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RUFINO BLANCO FOMBONA ENSAYOS HISTORICOS BLANCO FOMBONA Y EL PAIS SIN MEMORIA EL GOMECISMe constituye un bloque ctonolégico casi generacional: veintisiete afios; una unidad politica, expresada a través de Ja construccién pisamidal, caudillo sobre caudillo, hasta Ilegar a la cumbre con el Jefe Supremo, absoluti- zado y dhico; un tégimen econémico excepcional, pues, por primera vez, en forma coherente y con una fuerza de cambio tremenda, chocan y se entrelazan la produccién agtopecuatia y la explotacién minera —lo cual no habia sucedido con el aro, el carbén y el cobre—, monoexportadota de petrdleo y simbolo arrolladot de! impetialismo norteamericano. Antes que fenédmeno telirico, ef gomecismo fue un fenémenc global de Ja sociedad venezolana en transicién. Antes que un fenémeno de ambiente y ca- rdcter, con masas cadticas que pedian un gendarme necesario, y antes que un fenémeno azarfstico donde contaron Ia intuicién y lo providencial, el gomecis- mo fue lq respuesta nacional, paz y orden, garantia a Jos capitales invettidos, y gobierno fuerte y armado, al esquema continental disefiado por la Doctrina Monrce y por la emergencia de EE. UU. como gran potencia enfrentada a Inglaterra, no sélo con una diplomacia victoriosa a partir del bloqueo de 1902, sino también, y este seria decisivo, a través del control de las fuentes petroleras. Caracteristicas parecidas no las habia tenido ningan otro gobierno anterior. Los regimenes surgidos de la Guerra Federal reemplazaron el caudillismo de los hétoes de Ja independencia —los Pdez, Monagas, Soublette— por el de los generales y doctores del liberalismo, divididos entre si, luego de matrimonios de conveniencia, y lanzados a fundar facciones y corrientes adjetivas que mu- chas veces s6lo Iegaban a tener validez regional. La estructura agraria y la administracién descentralizada, la presencia del cacique y de los oficiales de montonera, el recurso de la peonada para levantar recluta, Ja inexistencia de un ejército institucionalizado, asi como la irrupcién de corrientes filosdficas, politi- cas y literarias, verbigracia el positivismo, el anarquismo y el naturalismo, determinaron la sucesién de gobiernos fragiles, de ridicula duracién algunos, TX entre los cuales apenas si despunté la autocracia del Ilustre Americano, pro- Tongada, por intervalos, a través de la férmula continuista. La oligarquia liberal encatnd la destruccién det partido que se crefa en el poder, y de su seno, alimento de disidencia y secta, salieton m4s opositores a los gobiernos de la treintena finisecular, que de Ja propia oligarquia goda. No pot casualidad he apuntado to de sreiutena, pues aparte de constituir una “unidad generacional” en el sentido cronolégico, marca a la perfeccién el pe- rledo que corre entre la revolucién de abril de 1870 y la victoria de la in- vasion castrista, en octubre de 1899, Bisquense en esos tres decenios una mano que lo controle todo, un hom- bre que haya sido ungido como el Unico, un aparato militar obediente hasta en la letrina del cuartel, un Congreso sumiso y elegido a dedo desde Maracay, un cuerpo de doctrina como el que salié de lcs editoriales de El Nuevo Diario y de los libros de Vallenilla Lanz, y nada de eso serd encontrado. Mientras tal perfodo fue de diversidad dentro de la oligarquia liberal, el de Gérmez lo fue de unidad en torno suyo, puesto que ni partidos existian. La fluidez del proceso politico entre 1870 y 1899, la aparicién de parti- dos dentto de los partidos —algo tan poco absurdo como el teatro dentro del teatro, 1a novela dentro de la novela— y la adhesin casi orgénica de los in- telectuales al aparato burocratico y al combate fandtico, convirticron al escri- tor y al artista, al pericdista, al poeta y aun al sacerdote, en milieantes de una causa casi siempre tan pasajera como el jefe politico que la encabezaba, como el régimen que la alimentaba desde la Casa Amarilla, 0 como el levantamiento atmado que la impulsaba. Bastarfa un tepaso a los periddicos de fa época, a la literatura panfletaria y a los manifiestos lanzados desde el campo de ba- talla o el lugar de exilio, Trinidad y Curazao por ejemplo, para comprobar [as pasiones mudadizas de los intelectuales, sus virajes bruscos, su destino marca- do por sucesos repentinos, su trdnsito de La Rotunda*® al palacio de gobierno y viceversa. En fin, su inestabilidad. Castro heredé el viento. Mientras Juan Vicente Gémez murié en el ejercicio del poder y pudo definir, a la altura de los afios veinte, a los intelectuales, en dos campos nitidamente delimitades, El Cabito** no pudo sostenerse en él mds que nueve afios, estremecido su mandato por la mayor revolucién que haya vencido gobierno alguno en Venezuela, por el mayor enfrentamiento que el pafs haya tenido con las potencias extranjeras y por el mayor acto de traicién que un politico haya consumado contra su protector, compadte y amigo. De este modo, si durante las tres décadas finales del siglo x1x, los intelectua- les reflejaron en sus obras y actos una conciencia pendular, casi inasible como *Cércel caraquefia demolida en 1936. **Cipriano Casiro, homogeneidad, a lo largo del castrismo, golpeados por aquella trinidad de conmociones, oscilaron todavia con mayor fuetza y rapidez. Ubicar los cam- bios de Bolet Peraza, Tomds Michelena, Potentini, O’Brien, Picdn Febres, Gil Fortoul, Pietri Daudet, Silva Obregén, Tosta Garcia, Arévala Gonzdlez, Eduardo Blanco, Romerogatefa, Fortoul Hurtado, Villegas Pulido, Racamon- de, Silva Gandolphi, Vicente Amengual, Calcafio Mathicu, Cabrera Malo, Ale- jandto Urbaneja, Odoarde Leén Ponte, Jacinto Lopez, Celestino Peraza, Mi- guel Eduardo Pardo, Pedro Vicente Mijares, Andrés J. Vigas, Luis Ramén Guzmén, Andrés Mata, Carlos Borges, Samuel Dario Maldonado, Lépez Ba- ralt, Lépez Fontainés, Pedro Manvel Ruiz, Carlos Benito Figueredo, Bruzual Serra y Blanco Fombona, entre otros y para no alatgar imprudentemente [a lista, resultaria una tarea dificil, por lo effmero de las posiciones y el flujo continuo de la politica, que reniega de periodificaciones y etiquetas durante esa treintena. Pero tratar de hacerlo en relaci6n con una etapa mds breve y mu- tante, de mds carga emocional y conflictividad politica, es practicamente impo- sible. Ni siquiera Picdén Salas, en su estudio de época, logré captar todas las ondas secretas de aquellas mudanzas, y eso que acudié a las fuentes escritas y al testimonio oral, a mds de darle trabajo a Ia imaginacién, que no era poca. El castrismo agudiza tales contradicciones, que envuelven no tan sélo lo ideolégico sino también lo humano. Fue una época gue concentré pasiones y las puso a jugar en todos los terrenas: libros de ataques panfletarios como Ei Cabito, de Morantes, y novelas de escenografia politico-social, como El bow- bre de bierro. Diarios {ntimos como Camino de imperfeccién y de terribilidad carcelaria como el de Antonio Patedes. Memorias (aqui también en singular: memoria}, como las que cursen en la primera parte de la obra de Pocaterra, o se explayan en un relato novelado al estilo de Pérez Hernandez. Catecismos de adulacié6n como el de Figueredo, Presidenciales, que duplican los halagos de Abigail Castilla, en las secciones sociales de los diatios de la Restauracicn. Documentos de archivero minucioso {a veces grandes, enormes minucias, al decir de Chesterton) como aquellos acerca de Jas invasiones colombianas a Venezuela, recopilados por Landaeta Rosales con olvido de Jas invasiones venezolanas a Colombia. Vitajes increfbles a la manera de Dominici, quien sal- ta de la prosa decadentista de La tristeza voluptuosa al libelo contra el sétrapa, del libelo contra el sétrapa a la evocacién griega en Dionysos, y de la evoca- cién griega a la pintura del wevo trdgico. Y mucha literatura sobre los bandi- dos alemanes de Guillermo II, y mucha hoja aclamacionista, y mucho telegra- ma laudatorio por la victoria sobre Matos, y mucha adhesién al Mocho* por su gesto patristico al salir de la fortaleza de San Carlos, y muchos juramentos, cumplidos 0 rotos, con motivo de la Aclamacién y Ia Conjura, y muchos men- sajes que luego figuraron en Los feticitadores, y mucha delacién desde Nueva York, y muchisimas confidencias desde Puerto Espafia y Bogotd. *General José Manuel Hernandez. XI Blanco Fombona no escapd de esta inestabilidad caracteristica del castris- moa. No fue, como Arévalo, rigida excepcién, sino, como la abrumadora ma- yorfa, figura oscilatoria. Podria afirmarse, sin el riesgo de un error condena- ble, que Blanco Fombona mantuvo una actitud de apoyo a Castro que cubre casi toda su gestidn, entre 1899 y junio o julio de 1908. Que de aqui en adelante, seis meses aproximadamente, objetd al dictador y hasta participé como lider en los sucesos postzeros de la Semana Trégica, y que en los ptimetos tiempos de Gémez impulsé al gobierno de fa reaccién. Conviene una revisién de ese periodo, porque hay sombras y luces defi- nidas. Nada de penumbra. No firma ja carta de apoyo a Castro aparecida en Ei Pregonero el 28 de oc- tubre de 1899, menos de una semana después de Ja entrada de sus ejércitos a Caracas. Alli estén, si, Pedro-Emilio Coll, Elfas Toro, Carlos Leén, Acosta Ortiz, Angel César Rivas, Razetti, Santos Dominici, . . ¢Explicacién probable? Todavia no ha regresado de Estados Unidos, en donde vivia voluntariamente expatriado tras breve prisién bajo el gobierno de Andrade. La ausencia debe también haber influido para que no se le mencionase en el intercambio epis- tolar sostenido por la prensa entre Romerogarcla y Atévalo Gonzélez. Para convencer a éste, el autor de Peonia invocaba los nombres de varios intelec. tuales, casi todos jdvenes, ya incorporados al castrismo naciente. Arévalo re- siste, no sin exigir la prueba del tiempo: “Déjame persistir en mi ereencia de que no basta derribar el idolo, si los sacerdotes quedan. El jefe de un pueblo que no quiere vivir en tinieblas debe pulsar perennemente la opinién publi. ca por medio de ja prensa libre: deja pues que mi ingenuidad sea 1a arteria donde pueda contar el general Castro las pulsaciones de esa querida enferma que se llama Venezuela”. La redaccién de las cartas puiblicas de Arévalo escondia, bajo su envoltura de paternal moralismo y de vocacién heroica, una inflexibilidad poco comin en el escritor venezolano de esos tiempos. Como antes, la persecucién y la c4rcel lo esperaban, y como a Ei Pregonero, se le acusarfa de gedo, en tan- to que a Blanco Fombona se le tenia como liberal. Pero los tres, sin saberlo, Ievaban la marca en la frente. Iban a cruzar el siglo y la vida politica venezo- lana como seres trdgicos, que no otra cosa son quienes comprometen la palabra, Cielo e infierno, he alli su matrimonio. Antes de finalizar el afio, el pais vive ese tramo de exaltaciones propio de Sas revoluciones triunfantes. A Paredes lo califican de loco que ha desatado una tormenta en Puerto Cabello; los Ducharne son sefialados como peligrasos hernandistas; Luis Bonafoux, colaborador de Ef Cojo Tlustrado, le confiesa su venezolanismo entrafiable a Castro (“Fue mi abuelo el doctor Angel Quin- tero”: jnada menos que el Angel malo!); alguien propone negociar un em- TE! Pregonero. 13.X1.1899. La carta de Romerogatcia es del 8.XI.1899, XII préstito con la Casa Morgan, ofreciéndole a ésta como garantia “los terrenos ganados a Inglaterra en la cuestién Guayana”; Luis F. Nava revela, desde Ma- tacaibo, que hay una conspiracién en marcha cuyo cabecilla es Helimenas Fi- nol; y finalmente Benjamin Ruiz, quien en los ejércitos de Castro, y con su conocimiento, se hacia pasar como Rafael Bolivar, esté encargado de la jefatuta militar de Carabobo.? Ninguno de estos datos, elegidos aparentemente al azar, serfan extrafios al fatum de Blanco Fombona. En efecto, el 17 de febrero de 1900 Benjamin Ruiz toma posesién de la Jefatura Civil y Militar del Zulia y lo nombra secretario general. El 27 se produce el atentado contra Castro; era martes de carnaval. Ya el 1? de mar- zo Blanco Fombena, desde Maracaibo, envia un mensaje a su “amigo de cora- z6n” y le participa que “los conservadores han querido suptimir con Ud. atros veinticinco afios de partido liberal en el poder”. Desde un diario de Valencia se clama, sin embargo, contra los anarquistas y se identifica el acto de terror con el socialismo que recorre el mundo. La prensa castrista de Caracas, tam- bién la del Zulia, muestra su indignacidn por el hecho de que el complotista Finol se ha refugiado en Ia casa del cénsul E. von Jess, lo cual interpretan Jos redactores como una intromisién extranjera. Mientras Pietri Daudet, por Europa, monta su epistolario idolatrico hacia el que ya empiezan a Hamar Héroe y comparar con Bonaparte, y en tanto Luis Valera, desde allé mismo, Mara- caibo, solicita ef fusilamiento de Anselmo Lépez —el frustrado magnicida—, Blanco Fombona se ve envuelto en una madeja de intrigas que lo conducirfan a su enemistad con Ruiz y finalmente al encuentro fatal con el jefe de guardia, el coronel Trurzaeta, a quien mata, no sin alegar ante Castro y Ja justicia, con ua cimulo de pruebas, “‘defensa propia”. El yo de Blanco Fombona, ya probado en 1898, cuando enfrenté a tiros al edecdn de Andrade, volvia a revelarse, asumiendo esa forma proyectiva que es el “riesgo fisico”, el desafio a la muerte, Ja afirmacién sangrienta. El ego, el concepto del honor espafiol y el machismo que el venezolano habia sobrevalorado a través de las aventuras armadas, tiraban nuevamente los dados. Claro estd, Blanco Fombona habia denunciado a Castro el mal camino de la gestién de Ruiz, aconsejado por el colombiano José I. Vargas Vila, y habfa pro- testado su lealtad a quien ocupaba “‘altisimo puesto en las paginas de oro de la historia”; peto Castro, al fin y al cabo, guardaba alguna gratitud para el falso Rafael Bolivar, contra quien su ex secretario, una vez liberado, en media, dice él, del contento popular, escribitfa un folleto demoledor: De cuerpo entero. Ei Negro Benjamin Ruiz. Este personaje todavia habria de aparecer en Ia vida de Blanco Fombona, y acerca de él Ramon J. Velasquez ba elaborado una setie de notas biograficas, parcialmente incorporadas en su libro La caida del 2Boletin del Archivo Histérico de Miraflores (BAHM). Nos. 11, 14, 33 y 70. XUI liberalismo amarillo que lo sefialan “como incendiario en Panama, monedeto falso en Nueva York y hombre de oscuras historias en Nicaragua y Costa Rica”. Antes de que Blanco Fombona fuese designado secretario en el Zulia, habla enviado a un diario restaurador un comentario que merecié tratamiento edito- tial. Blogiaba los nombramientos de Santos Dominici, Lépez Baralt y Lisandro Alvarado como rectores de las universidades de Caracas y el Zulia y del Colegio Federal de Barquisimeto. No era aquélla, noticula de elogio puro y simple, ne obstante Ios mésitos que éf acumuldé en cada uno de los jévenes escogidos para esos cargos, sino de advertencia en torno al estado de Ja educacién a finales de siglo, por él considerada excesivamente liberal y libresca, “semi- lero de intitiles con titulo de doctores”.? Creia firmemente, y en ocasiones postetiores insistisfa sobre el tema, en la necesidad de limitar las universida- des nacionales e invertir mds dinero en colegios de Agronomia y Mineralogia + pues le parecia un exabrupto que no existieran en un pais agricola y minero. Finalmente sale de la cércel y es enviado como cénsul en Amsterdam, Pietri Daudet y Dominici alaban més y mds al nuevo goberante, aunque ya el se- gundo estd a punto de romper con él. Gil Fortoul cruza por Trinidad, tam- bién en funciones consulares, antes de viajar a Londres: larga, ininterrumpida, sin rebeldia, la carrera de este sdlido historiador euya tinica excusa futura serd la de haber visto com honradez el pasado. También el poeta rebelde de Penté- licas —jah, cl del grito bohemio, el de la numerosa falange, audaz y fuerte!— emigra a Malaga, un cénsul més. Zumeta reside en Paris y edita la revista América, firme ain en su politica de “yo acuso” internacional, por lo cual aprovecha la ocasién para declararle la mds Jeal amistad al vencedor de Tocu- yito y denunciar las maniobras de Mz. Loomis, Es uno de esos ensayistas de telescopio, capaz de ver desde lejos [as leyes del desarrollo econdémico, los pro- cesas sociales, la diplomacia del dguila; de allf su Continente enfermo, publi- cado cuando al pais le seccionaban Ja Guayana Esequiba. Desde Puerto Espafia Francisco Jiménez Arrdiz informa a su gobierno la salida de Ducharne hacia el oriente, por el cafio Coporito. La pequefia obra Del vivac ha sido prolo- gada por Rufino quien entonces admiraba la descripcién del brillante caudillo, el General de la barba negra: “El libro deslumbra como un gran lienzo mili- tar de Messonier, Detaille 0 Neuville”. Miguel Eduardo Pardo, en Paris, que era una fiesta, mal aconseja; “Ahora falta, General, que Ud, haga un escarmiento, pero muy serio... sobre tedo con esos entes ridfculos que co- mo el sefior Matos creen que dirigir al pais es ditigir una casa comercial que vende papel de estraza y manteca en latas. Los traidores como Mendoza se fusilan; a los tontos como Lowstcky (sic) se les toca La Perica* en la Plaza Bolivar, como hizo Aledntara con Pulido”.* El hermano de Rufino, aptesado 3La Restausacién Liberal. 25.1.1900. *Baile popular venezolano. 4BAHM, N° 43, XIV afios mds tarde por oir el Hamado de Ja revolucién anticastrista, se siente fasci- nado ante el César. Cabrera Malo, a la sazén joven de 28 afios, se queda ef el pafs, pero como ministro, al Jado del sesentén y legendario autor de Venezuela beroiea. E] intelectual, huésped de las abstracciones, creador de universes ficticios, reconstructor del pasado procero, novelizador del “alma nacional’, habitante de la Grecia dionisiaca, cronista del anarquismo europeo, apasionado del su- perhombre nietzscheano, amigo de la bohemia y los amaneceres rojos, equé ha hecho en el afio I de la Restauracién? Construir su pedestal polftico. Salvo un atrabiliario como Rometogarcia, quien tuteaba desafiantemente a Cipriano, pasando de jefe revolucionario a preso politico en el Castillo de Puerto Cabello; 0 como Arévalo, enamorado de si mismo y cultor del gesto; 0 como Paredes, que poseia las fijaciones del guerrero abandonado y construia su torre de orgulla; © como los renuentes de primera hora que creyeton en un cobro préximo que al no Jegar los hizo transigir, los intelectuales traicionaban. Te- nian atin tres oportunidades: la Sacrada de 1901, la revolucién multicaudi- Hesca del general banquero* y el patriotisme declamatorio de los dias del blo- queo. Los que all{ estuvieron, aprendieron prontamente cémo en Venezuela la politica inundaba, arrasaba, y no dejaba piedra sobre piedra. Desde la lejania contempla la tierra madre de que hablé més tarde su bis- grafo Carmona Nenclares. Ha ido, él también, a Amsterdam, como cénsul. Tiempo de viajes, de vida mundana, de lecturas, de amor, pero no de luchas, Aqui sf las hay, El pais arde, y “la guerra de los mil dias” de Colombia atra- viesa la frontera, y la nuestra, en un mecanismo compensatorio, también la salta. Quienes ven con mirada clara, él y Zumeta entre los mejores, temen la mano imperialista y la mano consetvadora: juego de manos peligroso. El 21 de septiembre de 1901 se dirige a Castro para informarle cémo ha escrito largos articulos para tres periédicos en los que explica Ia invasidn colombiana y la tapifia de los Estados Unidos, de las que Ud. “ha salvado a Ja patria’, co- mo hombre de acero con “voluntad ¢ inteligencia previsora”,> no sin afiadir que el dominio militar de estos pueblos “no es tan facil como se lo imagi- nan los saladores de martanos de Chicago y New York”. Los oligarcas conspiran y son aplastados. Figueredo eleva Ja prosa confiden- cial y delatora hasta una altura informativa que provocaria la envidia del me- jor servicio secreto, y Ia hace descender hasta un nivel moral y politico que di- ficilmente podrian superarlo més tarde José Ignacio Cardenas, Yanes o Bar- celé, cuando Gémez convertirfa la red diplomética y consular en fos ojos y oidos del mundo. *Se refiere al general Manuel Antonio Matos. SBAHM, Ne? 39. Los periodistas, perras guardianes de las buenas concieticias, repletan las cdrceles, al lado de [os insutrectos, porque algunas veces ellos también [o son; con la critica de las armas o con las armas de la critica. Haciéndole com- pafifa al autor de Escombros, esa moralizante e hibrida novela antianduecista, estén Pedro Manuel Ruiz, los Pumares desde luego, por ser El Tiempo™ tinta y sangre conservadoras; y Rafael Golding, Espafia Nuiiez, Max Lores, Al- berto Gonzélez, Lesseur... La Linterna Mégica ha demostrado lo que es la prensa de nuevo tipo donde la caricatura, el texto y la agudeza suplen al dicterio. La Rotunda no se abre pata aquellos comprometides en empresas armadas, pero si para quienes han cometido los delitos de opinién, Se organiza mientras tanto la Juventud Restauradora y los ojos tiemblan de sorpresa al ver a Delfin Aurelio Aguilera —mds tarde uno de los Japidados por el panfle- to fombonista— al lado de Gabriel Mufioz, poeta parnasiano, y de los mejo- res, o de Pedro-Emilio Coll, entonces y después juzgado como hombre de pa- siones apagadas, en ceniza, sin el fuego de los politicos de ateneo. Pero Ve- nezuela guarda sorpresas y muchas de ellas estén como serpientes en cajas de juguete a la espera de que algiin critico, infantilmente, venga a curiosear. Entre esos intelectuales restanradores, jévenes de garra, podrian anotatse ade- mas a Jacinto Afiez, Gotrochotegui, Eloy G. Gonzdlez: cada uno en su mo- mento tendrd su parte. Blanco Fombona, en 1902 y 1903, vive atin en Amsterdam, con sus viajes de escape y su literatura de busqueda cuyos tetminales quedan en Paris, om- bligo del mundo. Hay un coronel, traido de Higuerote, Augusto Blanco Fom- bona, que oye cuentos prodigiosos de labios de un general cuya principal for- ma de guerrear es el periodismo: Romerogarcia, Con ellos el joven restaura- dor Aguilera, quien ird tomando notas para escribir una tipologia venezolana, con sus jefes civiles y militares, politicos corruptos, diaristas venales, y asf su- cesivamente. El consulado seguramente se tambalea o es costeado con fondos de la hacienda de los Blanco Fombona porque Rufino, desde Holanda, le ex- presa a Castro, con bastante dignidad, que él, como no ha pedido nada antes, tampoco le pedir nada ahora. Y al anunciarle el envio de un periddico francés donde seguira defendiendo el nombre de Venezuela y su gobernante, aclara que lo hace por patriotismo y por admiracién a quien no se dejé intimidar por los miserables europeos. En la postdata, sin embargo, hay una solicitud politi- ca: “Yo no of Jas invitaciones que se me hacian a menudo para la revolucién; desgraciadamente mis hermanos si la oyeron, En Ia cdrcel de Caracas hay un joven de nombre Augusto; yo no creo que si Ud. Jo pone en libertad peligra el gobierno’”’® Pardo, siempre en Parfs, manifiesta que sigue dando la batalla por fa defensa de los ideales politicos de Castro, tanto en la Reoue Americaine como en Le Vie Cosmopolite, lo cual no impide que cuando muera en 1905 Ja literatura panfletaria de Vargas Vila lo exhiba como un campedn antidicta- *Periédico caraquefio de fa época. 6BAHM, Nr 43. torial. Acd, mientras tanto, se retira del periodismo Max Lotes y el veterano Laureano Villanueva renuncia, ante prohibiciones polfticas, a continuar al frente de Ei Paériota. 1904 es un afio decisive en Blanco Fombona, primero porque sale el poe- mario Peguefia dpera lirica, con prélogo de Dario, y segundo porque torna al pais. En esos instantes los poetas cantan a Castro: al lado del viejo Hera- clio Martin de la Guardia, quien habia alabado las 4guilas caudales del cas- trismo, a su entrada en Caracas, Alejandro Romanace, con la mitificacién de] Siempre Vencedor Jamds Vencido.* Fue este paso de Blanco Fombona por Europa algo asi como un extrafio in- terludie. Sobre él, la sombra de un homicidio involuntario 0, por lo menos, promovido por la arrogancia de un hombre que, efectivamente, dejé una estela de negocios sucios en el Zulia, probatorios de su mala fama continental. Arras, una obra que habia iniciado con Trovadores y frovas, continuado con Cuentos de poetas y Cueutos americanos, para culminar en un libro de poemas sorpren- dente. Frente a él, sin saberlo, el aletazo de otro suceso sangriento y el signo fatal de la controversia interna. Ya ni escoger podria. ¢Por qué? Porque en- tre los varios caminos que se le abrian, su decisidn estaba determinada, no por una opcidén, sino por la plenitud vital de que tanto habia hecho alarde, incluso en su poesia. Por lo tanto, seguird en la politica menor; escribird bre- ves cantos para periddicos y revistas; insistird —y no imaginaba entonces en qué medida— en el articulo polémico y el libelo lapidario; intentara la critica, ya en un plano mds denso, menos poetizado y modernista; y, por fin, se ird a fo que para él es ferra incognita y reto a su individualismo desafotado, su aa- sia de vigor desparramacdo, de potencia en diaria actualizacién. A Rio Negro. Comparades Ios textos piblicos, esto es, los que él dio a conocer en- tonces y después en fa vasta obra donde la hemerobiblicgrafia es una torre de Babel, con los que eran calificables de secretos, revelados hoy por el Bole- tin del Archivo de Miraflores, la actuacién polftica de Blanco Fombona queda libre de suspicacias, en algtin tiempo alimentadas por lo rumultuoso de su tio vital, con encuentros homicidas, algarabias carcelarias, denuestos a todo pul- mén, inculpaciones desbordadas y autojustificaciones de un yoismo apabullan- te. Puede uno revisar sus diarios, los retrocesos evocativos de algunos de sus trabajos, las notas a pie de pagina, las intercalaciones en negritas de sus tex- tos acusatorios, los apéndices con fechas postergadas y hasta sus desafios sobre las manchas de su pasado, y cotejarlos con las notas confidenciales que ahora y sdlo ahora pueden conocerse, y en verdad encontraré un temple de sinceri- dad: no delaté, como la vergonzante mayoria de Jos cénsules; no pidié de rodillas, sino con elegancia de sefior de Ia literatura; no adulé, tampoco glo- rificd. *Cipriano Castro. XVIT

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