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Las Fuerzas Armadas en América Latina: ¿los verdugos de la

democracia?

Por: Héctor Huerto Vizcarra


I

El rol histórico que han tenido las Fuerzas Armadas en los países
latinoamericanos se ha teñido de sangre constantemente. Se han visto
envueltas, desde la creación de los estados independientes latinoamericanos,
en guerras civiles, revueltas y golpes de estado. Su forma pasada de actuar ha
llevado a muchos investigadores a cuestionar su rol en la creación de éstos
estados, y más recientemente, en la consolidación de los mismos. No obstante,
aún hay más incertidumbres que certezas. Incluso, no pocos cuestionan la
razón de su existencia, a raíz del modelo exitoso seguido por Costa Rica.

Todos estos cuestionamientos suelen recrear la imagen de unas Fuerzas


Armadas represivas y poco democráticas. Evidentemente la propia
organización interna de dicha organización, jerárquica y autoritaria, no permite
una mayor vinculación teórica con el modelo democrático. Sin embargo, el rol
histórico que ha tenido en esta parte del mundo no está del todo claro. Cecilia
Méndez en un ensayo que aborda las denominadas “paradojas del
autoritarismo”, frutos de la relación entre el ejército y el campesinado en el
Perú, postula que el ejército es la institución estatal que ha estado
históricamente más vinculada al campesinado y que dicha relación resulta
importante si se quiere entender la historia política del Perú.

En ese sentido, afirma que no es nada novedosa en la historia peruana la


alianza entre militares y campesinos (ronderos) que permitió la derrota de
Sendero Luminoso en la sierra peruana a fines de los 80’s. Este tipo de
relaciones entre ambos grupos sociales se fue dando con asiduidad durante las
innumerables guerras civiles de inicios de la República. Esto cambió a raíz de
la profesionalización de la Fuerza Armada a inicios del siglo XX. Por eso
plantea dos hipótesis sumamente sugestivas: que los campesinos andinos no
permanecieron al margen del estado republicano, sino que participaron

1
activamente en la formación del mismo a través de su apoyo a los ejércitos
caudillistas; y que a partir del último tercio del siglo XIX “los gobiernos militares
y los regímenes civiles autoritarios en el Perú han tenido mayores iniciativas —
y un éxito mayor— que los gobiernos civiles constitucionales en implementar
políticas estatales destinadas a favorecer al los sectores campesinos, es decir,
incorporarlos a los beneficios del Estado y la ciudadanía”. En consecuencia, la
intersección de ambos postulados genera la gran paradoja del autoritarismo: su
herencia democratizadora.1 Una herencia que en el caso peruano se mantiene
nítidamente vigente durante el gobierno militar de Velasco de 1968.

Sin embargo, lo que la autora no menciona, posiblemente porque escapaba a


los objetivos de su ensayo, son los límites que ésta herencia democratizadora
tiene. Aún así, estos postulados cobran mayor relevancia al rechazar Méndez
la total singularidad de la historia de las Fuerzas Armadas peruanas: “pese a
que la trayectoria del ejército peruano es excepcional en muchos sentidos,
encaja dentro de un contexto andino que no es ajeno al populismo militar y a
las alianzas militar-campesinas; con diversas variantes, este tipo alianzas se
dio históricamente en Bolivia y Ecuador y (hoy se da) en Venezuela…”.

Siguiendo esta línea de pensamiento, con la persistencia de sistemas políticos


frágiles en la región y una participación activa de los militares en la política
nacional, como es el caso de Venezuela con Chávez, de Perú con Ollanta
Humala, y lo fue de Ecuador con Lucio Gutiérrez, resulta válido preguntarse
cuál es el rol que le compete a las Fuerzas Armadas de los países
latinoamericanos dentro de los sistemas políticos actuales.2

II

En la actualidad no se puede calificar a las Fuerzas Armadas de América


Latina como instituciones frágiles. Probablemente durante toda la historia
latinoamericana han sido de las pocas instituciones que han gozado de
1
Méndez acota que con ello se está refiriendo a una democratización social y no política.
2
En este punto se puede señalar dos diferencias con respecto a las anteriores incursiones
políticas de los militares: que en los casos de Chávez, Humala y Gutiérrez, las Fuerzas
Armadas no asumieron un rol político institucional y que su participación política se
circunscribió finalmente dentro de los parámetros de la participación electoral.

2
popularidad y aceptación. Felipe Agüero incluso plantea que “el ejército es uno
de los actores más proclives a buscar altos niveles de autonomía y a evitar
someterse a la autoridad de los gobernantes elegidos democráticamente”.
Señala que en algunos casos conservaron la autonomía de la que gozaban los
regímenes militares anteriores, o que la ampliaron durante o después de las
transiciones democráticas. En ese sentido, específica los campos en donde la
autonomía militar se hace presente: en los presupuestos, en la orientación
educativa, en la definición del patriotismo y en la tutela del interés nacional.

Sin embargo, es evidente un cambio en el rol político que los militares cumplen
en las sociedades latinoamericanas: ya no intentan por medio de golpes de
estado la toma del poder político. Para David Pion-Berlin esta subordinación
efectiva de los militares a los civiles es posible por el rechazo internacional
(sobre todo regional) que existe contra los regímenes militares. Sumado a lo
anterior, agrega dicho autor, resulta también importante la disminución de
influencia, tamaño, recursos e importancia de las Fuerzas Armadas en la
región. Ahora la función de las Fuerzas Armadas parece estar más enfocada
en temas de seguridad pública y en la asistencia de los programas sociales
(desarrollo).

Por eso, Pion-Berlin al hacer un análisis de las relaciones cívico-militares,


encuentra cuatro aspectos resaltantes: Primero, por un lado las organizaciones
regionales elevan los costos de los golpes militares, mientras que por otro lado,
las debilidades de los gobiernos incrementan los costos de la no intervención
militar; segundo, si bien es cierto las operaciones militares en términos de
seguridad interna y desarrollo han aumentado, el control civil no ha resultado
perjudicado; tercero, los líderes civiles saben poco del tema de defensa
nacional, no obstante, esto no parece afectar su capacidad de controlar a las
Fuerzas Armadas; y cuarto, el desconocimiento de los políticos de los temas
relacionados a la defensa nacional no solo es racional sino también inevitable,
debido a que no hay amenazas externas ni un interés económico o político en
las políticas de defensa.

3
Todo lo descrito anteriormente se puede ejemplificar en su mayor parte con el
caso brasileño. Jorge Zaverucha afirma que en Brasil se puede apreciar cierto
grado de autonomía de sus Fuerzas Armadas junto con la pervivencia de
instituciones autoritarias. Durante la transición brasileña hacia la democracia,
las Fuerzas Armadas brasileñas lograron obtener beneficios que no fueron
transitorios, por lo que no hubo un proceso de desmilitarización, mas bien, se
incrementaron las competencias de las Fuerzas Armadas en materia de
seguridad pública.

III

Frente a esta situación de confusa estabilidad, ¿en qué medida se puede


afirmar que las Fuerzas Armadas latinoamericanas constituyen un peligro para
la democracia? Para Felipe Agüero el peligro no es tan contundente. Señala
que lo peor que pueden provocar es la merma de la calidad y fuerza de la
democracia, pero que de ningún modo afectarían su existencia misma. Los
principales peligros, dentro de esa perspectiva, serían la corrupción, el
desprecio de las libertades civiles y la manipulación de prioridades en materia
de seguridad. Pion-Berlin se muestra más optimista al afirmar que “ni siquiera
el giro político a la izquierda registrado en los últimos años ha aumentado los
riesgos de una intervención militar.” Aún así, no es renuente al indicar que así
como se han desmilitarizado los conflictos políticos, se han militarizado otros
campos, como los de seguridad interna y desarrollo.

Curiosamente, los planteamientos más reveladores son los de Zaverucha, y no


por nada su ensayo es el único que describe una realidad política concreta.
Plantea como presupuesto inicial que, en los regímenes democráticos, las
competencias institucionales de la policía y el ejército están claramente
separadas. Frente a esta idea, afirma que en Brasil se vive una realidad
diferente. Las políticas de seguridad interna se militarizan cada vez más.

Eso se evidencia claramente desde el nombre que las fuerzas policiales


brasileñas tienen, el de “policía militar”. Dicha policía militar tiene entre sus
atribuciones más resaltantes las siguientes características: imita en cada

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estado el modelo de los batallones de infantería del ejército; su código de
conducta es similar al del ejército; está regulada por el mismo Código Penal
Militar y el Código Procesal Penal de las Fuerzas Armadas; sus unidades de
inteligencia forman parte del sistema de información del ejército; y es
considerada como una fuerza de reserva del ejército, cuando solo debería
suceder esto en tiempo de guerra.

Todas las características anteriores revelan a la policía militar brasileña como


un apéndice de sus Fuerzas Armadas, sin lugar a dudas. Pero, ¿hasta qué
punto la influencia militar en la policía (o en la seguridad interna) afecta el
funcionamiento de la democracia? Para Agüero, la seguridad de los
ciudadanos es una condición indispensable para el ejercicio y disfrute de los
derechos democráticos. En consecuencia, éste autor señala que, los
problemas de las Fuerzas Armadas, la policía y los servicios de inteligencia
están intrínsecamente relacionados.

Por lo tanto, que las Fuerzas Armadas se inmiscuyan en el trabajo de la policía


no solo se debe a un mal desempeño de las fuerzas policiales sino a un
descuido político, ya que los gobiernos se centralizaron sólo en la reforma
militar. Con ello se permitió una mayor autonomía de la policía que degeneró
en ineficacia y corrupción, según Agüero. No obstante, Zaverucha ve en esta
ingerencia de las Fuerzas Armadas un proceso de politización de las mismas:
“El proceso de politización de las Fuerzas Armadas se da simultáneamente con
la militarización de la policía.” De esta manera, se podría estar hablando de un
nuevo intento de politización de las Fuerzas Armadas en América Latina,
aunque desde una perspectiva diferente.3

IV

Dentro de esta nueva perspectiva, la amenaza de una intervención militar no se


muestra muy lejana, incluso mas bien, puede encontrar canales que le

3
Zaverucha afirma que es verdad que los militares han vuelto a sus cuarteles, es decir, ya no conducen el
destino del Brasil, pero esto no significa que se hayan retirado del poder. La prueba de ello, para éste
autor, es que el ejército cada vez más tiene injerencia en las decisiones vinculadas a los asuntos de
seguridad pública.

5
permitan el uso de la violencia de forma legítima. Además, tal como lo señala
Zaverucha: “Y todo esto, naturalmente, impide la consolidación de una
democracia que vaya más allá de los enfoques restringidos a la mera
realización de elecciones.” Frente a ello, ¿cuáles son las funciones que
deberían cumplir las Fuerzas Armadas para reforzar y no erosionar la
democracia?

Para Agüero la solución pasa por desarrollar instituciones fuertes que controlen
democráticamente tanto a las Fuerzas Armadas, a la policía como a los
servicios de inteligencia, a la vez que los conviertan en instrumentos eficaces
para la protección y la seguridad de los ciudadanos. Puntualiza además que un
enfoque general de las políticas debería mantener una separación entre las
funciones de estos tres sectores. Para todo ello, es necesario según Agüero,
un liderazgo civil sólido que formule una política consistente y afirme una
cadena de mando bien establecida. Por último, plantea que es importante la
participación de las organizaciones de la sociedad civil en los debates públicos
sobre las políticas de seguridad, y en la vigilancia de la actuación de las
instituciones que operan sobre ella.

Desde mi punto de vista, esto no es suficiente, puesto que otra de las


principales tareas es desaparecer en gran medida la línea separatoria que
existe entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil. Partiendo de esta idea, se
tiene que eliminar todo tipo de prerrogativas, como la del fuero militar, que
desligue a los militares de la sociedad en general, así como dotarlos de todas
las características que tiene un ciudadano común y corriente, como el derecho
al voto. Si no se puede ciudadanizar a los miembros de las Fuerzas Armadas
es poco probable que entiendan el valor intrínseco de la democracia y la
defiendan.

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Bibliografía

ZAVERUCHA, J. (2008) La militarización de la seguridad pública en el Brasil.


In: Nueva Sociedad. Friedrich Ebert Stiftung, Buenos Aires.
PION-BERLIN, D. (2008) Militares en democracia en el nuevo siglo. Cuatro
descubrimientos inesperados y una conclusión sorprendente. In: Nueva
Sociedad. Friedrich Ebert Stiftung, Buenos Aires.
AGÜERO, F. (2003) El nuevo doble "desafío": Cómo ajustar el control
democrático y la eficacia en el ejército, la policía y los servicios de inteligencia.
III Asamblea General del Club de Madrid, Madrid.
MÉNDEZ, C. (2006) Las paradojas del autoritarismo: ejército, campesinado y
etnicidad en el Perú, siglos XIX al XX. In: Íconos. Revista de Ciencias Sociales.
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador,
Quito.

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