con tanto amor. Tanto amor. Entiendo quienes dicen: al amor hay que darle libre vuelo. Esa frase, para mí ya no importa. Comoquiera siento que muero de dolor, sin aún conocer la respuesta: ¿Amor? ¿Ilusión? ¿Ilusión? ¿Amor?

Amor o Ilusión

Betzaida López

Prólogo

Diciembre, 2013

Ciudad de los Vientos

Aquella noche no quería saber nada de Brian. Estaba furiosa. Como una loba enjaulada, despertada súbitamente de su reposo. Los signos de la luna llena poblaban la noche, y yo sentía como la rabia, toda la rabia que devoraba mi interior me disolvía. Mis uñas creciendo, cual enormes garras. Mis extremidades agigantándose. Mi boca, mi pequeña boca, convirtiéndose en una boca enorme, llena de filosos dientes. Esa noche fui una mujer, una loba esclava de la rabia. Nada me importaba, solo un deseo me consumía: destrozar ese ser, aquel que tanto me lastimó.

Estaba desquiciada; no podía saber si todo era mentira o realidad. No podía distinguir realidad de fantasía. ¿Dónde estaba mi suelo? ¿Dónde estaba mi cielo? No sabía si correr al norte o al sur. Simplemente me convertí en nada, en total e inalcanzable nada. Tenía la rara sensación de que algún veneno mortal recorría mis venas, matándome poco a poco. Ese veneno penetraba cada célula, cada partícula de mi interior, y alcanzaba mi corazón. Nada podía detenerlo. El ácido de estas emociones me devoraba… desintegraba mi ser.

Necesitaba detener este veneno. No tenía otra opción. Soy el tipo de mujer que resiste y combate. Para mí, solo existía un camino aceptable: pelear, vivir. Sentía mi cuerpo luchando contra la indetenible destrucción de cada átomo en mi ser. Ese cuerpo que ahora toma sus vestiduras de guerra, y combate en un duelo a muerte para detener esta maligna invasión. Por fin, comencé a encontrar fuerzas, fuerzas misteriosas que nunca había conocido. Se generaba un antídoto para el veneno. La rabia era el veneno que me estaba matando, y a la vez, alimentando mis fuerzas. Todo parecía un extraño experimento plagado de equívocos, una visión tan clara de la locura. Realmente temí que estuviera desquiciándome.

Traté de respirar lentamente. Logré desacelerar el ritmo de mi corazón hasta convertir sus latidos en música, en una delicada sonata para piano, digna del mismo Beethoven. Justo allí entraba la tranquilidad y el sosiego a mi corazón roto. Esta alma dulce renacía como flor en primavera. Todo regresaba de vuelta a su lugar. Mi corazón empezó a palpitar con entonaciones de violín. Sentía cada sonido, cada vibración de sus cuerdas cubriendo de paz y sanidad a mi alma enferma.

Brian había roto todo lo hermoso que había despertado en mí. Parecía mentira, y estaba tan asustada como al principio, cuando todo empezó de la nada. Él había acabado de romperme el corazón en mil pedazos. Antes solía creer que mi corazón era como una roca, resistente, inmune a cualquier golpe. Tengo que confesar: me equivoqué. Este hombre logró destrozar ese corazón que pensaba indestructible. Por más que intentaba, no existía manera de poner cada fragmento de esa roca en su lugar, sin ver claramente todas las grietas que parecían reírse de mi dolor. Podía verse a millones de millas que alguien, o algo, había impactado ‘la roca’, aplastándola y destrozándola. Aniquilando definitivamente el mito de su invulnerabilidad.

¡Maldito Brian! ¿Cómo había sido capaz de dejarme sola sin importarle mi dolor? ¿Cómo disfrazo mi corazón para no dejar al descubierto mis cicatrices? Necesitaba desaparecer. Era un asunto de vida o muerte. Tenía que alejarme, huir, sanar completamente, y olvidarlo. En mi mente, enferma de tanto odio y amor, solo habitaba esta imagen única que venía una y otra vez… era su rostro, el mismo con el que fríamente me mentía. Podía visualizar sus hermosos ojos de miel, enormes y mentirosos. No importa cuánto lo odiara en aquel momento, cuántas canalladas había tenido que aceptarle, no podía negar que a Brian y a mí nos unían muchas cosas. Éramos una cadena, cada eslabón entrelazado en un abrazo interminable que nos hacía más fuertes. Eso creía yo, inocente.

En el sexo, nos entendíamos perfectamente. Yo era como una locomotora, a todo vapor, y él me proveía todo el combustible que esa locomotora necesitaba para explorar los más remotos lugares, aquellos que nadie había podido explorar. No necesitaba decirle como complacerme. No existía un deseo en mí que Brian no conociera ni concediera. Mi cuerpo era un volcán que despertaba solo con escuchar su voz, tembloroso en oleadas de calor y locura, esperando, deseando desesperada el momento en que llegara, y lo calmara con sus enormes y fuertes brazos. Brazos que cuando me tocaban, eran como lava recién derramada. Esa lava, cual fuerza indomable, cubría todo mi pequeño cuerpo, como la erupción de un volcán cubre toda una ciudad. Era fascinante, pero más poderosa aún era la magia que nos cubría a ambos. Cuando alcanzábamos el orgasmo, el éxtasis era tan puro e intenso, que nos hacía sentir fuera de este mundo, en un universo donde ni la gravedad ni las reglas tenían sentido. Era claro: Brian no podía desaparecer, así porque sí, de mi vida. Simplemente no lo podía dejar ir.

Pero Brian no era solo eso, era algo mucho más profundo, más completo. Teníamos la misma visión en los negocios. Compartíamos ideas sobre lo que todo lo que siempre quisimos, construir nuestro imperio, juntos. Nos perdíamos en maquinaciones, calculábamos en complicidad sobre las mil y una formas de obtener lo que queríamos. Compartíamos la magia de una unión total, y poderosa. Brian conocía todas sus armas. Sabía usarlas, siempre a su favor, siempre en el momento indicado. Muchas veces me dijo, con voz tierna, con sus labios suaves, de chocolate, te Quiero, Alma. Te Quiero. Yo siempre seré honesto, sincero y transparente como el agua. No tienes de que preocuparte. Siempre me dijo que estar conmigo era como esperar el apocalipsis en cualquier momento. Como una constante expectativa de explosión. Nuestra convivencia era tan excitante, y a veces descabellada, que me parecía increíble que fuéramos capaces de conquistar todo lo que nos proponíamos.

Lo peor era que yo